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Nota: por motivos que no vienen al caso, es muy posible que
la frecuencia de las crónicas decrezca o que directamente el blog no se
actualice en semanas. Perdón por las molestias.
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Para el que suscribe es un placer que venga a casa el
Athletic de Bilbao, por lo que significa para el Atleti de Madrid y por lo que
significa en general. Más aún cuando la llegada viene precedida de una
iniciativa bien bonita para niños que han pasado un mal rato entre esos ratos
buenos que pasan pensando en Rojo y Blanco. A todos aquellos que tuvieron la
idea de unir este partido a la iniciativa que tanto reconocimiento se llevó en
los días previos gracias a un precioso vídeo, enhorabuena y gracias por haber
hecho partícipe de ella al Atleti y su afición.
El Athletic planteó un partido inteligente y llevó a cabo el
planteamiento como hacen los equipos buenos: con convencimiento y ganas,
creyendo en lo que hacía y sabiendo qué tenía que hacer. Que Valverde es un
buen entrenador lo sabemos todos, que había estudiado y había visto bien qué
venía haciendo el Atleti también. Con el juego volcado a la banda izquierda y
Juanfran inédito en el primer tiempo, sólo ocupado en no perder de vista a
Iñaki Williams, el Athletic tuvo al Atleti donde quería durante buena parte del
partido: encajonado, sin espacios, en la banda en la que Filipe, Koke y
Carrasco intentaban sin mucho éxito progresar hasta zona de tiro y pase. Con
Vietto algo blando para la envergadura del partido y Griezmann lejos de la
acción todo el primer tiempo, el Athletic se mostró como un equipo duro,
trabajado, tenaz e inteligente. Un buen equipo con un delantero, Adúriz, que es
un tormento para los defensas: pelea, las gana por arriba y por abajo y, cuando
no lo hace, le persigue a uno como si le debieran dinero o, lo que es peor,
como si le hubieran robado el paraguas. Con Raúl de pareja de baile, la furiosa
delantera del Athletic ha conseguido un efecto colateral valiosísimo para su
equipo: que la media corra menos y pueda pensar más, que Beñat, por ejemplo,
sea un jugador presente en todas las fases en vez del espectro con barba de hípster
y pelo de seminarista que pululaba durante los partidos de no hace tanto
tiempo. Ole por el Athletic, un buen equipo que hizo un buen partido.
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En el Calderón empieza a sonar Rosendo últimamente, cosa que
nos alegra. Suena “Agradecido” últimamente y también ha sonado “Maneras de
Vivir”. También por megafonía nos han regalado con “Thunderstruck” y “Satisfaction”;
ayer, sin embargo, el partido terminó y, en seguidita, sonó “Nine to five” de
Dolly Parton. Entre tanta guitarra a alguien le ha dado por el country festivo,
y eso nos deja, como poco, perplejos.
Entre “Agradecido” y “Nine to five”, el Atleti jugó un buen
partido. No brillante, no majestuoso, sí áspero y trabajado, sí un buen
partido. Con poco que decir en ataque el primer tiempo, con mucho que trabajar
desde el primer momento para poder seguir con el ritmo infernal impuesto por
los visitantes, pero un buen partido. El Atleti pasó del 4-4-2 al 4-1-4-1 con
facilidad mecanizada, haciendo que los analistas tuvieran que echar mano de
escuadra y cartabón mientras entornaban los ojos viendo los cambios en el
dibujo. Koke lo mismo estaba echado hacia dentro que salía a presionar el
primero, Saúl corría y corría espesando la salsa en la que juega el equipo y
sólo Gabi parecía indudablemente asociado a su posición de pivote por delante
de la defensa. El Atleti del Cholo, a quien la prensa adjudica como únicos
méritos la testiculina y el ardor guerrero, tiene estas cosas y es capaz de
cambiar sobre la marcha de un dibujo a otro, atacando de una forma y
defendiendo otra muy distinta sin que haga falta más que tres o cuatro voces de
Gabi o Koke mientras los rivales intentan entender qué ocurrió en el dibujo de
los de rojo y blanco, cambiante como la ristra de pañuelos de un
prestidigitador.
Con Carrasco algo desdibujado ayer ante el entramado del
centro del campo bilbaíno, Vietto algo sobrepasado (de nuevo) por la intensidad
del juego y Griezmann dimitido durante bastantes minutos (algo que tampoco es
novedad), en la grada se respiró una vez más la sensación de que costaría Dios
y ayuda marcar un gol, más aún dos tras ponerse por delante el rival en un
balón parado, qué cosas. Menos mal que Saúl marcó en un momento importantísimo,
menos mal que Griezmann tiene ese don prodigioso de meter un gol de cada dos
balones que toca. Si alguien llevara la estadística de cuántos balones necesita
tocar Griezmann para meter un gol, probablemente estaríamos ante el delantero
más eficaz de la historia. Ayer, antes del gol había tocado dos o tres balones,
después otros tantos; no necesitó más para conectar un zurdazo maravilloso,
meter el gol que daba los puntos y dejar con las manos agarradas a la cabeza a
medio estadio. A su asombrosa aportación contribuyó, de nuevo, Torres: su
salida coincidió con el retroceso de las líneas del Athletic y la mejoría de
las prestaciones de Griezmann. Más sólido e intimidador que Vietto, Torres supo
presionar a Beñat y salir al galope en un par de ocasiones con el objetivo,
conseguido, de meter al rival veinte metros más atrás y alejar el balón del
enjambre de jugadores bajo presión y malhumorados que Adúriz consiguió agrupar
en torno al área chica de Oblak.
Si Griezmann sólo necesitó un par de balones para ser
protagonista, Oblak consiguió, con casi el mismo número de intervenciones,
estar en disposición de reclamar el papel protagonista del partido de ayer. Un
mano a mano a la manera de Fillol, un balón sacado por alto tras un control y
vaselina espectacular de Aduriz y alguna intervención marcando territorio en el
área pequeña convirtieron el partido de Oblak en un nuevo prodigio, algo
importante sobre todo cuando Giménez, por tercera o cuarta vez en los últimos
tiempos, mostró una imprecisión y nerviosismo impropias de él.