El Atleti jugaba
contra un rival querido, el Sporting, y lo hacía a una buena hora: ni demasiado
pegada a la hora del pacharán, ni demasiado pegada a la hora de la cena. Hacía
buen tiempo, el campo estaba lleno (con muchísimos rivales) y la cerveza estaba
fría; ¿qué podía fallar? Naturalmente, como no podía ser de otra manera, las
cosas no salieron como uno pensaba.
Salió el Atleti con el equipo que casi todos habríamos
sacado, con la excepción de Jackson Martínez, uno de los jugadores más que más
discusiones protagonizan, no tanto por la opinión que de él se tiene (que, a
día de hoy, es bastante generalizada) sino por los efectos colaterales que su
titularidad implican. El caso es que el Atleti salió con un equipo bien majo y,
así de salida, prácticamente nadie habría mostrado disgusto o sorpresa viendo
la alineación sobre el papel.
Enfrente salió vestido de amarillo y con una media de altura
de equipo de balonmano el Sporting de Gijón, uno de los equipos que más alegría
nos da ver por el Calderón y que más aficionados (y más majetes) atraen. Los
alrededores del estadio estaban llenos de seguidores asturianos y lo mismo pasó
en las gradas, y no sólo en la zona acotada para visitantes (desde ayer con
unas vallas anti lanzamiento de objetos que se antojan bajas para el ultra
visitante medio, normalmente de brazo recio y sesera corta), sino por todo el
estadio. Los seguidores del Sporting, como viene siendo tradición, llegan en
tropel al Calderón y ocupan asientos mezclados entre los locales, como debe ser
y como tanto nos gusta. El caso es que frente
al Atleti se situó otro equipo, y esto es algo que no todo el mundo percibió
hasta que salió el tema un rato después, ya en los bares.
La crónica empieza por el
equipo rival, cosa extraña en este blog, pero para eso hicieron los
visitantes un partidazo. Ordenado, sin fisuras y robusto, bien organizado,
correoso pero sin pegar demasiadas patadas, sabiendo lo que hacía y convencido
de su sistema, el Sporting cuajó un estupendo partido defensivo, esa faceta del
fútbol que los narradores desprecian quizás por pertenecer todos ellos al
exclusivo club de jugadores de pellizco, manita girada hacia el exterior y
conducción de balón con el exterior y la cabeza levantada. Hay muchas formas de
entender el fútbol y algunas de ellas no desprecian el fútbol sólido y
solidario de los equipos modestos, el tesón que hace a jugadores menos
brillantes parar a los más dotados, el rigor táctico y el convencimiento de que
el sistema trabajado dará frutos si cada uno hace su trabajo. Quizás por haber
jugado mucho en equipos malos, el que suscribe es uno de estos fans del futbol
solidario de sudor y ayudas; quizás por ello el Sporting de ayer le pareció un
muy buen equipo de fútbol, difícil de descolocar, poderoso por arriba y
hermético a la hora de dar alternativas al rival, en este caso un Atleti más
potente pero con muchísimas dificultades para hacer juego. El Sporting defendió
bien en dos líneas bien formadas y convencidas de su juego, con un par de
jugadores, Jony y Halilovic, rápidos en la salida y el contragolpe y con cabeza
suficiente para gestionar la sorpresa del equipo que llevaba el peso del juego,
en este caso el Atleti. En ambas mitades la mayoría del tiempo se pasó en campo
asturiano, y aún así las ocasiones más claras fueron de los visitantes, que no
marcaron gracias a un portero superlativo, Oblak.
Ante este equipo rocoso y grandote, el Atleti planteó ese
partido que no le gusta jugar: contra un rival atrincherado, contra un equipo
cerrado en el área chica y un portero que va bien por alto. Con pocos espacios
por delante de los centrocampistas, el partido fue un tormento para un
delantero grandote y necesitado de espacios como Jackson, que carece, entre
otras cosas, de las virtudes de Mandzukic en estas lides. Con el Atleti
apretando en tres cuartos, sin demasiados problemas para llevar el partido
hasta la zona en la que esperaba el medio campo rival, el juego se complicaba
sobremanera cuando la línea del centro del campo del Sporting iniciaba la
presión. El Atleti no gusta de estos partidos que se resuelven con sistemas de
balonmano, circulando el balón de lado a lado buscando pases laterales que
terminan en un avispero en el que los centrales eran mucho más aguerridos y
potentes que Jackson, en el que Griezmann se limita a intentar pescar un rebote
que le permita meter ese gol tan suyo con la punterita o la cabeza.
El Atleti buscaba mover al Sporting de lado a lado, más bien
de izquierda a derecha, agolpando jugadores en la banda en la que Carrasco, de
nuevo destacado, y Filipe Luis, tocaban con la idea de agolpar rivales para,
una vez forzada la basculación del resto del equipo visitante, cambiar rápido
el juego para que fuera Juanfran quien entrase: la táctica que tanto resultado
dio el año de la Liga. Juanfran, como siempre, aceptó el reto y subió y subió
con acierto hasta que se rompió, quizás sobrecargado tras tantísimos minutos
sin recambio. En el segundo tiempo salió Gámez y lo hizo estupendamente, como
si llevase jugando todo el año de titular. Un buen profesional y un buen
jugador, Gámez.
El Atleti no parecía encontrar la vía de entrar por los
lados y, aun así, sólo insistía en esa fórmula. Con Tiago llevando el mando,
quizás con una pizca menos de brillo que en otros partidos debido a la ausencia
de espacio y acumulación de minutos, Gabi dio un recital en las ayudas y en
algún buen pase largo pero no contribuyó a desenmarañar la madeja del Sporting.
Con Koke trabajador aunque algo espeso y Carrasco – el más incisivo - sin
espacios, con el partido controlado por el Atleti y curiosamente también
controlado por el Sporting, el Atleti seguía buscando balones laterales. Ni por
abajo ni por dentro ni por el centro ni a baja altura, el Atleti seguía
buscando balones altos frente a dos centrales poderosos (uno de ellos, Bernardo,
un auténtico muro) y con el teórico objetivo de alimentar la cabeza de Jackson
Martínez, de quien se diría que permanece indiferente a pesar de estar en el
centro del huracán. Jackson, que tiene físico suficiente para pegarse con la
mayoría de porteros de discoteca de la zona Sur de Madrid, carece sin embargo
de lo necesario para hacerse valer en esa zona: no salta ni pelea como otro
colombiano, más bajo y ligero, que anduvo por aquí hace unos años. Tampoco se
faja como un croata de nariz contusionada que también ocupó ese sitio, ni
tienen el don de desquiciar a los rivales que tenía otro de sus predecesores,
en este caso nacido en Lagarto y con cara y conducta de rufián. Jackson parece
más cómodo fuera del área - apoyando en el medio campo y descargando hacia los
lados como hizo en el primer cuarto de hora de partido - que metido en la
pelea, donde se limita a meterse entre los dos centrales y ver la vida pasar
dando sorbitos al té. Cómodo en una posición en la que no le llega casi ningún
balón a menos que fallen los rivales, dando pocas ayudas a los compañeros
aparte de vestir una camiseta amiga a la que apuntar cuando se hace el centro,
Jackson juega más de boya de atraque que de nueve en muchas fases de los
partidos. Jackson espera tranquilo a ver si hay suerte y le llega un balón, viviendo
su partido sin saltar a pelear o presionar o buscar la anticipación, se diría
que inmerso en pensamientos abstractos y profundos o haciendo cálculos mentales
sobre la cantidad de briznas de césped que existen en el terreno de juego,
sobre cuánto gastaría su coche si en las cuestas abajo pusiera el punto muerto,
si, una vez retirado, sería buen negocio poner una tintorería en Barranquilla.
Jackson lleva ya un tiempo en el equipo, ha sido titular en
muchos partidos y aún no parece enterarse de qué va el tema. No se sabe si por
lo elevado de su precio o por si fue una apuesta personal de Simeone, Jackson
parece instalado sin demasiados problemas en la posición de 9 titular, lo que
tiene efectos colaterales que, entre otras cosas, están llevando a la afición a
la histeria. Jackson trabaja menos de lo deseable y acierta también menos de lo
deseable, y hay quien lo achaca a que es un petardo monumental y hay también
quien piensa que hay que tener fe y que es cuestión de tiempo. El caso es que
los días pasan, Jackson no carbura y el juego del equipo se resiente de su
poética ausencia presente, como también acusa la inactividad y falta de ganas
de Griezmann, desaparecido en períodos larguísimos de los encuentros, sólo
maquilladas por varios goles decisivos cuyo mayor mérito, muchas veces, fue
únicamente estar ahí, ni más ni menos: estar ahí, eso sí, es algo que no está al
alcance de muchos.
La presencia de Jackson, además, ha terminado por relegar
del todo al banquillo a Fernando Torres, que empezó la temporada con
exhibiciones físicas y metiendo goles importantes. Torres, es cierto, está
ahora impreciso y fallón, y uno no sabe si es porque no juega lo suficiente al
estar Jackson por delante, o si es que Jackson está ahí porque Torres está
especialmente impreciso y fallón en los entrenamientos. Pero Jackson también
está impreciso y fallón y sin embargo goza del apoyo sólido del banquillo, algo
que no parece tener Torres a juzgar por las declaraciones del entrenador. Algún
periodista ha tomado esta teórica inquina como bandera y la enarbola cada cinco
minutos, autoerigido en ariete anti-Cholo. Y, ya de paso, la afición toma
partido en la polémica y, como viene siendo habitual en el Calderón, se polariza:
los que no entienden la suplencia de Torres cargan contra el Cholo y le acusan
de celoso, injusto y cerril; los que creen que Torres no debe jugar defienden
al Cholo a capa y espada, llaman ignorantes y desagradecidos a los que critican
sus decisiones, tiran de historial y del concepto de la lealtad y la memoria y,
en algunos casos, cometen la torpeza de faltarle al respeto a Torres y le ponen
de petardo para arriba. Qué cosas, oiga, como si el historial, el respeto y la
memoria sirvieran para defender a Simeone pero no, curiosamente, para defender
a Fernando Torres. A Fernando Torres, ni más ni menos.
Como en tantas otras cosas, una buena parte de la afición
del Atleti muestra su atávica incapacidad para ver las cosas desde el punto
medio y para defender su postura sin faltar al respeto al de enfrente, algo
curiosamente ridículo cuando hablamos de dos tipos, Simeone y Torres, cuyos nombres
quedarán escritos con letra de oro en la historia del equipo. Ayer, el cambio
de Carrasco por Óliver Torres fue pitado en el campo y, la verdad, era difícil
de entender: Carrasco había sido lo más incisivo del equipo y Óliver Torres
viene de hacer varios partidos muy grises. Los silbidos, quizás feos, podían
entenderse; sin embargo, han servido para alimentar la pelea. La afición del
Atleti, ya saben, esa que lo mismo ponía de vuelta y media a Raúl García que
ovacionaba a Reyes en cuestión de pocas semanas, ahora se ha dividido una vez
más, con una parte erigida en azote de Simeone y otra volcada en la defensa
pretoriana de cualquier decisión del Cholo. La afición del Atleti, la que ha
callado durante años ante las tropelías del palco pero silbaba con virulencia
cada fallo de Perea, la que gustaba de reírse de Pernía cuando intentaba hacer
honradamente su trabajo llevando nuestra camiseta mientras asistía impávida al
expolio del Club y la malventa del estadio, la que presume de haber pasado la
travesía del desierto y los años negros de Manzanos y Luccines para, llegados
los tiempos de bonanza, buscar problemas donde debería haber motivos para la
unión, ahora muestra una vez más su asombrosa capacidad de no ver más allá de
sus narices y se enzarza en una pelea de unos contra otros, que al final es lo
nuestro: también pasó el año pasado, cuando parecía que para defender a Arda
Turan había que despreciar a Raúl García. De paso sea dicho, parece que no se
aprendieron ciertas lecciones.
Porque si al Atleti se le puede acusar de no haber encontrado
la forma de entrar en la empalizada del Sporting, haber sesteado en el segundo
tiempo de Coruña y no dar una contra el Astana, a la afición del Atleti se le
puede echar en cara también unas cuantas cosas. Se diría que la afición del
Atleti ha perdido, con esto de los años buenos de Simeone, la capacidad de
percibir la realidad como realmente es. Se diría que la afición ahora exige
ganar todos los partidos por aplastamiento, olvidando que el año en el que se
ganó la liga con brillantez también se estuvo varias veces con el agua al
cuello en casa y fuera, borrando de la memoria esos malos partidos que
terminaban con el equipo achicando agua a cabezazos desde el área pequeña. Se
diría que la afición se ha creído más de lo que realmente es, exigiendo juegos
florales, rondos humillantes para los rivales, fútbol de fantasía y tanteos de
escándalo, algo que no es sino excepcional en la historia de este equipo
nuestro. Se diría que los éxitos del equipo han tenido en la afición el efecto
de convertir a cualquiera en entrenador diplomado, analista contrastado y
experto internacional de la propia plantilla, pero despreciando al mismo tiempo
a los equipos rivales con gesto de gañán enriquecido gracias a un yacimiento
petrolero en su bancal. Se diría que la afición del Atleti, la fiel, la
entregada, la ruidosa, la leal, se va convirtiendo poco a poco en algo que
despreciábamos hasta hace bien poco.
Contra el Sporting la afición se mostró fría, algo distante,
se diría que altiva, no dignándose a animar durante buena parte del encuentro
en el convencimiento de que el partido terminaría por ganarse por mera
intervención de la ley de la gravedad; cuando la afición se dio cuenta de que
el tiempo se echaba encima y no se encontraban soluciones, lejos de animar la
reacción general fue protestar, gruñir, fruncir el ceño, abrazar la histeria.
Amestallada, anoucampada, la afición parece exigir ahora té perfumado en
porcelana china mientras, qué cosas, presume de apreciar el sabor áspero del
tinto de bota. Qué cosas, oiga, qué cosas.
Que el Atleti puede y debe mejorar no sólo es cierto: es lo
que va a ocurrir. Que Jackson no está bien es un hecho y no debe empujar a
debates; que Simeone debería al menos probar con otras cosas (Correa y
Griezmann delante, Griezmann al banquillo alguna vez, Carrasco por delante de
la media en algún partido, Torres en partidos con espacios) es también
incuestionable. Que la situación actual lleva al absurdo es más cierto que todo
lo demás. Que a la afición del Atleti hay veces que no hay quien la entienda es
verdad; que en ocasiones no hay quien la aguante, también.