lunes, 14 de diciembre de 2015

Cuatro palabras sobre el Atleti - Athletic




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Nota: por motivos que no vienen al caso, es muy posible que la frecuencia de las crónicas decrezca o que directamente el blog no se actualice en semanas. Perdón por las molestias.
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Para el que suscribe es un placer que venga a casa el Athletic de Bilbao, por lo que significa para el Atleti de Madrid y por lo que significa en general. Más aún cuando la llegada viene precedida de una iniciativa bien bonita para niños que han pasado un mal rato entre esos ratos buenos que pasan pensando en Rojo y Blanco. A todos aquellos que tuvieron la idea de unir este partido a la iniciativa que tanto reconocimiento se llevó en los días previos gracias a un precioso vídeo, enhorabuena y gracias por haber hecho partícipe de ella al Atleti y su afición.

El Athletic planteó un partido inteligente y llevó a cabo el planteamiento como hacen los equipos buenos: con convencimiento y ganas, creyendo en lo que hacía y sabiendo qué tenía que hacer. Que Valverde es un buen entrenador lo sabemos todos, que había estudiado y había visto bien qué venía haciendo el Atleti también. Con el juego volcado a la banda izquierda y Juanfran inédito en el primer tiempo, sólo ocupado en no perder de vista a Iñaki Williams, el Athletic tuvo al Atleti donde quería durante buena parte del partido: encajonado, sin espacios, en la banda en la que Filipe, Koke y Carrasco intentaban sin mucho éxito progresar hasta zona de tiro y pase. Con Vietto algo blando para la envergadura del partido y Griezmann lejos de la acción todo el primer tiempo, el Athletic se mostró como un equipo duro, trabajado, tenaz e inteligente. Un buen equipo con un delantero, Adúriz, que es un tormento para los defensas: pelea, las gana por arriba y por abajo y, cuando no lo hace, le persigue a uno como si le debieran dinero o, lo que es peor, como si le hubieran robado el paraguas. Con Raúl de pareja de baile, la furiosa delantera del Athletic ha conseguido un efecto colateral valiosísimo para su equipo: que la media corra menos y pueda pensar más, que Beñat, por ejemplo, sea un jugador presente en todas las fases en vez del espectro con barba de hípster y pelo de seminarista que pululaba durante los partidos de no hace tanto tiempo. Ole por el Athletic, un buen equipo que hizo un buen partido.
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En el Calderón empieza a sonar Rosendo últimamente, cosa que nos alegra. Suena “Agradecido” últimamente y también ha sonado “Maneras de Vivir”. También por megafonía nos han regalado con “Thunderstruck” y “Satisfaction”; ayer, sin embargo, el partido terminó y, en seguidita, sonó “Nine to five” de Dolly Parton. Entre tanta guitarra a alguien le ha dado por el country festivo, y eso nos deja, como poco, perplejos.

Entre “Agradecido” y “Nine to five”, el Atleti jugó un buen partido. No brillante, no majestuoso, sí áspero y trabajado, sí un buen partido. Con poco que decir en ataque el primer tiempo, con mucho que trabajar desde el primer momento para poder seguir con el ritmo infernal impuesto por los visitantes, pero un buen partido. El Atleti pasó del 4-4-2 al 4-1-4-1 con facilidad mecanizada, haciendo que los analistas tuvieran que echar mano de escuadra y cartabón mientras entornaban los ojos viendo los cambios en el dibujo. Koke lo mismo estaba echado hacia dentro que salía a presionar el primero, Saúl corría y corría espesando la salsa en la que juega el equipo y sólo Gabi parecía indudablemente asociado a su posición de pivote por delante de la defensa. El Atleti del Cholo, a quien la prensa adjudica como únicos méritos la testiculina y el ardor guerrero, tiene estas cosas y es capaz de cambiar sobre la marcha de un dibujo a otro, atacando de una forma y defendiendo otra muy distinta sin que haga falta más que tres o cuatro voces de Gabi o Koke mientras los rivales intentan entender qué ocurrió en el dibujo de los de rojo y blanco, cambiante como la ristra de pañuelos de un prestidigitador.

Con Carrasco algo desdibujado ayer ante el entramado del centro del campo bilbaíno, Vietto algo sobrepasado (de nuevo) por la intensidad del juego y Griezmann dimitido durante bastantes minutos (algo que tampoco es novedad), en la grada se respiró una vez más la sensación de que costaría Dios y ayuda marcar un gol, más aún dos tras ponerse por delante el rival en un balón parado, qué cosas. Menos mal que Saúl marcó en un momento importantísimo, menos mal que Griezmann tiene ese don prodigioso de meter un gol de cada dos balones que toca. Si alguien llevara la estadística de cuántos balones necesita tocar Griezmann para meter un gol, probablemente estaríamos ante el delantero más eficaz de la historia. Ayer, antes del gol había tocado dos o tres balones, después otros tantos; no necesitó más para conectar un zurdazo maravilloso, meter el gol que daba los puntos y dejar con las manos agarradas a la cabeza a medio estadio. A su asombrosa aportación contribuyó, de nuevo, Torres: su salida coincidió con el retroceso de las líneas del Athletic y la mejoría de las prestaciones de Griezmann. Más sólido e intimidador que Vietto, Torres supo presionar a Beñat y salir al galope en un par de ocasiones con el objetivo, conseguido, de meter al rival veinte metros más atrás y alejar el balón del enjambre de jugadores bajo presión y malhumorados que Adúriz consiguió agrupar en torno al área chica de Oblak.

Si Griezmann sólo necesitó un par de balones para ser protagonista, Oblak consiguió, con casi el mismo número de intervenciones, estar en disposición de reclamar el papel protagonista del partido de ayer. Un mano a mano a la manera de Fillol, un balón sacado por alto tras un control y vaselina espectacular de Aduriz y alguna intervención marcando territorio en el área pequeña convirtieron el partido de Oblak en un nuevo prodigio, algo importante sobre todo cuando Giménez, por tercera o cuarta vez en los últimos tiempos, mostró una imprecisión y nerviosismo impropias de él.

A pesar del gran rival, a pesar de las dudas de hace unas semanas, de las predicciones catastrofistas de propios y extraños y a pesar – o precisamente por ello – de que los focos iluminan otros equipos, el Atleti, sin hacer ruido, se ha puesto co-líder. Sin ser el que más luz despide, sin ser el que mejor juega ni el que más goles mete, sin celebrar cada triunfo con un bailecito ridículo, sin sonreír en exceso hasta que el trabajo no esté hecho, el Atleti está ahí, donde quería. Es decir, el Atleti está ahí, a la manera de Raúl García.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Reflexiones rápidas ante un problema de los gordos

Sería raro hablar del partido de ayer sin empezar hablando de Tiago, lesionado de gravedad en una jugada tonta, injustamente tonta para el desaguisado que produce. Tiago se rompió la tibia ni más ni menos en una entrada aparentemente normal para intentar recuperar un balón sin peligro alguno. Tiago, el jugador con más cabeza del equipo, el maestro de los espacios y de los tiempos del centro del campo atlético, el que hace que el equipo juegue con sensatez o casi ni juegue, el único que no tiene sustituto de más o menos garantías del equipo, se rompió la tibia y el estadio se quedó helado.

Si algo temía el aficionado atlético este año, con esta plantilla, es que se lesionara Tiago. Sin recambios para hacer su labor (lo que tampoco es extraño, siendo Tiago un jugador extraordinario), el aficionado colchonero lleva desde verano esperando que a Tiago no le pase nada, confiando en su inteligencia para dosificar su físico, incómodo a veces con el entrenador por hacerle jugar el 100% de los minutos a sabiendas que Tiago, que tiene 34 años, no tiene un físico privilegiado ni la resistencia inquebrantable de un fondista. Si Gabi puede tener sustituto contando con un Saúl entonado y, por lo que cuentan, Kranevitter es de corte más defensivo y trabajador que Tiago; además, llega de una liga más lenta como la argentina, necesitará adaptarse y no tendrá tiempo ni de descansar ni de ponerse al día. Thomas, que tan buena temporada hiciera el año pasado y tan buena pinta dejó en Cádiz, juega también en principio en el puesto de Tiago pero sólo un optimista pre-inconsciente esperaría (y exigiría) del chaval el saber y la jerarquía del portugués.

Veremos qué inventa Simeone para hacer jugar al equipo sin su jugador de referencia en el medio campo, además en quizás su mejor año. Echaremos muchísimo de menos a Tiago y esperaremos que, a pesar de la gravedad de la lesión y de sus años, esté de vuelta pronto vestido de rojo y blanco. Parece difícil, pero más difícil parecía hace un año que Tiago fuera aún mejor y miren Vds lo que pasó luego.

Ánimo Tiago, vuelve pronto que aquí estamos.
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Contra el Espanyol salió el Atleti con una alineación algo rara. Salió Saúl por Gabi, que estaba sancionado y eso nos parece normal, pero también salió Óliver Torres en lugar de Carrasco, que parecía haberse hecho con la titularidad indiscutible ante un entrenador que gusta poco de cambiar equipos. Por último, en vez de Torres salió Vietto, lo que supuso otra sorpresa: Torres venía de hacerlo bien en los dos últimos partidos, Vietto no había demostrado estar al ritmo de los demás en ningún momento, Simeone no había jugado aún con dos delanteros bajitos y, en caso de hacerlo, la afición habría apostado por Correa antes que por Luciano.

Con todas estas novedades y un gol tempranero de Griezmann de esos tan suyos (balón bueno de Óliver pero no definitivo, Griezmann que adelanta un poquito la punta del pie y toca el balón lo justo para que éste entre y también lo justo para no tener que volver a tocar el balón en 25 minutos más) se pudo ver con relativa comodidad el impacto de todos estos jugadores en el equipo, con resultados dispares.

El primero de ellos es Vietto, titular junto con Griezmann en el ataque con la misión de aprovechar la oportunidad de oro que le brindaba el Cholo. Vietto, ojito derecho de Simeone, había demostrado hasta la fecha más bien poco, mostrándose nervioso, atenazado, bajo de ritmo y de precisión y muy lejos del jugador del Villarreal que pusiera al Atleti y a algún otro en un apuro más de una vez. En sus partidos en el Atleti tiene como punto álgido el gol metido al otro equipo grande de la capital, que casi pifia por cierto; por lo demás, más bien poco. Y ese más bien poco fue lo que Vietto mostró en el partido de ayer: de nuevo inseguro, ansioso, sin ideas ni mordiente, Vietto parece estar en una de esas fases en que los jugadores sólo hacen bien las cosas cuando no tienen tiempo de pensar; cuando sí disponen de él se le ve con demasiadas ganas de agradar, confuso, egoísta en mal momento, blandito en cualquier caso. Con su partido de ayer Vietto dejó claro que hoy por hoy no está para jugar en el Atleti y mucho menos para ser titular, que los minutos de que dispone no sirven para más que para quitarle minutos a otros que harían más y que su presencia no justifica la ausencia de Torres o de Correa. O mucho cambian las cosas o nos tememos que los partidos que le quedan por delante a Vietto serán pocos y bajo presión: veremos si tiene la cabeza lo suficientemente bien atornillada al cuerpo para aguantarlo o si, por el contrario, sería más aconsejable buscarle una salida temporal.

El segundo de los “examinados” era Saúl, que jugó al lado de Tiago hasta su lesión, haciendo las veces de Gabi. Saúl empezó nervioso, perdiendo algunos balones fáciles en malos momentos y escuchando algún rugido de la grada; sin embargo, fue cuando se marchó Tiago y las cosas se pudieron poner feas cuando Saúl emitió buenas señales. Con menos presencia en el centro del campo, a pesar del apoyo de Koke al salir Carrasco, la figura de Saúl fue creciendo y acabó el partido con mucha más presencia, con galones al cortar los modestos contraataques rivales y calidad para sacarla jugada hacia Koke o Carrasco en algún caso. Saúl, que había hasta ahora alternado buenos partidos con ratos catastróficos, tiene una buenísima oportunidad para hacerse con minutos y quién sabe si el puesto titular durante los próximos meses. El mediocentro es el puesto que le gusta, aunque puede jugar más atrás y más adelante, y resta por saber si tendrá la calidad y cuajo necesarios para suplir la baja de Tiago y la personalidad de recuperarse cuando cometa fallos, sobre todo en casa. Esperemos que sí.

Y, por último, Óliver Torres, ojito derecho de algún lector aficionado a los cactus. Óliver salió de inicio y, como es habitual en él, lo hizo con muchas ganas, velocidad en las combinaciones y presencia constante. Es habitual que Óliver cumpla con los diez o quince primeros minutos de sus partidos de forma algo acelerada, se diría que con metabolismo de hámster, tirando pasecitos, volviéndose a mostrar, girando sobre su eje y saliendo con la cabeza arriba. Óliver gusta de jugar rápido y de ser el que más rápido juega, pero esa vivacidad-casi-euforia se le suele ir apagando según pasan los minutos, en especial si comete algún fallo. Se diría que Óliver sale con la memoria a cero en cada partido, recordando sólo cómo jugar para pasárselo bien y buscar la portería rival en cuanto hay ocasión; pero si falla un pase fácil, o pierde un balón en mal sitio, o hace un pase a ninguna parte por querer rizar el rizo y se lleva una voz de Simeone o Godín, a Óliver le llegan a la cabeza de golpe todos los recuerdos más negativos. “El otro día fallé un balón igual y me cayó una bronca, hace tres semanas hice un mal pase, no lo vuelvo a hacer”, se diría que piensa Óliver y, a partir de ahí, se va apagando. Quizás a Óliver, que tiene una calidad extraordinaria, le queden tres o cuatro años para aprender a gestionar los fallos, a no venirse abajo ante el primer contratiempo, a asumir que en su posición y con su juego es normal perder balones y precisamente por ello no puede uno sumergirse en la melancolía cuando todo no sale perfecto, porque sencillamente no hay tiempo. Se diría que Simeone es especialmente quisquilloso en este punto y con Óliver en particular, probablemente porque, como otros, también ve en él cosas de jugador grande que se pueden echar a perder por tener mentalidad de chavalín jugando en el patio. Si Óliver tuviera una personalidad más formada y diera la garantía de no perder balones cuando no se pueden perder, creemos que sería más fijo en las alineaciones del Cholo, sobre todo ahora que Tiago está fuera de combate. Probablemente Simeone no le pase una y no admita las pérdidas de balón en las que incurre, probablemente Óliver vaya poco a poco gestionando mejor su propia euforia y su propia melancolía. Ayer hizo un buen partido en el que pasó su fase inicial de euforia y también una fase de bajón, de la que se rehízo y terminó más en alto que a mitad del encuentro. Necesitaremos a Óliver a partir de ahora, confiemos en que acepte el desafío.

El partido tuvo poco más que comentar: quizás que Godín pudo marcar de nuevo, y de nuevo de cabeza; es impresionante cómo el uruguayo remata casi el 90% de los balones que el Atleti pone en el área rival en faltas y córners. Fue llamativo también el partido de Oblak: si en vez de Oblak en el campo hay un Guardia de Gales inmóvil en su garita, el resultado habría sido el mismo. Buen partido, de nuevo, de Filipe Luis, que mostró estar sobrado de físico, condiciones y confianza, y buen partido de Thomas, a quien Simeone colocó por delante de los medios, en una posición más adelantada a la que suele ocupar, con la que consiguió taponar con éxito las tímidas salidas del Espanyol. Thomas confirmó que tiene físico y confianza para jugar más y, al igual que Saúl, tiene ante sí una oportunidad de oro para echar abajo la puerta del equipo titular del Cholo.

Por lo demás, disgusto y problema aparte, el Atleti volvió a ganar por uno cero un partido cómodo en el que no sufrió prácticamente nada. Sufrió quizás para entender el extraño arbitraje de Vicandi Garrido, árbitro con nombre de árbitro que se dedicó a reinterpretar la ley de la ventaja, acuñar nuevos usos de la tarjeta amarilla y flexibilizar el concepto de falta. Sufrió un poco Oblak, aburridísimo y con frío, al no haber traído una novela o unos sudokus. Sufrió quizás la afición rival, por cierto educadísima durante el minuto de silencio por Miguel San Román, lo que es de agradecer viendo los precedentes. Sufrieron los equipos rivales en la clasificación viendo cómo el Atleti sigue como un martillo pilón, subiendo la cuesta pasito a pasito sin fatiga ni vértigo. Pero, sobre todo sufrimos nosotros, que somos de Tiago, pensando en el vacío que nos deja por delante el portugués esta temporada, en la mala suerte de cortar una temporada excelsa en una jugada tonta en la que resulta inexplicable una fractura de tibia, en la profunda injusticia que supondría para Tiago ver su carrera casi terminada por una lesión así. Confiemos, esperemos y, mientras tanto, mandemos ánimos a Tiago I, el Grande. 

jueves, 26 de noviembre de 2015

Síntomas (y de los buenos)


Se anunciaba un frío polar y penosas colas para pasar los controles de seguridad a la hora de entrar al campo; como ocurre tantas veces, ni hizo tanto frío ni se tardó tanto en entrar a pesar de la larguísima cola que bajaba por la acera izquierda de Paseo de Pontones para pasar el primer control de policía.


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La actitud de la policía en los campos de fútbol es cuanto menos curiosa. Cuando hay un partido de alto riesgo porque los ultras de uno u otro equipo han quedado para molerse a palos, los antidisturbios de la Policía Nacional posan delante de sus furgonetas poniendo cara de malos y marcando bíceps, mirando desafiantes a los señores con gafas que van del brazo de su señora a reunirse con su yerno en la puerta de la tienda. Cuando hay una amenaza más grave y seria como la que vivimos estos días, la Policía Nacional acorazada y numerosa se muestra más amable, sensata y colaboradora: ni le miran a uno mal, ni le tratan con desdén ni provocan esa sensación de inseguridad que la chulería de algunos policías con vocación de malotes hacen flotar en el ambiente en otros días menos señalados. Qué cosas tiene la fuerza pública.

La Policía Municipal madrileña, por su parte, es más homogénea en su comportamiento: tanto en los días de alto riesgo como en los normales, tanto en los partidos cómodos de la mitad de la temporada como en los marcados en el calendario con tinta roja y bufanda de las grandes ocasiones, la Policía Municipal guarda idéntica actitud, dirigiéndose al ciudadano con esa mezcla de chulería y hartura tan característica. La Policía Municipal madrileña gusta de patrullar en colleras formadas por un policía más joven con patillitas, gafas de sol y gesto de saberlo todo sobre la vida y no tener tiempo ni ganas de explicarlo, y otro más mayor y paciente, casi resignado, quizás harto de su trabajo, que hace observaciones inoportunas al ciudadano que paga su sueldo con sus impuestos.

Ah, la policía madrileña y su relación con el hincha de fútbol, qué universo tan complejo, oiga.
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Llegó la afición al campo y lo primero que le llamó la atención fue la abundancia de turcos por todas partes. Los aficionados turcos llenaron parte de la zona de la grada reservada para los visitantes, pero sobre todo compró entradas salpicadas por gradas y tribunas, dando una sensación plácida de partido compartido con la afición rival, eso que ya saben Vds que tanto nos gusta. Los turcos del Galatasaray vestían camisetas y bufandas con sus colores con toda naturalidad, presumiendo de esa combinación naranja y granate tan romana y tan bonita y tan de equipo inglés de polo o de rugby y a uno le parece estupendamente. Ojalá vinieran más rivales así tan educados y tan mechaditos entre la afición, tan mezclados y tan tranquiletes, tan charlatanes y futboleros. Ojalá, ya puestos, se multara a los periodistas que hablan directamente del infierno turco cada vez que va un equipo a jugar allí, que ya está bien de topicazos, oiga, anda que no hay formas de llamar a las aficiones y los estadios para andar así repitiendo siempre lo mismo, que si el infierno turco, que si la caldera a presión, anda ya, vayan Vds a paseo, oiga, no me sean pesaos y cansinos y repetitivos. Coñe ya.
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Salió el Atleti al campo con la misma alineación que tan buen partido hiciera en Sevilla, con la única novedad de Giménez, que volvía al equipo tras su lesión. Giménez, que tiene pocos años pero juega como si hubiera completado dos carreras profesionales de las largas, jugó tan tranquilo y como si tal cosa, posiblemente recuperado del sofocón tras el fallo de Coruña y quizás también tranquilo por saber que cuando no está aparece Savic y lo hace bien. Quizás Giménez sea también consciente de que el montenegrino tiene calidad y personalidad para sustituirle y por tanto no se puede dormir en los laureles. Un buen futbolista, este Giménez.

Es cierto que el rival de ayer, el Galatasaray, no pareció un equipo capaz de asustar al Atleti, ni siquiera de venir a marcar goles, más bien dispuesto a capear el temporal. Con tres centrales cuando el Atleti achuchaba, con Sneijder gordo como una señora de esas que empujan en el autobús sin soltar el bolso y Podolski lejos de lo que fue en su momento, el Galatasaray sólo tiró una vez a puerta: precisamente fue el orondo holandés que su momento pareció tener condiciones para ser un futbolista de los que dejan huella (y no sólo en el sofá) quien lanzó cruzado un balón que se fue fuera, el único momento en el que Oblak tuvo que dejar el folleto de los crucigramas y ponerse a tapar hueco. En descargo del pobre partido de los turcos (cuajado de jugadores paticortos y culones de lámina parecida al turco aquél – el que pasó por el Calderón y se fue corriendo tras un cajero automático a ver si le regalaban una pantalla de plasma al domiciliar la nómina -, se ve que es un genotipo local) hay que decir que no dieron ni una patada, algo siempre de agradecer. El Galatasaray pasó sin pena ni gloria por el Calderón, y lo mejor que dejó fue la imagen de su hinchada, la mar de educada y discreta.

En cuanto al Atleti, la sensación volvió a ser buena. En línea con los partidos contra el Valencia, Coruña y Betis, el equipo jugó bien y a ratos muy bien, dando siempre sensación de superioridad y solvencia, de ser más equipo que el rival y, sobre todo y ahí está lo mejor, de ser más equipo que hace un mes y mucho más que hace dos meses.

Descartando las apuestas seguras de Godín y Tiago, los dos ejes sobre los que pivota el juego de tres cuartos para atrás, las buenas noticias en la defensa y centro del campo se van sucediendo. Gámez, por ejemplo, gana enteros para ganarse el status de ídolo del que suscribe. Discreto, buen profesional, versátil, concentrado, modesto y cumplidor, Gámez es valiosísimo cuando sale por la derecha o por la izquierda e igualmente valioso desde el banquillo, en el que no da problemas y sí muchas soluciones. Su temporada pasada en la izquierda fue notable, pero este año, de seguir Filipe Luis progresando como está, no le veremos mucho por ahí salvo necesidad apabullante. Filipe Luis ha vuelto en estos dos últimos partidos a ser el jugador confiado, asociativo y desequilibrante de otros años; si esto se confirma y Juanfran vuelve de la lesión con el mismo nivel con el que jugó los últimos partidos, los laterales pueden convertirse en el elemento que faltaba para terminar de afinar la máquina del Cholo, que vuelve a sonar redonda y poderosa como el motor de un Citroën Tiburón de los bonitos.

La mejoría de Filipe Luis puede estar directamente relacionada, quien sabe, con la mayor presencia y acierto de Koke, por fin más echado al centro y dando más apoyos y coberturas a Tiago y Gabi, más espacio a Carrasco en algo que a ratos es más un 4-3-3 que el 4-4-2 de siempre. Koke está preciso y participativo, más confiado y resuelto a la hora de lanzar la presión alta, más Koke y menos triste que hace unos cuantos partidos, más el Koke que hace moverse al equipo que el Koke que se mueve en exceso, apagando fuegos allá donde el resto no llegan. Y es que con Koke más enganchado, la presión alta y el mayor ritmo, las señas de identidad del Atleti campeón, han aparecido con más claridad en los últimos partidos. Buena culpa de ello la tiene también Gabi, espectacular ayer en el primer pase de gol y el caño y asistencia del segundo además de entregado y listo a la hora de tirar la presión en campo contrario junto con Koke.

También ayuda un Griezmann más participativo, como en el segundo tiempo de ayer. Independientemente de sus goles, una vez más un prodigio de oportunidad y colocación, Griezmann disfrutó más ayer que otros días, participó más, se asoció más. Sin matarse en la presión, sí cubrió su parcela con más solvencia, permitiendo a Tiago, Gabi y Koke jugar más, pensar más, salir más, buscar más el ataque y no sólo la posesión, haciendo por tanto lo que de él se espera además de estar en el momento preciso y el lugar oportuno. Y, ya que estamos con el estilo concatenado, buena parte de esa mayor movilidad e implicación de Griezmann parece, según se ha ido viendo estos últimos partidos, estar directamente relacionada con la presencia de Fernando Torres. Ayer de nuevo estupendo en el esfuerzo y el juego de equipo, Torres se vio durante todo el primer tiempo metido en el área entre tres centrales grandes, algo casi imposible de rentabilizar para un delantero centro de sus hechuras, sobre todo cuando buena parte de los pases laterales no eran del todo precisos. Ya en el segundo tiempo, resignado a la inutilidad de su presencia en el área, Torres salió más, se acercó más al medio campo, se asoció más en la construcción sin limitarse a esperar pases que no llegaban. Torres se mostró especialmente generoso con los compañeros: pudiendo mirar por sí mismo y su famoso gol 100, Torres prefirió en varias ocasiones combinar y no tirar, pensar en el compañero y no en la estadística, ceder el balón en mejores condiciones a la segunda línea. Como en Sevilla, Torres hizo un buen partido con una enorme contribución al juego colectivo y se mostró más confiado, menos acelerado, más cómodo y aún más generoso que en los pocos minutos de los que disponía hace unas semanas.

Sea por lo que sea, sea consecuencia de lo que sea, el equipo parece mejorar partido a partido y muestra síntomas de mejoría y claridad según avanzan las fechas. Simeone parece haber dado con la tecla que acerca a este equipo de más calidad y menos rabia que otros años a la imagen y solvencia del equipo enorme que guardamos en la retina, que consigue transformar la posesión en peligro y la defensa en una muralla. Si hace tres semanas parecía que el mundo se acababa, que Simeone no daba una y que sólo un milagro conseguiría que el Atleti no se estrellara contra un muro conduciendo el carísimo deportivo que se ha comprado este año, ahora las cosas parecen distintas, o al menos se lo parecen a los más críticos y sabihondos que daban la temporada por finiquitada cuando el equipo no estaba más que en formación. Llega diciembre y, como otros años, esto empieza: y parece que tienen muy buena pinta.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Y, de repente, segundos


Así, como quien no quiere la cosa, el triste equipo del cuestionado entrenador argentino que no sabe bien qué hacer con una buena plantilla capaz de hacer un fútbol de toque que él mismo no es capaz de elaborar (al contrario que el 90% de los aficionados, al parecer), firmó otro buen partido y, ya de paso, se ha puesto segundo en la liga. Quién lo iba a decir, con lo malísimamente que juega el equipo.
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Salió el Atleti al campo del Villamarín sabiendo muchas cosas de esas que son interesantes y además meten presión: de ganar el partido, el Atleti se pondría segundo. Además, muchos de los rivales directos para los objetivos que el equipo se ha marcado habían perdido o empatado, con lo que los puntos que podrían llevarse de vuelta de Sevilla eran de lo más valioso. Con todo esto el Atleti no podía fallar, situación que dispara en la parroquia colchonera un viejo postulado: cuando el equipo no puede fallar, suele hacerlo.

El Atleti salió al campo con la alineación que muchos consideramos que debería ser la titular: hasta ahora, pocas veces Simeone falla en esa lista inicial de jugadores, por más que a muchos les guste discutir todo. A muchos nos parece evidente que hoy por hoy Carrasco debe jugar por delante de Oliver y Saúl, a muchos nos parece que Torres, por más que estuviera torpón en partidos recientes, debe ser titular por delante de Jackson, que tampoco ha demostrado ser un amo de la filigrana y mucho menos un ejemplo del esfuerzo a la manera de Stajanov. A muchos nos gusta Gámez y le vemos un sustituto estupendo de Juanfran, y miren que es complicado eso, con el nivelón que está mostrando nuestro lateral derecho. A muchos nos gustaría que Saúl se hubiera ganado los galones como escudero de Tiago, quitando minutos a Gabi, pero estos muchos coincidimos (piensa uno) en que Saúl, que tiene cosas buenísimas, no ha aprovechado los minutos para despejar dudas sobre la posibilidad de que sea él y no otro quien sustituya al Capitán Fernández. Por tanto, nada que objetar a la alineación titular del Atleti, como casi siempre, oiga.

Salió el Atleti con ganas y con la convicción de que había que solucionar el partido pronto y vaya si lo hizo. Pocos minutos tardó el equipo en mostrar lo que iba a ser la seña de identidad en el primer tiempo: la presión alta, la solidaridad entre todos los jugadores a la hora de presionar y robar, la ambición de morder al rival menos centrado, la calidad para salir tocando por las bandas (sobre todo la izquierda) cuando las cosas se ponen feas. Cosas, oh sorpresa, que el Atleti ha buscado siempre en las últimas temporadas, las señas de identidad del equipo de Siemone, del campeón de liga.

Dos buenas noticias llegaron durante el primer tiempo: la primera, el buen juego de Torres. Peleón e incisivo, tiró bien a puerta para que luego fuera Koke quien marcara tras hacerse con el rechace. Un tiro mejor habría acabado en gol, un tiro malo en saque de puerta o en balón blocado, pero Torres pegó un zapatazo tras un buen robo de balón y el Atleti se puso por delante. Torres siguió porfiando, quizás más tranquilo y menos acelerado por tener por delante al menos 60 minutos, según el inamovible minutaje de cambios impuesto por Simeone, y dejó un balón estupendo a Griezmann, de exterior, bombeado y a la primera, que el francés no pudo meter. Torres trabajó, intimidó, hizo cometer fallos a los rivales y recuperó balones en el centro del campo, sin atropellarse en las salidas como otras veces. Torres mostró que esas dudas permanentes sobre su juego no vienen de lo que hace o deja de hacer, sino más bien de opiniones ya formadas por este o aquel motivo que no merece la pena discutir, dada la cerrazón de unos y otros. Pero el partido de Torres ahí está, su contribución ahí está, su trabajo ahí está y allá cada cual a la hora de valorarlo; en caso de ver lo que no ocurrió recomendamos acudir a un especialista, preferiblemente con gafas y un espejito de esos en la frente.

La segunda buena noticia del primer tiempo fue Koke. Koke llevaba unos partidos sin llegar a romper en Koke, esto es, sin llegar a ser el todocamino diésel - que lo mismo vale para subir una cuesta remolcando un carromato que para conducir en nieve – con prestaciones de deportivo italiano cuando se trata de hacer el último pase o ponérsela en la cabecita a un rematador. En Sevilla sí pareció volver a ser el Koke de siempre: más metido hacia dentro en el campo, ambicioso, generoso, con personalidad para pedir al resto que subieran la presión, con calidad para dar el último pase entre los defensas (a Carrasco, por ejemplo) y para guardar el balón cuando hacía falta. Koke fue Koke en el primer tiempo y gran parte del segundo y el equipo lo agradeció volviendo a ser, por fases, el equipo apisonadora que recordamos durante los brindis de media tarde.

Quizás la aparición de estas dos piezas fundamentales animó al equipo a firmar un primer tiempo fantástico, pero quizás no. También se jugó muy bien contra el Valencia y en Coruña el primer tiempo, y en esos casos era Jackson quien estuvo (si bien no muy activo) y Koke no brilló tanto. Quizás sea pues cosa de otros factores, o sobre todo de algunos. Tiago, también ayer, está haciendo una temporada prodigiosa y su mano se nota en todas las fases del juego. Tiago consigue que la defensa juegue más tranquila, que tenga menos trabajo y más facilidad para sacar el balón. Tiago consigue también, incluso cuando Gabi no está bien como ayer, que el centro del campo ofrezca siempre alivio al resto cuando el rival presiona. Con Tiago la vida de todos es más fácil, igual que la vida de Tiago es más fácil cuando Koke está bien y cuando Filipe Luis está bien, algo que ocurrió ayer en bastantes ocasiones en las que el equipo salió mandando de la presión, jugando donde otras veces se despeja. Si Koke vuelve por sus fueros, como parece, Tiago estará aún mejor. Y si Griezmann vuelve a querer jugar al fútbol ayudando  al centro del campo en vez de esperar balones que le permitan mejorar estadísticas, la que se puede formar es de traca.

Como ocurriera contra el Valencia y en Coruña, el Atleti pudo irse al descanso con 0-3 y el partido solucionado y no fue así. Griezmann falló una buena ocasión a pase de Torres y Carrasco, muy activo y vivaracho aunque a veces excesivamente individualista, tuvo otra a pase de Koke. El 0-1 avivó la duda entre la afición, imaginamos que más aún entre aquellos que gustan de anunciar la inminente llegada del Apocalipsis en forma de empate tardío, y la duda no se despejó hasta el final. No sobra, sin embargo, la crítica a los jugadores por no cerrar los partidos cuando se puede, por meter menos goles de los que el equipo merece.

Es cierto que el Atleti pasó apuros al final, como es cierto que de no ser Oblak un portero superlativo el Betis habría marcado al menos un gol. Pero también es cierto que el Atleti falló ocasiones y ocasiones que evitaron que  el partido acabara 0-3 o 0-4, resultado que no habría sido injusto. Falló Griezmann un par de ocasiones claras, y esto no sería un problema si no fuera porque falló por egoísta y por blandito. Falló Óliver Torres al rebañarle un defensa un balón bien controlado y Vietto ni falló, aunque volvió a dar la sensación de que no le importa esconderse entre los centrales cuando la cosa está achuchada. El Atleti falló y falló ocasiones en el segundo tiempo que había creado con relativa facilidad gracias a pases en profundidad de Gabi, Tiago y compañía, y eso que con la salida de Koke, Carrasco y Torres había dejado de mostrar esa furia y presión alta que en el primer tiempo acabó con el Betis. Porque el Atleti, con Óliver, Vietto y Griezmann haciendo labores de ataque, pasó a convertirse en un equipo blandito y despistado de tres cuartos para adelante, desconocedor de lo que había en juego, asustadizo y egoísta en la definición, como los equipos de infantiles que buscan epatar al entrenador sin pensar en los demás, como el equipo que Simeone no debería tolerar más veces.

Por suerte, ese apéndice frontal del equipo, blandito y asustadizo, estaba sujeto a un ancla de petrolero a prueba de tifones con nombre de señor, como Joaquín. Con Tiago pagando el esfuerzo del primer tiempo (como ya pasara en Coruña, donde no contó con la ayuda de los dos de delante durante casi todo el partido) y la mala tarde de Gabi (fallón en balones fáciles aunque brillante en algún pase al hueco), el protagonismo bajó una línea y se acercó al área chica. Oblak volvió a hacer un paradón memorabe, Filipe Luis jugó quizás el mejor partido de este año, Gámez transmitió tranquilidad y poderío y Savic, muy sobrio y correcto, dio muestras de poder suplir con garantías a Giménez, ni más ni menos.

Pero por delante de toda una defensa entonada y seria emergió, de nuevo, la figura de Godín. Godín sacó el balón, cortó ataques, intimidó a los rivales por anticipación y ganas y remató a puerta varias veces. Por si esto fuera poco, bastantes de estas cosas las hizo tras recibir un porrazo monumental en la cabeza en un choque con Adán, primero, y un golpe aún mayor al llevárselo puesto N’Diaye, centrocampista con hechuras de flanker que mira sólo al balón cuando entra de cabeza. Pero hace falta algo más que un portero grandote y 90 kilos de centrocampista lanzados con velocidad de hombre bala para parar a nuestro uruguayo: Godín, con un esparadrapo en la frente como los accidentados de los libros de Mortadelo, siguió jugando al máximo nivel, disputando todos los balones y rematando (¡de cabeza!) si hacía falta, haciendo las veces de delantero centro cuando no hay uno en el campo (como suele ocurrir cuando el que juega es Martínez). Como muestra, un botón: en un choque entre Godín y Adán (1.90, 92 kilos) Godín salió con una tirita sobre la ceja mientras que el portero rival pedía el cambio con los previsibles dolores en la cabeza y también, ya de paso, en un pie. Anoten Vds, traumatólogos del Mundo: sólo Godín es capaz de lesionarle a alguien un pie de un cabezazo en la frente. Mejórenlo si pueden.

Ajeno al catastrofismo de la afición experta y de los columnistas que buscan no se sabe bien qué, el Atleti anda allí donde todos querríamos verle a estas alturas de temporada.  Salvo el partido de Astana, el balance de juego de los partidos contra Valencia, Deportivo y Betis es más que positivo, por más que nos hayan contado hasta la saciedad lo contrario. Sabemos que aquellos que presumían de contar con la clave que le faltaba a Simeone para hacer jugar el equipo dirán ahora que lo que ha ocurrido es exactamente lo que ellos dijeron, con lo que estarán muy orgullosos de que el equipo ahora juegue bien a pesar de haber dicho una cosa hace diez días y exactamente lo contrario hace cinco. Tampoco hay que menospreciar el hecho de que sí el Atleti hubiera ganado el partido en casa contra el otro equipo grande de la capital (como mereció), y Giménez no hubiera tenido un fallo puntual e infrecuente en él, ahora mismo el equipo sería co-líder junto al públicamente admirado Barcelona. Pero las cosas, ya saben, son diferentes según cada uno quiera verlas y entre los propios aficionados colchoneros hay más fatalismo y afición por la sentencia de los estrictamente recomendables para ver el bosque tras los árboles.  

Eso sí: nosotros a lo nuestro, a pesar también de muchos de los nuestros.

lunes, 9 de noviembre de 2015

De nueves, banquillos y gradas

El Atleti jugaba contra un rival querido, el Sporting, y lo hacía a una buena hora: ni demasiado pegada a la hora del pacharán, ni demasiado pegada a la hora de la cena. Hacía buen tiempo, el campo estaba lleno (con muchísimos rivales) y la cerveza estaba fría; ¿qué podía fallar? Naturalmente, como no podía ser de otra manera, las cosas no salieron como uno pensaba.




Salió el Atleti con el equipo que casi todos habríamos sacado, con la excepción de Jackson Martínez, uno de los jugadores más que más discusiones protagonizan, no tanto por la opinión que de él se tiene (que, a día de hoy, es bastante generalizada) sino por los efectos colaterales que su titularidad implican. El caso es que el Atleti salió con un equipo bien majo y, así de salida, prácticamente nadie habría mostrado disgusto o sorpresa viendo la alineación sobre el papel.

Enfrente salió vestido de amarillo y con una media de altura de equipo de balonmano el Sporting de Gijón, uno de los equipos que más alegría nos da ver por el Calderón y que más aficionados (y más majetes) atraen. Los alrededores del estadio estaban llenos de seguidores asturianos y lo mismo pasó en las gradas, y no sólo en la zona acotada para visitantes (desde ayer con unas vallas anti lanzamiento de objetos que se antojan bajas para el ultra visitante medio, normalmente de brazo recio y sesera corta), sino por todo el estadio. Los seguidores del Sporting, como viene siendo tradición, llegan en tropel al Calderón y ocupan asientos mezclados entre los locales, como debe ser y como tanto nos gusta. El caso es que  frente al Atleti se situó otro equipo, y esto es algo que no todo el mundo percibió hasta que salió el tema un rato después, ya en los bares.

La crónica empieza por el  equipo rival, cosa extraña en este blog, pero para eso hicieron los visitantes un partidazo. Ordenado, sin fisuras y robusto, bien organizado, correoso pero sin pegar demasiadas patadas, sabiendo lo que hacía y convencido de su sistema, el Sporting cuajó un estupendo partido defensivo, esa faceta del fútbol que los narradores desprecian quizás por pertenecer todos ellos al exclusivo club de jugadores de pellizco, manita girada hacia el exterior y conducción de balón con el exterior y la cabeza levantada. Hay muchas formas de entender el fútbol y algunas de ellas no desprecian el fútbol sólido y solidario de los equipos modestos, el tesón que hace a jugadores menos brillantes parar a los más dotados, el rigor táctico y el convencimiento de que el sistema trabajado dará frutos si cada uno hace su trabajo. Quizás por haber jugado mucho en equipos malos, el que suscribe es uno de estos fans del futbol solidario de sudor y ayudas; quizás por ello el Sporting de ayer le pareció un muy buen equipo de fútbol, difícil de descolocar, poderoso por arriba y hermético a la hora de dar alternativas al rival, en este caso un Atleti más potente pero con muchísimas dificultades para hacer juego. El Sporting defendió bien en dos líneas bien formadas y convencidas de su juego, con un par de jugadores, Jony y Halilovic, rápidos en la salida y el contragolpe y con cabeza suficiente para gestionar la sorpresa del equipo que llevaba el peso del juego, en este caso el Atleti. En ambas mitades la mayoría del tiempo se pasó en campo asturiano, y aún así las ocasiones más claras fueron de los visitantes, que no marcaron gracias a un portero superlativo, Oblak.

Ante este equipo rocoso y grandote, el Atleti planteó ese partido que no le gusta jugar: contra un rival atrincherado, contra un equipo cerrado en el área chica y un portero que va bien por alto. Con pocos espacios por delante de los centrocampistas, el partido fue un tormento para un delantero grandote y necesitado de espacios como Jackson, que carece, entre otras cosas, de las virtudes de Mandzukic en estas lides. Con el Atleti apretando en tres cuartos, sin demasiados problemas para llevar el partido hasta la zona en la que esperaba el medio campo rival, el juego se complicaba sobremanera cuando la línea del centro del campo del Sporting iniciaba la presión. El Atleti no gusta de estos partidos que se resuelven con sistemas de balonmano, circulando el balón de lado a lado buscando pases laterales que terminan en un avispero en el que los centrales eran mucho más aguerridos y potentes que Jackson, en el que Griezmann se limita a intentar pescar un rebote que le permita meter ese gol tan suyo con la punterita o la cabeza.

El Atleti buscaba mover al Sporting de lado a lado, más bien de izquierda a derecha, agolpando jugadores en la banda en la que Carrasco, de nuevo destacado, y Filipe Luis, tocaban con la idea de agolpar rivales para, una vez forzada la basculación del resto del equipo visitante, cambiar rápido el juego para que fuera Juanfran quien entrase: la táctica que tanto resultado dio el año de la Liga. Juanfran, como siempre, aceptó el reto y subió y subió con acierto hasta que se rompió, quizás sobrecargado tras tantísimos minutos sin recambio. En el segundo tiempo salió Gámez y lo hizo estupendamente, como si llevase jugando todo el año de titular. Un buen profesional y un buen jugador, Gámez.

El Atleti no parecía encontrar la vía de entrar por los lados y, aun así, sólo insistía en esa fórmula. Con Tiago llevando el mando, quizás con una pizca menos de brillo que en otros partidos debido a la ausencia de espacio y acumulación de minutos, Gabi dio un recital en las ayudas y en algún buen pase largo pero no contribuyó a desenmarañar la madeja del Sporting. Con Koke trabajador aunque algo espeso y Carrasco – el más incisivo - sin espacios, con el partido controlado por el Atleti y curiosamente también controlado por el Sporting, el Atleti seguía buscando balones laterales. Ni por abajo ni por dentro ni por el centro ni a baja altura, el Atleti seguía buscando balones altos frente a dos centrales poderosos (uno de ellos, Bernardo, un auténtico muro) y con el teórico objetivo de alimentar la cabeza de Jackson Martínez, de quien se diría que permanece indiferente a pesar de estar en el centro del huracán. Jackson, que tiene físico suficiente para pegarse con la mayoría de porteros de discoteca de la zona Sur de Madrid, carece sin embargo de lo necesario para hacerse valer en esa zona: no salta ni pelea como otro colombiano, más bajo y ligero, que anduvo por aquí hace unos años. Tampoco se faja como un croata de nariz contusionada que también ocupó ese sitio, ni tienen el don de desquiciar a los rivales que tenía otro de sus predecesores, en este caso nacido en Lagarto y con cara y conducta de rufián. Jackson parece más cómodo fuera del área - apoyando en el medio campo y descargando hacia los lados como hizo en el primer cuarto de hora de partido - que metido en la pelea, donde se limita a meterse entre los dos centrales y ver la vida pasar dando sorbitos al té. Cómodo en una posición en la que no le llega casi ningún balón a menos que fallen los rivales, dando pocas ayudas a los compañeros aparte de vestir una camiseta amiga a la que apuntar cuando se hace el centro, Jackson juega más de boya de atraque que de nueve en muchas fases de los partidos. Jackson espera tranquilo a ver si hay suerte y le llega un balón, viviendo su partido sin saltar a pelear o presionar o buscar la anticipación, se diría que inmerso en pensamientos abstractos y profundos o haciendo cálculos mentales sobre la cantidad de briznas de césped que existen en el terreno de juego, sobre cuánto gastaría su coche si en las cuestas abajo pusiera el punto muerto, si, una vez retirado, sería buen negocio poner una tintorería en Barranquilla.

Jackson lleva ya un tiempo en el equipo, ha sido titular en muchos partidos y aún no parece enterarse de qué va el tema. No se sabe si por lo elevado de su precio o por si fue una apuesta personal de Simeone, Jackson parece instalado sin demasiados problemas en la posición de 9 titular, lo que tiene efectos colaterales que, entre otras cosas, están llevando a la afición a la histeria. Jackson trabaja menos de lo deseable y acierta también menos de lo deseable, y hay quien lo achaca a que es un petardo monumental y hay también quien piensa que hay que tener fe y que es cuestión de tiempo. El caso es que los días pasan, Jackson no carbura y el juego del equipo se resiente de su poética ausencia presente, como también acusa la inactividad y falta de ganas de Griezmann, desaparecido en períodos larguísimos de los encuentros, sólo maquilladas por varios goles decisivos cuyo mayor mérito, muchas veces, fue únicamente estar ahí, ni más ni menos: estar ahí, eso sí, es algo que no está al alcance de muchos.

La presencia de Jackson, además, ha terminado por relegar del todo al banquillo a Fernando Torres, que empezó la temporada con exhibiciones físicas y metiendo goles importantes. Torres, es cierto, está ahora impreciso y fallón, y uno no sabe si es porque no juega lo suficiente al estar Jackson por delante, o si es que Jackson está ahí porque Torres está especialmente impreciso y fallón en los entrenamientos. Pero Jackson también está impreciso y fallón y sin embargo goza del apoyo sólido del banquillo, algo que no parece tener Torres a juzgar por las declaraciones del entrenador. Algún periodista ha tomado esta teórica inquina como bandera y la enarbola cada cinco minutos, autoerigido en ariete anti-Cholo. Y, ya de paso, la afición toma partido en la polémica y, como viene siendo habitual en el Calderón, se polariza: los que no entienden la suplencia de Torres cargan contra el Cholo y le acusan de celoso, injusto y cerril; los que creen que Torres no debe jugar defienden al Cholo a capa y espada, llaman ignorantes y desagradecidos a los que critican sus decisiones, tiran de historial y del concepto de la lealtad y la memoria y, en algunos casos, cometen la torpeza de faltarle al respeto a Torres y le ponen de petardo para arriba. Qué cosas, oiga, como si el historial, el respeto y la memoria sirvieran para defender a Simeone pero no, curiosamente, para defender a Fernando Torres. A Fernando Torres, ni más ni menos.

Como en tantas otras cosas, una buena parte de la afición del Atleti muestra su atávica incapacidad para ver las cosas desde el punto medio y para defender su postura sin faltar al respeto al de enfrente, algo curiosamente ridículo cuando hablamos de dos tipos, Simeone y Torres, cuyos nombres quedarán escritos con letra de oro en la historia del equipo. Ayer, el cambio de Carrasco por Óliver Torres fue pitado en el campo y, la verdad, era difícil de entender: Carrasco había sido lo más incisivo del equipo y Óliver Torres viene de hacer varios partidos muy grises. Los silbidos, quizás feos, podían entenderse; sin embargo, han servido para alimentar la pelea. La afición del Atleti, ya saben, esa que lo mismo ponía de vuelta y media a Raúl García que ovacionaba a Reyes en cuestión de pocas semanas, ahora se ha dividido una vez más, con una parte erigida en azote de Simeone y otra volcada en la defensa pretoriana de cualquier decisión del Cholo. La afición del Atleti, la que ha callado durante años ante las tropelías del palco pero silbaba con virulencia cada fallo de Perea, la que gustaba de reírse de Pernía cuando intentaba hacer honradamente su trabajo llevando nuestra camiseta mientras asistía impávida al expolio del Club y la malventa del estadio, la que presume de haber pasado la travesía del desierto y los años negros de Manzanos y Luccines para, llegados los tiempos de bonanza, buscar problemas donde debería haber motivos para la unión, ahora muestra una vez más su asombrosa capacidad de no ver más allá de sus narices y se enzarza en una pelea de unos contra otros, que al final es lo nuestro: también pasó el año pasado, cuando parecía que para defender a Arda Turan había que despreciar a Raúl García. De paso sea dicho, parece que no se aprendieron ciertas lecciones.

Porque si al Atleti se le puede acusar de no haber encontrado la forma de entrar en la empalizada del Sporting, haber sesteado en el segundo tiempo de Coruña y no dar una contra el Astana, a la afición del Atleti se le puede echar en cara también unas cuantas cosas. Se diría que la afición del Atleti ha perdido, con esto de los años buenos de Simeone, la capacidad de percibir la realidad como realmente es. Se diría que la afición ahora exige ganar todos los partidos por aplastamiento, olvidando que el año en el que se ganó la liga con brillantez también se estuvo varias veces con el agua al cuello en casa y fuera, borrando de la memoria esos malos partidos que terminaban con el equipo achicando agua a cabezazos desde el área pequeña. Se diría que la afición se ha creído más de lo que realmente es, exigiendo juegos florales, rondos humillantes para los rivales, fútbol de fantasía y tanteos de escándalo, algo que no es sino excepcional en la historia de este equipo nuestro. Se diría que los éxitos del equipo han tenido en la afición el efecto de convertir a cualquiera en entrenador diplomado, analista contrastado y experto internacional de la propia plantilla, pero despreciando al mismo tiempo a los equipos rivales con gesto de gañán enriquecido gracias a un yacimiento petrolero en su bancal. Se diría que la afición del Atleti, la fiel, la entregada, la ruidosa, la leal, se va convirtiendo poco a poco en algo que despreciábamos hasta hace bien poco.

Contra el Sporting la afición se mostró fría, algo distante, se diría que altiva, no dignándose a animar durante buena parte del encuentro en el convencimiento de que el partido terminaría por ganarse por mera intervención de la ley de la gravedad; cuando la afición se dio cuenta de que el tiempo se echaba encima y no se encontraban soluciones, lejos de animar la reacción general fue protestar, gruñir, fruncir el ceño, abrazar la histeria. Amestallada, anoucampada, la afición parece exigir ahora té perfumado en porcelana china mientras, qué cosas, presume de apreciar el sabor áspero del tinto de bota. Qué cosas, oiga, qué cosas.

Que el Atleti puede y debe mejorar no sólo es cierto: es lo que va a ocurrir. Que Jackson no está bien es un hecho y no debe empujar a debates; que Simeone debería al menos probar con otras cosas (Correa y Griezmann delante, Griezmann al banquillo alguna vez, Carrasco por delante de la media en algún partido, Torres en partidos con espacios) es también incuestionable. Que la situación actual lleva al absurdo es más cierto que todo lo demás. Que a la afición del Atleti hay veces que no hay quien la entienda es verdad; que en ocasiones no hay quien la aguante, también. 

jueves, 5 de noviembre de 2015

Del valioso punto medio entre el Santo Job y el nuevo rico

Diez días después del buen partido contra el Valencia y la sensación general de que se había alcanzado la velocidad de crucero, el Atleti parece ahora estancado, triste y gris, soso y deprimido. Para algunos, demasiado cansado y algo saturado cuando sólo llevamos unos cuantos partidos de liga y pocos de Champions; para otros, un equipo lamentable abocado al fracaso, con una plantilla fatal construida, dos delanteros centro para el matadero, un entrenador desquiciado y excesivamente conservador y un banquillo que no está a la altura del Club, de su Historia y, sobre todo, de su afición siempre experta y mesurada.
Que el Atleti jugó mal el segundo tiempo en Coruña es un hecho y así se ha comentado. Que la explicación fuera una u otra, que el quid esté en la delantera o en el banquillo, en la media o la defensa, en Jackson o Giménez, es cuestión de gustos, reflexión, conocimiento y prisas en el análisis. 

Que el Atleti estuvo tristón y plano en Astana también es un hecho. Que el equipo que sacó Simeone, con tres novedades respecto a los titulares que tan bien jugaron contra el Valencia, debería en teoría ser bastante para hacerse con el control del juego y ganar, sin excesivos problemas, a un equipo menor es algo que casi todos habríamos afirmado. Que esto no ocurrió es una verdad científica; que el partido fue un petardo, una realidad demostrable. Que ambos acontecimientos pueden ser considerados como una mala tarde de esas que tiene cualquiera es también admisible, más admisible que la catastrofista lectura que de 135 minutos hacen algunos.

Que los fijos de Simeone parecen resolver con más o menos acierto pero con solvencia sus actuaciones no parece algo discutible, salvo alguna cosa como dicen ahora los líderes. Que Godín suele estar a buena altura a pesar de algún fallo puntual es un hecho. Que Giménez falló en Coruña y en Astana se quedó corto en una carrera contra un delantero y dio un paso a un rival es cierto, tan revelador como que es noticia que un tipo de veintipocos años haga tres fallos en dos partidos: Giménez es un gran jugador y nadie en su sano juicio dudaría de su valía para este equipo. Que Juanfran juega prácticamente todos los partidos desde hace ya meses a un nivel que, como mínimo, es de notable alto es también un hecho demostrable. Que Gabi puede no estar al nivel del Gabi deslumbrante del año de la liga puede ser verdad, pero también es cierto que si no tuviéramos esa referencia Gabi sería un jugador que nos tendría no sólo satisfechos sino tranquilos es ampliamente reconocido por la parroquia colchonera. Que Koke debe ser titular incluso cuando no anda del todo fino porque, incluso estando gris, tiene un efecto espesador de salsas que hace que el equipo juegue más junto, más trabado y sólido que cuando no está. Que Tiago es el jefe del equipo, el carburador, el metrónomo, la brújula y el doble procesador es cada vez más claro. Este núcleo fundamental parece inamovible para Simeone y quizás también para la afición en general, incluso para el irritado colectivo cuestionacholos que últimamente discute todo lo que hace Simeone. Así, el problema no parece estar ahí.

Que Griezmann está en ese grupo innegociable es también un hecho. Griezmann juega todo, rara vez es cambiado e incluso en los partidos en los que pasa totalmente desapercibido, que últimamente son muchos (o más bien casi todos) y rara vez se ve una crítica a Griezmann en los comentarios de bar (Nota: excluida buena parte de la prensa como fuente fiable de opinión y definitivamente excluidas las redes sociales por excesivamente radicales, inmediatas, histéricas y llenas de opiniones toropasadistas que buscan más realzar lo muchísimo que sabe el opinador ventajista que de buscar la verdad, los bares parecen la única fuente posible para recabar la opinión general). Algunos pensamos que Griezmann debería ser cambiado con más frecuencia y que incluso no le vendría mal empezar algún partido en el banquillo: Griezmann se sabe indispensable y sin sustituto y, lo que es peor, parece convencido de que no será sustituido ni criticado por más que pase 85 de 90 minutos correteando lejos de su marca y desenganchado del juego. El resultado es que Griezmann, jugador finísimo y superior en casi todo a la mayoría de sus rivales, desaprovecha sus condiciones en demasiados casos, quizás por pensar en futuros compromisos en su país natal más que en meter el pie cuando viene un central con malas pulgas a disputarle el balón. Griezmann, que debe marcar la diferencia, últimamente no la marca y no pasa nada por decirlo.

Que el resto de titulares en Astana son cuestionables es algo posible. Que Siqueira es un desastre pero que debería valer para jugar el partido no parece descabellado; que Saúl alterna partidos estupendos con actuaciones gris perla es un misterio pero no motivo suficiente para dejar de contar definitivamente con él. Que Torres está desacertado y acelerado en la definición y trabajador pero insustancial en la pelea es cierto, pero no es motivo suficiente para dudar de que su presencia en el equipo pueda poner en aprietos a la defensa de un equipo kazajo del que nadie había oído hablar hace unos años y mucho menos para faltar al respeto a un jugador que es historia viva (y a buen nivel) del Atleti, sobre todo cuando su único sustituto natural es un colombiano que tiene aún que correr muchos kilómetros y meter muchos goles para hacer sombra a un tobillo de Fernando Torres. Que el Atleti, en fin, sacó en Kazajistán un equipo que debería ser solvente no es algo que podamos dudar más que a toro pasado; que las conclusiones que se están sacando tras el partido parecen exageradas también parece indudable. 

Volvamos al punto inicial. Hace diez días el Atleti ganaba al Valencia (flojo, pero el Valencia) y se llevaba un resultado corto tras un muy buen partido. Desde ese día, en el que la gente salió del Calderón contenta con el equipo y viendo un futuro radiante, el Atleti ha jugado dos partidos: uno, en Coruña, en el que empató tras hacer un buen primer tiempo y un mal segundo. El otro, en Astana, también terminó en empate y se jugó de forma bastante triste. En tan corto tiempo, gran parte de la afición atlética ha pasado de la confianza y el optimismo a la rabia y la crítica al banquillo; en total, 135 minutos malos.

Es verdad que el equipo no ha demostrado hasta ahora en la temporada el control y el juego de hace un par de temporadas, aunque también es verdad que el equipo va cumpliendo con el guión establecido hasta ahora, instalado en posiciones previsibles a estas alturas de la temporada. El equipo, renovado y con bastantes incógnitas sobre todo en el medio campo, ha respondido sólo a medias a las expectativas creadas, y eso es para algunos motivo de reflexión y necesidad de más tiempo; para otros, causa de divorcio, motivo de bronca y demostración definitiva de que el entrenador está finiquitado y el ciclo ha acabado. El aficionado esperaba un equipo de más toque y control, con más talento que músculo y más posesión de balón pero es verdad que el Atleti actual sigue siendo un híbrido entre el equipo vehemente de presión alta y solidaridad constante de hace un par de temporadas y el equipo dominador del balón con gusto con el juego fino que las alineaciones sugieren. La transición no está siendo rápida, o quizás es que 14 partidos oficiales (o por ahí) no sean suficientes para cambiar de modelo, para disipar dudas o evitar la tentación de volver a lo que siempre funcionó.

Es curioso sin embargo lo muchísimo que sabe la afición sobre cómo ir cambiando el estilo de juego de un equipo que ha cambiado gran parte de piezas fundamentales en tan poco tiempo. Es también curioso cómo tras los malos partidos arrecian los recordatorios de todos aquellos que dijeron en su momento que la plantilla estaba mal hecha o que el centro del campo era demasiado inexperto (algo de Perogrullo, por otra parte, de lo que tampoco hay que sacar mucho pecho), mientras que cuando las cosas van bien el silencio es solemne. Es llamativo ver cómo la afición del Atleti considera excéntrica, injusta y disparatada esa reacción tan de Mestalla de montar en cólera a la mínima contrariedad, como si el equipo estuviera predestinado a ganar con facilidad cualquier partido y siempre por aplastamiento a los veinte minutos de juego, pero sin embargo pone de vuelta y media al entrenador y los jugadores tras partido y medio malo sin impacto devastador en los planes de futuro del equipo. Que la afición se haya acostumbrado a ganar es algo positivo, porque de esa manera sube el nivel de exigencia sobre banquillo y jugadores (curiosamente no sobre el palco, ya saben); que esa exigencia se torne en furia nuevoriquista e infantil cada vez que las cosas no van bien resulta un pelo sonrojante. 

El Atleti lleva pocos partidos de liga y pocos partidos de Champions, demasiado pocos como para sacar conclusiones definitivas o perder la esperanza de un mejor juego y una buena temporada. Sin embargo, algunos desatan su furia amparados en el cómodo paraguas del “es que no se va a poder criticar o qué”, como si alguien hubiera prohibido en efecto hablar mal de Simeone. Es cierto que Simeone parece no haber dado con la tecla definitiva y parte del equipo no acaba de entender qué se quiere de él; los cambios suelen hacerse tarde y no suelen mejorar lo visto en el campo, por lo general. Todo eso son críticas legítimas, pero la conclusión que se extrae de ellas no debería ser, necesariamente, que al Cholo se le olvidó el fútbol tal y como sugieren los expertos de salón y algunos periodistas inoculados con el virus obsesivo de la inquina. Se supone que la paciencia es una de las virtudes de la afición atlética, pero cuando llega la hora de mostrarla últimamente parece que brilla más la querencia voceras del nuevo rico que la emulación del Santo Job. En el punto medio, como en casi todo, está esa virtud que pocas veces sabemos encontrar. Una pena.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Venirse arriba, echarse atrás


Se nos ha acabado el Mundial de rugby y uno no sabe muy bien qué va a hacer con su vida a partir de ahora. Se nos acaban los himnos y los partidos maravillosos, se nos acaban los rucks y las cejas rotas, las carreras suicidas en dirección al avispero, las explicaciones de los árbitros, las gradas sin incidentes, los gestos de respeto y gallardía, los botes irregulares y los malabares en plena carrera. Se nos acaba de acabar el Mundial y ya estamos mirando el calendario para ver cuándo hay test matches, cuándo empieza el 6 Naciones, cuándo se juegan los siguientes partidos de ligas nacionales, internacionales, profesionales, amateurs.

Este Mundial en el que nos ha asombrado Argentina, nos ha alegrado la vida Japón, nos han defraudado ingleses y franceses (como en casi todo), nos ha asustado Georgia y nos han maravillado los amateurs uruguayos terminó por todo lo alto, con un partido monumental. All Blacks y Wallabies, enemigos eternos que disputan el derby del Sur desde que hay rugby y, por tanto, alegría de vivir, jugaban en Twickenham con medio planeta mirando y no defraudaron. Con los neozelandeses de claros favoritos y los australianos como justos finalistas a pesar de que nadie daba tanto por ellos al principio del Mundial, en Londres se vio un partido precioso.

Nueva Zelanda ganó justamente un partido que dominó en su mayor parte, en el que tuvo algo de suerte a favor y en el que no perdonó cuando tuvo ocasión de finiquitar la faena. Dominadores en el primer tiempo, los All Blacks se encontraron con la temible tercera línea australiana de Hooper, Fardy y Pocock, el último quizás el hombre del Mundial y el protagonista de una variante táctica que posiblemente empecemos a ver más a partir de ahora: la desaparición del 8 grandote y su sustitución por un flanker más dinámico y ligero, rapidísimo a la hora de llegar al breakdown y especializado en garantizar o recuperar la posesión cuando el balón va al suelo. Pocock y Hooper han dado una lección todo el Mundial y lo mismo hicieron en el primer tiempo de la final, recuperando balones que los All Blacks habían llevado hasta su 22 con la rapidez que los partidos previos prometían.

Al dominio de los All Blacks en el primer tiempo se sumaron un par de desgracias australianas: dos lesiones, una de esas de las que duelen al ver en la televisión cómo se troncha una rodilla, y un ensayo neozelandés en el que pareció haber un claro pase adelantado que no puso en duda ni el árbitro ni el TMO. Con más ventaja de la que parecía justa en contra, Australia empezó la remontada y ensayó un par de veces, desaprovechando en parte una superioridad por sin bin (quizás exagerado) del enorme Ben Smith.

Pero con Australia a tiro de golpe y cuando los nervios empezaban a hacer presa en los neozelandeses, emergió como un gigante la figura de Dan Carter. Primero con un drop lejano y bajo presión, y después con un golpe lejanísimo transformado tras una indisciplina australiana en la melé, Carter decantó el partido en el momento preciso como hacen los grandes. No contento con esto, los diez últimos minutos fueron un recital de placajes del apertura neozelandés, una faceta en la que no había destacado nunca especialmente. Con Carter a nivel de estrella, con McCaw hiperactivo y omnipresente, con Ma’a Nonu ensayando a la carrera tras offload (una vez más) de Sonny Bill Williams y con Conrad Smith demostrando ser un jugador con inteligencia de entrenador, los All Blacks se llevaron su segundo Mundial consecutivo y, posiblemente, el título de mejor equipo de todos los tiempos.

Lo malo de todo esto es que ahora nos queda volver al fútbol y sus gradas histéricas y maleducadas, sus jugadores simulando agresiones, sus árbitros sobreactuados y arrogantes, sus estrellas vestidas de Halloween interrumpiendo a un colega de profesión, sus halagos desmesurados hacia jugadores más pendientes del cutis que del respeto, sus oleadas de críticas y defensas infantiles en las redes sociales cada vez que ocurre una nimiedad. Nos queda ahora un tiempo en el que nos acordaremos de los pasillos que las estrellas hacen a los equipos amateurs reconociendo su valor a pesar de los tanteos abultados, de los jugadores que afean a sus propios compañeros cuando celebran de forma irrespetuosa, de las estrellas mundiales que acatan sin discusión cada decisión del árbitro, de las explicaciones pausadas y convincentes de los árbitros cada vez que pasa algo serio. Nos acordaremos, claro está, de Nigel Owens cada vez que veamos a Undiano Mallenco. 

Vénganse arriba, ya queda menos. Eso sí, que vuelva pronto, por Dios.
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Detecta uno entre la parroquia atlética un enfado grandísimo con Simeone por lo ocurrido en el partido de Coruña. Simeone tira el partido, Simeone se acobarda, Simeone no sabe gestionar partidos que habría que matar antes. El empate en Riazor ante un Depor que, ya de paso, no está funcionando mal (14 puntos, a 6 del Atleti, a 1 del Valencia, 2 por encima del Sevilla, 5 por encima de la Real Sociedad) ha hecho, una vez más, mutar la opinión del aficionado rojiblanco tras la confianza que dio el buen partido ante el Valencia. Cosas de la afición, cosas de los cambios de opinión, cosas, posiblemente, de las redes sociales en las que se vuelcan en veinte segundos opiniones que se tardan dos segundos en formar y ninguno en repensar.

En Coruña el Atleti hizo un primer tiempo excelente con Tiago, de nuevo, de capitán general. El equipo que salió parecía el que hubieran firmado gran parte de los aficionados, exceptuando si acaso la presencia de Jackson, de quien hablaremos. Así que salió el equipo que parecía lógico que saliera, con Carrasco entre otros, y el equipo jugó durante todo el primer tiempo al buen nivel del partido anterior. Por tanto, uno diría que hasta ahí todo en orden: pocos aficionados habrían puesto en duda lo realizado hasta el minuto 45 salvo la incapacidad del equipo para cerrar definitivamente el partido  antes del descanso, como ocurriera con el Valencia: hay veces que el Atleti debería hacer presa en un rival que sangra y, sin embargo, deja que la herida cicatrice. Godín pudo marcar de un cabezazo estupendo, pero no fue así; un poco más de suerte en ese lance y un poco más de acierto de Giménez hacia el final del partido y quizás, haciendo lo mismo, el equipo habría terminado llevándose tres puntos con cero-dos y la gente que refunfuña andarían más tranquila con el Cholo.

Entonces, ¿qué pasa en el segundo tiempo? A diferencia del expertísimo público analista de las redes sociales, uno no lo tiene claro y baraja varias teorías. ¿Fue Simeone quien ordenó que el equipo se echara atrás? Es posible. En otros partidos hemos visto que el Atleti se echaba atrás en los segundos tiempos tras marcar un gol en el primero; de hecho, es algo bastante común en el Atleti que no debería sorprender (quizás sí irritar) al aficionado. Simeone gestiona bien los partidos defensivos y de hecho se diría que el equipo está construido de atrás adelante, con cuartos traseros poderosos y sólidos que sujetan todo el entramado ofensivo, desde la sala de máquinas a los pitones. Es común oír hablar al aficionado de lo mal que lo ha pasado el último tramo de partido con el equipo metido atrás, tan común como escuchar eso de que los jugadores están mucho más cómodos en esa situación que los aficionados: se diría que los centrales del Atleti solucionan con calma y solvencia cada jugada de esas que pone el corazón en un puño al aficionado en cuya retina permanecen sin borrarse los tiempos en los que cada pelota lateral era un peligro, en el que los balones botaban por el área pequeña sin dueño a tres minutos del final, en el que centrales y porteros tenían graves problemas de comunicación y hasta se intuían deficiencias auditivas, cognitivas e incluso afectivas.

Así que sí, es posible que Simeone, como tantas veces, echara el equipo atrás. No nos extrañaría que así fuera y de hecho nos parecería normal: lo ha hecho decenas de veces y casi siempre le ha funcionado bien, hasta el punto de haber convertido la defensa estanca y hermética de los últimos tramos de partidos en parte fundamental de la personalidad del equipo. Si uno echa la vista atrás recuerda muchos partidos terminados así, y un resultado más que positivo en muchos casos, sobre todo fuera, en liga y contra equipos teóricamente menores. Esto es, Simeone echa al equipo atrás en muchas ocasiones porque en casi todas esas ocasiones ha tenido éxito, no para molestar al aficionado medio. ¿Por qué entonces cambiar algo que a medio y largo plazo ha probado ser un recurso valiosísimo? ¿Para irritar a los afcionados nerviosos? ¿Para provocar a la grada? ¿Para contentar a los críticos de bar? No nos pega en Simeone. Lo que parece es que Simeone echa el equipo atrás porque le funciona.

Hay sin embargo una cosa que choca con esta posibilidad en este partido concreto: Simeone dice que el equipo se echó demasiado atrás, como si su deseo hubiera sido otro. Si Simeone ordenó echarse hacia el área propia, denunciar que el equipo hizo precisamente lo que él ordenó sería una traición enorme hacia un grupo de jugadores con los que Simeone cuida especialmente el equilibrio y el respeto. Podría ser, claro, y seguro que algún parroquiano de una taberna de Valladolid lo tiene claro, pero resultaría extraño que Simeone arriesgara el ambiente del grupo por justificar un empate en Riazor. Da la impresión de que el equipo se echó más atrás de lo que Simeone hubiera deseado, aunque, naturalmente, cabe también la posibilidad de que Simeone fuera una serpiente traidora a los suyos y no lo hubiéramos sabido hasta ahora.

La impresión que uno tiene es que el equipo se echó atrás él solito, y además se le puede encontrar la lógica al movimiento. Por un lado, como hemos comentado, la táctica le ha funcionado al equipo en multitud de ocasiones, con lo que por qué no hacer lo mismo que tantas veces facilitó la obtención de puntos limitando el desgaste. Por otra parte, el equipo venía de hacer un primer tiempo fantástico basado, sobre todo, en el desgaste del medio del campo. El medio del campo, que ya es talludito, tiene que jugar el martes en un campo helado tras ocho horas de viaje y volver al día siguiente, y todo ello sin demasiado recambio de garantías. Si el medio campo contara, como ocurría con otras alineaciones, con el apoyo constante en la presión de los delanteros, quizás podría desgastarse menos y llegar a la última media hora con más fuelle y ganas de presionar arriba. Si los delanteros tuvieran más casta y recorrido, quizás la idea de quedarse atrás y salir al contraataque sería una forma brillante de cerrar los partidos, pero no parece que sea el caso. Por último, el Depor que va en el pelotón que busca la Europa League (está a dos puntos) jugaba en casa y apretaba, que son cosas que pasan en el fútbol.

Y es que, incluso haciendo un mal segundo tiempo, incluso con el Depor echado arriba y jugando sin delanteros y con un medio campo cansado, el Atleti empató por un detalle. Giménez falló un balón de esos que nunca falla y que, pensamos, no volverá a fallar; Giménez, dicho sea de paso, se ha ganado con actuaciones brillantes y valientes el derecho a fallar de vez en cuando, incluso a regalar algún punto. Menudo es Giménez, oigan, a ver si el chaval no va a poder fallar una de cada trescientas. Si Giménez no falla, eso sí, el Atleti habría ganado un partido por oficio y peso específico, seguiríamos metidos en la cabeza de la liga y la gente consideraría al Cholo un estratega de primera. Y eso que, piensa uno, el Cholo tiene un par de cosas que mejorar.

La primera cosa mejorable está en la delantera, es colombiana y se llama Jackson. Jackson, que está destinado a ir a más, no funciona ni parece tener ganas de funcionar. Lento, despistado y poco combativo para lo que nos tenían acostumbrados los nueves que le precedieron, nos está haciendo echar de menos a Mandzukic y su pelea incansable, quizás torpona, quizás sobreactuada y malhumorada y quizás no apta para este equipo. Pero Jackson, que muestra a veces detalles de calidad, muestra también casi todo el tiempo detalles de blandura y despiste, de desapego. Cuando hace pareja con Griezmann y éste tiene uno de sus cada vez más frecuentes partidos sin protagonismo, la delantera directamente no existe: sólo ayuda a la presión alta un rato del primer tiempo y si el equipo se repliega y le toca aguantar como en Coruña o San Sebastián, no aportan al contraataque lo que aportaban otros. De paso, la presencia constante de Jackson en el once inicial está desactivando a Torres, quien sale presionado hasta el extremo, acelerado, impreciso e incómodo, lejos del Torres de hace bien pocas jornadas, el que marcó al Barça y reactivó al equipo en Eibar, el que aportaba como mínimo el trabajo y la furia que no aporta el colombiano.

El otro punto a mejorar para el Cholo es recuperar esa mentalidad fiera y casi suicida del partido a partido. Quizás porque los años pasan, quizás porque se ha perdido el efecto sorpresa de un posicionamiento nuevo que ahora comparten otros equipos, el Atleti tiende a sestear en partidos menos complicados, incluso a perder el pulso del rival en partidos que se complican, como el día del Benfica. Puede ser cosa de los nuevos, aún no impregnados del código samurai de los que ganaron la liga, o bien la propia autogestión del esfuerzo de algunos jugadores que acumulan muchos minutos, pero el caso es que se echa de menos esa actitud de Grupo Salvaje que el Atleti tenía hace un par de temporadas y que todos sabemos que es fácil de mantener.


Dicho esto, el Atleti sigue en plena pelea tras haber perdido dos puntos tras un fallo tonto de un jugador magnífico. En un clima normal, esto no sería importante ni provocaría el rasgar de vestiduras y rechinar de dientes al que la experta afición virtual es tan aficionada. Más preocupante es un delantero despistado y un clima general de reserva de esfuerzos, pero es más fácil, cómo no, creerse más listo que Simeone y leerle la cartilla táctica. Esperemos a ver qué pasa.