jueves, 27 de marzo de 2014

Bolsitos, autobuses, canchas


Dijo Simeone que había que ir al campo sí o sí, apeteciera o no, hiciera frío o calor, lloviera o tronase, pusieran en la tele una película de vaqueros o una de romanos y no hubo más que decir. Nosotros estaremos allí dando el callo, vino a decir Simeone, así que Vds, que son tan de los nuestros como nosotros mismos, también estarán allí, no se me hagan los longuis, no me sean flojos ni se me afrancesen. Nosotros calentaremos, haremos charla táctica, daremos arenga motivadora, nos abrazaremos en el vestuario, gritaremos hasta el trance y saldremos a jugar con los ojos inyectados en sangre, el corazón a muchas vueltas y la mente concentrada en hacerles a Vds felices, vino a decir Simeone, y de Vds sólo esperamos que, a cambio, estén allí. Un rato antes del partido, dijo Simeone, agarren Vds el bolsito, suban al autobús y vayan para la cancha; el esfuerzo no se negocia, ni el nuestro ni el suyo, oigan, venzan la pereza y el frío y hagan el favor de hacer su trabajo, llenen la grada y animen a los suyos, a los nuestros, a nosotros mismos, vino a decir Simeone con eso del bolsito y el autobús.

Eso dijo Simeone y la afición respondió a la llamada del Cholo con esa lealtad casi mecánica, zombie con la que los miembros del Clan cogen abrigo, escudo y espada al oír las gaitas que llaman a pelea y acuden al punto en el que se reúne el regimiento, esté donde esté. Habló Simeone y allá que se plantó la afición colchonera, a las diez de la noche en noche gélida de esas que prometen ser mucho más fría a medida que el río, socio del Atleti desde el manantial, se va viniendo arriba y llenando de humedad el barrio. Tras días primaverales en los que árboles y arbustos han aprovechado para lanzar brotes y flores y polen y colores fosforescentes a los parques de Madrid, el día anunciaba noche heladora y a fé que lo fue. La afición acudió abrigada hasta la punta de la nariz, con leotardos bajo el pantalón y bufanda gorda, con guantes y orejeras y así esperó a que el equipo saliera del vestuario para darle una gran ovación amortiguada por los guantes. Y entonces salió primero el capitán Gabi en camiseta de manga corta y, mirando a la grada, pensó:

   - Amos no me jodas esta gente qué friolera es, la Virgen.

Toda la grada sintió hasta vergüenza viendo desde el fondo de sus forros polares la cara de asombro de un tipo en camiseta y, disimulando, se abrió un poco el cuello del abrigo y dijo eso tan socorrido de “pues al final no parece que haga tanto frío”, esa mentira que la grada entera conoce, esa falacia interina que torna en militancia friolera a partir del segundo tiempo y que termina en indigna búsqueda de bar con caldo según acaba el partido.

¿Toda la grada, decimos? ¡No! Parte de la grada no dijo ni pío, ni se quejó ni nada. ¿Grada estoica quizás? ¡No! ¿Austera afición castellana? ¡Nada, nada! ¿Tropas de asalto curtidas en el frente de Azerbaijan, Land of Fire? Nada de eso. Ayer, al menos en grada de lateral, había un montón de japoneses la mar de educados, muchos ataviados con anoraks de un club deportivo de vaya a saber Vd qué deporte, otros con livianas cazadoritas de entretiempo que se antojaron insuficientes para abrigar nipones del frío húmedo del río. Los japoneses, eso sí, hicieron fotos de todo, se alegraron mucho del gol del Atleti, se durmieron sentaditos en sus asientos durante el descanso y, al terminar, se despidieron del que suscribe y de sus compañeros de grada con una gran sonrisa y un “enhorabuena” muy mal pronunciado y casi incompresible que, empero, fue muy de agradecer y muy agradecido. A uno le caen muy bien los japoneses por ser muy educados y llevar grandes gafas desde edades tempranas, y desde estas líneas saluda al pueblo Nipón,  en especial al de Osaka, ciudad salada de humor fino probablemente hermanada con Cádiz cuyo derbi futbolístico disputan Cerezo y Gamba, ¿se puede tener más gracia, oiga?

Salió el Atleti a jugar un partido que debía ganar y que absolutamente todos en la grada teníamos claro que así sería hasta que se empezó a jugar, que es cuando a todos se nos encogió un poco el alma y a los japoneses también los ojos. Ausente Filipe Luis y con Koke de descanso más que merecido, el Atleti salió con Insúa en el lateral izquierdo y con Cebolla por delante, con Tiago en el centro y Villa con Diego Costa delante. Más cambios por la izquierda, alguno por delante, poco más … y nada menos. El Atleti, a pesar de tener enfrente un rival flojete, a pesar de jugar en casa, a pesar de ser el líder de la liga, las pasó canutas a ratos y mal otros, incapaz en muchas fases de crear juego e imponerse, ofuscado y algo perdido en la maraña visitante, con poca luz y pocas ideas. El análisis de ayer debe hacerse por tanto al contrario: no es llamativo tanto lo que se vio como lo que no se vio, y en particular Koke y Filipe Luis. El primero, el pegamento que hace jugar junto al centro del campo, subir y bajar en bloque; el segundo el florete que entra por la banda en la que se agolpan los jugadores de más calidad del equipo para provocar superioridad hasta, en caso de no encontrarla, buscar en un par de toques largos y rápidos a Juanfran por el otro lado. Y si ayer quedó algo claro es que ni Insúa es Filipe Luis ni Cebolla es capaz de suplir con su entrega y nervio la calidad en ataque del brasileño ni la capacidad de hacer fácil lo difícil que tiene Koke.

Si durante el primer rato de partido en la grada había una cierta tranquilidad, como si a afición estuviera convencida de la victoria a pesar de la ausencia de ocasiones, la preocupación empezó a colonizar fondos y tribunas al empezar el segundo tiempo. El Granada no hacía mucho, es cierto, pero el Atleti tampoco. No daba el Atleti con la tecla, no fluía, no jugaba. Sólo los centrales, cada vez más complementarios y sólidos, imperiales a ratos, transmitían calma a una afición que empezaba a ponerse nerviosa, o quizás no. Nerviosa no estaba la afición, no, la afición estaba convencida de que el equipo iba a ganar pero no sabía cómo; la sensación no es nueva pero es complicada de explicar, si hubiera un neologista acertado en grada de lateral quizás habría creado de la nada una nueva palabra. “Poquicertero”, por ejemplo, con definición y todo: “Poquicertero: dícese de aquél que está seguro de algo, pero no mucho, más bien poco, y además ni sabe explicar bien por qué; eso sí, lo está, oiga”.

Cuando el frío empezaba a hacer daño y el Granada empezaba a molestar, el Atleti decidió pegar un arreón y la afición poquicertera empezó a pensar que ya llegaba el momento. Y llegó, y fue gracias una vez más a Diego Costa, enorme, incansable e insaciable quien, de cabeza en un corner, ese recurso cada vez más valioso, marcó el gol que todo el mundo esperaba. Y entonces, entonces sí, el poquicerterismo se convirtió en nerviosismo, y además del bueno.

Ya fuera por la tensión acumulada, fuera por lo molesto que resulta ese speaker innecesario que hace repetir hasta tres veces el apellido del jugador que acaba de marcar gol (que ya veremos, por cierto, qué dice el listo del speaker cuando marque Koke y requiera a la grada en pleno piadosas invocaciones resurrectoras), el gol de Costa supuso la llegada del nerviosismo a la grada. Ni frío ni tedio ni admiración por la cultura nipona, lo que en la grada se notaba era nerviosismo y más aún cuando a los video marcadores les dio por reproducir ese ruidito conocido, esa secuencia que llevamos en lo más profundo del subconsiciente, esa tonada que nos despertaría de un coma y lo primero que preguntaríamos es quién marcó en Las Gaunas, tirutitú. Tirutitú dijeron los video marcadores para anunciar goles en Sevilla que llevaban al Atleti a ser líder en solitario y el nerviosismo se hizo dueño y señor de la grada y hasta del campo. Diego perdía balones, Tiago perdía balones y hasta Miranda, frío y calmado hasta en medio del bombardeo, tuvo un par de imprecisiones.

Con el equipo nervioso y la grada nerviosa, el reloj empezó a ir cada vez más lento. La grada, atacada, miraba al banquillo esperando ver a Simeone y recibir algo de tranquilidad; lo que veía, sin embargo, era un tipo en traje haciendo aspavientos y reclamando concentración. Nerviosos todos en los asientos, haciendo temblar las piernas y con la cara entre las manos, viendo el fútbol por los huecos que quedan entre los dedos, la afición encaró el final del partido y buscó un algo, una solución, una fórmula sanadora. Y ésta, oh milagro, la encontró mirando de nuevo al banquillo. “Partido a partido”, pensó la afición angustiada, y ahí apretó los dientes. Balón a balón, centímetro a centímetro, minuto a minuto el equipo siguió peleando, el partido fue acabando y el nerviosismo fue pasando. Cada recuperación se celebró como un gol, cada pase bien dado como una paga extra, cada despeje como un mes de vacaciones. Cada fallo levantó ooohs y aahs, cada vez que el árbitro pitó a favor se relajaron mandíbulas y puños cerrados. Cuando el árbitro señaló el final, al alivio momentáneo siguieron la alegría desmedida y, rápidamente, el convencimiento de que por delante nos quedan muchos más momentos de angustia e intensidad en los que se antoja imprescindible que los buenos aguanten y que los elementos más valiosos del banquillo, Villa y Diego, marquen la diferencia entre ahogarse en la orilla y salir del agua por el propio pié. Después de la angustia, eso sí, la sobreexcitación y la imposibilidad física de conciliar el sueño hasta bien entrada la noche, como demuestran las enormes ojeras rojiblancas que hoy luce la parroquia colchonera por Madrid.

Simeone, entre otras muchas cosas, parece estar enseñando a la afición a gestionar momentos de angustia bajando la vista, mordiéndose el labio y centrándose en el próximo paso. Si alguien mira demasiado lejos, si uno pierde foco y empieza a fabular sobre el futuro, el discurso de Simeone obliga a volver a mirar al corto plazo, a bajar el mentón al recibir un golpe en la visera de la gorra. Simeone tira de la afición encordada que sube hacia la cima, pero no permite a nadie mirar a la cumbre antes de tiempo, sólo al siguiente paso, al siguiente agujero en el hielo que dejó el que va delante.  Si parásemos ahora y mirásemos alrededor el paisaje ya sería precioso, pero alguien al mando de la cordada no permite distracciones. Paso a paso hasta la cima, que nadie mire arriba o abajo antes de tiempo, que nadie tenga la tentación del vértigo o el éxito anticipado. Desde arriba se ve todo más bonito, pero para llegar hasta arriba lo mejor es seguir mirando hacia abajo.


Partido a partido con bolsito y autobús hacia la cancha. Queda mucho y muy duro, lo vamos a pasar mal. Bendita sensación, qué suerte tenemos, oigan. 

10 comentarios:

Gonzalo dijo...

ES lo mínimo que podemos hacer para recompensar tanta dicha, D. Carlos. Agarrar los bolsitos, el autobús y acudir a ese templo maravilloso.
Me hace gracia escuchar a muchos haciendo cábalas sobre el calendario. Nosotros, sin embargo, seguimos aplicando la teoría del "quedan 1+X" jornadas. El único partido que existe en nuestras cabezas es el siguiente.

Anónimo dijo...

La sensación de ayer la resume Ud. en la frase final. Qué mal lo pasamos y lo mucho que lo disfrutamos.

Los del tirutitú es simplemente brillante y la imagen del fulano en coma me ha recordado la escena del moribundo en El Hombre Tranquilo.

Aloysius

Jose Ramón dijo...

Efectivamente.
Antes del gol, lo pasé regular.
Pero después del gol, no es que lo pasará mal.
Al menos exactamente así.
Es que lo pasas con una tensión tremenda.
Como lo explica usted perfectamente.
Acabas cansadísimo.
Feliz, eso sí.
Pero cansadísimo.
Aunque la felicidad compensa (sobradamente) el cansancio.
Definitivamente, no es que haya que ir partido a partido.
Es que hay que ir minuto a minuto.
(oigan)
Es lo que hay.
Así que...
Vamos allá.

Unknown dijo...

Hola,

He podido acceder a su blog http://elrojoyelblanco.blogspot.com/y me ha parecido muy interesante y con muy buen contenido. Debido a que dispongo de un blog con temática similar al suyo: http://www.profesorapuesta.blogspot.com/, me gustaría poder intercambiar enlaces contigo.

Espero su respuesta y sobre todo que mi blog sea de su agrado.
Puede contactar conmigo en el siguiente email: profesorapuesta@gmail.com

Un saludo,

Alba Parareda

Anónimo dijo...

Es que efectivamente es así. ¿De que sirven las rachas y los números si llegamos mañana y protagonizamos un ridículo como el de Pamplona o Almería?
Tenemos muy presente, además, el sentimiento arbitral y periodístico hacia nuestro equipo. Sabemos por tanto, que los torpedos nos pueden venir desde todos los flancos por lo que sacar pecho (que además nunca ha ido con nosotros) se convierte en el mayor de los pecados. No somos mas que nadie y por ello, respetando al rival, tenemos que ir con la máxima intensidad y concentración desde el minuto cero.

95 minutos a pleno pulmón, señores.

Estamos a tiempo de impedir que un árbitro o un periodista marquen (como están acostumbrados a hacer) nuestro destino.

¡¡¡¡Vamos Atleti, fuerza viejo amigo!!!!

Libros Mondo dijo...


Por la tele no se pasaron tantos nervios, Maestro, pero se echó mucho de menos no estar allí. Qué ganas de que lleguen las ocho de la tarde de mañana...

PD: He pinchado el enlace que yo creía de Profesora Puesta y era Profesor Apuesta. ¡Intolerable!

Homero Aguilar dijo...

Son tan certeras las sensaciones que describe Don Carlos que llegan a sentirse igual a 8,700 km de distancia, a las 3 de la tarde y por la pantalla de la PC, o del ordenador, como le dicen por allá.

Roppongi dijo...

Esta temporada miro a los desfibriladores de las escaleras del Calderón con más atención.

Abantos dijo...

Libros Brutto, es usted un cachondo.
Qué gran partido y que pedazo de animal es este Costa.
Yo creo que, o morimos en el intento, o se puede decir que vamos a por la P**A LIGA!!!!
Con perdón.

Libros Mondo dijo...

El martes cuartos de final de Champions con el Barça y lideres de la Liga. Repítanlo mentalmente tantas veces como haga falta porque es cierto.
Forza Atleeeeeeti!!