1. El equipo tranquilo y el viento en las cumbres
En otro día complicado, el Atleti volvió a ganar en San Mamés, ese estadio precioso al que estamos deseando ir una vez terminen la tribuna del fondo para comprobar in situ cómo suena la grada cantando, si el rojo es tan bonito como en la televisión, si el campo nuevo tiene el encanto del viejo San Mamés (que parece tenerlo), si los bares de la calle Licenciado Pozas y aledaños siguen siendo tan maravillosos como siempre. Bilbao es una ciudad en la que el fútbol, las cañas y cafés de antes y después, las charlas con los locales en las barras de los bares y por las aceras camino al campo, las conversaciones con los vecinos de localidad, tienen un encanto especial. En San Mamés los partidos se viven especialmente bien y por eso las victorias son especialmente bonitas. Ganar en Bilbao dos veces seguidas (que no han sido las únicas pero sí muy importantes) tiene pues un mérito, un pellizco, un valor especial.
El Atleti salió en Bilbao sabiendo, como sabe de aquí a final de temporada, que sólo se puede ganar. Había ganado el Barcelona y probablemente ganaría después el tercer equipo de la clasificación. Y el Atleti salió, encajó un gol rápido, mostró algo de duda y mucho de autoridad y terminó llevándose el partido por 1-2, cuando pudo ser por más y antes.
Antes del partido, un insigne guipuzcoano de la Real que curiosamente no detesta al Athletic y que tiene un cariño especial por el Atleti (algo que quizás choque a los más jóvenes pero no extrañe en absoluto a los que conocen esto desde hace un poco más de tiempo), mandó un mensaje al móvil: “ahora nos damos cuenta de lo fuerte que sopla el viento en las cumbres, de lo tranquilito que se vive cuando se disputa un noveno puesto”. La definición no puede ser más acertada, o al menos en lo que respecta a la afición.
Con el Atleti en lo más alto y la presión constante y tirana que ejercen los perseguidores, acostumbrados a ganar casi siempre y salir siempre de favoritos, la afición encara cada partidos con nervios de partido grande, de esos que quitan las ganas de comer y, cinco minutos después, llevan a devorar compulsivamente una bolsa de pipas de un kilo. El aficionado colchonero encara ya cada partido como un salto al vacío, con el estómago encogido, la duda sobre los hombros, los malos augurios revoloteando cada pensamiento, las uñas al mínimo. En la cumbre, efectivamente, cada rachita suave de viento capaz únicamente de mover un papel en la falda de la montaña se convierte en una amenaza de muerte, en una posibilidad de desequilibrar al montañero y hacerle caer por un precipicio. En la cumbre, cerca de la cima, todo es más peligroso, más estresante, más incierto.
Curiosamente, uno no ve al equipo, esa máquina de competir que nos hace felices partido a partido, con los nervios de la grada. De haberse jugado el partido de ayer hace quince jornadas, uno hubiera acabado contento pero no exultante tras haber visto a un Atleti superior aunque no brillante, con alguna duda de más y mucho más oficio del esperado, con personalidad para entrar a empujones en los bares llenos de gente y, aún así, no recibir ni un reproche. El Atleti transmite una seguridad y una autoridad que a la grada nos llega deformada, caricaturizada por años de experiencia en sorpresas, limada en las esquinas por las opiniones disparatadas de la prensa y su obsesión por inculcar en el aficionado una sombra de duda con la esperanza de que no se quiebre el statu quo, relativizada por el vértigo de un futuro de infarto en las próximas semanas. El nervio, empero, es más cosa nuestra que de ese equipo fantástico que nos hace frotarnos los ojos semana a semana, partido a partido, demostración tras demostración.
2. De la presión como una de las Bellas Artes
En los partidos del Atleti suele haber algo que guste especialmente al aficionado, unas veces unas, otras veces otras. Ayer fue asombroso el partido de Costa, siempre preparado para pelear, para correr, para marcar. Con algo más de suerte habría marcado dos más, con un poco más de acierto el Atleti habría cerrado el partido rápido y no habría tenido que desgastarse tanto.
También ayer quedó claro que con Filipe Luis y Koke el equipo gana muchísimos enteros, que Mario sigue siendo frío aún en los partidos calientes, que un medio centro defensivo no puede parar y desentenderse nunca, aunque acabe de haber hecho un buen pase o una buena recuperación. Quedó claro también que Gabi es una referencia y que quien supla su ausencia en el próximo partido de liga tendrá frente a sí un desafío importante. También, que los centrales son muy complementarios y tienen un nivel de solvencia del que nos acordaremos muchos años, que Juanfran ayuda y mucho con sus entradas hasta la cal cuando el rival ha basculado en bloque hacia el otro lado. Sosa salió con buena nota y poco fuelle del dificilísimo encargo de suplir a Arda, de quien esperamos un buen partido ante el Barcelona y sólo Raúl, trabajador pero impreciso, fallón en algunos pases y acertado en otros estuvo por debajo del nivel que esperamos de él.
Pero dejando de lado lo que cada uno hace, obviando los fogonazos y la verdad incuestionable de que una mala tarde la tiene cualquiera, lo que realmente llama la atención en este equipo son esas ráfagas de presión al rival. Ráfagas porque no es posible mantener ese ritmo durante todo el partido, ráfagas porque no siempre es necesario imprimir a los partidos ese nivel de ambición mordedora que vemos a ratos. Pero cuando hace falta, cuando la cosa se pone fea, cuando es necesario que el rival esté incómodo y recule, buscando los espacios en su propio campo ante la asfixia a la que le somete el Atleti cuando está cerca de la medular, el Atleti funciona como una máquina de precisión recuperadora, de demolición controlada. Esa estampa de dos, tres jugadores del Atleti encimando rivales, dándose relevos en la presión, forzando uno el error del rival para que recupere otro, saliendo por fin con el balón jugado es para el que suscribe fútbol puro y valiosísimo, tan emocionante como el juego de orfebrería del Barcelona de hace unos años, como el fútbol alegre y abierto de algunos equipos brasileños del pasado.
Pero lo más sorprendente de todo es que, una vez recuperado el balón, una vez derribada la presa por la carga controlada y en relevos de la jauría que sale del campo del Atleti, el equipo no se acelera o se ofusca. A veces, sí, busca el fútbol más vertical y encuentra a Costa corriendo entre huecos, adelantando rivales en sus portentosos cuatro, cinco primeros metros. Pero en otras ocasiones el equipo recupera y, al no haber opción de contraataque explosivo, toca y toca y busca espacios pequeños y salir de ellos combinando y con calidad, algo especialmente vistoso cuando coinciden Filipe Luis, Koke y Arda en el espacio.
La presión como forma de asfixia al rival, la presión como forma de recuperar un balón para salir jugando rápido o tocando en corto, para lanzar el contraataque o superar por calidad combinando en espacios cortos. La presión como seña de identidad, la presión como una de las Bellas Artes.
3. Del desgaste y la tensión
Tras el partido es necesario e imprescindible el descanso, el baño y masaje, el relax y la recuperación. Tras el partido se nota la pérdida de líquidos, el agarrotamiento de los músculos, la fatiga mental a la hora de encarar que, en pocos días, casi horas, habrá otro partido clave, otro partido importantísimo a cara de perro contra un rival potentísimo.
Una vez terminado el partido es normal notar la euforia por el resultado, la alegría compartida en los abrazos con los compañeros, la satisfacción del trabajo bien hecho. Poco después, sin embargo, lo normal es empezar a notar cansancio, sobrecarga, agotamiento incluso. Tras dormir, si es que se consigue con tanta emoción, al levantarse el cuerpo habrá recuperado parte de la energía perdida pero lo normal es que se note entumecido, cansado, raro, como necesitando vacaciones. Las piernas están bloqueadas, la espalda acumula tensión, hasta el último músculo, incluso esos que no se sabía en la víspera que uno tenía, duele.
En ese momento toda la responsabilidad recae en la cabeza: no hay mucho tiempo para descansar, en dos o tres días hay que hacer otra proeza, otro esfuerzo sobrehumano, otro maratón concentrado para el que hay que mentalizarse. Hay que aprovechar al máximo el período de descanso, estirar músculos, hidratarse convenientemente, comer bien pero no demasiado. Entre partido y partido la higiene de vida y la sensatez con claves: descansar, comer bien, dormir, mentalizarse. Prestar atención a los músculos que más sufren, no descuidar el resto, mantener la cabeza despejada y la mente clara. En pocos días, casi horas, otro desafío enorme, otra proeza.
¿Hablamos de los jugadores? ¡En absoluto! Ellos sabrán lo que tienen que hacer, que para eso tienen cuerpo médico y fisioterapeutas de guardia. Aquí hablamos de nosotros, que esto es agotador para el aficionado. Siguiendo una dieta rica en cerveza de lata, pistachos y patatas fritas, el aficionado debe tratar de sobreponerse a la tensión extrema de cada partido, al desafío para las rodillas que supone levantarse del sofá de sopetón cada vez que Diego Costa arranca a correr camino de la portería rival, al riesgo para pectorales y hombros que supone echarse las manos a la cabeza cada vez que Mario le da un pase medido a un rival. A estas alturas de la temporada el aficionado tiene delicadas las yemas de los dedos de tanto pelar pipas y tiene disparado colesterol, triglicéridos e índice de bocabits en sangre, sufre trastornos del sueño y experimenta hinchazón de pecho y fatiga en los músculos de la media sonrisilla cuando entra en la oficina los lunes. Un tormento, oiga.
Ya queda menos, señores. Un esfuerzo último y contenido, sean Vds perseverantes, aprieten los dientes y llenen las neveras. Tenemos una misión y no podemos defraudar a los chavales. Partido a partido, aperitivo a aperitivo, entre todos podemos.
En otro día complicado, el Atleti volvió a ganar en San Mamés, ese estadio precioso al que estamos deseando ir una vez terminen la tribuna del fondo para comprobar in situ cómo suena la grada cantando, si el rojo es tan bonito como en la televisión, si el campo nuevo tiene el encanto del viejo San Mamés (que parece tenerlo), si los bares de la calle Licenciado Pozas y aledaños siguen siendo tan maravillosos como siempre. Bilbao es una ciudad en la que el fútbol, las cañas y cafés de antes y después, las charlas con los locales en las barras de los bares y por las aceras camino al campo, las conversaciones con los vecinos de localidad, tienen un encanto especial. En San Mamés los partidos se viven especialmente bien y por eso las victorias son especialmente bonitas. Ganar en Bilbao dos veces seguidas (que no han sido las únicas pero sí muy importantes) tiene pues un mérito, un pellizco, un valor especial.
El Atleti salió en Bilbao sabiendo, como sabe de aquí a final de temporada, que sólo se puede ganar. Había ganado el Barcelona y probablemente ganaría después el tercer equipo de la clasificación. Y el Atleti salió, encajó un gol rápido, mostró algo de duda y mucho de autoridad y terminó llevándose el partido por 1-2, cuando pudo ser por más y antes.
Antes del partido, un insigne guipuzcoano de la Real que curiosamente no detesta al Athletic y que tiene un cariño especial por el Atleti (algo que quizás choque a los más jóvenes pero no extrañe en absoluto a los que conocen esto desde hace un poco más de tiempo), mandó un mensaje al móvil: “ahora nos damos cuenta de lo fuerte que sopla el viento en las cumbres, de lo tranquilito que se vive cuando se disputa un noveno puesto”. La definición no puede ser más acertada, o al menos en lo que respecta a la afición.
Con el Atleti en lo más alto y la presión constante y tirana que ejercen los perseguidores, acostumbrados a ganar casi siempre y salir siempre de favoritos, la afición encara cada partidos con nervios de partido grande, de esos que quitan las ganas de comer y, cinco minutos después, llevan a devorar compulsivamente una bolsa de pipas de un kilo. El aficionado colchonero encara ya cada partido como un salto al vacío, con el estómago encogido, la duda sobre los hombros, los malos augurios revoloteando cada pensamiento, las uñas al mínimo. En la cumbre, efectivamente, cada rachita suave de viento capaz únicamente de mover un papel en la falda de la montaña se convierte en una amenaza de muerte, en una posibilidad de desequilibrar al montañero y hacerle caer por un precipicio. En la cumbre, cerca de la cima, todo es más peligroso, más estresante, más incierto.
Curiosamente, uno no ve al equipo, esa máquina de competir que nos hace felices partido a partido, con los nervios de la grada. De haberse jugado el partido de ayer hace quince jornadas, uno hubiera acabado contento pero no exultante tras haber visto a un Atleti superior aunque no brillante, con alguna duda de más y mucho más oficio del esperado, con personalidad para entrar a empujones en los bares llenos de gente y, aún así, no recibir ni un reproche. El Atleti transmite una seguridad y una autoridad que a la grada nos llega deformada, caricaturizada por años de experiencia en sorpresas, limada en las esquinas por las opiniones disparatadas de la prensa y su obsesión por inculcar en el aficionado una sombra de duda con la esperanza de que no se quiebre el statu quo, relativizada por el vértigo de un futuro de infarto en las próximas semanas. El nervio, empero, es más cosa nuestra que de ese equipo fantástico que nos hace frotarnos los ojos semana a semana, partido a partido, demostración tras demostración.
2. De la presión como una de las Bellas Artes
En los partidos del Atleti suele haber algo que guste especialmente al aficionado, unas veces unas, otras veces otras. Ayer fue asombroso el partido de Costa, siempre preparado para pelear, para correr, para marcar. Con algo más de suerte habría marcado dos más, con un poco más de acierto el Atleti habría cerrado el partido rápido y no habría tenido que desgastarse tanto.
También ayer quedó claro que con Filipe Luis y Koke el equipo gana muchísimos enteros, que Mario sigue siendo frío aún en los partidos calientes, que un medio centro defensivo no puede parar y desentenderse nunca, aunque acabe de haber hecho un buen pase o una buena recuperación. Quedó claro también que Gabi es una referencia y que quien supla su ausencia en el próximo partido de liga tendrá frente a sí un desafío importante. También, que los centrales son muy complementarios y tienen un nivel de solvencia del que nos acordaremos muchos años, que Juanfran ayuda y mucho con sus entradas hasta la cal cuando el rival ha basculado en bloque hacia el otro lado. Sosa salió con buena nota y poco fuelle del dificilísimo encargo de suplir a Arda, de quien esperamos un buen partido ante el Barcelona y sólo Raúl, trabajador pero impreciso, fallón en algunos pases y acertado en otros estuvo por debajo del nivel que esperamos de él.
Pero dejando de lado lo que cada uno hace, obviando los fogonazos y la verdad incuestionable de que una mala tarde la tiene cualquiera, lo que realmente llama la atención en este equipo son esas ráfagas de presión al rival. Ráfagas porque no es posible mantener ese ritmo durante todo el partido, ráfagas porque no siempre es necesario imprimir a los partidos ese nivel de ambición mordedora que vemos a ratos. Pero cuando hace falta, cuando la cosa se pone fea, cuando es necesario que el rival esté incómodo y recule, buscando los espacios en su propio campo ante la asfixia a la que le somete el Atleti cuando está cerca de la medular, el Atleti funciona como una máquina de precisión recuperadora, de demolición controlada. Esa estampa de dos, tres jugadores del Atleti encimando rivales, dándose relevos en la presión, forzando uno el error del rival para que recupere otro, saliendo por fin con el balón jugado es para el que suscribe fútbol puro y valiosísimo, tan emocionante como el juego de orfebrería del Barcelona de hace unos años, como el fútbol alegre y abierto de algunos equipos brasileños del pasado.
Pero lo más sorprendente de todo es que, una vez recuperado el balón, una vez derribada la presa por la carga controlada y en relevos de la jauría que sale del campo del Atleti, el equipo no se acelera o se ofusca. A veces, sí, busca el fútbol más vertical y encuentra a Costa corriendo entre huecos, adelantando rivales en sus portentosos cuatro, cinco primeros metros. Pero en otras ocasiones el equipo recupera y, al no haber opción de contraataque explosivo, toca y toca y busca espacios pequeños y salir de ellos combinando y con calidad, algo especialmente vistoso cuando coinciden Filipe Luis, Koke y Arda en el espacio.
La presión como forma de asfixia al rival, la presión como forma de recuperar un balón para salir jugando rápido o tocando en corto, para lanzar el contraataque o superar por calidad combinando en espacios cortos. La presión como seña de identidad, la presión como una de las Bellas Artes.
3. Del desgaste y la tensión
Tras el partido es necesario e imprescindible el descanso, el baño y masaje, el relax y la recuperación. Tras el partido se nota la pérdida de líquidos, el agarrotamiento de los músculos, la fatiga mental a la hora de encarar que, en pocos días, casi horas, habrá otro partido clave, otro partido importantísimo a cara de perro contra un rival potentísimo.
Una vez terminado el partido es normal notar la euforia por el resultado, la alegría compartida en los abrazos con los compañeros, la satisfacción del trabajo bien hecho. Poco después, sin embargo, lo normal es empezar a notar cansancio, sobrecarga, agotamiento incluso. Tras dormir, si es que se consigue con tanta emoción, al levantarse el cuerpo habrá recuperado parte de la energía perdida pero lo normal es que se note entumecido, cansado, raro, como necesitando vacaciones. Las piernas están bloqueadas, la espalda acumula tensión, hasta el último músculo, incluso esos que no se sabía en la víspera que uno tenía, duele.
En ese momento toda la responsabilidad recae en la cabeza: no hay mucho tiempo para descansar, en dos o tres días hay que hacer otra proeza, otro esfuerzo sobrehumano, otro maratón concentrado para el que hay que mentalizarse. Hay que aprovechar al máximo el período de descanso, estirar músculos, hidratarse convenientemente, comer bien pero no demasiado. Entre partido y partido la higiene de vida y la sensatez con claves: descansar, comer bien, dormir, mentalizarse. Prestar atención a los músculos que más sufren, no descuidar el resto, mantener la cabeza despejada y la mente clara. En pocos días, casi horas, otro desafío enorme, otra proeza.
¿Hablamos de los jugadores? ¡En absoluto! Ellos sabrán lo que tienen que hacer, que para eso tienen cuerpo médico y fisioterapeutas de guardia. Aquí hablamos de nosotros, que esto es agotador para el aficionado. Siguiendo una dieta rica en cerveza de lata, pistachos y patatas fritas, el aficionado debe tratar de sobreponerse a la tensión extrema de cada partido, al desafío para las rodillas que supone levantarse del sofá de sopetón cada vez que Diego Costa arranca a correr camino de la portería rival, al riesgo para pectorales y hombros que supone echarse las manos a la cabeza cada vez que Mario le da un pase medido a un rival. A estas alturas de la temporada el aficionado tiene delicadas las yemas de los dedos de tanto pelar pipas y tiene disparado colesterol, triglicéridos e índice de bocabits en sangre, sufre trastornos del sueño y experimenta hinchazón de pecho y fatiga en los músculos de la media sonrisilla cuando entra en la oficina los lunes. Un tormento, oiga.
Ya queda menos, señores. Un esfuerzo último y contenido, sean Vds perseverantes, aprieten los dientes y llenen las neveras. Tenemos una misión y no podemos defraudar a los chavales. Partido a partido, aperitivo a aperitivo, entre todos podemos.