jueves, 30 de enero de 2014

De insultos y meses asombrosos

Mucha de la gente que va al fútbol lo hace, aparentemente, para poder insultar en público y a voces. Es bien sabido que si uno insulta a gritos a un deportista profesional de un metro ochenta y cinco en medio del bulevar de la calle Ibiza, es un poner, es muy posible que acabe comiendo sopa con pajita durante un par de meses. Esto no es tan probable cuando uno insulta desde una grada o desde el interior de un coche, que esa es otra, pero aquí hablamos de estadios de fútbol.

Esa gente tan desconcertante que disfruta insultando a diestro y siniestro en la seguridad de que el insultado no subirá a saltos por la grada para medirle el lomo, no hace lo mismo cuando va al cine: no insulta al vampiro por morder al a víctima, ni al espía por olvidarse un microfilm en un ambigú. ¿Es el insulto a voces propio de cualquier espectáculo? Parece que no. No es propio de los espectáculos de masas per se, porque ni en los toros ni en el baloncesto ni en el ballet es común insultar a voces a toreros, pivots o primeros bailarines. Tampoco es algo característico de las gradas de estadio: en el rugby, que llena estadios del tamaño de los de fútbol, ni se insulta ni se falta al rival, sólo se anima al propio.  ¿por qué el fútbol tiene esa cosa tóxica, villanizante y ponzoñosa, que hace que una persona comedida en su día a día se vuelva loca de atar y se acuerde de la madre de los visitantes y de los ancestros de su localidad de origen única y exclusivamente cuando está en la grada de un estadio de fútbol? ¿qué tiene el fútbol?.

En el rugby, como saben, es tal el respeto por el visitante que cuando éste patea a palos para hacer puntos contra el equipo local, la grada calla para facilitarle la tarea incluso en su propio perjuicio; es toda una lección de fair play. Es cierto que esta preciosa y cívica práctica se está perdiendo y se conserva sólo en los países con más tradición, en los que nunca se abuchea o silba al pateador. Ante esta ola de malas formas, en algunos estadios se recuerda por megafonía que es tradición local guardar silencio cuando los pateadores, local o visitante, necesiten concentración. En el colmo de los buenos modos, en una ocasión el que suscribe escuchó este aviso por la megafonía del Aviva Stadium, antes Lansdowne Road, de Dublín; la multitud, irritada porque se les recordara algo que cualquier irlandés bien educado sabe desde pequeño, silbó y abucheó al propio aviso por inoportuno, innecesario y ofensivo para la decencia del respetable para luego, durante todo el partido, guardar silencio sepulcral cuando los pateadores, local y visitante, necesitaban concentrarse.

¿Viviremos algo así por nuestros campos algún día? Mientras esperamos, el sábado empieza el 6 Naciones: Dios bendiga a Brian O’Driscoll.
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El Calderón es un campo en el que se insulta bastante, sin duda mucho más de lo que a uno le gustaría. En todos los campos se insulta, dirán Vds, y tendrán razón. En Balaídos, el Salto del Caballo, los Cármenes, el Nou Camp y San Mamés se insulta, es cierto, pero esos campos no son aquellos en los que el que suscribe pasa tantas horas. Por tanto, uno ni se siente capacitado para decir cuánto se insulta allí ni lo que allí se grita le preocupa tanto como los insultos que se producen en el Calderón, que al fin y al cabo son los que se oyen en nuestra casa, los que oyen nuestros invitados, aquellos de los que nos sentimos responsables por venir de las gradas donde se sientan los nuestros. Y eso que uno, ya lo imaginan Vds, es poco de insultar a menos que se le tutee, que entonces pierde el oremus: desde hace siglos, el linaje Fuentes tiene claro que, si se insulta, al menos que se insulte de usted.

En el Calderón, hay que reconocerlo, se insulta mucho y casi nunca de usted. Quizás se insulte más en otros sitios pero ni lo sabemos ni se trata aquí de hacer un campeonato de mala educación, que para eso ya hay tertulias deportivas en casi todas las cadenas de tv. En el Calderón, esto es así, se insulta a coro y se insulta a título individual, se insulta desde tribuna, fondo y grada, desde el primer anfiteatro y también desde el segundo. Se insulta al equipo rival, se insulta a jugadores visitantes y a veces también se insulta a jugadores propios. Se insulta al equipo contra el que se está jugando y también a otros contra los que se juega de vez en cuando. Se insulta a ciudades y a colectivos, a inmigrantes y catalanes, a vascos, valencianos y granadinos. A algunos visitantes se les llama paletos (qué cosas, oiga), a otros se les dice que su país no está en Europa y a los portugueses se les dice que Portugal es español, con musiquita de fondo. A veces los insultos conllevan un desafío gramatical, otras veces de acentuación: en ocasiones se cambia el género del insultado para conseguir la rima, a veces se acentúa la última sílaba de una palabra llana para lograr meter la palabra en su compás. Eso sí, en raras ocasiones se recurre al hipérbaton, la anadiplosis, el zeugma o la paragoge en la rima tribunera, en esto andamos cortos de recursos.

Cuando uno va al Calderón con un invitado del equipo rival, como acostumbra el que suscribe, lo hace con un punto de desconfianza y una ceja levantada, sabiendo que, bien la masa o bien algún exaltado, acabará por insultar al equipo, procedencia, ciudad de origen, sistema foral, tradiciones ancestrales, plato típico, apellido más común, acento característico, monumento representativo, baile regional, literato predilecto, general romano fundador, santo patrón, dulce local, escudo de armas, torero nativo, palo flamenco endémico o alcalde pedáneo de la localidad de la que procede el rival. Al Calderón, eso sí, uno va más tranquilo cuando el invitado mide dos metros cuatro y es segunda línea de los Springboks; en ese caso uno se asegura de que el insulto vendrá de unos cuantos metros más allá, mientras que los vecinos de localidad, incluidos los molestos Nuevos Abonados, mantendrán las distancias y las formas para mantener así, de paso, todas las piezas dentales. Si en cambio uno va al fútbol con un invitado bajito, ahí la cosa cambia.

Por todas estas cosas, el Calderón es a veces desagradable. Es especialmente desagradable cuando se insulta con saña y sin gracia, como es casi siempre el caso en estos últimos años. Más desagradable aun cuando se insulta a los muertos, esa línea que se sigue cruzando por más que a uno le asquee y asombre como el primer día. Hay quien piensa que insultar desde la grada es parte del fútbol, una forma de desconcentrar al rival, de meter presión. Uno, por el contrario, cree que la pasión, la presión y el ambiente, obviamente parte del fútbol y el espectáculo, pueden conseguirse sin faltar al respeto a nadie. En esto, como en tantas otras cosas, uno se siente cada vez más un marciano. Como en lo de insultar de usted.
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Tanto se insulta en el Calderón, al parecer, que uno oye hablar de insultos gravísimos en el estadio incluso cuando no se producen. En los últimos tiempos uno ha escuchado en tertulias y redes sociales amargas quejas y airadas denuncias sobre insultos intolerables vertidos en el Calderón que uno, presente en el campo, nunca escuchó. Ocurrió por ejemplo en los dos últimos partidos contra el Sevilla en casa, en los que hubo denuncias sobre cánticos contra Antonio Puerta que uno nunca oyó en el campo (y gracias a Dios, porque pocos cánticos le resultan a uno más vomitivos que ese). Quizás alguien gritara, pero no fue en absoluto audible, ni común, ni mucho menos mayoritario. Quizás un insensato pegó unos cuantos alaridos cerca de un micrófono de ambiente y en la televisión dio la impresión de que había un fondo entero cantando. Quizás alguien quiso oír algo que le irritara y, a pesar de no escucharlo, dijo en un foro o en una red social que él lo oyó perfectamente y a ver quién demuestra lo contrario: esto es como poner en cuestión a aquél que afirma haber visto trabajando a Gonzalo Miró, a ver quién es el guapo que es capaz de presentar pruebas.

En los últimos tiempos parece fácil atribuir al Atleti y a su grada comportamientos de rufián, se produzcan o no. Aficionados y medios parecen salir de inicio con la idea clarísima de que el Calderón es un campo de tipos odiosos, así, sin más, porque sí.  En buena medida es una mala fama que se ha ganado la propia afición, quizás por seguir el juego a los más radicales, quizás por no acallar con suficiente vehemencia a la porción minoritaria que suele encabezar los comportamientos más reprobables, quizás por insultar a sus propios jugadores en ocasiones. Pero entonado el mea culpa en lo que a cada uno corresponda, parece exagerado e injusto convertir a la afición del Atleti en el paradigma de afición antipática, verbalmente violenta y ofensiva en sus comportamientos. Cómico, no ya exagerado ni injusto, resulta mantener que el Atleti es un equipo de pasado noble y presente macarra como hizo hace bien poco un periodista de El Mundo con vocación de fiel sirviente en castillo ducal; tampoco dedicaremos más tiempo al fulano, que ya le cayó lo suyo en su momento sin que tuviera demasiado arte para salir del paso.

A algunos, por cierto, ya nos ha tocado dar explicaciones que no nos corresponden cuando vamos a estadios de otras ciudades, algo altamente incómodo e irritante. Hagan pues el favor los de insulto fácil de pensar en los correligionarios a quienes toca emplearse a fondo para limpiar con lejía la buena imagen de la afición, el patrimonio de todos. Hagan también el esfuerzo los simplistas a la hora de catalogar visitantes, aquí y en todas partes.
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Salió el Atleti al Nuevo San Mamés vestido la mar de mal, con un atuendo inapropiado para un día de estreno en ese estadio tan bonito al que aún le falta un trozo. Salió el Atleti con un equipo raro fruto de bajas notables: ni Tiago, capital en muchos de los partidos complicados del último tramo de liga, ni Arda Turán llegaban al partido por lesión. Para colmo de males, se lesionó nada más empezar uno de los jugadores más en forma y más importantes, fijo en su puesto y clave a la hora de salir hacia adelante, Filipe Luis; en su lugar salió Insúa, rodeado de dudas y dejando unas cuantas más por el camino.

Salió el Atleti con una media diferente, con Raúl García y Cebolla además de Gabi y Koke y con Diego Costa delante (más bien en un costado durante mucho rato) junto con Adrián, y la afición se preguntaba cómo iba a resultar el inédito invento cholero. El partido se antojaba duro, y duro fue. El Athletic, convencido de lo que quería y revestido de esa energía extra que el nuevo San Mamés le viene dando, hizo un primer tiempo intensísimo, sin dejar respirar, sin fisura. El Atleti por su parte, como viene siendo habitual en los últimos partidos, esperaba más atrás que en la primera vuelta de la liga, sin presionar tan arriba; jugando así, cuando roba, tiene por delante demasiados metros como para llegar con efectivos suficientes al ataque. Excepto, claro está, si se roba pronto y el que se va hacia adelante es Diego Costa.

Así ocurrió en el primer minuto, cuando Costa falló un gol de esos que suele marcar (también por mérito de Herrerín, que sacó bien el pie) y de nuevo casi acabando el partido, aunque esta vez sí marcó. Costa encaró al portero, le regateó y celebró el gol mandando callar al público, que es algo que está feísimo por antipático y prepotente y por ser propio de jugadores de esos que se señalan el número cuando andan rabiosos. El gesto, tela de feo, quizás fue la reacción de Costa ante los gritos de un número indeterminado de aficionados locales, no sabemos si mayoría o minoría, no sabemos si solo unos pocos cerca del micrófono de ambiente o toda la grada de lateral, no sabemos si en justa represalia por el partido de ida o envenenados por inconscientes que llaman al odio desde medios de comunicación sin medir bien las consecuencias más allá su minutito de gloria, no sabemos, en fin, si maleducados aficionados del Calderón disfrazados de bilbaínos, que se dedicaron a llamarle “hijo de puta” durante casi todo el partido. Qué feas cosas tiene el fútbol, y no sólo el Calderón.

Entre el fallo inicial de Costa y el gol final de Costa se vivió un partido de esos bonitos pero sin brillo, de pelea y táctica, un partido antiguo jugado con ganas y miedo a la vez, intenso bajo una manta de agua. El Athletic honró la competición peleando hasta el mismísimo último minuto, cuando quizás ya no tenía sentido, y el Atleti honró a su vitola de equipo duro y peleón de oficio, mandíbula apretada y determinación en cada choque, encajando como una roca cuando no puede revolotear como una mariposa y picar como una abeja. Si al Atleti le salvó Courtois gracias a un par de paradas prodigiosas y una salida de puños que casi acaba con Godín en el hospital, Herrerín sacó también algún balón complicado. Aduriz marcó de cabeza en un lance de esos que para el que suscribe no es falta (quizás sí para el árbitro, pero sólo cuando es en el centro del campo) y Raúl García volvió a marcar un gol importantísimo, esta vez con la zurda en remate mordido tras un disparo justo antes, también con la zurda, que paró bien el portero. En definitiva, un buen partido de fútbol vivido con ambiente y tensión de partido grande, que es lo que debe ser un Athletic – Atleti de Copa.

Con la victoria visitante en el Nuevo San Mamés, la primera que la grada inconclusa de Bilbao ve, el Atleti cierra con nota un mes de Enero complicadísimo. Tras empatar con el Barça y el Sevilla (este último quizás el resultado que más escuece por haber significado no ser líder en solitario), sigue adelante en Copa tras eliminar ni más ni menos que a Valencia y Athletic. Entre tanto, sigue el ritmo en liga gracias a victorias de menos relumbrón pero igualmente valiosas. Enero, fantástico, da lugar a un mes de febrero que da miedo: Real Sociedad en casa, semifinales de Copa y enfrentamiento liguero contra el tercer equipo de Madrid, eliminatoria de Champions contra el Milan. El equipo, con varios lesionados y mucha carga física, sigue manteniendo el tipo en todos los frentes y lo hace con nota gracias a la fe ciega en el partido-a-partido que muchos ya aplicamos en la vida diaria.

Hace dos meses mirábamos con pánico el calendario de enero, sabiendo que el equipo entraría en el valle físico esperado. Hoy, asombrados con el resultado, ya no sabemos si volver a mirar con pánico a febrero o, de una vez por todas, acabar de convencernos, como el Cholo, de que así podemos llegar a donde Gabi nos lleve. 

lunes, 20 de enero de 2014

De recién llegados y visiones catastrofistas

Con la buena marcha del equipo y el inicio de la segunda vuelta, al menos a Grada de Lateral ha llegado una nueva hornada de aficionados: los Nuevos Abonados.

Uno ignora si los Nuevos Abonados fueron siempre abonados y lo dejaron en un momento dado, o si nunca fueron socios del Club pero lo son ahora. Uno no sabe si los Nuevos Abonados son atléticos de pedigree o simples arribistas, si son misioneros de los Padres Colchoneros Descalzos de esos que hacen discípulos en todas las naciones o aficionados de bar que aprovechan el buen momento del equipo para ir a la grada y hacer rabiar a los compañeros de trabajo el lunes. Uno no tiene ni idea de esto, pero sí de la desazón que ha causado su llegada a la Grada de Lateral.

En Grada de Lateral, como en casi todas las partes del campo, nos conocemos todos. Detrás del que suscribe, por ejemplo, se sientan tres jevis de cuarenta y pico años que son pausados y amables con la concurrencia. Justo detrás, dos chavales que ven cosas de esas que sólo ven los que trabajan y juegan con entrenador; a la derecha se sienta un tipo que es una enciclopedia andante, campeón de las estadísticas y los apercibimientos, experto en banquillos rivales y en categorías inferiores del Atleti, que ve el fútbol con su padre mientras entre los dos dan cuenta de cuarto y mitad de pipas. Detrás y a la izquierda hay un señor que va al fútbol con su hijo: se sabe que son padre e hijo porque son exactamente iguales pero en diferentes escalas. A la izquierda hay un tipo que le tiene tirria a Adrián, delante hay dos tipos muy simpáticos que fuman entre los dos hasta cuatro y cinco cigarrillos de marihuana por partido. Delante y a la derecha, un poco más abajo hay un gilista con mal genio que se enfada cuando la grada pita al palco (que últimamente es poco) y es incapaz de ocultar su enfado porque la irritación le produce un enrojecimiento súbito de las orejas, cuyos lóbulos adquieren aspecto y calibre de solomillo poco hecho. Más a la izquierda, junto al pasillo, hay una familia de radicales con gafas que ven problemas en todo lo que pasa; en la fila que está justo encima de éstos, una señora muy linda, mayor y educada, que va al fútbol sola con su bufanda del Atleti y pone cara de Ay Dios no podría haberme tocado otra familia más tranquila delante cada vez que la familia radical se levanta y pontifica sobre qué jugador está acabado y que árbitro merece la horca. Entre la familia radical y el que suscribe se sienta un señor argentino que va al fútbol con su hija; su hija, que va a la grada desde que es pequeña (y repasaba los apuntes de lengua en el medio tiempo, la condición que le ponía su padre para poder ir al partido del Atleti), creció hace unos años y se convirtió en chica con tipazo y melena negra que, al llegar tarde, provoca las miradas furtivas de los dos que fuman porros, del padre del hijo-réplica, del gilista enrojecido, del enemigo de Adrián, de los tres jevis amables, del campeón estadístico, de los dos chicos con entrenador y de los tipos de más edad de la familia enfadada pero no del que suscribe, no, quien al ver llegar a la chica suele quitarse las gafas, sacar un trapito, limpiar una lente, limpiar luego otra y luego mirar en dirección opuesta, de reojo, por si se lleva un bolsazo de su señora; esta actitud cobarde es muy del gusto de la señora linda que va sola al fútbol, que es el ojito derecho en la grada del que suscribe.

A los Nuevos Abonados, eso sí, no les tenemos calados. No es por no hacerse notar, no es por eso. Los Nuevos Abonados acudieron por primera vez al campo el día de Copa del Valencia o quizás el día del Barcelona, pero éste último, con tanta gente nueva y tanto extranjero y tanto chino y tanto turista, no se hicieron notar. El día del Valencia fue otra cosa, y fue aún peor ayer, el día del Sevilla: ese día los Nuevos Abonados mostraron sus credenciales y dejaron claras sus posiciones, sus modales y que el resto de temporada será duro, duro para nosotros, los Viejos Abonados.

Los Nuevos Abonados son talluditos y en algunos casos se acercan a los cincuenta y muchos, lo que no les impide cantar a pleno pulmón las canciones más ofensivas y vergonzantes que salen desde la trastienda de la grada. Vinieron en parejas o en grupos más numerosos, llevan gorros calados y fuman mucho, hablan a voces de todo y de todos y no tienen en cuenta si sus comentarios molestan a la concurrencia que lleva ahí varios años conviviendo con paciencia y respeto. Son catastrofistas y negativos, lo ven todo mal, critican tanto cuando se saca el balón jugado como cuando se pega un pelotazo. Desde el minuto diez, los Nuevos Abonados advierten de que hoy verás cómo el árbitro nos roba, verás cómo se lesiona fulano o revienta mengano si no hay rotaciones y se quejan de las rotaciones justo después, dudan de Simeone por sentar a Óliver Torres y de Óliver Torres por no merecerse la llamada del Cholo. Los Nuevos Abonados gritan fuerte cada vez que el árbitro pita algo en contra y le llaman hijoputa y le llaman maricón y, el día del Valencia, hasta le llamaron “arbitrucho” y “cucaracha”, que son adjetivos de otra época, de otro siglo casi, pertenecientes a una nomenclatura ya clásica, pretérita, antigua. Los Nuevos Abonados insultan también al rival y si el rival es negro le llaman negro y si el rival es bajito le llaman enano y si el rival tiene flequillo le llaman maricón y si el rival es un tipo normal le llaman también hijoputa, como al árbitro; se ve que “hijoputa” es su insulto escoba, su insulto comodín, su insulto de cabecera. Los Nuevos Abonados insultan a todo el mundo y ayer, contra el Sevilla, insultaron a Miranda, insultaron a Koke, insultaron a Villa e insultaron a Simeone, para asombro y reprimenda del resto de la concurrencia. A Miranda le pusieron de torpe, a Koke de empanao, a Villa de acabao y a Simeone de no tener ni idea de hacer cambios. Al árbitro le insultaron antes de pitar el penalti, le insultaron cuando pitó el penalti y luego, intuimos, le siguieron insultando hasta ahora mismo, momento en que Vd lee este ladrillo. Al Sevilla le insultaron en general y en particular, en concreto y en abstracto, en fenómeno y en noumeno.  A Bacca le llamaron negro, a Rakitic le llamaron rubia, a Emery le llamaron Emery (que no es poco). Cuando el árbitro fallaba insultaban al Sevilla, cuando fallaba Juanfran insultaban al Sevilla, cuando fallaba el Sevilla insultaban a Miranda. Cuando Miranda acertaba insultaban a Iborra, cuando Filipe centraba insultaban a Villa, cuando Fazio se peleaba con Costa insultaban al inventor del Lladró (que, dicho sea de paso, se lo merece). Cuando insultaban lo hacían con la boca muy abierta, incluso cuando comían bocadillos, y mientras comían insultaban, quizás para refrigerar el bolo alimenticio. Cuando hablaban tranquilos con sus compañeros se sentían incómodos con tanto sosiego e insultaban a Koke o a Arda o al que pasara por ahí, para recuperar tensión arterial. Cuatro minutos antes de acabar el partido, con el Atleti volcado y la grada empujando, se fueron los Nuevos Abonados, molestando a todo el mundo, murmurando maldiciones, insultando por lo bajini y dejando por fin la Grada de Lateral con la tranquilidad de siempre.

Yo no sé a Vds, pero a nosotros nos ha tocado la especial con los Nuevos Abonados. A ver si hay suerte y cogen una faringitis que les dure hasta verano.
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Llegó la afición al campo abrigada como para ir a la Antártida a recoger muestras de hielo milenario, y se sentó con dificultad en los asiento de la grada. En algunos asientos, por cierto, ya han germinado, valientes, algunas plantas crasas; normalmente la riqueza botánica del Calderón se muestra en primavera, pero se ve que las últimas lluvias y el cambio climático ha animado a algunas especies vegetales a germinar en pleno enero. Si son líquenes o musgos u otras especies de la tundra siberiana o la taiga finlandesa es algo aún por concretar, y consta el interés de la Universidad de Espoo, Finlandia, por enviar un buque oceanográfico al Manzanares en misión de investigación vegetal, tripulado por dos catedráticos, siete estudiantes y un sastre especializado para hacer un censo detallado de especies y, en su caso, convertir el Calderón Reserva de la Biosfera también en invierno y no sólo de abril a junio.

Se sentó la afición en los asientitos azules y casi no cabía con tanto plumífero y tanto gabán y tanta mochila con manta. Échese un poco para allá, haga Vd el favor, con gusto me echaría, ya, pero si me echo un poco más me caigo al pasillo. Se esperaba en el Calderón un frío polar que luego no fue tanto, o al menos no lo fue hasta el último rato, claro, que es cuando el río se venga de los chistes que hace la gente sobre la gaviota reidora. Hablaba al llegar la gente en la grada de la inmensa suerte que tenemos de ir al campo a ver al Barcelona, Valencia, Sevilla y Athletic de Bilbao en dos semanas escasas, una racha estupenda para ver a un montón de clubes históricos con equipos duros de pelar frente al líder de la Liga. 

  - Colíder, oiga
  - Vaya Vd a la mierda
  - Caramba


Salió el Atleti con cara de pocos amigos y el Sevilla con cara de Borussia Dortmund y empezó el baile pronto. El Atleti salió en tromba, regateando y tirando paredes en campo contrario ya desde el pitido inicial, como dejando claras las intenciones para abrir boca. El equipo que salió de inicio era más o menos el de siempre, con Koke jugando más retrasado y Raúl en vez de Tiago. La primera cuestión que revoloteó por la grada es si Simeone se fía o no del banquillo, si es conveniente que juegue siempre el mismo equipo, si las muestras de cansancio que dejan algunos de los elementos clave del equipo son peligrosas, si el Profe Ortega tiene bien medido (que lo tendrá) el valle físico que están pasando los jugadores. La grada espera que tras el partido del jueves contra el Athletic se empiece a ver en la alineación a Cebolla, a Óliver, a Guilavogui, a Aldecoa, a Manquillo, y, mientras tanto, empieza a sufrir por Koke y Gabi, se preocupa por Arda, se inquieta por el estado físico de Diego Costa después de cada carrera.

Pero hete aquí que el Atleti salió fuerte y puso cerco a la portería del Sevilla con una energía y una intensidad que hacían pensar que poco quedaba para el gol. El equipo empujaba y el Sevilla achicaba agua y, entre todos, la sorpresa: Villa, mal casi todos los partidos, lento, flojo y pesado hasta ahora en casi toda la temporada, estaba cómodo. Villa se mostró confiado, con ideas y con más presencia física, hábil en el control y con ganas de montar un lío. Tras un rechace, metió un buen gol haciendo botar el balón con intenciones aviesas, como en sus buenos tiempos. El Atleti había asediado al Sevilla y se había llevado un gol cuando todo indicaba que iba a ser así, qué cosas, las cosas pasando como uno espere que pasen en el estadio Vicente Calderón, ni más ni menos.

Siguió adelante el primer tiempo y el Atleti jugó bien. Ordenado, mandando y cómodo ante un equipo reservón y con pocas ganas de atacar. El Atleti no elaboraba demasiado y pegaba algún pelotazo, buscaba siempre los segundos palos en las jugadas a balón parado para evitar los centímetros de Fazio e Iborra y, con menos problemas que más, llegó al medio tiempo tan contento. Pero, eso sí, el segundo tiempo fue otro cantar. El Sevilla, buen equipo que va a más, no se echó al ataque pero empezó a controlar más y más el partido gracias en parte a los cambios. Sólido atrás, aprovechó la extraña forma de pitar del árbitro – horrible toda la noche- para acomodarse en el campo, ahogar la salida del Atleti, robar y salir cuando le era posible. Con Diego Costa atado por Fazio en un duelo en el que hubo de todo (incluido lo peor de cada uno), el rival hizo al Atleti sentirse incómodo, ansioso, ahogado. El árbitro no pitó un posible penalti a Raúl García pero sí pitó uno parecido de Juanfran a Bacca, que en el campo no pareció en absoluto y en la televisión mucho más. Juanfran tiene estas cosas a veces, peca de inoportuno, tiene errores puntuales y visibles que cuestan puntos y ayer tocó de nuevo. Tiró Rakitic, jugadorazo que mueve a todo su equipo, y el Atleti se agobió. Perdió las ideas, perdió el tempo, perdió la paciencia y se lió él sólo en su propio juego, pegando pelotazos, pegándose una y otra vez contra un Sevilla bien plantado y convencido de su misión, consciente de sus limitaciones y del arsenal del rival y dispuesto a defender con uñas y dientes el inesperado botín del penalti.

A toro pasado, uno lee críticas a Simeone por no hacer cambios a tiempo y preocupación por el estado físico del equipo. Uno lee también profecías catastrofistas sobre la inminente caída a los infiernos del equipo y malos augurios para el colchonerismo en general, muchas de ellas provenientes del propio colchonerismo, autodestructivo y pesimista. Hay quien habla de vértigo ante el liderato, de robo arbitral, de duopolio que no admite disidencias, de fin de un sueño. Uno, más simplón que todo eso, no vio exactamente eso en el partido de ayer. El Atleti, acostumbrado a ganar todo en el Calderón en los últimos tiempos (salvo el intensísimo y meritorio partido ante el Barcelona), sí ha coqueteado con empates y derrotas en un par de partidos de esta misma liga. Contra Osasuna y Celta, el Atleti tuvo la ocasión de recordar que es mortal, que en cualquier momento puede perder los puntos que la afición menos fiel da por supuestos antes de los partidos. Contra el Valencia se sufrió buena parte del partido, igual que contra el Levante; en Copa se sufrió de nuevo, sobre todo en Mestalla. Los resultados han sido magníficos pero no siempre obtenidos con facilidad, no lo olvidemos.

Si bien es cierto que el equipo se resiente de tantos partidos, no fue ayer cuando más agotados se vio a los jugadores. Faltó Tiago, que últimamente aporta mucho, y el equipo notó falta de ideas e inventiva, aplomo y calma, experiencia y flema. El Atleti, tras muchos partidos ya, es posible que haya perdido frescura y, sobre todo, capacidad de sorpresa. El admirable equipo de Simeone no tiene la cantidad de recursos que la plantilla de equipos más ricos brinda, y es normal que pase fatigas cuando buenos equipos como el Sevilla vienen a Madrid renunciando a todo afán de victoria, metidos en la trinchera con disciplina y calidad tras estudiar con afán al rival. Contra el Sevilla el Atleti hizo un partido más flojo de lo normal, pero teniendo en cuenta el altísimo nivel habitual, no es de extrañar. Son ya muchos los partidos del Atleti, son ya muchas las ocasiones que han tenido los rivales de estudiar al dedillo en entramado táctico y los puntos flacos del equipo, es normal empatar en casa de vez en cuando, tan normal como extraordinario es llevar 51 puntos y ser líder al inicio de la segunda vuelta, en un pañuelo con equipos cuyas plantillas cuadriplican en presupuesto a la del Atleti.

Muy lejos del catastrofismo, el que suscribe vio un partido flojo en su segundo tiempo que acabó en empate contra un buen equipo. El empate supo mal, a derrota y ocasión perdida, y eso dice mucho del nivel al que nos tiene acostumbrado el equipo. Todo el que haya seguido al equipo de cerca desde la llegada del Cholo esperaba un bajón físico o al menos la ausencia de frescura entre enero y febrero; el calendario y la suerte han hecho que el valle coincida con una cadena de partidos contra equipos fuertes, muchos de los cuales ven en un empate contra el Atleti un motivo de celebración a voces.

El jueves llega otro buen equipo, el Athletic, en un momento complejo, pero así son los campeonatos y a estos desafíos se enfrentan los equipos grandes. Nadie dijo que esto fuera a ser fácil, pero tampoco nos dijeron que iba a ser tan bonito, tan divertido y nos haría estar tan orgullosos. Qué suerte tenemos, oigan.

lunes, 13 de enero de 2014

Crónica hipotética del Atleti-Barcelona desde el lado que no es

Si servidor de Vds, a quienes Dios guarde muchos años, fuera del Barcelona (que ni lo es ni admite sospecha alguna ni mucho menos cualquier chistecito al respecto), habría disfrutado cada minuto del ambiente previo al partido de ayer en los alrededores del Calderón. Si servidor hubiera venido de Barcelona, Málaga, Pontevedra o la Guindalera para ver cómo mi equipo se enfrentaba al otro líder, al del Manzanares, habría sido feliz viviendo ese ambiente de partido grande de Liga, no de Copa, no de eliminatoria europea, no de final de torneo si no de Primera División de la liga, algo que casi no recordamos desde aquél día del Doblete frente al Albacete.

Si servidor fuera del Barcelona, que ya les digo yo que no pasará nunca, habría paladeado cada minuto por las calles de Madrid, cada caña por la Latina y la calle Toledo. Habría contado las muchísimas bufandas rojiblancas que se veían por la zona desde la hora del aperitivo y habría tomado bacalao en Revuelta y callos en Casa Paco. Ya de paso, habría tomado vermouth de grifo los bares del barrio, comparando el dulzor amargo de cada uno, el exceso o cantidad adecuada de hielo, si se sirve con seltz o (mal menor pero no admisible como regla) con un poco de Casera, si la proporción es la adecuada, si ponen o no rodajita de limón o de naranja, si el vaso es pequeñito y alto o bajo y chato. Si servidor fuera del Barcelona y a esas alturas se hubiera mantenido en pie, habría ido hasta el bar de los Caracoles que hay cerca de Puerta de Toledo y ahí habría pedido un vasito del caldo que hierve en el puchero de la barra y habría probado el raro vermouth blanco de grifo que sirven ahí, tentación peligrosa para el aficionado atlético que, presto a hacer la gracia, tiende a invitar a rondas alternas, ¡una de vermouth rojo! ¡ahora una de blanco! ¡otra de rojo, como las rayas del escudo!, y así hasta perder uno la conciencia de cuántas se ha bebido por aquello de ser fiel a los colores en las barras de los bares, que al final es de lo que se trata.

Si servidor, una vez probados cuatro, cinco vermouths y alguna caña para desengrasar, con tiempo entre unos y otros para no venirse abajo y cantar Asturias Patria Querida demasiado pronto y aún siguiera siendo del Barça, uno habría buscado una terraza para tomar café y quizás un licorcito y comentar la jugada y seguir viendo gente y gente vestida de rojo y blanco que se sientan en grupos grandes y piden sillas que sobran al resto de mesas y también piden café solo, café cortado, un pacharán con hielo, un gin tonic de esos modernos con fresas y cosas dentro o un pelotazo tradicional sin mucha negociación con el camarero. Si servidor hubiera sido de Barcelona, a estas alturas ya el Barça, me van a permitir la confianza, habría hablado con mis compañeros de viaje del inmenso placer que es tener un estadio cerca de la zona vieja y con personalidad de la ciudad, del privilegio gigante que supone ir andando al fútbol desde la zona monumental del centro histórico, parando de café en café, rodeado de gente que va o no va al fútbol pero que vive la calle en festivo entre periódicos y sillas metálicas de terraza y habría dado por finalizada la conversación de este primer asalto pre-partido comentando con mis correligionarios que a quién cojones se le puede ocurrir cambiar de estadio e irse a la otra punta de la ciudad a un barrio nuevo que pega con una autopista, teniendo una joyita como el Calderón en la parte de la ciudad en la que más se puede disfrutar de un día de fútbol. Y, al ser del Barça todos los demás compañeros de mesa, alguien probablemente habría dicho “eso es cosa del Cerezo y el Gil ese, ya sabes” y el resto habríamos asentido con la cabeza y habríamos dicho pues sí, eso es en el fondo, un tema de pasta gestionada de forma turbia, ya sabemos como es esto, a la gente al final que les den pomada, vaya error monumental sería irse de este paraíso para el hincha a un campo con pista de atletismo, vaya error y vaya sinvergonzonería.

De haber sido del Barça, el que suscribe habría bajado andando por la calle Toledo un par de horas antes del inicio del partido, tomando el aire y mirando por el móvil las últimas novedades sobre la alineación, comentándolas a voz en grito con los demás compañeros de viaje y, ya de paso, con los aficionados del Atleti que bajaban por la misma acera, como de hecho ocurrió, qué cosas. Habría mostrado sorpresa por ver una alineación sin Neymar y, sobre todo, sin Messi, y habría escuchado a los colchoneros que, bajando por la calle al mismo ritmo que el grupo, decían que en cualquier caso acabarían saliendo los dos una vez pasada la hora de partido quizás, cuando el desgaste físico del Atleti fuera alto. También habría escuchado a los que, al saber que no salía Raúl García sino Villa afirmaban que el Atleti iba a jugar con diez, diez y cuarto a lo sumo, visto el bajísimo estado de forma del asturiano, su contribución limitada, su físico limitado, su falta de confianza. Si servidor hubiera sido del Barça también habría comentado, como hicieron los del Barça, que ya en sus temporadas en Barcelona mostró un físico en declive y un juego con cada vez menos chispa, fruto del paso del tiempo y de una lesión durísima, algo en el fondo normal y poco criticable.

De haber uno sido aficionado del Barça, habría disfrutado con el paseo camino al estadio, con la visión de los ríos de gente vestida de rojo y blanco entre los que flotaban bufandas y camisetas azulgranas como si tal cosa. Me habría quizás maravillado del ambientazo previo, del olor a partido grande e importante y, a la vez, de la perfecta convivencia de locales y visitantes, del ambiente de respeto mutuo, de interés mezclado con un punto de admiración de cada uno con las cosas del equipo rival. Habría tomado una cerveza más, quizás dos, aprovechando para charlar con la gente del Atleti y habría hablado, como ocurrió por todas partes, sobre cómo los locales veían al equipo visitante y cómo la gente del Barcelona veía al Atleti, cómo el equipo de unos daba miedo al de los otros y al revés.

Tras charlar y charlar, de haber sido uno del Barcelona uno habría enfilado el estadio y habría hecho la cola monumental que se formó ayer delante de todas y cada una de las puertas, habría puesto el código de barras de la entrada en esa posición nueva que tanto confunde a los socios de toda la vida, y habría encarado el vomitorio, camino al asiento, tras alquilar una almohadilla roja de esas que meten en unas cosas que parecen nasas para langostas. Habría subido por la grada, habría buscado la localidad, habría pedido perdón y perdón y perdón a los que ya ocupaban la suya para poder llegar a la mía y, finalmente, habría saludado a vecinos de derecha a izquierda, como ocurrió en muchos de los asientos del Calderón el día de ayer. Hola buenas noches, habría dicho, y posiblemente me habrían respondido hola, buenas noches, Vd no es de los fijos en la zona, ¿es Vd del Barça? y ahí habría tenido que decir que sí, de haber sido uno del Barcelona. Habría escuchado a los vecinos de localidad decir cuánta gente nueva hoy, no conocemos a nadie, qué cosas, qué ambientazo hoy. Fíjese esos japoneses, fíjese ese grupo de ingleses embrutecidos, fíjese en estos de aquí. ¿De dónde son Vds? ¿Colombianos? Hombre, por Dios, qué alegría, desde que se fue Falcao y el bueno de Perea como que ya no vienen tantos colombianos al estadio. ¿Y Vds de dónde son? ¿Turcos? ¿Son Vds turcos? Hombreee qué bien, no es bueno el turco ni nada, no es bueno el turco, habría escuchado uno de haber sido del Barcelona y también de no haberlo sido.

Si uno fuera del Barça habría estado nervioso justo antes de empezar el partido, dudando de si el equipo visitante, el propio, el que tantas alegrías ha dado a su afición y tantos partidos memorables ha firmado, sería capaz de enfrentarse a la fiera máquina local con sus ligeras armas tradicionales. De haber sido uno seguidor del Barcelona habría dudado si la refinada tropa de élite de mi equipo, formada por estilistas con aires de bailarín, armados con floretes y dagas con pedrería, sería capaz de hacer frente al rotundo equipo local, un regimiento de portentos físicos armados con mazas, hachas y bolas de esas con pinchos que venden en las tiendas de souvenirs de Toledo que se mueve al unísono al grito de un tipo con el 14 a la espalda. Como seguidor del Barcelona, si lo fuera, habría tenido la misma sensación que el resto de culés que poblaban la grada: una tensión permanente, una continua necesidad de mirar el terreno de juego y el marcador sin perder un ojo de ninguno de los dos, ganas de que acabara ya el partido, ganas de que no acabara nunca.

De haber sido uno seguidor del Barcelona, habría quedado impresionado con el partido que hizo toda la defensa local, con la sincronía de los centrales y el repertorio casi interminable de Filipe Luis. Habría presumido también, claro está, del partido de Piqué, la facilidad de Cesc y Busquets y la velocidad de Pedro, pero no habría podido evitar rendirme al partidazo de Arda Turan, el mejor sobre el campo, el más fino y confiado, el autor de un control con el exterior del pie que, por más que uno lo ve y lo ve, no se explica cómo pudo hacerlo. Habría resaltado el cansancio que muestra Koke tras tantos partidos, el asombro por ver el empaque de algunos jugadores que nunca hubiera considerado idóneos para jugar en la millonaria plantilla del Camp Nou y la enésima demostración de ambición y poderío de Diego Costa, forzando una y otra vez a Piqué a hacer un partido excelso. Todo esto habría reconocido uno de haber sido seguidor del Barcelona.

Como seguidor de Barcelona, de haber sido uno parte de esa afición, uno habría vivido el partido con la intensidad que las dos aficiones lo vivieron en la grada, con la mandíbula apretada buscando agujeros en las líneas rivales que simplemente no existían. Habría respirado tranquilo cada vez que el balón le llegaba a Villa, la excepción en el equipo, desenfocado desde el inicio de la liga, y habría aguantado la respiración al ver salir a Raúl García, y más aún viendo cómo desde su salida los balones que merodeaban el área de Valdés se quedaban ahí más tiempo. Habría recibido con alegría la salida de Messi y Neymar para comprobar, un rato más tarde, que ni uno ni otro cambiarían la dinámica del partido, es decir, el hecho de que el que sería mi equipo si servidor fuera del Barcelona, no tiró a puerta en todo el partido, y van ya casi tres seguidos contra el Atleti, a pesar de tener en nómina a varios de los mejores atacantes del mundo.

Si uno fuera del Barcelona habría celebrado el resultado apretando el puño al oír el pitido final, pensando que se había conseguido un empate en una plaza casi inexpugnable, defendida por una guardia entrenada y ambiciosa que no dejará escapar muchos más puntos si las cosas siguen así. De haber sido uno del Barça, recordaría un día precioso de fútbol en un estadio imponente en el que se pueden llevar los colores del equipo propio sin que pase nada, a pesar de algunos cánticos poco respetuosos con el rival y con la concordancia de género entre sujeto y predicado. También habría recordado un auténtico partidazo, quizás no vistoso pero sí bueno, quizás no brillante pero sí intensísimo, quizás poco comercial pero sí para los muy aficionados. De haber sido del Barcelona, del Atleti o de cualquier otro equipo, a uno le habría entrado la risa al escuchar cómo populares comentaristas radiofónicos de esos que basan su oficio en contar chismes de los equipos grandes y en confundir buen fútbol con regates ciclistas, brillantez con goles y calidad con altos precios en los fichajes, decían que el partido fue un tostón y una tristeza. De haber sido uno del Barcelona, en fin, uno estaría muy orgulloso de su equipo, muy contento por haber conseguido puntuar en el Calderón, feliz por haber vivido el partido en directo desde la grada del Manzanares, todavía cansado por haber vivido en directo un choque de trenes, de estilos, de buenos equipos de fútbol.



Pero resulta, quizás lo intuyan Vds, que uno no es del Barcelona sino del Atleti, y que por eso mismo no celebró ni mucho menos el pitido final. Servidor de Vds quizás pensó que el empate fue un resultado justo pero no satisfactorio, que con un delantero un poco más incisivo el Atleti debería haber tirado más a puerta, que el partido de Arda Turan merecía que ese remate suyo de media tijera hubiera acabado en gol. Pero sobre todo, al ser uno del Atleti, al acabar el partido estuvo mucho más orgulloso de ver el equipazo que ha montado el Cholo que cualquier seguidor de cualquier equipo millonario, y está aún impresionado por la solidez del grupo, aún cansado por el despliegue físico y la intensidad del partido, aún asombrado por una primera vuelta con cincuenta puntos.