El día 29 de
Septiembre de 2013, festividad de San Miguel Arcángel, San Rafael Arcángel y
San Gabriel Fernández, toda la hinchada colchonera se encontraba exultante.
¿Toda? ¡No! Una minoría irreductible renuncia a la tentación de disfrutar de la
felicidad absoluta. ¿El motivo? Las ganas de ganar y el convencimiento de que
estas metas no son sino etapas hacia algo más gordo. ¿El responsable? Diego
Pablo I, Patriarca de la
Iglesia del Sur.
El Atleti
ganó en el estadio del otro equipo grande de la capital por primera vez en
catorce años y segunda vez en cuatro meses: esta es una estadística absurda para
el común de los mortales que para el Atleti es algo así como normal. Ya saben
que este equipo nuestro no es capaz de hacer las cosas a poquitos, no puede
hacer lo que hacen otros, es excesivo para todo. No puede ganar una vez cada
dos años, oiga, no esperen esto de nosotros. El Atleti, ya deberían saberlo Vds
a estas alturas, gana cuando quiere, no cuando lo indica la lógica. El Atleti pudo
pero no quiso ganar aquél partido en el que Forlán pegó un palo y casi marca
otro y acabamos empatando, pudo pero no quiso ganar aquél partido en el que
Agüero marcó junto al palo nada más empezar, pudo pero no quiso más que empatar
con aquel gol de Albertini que nos pone la sonrisa siempre que lo recordamos y
nos hace cerrar el puño al ver, justo después de ver cómo el balón entra en la
portería, cómo hacía lo propio Luis Aragonés. No, así no es el Atleti, el Atleti
gana cuando quiere y gana como quiere y al que no le guste que no mire y no hay
más tutía, oiga.
El Atleti
esperó un montón de años para ganar un título en el estadio del rival más
desagradable, contra ese mismo rival desagradable y poniendo en evidencia la
faceta más desagradable de una de las etapas más desagradables del ya de por sí
desagradabilísimo rival. Cuando la irritante hinchada rival, esa que no se
calla ni cuando les han callado la boca a pelotazos, hacía chascarrillos sobre
un contador que volvía a ponerse a cero para marcar otra larga época de sequía
en rojo y blanco, volvió el Atleti al estadio del otro equipo grande de la
capital y ganó, ganó bien y dejó al rival tocado e incómodo. Pero el Atleti,
imprevisible, dueño de su propio destino y caprichoso como es, se conformó con
un resultado normal, un resultado de día de diario, un resultado con jersey de
pico y el periódico bajo el brazo en vez de una victoria con chaqueta de húsar
y sable abrillantado, botas de caña alta y espuelas de estrella. El Atleti es
así, oiga, ya se vestirá así cuando él quiera.
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Tras la
final Copa, partido bien ganado en el que la suerte estuvo del rojiblanco lado de
los buenos, el Atleti ganó esta vez sin suerte. Con un pelo más de acierto, con
un poquito de suerte, con un larguero que se hubiera estirado un poco al tirar
Koke con la zurda, con un control un pelín más adelantado de Diego Costa en un
mano a mano, con un cabezazo un poco más bajo de Tiago, el Atleti habría metido
tres o cuatro goles en un partido que pudo ganar cómodamente por esa
diferencia. No fue así. El Atleti ganó 0-1 en un partido que pudo ganar
fácilmente 0-3, pudo dar un puñetazo en la mesa y, ya de paso, otro de esos que
daba Bud Spencer de arriba abajo en la cabeza del rival para atolondrarle
durante un buen tramo de liga.
Al igual
que tras la Supercopa
y el partidazo del equipo en Barcelona, hay quien está orgulloso del equipo y
se queda tan contento y hay, cada vez más, quien mira un poquito más lejos. La Supercopa dejó un
excelente sabor de boca pero, a la vez, la rabia sorda del que ve que se le va
un título, por simbólico que sea. El partido de ayer dejó la sensación de haber
visto un equipo muy superior a otro marcando un solo gol cuando mereció más, de
ver otro resultado histórico como aquél 0-4 en sábado lluvioso que dejó una
bandera del Atleti en la
Cibeles hasta el domingo por la mañana.
Sin
quitar un ápice de alegría al partidazo, uno nota cómo este equipo sólido en el
que destacan pocos porque destacan todos va metiendo poco a poco el gusanillo
de la ambición, de las ganas de ganar, de romper el tedioso duopolio de la
Liga. Sin querer echar las campañas al
vuelo, el equipo empuja a querer más, a dar por buenas las victorias pero mirar
más allá de ellas, más lejos, más alto. Hubo años en los que el Atleti casi
daba por buena la temporada si hacía un papel digno en liga, ganaba el derby en
casa y puntuaba fuera. Parece que esos modestos objetivos, indignos de un club
como el Atlético de Madrid, se van viendo cada vez menos satisfactorios, más
exigibles. Si vuelve la exigencia al Calderón y sigue el Cholo al frente del
equipo, quizás los tiempos vergonzosos de los derbis no disputados, de los
partidos planteados con los brazos bajados, de los sustos en los cinco primeros
minutos y la impotencia en los últimos nos resulten tan extraños como
desesperantes nos resultaban entonces.
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Resulta
difícil destacar jugadores en este Atleti compacto y homogéneo, disciplinado y
seguro de sí mismo como una unidad militar de élite. Resulta complicado no caer
en el tópico de que este equipo está por encima de los jugadores, pero es casi
obligado resaltarlo en estos tiempos de futbolistas-estrella presentados ante
multitudes como el mejor del mundo aunque provengan de un equipo aspirante a
Europa League y cuya importancia para el equipo radica en la facilidad para
vender camisetas con su nombre. Frente al irritante equipo del Norte el Atleti
hizo su juego conjunto de presión e intensidad, de solidaridad, disciplina y
esfuerzo no negociado. Frente a esa unidad de choque y asalto el rival presentó
un grupo de esgrimistas de salón, vestidos a la manera de Fointainebleu y
perfumados al estilo Juteco. El resultado fue que el rival, acostumbrado a
medirse a equipos pequeños en una liga mediocre, confiados en que con el peso de
las letras de su dorsal baste para marcar una, dos veces por partido, plantó
poca cara.
Uno
habría esperado al menos un gol del rival, ese equipo habituado a ganar con mal
juego por obra y gracia de un destello de uno de sus multimillonarios
repeinados, incluyendo en esta categoría (sin lo de multimillonario) a cierto
colegiado colaboracionista. Pero en vez de un equipo de retales con ganas de
pasar cuanto antes el trance de ser apuntillado en público, el equipo de
millonarios de ceja depilada se encontró un equipo de fútbol. El resto lo
conocen bien Vds. Uno no sabe mucho del vecino, pero le resultaría curioso
saber en cuántos partidos como local no han marcado ni un solo gol, y contra
quién. El Atleti, comandado por un tipo llamado Fernández, un chavalín apellidado
Resurrección y un delantero con aspecto de polizón de buque bananero panameño,
se merendó al pseudoglamuroso y nuevo rico equipo de espíritu en tonos Lladró y
ordinario reloj Bvlgari tamaño sartén con muchos brillos y zirconitas. Pocas
cosas podrían enorgullecer más a la afición del Atleti, pocas cosas podrían ser
más cómicas en el fondo.
Siendo
por tanto complicado destacar a un jugador, el que suscribe se atreve con uno.
No nos referimos a Koke, de nuevo enorme, lleno de talento en el pase del
primer gol y en su tiro al larguero, inmenso en el despliegue físico y táctico.
Tampoco a Diego Costa, autor de otro gol en el estadio-mall, pesadilla
constante de la defensa rival y balón de oxígeno para todo el ataque atlético.
Ni Arda, trabajador, talentoso y bien colocado y haciendo de capitán al
amenazar con cara de asesino en serie a Diego Costa cuando éste se jugaba una
tarjeta roja. Tampoco a Gabi, enorme capitán incansable en las ayudas, siempre
cerca de quien está en apuros, siempre a la salida del regate del rival
presionado por los nuestros, siempre concentrado. Además de todos estos, al que
suscribe le llamó poderosamente la atención el partido de Tiago, jugador poco
habitual pero que viene haciendo partidos estupendos siempre que sale. Tiago,
que llegó al Atleti aportando luz y esperanza, se fue diluyendo poco a poco,
perdiendo presencia y limitando su aportación al equipo según avanzaban las
temporadas. A menudo lento y frío, Tiago empezó a llenar de dudas el casillero
de su crédito hasta que, como en tantos otros casos, llegó Simeone. Tiago,
suplente del frío y a veces desesperante y otras veces admirable Mario Suárez,
hizo ayer un partido excelente en un puesto exigido. Siempre en el sitio,
siempre viendo bien el juego de frente, siempre cerca de los compañeros para
ayudar y sacar el balón hacia los centrocampistas más dinámicos, fue clave para
sostener con autoridad el centro del campo. Mucho mérito es suyo en una
victoria aplastante forjada en el centro del campo.
En el
(leve) lado negativo, la desconexión de Villa del resto del equipo, lejos de
zonas de remate en los contraataques y lejos también de su estado físico óptimo,
limitado a mantener su espacio y taponar la salida del rival. Algo negativo
resultó también el partido de Courtois. Courtois hizo un paradón a tiro tardío desde el área
pequeña, pero se mostró algo inseguro blocando balones que botaban cerca y
protagonizando una jugada tontísima en el último minuto que pudo costar un
disgusto y al parecer le costó un dedo hinchado: algo llamativo en este
porterazo que tantas alegrías nos da siempre.
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El Atleti
hizo un partido magnífico que, cosas de Simeone, ya no sorprende. El Atleti y
su afición hacen bien en centrarse en el mantra del partido-a-partido, pero
resulta casi imposible ceder a la tentación de mirar un poquito más allá, de
ponerse de puntillas y levantar la vista y apoyar la nariz en la parte alta de
la valla para ver qué hay más allá. El Atleti pinta bien y su juego, su
determinación y su eficacia no son ya una sorpresa. La prueba es que ganar 0-1
cuando se puede ganar 0-3 produce el olvidado efecto de sentir un puntito de
rabia en medio del mar de orgullo en el que nos tiene sumergidos Simeone. Curiosamente,
esa sensación de felicidad no plena le hace a uno estar doblemente orgulloso: cosas
del Cholo.