lunes, 15 de abril de 2013

Y, por fin, el Día del Niño



Queda uno a las 13.30 para tomar vermouth con seltz y unas banderillas de aceituna y anchoas, y se toma dos de cada, que tiene mesa a las 14.30 en una casa de comidas. En la casa de comidas se sienta cada uno en su sitio y se pronuncian al menos dos frases imprescindibles en cualquier comida española. La primera se pronuncia al llegar la carta y tras echarle un vistazo: “¿pedimos unos primeros para compartir y luego cada uno un segundo?”, dice siempre alguien, como si lo hubiera inventado él mismo ahí en ese momento, y no como si fuera lo que se viene haciendo en todo el país desde hace siglos. La segunda se dice cuando llegan los segundos y se tarda un rato entre que lleguen los de unos y otros: “oye, vosotros empezad, que eso frío no vale nada”. “Eso frío no vale nada”, dice el español en todas y cada una de las comidas de su vida y si no lo dice es como si faltase algo, como si faltase el pan o el tenedor, sin eso no hay comida oiga, hagan Vds el favor de comportarse y que alguno diga eso de que eso frío no vale nada que si no esto no es comida ni es nada y así es mejor irse cada uno a su casa, hombre ya. A ver, Vd mismo, el de azul clarito, dígalo Vd, vamos, bien, gracias.

Tras compartir un primero y comerse un segundo y hasta un postre entre tres, se toma uno un café y hay quien se toma un chupito antes de ir al campo. Y se llega al estadio con tiempo pero no mucho, y se sienta uno en la grada abarrotada, llena por una vez de niños y no sólo de señores con cara de que vaya horas son estas de ir al fútbol. La grada con sol y niños, ese espectáculo al que antes estábamos acostumbrados y ahora es un evento excepcional que se vive como mucho una vez al año, es un aliciente suficiente para llenar un campo. Eso sí, a eso no le hacen caso los que fijan los horarios, más interesados en que la televisión esté contenta que en conseguir que el aficionado, que al final es la base de este tinglado, lo pase bien y vea que su dinero tuvo una contrapartida digna.

La grada llena de niños está llena de camisetas del Atleti con nombres de jugadores a peinado cambiado y de jugadores del futuro de nombre aún poco popular. En la grada del domingo en el Calderón uno ve Gabis, Forlanes y quince o veinte Falcaos, pero de estos algunos son rubios y otros llevan trenzas y lazo, unos son morenos de pelo rizado, varios Falcaos tienen coletas y hasta hay uno pelón de puro pequeño. Los Falcaos comparten chucherías y gritos con otros jugadores en cuya camiseta pone Paulita, Mario, Jose Carlos y Manu y unos cuantos más que ya tienen su dorsal y su nombre y todo antes ya de debutar en el primer equipo. Pero, eso sí, aunque Falcaos hay muchos, de los que más hay son Fernandostorres.

Durante el partido los mayores de la grada de lateral se achicharran la frente por el sol primaveral que se asoma al Calderón con las mismas ganas que la hinchada infantil, y los niños beben agua y fanta de naranja y meriendan y son capaces de comerse una bolsa de patatas en dos minutos de reloj con las manos pringadas de sal hasta la muñeca. En el medio tiempo la grada tarda en vaciarse porque el personal sale en tropel para llevar a los niños al baño y buscar la sombrita y el fresco de las galerías interiores del estadio y en los vomitorios se forman unas montoneras que ni San Fermín, oiga. El bar se queda sin existencias por la cola monumental que se forma para encontrar bebida fría, y mientras los padres se afanan por conseguir una lata de refresco, los que pasan por ahí cuidan de los niños ajenos para que no se pierdan. Cuídeme el niño si no le importa, que voy a pedir agua, no se preocupe, oiga, yo me ocupo; con este ya van quince niños a mi cuidado y voy a organizar un partido de balonmano, con ese bajito de árbitro.

El partido acaba y el Atleti, además, ha goleado y entretenido al personal. La gente sale con los niños en brazos o a hombros, ya cansados, camino de casa; pero son las siete y aún hay domingo por delante, da gusto, ahora nos vamos a casa o paramos en esa terraza y tomamos algo mientras hace sol, luego veremos el resumen del partido sobre todo para ver si nos enteramos de cómo fue el tercer gol, que nos pilló en la cola de salida al vomitorio y sólo oímos el grito infantil de media grada, goooool.  Ya de vuelta a casa los niños regatean al paragüero y rematan de cabeza una lámpara de pantalla y cenan a regañadientes porque sólo quieren contar una y otra vez cómo el señor de delante perdió las gafas de un manotazo al celebrar el cuarto gol, cómo un vecino de localidad le regaló una bolsa de pipas, cómo papá tardó diez minutos en traer una fanta y luego no había y sólo pudo traer agua, cómo los guardias de seguridad le ayudaron a pasar el torno y cómo jugó con otros siete niños vestidos del Atleti a que ganaban la final de la Copa del Rey por cinco a cero, todos los goles entre los minutos 85 y 90, todos de cabeza a pase del Cebolla. Y, tras tomarse un yogur y contar por enésima vez cómo Koke pone el pie para pasar el balón, hacen acopio de valor, ponen su mejor cara de niño bueno y piden dormir con la camiseta de Fernando Torres puesta.

Fútbol a horarios normales, con niños en la grada: un placer que antes era normal y del que ahora nos han privado, algo contra lo que no nos quejamos lo suficiente. El Atleti es más Atleti a la hora del café en una grada llena de niños, seguro que más que un domingo a las tantas de la noche, sin tiempo para disfrutarlo luego.
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Salió el Atleti la mar de guapo y bien peinado bajo el solazo de domingo madrileño y fue recibido con un estruendo de sonajeros y pitos de pato de goma, vista la edad media de la grada de ayer. Salió también el Granada vestido de negro y medias de rayas y sorprendió que compareciera únicamente el equipo, cuando parte de la grada esperaba que a los titulares les acompañara un cocinero con gorro y todo al que, puesto en pie, el público agradecería con una ovación estruendosa el fino crujir de los churros de la plaza Bib-Rambla (presidida por Neptuno) y el tacto azucarado que se queda en los dedos cuando se come uno un Pionono de Santa Fe sin cucharilla ni nada. Gracias por todo, reposteros granaínos, gracias.

Salió Courtois disfrazado de pollo, entendemos que como guiño a la infancia, si bien se echó en falta la parte superior del disfraz, esto es, esa capucha de plumas con un pico que queda a la altura de la frente, a modo de visera, del disfrazado. Salió también la defensa tradicional, esto es, Juanfran, Filipe Luis, Godín y Miranda, quien se las vería durante toda la tarde con Aranda en un duelo muy seguido en la provincia de Burgos. Por delante de estos, el capitán Gabi, Koke, que jugaba en el puesto en el que tantos partidos disputó antes de llegar al primer equipo, y más abiertos hacia las bandas – es un decir - Raúl García y el Cebolla. Por delante del resto, y con la tarea plácida de hacer añicos una defensa flojita, Diego Costa, que metió un gol, y Falcao, que metió dos.

Con este equipo salió el Atleti al campo y, a los cuatro minutos, ya ganaba uno a cero. Marcó Diego Costa tras un pase excelente de Koke, que vio en ese lance la forma de convertirse en nuevo ídolo infantil. La cosa se puso tan de cara que se convirtió en un tostón hasta que el Cebolla, en un arranque de esos tan suyos, salió como una bala, condujo el balón, puso un excelente pase adelantado a Diego Costa y éste, que ayer ni se peleó ni escupió ni nada para dar buen ejemplo a los invitados, puso otro pase excelente para que Falcao marcara. El Atleti ganaba dos cero a los 30 minutos gracias a un golazo de contraataque en tarde soleada  y con la grada llena de niños: ante esta reflexión más de uno y de dos se preguntaron si habían viajado atrás en el tiempo, si seguían viviendo en la misma época en la que se despertaron, si no habrían llegado al campo en un DeLorean tras un fogonazo sospechoso.

El Granada, generoso y niñero, colaboró para que la hinchada con coloretes se fuera contenta a casa y no dio una a derechas. Falcao marcó nada más empezar el segundo tiempo, cuando medio estadio estaba aún tomando el fresco dentro de los vomitorios, y lo hizo a pase de Koke. Koke llevaba ya dos pases de gol pero Koke es así, oigan, y puso otro baloncito estupendo para que Raúl García marcara un gol de los tres que pudo haber marcado. Antes le habían anulado uno por fuera de juego justito cual papel de envolver Sugus; luego el portero, vestido de helado de dos bolas, le sacó otro tras un remate fantástico; el rechace, hoy rechazo, le llegó a Raúl y la estampó en un poste.  A uno le hubiera gustado que Raúl, buen jugador de equipo y tipo majo con los chavales de la cantera, hubiera metido tres goles ante la chavalería; quizás, gracias al recuerdo cariñoso de estos cuando peinen canas, se podría equilibrar el trato injusto que tantas veces ha sufrido el buen jugador y buen profesional navarro.

Marcó luego Filipe Luis un gol fino fino de extremo antiguo y con el gol llegó uno de los momentos esperados de la tarde, junto con el de la merienda y Calippo prometido. Salió Oliver Torres al campo y se llevó una ovación que tapó la que también se llevó Raúl, y el sol también se vio algo ignorado al centrarse todas las miradas en el chaval. Y el chaval dejó muy buena impresión y confirmó lo ya visto: Oliver Torres se enseñó en todo momento, la pidió, la dio a los compañeros, la jugó en corto y en largo e hizo gala de calma ante el asedio rival y de personalidad para hacer lo que en cada momento consideró oportuno, más allá de lo que de él se esperase.

Oliver Torres dejó un buen sabor de boca a la afición que, un rato antes de acabar el partido, ya salía por las escaleras con niños en brazos y mochilas llenas de botellas de agua vacías y banderas enrolladas. Terminó el partido y la afición se echó a la calle hablando con palabras sonrientes, voz contenta y con toda la tarde por delante, encima. Siendo como era uno de esos días en los que la primavera rompe en Madrid tras un invierno lluvioso y la ciudad entera se echa a la calle, no había sitio en terraza alguna en varios kilómetros a la redonda y hasta las tantas de la noche se veían aficionados rojiblancos tomando patatas fritas y tinto de verano en las mesas de las aceras, ajenos a los partidos que otros equipos jugaban más tarde para que estuvieran contentos los señores de las televisiones. Los camareros sabían que sería un buen día para la caja, los padres sabían que llegarían a casa con tiempo de ser persona un rato antes de dormirse y los niños sabían que, al día siguiente, irían al colegio con camiseta rojiblanca para contar con pelos y señales los cinco goles marcados por el Atleti en una tarde soleada. En definitiva, eso que antes era tan normal y que últimamente, sin que hayamos hecho nada, nos han secuestrado.