domingo, 22 de diciembre de 2013

¿A qué suena el Calderón?

Con frecuencia, uno se pregunta a qué suena el Calderón, qué música debería sonar antes de los partidos, qué canciones caldearían el ambiente general del estadio o servirían para dejar claro en bares, bingos, salas de fiestas, bautizos, bodas y comuniones que los que pinchan la música son del Atleti y tienen razones para estar orgullosos de ello en ese momento.

Los aficionados del Celtic y el Liverpool cantan “You’ll never walk alone”, aunque ambas aficiones, cantarinas, han hecho de “Just can’t get enough” y “Fields of Athenry” parte de la identidad y la fiesta. Los del City cantan “Blue Moon” y los del Chelsea abren los partidos haciendo coros a “The Liquidator” de Harry J All Stars, además de escuchar por megafonía (al menos en desplazamientos, que uno nunca ha estado en Stamford Bridge) algunas canciones de Madness, cuyo líder, Suggs, es un reconocido fan blue. En la grada del Swansea se canta “Delilah”, pero para eso hay que tener vozarrón y esa cultura de música coral de los galeses que tan boquiabierto deja a los visitantes en los partidos de rugby del Millenium Stadium. En Argentina se adaptan en la grada canciones de moda y no tan de moda, que acaban llegando a las gradas españolas en un ejercicio de mimetismo y pereza consistente en cambiar únicamente el nombre del club o el estadio, lo que hace que en casi todos los estadios españoles las canciones sean exactamente las mismas. En otros campos es el propio club el que “ayuda” a la adopción de un himno: uno recuerda al Atleti empatando en Champions en el Amsterdam Arena en un gran partido de Bejbl y Esnaider, y cómo por megafonía sonaba “One step beyond” en el momento en el que marcó el Ajax, contribuyendo al alborozo general de  la afición local.

En el Calderón, hasta donde uno recuerda, nunca se ha cuidado este aspecto. Por megafonía, antes de los partidos y en el intermedio, han sonado himnos y canciones atléticas de regusto antiguo y a veces rancio, y hace algunos años sonaba en el intermedio “Friday, I’m in love” de los Cure. Alguna lumbrera tuvo a bien poner por megafonía “The eye of the tiger”, la canción que reclamó como himno de la sección de baloncesto del tercer equipo de Madrid el marido de Paquita Torres; ¿es que no había otra, oiga, es que no había otra?

Para el Centenario se encargó un himno a Sabina que no sonó casi nunca en el Calderón, al parecer por motivos jurídicos; el himno de Sabina, con música del muy atlético y muy de pro Pancho Varona, no acabó de cuajar entre la afición, quizás por la percepción de Sabina como un atlético sin acreditado pedigrí de grada aferrado a esa imagen romántica del Pupas que tanto daño ha hecho al equipo y tanta alegría ha dado a rivales nuevos e históricos. Aún así el himno, que es más bien una canción larga y llena de nombres, sí recogía buena parte de elementos de la identidad del Club y la afición. Ni con este himno en las manos supo o quiso el Club dotar de identidad musical a la grada – y quizás no lo hubiera conseguido aún queriendo - y uno no recuerda qué sonaba por megafonía el día del desfile de los de Sensación de Vivir, pero se teme lo peor. En general, pues, resulta complicado asociar al Atleti con una canción en concreto.

Si se quisiera hacer esta identificación y elegir un tema para abrir las veladas en el Calderón, el que suscribe entiende que se debería hacer independientemente de filias y fobias personales, de gustos musicales y manías hacia intérpretes, incluso de la condición de colchoneros de los mismos. Obviamente no sería aceptable una canción de un intérprete afín a algún equipo rival, en especial del irritante vecino del Norte; esto excluye, para nuestro alivio, a Jose María Cano y, sobre todo, a Ramoncín. Lo ideal sería un tema escrito por un atlético, claro, pero lo suyo, sobre todo, es que fuera una canción que reflejara bien a qué suena el Calderón, la personalidad que transmite la grada, el rugido que empuja al equipo a dejarse el alma para ganar los partidos cuando todo está en contra. ¿Dónde está esa joya?

Resulta complicado definir a qué suena el Calderón: cada uno lo definiría de una manera, a cada uno le suena un matiz diferente, cada aficionado desearía que la definición del sonido de la grada coincidiese exactamente con su gusto musical, con su grupo favorito. Resulta más fácil, quizás, decir a qué no suena el Calderón. El Calderón no suena, claramente, a himno grandilocuente y operístico como ese engendro cateto del centenario del tercer equipo de la capital; no suena a flamenco, a pesar de ser el Atleti el amor común de muchos aficionados cabales y cantaores de pro; no suena a grada electrónica, ni a canción del verano, ni a canción de Abba ni a canción española de bata de cola y abanico. No suena a reguetón ni a pop facilón, no suena a música clásica ni a gaita escocesa ni a fagot ni a oboe ni a piano de cola. A acordeón tampoco suena. Ni a Celine Dion, a eso seguro que no.

Si uno tuviera que decir algo, lo primero que diría es que el Calderón le suena a guitarra. Eléctrica, no española. Eléctrica, no acústica. A guitarra, a guitarreo, a guitarra rasgada, a rabia y ganas de pelea. A cerveza Mahou fría y garganta caliente, a tropa de asalto algo desarrapada pero de mandíbula apretada. A algún lugar entre el punk y el heavy. El Calderón suena a “Cum on feel the noize”, y casi más a la de Quiet Riot que a la de Slade; “Cum on feel the noize” explica además a qué se va al Calderón, en qué consiste la liturgia de una grada rugiente. “Cum on feel the noize” es de 1973, de los años del Atleti grande, el Atleti  Campeón de Europa en Bruselas (en el tiempo reglamentario).

El Calderón suena también a AC/DC, a “You shook me all night long” en el estadio de River, a la grada cantando letra a los punteos y saltando sin parar; a “Thunderstruck”, melenas, trueno y fuego sin cuartel a la señal del Cholo (aunque la canción tarda hasta que llega la orden de asalto), a “Hell’s bells” anunciando al rival que se va a meter en un lío y de los gordos a golpe de campana. A servidor también le suena el Calderón a la rabia del “In the city” de los Jam y a la declaración de principios del “Guitar and  drum” de Stiff Little Fingers, cantable puño en alto y a voz en grito. El Calderón suena a “The boys are back in town” de Thin Lizzy - siempre y cuando el equipo vuelva de un partido duro fuera de casa -, a “Surrender” de Cheap Trick y al “Blitzkrieg bop” de los Ramones en día de descarga de energía.

Resulta raro, sin embargo, que el Calderón suene en inglés. Parecería más acorde que en el Calderón sonara un himno que todo el mundo entendiera y pudiera cantar en la grada o en su graduación, en el karaoke de la cena de empresa, en cualquier sitio en el que a uno le apeteciera decir a voces que es él es de los nuestros, que aquí hay uno del Atleti, hombre ya. La canción para el atlético, la que sonará el día de su boda y en su funeral, en el móvil y el día su cumpleaños, al salir la tarta y caer los globos rojos y blancos. La canción que indica que el que se ha hecho con el mando de los platos comparte religión y forma de ver las cosas, una canción para levantar la cerveza e invitar a tercios, para que suene en Neptuno en día grande y en casas y bares de Australia o Alaska en día de morriña, una canción para llevar siempre encima y poner sobre la mesa con un puñetazo en momentos de euforia, de nostalgia, de reivindicación o simplemente porque a uno le sale de las narices.

En castellano, el Calderón le suena al que suscribe rabioso y la vez alegre, intimidador y divertido, comprometido pero feliz por compartir el momento. Suena quizás al primer disco de Tequila, a los Enemigos, a bares oscuros de suelos pegajosos. El Calderón suena al “Hey tío” de Glutamato Yeyé y, más aún, al “Soy un socio del Atleti” grabado en directo en la Sala Universal de Doctor Esquerdo en 1987 entre bufandas del Atleti, repitiendo la toma en la que se mencionaba al traidor Llorente para, cosas del destino, que la versión buena fuera la que mencionaba a Arteche.

Con todo, creo que a casi todos el Calderón no suena a guitarras de Carabanchel y declaraciones de principios, a “así somos y así nos gusta ser”, le pese a quien le pese. Tras mucho darle vueltas al tema, si uno tuviera que elegir una única canción, un himno para la grada, la canción con la que abrir los partidos y cerrar las temporadas, elegiría un tema guitarrero escrito por un atlético confeso, por un tipo grande que deja claro que no se siente como tal, alguien que, como el equipo del Cholo, tiene claro cuál es su sitio y lo que cuesta mantenerlo. Un tipo que es el orgullo de su barrio por más pudor que le dé, el único que ha alzado la voz ahora que las cosas no van bien, un tipo estupendo al frente de Leño, un grupo estupendo. “Maneras de vivir” de Leño, el título dice ya mucho.


lunes, 16 de diciembre de 2013

Algunas conclusiones (motorizadas) tras el partido del Valencia y un cuento checo



Llegó el Valencia al Calderón en noche fría de diciembre, y jugó bien durante al menos una hora. Y, con todo, tres goles le hizo el Atleti. Tres goles le hizo el Atleti al Valencia, tres goles le hizo, tres: el primero por coraje, el segundo por capricho, el tercero por placer. Tras un buen primer tiempo, durante el que el Atleti estuvo incómodo y espeso, y un principio del segundo en el que se afanó por achicar agua mientras quedaba claro que había cambiado el viento, un buen Valencia se llevó tres goles que pudieron ser cuatro.

El Valencia salió ordenado y con la lección aprendida, dejando jugar al Atleti en horizontal para que tuviera problemas a la hora de encender las luces. En un Atleti pretérito perfecto simple, incluso pluscuamperfecto, el primer tiempo del Valencia, áspero, organizado y reservón, se habría traducido en dudas, prisas, malas decisiones y vacilaciones a la altura del minuto 50;  despeje Vd, no, que es suya, despeje Vd, ¿pero ese de la banda no era suyo? mío no, mío no, yo creo que era de su padre, oiga.

En el pasado, ese orden inicial del visitante habría valido para llenar de miedo a los jugadores, de confianza al rival y de desesperación a la grada. La primera parte marcada por el despiste ausente de Arda, por la falta (dimitido el turco) de un jugador que sepa abrir equipos cerrados, la nula aportación (una vez más) de Villa, la clara vocación del rival para llevar un partido a un ritmo lento y la desconexión de Juanfran, que casi no tocó balón en un buen rato, habría sido el presagio de una empanada monumental en el segundo, de un remate rival tras despeje de tres, cuatro defensores, de un disgusto de esos que dejan helado el Calderón. Pero ayer no fue así, ahora ya no es así, no con el Atleti del Cholo Simeone.

Y es que Simeone ha convertido el equipo blandengue del blandengue Manzano y el equipo desquiciado del desquiciado Quique Flores en un fiable ingenio mecánico que avanza y avanza, despacito o a la carrera, centímetro a centímetro y partido a partido, directo a su objetivo con la solidez y la autoridad de un tanque que rara vez gripa el motor o se queda en el barro. Quizás Simeone no disponga del fino deportivo italiano de los buenos años del Barça, ese descapotable rojo con volante de nogal y tapicería de canguro lechal que entra alegre por las curvas de la Riviera italiana camino de Portofino con chica con gafas de sol y pañuelo en el asiento del copiloto. El Cholo no tiene tampoco, gracias a Dios, un deportivo de esos ordinarios que hacen ruido a todas horas con sus escapes trucados, sus cristales tintados, ruedas anchísimas e intermitentes de Swarovski como el que conduce el ostentoso vecino del Norte, alardeando de subwoofer en los semáforos a ritmo de reguetón, púmmm, paúm-pá-úmm, paúm-pá-úmm.

Simeone ha construido, él solito, un todoterreno robusto y resultón, una máquina sin artificios ni alerones, sin GPS ni aire acondicionado, cuadradote y poco glamouroso con suspensión de ballesta y arranque con botón, como los Land Rovers antiguos; un coche que, cuando la cosa se pone fea, resulta fiable, sólido y resolutivo porque, bajo su apariencia discreta, en realidad hay un prodigio de la ingeniería. El Valencia planteó un partido con barro y cuesta arriba, un partido en el que quizás se habría varado  el Alfa Romeo Giuletta Spider del 55 que conducían en Barcelona y habrían patinado las ruedas anchísimas del Opel Manta tuneado que se ha comprado este año el tercer equipo de la Capital con el dinero de un constructor. Pero eso no le pasa al Atleti del Cholo. Seguro de su idea y convencido de su juego, el Atleti porfió con la determinación del que se sabe capaz de echar abajo un muro de piedra con una cucharilla. El Atleti de hoy, 200 caballos de tracción total sin alardes, carácter de tractor y sin cuero en la tapicería, se fue al vestuario, se puso ruedas de tacos, metió la reductora y salió con la idea de soplar y soplar hasta derribar la casa de ladrillos que le habían construido enfrente. Por si fuera poco, el lobo es de Lagarto y eso le convierte en una criatura mitológica parecida al Grifo, aunque en este caso al de vermouth. 

Tras salir del vestuario, el Atleti dio muestras de haberse sacudido la grima que da dejar manchas en las alfombrillas nuevas y se puso al lío. Avisó un par de veces hasta que marcó Diego Costa un gol de empuje que recordó a aquellos que metía en el Barcelona un delantero brasileño con tendencia a engordar y a hacer anuncios de póker. Diego Costa controló regular, avanzó a trompicones, entró por donde buenamente le dio a entender el momento, tiró con la zurda y le dobló la mano al portero. Es de justicia reconocer que Diego Costa lanzado no resulta muy estético; se mueve con maneras de coche de choque y sugiere un punto torpón, como si en vez de regatear simplemente atajara para llegar antes a posiciones de tiro; viendo el resultado, hay ya quien intenta ensayar el atajo como recurso futbolístico y baraja varios nombres para el lance: a atajinha lagartera, o atroche costeiro, o barullo trompicão. Cuando Diego Costa recoge el balón cerca del medio campo y comienza a correr en dirección al portero, hay quien dice que tiene los ojos en blanco y una fuerza sobrehumana, y que cuando celebra el gol lo hace gritando en leguas antiguas que se creían extintas. Si en esos momentos se lesionara, recomienda el Club, en vez de avisar a un fisioterapeuta es conveniente llamar a un exorcista.

Tras el gol de coraje llegó el de capricho. Raúl García enchufó con la zurda un balón que tuvo la amabilidad de caerle cerca, dejando clara su importancia en el equipo, deshaciéndose de muchos detractores y ganando a la vez un enemigo: David Villa. De nuevo desfigurado y blandito, Villa tiene pinta de soñar con Raúl García, levantarse en medio de la noche con sudor en la frente, repasar mentalmente las veces que él toca el balón y compararlas con las veces en que éste le llega al navarro quien, fiel reflejo del robusto coche todocamino del Cholo, juega en manga corta en medio del ártico y marca goles con las cuatro ruedas y el remolque si hace falta.

El último gol, como el último desliz de Paquita la del Barrio, fue por placer. Falló un penalti Diego Costa a pesar de que el portero se había tirado un rato antes de que la pegara él, y al rato provocó otro. Al parecer desde el banquillo se pidió que fuera Raúl García quien lo tirara, pero nadie se enteró y el brasileño que jugará con España se dio el gusto de tirar un nuevo penalti, meter un segundo gol y ponerse pichichi consorte. Y, en ese momento, el Land Rover de acero templado mutó en caza-bombardero match-3. Simeone pidió un cuarto gol para hacer al equipo líder, rugió la grada y la austera máquina de ganar terreno palmo a palmo trasmutó en fiera desbocada. Si hace dos años nos dicen que íbamos a ver a Filipe Luis tirándose al suelo como un loco en el minuto 85 y con tres a cero a favor, habríamos llamado a un médico; si nos cuentan que el último córner del partido se iba a jugar con la intensidad del último minuto de una final de Copa, habríamos llamado a un guardia.

Tres goles, tres, se llevó un Valencia digno y peleón, bien plantado el primer tiempo y rendido el segundo al empuje de Diego Costa y la fe general del grupo. Uno no recuerda un Atleti tan convencido de sus posibilidades y tan dominador de la psicología de los partidos, tan capaz de transmitir a la grada que sí, que por empinada y embarrada que sea la cuesta, hay tracción para llegar arriba.
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Partido a partido

“Partido a partido”, dice Simeone  antes de cada encuentro y “partido a partido” repiten los jugadores a coro tras cada victoria, empate o derrota. “Partido a partido”, dice la prensa en un alarde de inventiva y “partido a partido”, dice la grada. La grada dice “partido a partido” y piensa, al mismo tiempo, si no es ya momento de mirar un poquito más allá, de darle un poco de vidilla a la imaginación y al optimismo. La afición, reunida en bares y rara vez en museos, habla del equipo, de la capacidad de sufrimiento y la fe de los jugadores, de la cantidad de balones que recupera Gabi, del cambio asombroso de Filipe Luis y Juanfran, y cuando dice todo esto la afición sonríe. Habla luego del andar zambo de Arda Turán, de las roscas de Koke, de los últimos partidos de Tiago y de la explosión Raúl García, y la afición se viene arriba. Pero cuando habla de Diego Costa y su lagarterana marca registrada, de su gol por partido, de su pelea con los defensas rivales y esa forma tan suya de apoyarse en el cuerpo de los centrales para bajar el balón y controlarlo, es complicado parar el optimismo. Ahí seguimos, dice la afición, quién nos lo iba a decir, en diciembre y ahí seguimos. ¿Y si el tema sigue así, oiga? ¿Y si empieza a flojear tal rival y tal otro, eh, qué me diría entonces? ¿Y si el Atleti no afloja, que no tiene pinta de aflojar? ¿Eh? ¿Eh? ¿Entonces qué? ¿Entonces qué, oiga?

Y entonces, entonces, oiga, siempre hay alguien en el bar que enfría el ambiente. “Partido a partido”, dice en enfriador sensato, “partido a partido”, dice, como si la euforia del bar pudiera contagiar a la plantilla y hacerle mal. “Partido a partido” se van repitiendo a sí mismos los participantes, calmándose unos a otros, rebajando la euforia hasta el optimismo moderado y, de ahí, al pragmático escepticismo cholístico. “Partido a partido”, se conjura la afición en el bar y en la grada, consciente de que ella también juega, que con ella también cuenta el Cholo para ganar el siguiente partido, para rebajar la euforia y el optimismo de los jugadores, para no rebajar la concentración ni la humildad.

“Partido a partido”, dice responsable y conjurada la afición cholista empedernida, aunque por lo bajini piense, como en el cuento de Monterroso, “cuando el Barça despertó, el Atleti todavía estaba allí”.
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Ayer vino al Calderón de visita Ujfalusi, que se nos retira del fútbol. La retirada del fútbol de Ujfalusi ha sido una mala noticia para los aficionados, pero muy bien recibida por los delanteros rivales, las maduritas interesantes y los fabricantes de hachas. Cosas de las retiradas.

Ujfalusi, que estuvo tres años en el Atleti, dejó un recuerdo estupendo. Tipo duro y sonriente, buen central y lateral, será recordado por los que le vieron poco por haber dado un pisotón dolorosísimo a Messi; aquellos que vimos más a Ujfalusi no le tenemos por jugador violento o sucio, sino por un tipo duro y noble con el que mejor no cruzarse por la banda después de haberle hecho un feo a un compañero. Los que sí vimos a Ujfalusi y no hablamos de oídas recordamos más bien sus subidas por la banda, su arrojo para sacar balones del área y esa extraña conexión con la grada del Calderón, que tardó cinco minutos en acogerle como uno de los suyos, aproximadamente el mismo tiempo que Ujfalusi tardó en demostrar que eso era exactamente lo que era. Desde esos cinco minutos, el Calderón estuvo del lado de ese checo recién llegado que sonreía de oreja a oreja a los rivales a modo de bienvenida intimidatoria, esa sonrisa hiela-corazones que sólo Sir Gawain, caballero de la Mesa Redonda con fama de mujeriego y borrachín, era capaz de esbozar justo antes de que empezara la batalla cuando el resto de caballeros, mucho más respetables y comedidos, apretaba las mandíbulas y tiritaba de miedo.

En días de partido duro, la sonrisa de Ujfalusi levantaba el ánimo de la grada y asustaba a los rivales y, ya de paso, a Jurado, que pedía a voces una mantita. Ujfalusi fue de los nuestros desde el día en que llegó, y no sabemos si fue así por tener esa pinta de guerrero suevo, por no rehuir nunca la responsabilidad ni la pelea, por encarnar el espíritu de los defensas legendarios del Atleti o por no achantarse cuando la cosa se ponía complicada. Ujfalusi casó bien con la grada del Calderón y quizás no tan bien con este fútbol bajo en calorías y alquitrán de manotazos fingidos y lesiones simuladas que nos ha tocado vivir. Por desgracia, los que crean opinión en este país tan raro tienden a ver más bien poco todo lo que no huela a Barcelona o al tercer equipo de la Capital, así que para la mayoría de la crédula audiencia radiofónica, Ujfalusi fue un salvaje. Así lo dijo en una ocasión Salvador Sostres, ese humorista, lo que viene a reafirmar que estamos en lo cierto: cuando uno piensa exactamente lo contrario que Salvador Sostres, es porque lleva razón.

Ujfalusi se retira y uno cree que no le faltarán ofertas de trabajo. A estas horas es sabido que su caché sube y sube para aparecer por sorpresa desde el interior de tartas de cumpleaños de treintañeras de buen ver. Sabemos también de ofertas de empleo para ser probador de sierras mecánicas, modelo de chalecos de cuero, figurante en Braveheart 2, responsable de seguridad de bares heavys, guía de montaña por los fiordos noruegos y catador de cervezas con vodka. Sea cual sea la deriva profesional que tome el gran Ujfalusi, esperamos verle a menudo por la grada del Calderón y, si hay suerte, ser testigos de su último gran servicio a la afición colchonera: un combate a muerte en ring-jaula de valetudo contra el ministro Montoro.

Salve, Tomás I, que tenga Vd suerte. Vuelva Vd pronto por casa y pásese a saludar cuando quiera.


lunes, 28 de octubre de 2013

Crónica de otro buen partido (o “Hang the speaker”)

El Atleti ganó un partido en el que previamente se guardó un minuto de silencio por María de Villota, piloto de Formula 1 con aspecto de buena persona y sin demasiada suerte, cuya muerte nos dio mucha más pena de lo esperado. Una lástima, descanse en paz.  

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Señores Directivos del Club:

De todos es sabido que no tienen la más remota idea de qué es el Club que Vds maldirigen e injustamente controlan. Nadie a estas alturas tiene dudas sobre sus verdaderas intenciones al frente del mismo y nadie se sorprende ya cuando compran y venden jugadores que nunca aparecen por el Calderón y acaban en Turquía. Sabemos de sobra que le importan un pito los socios, si se manchan los pantalones al sentarse en las localidades que con tanto esfuerzo pagan o si sufren infecciones urinarias tras pasar por los servicios. No necesitamos que nos expliquen que de historia del Club van justitos y que desconocen lo que significa, por ejemplo, posar con una camiseta del otro equipo grande de la capital o ignorar la alineación del Doblete. Sabemos a ciencia cierta que no permiten críticas en la grada ya sea en forma de gran pancarta reivindicativa o panfleto Din A-4, si bien sí toleran gritos del todo inaceptables por insultantes, vergonzosos y altamente ofensivos para los visitantes y los locales de buena fe; quizás sea porque algunos de Vds pasan los partidos en casa dando vueltas por la M-30 para así no ir al Calderón a pasar nervios, aunque sorprendentemente sí aparecen en Mónaco a ver una final a ver si cae algo, qué cosas, oiga. Asumimos con resignación su falta de tino y clase en las ocasiones en las que les toca representar oficialmente al Club al que nuestros abuelos dedicaron tantas horas. Nos irrita el oscurantismo y la falta de explicaciones sobre operaciones que tendrán un impacto directo en el futuro de ese Club con el que se hicieron de manera probadamente fraudulenta;  nos hace hasta gracia, eso sí, que cuando esta última se discute ante un tribunal, su prestigioso equipo jurídico adopta para la defensa el magnífico argumento de que el juez les tiene manía.

Con todo esto, asombrados aún por cómo por fin se dieron cuenta de que el más elemental perogrullismo aconsejaba traer un buen entrenador que conozca la casa, les reconocemos ojipláticos las mejoras en la imagen del Club que ha conseguido el equipo de comunicación que se incorporó hace ya un par de temporadas. Lo que éste ha venido haciendo ha sido por lo general positivo y en ocasiones (como alguno de los vídeos titulados ATM Insider) hasta brillante, y demuestra con frecuencia un conocimiento de lo que de verdad importa y llega al aficionado que Vds nunca jamás demostraron, sobre todo  el día del desfile triunfal de los de Sensación de Vivir.

Por ello nos asalta una pregunta. Si nos queda claro que Vds no tienen ni repajolera idea de qué es el Calderón pero han tenido el tino de dejar que alguien haga su trabajo, ¿DE QUIÉN HA SIDO LA BRILLANTE IDEA DE PONER UN SPEAKER A GRITAR EL NOMBRE DE LOS GOLEADORES DURANTE LA CELEBRACIÓN? ¿Es necesario que tras un gol alguien dé voces reclamando que el público coree el apellido del jugador que acaba de marcar al soniquete de “cómo están usteeedeeess”? ¿No han caído Vds en que en el Calderón se cantan los goles la mar de bien desde hace más de cuarenta años? ¿No se dan cuenta de que los speakers valen para estadios sin tradición y aficiones recién formadas, para equipos con centro comercial en los fondos y ejecutivos extranjeros en los palcos? ¿Para qué vale el speaker? ¿Cuánto cobra? ¿Es amigo suyo? Y, lo más importante de todo: ¿Es el speaker Gonzaló Miró?

Atentamente,

Carlos Fuentes
Liga Mundial Anti-Speakers, Sección Dioptrías



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Llegaba el Betis al Calderón y eso es siempre una buena noticia. Primero, porque viene el Betis; segundo, porque vienen los béticos, unos de las pocas aficiones rivales que vienen en tropel y vestidos con sus colores, se sientan en la grada mezclados con todo el mundo y no pasa nada de nada, como debería ser siempre. La afición del Betis llega siempre en buen número al Calderón y hay ya quien viene año tras año y ya le conocen en las localidades vecinas. Hombre qué bien, Vd por aquí otra vez, qué tal todo; hay que ver lo grande que se ha puesto este niño, la primera vez que vino era chiquitito y se aburría y ahora analiza el partido con un rigor táctico que ni Griguol, Carlos Timoteo, oiga. El Betis salió ayer trasquilado del Calderón y nos da una cierta pena, que no en vano el Calderón es un campo talismán para el Betis desde que ganara aquella Copa del 77 y desde que, poco después, le metiera un 0-4 al Atleti de Dirceu ni más ni menos aquél Betis memorable de Esnaola, Bizcocho, Cardeñosa, Parra, Ortega, Lobo Diarte y un jugador extremeño que luego se hizo muy antipático por frecuentar indeseables.

Salió el Betis vestido de Betis y esto fue ya una alegría. La afición, que ha visto al Betis vestido de cortina de baño, de equipo japonés y de filial de Banfield, respiró aliviada al ver al Betis vestido de rayas verdiblancas, sin camisetas de audaz diseño ochentero ni obras de diseñador daltónico. Salió también el Atleti, pero esto se lo contamos en un párrafo aparte que leerán en breve, un párrafo que está aquí mismo a la vuelta de la esquina, un párrafo impaciente por ser leído y ser terminado para así poder irse a jugar al dominó con otros párrafos amigos suyos en una cafetería frecuentada por párrafos y, en viernes, sábados y vísperas de festivo, por alguna cuarteta monísima.

Salió el Atleti con la defensa y delantera de los domingos y algún cambio en la media. Ausente Arda Turán por una distensión de perilla y bigote, Simeone alineó por fin a Óliver Torres, la joya de la cantera. Óliver Torres, jugador jovencito que muestra mucha más calidad y madurez que la mayoría de sus compañeros en las divisiones inferiores, se hacía de rogar en las alineaciones del Cholo y esto había levantado más de una ceja. El Cholo no se fía, pensaba la afición, Óliver Torres no está aún hecho del todo, le falta físico y experiencia y en el estado general del equipo, muy formado, muy serio y muy enfocado al partido a partido, no hay sitio para experimentar con Óliver. Pero contra el Betis Óliver, mu chiquetito, mu reondito y mu luminoso, salió de inicio para demostrar a Simeone que puede jugar dónde y como Arda y a los doce segundos ya había metido un gol.

-  - Qué gol más rápido, creo que nunca habíamos visto uno así de rápido del Atleti en este campo
-  - Debe ser por lo del cambio horario, oiga
-  - Debe ser, sí.

Óliver Torres se aprovechó de una jugada embarullada con rebotes, controles y descontroles que acabó iluminando Koke con un buen pase hacia el centro del área, zona por la que venía Óliver Torres junto con otros dos o tres compañeros, así, en tropel. Óliver Torres marcó tras pegar en un rival y, gracias a ello, se tranquilizó la afición, se tranquilizó Óliver Torres, se tranquilizaron los seguidores de la cantera y se tranquilizó el Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata, reunido en pleno extraordinario. Óliver hizo un buen partido con acciones de mérito y otras menos afortunadas que le valdrán para ir aprendiendo cosas valiosas cuando, en breve y si todo va como esperamos, esté llamado a llevar el peso del equipo.

Dejando aparte la efeméride del debut de Óliver Torres, al que Dios guarde muchos años, el Atleti hizo un buen partido que acabó en goleada ante un rival flojo, en el que sólo Nosa demostró presencia y físico. El primer tiempo, aburrido gracias a un claro paso atrás dado por el Atleti tras tener ventaja, empezó a dejar clara la que iba a ser la noticia de la noche: la forma física de Villa. Villa, tan ausente últimamente, tan tristón en su juego y tan despegado de las zonas en las que puede hacer daño, empezó el partido mostrando mucha más mordiente y confianza en su físico y lo terminó casi igual. Más agresivo, más presente y más rápido en las recuperaciones, Villa pareció agradecer sobremanera el parón de la selección y el plan de mejora física al que probablemente le haya sometido el Profe Ortega. Más participativo y sobre todo más rápido a la hora de llegar a zonas de remate, terminó por meter dos goles, algo casi anecdótico por ser consecuencia de su mejoría general. Metió  uno de cabezazo hábil adelantándose a un defensa algo blandengue y otro, rompiendo un balón que le llegó tras un mal despeje de nuevo de la defensa del Betis. Ya puestos, le dio un buen balón a Diego Costa en el gol de éste. Villa pareció mucho más entonado en lo físico y más alegre en el juego, algo que echábamos de menos ya en los 15 partidos que se han disputado este año. Esperemos que este partido le sirva para ir para arriba y ganar definitivamente la confianza de los compañeros, más inclinados a buscar a Diego Costa en los contraataques hasta la fecha, vista la aportación ectoplasmática que ha tenido hasta el momento el asturiano.

Cada vez resulta más complicado destacar jugadores en los partidos del Atleti de Simeone, que se caracteriza por el alto nivel de físico y juego que muestran todos aquellos que juegan. Aquellos que destacan no lo hacen con muchos cuerpos de ventaja del resto, acostumbrados a hacer su trabajo y a hacerlo bien la mayor parte del tiempo. Si alguien hubo destacable en la defensa del Atleti del domingo fue Filipe Luis, muy activo, muy rápido al subir y en las recuperaciones, muy preciso en los pases hacia el centro del área (como en el gol de cabeza de Villa) y muy listo para salir de situaciones complicadas. Jugaron bien Miranda y Godín, y también Juanfran, cada vez más confiado, pero Filipe Luis fue quien más brilló y quien llevó el peso del inicio del ataque en más ocasiones. Llévese él pues el protagonismo de su párrafo.

En el centro del campo volvió a brillar Tiago, en un excelente estado de forma, agresivo cuando la situación lo requiere y pausado cuando hace falta. Jugó bien Koke, aunque quizás no al nivel estratosférico de los últimos partidos, y estuvo enorme Gabi. Gabi se ha convertido en un portento físico capaz de recuperar un balón en defensa en el minuto 85, tras carrera de 60 metros; dado que el ataque bético había sido causado por una pérdida de Juanfran, a Gabi le sobra aire para corregir y abroncar al lateral por haber arriesgado en exceso a pesar de ir 4-0, pero es que Gabi, como el Cholo, mantiene la concentración hasta la ducha y sólo consigue relajarse más o menos hacia el martes, viendo Bob Esponja. Gabi, que robó balones que acabaron en ocasión y recuperó otros que alejaban el peligro, acabó marcando un gol en el descuento aprovechando un rechace (hoy rechazo) tras una buena jugada de Adrián, y nos llevamos una alegría monumental por ser Gabi un tipo honrado que se merece esas cosas y alguna más y más gorda que seguro que está por venir.

Y por último la delantera. En la delantera no brilló tanto como otros días Diego Costa, que no tuvo muchas y sí falló un par de ocasiones de las que él no falla: una Lagarterana Denominación de Origen de esas de carrera trompicada y cabeza baja que acabó en posible penalti, balón al lateral de la red y el portero rival lesionado, y otra que terminó en buena parada de Sara. Y aun así metió otro gol el tío, esta vez a pase de Villa; hasta en días menos afortunados Diego Costa mete un golete y así se queda más tranquilo y puede dedicarse a los pensamientos abstractos, que es lo suyo. Hacia el final del partido saldría también Adrián, que hizo algunas cosas de mérito y dio más sensación de confianza excepto cuando, tras robar un balón y encarar al portero rival, consiguió que las piernas le fueran más rápidas que el resto del cuerpo y cayó de forma cómica, como a veces le ocurre al coyote por culpa del anormal del correcaminos. Quedó Adrián tendido tras la carrera en medio de las risotadas del respetable y nos temíamos que hubiera sufrido fisura de ego y esguince de autoestima de grado dos, pero luego enderezó las cosas con un par de buenas acciones y ya ni se hicieron chistes ni nada, oiga.


El Atleti, serio, concentrado y muy fuerte, pasó por encima a un Betis que dista mucho del buen equipo que hemos visto hasta hace poco. Con ello, el Atleti sigue con una racha tremenda y un montón de puntos que le mantiene en segunda posición de la tabla y a los aficionados mejor peinados que nunca. Sin querer ir más allá del partido-a-partido, esa fórmula mágica que también ha calado en la afición, reacia a hablar de altas metas futuras, el Atleti sigue teniendo la excelente pinta que se difuminó momentáneamente en Cornellá hace unos días. La mejoría de Villa, la capacidad de aportar de Óliver Torres y el buen momento general de titulares y menos titulares invitan, como poco, a dormir tranquilos hasta el miércoles, que el jueves vuelve el lío. Enhorabuena a todos. 

lunes, 7 de octubre de 2013

Memento mori II (o tengan cuidado ahí fuera)






Que Madrid está hecho un asco es algo que venimos notando los madrileños desde hace ya un tiempo, al menos dos años y pico, desde el partido contra el Strømsgodset, sin ir más lejos. Madrid está sucio y feo, además de triste. Lo segundo es por la crisis, lo primero dicen que también. No hay dinero, se conoce, para vaciar las papeleras. No hay dinero al parecer para soplar las hojas y regar las esquinas en las que los perros y los borrachos hacen pis, ni para recoger la mugre que se amontona en torno a los contenedores de reciclaje. No hay dinero para cortar el césped en los parques, ni para llevarse la rama que tiró la tormenta, ni para recoger esa bolsa de basura despanzurrada que va regando de mondas de naranja la calle principal. No hay dinero para arreglar las calles, para rellenar los baches tamaño piscina, invisibles en días de lluvia en los que las motos entran y salen como los ñus salen del río Mara en su migración anual, ni esos otros tipo marca de arado en los que, si uno mete la rueda delantera de la vespa, queda condenado a seguir por la hendidura hasta que ésta  termine, como si fuera un rail.

No hay conciencia tampoco del madrileño medio, quien, viendo la ciudad hecha un asquito, contribuye a la repugnancia general tirando de todo al suelo aunque, eso sí, protestando en los bares por la falta de personal de limpieza. Quizás animado por la costumbre general de llenar los arriates de porquería, el madrileño tira de todo y a todas horas y si alguien le afea la actitud responde insultando a la madre del denunciante y, ya de paso, a los inexistentes servicios municipales. La falta de civismo y la protesta simultánea gustan mucho en esta tierra, casi tanto como limpiar la propia conciencia con la excusa de que todo el mundo hace lo mismo. No hay dinero, se conoce, para explicar en las escuelas que lo público es de todos, que ensuciar no está bien visto, que si cada uno se hiciera cargo de lo suyo todo sería más fácil.

En el centro la basura desborda las papeleras y el olor de las esquinas recuerda a los urinarios del Calderón de hace unos años, cuando había una acequia evacuadora que discurría cerca de los pies de los usuarios y terminaba en un sumidero. Y eso es el centro, la zona donde van los turistas, los barrios que vende el Ayuntamiento a los turoperadores para que capten viajeros con la promesa de una vida cultural nocturna que ya no existe apenas. En los barrios, donde la imagen de la calle no vende en el extranjero, la situación es más grave y ya se escuchan relatos sobre vertederos espontáneos en los que habita la serpiente aquella del basurero de la Estrella de la Muerte,  pirámides de porquería que desafían en altura a las de Chichén-Itzá y baches inundados en los que se han hecho fuertes familias de castores de más de quince individuos.

Antes era común ver cuadrillas fosforescentes recorriendo la ciudad de cabo a rabo y limpia que te limpia, atronando las mañanas de sábado de otoño con unos motores pegados a un tubo que agrupaban las hojas caídas y regando las calles tras una tormenta con aparato eléctrico y caídas de cien litros por metro cuadrado en media hora. Los buenos, viejos tiempos en los que las calles se limpiaban casi demasiado parecen haber pasado y uno sospecha que el origen de la nueva tendencia está en el mismísimo Estadio Vicente Calderón, coliseo descuidado por sus propios propietarios ilegítimos, que escatiman en la limpieza y mantenimiento de los asientos para así pagar menos a la contrata de limpieza de la que, dicen, ellos mismos son propietarios. Uno no descarta que Cerezo, tan bien relacionado en las altas esferas madrileñas no electas, sugiriese a sus contactos en Ayuntamiento y Comunidad el cambio de estrategia: no limpien, oiga, nosotros llevamos no sé cuánto tiempo sin pasar un mocho por la grada del Calderón y ahí nadie se queja, oiga. Y encima, si se queja alguno, tengo los santos cojones de decir públicamente que me extraña tanta suciedad al ser yo un maniático de la limpieza y con eso todos tan contentos, ya verán.

Madrid está hecho un asco y de la ruina general sólo lo salva parcialmente el brillo de un equipazo de fútbol cuyo estadio también quieren convertir en un montón de escombros los mismos que no se ocupan de retirar la basura del resto de calles de la capital.

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En domingo soleado de octubre llegó la afición al Calderón prontito por la mañana, y tomó café con porras o chocolate con churros o café largo en vaso con leche templada o una mediana con leche y media tostada con aceite ¿y tomate o solo aceite? venga, tomate también, que es rojo y con el blanco de la miga del pan hacemos los alegres colores de tu raya roja y blanca, cuando al quedar campeones todo el público te aclama. ¿Y el niño? El niño quiere un colacao ¿quieres un colacao? No quiere, dice, póngalo igual, niño, el colacao, ven aquí a tomarte el colacao o te pongo en el techo de tu cuarto sobre la cama una foto de un primer plano de la cara de Diego Costa a tamaño cartel de cine de la Gran Vía y no pegas ojo hasta que acabes la Universidad, te lo digo yo, tómate el colacao que te conviene, niño ya. El fútbol a las doce de domingo es lo que tiene, que uno desayuna un rato antes de meterse al estadio y da la mar de alegría saber que el día comienza tomando el solecito en la grada del estadio.

La afición tomó el solecito y vaya si lo tomó: durante todo el partido, y a excepción de algunas zonas cubiertas, la afición se bronceó, pero solo por el lado que daba al fondo sur, por el que venía el sol de visita y con cara de domingo. No le dio tiempo al sol a cubrir todo el estadio en el tiempo que duró el partido y así, cuando después del final la gente se echó a la calle a celebrar una nueva victoria del equipo del Cholo Simeone y ocupó terrazas y barras de la zona del Rastro y la Latina, los que no habían ido al estadio se asombraron por la invasión de descendientes del Barón Ashler que tomó súbitamente la zona. Se ha quemado Vd pero sólo el lado izquierdo, tiene Vd la nariz colorá pero sólo el lado izquierdo, se le nota a  Vd la marca de la patilla de las gafas pero sólo el lado izquierdo. Así es, respondía la afición semibronceada, así somos los del Atleti, tan buen momento vivimos que nos ha dado por broncearnos en rojo y blanco, la mitad de la cara de cada color para que se note bien el lunes quién manda en la capital; así somos nosotros, váyalo sabiendo, oiga.

Salió el Atleti al campo y se llevó una ovación atronadora, la ovación que se le da a los equipos que llevan 7 de 7 ganados en liga, tres de ellos en salidas a campos complicados, más dos más en Champions que son nueve y no seguimos contando por no pecar de soberbios. Aclamo la afición al equipo y sobre todo lo hicieron los miles de niños chicos que ocupaban las gradas vestidos de rojo y blanco, como Dios manda. No cabía un alfiler en la grada del Calderón y hasta las escaleras de la grada de lateral estaban llenas de gente que intentaba controlar a los niños que subían y bajaban por las tribunas para agotamiento de sus cuidadores.

Salió el Atleti titular-titular y esto produjo el primer comentario de la grada. Vaya vaya, ni una rotación hoy, ni un cambio tras los dos últimos partidos y el esfuerzo que exigieron. ¿No era día para ver a alguno de los nuevos? ¿No era día para dar descanso entre los que más partidos llevan, por más que haya dos semanas de parón? ¿Cuándo tendrán minutos en casa Manquillo, Aldecoa y Guilavogui? ¿Será que el Cholo no se fía, que no quiere irse al parón con un mal sabor de boca, que la presión que pone el Barça obliga a no fallar nunca? Vaya vaya, todos los titulares, todos, qué cosas, oiga, qué cosas.

Salió el Atleti muy sólido y con ganas de solucionar las cosas pronto, como si Simeone supiera que todo lo que no fuera llegar desahogado al  último tramo de partido sería una losa demasiado pesada. Y así fue, o al menos lo pareció, y el Celta no jugó en campo del Atleti durante todo el primer tiempo, con lo que la grada entera miraba al fondo Sur y al asedio de los nuestros y gracias a ello cogió un poco más de color en el otro lado de la cara. El Atleti jugó serio y agresivo y el Celta se defendió bien y con orden – quizás con excesiva querencia a caerse al mínimo contacto - y entre todos destacó en el primer tiempo Juanfran, desatado a ratos por su banda, contento de recordar sus tiempos de extremo driblador y llegador. Jugó bien también Filipe Luis y entre uno y otro entraban y entraban hacia el centro del ataque donde Villa una vez más aparecía poco y Diego Costa aparecía más. Con el centro del campo más opaco que otros días, en especial Arda Turan, los laterales llevaron toda la alegría al ataque y los centrocampistas sostuvieron la presión y la recuperación.

Pero los contrarios también juegan, al menos a veces, y el buen primer tiempo del Atleti topó con Yoel, portero del Celta vestido de defensa de River Plate. Yoel paró un penalti tontorrón pero penalti al fin y al cabo, y también paró su secuela. Paró luego por arriba y por abajo, paró todo lo que le llegaba a puerta hasta que Filipe Luis se coló por su banda y metió un pase fuerte y cruzado que pasó por delante del primer palo, en el que estaba el portero. Al segundo entraban Godín y Diego Costa y en el campo pareció que fue el primero el que metió el gol, mientras que en los papeles parece que fue el segundo. Tanto da, uno cero tras un buen primer tiempo, quizás algo escaso pero ahí quedó.

El segundo tiempo fue otro cantar. El Celta dio un paso al frente y el Atleti lo dio hacia atrás, más justo en sus fuerzas y menos dominador. Poco a poco el Celta fue sintiéndose más cómodo y el Atleti pasó a tener un único recurso: el pase largo a Diego Costa, más beneficiado por tener más espacio por delante. Como el día del Osasuna, cada balón recuperado por la media llevaba al aficionado a buscar instintivamente el arranque largo de Diego Costa desde la izquierda hacia el centro. Eso mismo pensó Gabi cuando pareció despejar un balón recuperado en el centro del campo: pareció despejar, decimos, porque en realidad hizo un pase magnífico para que Diego Costa marcara el segundo en un momento importantísimo, cuando el Celta se crecía y el Atleti se achicaba. Controló Diego Costa en zona proclive a la Lagarterana, frente al cartel de Castellana Wagen, pero en este caso condujo bien, dejó atrás a su marcador y marcó un gol estupendo, otro más, otro gol importantísimo tras otra muestra de poderío. Diego Costa está en un momento espectacular, con una confianza y un físico que le permiten protagonizar unas arrancadas parecidas a las de De Villiers o Barret en el INCREÍBLE Sudáfrica – Nueva Zelanda del sábado, un partido que todos los aficionados al rugby deberían ver y que todos aquellos que nunca han visto un partido de rugby pero sienten una mínima curiosidad deberían ver también: deporte de kilates en su máxima expresión.

Momentos antes del gol de Diego Costa, Villa fue sustituido por Óliver Torres. Villa había fallado una ocasión clamorosa a pase de Diego Costa tras arrancada à-la-all-black de éste a la que Villa se sumó tarde, lento y sin potencia en la arrancada. Aún así, Diego Costa guardó el balón y puso un pase perfecto a Villa, que falló un gol más que probable. No es eso lo grave. El tema Villa, a juicio del que suscribe, empieza a ser preocupante. No por el fallo, que estas cosas pasan, sino por la falta de fuerza. No por los errores sino por el agotamiento que los provoca. No por la desconexión total del juego y la falta de protagonismo, sino por el estado físico que le lleva a ello. Villa se fue lesionado y algunos pensamos que le vendrá muy bien no ir a la selección y quedarse dos semanas bajo la vigilancia del Profe Ortega, porque algo no funciona en el asturiano.

Cuando el partido se ponía feo salió Óliver Torres por Villa y marcó Diego Costa. Equipo y grada entraron en una especie de agradable sopor que no presagiaba nada bueno; el primero pudo estar agotado; la segunda, excesivamente confiada. Dos cero era un buen resultado pero el Celta, con Rafinha a la cabeza y Nolito recién salido, empezaba a dar la sensación de hacerse con el control ante un equipo cansado. Marcó el Celta con casi 25 minutos aún por jugar y el susto se hizo hueco entre la afición tostada vuelta-sin-vuelta. La salida de Arda agravó la situación, al ponerse Óliver Torres a defender por delante de Juanfran. Óliver Torres, virtuoso del balón y siempre presto a enseñarse a los compañeros, se vio incomodísimo en su función táctica cerca de la banda y fue una y otra vez desbordado por los contrarios, que entraban cómodos por su banda ante la falta de entendimiento del chaval con Gabi y Juanfran. En un momento dado, aprovechando una pausa, desde la grada pareció que Gabi hablaba con gestos a Simeone, indicando con las manos un cambio a realizar: inmediatamente después el Cebolla Rodríguez pasó a la banda derecha, donde el Celta hacía sangre, y Óliver se iba a la izquierda. El Cebolla lo hizo mal, desfondado y sin su electricidad característica, despegado del follón y con tendencia a irse al centro, dejando huecos a  su espalda. Todo esto demostró varias cosas. La primera, que a Óliver le falta tiempo y que por ello es normal que Simeone tome precauciones. La segunda, que con cuatro o cinco lesionados a la vez, el banquillo ofrece muchas menos alternativas y por tanto es importante que los nuevos cojan minutos. La tercera, que Gabi es importantísimo, y no solo por lo muchísimo que corre. Por eso la lesión de Gabi, que en el campo pareció mucho más grave de lo que luego por fortuna fue, dejó a buena parte de la afición muy preocupada toda la tarde.

Tras un rato de asedio y angustia en el que Courtois dejó claro que con él siempre se pudo contar y en el que debutó Guilavogui y su estampa de fondista kenyano, terminó el partido. Dos a uno ganó el Atleti, que sigue con su racha triunfal; no obstante, la carga de partidos y la intensidad de los últimos pide a gritos descanso para algunos de los titulares y minutos para el fondo de armario. Por segunda vez consecutiva se sacó adelante un partido en casa de esos que antes se empataban o perdían, pero el mensaje no debe quedar en saco roto. “Memento mori”, susurraban a los generales romanos al oído cuando entraban triunfantes en Roma, “recuerda que eres mortal”, les decían para que no se relajaran y no se subieran a la parra. Memento mori debería recordar el equipo cuando marca el segundo gol en casa y da aire al rival: sin un 100% de intensidad, el equipo es menos; con parte del banquillo lesionado, el equipo es menos; con la grada de parranda, el equipo es menos. El Cholo lo sabe bien y ayer sacó la artillería pesada para un partido teóricamente cómodo, consciente del cansancio y de la enorme presión por mantener el pulso de la liga. Lo que el Cholo hace, bien está: ayudemos pues, memento mori. 

domingo, 29 de septiembre de 2013

De derbis bien ganados que saben a poco (o quién nos iba a decir esto, María del Carmen)

El día 29 de Septiembre de 2013, festividad de San Miguel Arcángel, San Rafael Arcángel y San Gabriel Fernández, toda la hinchada colchonera se encontraba exultante. ¿Toda? ¡No! Una minoría irreductible renuncia a la tentación de disfrutar de la felicidad absoluta. ¿El motivo? Las ganas de ganar y el convencimiento de que estas metas no son sino etapas hacia algo más gordo. ¿El responsable? Diego Pablo I, Patriarca de la Iglesia del Sur.



El Atleti ganó en el estadio del otro equipo grande de la capital por primera vez en catorce años y segunda vez en cuatro meses: esta es una estadística absurda para el común de los mortales que para el Atleti es algo así como normal. Ya saben que este equipo nuestro no es capaz de hacer las cosas a poquitos, no puede hacer lo que hacen otros, es excesivo para todo. No puede ganar una vez cada dos años, oiga, no esperen esto de nosotros. El Atleti, ya deberían saberlo Vds a estas alturas, gana cuando quiere, no cuando lo indica la lógica. El Atleti pudo pero no quiso ganar aquél partido en el que Forlán pegó un palo y casi marca otro y acabamos empatando, pudo pero no quiso ganar aquél partido en el que Agüero marcó junto al palo nada más empezar, pudo pero no quiso más que empatar con aquel gol de Albertini que nos pone la sonrisa siempre que lo recordamos y nos hace cerrar el puño al ver, justo después de ver cómo el balón entra en la portería, cómo hacía lo propio Luis Aragonés. No, así no es el Atleti, el Atleti gana cuando quiere y gana como quiere y al que no le guste que no mire y no hay más tutía, oiga.

El Atleti esperó un montón de años para ganar un título en el estadio del rival más desagradable, contra ese mismo rival desagradable y poniendo en evidencia la faceta más desagradable de una de las etapas más desagradables del ya de por sí desagradabilísimo rival. Cuando la irritante hinchada rival, esa que no se calla ni cuando les han callado la boca a pelotazos, hacía chascarrillos sobre un contador que volvía a ponerse a cero para marcar otra larga época de sequía en rojo y blanco, volvió el Atleti al estadio del otro equipo grande de la capital y ganó, ganó bien y dejó al rival tocado e incómodo. Pero el Atleti, imprevisible, dueño de su propio destino y caprichoso como es, se conformó con un resultado normal, un resultado de día de diario, un resultado con jersey de pico y el periódico bajo el brazo en vez de una victoria con chaqueta de húsar y sable abrillantado, botas de caña alta y espuelas de estrella. El Atleti es así, oiga, ya se vestirá así cuando él quiera.

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Tras la final Copa, partido bien ganado en el que la suerte estuvo del rojiblanco lado de los buenos, el Atleti ganó esta vez sin suerte. Con un pelo más de acierto, con un poquito de suerte, con un larguero que se hubiera estirado un poco al tirar Koke con la zurda, con un control un pelín más adelantado de Diego Costa en un mano a mano, con un cabezazo un poco más bajo de Tiago, el Atleti habría metido tres o cuatro goles en un partido que pudo ganar cómodamente por esa diferencia. No fue así. El Atleti ganó 0-1 en un partido que pudo ganar fácilmente 0-3, pudo dar un puñetazo en la mesa y, ya de paso, otro de esos que daba Bud Spencer de arriba abajo en la cabeza del rival para atolondrarle durante un buen tramo de liga.

Al igual que tras la Supercopa y el partidazo del equipo en Barcelona, hay quien está orgulloso del equipo y se queda tan contento y hay, cada vez más, quien mira un poquito más lejos. La Supercopa dejó un excelente sabor de boca pero, a la vez, la rabia sorda del que ve que se le va un título, por simbólico que sea. El partido de ayer dejó la sensación de haber visto un equipo muy superior a otro marcando un solo gol cuando mereció más, de ver otro resultado histórico como aquél 0-4 en sábado lluvioso que dejó una bandera del Atleti en la Cibeles hasta el domingo por la mañana.

Sin quitar un ápice de alegría al partidazo, uno nota cómo este equipo sólido en el que destacan pocos porque destacan todos va metiendo poco a poco el gusanillo de la ambición, de las ganas de ganar, de romper el tedioso duopolio de la Liga. Sin querer echar las campañas al vuelo, el equipo empuja a querer más, a dar por buenas las victorias pero mirar más allá de ellas, más lejos, más alto. Hubo años en los que el Atleti casi daba por buena la temporada si hacía un papel digno en liga, ganaba el derby en casa y puntuaba fuera. Parece que esos modestos objetivos, indignos de un club como el Atlético de Madrid, se van viendo cada vez menos satisfactorios, más exigibles. Si vuelve la exigencia al Calderón y sigue el Cholo al frente del equipo, quizás los tiempos vergonzosos de los derbis no disputados, de los partidos planteados con los brazos bajados, de los sustos en los cinco primeros minutos y la impotencia en los últimos nos resulten tan extraños como desesperantes nos resultaban entonces.

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Resulta difícil destacar jugadores en este Atleti compacto y homogéneo, disciplinado y seguro de sí mismo como una unidad militar de élite. Resulta complicado no caer en el tópico de que este equipo está por encima de los jugadores, pero es casi obligado resaltarlo en estos tiempos de futbolistas-estrella presentados ante multitudes como el mejor del mundo aunque provengan de un equipo aspirante a Europa League y cuya importancia para el equipo radica en la facilidad para vender camisetas con su nombre. Frente al irritante equipo del Norte el Atleti hizo su juego conjunto de presión e intensidad, de solidaridad, disciplina y esfuerzo no negociado. Frente a esa unidad de choque y asalto el rival presentó un grupo de esgrimistas de salón, vestidos a la manera de Fointainebleu y perfumados al estilo Juteco. El resultado fue que el rival, acostumbrado a medirse a equipos pequeños en una liga mediocre, confiados en que con el peso de las letras de su dorsal baste para marcar una, dos veces por partido, plantó poca cara.

Uno habría esperado al menos un gol del rival, ese equipo habituado a ganar con mal juego por obra y gracia de un destello de uno de sus multimillonarios repeinados, incluyendo en esta categoría (sin lo de multimillonario) a cierto colegiado colaboracionista. Pero en vez de un equipo de retales con ganas de pasar cuanto antes el trance de ser apuntillado en público, el equipo de millonarios de ceja depilada se encontró un equipo de fútbol. El resto lo conocen bien Vds. Uno no sabe mucho del vecino, pero le resultaría curioso saber en cuántos partidos como local no han marcado ni un solo gol, y contra quién. El Atleti, comandado por un tipo llamado Fernández, un chavalín apellidado Resurrección y un delantero con aspecto de polizón de buque bananero panameño, se merendó al pseudoglamuroso y nuevo rico equipo de espíritu en tonos Lladró y ordinario reloj Bvlgari tamaño sartén con muchos brillos y zirconitas. Pocas cosas podrían enorgullecer más a la afición del Atleti, pocas cosas podrían ser más cómicas en el fondo.

Siendo por tanto complicado destacar a un jugador, el que suscribe se atreve con uno. No nos referimos a Koke, de nuevo enorme, lleno de talento en el pase del primer gol y en su tiro al larguero, inmenso en el despliegue físico y táctico. Tampoco a Diego Costa, autor de otro gol en el estadio-mall, pesadilla constante de la defensa rival y balón de oxígeno para todo el ataque atlético. Ni Arda, trabajador, talentoso y bien colocado y haciendo de capitán al amenazar con cara de asesino en serie a Diego Costa cuando éste se jugaba una tarjeta roja. Tampoco a Gabi, enorme capitán incansable en las ayudas, siempre cerca de quien está en apuros, siempre a la salida del regate del rival presionado por los nuestros, siempre concentrado. Además de todos estos, al que suscribe le llamó poderosamente la atención el partido de Tiago, jugador poco habitual pero que viene haciendo partidos estupendos siempre que sale. Tiago, que llegó al Atleti aportando luz y esperanza, se fue diluyendo poco a poco, perdiendo presencia y limitando su aportación al equipo según avanzaban las temporadas. A menudo lento y frío, Tiago empezó a llenar de dudas el casillero de su crédito hasta que, como en tantos otros casos, llegó Simeone. Tiago, suplente del frío y a veces desesperante y otras veces admirable Mario Suárez, hizo ayer un partido excelente en un puesto exigido. Siempre en el sitio, siempre viendo bien el juego de frente, siempre cerca de los compañeros para ayudar y sacar el balón hacia los centrocampistas más dinámicos, fue clave para sostener con autoridad el centro del campo. Mucho mérito es suyo en una victoria aplastante forjada en el centro del campo.

En el (leve) lado negativo, la desconexión de Villa del resto del equipo, lejos de zonas de remate en los contraataques y lejos también de su estado físico óptimo, limitado a mantener su espacio y taponar la salida del rival. Algo negativo resultó también el partido de Courtois. Courtois hizo  un paradón a tiro tardío desde el área pequeña, pero se mostró algo inseguro blocando balones que botaban cerca y protagonizando una jugada tontísima en el último minuto que pudo costar un disgusto y al parecer le costó un dedo hinchado: algo llamativo en este porterazo que tantas alegrías nos da siempre.

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El Atleti hizo un partido magnífico que, cosas de Simeone, ya no sorprende. El Atleti y su afición hacen bien en centrarse en el mantra del partido-a-partido, pero resulta casi imposible ceder a la tentación de mirar un poquito más allá, de ponerse de puntillas y levantar la vista y apoyar la nariz en la parte alta de la valla para ver qué hay más allá. El Atleti pinta bien y su juego, su determinación y su eficacia no son ya una sorpresa. La prueba es que ganar 0-1 cuando se puede ganar 0-3 produce el olvidado efecto de sentir un puntito de rabia en medio del mar de orgullo en el que nos tiene sumergidos Simeone. Curiosamente, esa sensación de felicidad no plena le hace a uno estar doblemente orgulloso: cosas del Cholo. 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Memento mori (o “despierte, oiga”)


Jugaba el Atleti en moderno horario infame de esos que la Liga impone para que se pueda ver fútbol a todas horas en Asia, América y Oceanía, las televisiones paguen más y así los dos equipos más ricos cobren aún más, fichen aún más, hagan la brecha con el resto aún más grande. El aficionado de a pie últimamente tiene que ir al fútbol a las once de la noche en verano, a las diez de la noche en día de semana de septiembre, a las cuatro de la tarde de día del Veranillo de San Miguel y a las doce de la mañana de invernal día de guardar.

El aficionado, ya lo saben Vds, pinta más bien poco en este circo y bien lo saben los directivos: los directivos saben que cuando las cosas van mal, siempre pueden decir aquello de que no es momento ahora de criticar sino de empujar, callen oigan, no sean malos aficionados, lo que hay que ver, oiga, lo que hay que ver, criticando ahora porque el equipo va último y lo hemos arruinado, no tiene corazón esta gente. También saben los directivos que cuando las cosas van bien la gente se calla, aplaude a rabiar, compra camisetas en la tienda del club y renueva el abono a ciegas, sin saber si se vende a la plantilla en pleno o se compra un catacrack. El aficionado, preso de los colores que su abuelo le grabó a fuego en la médula espinal, anima a su equipo para que este no se venga abajo y encima lo hace pagando, en hora que no conviene, desde un asiento sucio y sin derecho a decidir nada de lo que pasa. Los que deciden los horarios, mientras, se ajustan la corbata, cambian de discurso, dicen cosas que ellos mismos negaron dos meses antes, aparcan dentro del propio estadio, suben por un ascensor con azafata a la que miran de reojo con gesto de Arturo Fernández y hacen negocios en el palco de autoridades mientras ven el espectáculo que en la grada ofrece la afición pagana y maltratada. Y por si fuera poco, con ese  dinero que deja la liga gracias a esos horarios ridículos, a las ojeras de la afición, a las combinaciones imposibles de transporte público y a renunciar a que los niños puedan ir al estadio, los que dirigen reparten ese dinero de forma que los dos equipos más grandes se enriquezcan y refuercen: se aseguran así de que el año que viene - en un horario mejor, eso sí, dado que juegan los grandes en horarios de prime time - cuando los ricos visiten al equipo de la afición desvelada, no tengan problema en golearles para alborozo de los nuevos aficionados asiáticos que compran camisetas, gracias a los fichajes estratosféricos pagados, entre otros, con el esfuerzo de la grada rival. Muy lógico y honesto todo, oiga, todo muy cabal.

Salió el Atleti al campo con varias novedades, quizás no tantas como había anunciado Simeone, pero sí con un equipo no visto hasta ahora y con Insúa y Baptistao en el equipo titular. Salió el Atleti y vio con sorpresa que en vez del Osasuna salía un equipo fosforescente, verde-chaleco reflectante, poco rojillo y poco Osasuna. Oiga, perdonen, no sé si se han equivocado de campo, aquí tenía que venir el Osasuna. No, no, si el Osasuna somos nosotros, pero qué me dice Vd, oiga. Lo que oye, fíjese cómo nos han vestido, fíjese qué colorinchi, qué sinrazón. ¿Se acuerdan Vds cuando algunos años nosotros, el Osasuna, vestíamos de Osasuna y Vds venían igual pero al contrario, camiseta azul y pantalón rojo y no había forma humana de distinguir a uno de otro en los corners? Pues debe ser por eso, fíjese como nos han vestido este año, como para que nos confundamos, como para disimular, que parece que hemos pinchado ahora todos la rueda al mismo tiempo o que vamos a regar la calle, es que no hay derecho, y encima a las diez de la noche, menos mal que así no nos ven nuestros hijos. Eso sí, algo es algo, bueno, al lío, ¿Cara o Cruz? Cara, Cara ¿Cara? Le hacía yo más de Cruz, fíjese. Yo Cruz.

Salió el Atleti con la defensa titular menos uno, con la media titular menos uno y con la delantera titular menos uno o ya veremos. En la defensa salió Insúa por Filipe Luis y dejó dudas y preocupaciones por si a Filipe Luis le pasa algo. Insúa, que lleva tiempo sin jugar, mostró falta de rodaje, falta de confianza, algunas maneras esperanzadores y un corte de cuerpo que a ratos recordaba al Toto Salvio. Insúa no subió su banda como lo haría Filipe Luis y eso puede uno comprenderlo; mostró también muchas dudas a la hora de encarar, de buscar hueco y crear espacio. Hasta ahí, todo normal. A ratos, sin embargo, mostró también falta de cabeza al jugar balones a pelotazos cuando el partido exigía guardarla, lució una aceleración excesiva y algo de despiste. Falló en el gol de Osasuna, permitiendo que se colara un rival, aunque no fue el único. Si estas son cosas que se puedan solucionar con más partidos es algo que aún no sabemos. Lo que sabemos a día de hoy es que, mientras la banda derecha parece cubierta por Juanfran, Manquillo y Alderweireld (en adelante, Aldecoa), por la izquierda parece que el suplente de Filipe Luis no está para desempeñar la labor utilísima que hace el brasileño. Quizás viendo la debilidad de esa banda Simeone quiso al final del partido reforzar la izquierda con el Cebolla y su furia; si así fue, señal de que tampoco en el banquillo el partido de Insúa trajo tranquilidad.

El otro debutante fue Baptistao. Baptistao tiene zancada de mediofondista kenyata y físico liviano a la manera de Djokovic, lo que con espacios le hace un jugador valioso. Eso sí, hoy por hoy el espacio en el Atleti es cosa de Diego Costa, que atraviesa un momento espectacular en lo físico y eclipsa a rivales y propios, incluido Baptistao. Baptistao estuvo despistado a ratos, fuera de sitio otros y bien colocado y solidario, volviendo al sitio y ayudando a la recuperación gracias a su velocidad en otras ocasiones. Hizo una buena jugada a la que no respondió Costa pasándole el balón cuando tenía un tiro fácil, y en otras ocasiones pifió al tirar el desmarque. A Baptistao le falta tiempo y por ahora parece que un partido entero es excesivo para él, sobre todo ante equipos como Osasuna, un grupo tipos grandotes de los que no es fácil irse. Tendrá sitio en partidos en principio más sencillos o menos exigentes, pero no parece por ahora en situación de hacerse con un hueco en el equipo. Y eso que la delantera, ante partidos como el del sábado que viene, plantea varias  cuestiones. ¿Jugará Simeone con un único punta, como contra el Barcelona? ¿Tirará a Diego Costa a la banda, dejando un solo jugador en punta? Si es así, ¿será Villa quien se quede en punta, o su estado físico plantea dudas? ¿Debería jugar Diego Costa solo en punta, con Raúl García o incluso Tiago en la media, junto a Mario, Gabi, Koke y Arda?

Si en la delantera hay alguna cuestión, viene por el estado físico de Villa, las habilidades de Raúl García o las posibilidades de Baptistao, porque  lo que viene estando claro desde hace ya meses es que Diego Costa crece y crece como jugador y por ahora no ve el techo. Diego Costa ha moderado su odioso carácter provocador y ha afinado su físico hasta convertirse en una locomotora capaz de arrasar con todo. Diego Costa cabecea, dispara, hace goles y centraliza todo el ataque del Atleti, hasta el punto que cuando el Atleti recupera un balón, todos los aficionados levantan instintivamente la cabeza esperando el desmarque en diagonal del de Lagarto. A Diego Costa, como a todos, le faltan algunas cosas que pulir, en concreto esa a veces excesiva fe en su potencia y capacidad de desbordar. En varias ocasiones por partido Diego Costa hace lo que en la grada de lateral ya se conoce como “la Lagarterana”, su jugada emblemática y con denominación de origen consistente en salir en tromba desde medio campo con el balón controlado a duras penas, bajar la cabeza, seguir avanzando a trompicones, porfiar en buscar tiro ignorando si vienen compañeros cerca, seguir acelerando con la mirada baja a pesar de que cada vez quede menos campo, continuar arrollando rivales, balón y césped, liarse solo por la presión del defensa rival y la aceleración excesiva, terminar cayendo o estampándose contra el cartel de Castellana Wagen que adorna el fondo Norte, en una preciosa metáfora de cuál será el próximo objetivo de su furia desbocada. Lagarteranas aparte, Diego Costa está en un momento increíble y cuando, además de todo, decida levantar la cabeza en ciertas ocasiones, el Atleti ganará un gol por partido.

El Atleti hizo ayer posiblemente el peor partido de los últimos tiempos, con un segundo tiempo a subrayar como uno de los menos afortunados de la era Simeone. No pasa nada, empero: se ganó, se puntuó, se pasó mal y se capeó el temporal. Se probaron nuevos jugadores, algo siempre importante, y se dio descanso a otros. Esperemos que el partido sirva para corregir el desbarajuste defensivo a balón parado (incluso teniendo en cuenta la altura y tonelaje del Osasuna), para recordar al equipo que es mortal y que los tres puntos contra el Osasuna valen tanto como los que se puedan conseguir en el estadio del otro equipo grande de la capital. A ratos, el Atleti pareció dormido, confiado en que el dos cero conseguido gracias a Diego Costa bastase para cerrar el partido, sesteando triunfalmente sobre los laureles amasados hasta ahora. El partido valió para recordar que este equipo, sin concentración ni intensidad, sin hambre ni humildad, puede pasar fatigas contra equipos bastante más modestos. También sirvió el partido para confirmar el momento dulce de Koke, la trayectoria ascendente de Juanfran, la fiabilidad de Tiago, sobre todo tras la lesión de Mario, también más entonado últimamente. El partido confirmó el valor que tienen las ayudas constantes de Gabi, la necesidad de pulir a Miranda en su empeño a veces excesivo en jugar balones largos, la furia desatada del Cebolla siempre que sale.

El Atleti ganó un partido más pero esta vez lo hizo pasándolo mal, algo que es cada vez menos frecuente en el Calderón. Quizás el equipo, como la grada, pensaba tras el dos cero en que el sábado se visita el campo del tercer clasificado en un partido importante al que hay que ir afinado más que en lo que quedaba de partido. La grada cantó durante el final del segundo tiempo para calentar un partido que se jugará dentro de 4 días, y seguro que de ello tomaron nota los jugadores; el entrenador no necesita que se le recuerden estas cosas, que sabe bien lo que el sábado nos jugamos. Como nosotros. 

jueves, 19 de septiembre de 2013

De la vuelta de los tiempos que nunca debieron haberse ido



Debutaba el Atleti en Champions tras la excelente temporada anterior y buen inicio de la presente, y en los alrededores del Calderón había una extraña placidez. No había tensión ni había demasiados gritos, no había nervios ni sensación de día grande, había más bien de partido de trámite, de los de hoy también ganamos, de los de cómo lo ve Vd, yo bien, bien, hoy lo solucionamos fácil, oiga. Puede ser que la mayoría de la afición del Calderón no conociera los peligros potenciales del Zenit (tampoco el que suscribe, que sí tuvo a bien informarse unos días antes para llegar a la conclusión de que lo que venía no era una perita en dulce), o bien que la solidez del equipo, la entrega, los buenos resultados y la solvencia con la que se despachan partidos complicados en los últimos días haya calado lo suficientemente hondo en la afición del Atleti como para llevarla a otros tiempos. Porque el ambiente que había ayer en el Calderón no era el de un estadio que va a ver a su equipito medirse con los mayores, ni el de una afición dispuesta a convertir cada partido de Champions en una fiesta de las de no olvidar por si la cosa dura poca. La gente no fue al campo a ver un partido que era ya de por sí un premio, ni a hacerse fotos en las que se viera el logotipo de las estrellas para conservarlas en el cajón de la mesilla, junto a las entradas de los días grandes, la tarjeta de claves del banco y la medalla de oro que le regaló el abuelo el día del bautizo. No. La gente fue al campo tranquila y confiada, a ver ganar al Atleti, con la misma actitud, predisposición y sensación que teníamos los que, de niños, íbamos siempre a ver al Atleti ganar, rara vez empatar, ocasionalmente perder contra equipos que lo merecían y alguna vez con alguno que no. La afición va a ver al Atleti, sea a la Champions o a la Liga, con la misma sensación que teníamos en los tiempos en los que colgaba esa pancarta que ponía “Hoy también ganamos”, con confianza en el equipo y con la certeza de que, para ganar al Atleti del Cholo, Gabi y Koke hay que hacerlo muy bien, sudar sangre, tener suerte y contar con que los nuestros tengan un día extrañamente deslucido.

Salió el Atleti al campo la mar de tranquilo y salió el Zenit con una camiseta que unos veían azul y otros verde. Es azul, decían unos, no, es verde, decían otros; es azul tirando a verde, como aquella camiseta hecha de cortina de baño que una vez trajo el Betis, decían algunos con gran memoria cromática; es verdeazulada, como las algas cianofíceas, ideales go-gó, decían otros, declarados fans del Chico Más Pálido de la Playa de Gros. La discusión se zanjó al sacar un señor una pantonera de bolsillo y no se volvió a hablar del tema. El Zenit vino pues así, aturquesado, si bien más azulada vino su afición, agrupada en un fondo reservado sólo para ellos como si fuera una zona de seguridad, y también en grupos sueltos por las gradas, dos allí, tres allá, cuatro acullá. La afición rusa se mostró amable y correcta, y esto uno no sabe bien si se debe a su voluntad deportiva y visitante o al mismísimo carácter ruso, todo un misterio para el que suscribe, que es tonto. Un ruso aislado resulta raro de tratar, no me lo negarán, y no sabe nunca uno si está enfadado o de un humor buenísimo, si es cordial o le importa un pimiento agradar al resto, si ha bebido vodka o lo hará en un rato. Sin en vez de un ruso hay tres o cuatro la duda se multiplica y ante la visión de un grupo de rusos, uno sólo alcanza a confirmar la clasificación capilar de la raza rusa: rusos sólo hay calvos, como Gorbachov, con pelazo como Stalin o con pelo lacio y churriguetoso como Karpov. Pocos rusos escapan a estos tres genotipos, hay pocos rusos con entradas, casi ninguno con cortinilla, son escasas las coronillas encubiertas y sí son frecuentes las calvas totales, los pelazos ondulados con textura de capa de jabalí y los flequillos desvaídos y grasientos. Y esto no lo digo yo, que lo dicen los científicos de la prestigiosa Russian Traditional Hairstyle Preservation Society.

La afición rusa se mezcló en algunos bares con la afición local, y esta última les miraba con una mezcla de curiosidad y prevención, esa mezcla que producen los rusos fuera de Rusia, sobre todo a los pueblos latinos. Inquietantes, algunos rusos cenaron jamón, café con leche y zumo de naranja, que lo vio el que suscribe sin saber bien si alertarle al ruso de que normalmente eso por estos lares se toma de desayuno o hacer un vídeo de tres minutos. El ruso se acabó el café, pidió la cuenta, pagó con un billete de 500 euros y se fue tan campante al hotel a pensar en Rusia y su futuro, desvelado hasta las tantas por el relajante café con leche. Esta impactante imagen se repetirá en la memoria de todos los que asistieron al inusual ágape durante años, y posiblemente sirva como referencia para recordar el cómodo partido de ayer dentro de muchos años. El Zenit, sí, dirán los aficionados, el Zenit vino al Calderón vestido así como de verdecito y creo que ganamos fácil, no sé si dos cero o tres uno, sí, un partido cómodo pero sin historia, aunque, eso sí, luego algunos vimos a un ruso cenar jamón, café con leche y zumo de naranja y al menos tres si no cuatro tuvieron que ir a un psicólogo durante meses.

El Atleti empezó controlando el partido y empujando a los rusos hacia su área, lejos de la portería propia y buscando huecos por donde no los había. El Atleti salió con Villa solo arriba, con Adrián a un costado y Arda al otro y con Gabi y Koke por delante de Mario para evitar que ningún un jugador rival estuviera tranquilo. Gran parte del primer tiempo transcurrió cerca de la banda derecha rusa, donde Adrián se enfrentaba a un lateral rubito con pinta de enterarse poco y de cenar café con leche. Acertó el Atleti planteando el partido hacia ese lado, porque en el segundo tiempo quedó claro que el lateral izquierdo del Zenit era bastante mejor que el derecho, qué cosas tiene Simeone, no da puntada sin hilo este hombre, oiga.  Cerrado el equipo ruso atrás, la única vía de agua visible era el lateral derecho y ahí todos los ojos se fijaron en Adrián. Adrián, una vez más respaldado por el Cholo y por la grada – salvo a ratos, algo comprensible – demostró que lo suyo es más un problema de cabeza que de fútbol. Adrián alternó regates y carreras de las de hace dos temporadas con rehúses y dudas de las del año pasado. Falló pases fáciles y evitó que Filipe Luis le doblara, se escondió en algunos lances y con frecuencia se giró y buscó un pase cómodo en vez de arriesgar; en otras ocasiones, cuando tuvo que pensar menos y actuar más mecánicamente, desbordó al rival, buscó huecos y presumió de arrancada. Esto último no le bastó para coger la confianza necesaria hasta bien entrado el partido y, cuando mejor estaba, fue sustituido por Baptistao, que metió un buen gol en su primera acción y dejó la cabeza de Adrián llena de manchas de Rorschach  y de dudas que esperemos se despejen.

Con el Atleti volcado hacia adelante y hacia la izquierda durante el primer tiempo, Mario y Gabi tuvieron una presencia más testimonial que otra cosa, dando protagonismo a Koke. Koke asumió la responsabilidad con un partidazo en lo físico y en lo táctico, recuperando balones y apareciendo por todas partes, tapando su zona y la de aquellos que cometían un error, poniendo balones perfectos a la cabeza de los compañeros: suyo fue el pase del gol de Miranda, suyo fue el pase que dio lugar al barullo previo al segundo gol y de haber estado algo menos impetuoso Godín, habría aprovechado para marcar algunos de los pases de Koke, fuertes y medidos, pases a los que basta poner la cabeza para, sin dar impulso, conseguir que el balón salga como un obús. El despliegue físico de Koke tuvo continuidad en Gabi durante el segundo tiempo. Gabi se dosifica y mide y, cuando queda media hora de partido, está dos puntos físicos por encima de los rivales. Gabi entonces es clave, soluciona errores cometidos por los compañeros, hace ayudas en defensa, aparece donde no se le espera, sale el primero a la presión y roba balones para alimentar a la delantera. Entre Gabi y Koke, y el buen partido de Mario, el medio campo ruso pudo hacer más bien poco a excepción de un ratito. Y eso que no pintaba mal, con Danny, jugador fino, Witsel, de estilismo capilar claramente poco ruso y Hulk. Hulk, todo hay que decirlo, pareció pasado de romana y algo lento, lejos de ese jugador eléctrico y potentísimo que hizo enmudecer el Calderón en el pasado. Hulk abusó de irse al suelo, fue superado varias veces en carrera por Mario y mostró una silueta abeyoncesada que supuso todo un desafío para el tallaje de sus pantalones cortos. Aún así, metió un golazo tras tiro potentísimo que nos recordó que todavía es peligroso a pesar de los blinis.

Sólo durante un ratito tuvo el Zenit la iniciativa en el partido, unos quince minutos al principio del segundo tiempo en los que el Atleti perdió presencia. Más lejos unos de otros de lo que es habitual, con más protagonismo la banda izquierda del rival, los jugadores del Atleti no encontraron su sitio. Pero con el partido empatado, Turan metió un gol de esos que uno no se espera que meta él, de esos que debería meter quizás Villa, quizás cualquier otro. Turan, que está haciendo un principio de temporada magnífico, mostró además de calidad y clase una rabia para marcar que hace dos años nadie habría creído. Para el que suscribe pocos jugadores han encajado en lo que la grada del Calderón espera de un jugador así como Turan: talentoso, carismático, salao, inexplicable, con un punto gamberro, despistado y desastre. Más atlético, difícil.

Obviando el buen partido de Filipe Luis, la aparente mejora de Juanfran y la seguridad ya clásica pero no por ello menos asombrosa de Courtois, merece un ratito el partido de Villa. Villa, que lleva poco tiempo en el club, parece estar aún en proceso de engranaje, en rodaje antes de encajar en la máquina que ha creado Simeone. Físicamente no se le ve a la altura del resto de compañeros, verdaderos portentos en muchas fases del partido, y cuando juega solo en punta pasa malos ratos al hacer la presión, algo normal para cualquier delantero que juegue con ese dibujo agotador y frustrante para los goleadores. Villa combina maravillosamente bien cuando juega al primer toque y busca la pared, alivia a los compañeros y crea espacios para él o para otro; cuando conduce el balón se echa de menos más potencia, algo que resuelve a veces con la picaresca de buscar una falta, como ayer. Cuando el equipo recupera en campo propio, aficionados y jugadores buscan instintivamente la carrera en diagonal de Diego Costa, galopando en la lejanía; cuando éste no está Villa es más conservador, consciente de que le es complicado a estas alturas encarar con garantías una carrera de treinta metros perseguido por uno o dos rivales, la especialidad de su compañero de ataque. Incómodo en el partido de ayer por el planteamiento de acumulación de gente por el centro del Zenit, sobre todo en el primer tiempo, Villa sacó algunas faltas de listo y buscó buenas combinaciones. Irá a más, esperamos, por más que el librillo del Cholo parece indicar que, este año, a falta de Falcao y su pelea interminable, el gol está llamado a repartirse entre centrocampistas y delanteros.


El Atleti ganó con solvencia a un equipo al que hizo parecer peor de lo que era, por más que en defensa sí dejó bastante que desear. La grada se ha acostumbrado a este equipo intenso, duro, que recupera el balón con furia gracias a concentración total, apoyos constantes y solidaridad de todos, desde los estilistas más finos a los tractores más potentes. El Atleti rocoso que recupera la bola y sale rápido y con calidad recuerda a ese equipo que se nos clavó en el alma, ese equipo al que íbamos a ver ganar, rara vez empatar, ocasionalmente perder contra equipos que lo merecían y alguna vez con alguno que no. Lejanos quedan los tiempos en los que todos y cada uno de los equipos de primera división nos jugaban de tú a tú, en los que los pequeños venían al Calderón a puntuar, en los que el bochorno era la seña de identidad y los empates en el último minuto contra el Mallorca se celebraban haciendo la ola. Más cercanos se ven los tiempos de narices torcidas y centrales con bigote, de victorias brillantes y victorias sin brillo pero por aplastamiento, de rivales dubitativos y asustados, equipos encerrados y visitantes deseando que pasase cuanto antes el infernal rato de visita al Calderón. Lejos quedan los tiempos oscuros, cerca parecen los tiempos que nunca debieran haberse ido y la razón es una, única y nacida en Buenos Aires el 28 de abril del 70, año en que el Atleti ganó la liga.