lunes, 10 de diciembre de 2012

Cinco. Y de cinco, uno


Cinco goles marcó Falcao en un partido, cinco goles, ni más ni menos, y ahí estuvimos para verlo y para coger una pulmonía de tiro cruzado, una pulmonía en carrera, una pulmonía en plancha, una pulmonía de esas que merecen la pena.

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Cinco goles metió Falcao al Deportivo de la Coruña. Cinco. Hasta ahora, parece que sólo Vavá había metido cinco goles con el Atleti en liga, sólo Vavá. Vavá, que ganó dos Mundiales con el Brasil de Garrincha y Pelé,  marcando en las dos finales. Vavá, que estuvo en el Atleti del 58 al 61, según dice la Wikipedia, y que murió en 2002 sin que el Club organizara un minuto de silencio, si uno no recuerda mal.

Cinco golitos metió Falcao como cinco golitos tuvo la loba, cinco golitos detrás de una escoba. Cómo puede una loba madre parir cinco retoños detrás de una escoba es algo que escapa a las más preclaras mentes de la zoología y la biología y aún así se le enseña a los niños sin escolarizar y éstos lo entienden a la primera y no le dan mucha importancia. Cómo consigue un jugador meter cinco goles en un partido es algo que escapa a las entendederas de casi cualquiera que haya jugado un poco al fútbol, y aún así Falcao lo hace con naturalidad, sin darse importancia, sin alharacas, sin adornarse. Para Falcao es tan sencillo meter goles como para la loba parir tras la escoba, tan sencillo como para los niños asumir que tras el alumbramiento misterioso no hay más que cinco lobitos delgados como el palo de una escoba y con propiedades miméticas ante, como única muestra de asombro, no hay que hacer documentales ni llamar a un veterinario, sino que basta con mover las manos abiertas, las manos abiertas y con guantes que Falcao abre cuando mete uno, dos, tres, cuatro, cinco golitos.
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Dejando de lado la mala educación o el despiste del Club, que ya es algo común (aunque mitigado desde que llegó el actual equipo de comunicación, más pendiente de estas cosas), la noticia del día es que Falcao metió cinco goles en el Calderón él solito y en un mismo partido. Los cinco goles eclipsaron el partido de Diego Costa, que esta vez se dedicó a jugar en vez de innovar sobre la forma en hacer llegar escupitajos a la cara de los rivales, jugó bien y metió un gol. Eclipsó el buen partido de Koke y el flojo partido de Mario, el impreciso partido de Arda y el buen partido de Godín, ayer más agresivo y adelantado a la hora de defender y más confiado a la hora de irse hacia el área contraria. Eclipsó también el generoso partido de Filipe Luis y las reflexiones sobre lo mucho que se echó de menos su presencia en el estadio del otro equipo grande de la capital, y el discreto partido de Juanfran, desentonado a ratos como casi todo el resto de liga. Eclipsó la vuelta de Valerón, que casi mete un gol de cabeza a pesar andar de lado a lado del campo sin ya mucho sprint que ofrecer, y al que algunos científicos contrastados insultaron durante el partido, consiguiendo ya de paso que al retirarse fuera ovacionado por la grada, como no podía ser de otra manera.

Falcao eclipsó pues todo lo eclipsable y más, incluyendo la segunda plaza del Atleti, el próximo partido contra el líder y la diferencia de puntos contra los rivales por el segundo, tercer y cuarto puesto. Eclipsó también la victoria de Juan Manuel "Dinamita" Márquez  sobre Manny Pacquiao y la más que posible candidatura del Mono Burgos a disputar el mundial al mexicano en la categoría "arrancamiento de cabeza portuguesa por guantá con la mano abierta". Eclipsó, en fin, dos o tres fenómenos astronómicos infrecuentes, varios satélites de comunicaciones, el frío de la noche a la vera del Manzanares, la abundancia de camisetas del Depor en las gradas (que tanto nos alegra) y la festividad de Santa Leocadia de Toledo, Mártir, santa toledana a la que profesaba gran admiración el rey godo Sisebuto, autor del Astronomicón, poema en hexámetros latinos sobre, precisamente, los eclipses. Qué cosas tiene la astronomía, oiga.

Falcao marcó un gol, el primero, tras pase en profundidad, entrando por la derecha del área y cruzando el balón, que pasó bajo la mano del portero. El segundo, de tiro portentoso y sorprendente desde fuera del área, dejando correr la bola y sin pensárselo: tan portentoso y sorprendente fue que en el campo casi ni lo vimos, sólo vimos la parábola del balón que entraba, no tuvimos tiempo de ver cómo lo había hecho. Uy, a ver, cuidado, ¡gol! ¿qué ha pasado, qué ha pasado?, gol, oiga, ha sido gol, sí, gol, sí, pero quién lo ha metido, ha sido el colombiano, oiga, el Tigre ha sido, Falcao ha sido, qué tío. El tercero lo metió de penalti bien tirado y el quinto, tras sentar a un rival y buscarse el tiro en la pierna derecha, buscando luego el palo corto cuando todo el mundo esperaba que cruzase al palo largo.

- Oiga, ¿y el cuarto? ¿el cuarto? ¿se olvida Vd el cuarto? ¿está Vd tonto?
- No me olvido, oiga.

Y es que el cuarto gol de Falcao, que no fue ni el más bonito ni el más importante ni el más llamativo, resultó ser el más asombroso de todos a ojos del que suscribe.

El cuarto gol fue propiedad de Falcao en menos porcentaje que los demás, y sin embargo fue el más de Falcao de todos. Gran parte del cuarto gol fue mérito de Arda y quizás, de no haberse producido, habría sido también error de Arda. Arda, que había jugado mal el derbi y había dejado a la hinchada fría y enfadada por esa mano absurda que acabó en gol con matrícula de Ciudad Real, quería agradar en su vuelta a casa. Lo intentó durante el partido contra el Depor, pero no estuvo del todo acertado. Falló algún pase cómodo en contraataque de libro, se lió en una banda haciendo cucamonas con el tacón y perdió algún balón de esos que él no acostumbra a perder. Arda, a quien la grada adora, tiene la virtud de caer bien con sus andares de ánade y su sonrisa en el momento menos esperado, pero puntualmente no está acertado. Arda, no obstante, no es un tarambana y sabía al saltar al Calderón que le debía una a la grada tras su mal partido contra los odiosos vecinos del Norte.

Arda, decíamos, lo intentó y lo intentó pero no le salieron las cosas como a él le hubiera gustado, a pesar de que el rival invitaba a lucirse. Y, en éstas, recibió un balón en profundidad tras toque sutil de Adrián, lo suficientemente lejos de la portería rival para permitirle colocarse bien el balón antes de que saliera el portero, lo suficientemente cerca para confiar en su sprint de patitas cortas de despertador, con la distancia suficiente para que el defensa no le alcanzara y obligara a parar el juego y regatear. Arda lo vio claro, tan claro como vio toda la grada que, a su derecha, detrás de los centrales que le perseguían, iba Falcao lanzado en busca de su cuarto gol con el ansia del que persigue el primero de su vida. La grada hubiera agradecido un pase de Arda para contribuir a la gloria de su compañero, como en aquél lance de Torres en la final de la Eurocopa. Pero Arda lo vio aún más claro que el resto, vio clarísima su oportunidad de reconciliación y ni miró a Falcao. Arda, que debía una a la grada, se metió en el área, se acomodó la bola con clase y tiró una vaselina fina, limpia, un baloncito destinado a entrar en la portería y terminar con los compañeros abrazándole y con Arda en medio, sonriente como Netol, sabiendo que había recuperado el cariño de todos.

Pero frente Arda estaba Aranzubía, que no es manco en estas cosas. Aranzubía intuyó las intenciones del turco y tiró un manotazo que dio en el balón. Miró Aranzubía al balón que subía en parábola, lo miró el turco y lo miraron los centrales, que ya empezaban a frenar sabiendo que mucho no podrían hacer ante el toquecito del rival. Miraron todos pero, más rápido y con más rabia que el resto miró Falcao. Falcao, que ya llevaba tres goles, pudo haber frenado, como los centrales, y esperar acontecimientos. De haber entrado el balón, le habría dado un abrazo a Arda y tan contentos todos. De haber fallado éste, podría haber mirado a la grada y haber hecho grandes aspavientos: a mííííí, Arda, a mííííí, turrrrcooo egoííííssstaaaa, ¿es que no ves que estoy en racha? ¿es que no ves que puedo hacer historia metiendo un cuarto gol? Falcao, que no es de reproches sino más bien lo contrario, también podría haberse parado, haber puesto cara de póker o haber mirado hacia otro lado, que para algo llevaba ya tres goles marcados y al pobre rival no se le veía mucha capacidad de reacción.

Pero Falcao, ya saben, no es así. Falcao, una vez lanzado a hacer gol, tiene claro que su misión en la vida es meter ese gol. Si huele gol, ya puede tirar su compañero a puerta, ya puede pararla el portero, ya puede caer un misil Scud en el punto de penalti o ya puede venir el Intercity Madrid - Ponferrada con paradas en Valladolid-Campo Grande, Palencia, Sahagún, León, Veguellina de Órbigo, Astorga, Vega-Magaz, Brañuelas, Torre del Bierzo, Bembibre, y San Miguel de las Dueñas, que él sigue a lo suyo. Falcao ha demostrado en todos los partidos, acertado o no, que trabaja más que el que más y que lo intenta mucho más que el resto, que corre más que los que tienen menos cartel que él y lo necesitan más, que suda más que los que tienen más cartel que él (que son cada vez menos) y no tienen por qué tomar riesgos ni pasar fatigas. Así que tiró Arda y se pararon todos, todos salvo Falcao, que ahí siguió por si las moscas. Falcao pareció ver antes que el resto que el balón que despejaba Aranzubía podría caer en situación de remate, y allá que se fue.

Falcao destaca desde su llegada al Atleti por esos saltos suicidas al remate, por una ausencia total de miedo, por jugarse los dientes y el tabique nasal ya sea en una final importantísima o en unos dieciseisavos de Copa contra un Tercera. También esta vez Falcao vio ocasión de meter un gol y no se lo pensó: no pensó en que podría llevarse una patada en la cara, como casi le ocurre, ni en que podría acabar con la cabeza estampada en el poste. No pensó en que ya había metido tres goles y que no necesitaba gestos de arrojo para ganarse a la grada que ya le idolatra. No pensó en su nariz, ni en la frente esa que le reventó de un pisotón un amable colega de profesión, ni en sus dientes ni en su ego. No pensó en que podría fallar, llevarse una patada y terminar enredado en la red de la portería, como un atún de almadraba. Falcao vio la ocasión de hacer su trabajo y no dudó ni un momento. Pegó un salto felino, superó por centímetros el pie de un central y remató a la red por cuarta vez con la rabia del que mete su primer gol tras cincuenta intentos fallidos. Falcao metió el cuarto gol, algo que sólo habíamos visto hacer recientemente a fenómenos como Baltazar, Vieri y Pantic, y lo hizo dejando la sensación de que, sin importarle si en el empeño se quedará sin nariz, sin dientes o sin futuro, si tiene que hacerlo lo hará sea cual sea el rival, sea cual sea el partido, sólo porque es su misión, lo que debe hacer, lo que de él esperamos.

Por eso el cuarto gol de Falcao, que no fue ni el más bonito ni el más importante ni el más llamativo, resultó ser el más asombroso de todos a ojos del que suscribe. Por eso para el que suscribe lo más asombroso de este tipo no es su puntería ni su mejora constante ni su repertorio cada vez más completo ni sus números históricos, ni siquiera sus modales exquisitos incluso cuando recibe palos por todas partes. Lo más asombroso de Falcao es, qué cosas, lo que tanto escasea en algunas zonas del estadio: la honradez. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Contradictorias reflexiones post-derbi y consejo práctico sobre pijamas




Primera contradicción: la mañana y la noche

Había entrenamiento por la mañana en el Calderón y aquello se puso de bote en bote, con la grada llena de niños embufandados y con padres con más cara de ilusión que los niños: primero, porque a esa hora no pensábamos que la cosa fuera a ir mal; segundo, porque a todo el mundo le gusta ir al Calderón y luego a tomar vermouth; y, tercero y más importante, porque los niños eran la excusa perfecta para ir al Calderón a decirle a los nuestros que en ellos confiábamos para, tras muchos años, quizás no ganar pero sí al menos disputar el derbi en condiciones normales.

Con la grada llena y los niños abrigados, los jugadores estiraron y estiraron y la afición cantó el nombre de todos y cada uno de los jugadores. Vimos entonces que Filipe Luis calentaba sólo con un preparador físico cerca del fondo Norte y sospechamos. Vimos también cómo los jugadores se despedían del entrenamiento aplaudiendo tímidamente a la grada, dando la vuelta y entrando al vestuario sin demasiada rabia. No se vieron abrazos entre ellos, ni puños apretados, ni ojos mirando a todos y cada uno de los veinte y pico mil colchoneros que habían ido a verles para tomar nota mental sobre de quién deberían acordarse luego, cuando tocase correr. Quizás los jugadores estaban sobrecogidos, quizás se vieron sobre-responsabilizados, desbordados, atenazados por los nervios y la cita, pero no nos dimos cuenta. Quizás no percibieron que lo que esperábamos de ellos era lucha y entrega y comportamiento de equipo, como vienen haciendo hasta ahora, y no la necesidad de ganar a cualquier precio y sin alternativa. En el momento no lo percibimos tampoco nosotros así, porque estábamos contentos y nos fuimos a los bares a tomar el aperitivo rojiblanco, aperitivo de día de derbi: un vermouth rojo, uno blanco, otro rojo, otro blanco, así hasta que el bar cierre o uno empiece a hablar de los grandes problemas de la Humanidad. En los bares la gente llevaba la bufanda del Atleti y comía croquetas y banderillas picantes y a esa hora todo el mundo estaba convencido de que el sábado el derbi, ganando, perdiendo o empatando, sería diferente a los derbis de otros años, sería un derbi antiguo, jugado de tú a tú, con ganas y rabia, con intensidad y ganas de ganar, con la personalidad que el Cholo ha devuelto al equipo en los últimos tiempos.

Pero llegó el partido y la cosa no fue la esperada por la mañana, en la grada soleada llena de niños. El Atleti jugó más o menos como suele, apretando arriba y con intensidad aunque con poco acierto, hasta el gol del rival, esto es, un ratito. Tras el gol llegó la timidez y la imprecisión, y tras ellas un rato de nada y tras la nada, el segundo gol. Luego pudieron llegar otros que al final no llegaron y el Atleti no tiró a puerta más, se fue a la ducha con cara de no ser el Atleti y con la sensación de haber pasado otro derbi, no ya en blanco, pero casi. No había tirado apenas a puerta, salvo un poco antes del primer gol, un remate de Falcao que el portero rival sacó con reflejos. Nada más. El Atleti dejó de morder tras el primer gol, como si no supiera que iba a recibir al menos uno, como si ir por detrás en el marcador fuera una losa de un peso insalvable, una maldición. El Atleti no fue el Atleti de otros partidos más comprometidos y difíciles, no fue el equipo dominador y voraz de Bucarest ni la máquina de precisión acelerada de Mónaco, fue un equipo sobrepasado, impreciso y sin peso, un equipete nada más, poca cosa, un equipo más perdiendo de nuevo un derbi contra un rival no deslumbrante, pero sí mejor.

El Atleti de la noche no fue el que habíamos imaginado por la mañana entre potitos y vermouths de dos colores, no fue el equipo motivado al que quisimos ir a ver por la mañana, no fue eso sino casi lo contrario. Qué contradicción, oiga.
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Segunda contradicción: el lateral izquierdo

Uno, que es tonto y con gafas, le tenía como tantos otros una manía importante a Filipe Luis. Desde estas mismas páginas nos referíamos a Filipe Luis como Filipe Luis Filipe, incapaces de recordar qué nombre iba primero y cuál segundo. Filipe Luis nos parecía un jugador flojo, poco involucrado, inseguro y con querencia a taparse bajo una manta y comer galletitas. Éste no vuelve de la lesión, decíamos graves, éste es un petardo importante, un sin sangre, un flojo. Froilán, le llamamos; María Ostiz, le llamamos. Éramos duros con Filipe Luis, casi crueles, éramos intransigentes y con gafas.

El sábado por la mañana Filipe Luis entrenó sólo, con un preparador físico, como si tuviera algún problema. Por la tarde nos enteramos de que no jugaría y nos llevamos un sofocón. Cata Díaz saldría en su puesto, dado que no hay recambio de garantías para el lateral izquierdo. A la postre, sin que fuera culpa del Cata, la ausencia de Filipe Luis fue importantísima. Sin él el Atleti perdió muchas bazas ofensivas, mucho del discurso rápido y punzante que sigue a las recuperaciones de balón en campo ajeno que gustan a Simeone. Cata Díaz, es normal, no subió por la banda y el Atleti quedó cojo en ataque. Cata Díaz falló en el segundo gol del rival pero tampoco se le podía pedir mucho más, siendo un jugador ya con años, fuera de su sitio, ya sin costumbre de jugar, exigido en su debut. Se echó pues muchísimo de menos a Filipe Luis, a aquél al que hacíamos cantares cada vez que dudaba, al criticado, al que no inspiraba confianza. Faltó Filipe Luis, salió un central y el equipo perdió equilibrio, contundencia y luz a la hora de irse a por el gol.

Salió un central con cara de ser de los malos de El Último Mohicano y echamos de menos, en un partido duro, a un lateral finito con aspecto de paje de Rey Mago. Qué contradicción más grande, oiga.
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Tercera contradicción: el centro del campo

El Atleti de Simeone basa su eficacia, entre otras cosas, en la presión cerca del área rival, en impedir la salida del balón del equipo que intenta progresar. El año pasado se hacía a costa de muchas faltas, este año se cambió el ansia recuperadora inmediata por una presión más constante y continuas superioridades sobre los rivales que recibían el balón, bien trabajada por Simeone. Todo esto llevaba al error rival, la recuperación pro parte de Gabi o Koke o Mario - si el rival pasaba la primera línea de presión- , la entrega a Turán y la construcción de un ataque rápido buscando a Falcao o al segundo punta.

De esto, nada o casi nada ocurrió el sábado. Sólo hasta el gol el Atleti mostró hambre por presionar y recuperar arriba, luego cambió el plan visto cien veces con Simeone. El centro del campo, con un Turán torpón, impreciso y desconocido y Gabi, Mario y Koke lejos de lo esperado, se limitó a parar al rival más cerca del área, a recuperar y mirar hacia atrás, uy, tómala tú, ay, perdón, la volví a perder, caramba, no sé qué nos pasa hoy. El centro del campo no pudo hacer mucho y, lo que es peor, no pareció estar convencido de poder hacer más.

El centro del campo del Atleti, que presiona y busca las cosquillas al rival, llegó a un partido importante y cambió de discurso. Para aquellos que venimos viendo al equipo, fue una sorpresa ver al equipo intimidado y perdido a ratos. Qué contradicción, oiga, qué contradicción.
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Cuarta contradicción: el macarrismo y la casta, la provocación y el respeto, las churras y las merinas

Simeone sacó al equipo que había jugado, bien, contra el Sevilla, salvo la ausencia comentada de Filipe Luis. Junto a Falcao, casi inédito en el derbi, sacó a Diego Costa. Diego Costa viene haciendo una buena temporada, ha marcado goles y se le presume personalidad y mala baba como para enfrentarse a una defensa como la del sábado, conocida por su querencia al patadón alevoso y la provocación constante. Simeone pareció querer que fuera Diego Costa quien peleara con los matones rivales para así librar a Falcao de la pelea en solitario, responder a ojo con ojo y diente con diente y, quizás, sacar de quicio a los intelectuales defensas rivales, ávidos lectores de los Clásicos, hasta conseguir una expulsión.

Todo esto pretendió hacer Diego Costa, y en casi todas sus acciones sobreactuó, confundiendo valentía con macarrismo, integridad con provocación y hombría con marrullería. Diego Costa, sobreexcitado por medirse a los dos más malos del barrio, a cuyo cetro aspira, soltó codos y lanzó escupitajos, recibió empujones y salivazos y vio cómo un rival natural de Camas le llamaba feo, algo que por sí solo da para escribir un sainete, un tratado de psicoanálisis y una ópera bufa. Diego Costa empleó casi toda su energía en buscar pelea y aumentó su historial de jugador conflictivo e inoportuno, sin hacer además casi ninguna acción de mérito en todo el partido.

Mientras Diego Costa pedía a voces entrar en el selecto grupo de jugadores marrulleros y malencarados apreciados en cierto barrio con estación de tren del Norte de Madrid, en el banquillo ocurría una cosa diferente. Con su habitual altanería, los técnicos locales hacían gestitos de menosprecio al banquillo visitante, chivándose al árbitro como los traidores a la mafia de que por ahí andaba mucha gente. Con mucho más aplomo que Diego Costa, con mucha más razón por ser él el provocado y no el provocador y dando casi tanto miedo como Paulie Gualtieri en un mal día, el Mono Burgos dejaba clara la diferencia entre carácter y macarrismo. Yo no me meto contigo, pero si tú te metes conmigo, atente a las consecuencias, vino a decir metafóricamente el Mono Burgos. Yo no soy Tito Vilanova, yo te arranco la cabeza, dijo el Mono Burgos sin metáfora ni nada, y con ello hizo toda una declaración de principios. Sé que os creéis intocables, pero cuidado conmigo, vino a decir el Mono, y en sus palabras, poco bonitas para los niños y las monjas de clausura pero reconfortantes para aquéllos que están hartos de la tradicional actitud prepotente de algunos, uno vio la actitud que debe tener el Atleti en estos casos. No seré yo quien dé el primer paso, vino a decir el Mono, pero si vienes de malas, te expones a acabar peor: esto, palabras más, palabras menos, es lo que venía a decir el Atleti cada vez que visitaba el campo ese del centro comercial.

No seremos nosotros los que provoquemos, vino a decir el Mono Burgos, pero si nos buscas nos encuentras. En el campo, mientras tanto, Diego Costa hacía justo lo contrario, provocar para desquiciar, ponerse a la altura de esos insignes indeseables que celebran con bailes brasileños los malos momentos de los rivales, que no las alegrías propias. Qué contradicción, oiga, qué contradicción.
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Consejo: ¿qué pijama es apropiado para un ciudadano honrado?

El pijama, siempre largo y a poder ser de cuadros, con chaqueta de botones y bolsillito sobre el corazón. En verano, de algodón fino; en invierno, hasta de franela. Hay quien gusta de camisón de lino y gorrito de dormir con pompón, y esta combinación es también respetable, sobre todo si se alumbra uno el camino con un candil.

Nada de camiseta de publicidad y pantalón corto, nada de pantalón de pijama descuadrado (esto es, combinado con camiseta interior). De eso nada.

Háganme caso: lo agradecerán en algún momento de su vida, probablemente un momento importante.