lunes, 30 de abril de 2012

Los días señalaítos (mini-crónica del Betis - Atleti)



Cuando llegan los días señalaítos salen nuevos aficionados al Atleti por los rincones, gente nueva que simpatiza con el Atleti o es más del Atleti que nadie o quiere al Atleti con locura desde el día que nació y nosotros sin enterarnos, oiga. Durante el resto del año se sabe poco de estos atléticos furibundos, pero, cuando llegan los días señalaítos salen atléticos de debajo de las piedras que tienen claro-clarísimo lo que le pasa al Atleti, cómo juega el Atleti, qué ha de hacer el Atleti para mejorar las cosas, quién es bueno y quién es malo en el Atleti. Todas estas ideas tan claras suelen coincidir, qué cosas, con lo que opinan los periodistas de cabecera y pocas veces con lo que opina la grada cabal, la que ve todos los partidos, la que aprecia las cosas inapreciables, la que opina lo que ve, la que no se deja llevar por resúmenes sino por partidos completos, la que valora las cosas en su conjunto y no basa su opinión sólo en los detalles llamativos ocurridos hace un minuto; la que, en definitiva, invierte su tiempo en su equipo para tener una idea clara y propia, aunque sea diferente a lo que le cuentan desde los medios.

Cuando llegan los días señalaítos, estos aficionados repentinos salen a puñados en bares y oficinas. Nacen por floración espontánea vecinos más rojiblancos que el oso del escudo que nunca antes se significaron como tales y se reproducen por esporas aquellos que siempre defendieron la camiseta de rayas ante compañeros de mili y colegio. Este fenómeno del día señalaíto no es privativo del Atleti, está claro, y ocurre bastante a menudo en otros ámbitos. Conocidos son los casos de los que rechinan dientes en los funerales aún a pesar de no haber visto al difunto en los últimos treinta años, los cofrades que aparecen un rato antes de la salida de la procesión tras pasarse un año sin acudir a los ensayos de la cuadrilla de costaleros, los repentinos taurinos de postín que van a barreras y contrabarreras de San Isidro con clavel rojo en la solapa y whisky con hielo en vaso de tubo, sin haber estado nunca en una corrida de agosto, de esas de cinqueños resabiaos y toreros que vienen a jugársela bajo la atenta mirada de Frascuelo. Del colmo de estos tontos ha tenido conocimiento el que suscribe: un sujeto que se ha declarado este año gran aficionado al Mirandés y el Athletic de Bilbao, cuando cualquiera que le haya visto de cerca sabe de su afición desmedida al otro equipo grande de la capital, el equipo ese de los bailecitos.

Cuando llegan los días señalaítos, eso sí, los que están siempre ahí en primera línea son los que están también ahí los días grises y hasta negros del resto del año, del resto de años. También en los días señalaítos son ellos los que están los primeros en la cola, los primeros en invertir tiempo y dinero para hacer favores a otros que no sólo aparecen en los días señalaítos, los primeros en pensar en los amigos. Estos que están siempre ahí, estos que están los primeros en los días señalaítos y en los días en los que nadie quiere estar, se ganan centímetro a centímetro las entradas, los viajes, las victorias, los disgustos y sobre todo el respeto. Nadie les regala nada a los que no aparecen sólo en los días señalaítos, nadie les hace favores, nadie les reconoce el mérito; es más, muchos les tildan de aguafiestas, de tristes, de negativos, de anti-atléticos, de malpeinados. No es el caso, qué cosas, de los atléticos de día señalaíto. Estos últimos no hacen colas, no hacen esfuerzos, no hacen por ganarse nada gracias a su constancia o su devoción, prefieren entrar por la puerta lateral, levantar teléfonos, pedir favores. Hablan a uno y a otro, tiran de agenda, miran por ellos solos y salen tan contentos y tan orgullosos con su entrada, ya la tengo, mírenla, normal que sea de los primeros porque yo, que soy más atlético que nadie, sobre todo cuando las cosas van bien, soy un fenómeno, fenómeno vacío de día señalaíto.

Todo el respeto y el agradecimiento del mundo a los que se trabajan lo suyo y lo de otros, a los que siempre están ahí, a los que siempre piensan en el resto, a los que saben bien quiénes son. Gracias. 
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La final de la EL se juega en un estadio con capacidad para 55.000 personas, que son muchísimas sobre todo si se las encuentra uno en un ascensor o dentro de una cabina de teléfonos. De estas localidades, la UEFA, que es la que administra el cortijo, reparte 9.000 a cada club finalista, esto es, el Athletic de Bilbao, que tiene unos 35.000 socios, y el Atlético de Madrid, que tiene unos 40.000.

El por qué se reparten tan pocas entradas a dos clubes con tantos socios es algo inexplicable, aunque es bastante más inexplicable que la UEFA se quede con casi 30.000 sitios para un partido en el que no juega el F.C. UEFA ni el Rapid de UEFA ni el Dínamo de UEFA ni el UEFA United. La UEFA dice que las entradas son para compromisos y uno, que no gusta de ir a donde no le apetece, se asusta pensando en alguien con tantísimos compromisos. La cantidad de bodas a las que tendrá que ir la UEFA, la cantidad de llamadas de cumpleaños que hará la pobre, la cantidad de jarrones horrorosos y figuras de Lladró que tendrá que poner la UEFA en el recibidor para cuando vengan las visitas-compromiso a merendar café con picatostes a casa de la UEFA. Y eso que la UEFA, para empezar a hablar, tiene nombre de señora de pueblo por mucho que disimule.

- Niño, ¿y tú de quién eres?
- Yo, de la Uefa
- Anda, mira

La UEFA, a la que uno imagina gorda y con traje de chaqueta estilo Angela Merkel o quizás redonda y con moño como Hermenegilda la de las hermanas Gilda, debe tener una vida durísima llena de planes a los que no le apetece ir, siempre poniendo cara de que el asado está en su punto, siempre yendo a inauguraciones y fiestas en las que todo el mundo le conoce pero ella no conoce a nadie, siempre de la mano de su niño, el gordito Platiní (que insiste en que le llamen Kiko), siempre comiendo fuera y siempre tomando antiácidos de tantísimos postres y aperitivos de más. Uno imagina a la UEFA llegando a casa tras una jornada agotadora llena de compromisos, lanzando los zapatitos de tacón por el salón y resoplando al mismo tiempo, derrumbándose sobre la butaca, bajándose las medias pantorrilleras color carne de esas que dejan marca del elástico y poniendo los pies en un puf, encendiendo la tele con el mando a distancia y pensando en lo dura que es su vida de mujer gorda llena de compromisos antes de quedarse dormida con el cuello torcido y la telenovela puesta, soñando con un mundo sin llamadas para conseguir entradas ni patrocinadores chinos.
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La final de la EL tendrá dos fondos parcialmente ocupados por aficionados de los equipos protagonistas y los laterales, con más de la mitad del aforo, ocupados en teoría por aficionados neutrales, directivos, patrocinadores, ojeadores, vendedores de cervezas, responsables de catering, camareros, acomodadores, traductores, peluqueros, responsables de manicura, pedicura y peeling, representantes de futbolistas, familiares de vecinos de amigos de directivos, periodistas, políticos, concejales de deportes, subsecretarios de cultura, sailburuak, conselleiros, consellers, consejeros, cerrajeros, aceituneros, aduaneros, arroceros, cerveceros, chanchulleros, chapuceros, chaqueteros y churreros, algunos de ellos puede que colchoneros. Esa será la composición de la grada en Bucarest, qué cosas, oiga. Lo que queda claro con este mapa humano de la grada es que las aficiones, antaño propietarias y motores de los clubes, ahora pintan más bien poco. El papel de los aficionados se limita, y cada vez más, a dar la nota casi freak de las finales, a construir un espectáculo de colorines y sombreros y pelucas y pasión desbocada para que directivos, clientes y proveedores se entretengan con sus cánticos y ocurrencias mientras deciden qué canapé elegir de entre los de la bandeja que trae el camarero. El aficionado empieza dando espectáculo desde el día de la clasificación, celebrando en fuentes y plazas la llegada a la final, y sigue entreteniendo a la patronal del espectáculo haciendo cola por la noche, jugando al tute de madrugada, bebiendo caldo bajo la lluvia hasta que abra la taquilla. El aficionado es también negocio para el club que le vende entradas y recuerdos, para la agencia de viaje que se lo lleva a la final vía Tanzania, para la reventa que se nutre de las 30.000 entradas que quedan sin dueño, para los hoteles y bares de la ciudad que recibe la final.

Con este concepto mercantil y mascotil de la afición que impulsa la UEFA, no es de extrañar que el Club Atlético de Madrid, fiel seguidor de las tendencias europeas en todo lo que tenga que ver con el dar de lado el interés del aficionado, sea puntero en el maltrato. El Club anunció que sacaría 6.680 entradas a la venta el domingo, con prioridad para los socios más antiguos (por debajo del número de socio 3.547) y para aquellos socios con número inferior al 5.000 que tuvieran el Abono Total. En la segunda página de la web, a salvo de miradas indiscretas, se informaba de que dichos aficionados podrían conseguir una segunda entrada presentando otro carnet de socio con Abono Total; esta información fue confirmada por un mail que no todo el mundo recibió. El caso es que con la fórmula propuesta por el Club, ya en el caso de que los 3.500 primero abonados aparecieran en taquilla con un segundo abono, no habría entradas para todos; si apareciesen 5.000, el riesgo de no tener entrada aumentaba considerablemente.

Por tanto, ante la posibilidad de no tener entrada, el resultado fue una cola monumental que casi daba la vuelta al Calderón desde primeras horas de la mañana del domingo. En la era de Internet y de las redes sociales, en un Club con un sistema informatizado de entrada al campo y lustrosa página web, con números de cuenta corriente de los socios en posesión del Club desde hace tiempo, la directiva ingenió un sistema que obligó a la gente a sacar entradas exactamente igual que en 1.950. En la cola, grupos de aficionados indignados por la torpeza en la organización y la falta de comunicación ideaban en cinco minutos mecanismos que, premiando la antigüedad como quería el Club, evitarían colas y disgustos con poco esfuerzo; no era por tanto difícil hacer las cosas medio bien. Pero da igual. Al Club estas cosas le dan igual, le da igual la angustia de la gente, prefiere no pasar cinco minutos pensando un sistema lógico y hacer lo primero que se les ocurre sin pensar si la gente merece pasar horas haciendo cola cuando, con un poquito de voluntad, se podría evitar todo eso. Tampoco le importa al Club favorecer y ser cómplice de sistemas que alimentan la picaresca, la compra para revender, la aparición fortuita de entradas por aquí y por allá, algo que todos sabemos que ocurre y ocurrirá. Da igual.

Porque da igual, todo da igual, siempre da igual. Al Club le da igual la gente salvo cuando hay pasar el recibo, presumir de afición o hacer llamamientos a la unidad para evitar broncas al palco. El Club hace camisetas en las que pone Bendita Afición para vendérselas a los aficionados y sacar un 15% de beneficio con la operación, sin pensar en nada más. El Consejero Delegado afirma que él cambia ir a la Champions por ganar la EL, dejando claro que le es mucho más importante ingresar dinero con el que pagar su bonus que la alegría de la afición. A la prensa también le da igual que el socio las pase canutas, a la prensa la basta con pasar por la cola y hacer una entrevista a un botarate que enseñe la entrada y diga EEEEEEHH EH EH, nohvamoa Bucaréh, le da igual si la gente ha pasado fatigas o si las cosas se puede mejorar. Porque, por lo general, la prensa tampoco tiene idea de lo que pasa el socio, la prensa no va a la grada, no entiende a la grada, no hace cola, no pasa apuros para encontrar una entrada ni ahorra para pagarse el viaje, no. La prensa se queda en lo vistoso, en lo anecdótico, en el que acampa catorce horas antes, el que duerme en silla de ruedas en la puerta del estadio, el que contrae la escarlatina por buscar su entrada durmiendo junto a un termitero. La prensa no denuncia la mala comunicación ni la mala organización, primero por no buscarse un problema con el club, segundo porque ni le interesa ni entiende lo que es para la gente pasar horas perdidas, tirar el tiempo en día festivo sin saber si tendrá éxito, esperar con cara de tonto con la incertidumbre de si tendrá o no entrada, viaje, día para recordar. La prensa pasa de estas cosas, que lo suyo es pontificar, hacer de altavoz y dirigir la atención hacia donde no mira el socio, vamos hombre, qué esperaba Vd.

Eso sí, gracias a Dios, lo que hay en la cola es gente, y gente del Atleti. Gente normal, con poco tiempo y poco dinero y la suficiente pasión como para echar el domingo bajo chaparrones buscando una entrada y una razón para quemar los ahorros. En las colas hay de todo, ya lo saben, pero sobre todo hay gente maja, gente paciente, gente que charla y bromea y sabe del Atleti porque llevan toda la vida hablando de él. Hay también brokers de rumores, informados de buena tinta, pesimistas encantados de portar malas noticias. Ya no quedan de las buenas, lo dice ese señor de ahí que trabaja en un mercado y sabe mucho de colas; dice que hasta aquí no llegarán las entradas, que lo demos por perdido, que no tendremos nada, nuestra misión ha fracasado a la altura del Indi Park, encima vamos a ser el hazmerreir. Hay también organizadores espontáneos con listas a boli, señores mayores a los que el Club debería ahorrar el trago, tipos tímidos que hablan poco pero que cuando hablan tienen razón, grupos de voceras, niños pacientes, niños impacientes. Está Martita, de unos nueve años y guapa como ella sola, con paciencia de santa y eso que la entrada es para su hermano y no para ella; a pesar de ello, lleva camiseta del Atleti bajo el anorak, como los grandes. También hay un señor con gafas y canas que gruñe y protesta y toma nota mental de todo, para la crónica del día siguiente.

Tras varias horas en la cola, parados unos junto a otros, todo el mundo charla. Se critica la organización, la comunicación, al Club a la hora de relacionarse con los socios. Todo el mundo tiene claro que a la directiva le trae al pairo la gente, la gente hace con la mano el gesto de llevárselo crudo cuando habla del palco, hay bromas sobre a qué altura de la cola estará Gonzalo Miró. Hay preocupación sobre el Estudiantes, se sigue el partido en tiempo real, llega la noticia de la derrota y hay un disgusto general. Marca Torres en la Premier y la noticia corre como la pólvora. Marca otro y otro, tres lleva ya, qué tío, qué grande el Niño. Llueve y se abren paraguas, para de llover y se cierra, sale el sol y da mucho gusto, al rato se asa la gente y se quita el anorak. Llega un compañero de cola con cervezas y patatas fritas, otro ofrece tabaco y pipas, uno llama a su mujer y ésta aparece con los niños, que no paran quietos. Un espontáneo con sombrero vaquero monta un puesto improvisado de venta de cerveza; luego monta una mesilla con ruedas y vende pipas y patatas y se pelea con sus socios en el negocio. Se reparten flyers con precios de vuelos: vuelos directos, vuelos chárter, vuelos que sólo saldrán si se completa el número mínimo, vuelos con y sin motor. La gente habla de la noche por los suelos en Hamburgo, del vuelo de vuelta, de la gente que se colaba para entrar en un avión anterior y no recibir la bronca de su jefe. El tiempo ha pasado más rápido de lo esperado y ya toca ir a la taquilla. Bueno, gracias por la charla, nos vemos en Bucarest, Aupa Atleti, Forza Atleti, hasta pronto.

Sin darse cuenta casi, uno está en medio del Atleti de verdad, el de los socios más antiguos que llevan a sus niños por la misma senda de gloria camino al abismo, el de los que han ido a los partidos de las grandes victorias y de las grandes derrotas y se da cuenta de que con la afición del Atleti pasa lo mismo que con el Cid: Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor.

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Sobre el partido contra el Betis, poco que comentar. Sólo que, una vez más, el Atleti dejó escapar dos puntos importantes cuando parecía claro que debería haberse llevado tres. Como contra Racing y Sporting, el Atleti desperdició oportunidades y terminó lamentando la pérdida de puntos. Como contra el equipo ese de los bailecitos, Courtois se mostró inseguro y falló en el segundo gol. Sorprendentemente, Adrián se mostró impreciso y en cierto modo egoísta, algo que no solemos ver. Como tantas otras veces, Falcao se mostró generoso y letal, dando un gol a Koke y marcando otro cuando más falta hacía. Falcao pudo provocar un penalti dejándose caer al ser trabado por el portero rival. Falcao recuperó la vertical, siguió jugando e intentó marcar. Para muchos, Falcao fue tonto por no exagerar; el que suscribe, que sí que es tonto, está orgulloso de Falcao en ese lance y piensa que ojalá hubiera más como él, ojalá, ojalá, oiga.

El equipo controló el partido hasta el minuto 80 y mostró un tono físico más alto del esperado a estas alturasy parece tener gasolina a pesar de que los fisios dicen que andan fundidos. Quizás sea la posibilidad de hacer algo grande en el último minuto, de ganar la EL lo que les da ese extra de fuerza que ha faltado en otros momentos. Eso sí, tras perdonar mucho y no hacer los deberes, a partir del minuto 86 empezó el baile. Juntar al Atleti y al Betis, dos de los equipos más inexplicables del planeta, termina en cosas de estas. El partido se convirtió en un correcalles y la seriedad del Atleti hasta el momento tornó en fino humor. Saltándose el orden clásico, para el Betis primero marcó Pozuelón y luego marcó Arroyito, o quizás fueran Pozuelo y Pereira, pero da igual. El partido entró en una dinámica cómica y penosa para el Atleti que se encargó de solucionar, una vez más, Falcao. Menos mal.

Con el resultado, el equipo se aleja aún más de Champions aunque aún es posible entrar. El equipo no ha subido del sexto puesto en todo el año,  así que pasar a ocupar el cuarto en la última jornada sería una sorpresa mayúscula y quizás una injusticia. Esta semana sabremos mucho más ... mientras miramos con el rabillo del ojo y acariciamos las entradas del próximo día 9. Ya queda menos.

viernes, 27 de abril de 2012

Qué suerte tenemos, oiga



En la ida llegamos al campo con nervios pero no tantos, algo raro, como si no fuera una semifinal de Europa League, a la que desde ahora llamaremos UEFA, sino una temprana eliminatoria de Copa. El partido de ida lo vivimos en el estadio como una fiesta, el final como la caída a una piscina con el agua sucia y verde del invierno. Con los días nos dimos cuenta de que el Atleti había hecho un partidazo, que Adrián había marcado un golazo, que Falcao había marcado dos. Vimos entonces que íbamos al partido de vuelta con una ventaja importante a pesar de los dos goles tontos, que lo normal en un equipo normal jugando un partido normal era pasar con normalidad. Pero entonces se fue acercando el día del partido y empezamos a ver cada vez más pequeña la ventaja, cada vez más probable el encajar un gol tonto de esos nuestros, cada vez más altos sus centrales y más bajitos los nuestros.

Y llegó el día y nos levantamos más nerviosos de lo que deberíamos, sabiendo que nos jugábamos el pasar a la final contra un equipo contra el que resulta antipático jugar, sin saber muy bien por qué pero sabiendo por qué no resulta simpático. Tras una semana intensa de fútbol de otros con uno de los nuestros llevando la voz cantante y reclamando, una vez más, que se le trate como merece (como por ejemplo, recibiendo noticias en forma de carta desde las páginas del Marca) nos tocaba a nosotros, por fin. Por fin, en el día del cumpleaños del Atleti, pasada la vorágine de las bravuconadas de unos y otros y los disgustos grandilocuentes y los penaltis a las nubes y los chistes de Internet, pasada la actuación de los teloneros, llegábamos nosotros. Llegábamos nosotros y a esas alturas no nos llegaba la camisa al cuello y se nos revolvía el cuerpo y alternábamos fases de estómago cerrado con ataques agudos de apetito, buscando cosas que hacer para no pensar en lo que se nos venía encima y con ganas al mismo tiempo de que empezara ya el partido. Por la calle pasaban aficionados con camisetas del Atleti y bolsas llenas de cerveza y patatas fritas y cara de pocos amigos, cara de nervios, de angustia, de nervio, de alegría al mismo tiempo.

Y salió el Atleti y empezó el partido y tragamos saliva y apretamos las mandíbulas. El Valencia, como no podía ser de otra manera, empezó a empujar tras unos primeros minutos con el Atleti en campo rival. Como no podía ser de otra forma, sopló y sopló el Valencia y en casa los aficionados asistían angustiados al asedio, preguntándose en su fuero interno quién habría sido el arquitecto de la casa defensiva de la noche. ¿Sería el cerdito pequeño, constructor caradura con querencia a los materiales livianos y poco resistentes, autor del entramado defensivo del partido de ida? ¿O sería quizás el cerdito mediano, amante de la madera pero también de ir a tocar el violín con su hermano pequeño en vez de reforzar los cimientos, diseñador del sistema de achique de urgencia de casi toda la temporada? Tranquilos, dijo una voz en off grave y solemne, tranquilos, dijo. Tranquilos, hoy ha sido el cerdito mayor, responsable aparejador amante de la piedra, el ladrillo y el mortero, maestro del enfoscado y artista de la llana, hoy la defensa es cosa del Maestro Porcino y la cosa es segura como la llegada del verano, rocosa como el rostro del consejero delegado, duradera como la carrera de Matías Prats (Junior), fiable como un coche alemán de los de antes. Tranquilos, oigan, tranquilos, dijo la voz en off.


- Yo no dije eso
- Bueno, no sé, es una licencia literaria, entiéndame Vd.
- Es que yo no dije eso, yo pregunté si había un sacacorchos, no hablé de cerditos ni de enfoscados ni de tonterías de esas
- Bueno, déjeme Vd en paz, oiga. 


El Atleti salió en Valencia dispuesto a esperar el asedio y defender la muralla con piedras, palos y aceite hirviendo y de ello se ocuparon, sobre todo, dos tipos bajo sospecha. Godín, autor de algunos fallos dignos de pescozón y pellizco de monja, fue un coloso entre tanto balón cruzado y tanto pase por alto, contando con la ayuda de Miranda. Courtois, espigado becario transitoriamente en situación intercambio y alojado en nuestra casa, bajo la lupa desde el derbi, paró por arriba y por abajo y por los lados, hizo una primera parada que celebró con la rabia del que sabe que ha vuelto a ser él mismo y transmitió seguridad a los propios y desesperación al rival. El Valencia asediaba con menos tino que posesión, haciendo el daño que podía hacer, un daño asumible y gestionable incluso jugando a ratos como si quedaran tres minutos. 

En medio del asedio, la defensa achicaba y el medio campo se hacía cada vez más chico. Desconectado Arda, quizás enfrascado en pensamientos abstractos relacionados con la economía mundial, y poco acertado y ofuscado Diego, toda la responsabilidad de la primera línea de defensa recaía en Tiago y Mario. Tiago y Mario, pareja defensiva mullida cual edredón, tenían enfrente a Albelda y pareció que este hecho, normal para muchos futbolistas, produjo  en ambos una sensación similar a la que experimenta un hamster al quedar frente a una cobra. Mario sencillamente no dio una a derechas, dando balones a rivales y quedándose después quieto, frío e inmóvil, sin sangre. Algo más de sangre puso Tiago, pero no mucha. No mucha, salvo en un momento puntual, en el momento en que el árbitro pitó un penalti por manos de Tiago que no eran de Tiago. Tiago se fue a por el árbitro e intentó poner cara de malo pero sólo le salió esa cara de María Magdalena que alcanza a poner y se armó un lío. El árbitro reculó en su decisión, y quizás eso sea gracias a Tiago; entre tanto, se montó lo que ahora llaman tángana. Tiago seguía protestando mucho con cara de protestar poco, el Valencia vio en el lío la ocasión perfecta para embarrar el partido, forzar una expulsión, cobrar incluso un penalti y volver a entrar en la pelea. Ningún jugador rojiblanco acertó a retirar a Tiago, empresa que se antoja más bien fácil para cualquier tipo de más de cincuenta kilos; Tiago se empeñó en buscar pelea, en hacer lo intolerable cuando se lleva el brazalete de capitán del Atleti, en entrar a todos los trapos como esos macarras que, mordiéndose la lengua, siguen empeñados en soltar un puñetazo cuando la pelea de bar se ha disuelto. Jordi Alba y Soldado, dos tipos con papeletas para representar al país en la Eurocopa - esto es, representarles a Vd, a Vd de allá y al que suscribe también -, mostraron esa actitud teatrera y pendenciera que hace del fútbol un deporte odioso. Soldado consiguió provocar al melifluo Tiago y éste le dio un sopapo de cura de colegio antiguo. La afición se hizo entonces la siguiente pregunta: ¿Qué tendrá Soldado para conseguir sacar de sus casillas incluso a este tipo tan soso? Esta pregunta pasó automáticamente a formar parte del grupo de grandes preguntas de la Humanidad, justo detrás de otras dos importantes cuestiones: ¿Qué tendrá Marbella? y ¿Qué tendrá la Costa? (que todo el que llega, allí se coloca, colocacoloca).

El aberrante episodio de Tiago había ocurrió con el partido casi acabado, con poco ya que decir, cuando el Valencia debía meter tres goles más para pasar. Todo ello, gracias a dos factores. El primero, el golazo de Adrián tras buen pase de Diego. Adrián recibió, miró, apuntó y metió otro gol de calendario, un gol de esos de gritar por el patio, de abrazar a la suegra, de besarse con la prometida, de llamar a los amigos emigrados. Adrián finiquitó la eliminatoria en el minuto 60, aprovechando la desaparición del Valencia desde el principio del segundo tiempo. Porque en el segundo tiempo salió Gabi por Mario y todo cambió. Gabi, el otro factor de la victoria, impuso sus ganas y su concentración, su afán por hacer del Atleti un equipo que juega finales esté enfrente Albelda o un regimiento de granaderos escoceses. Gabi, desconocido el domingo ante el Español, partido en el que fue sustituido y mejorado por Mario, salió por Mario y cambió al equipo. Gabi apareció cuando hacía falta, y a Gabi está el que suscribe la mar de agradecido por ello.

Acabó el partido y se abrazaron las familias y se llamaron los amigos y la gente se echó a la calle a bailar en torno a Neptuno y los antidisturbios tomaron posiciones como si se fuera a producir un cataclismo, pero esa es otra historia. Por segunda vez en tres años, después de montones de intentos, el Atleti está en una final europea. El Atleti irá a Bucarest a jugarse otro título, esta vez con el Athletic de Bilbao, un partido precioso en un momento precioso. Enhorabuena a todos, gracias a todos, suerte a todos. Forza Atleti.
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El Atleti de Madrid consiguió, el mismo día en que fue fundado como filial del Athletic Club de Bilbao, pasar a una final contra el equipo su equipo matriz. El Athletic Club de Madrid fue fundado el 26 de Abril de 1903 por estudiantes vascos del Athletic Club de Bilbao, asqueados - cuentan- por la actitud de jugadores y aficionados del otro equipo grande de la capital en un partido celebrado en una visita del club bilbaino a Madrid. Si esto es cierto o no es algo que el que suscribe no está en condición de afirmar, pero sí le gusta pensar que el origen del Atleti fue reivindicar las buenas formas no empleadas por esos vecinos que aún siguen siendo iguales. Así que, sea o no cierto, aquí lo damos por bueno e incluso si llega un historiador y lo desmiente con datos tajantes, seguiremos contando así la historia porque nos gusta más y nos pega mucho más, hombre ya, oiga.

El Atleti jugará en Bucarest un partido que debería ser precioso, contra un equipo que todos conocemos, formado por chavales de la casa o de cerca de la casa, con filosofía y vocación de equipo antiguo, de club de barrio, de fútbol de verdad. Conocida es la admiración del que suscribe por el modelo del Athletic, como también es conocido el agradecimiento por lo bien que le trataron en San Mamés en aquél partido de los tres goles de Forlán. El que suscribe, que tiene varios y buenos amigos del Athletic, espera pasar un día inolvidable hablando de fútbol, comida y cerveza en Bucarest con los propios y con los venidos de Bilbao. Esperemos que nadie se empeñe en fastidiarlo todo. Esperemos que las cosas salgan como deben salir.

Dicho esto, una sugerencia. Por lo que parece el Atleti podrá jugar de rojiblanco, al ser local según el sorteo. Para uno, que es tonto, amante de las tradiciones y del respeto a la historia de los clubs ingleses, ésta sería una buena ocasión para tener el gesto que ronda la cabeza de muchos aficionados. Si el Atleti ofreciera al que fue su equipo matriz la posibilidad de jugar de local en señal de respeto a nuestra historia y la suya, algunos estaríamos muy orgullosos. Para ellos podría ser una gesto bonito, para nosotros también. Ahí queda; nobleza obliga.
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"El Pupas" nos llaman, "sufridores", nos llaman, "del Atleti, pobre", dicen. No saben que, con esos goles en contra en el último minuto, con esas desgracias pequeñas, con esas cuestas arriba que el Atleti debe subir cuando para el resto es llano, tenemos una suerte inmensa. Tenemos la suerte de ver cómo, incluso entre la tierra podrida por la inoperancia y la avaricia de los del palco, de vez en cuando nos sale una flor preciosa. Tenemos la inmensa suerte de tener una afición que, aunque a veces sea excesivamente permisiva, maternal de puro leal, blanda de puro entregada, sepa bien lo que somos. Tenemos la suerte gigante de alegrarnos de nuestros triunfos sin esa angustia de algunos equipos ricos y poderosos que no disfrutan nada que no sea ganar todo y ganarlo ya, aplastando rivales en las portadas a todo color. Llegados a este punto, casi da pena de ver a los seguidores de los equipos más mediáticos y artificiales, siempre ansiosos y enfadados, siempre presionados por tonterías, con la rabieta del hijo de papá que monta en cólera porque aún no llega al concesionario su carísimo coche del color exigido. Tenemos la inmensa suerte de conducir un coche dignísmo en la grada y a veces también digno en el campo, pagado euro a euro desde fondos y tribunas por nosotros mismos a fuerza de paciencia y fe, todos juntos, sin regalos ni portadas ni recalificaciones. Pena de directiva que no está a la altura, vergüenza de autoridades que lo toleran y fomentan, bendita afición rojiblanca.

Responsabilidad nuestra es ahora mantener la cabeza en su sitio, ser respetuosos y sensatos, no convertirnos en el espejo de esos equipos nuevo ricos recién llegados a la cima haciendo ostentación de sus virtudes compradas y su falta de saber estar. Somos el Atleti, debemos ser mejores que casi todos y más sensatos que el resto. 

Somos el Atleti, viva la madre que nos parió.

lunes, 23 de abril de 2012

Tres crónicas, tres, del Atleti - Espanyol

El 23 de diciembre de 2010, tras un Atleti - Espanyol en el que se despedía Simao, el que suscribe propuso al foro una encuesta sobre su posible apodo como cronista argentino. La falta de acuerdo del respetable causó en servidor de Vds un trastorno de personalidad múltiple muy incómodo a la hora de recordar dónde ha dejado las llaves. En días de expropiaciones y chistes fáciles sobre acentos, tango y dulce de leche, coincidiendo con otro Atleti - Espanyol, tres crónicas, tres de un cronista uno y trino con pretensiones de literato bonaerense y resultado de redactor de prospectos de antibióticos.


Hoy, disgusto, por el Cano Fuentes

El fútbol a las seis es una bendición, y más si hace sol y es día del niño. Ayer en el Calderón la grada entera de lateral se quemó la frente hasta que llegó una nube negra y misericordiosa y el estadio entero vio como los asientos y regazos de abonados normalmente vacíos estaban ocupados por un montón de niños rojiblancos. En el día en que medio Madrid recordaba al otro medio que habían ganado la liga tras una leve inversión de quinientos millones de nada, el Calderón se llenó de niños vestidos del Atleti con su nombre a la espalda, algunos con pantalón corto y medias reglamentarias, otros con camisetas grandísimas heredadas de los hermanos mayores, unos con camisetas oficiales con etiquetas luminosas y otras con burdas imitaciones que, a estos efectos, hacen la misma ilusión que las otras y además son como más cercanas, más amables, hasta más bonitas. El partido entero fue una maravilla gracias a la cantidad de niños del Atleti con la cara radiante - esa cara que con el tiempo en la grada se les irá tornando en escéptica - gracias a los gritos de ánimo con voz de pito y a las siestas espontáneas de algunos que, tras el petisuis reglamentario y por acción del solete primaveral, quedaron tostados sobre la mugre de los asientos soñando en levantar ellos mismos algún día un trofeo grande.

La marea de niños dejó un ambiente especial y alegre en la grada y produjo la salida en tromba de todos los familiares justo al final del partido, tirando de los niños agarrados de la mano con prisas y con un único fin común. ¿Iban los familiares a coger el metro para evitar agobios? No. ¿Iban con prisa para llegar a casa y ver la repetición mientras los niños cenaban y se iban a dormir pronto? Tampoco. Las familias en pleno salían en tropel con un único fin, una única misión en la vida: la venganza. Ríos y ríos de papás y mamás rojiblancas se echaron a las calles de Madrid en una noche de cuchillos largos buscando al inventor de la vuvuzela reducida esa que venden ahora, la de la membranita que amplifica el sonido y deja sordo a todo aquél que se encuentre en un radio de cinco metros, cincuenta o más si es dentro del estadio, en el túnel de salida. La salida por los pasillos del Calderón de ayer, con miles de abonaditos tocando al unísono la trompeta rompetímpanos con la que ayer se forraron los de los puestos, recordó a una estampida de búfalos cafres, a la huída del tsunami, a la entrada a la plaza de toros de Pamplona desde la calle Estafeta, con un rebaño de niños atronadores provocando montoneras en las puertas de salida. Nadie valora más que nosotros la heroicidad de las nuevas generaciones rojiblancas, solas ante el peligro de las botas de colores, los peinados con mechas jaspeadas y los seguidores del equipo del repeinado apuntamuslos que copa las portadas de todos los diarios; eso sí, Un Futuro Rojiblanco Con Tímpanos Es Posible.

Tras el buen partido del jueves y la resaca amarga y dulce a la vez de ese partido que se debió ganar con más margen pero se acabó ganando de dos goles, que no es poco, alguno esperaba un tropezón del equipo en casa. Ese alguno era el que suscribe, cronista de pelo cano y fe quebradiza, escéptico aficionado al equipo que derrapa cuando menos falta hace. No fue así: el Atleti es impredecible hasta cuando un cree que va a hacer lo impredecible. El Atleti ganó un partido que empezó controlando y dejó escapar entre los dedos durante un buen rato, y terminó tranquilo gracias al empuje y clase de un turco de estampa imposible y ese fútbol tan suyo a medias entre lo indescriptible y lo indescifrable.

El protagonista del partido fue Arda Turán, eso está claro, pero varios jugadores destacaron. Algunos, además, fueron de los menos talentosos, de los menos regulares, de los más criticados desde estas páginas de pena, amargura y cilicio. Simeone salió con todo salvo con Adrián, lo que ya sorprendió a los que esperábamos ver a Koke, a Perea e incluso a Assunçao en la alineación titular. De entre los menos utilizados, sólo Salvio salió de inicio, qué cosas, oiga, que cosas. Y es que antes de hacernos eco del buen partido de algunos de los normalmente parias, urge una consideración general. Si bien hace tres o cuatro partidos el equipo parecía tristón, cansado y sin chispa, la imagen en los dos últimos partidos ha cambiado. Quizás sea la preparación física, pensada para pasar un valle justo antes del final de temporada, o quizás la influencia de la cabeza de los jugadores sobre sus piernas, sabedores de que haciendo las cosas bien ahora quizás se acabe haciendo una temporada aceptable tras dar tumbos durante todo el año. Los jugadores parecen volver a presionar arriba, vuelven a morder, a ir tres contra uno en cada banda, como sabiendo que esta bola es nuestra, de aquí no sales, majo. Presiona como un caballo desbocado Falcao, que hace dudar al que saca el balón; lo pasa a la banda, donde un interior y un medio centro o un lateral están encima, sin dejar tiempo para pensar al rival. De ahí las nuevas dudas del contrincante, el miedo, el patadón, el balón fuera o a los centrales, el balón recuperado. La presión de Simeone ha vuelto en los últimos partidos, el equipo vuelve a estar fresco y rabioso, algo ha pasado ahí dentro.

En el Atleti de ayer jugaron bien casi todos, si no todos. Jugó bien Froilán, cada vez más entonado y confiado, y jugó bien Juanfran, de nuevo un portento físico, de nuevo reclamando el balón, de nuevo recordando al resto que si él juega más, juegan mejor todos. Estuvo sobrio y correcto Domínguez y estuvo estupendo Godín, tras unos partidos buenos ya olvidados y unos últimos partidos con fallos garrafales. Tras los penaltis de Zaragoza y Calderón en el derbi, Godín volvió bajo la lupa y no dudó en ninguna, estuvo colocado, no rifó el balón, fue al corte contundente, metió y un gol y casi mete otro. Su seguridad por arriba quitó protagonismo a Courtois, de nuevo inseguro e incómodo, y de paso tranquilizó a toda la defensa.

Gabi estuvo impreciso y pegón y fue cambiado con buen criterio en el segundo tiempo. Tiago estuvo algo flojo, como sin gas, sin presión, sin electricidad, cansado como acostumbra. Salió Mario por Gabi en el segundo tiempo y, cuando el que suscribe, abonado al "hoy, disgusto" se esperaba un nuevo partido blandengue y un peligro constante para la retaguardia al volver a ver juntos a Mario y Tiago, Mario hizo un buen partido. Bien colocado, motivado, sacó el balón jugado y entró con ganas, metiendo el cuerpo. Mario no hizo el partido perfecto, pero sí hizo un partido mejor del que acostumbra, justo es decirlo.

También hizo un buen partido Diego, de nuevo pinturero y virtuoso pero con menos influencia en el juego de lo que los vídeos resumen sugieren a los que no ven todos los partidos completos. Diego es más barroco que útil, más adorno que motor, y aún así, Diego es un jugador hoy por hoy imprescindible para el equipo, sin ningún recambio que le pueda hacer sombra ante la cada vez más preocupante desconexión de Koke. Al Atleti le convendría que se quedara Diego el año que viene, pero su precio puede haber aumentado bastante vistos los últimos partidos. La baza del Atleti pasa por que Diego se sienta importante y querido en el Calderón y acceda incluso a bajarse el sueldo con tal de no volver a Alemania a comer ensaladas de patata y pretzels; a ello contribuye Simeone mucho más que cualquier otro, cambiando a Diego para que aplauda el estadio entero, para que se sienta ídolo y protagonista, para que entienda que éste es su lugar en el mundo y no la patria de las sandalias con calcetines.

Jugó bien Adrián el rato que salió, como es norma, y jugó bien Falcao, siempre incansable, siempre enseñándose al rival, siempre compañero a pesar de jugar en posición de egoísta. Jugó bien (o algo parecido) el paranormal y psicofónico Salvio, capaz de hacer regates sensacionales a dos, tres rivales y darle al final del slalom un puntapié innoble al balón, reconociendo en ese lance que ni él mismo se explica lo que ha ocurrido antes. No obstante, ayer hizo lo que debía, ayudó y desbordó a ratos, hizo un caño extraordinario pisando el balón e hizo otro caño tan meritorio como absurdo, rompiendo una posibilidad de pared fácil por buscar el adorno innecesario. Misterio.

Cuando uno esperaba otro derrape y una semana llena de nubarrones, el Atleti hizo lo que debía y ganó con solvencia a un rival más flojo de lo esperado, en el que ni Coutinho ni Verdú mostraron toda la clase que uno esperaba. En liga el Atleti sigue en la pelea y sigue lamentando los errores anteriores, mirando de reojo al jueves, partido importantísimo que ya nos tiene nerviosos. La mejoría física del equipo invita a la confianza, y la ambición mostrada en los últimos partidos sugiere que, al menos, el Atleti que veremos en Valencia será ese equipo peleón y sin complejos con el que sí nos identificamos. Veremos, oiga, veremos.

 Turquía, Patria Querida, por el Turco Fuentes

Que de Oriente vienen las más delicadas cosas que Occidente ha conocido es algo fuera de toda duda. Oriental es la filigrana de oro, el arabesco decorativo, la cerámica vidriada y la receta del polvorón. Frente a la burda salchicha porcina y norteña, del Este y del Sur llegan platos con canela, hierbabuena, comino y ajonjolí. Lo que de Despeñaperros p'arriba viene siendo la repisa esa de la ventana, para nosotros es un alféizar; el alférez es menos que el teniente, pero suena mucho mejor y eso que ambas son palabras árabes y no turcas, pero para lo que nos ocupa nos puede valer. En castellano hay poca palabra turca, quizás solamente "yogur", y no saben Vds lo que se pierden.

Vds, que son europeos y por tanto bastante brutos, son pueriles en sus análisis y superficiales en sus conclusiones. Ven un señor por la calle y llegan rápido a una idea errónea pero a la vez clarísima en su corto intelecto occidental. Si ven a alguien mal vestido, de inmediato le toman por un zarrapastroso y le tildan de mendigo, sin caer en que puede que se encuentren frente a un filósofo de hondos pensamientos sin interés alguno por su aspecto exterior. Si ven un tipo con pelo corto pero engominado, patillita fina, gafa de pantalla y camiseta prieta marcando musculitos de gimnasio llegan a la conclusión de que se encuentran ante un imbécil integral y ahí sí que aciertan, oigan. Si ven un tipo con canas, gafas y con rebeca con coderas, rápidamente llegan a la conclusión de que es un importante líder de opinión con ideas claras y opiniones firmes, cuenta corriente saneada y éxito profesional. Si Vds supieran la verdad, pobres europeos, se replantearían muchas cosas y le darían al de la rebeca algo de suelto para un cortado, oigan.

Lo mismo pasa con el fútbol. Turquía les envió uno de sus hijos predilectos y Vds, que son más bien burros, se quedaron en su aspecto exterior y de ahí no pasaron. Hicieron chistes con sus piernas cortas, con sus andares cansinos, con sus pies metidos hacia dentro al caminar. Comentaron con ironía sobre su cabeza voluminosa, su pelo rizado y tendente al descontrol, su lámina alejada de los cánones griegos, esos isleños en faldita que, tras dar la tabarra varios siglos con filosofías indescriptibles y todofluyes y eurekaloencontrés, andan ahora en la bancarrota buscando entre los asientos de los campos de baloncesto los dracmas que antes tiraban a la cabeza al rival. Se mofaron del aire despistado de nuestro compatriota, de su sonrisa perenne denotando no enterarse de nada, del gorro que llevó en Roma con ese traje tan elegante con el que parecía el Pitufo Testigo de Boda. No fueron capaces de ver más allá y sólo ahora, ahora, tras muchos meses y muchos partidos, consiguen ver Vds lo que tan obvio era para nosotros allí en Estambul, patria querida.

Ahora toca el balón Arda y está el campo atento, pendiente, expectante. Esperaban un Reyes inconstante y despegado y han descubierto un artista de verdad. Ahora entienden que el talento no puede mostrarse continuamente porque entonces la rutina lo mata, que Turan juega por donde quiere y cuando quiere porque se lo puede permitir. Ahora esperan aguantando la respiración cada vez que coge el balón Turan y cuando la cosa se pone fea se encomiendan a esas patitas de despertador de las que tanto se reían a principio de temporada. Ayer el campo era un clamor ardanero y turanista, pero para alcanzar ese punto ha tenido que hacer dos partidos enormes seguidos y meter dos goles de calendario. Esto ya lo vimos nosotros hace tiempo, y por aquí sólo lo han visto claro en Almería, tierra mora y por tanto más sensata. Son Vds tan brutos, oiga, que no sé si mandarles a todos a paseo o comprarme la camiseta del Atleti con el 11 a la espalda y hacerme un abono en grada de lateral. Occidentales ...

¿Qué ha pasado hoy aquí? por el Topo Fuentes

¿Por qué era tan bajito todo el mundo hoy en el estadio? ¿Por qué sonaban tantas alarmas antiaéreas? ¿Es normal que en vez de pipas la afición coma potitos? ¿Es normal que ese señor paticorto y cabezón juegue al fútbol como los ángeles? ¿Cómo es posible que ese que lleva el ocho tenga un cuerpo tan abombado de frente como de espaldas? ¿Ese al que llaman Tiago, qué edad tiene? ¿Por qué el club riega a los pobres juveniles que salen a dedicar el precio a la afición? Miren, no tengo respuesta a nada de lo anterior, me dejé las gafas en casa y no conseguí ver nada, sólo escuchaba un zumbido vuvuzélico que, junto con la solana en la frente, me dejaron aturdido. Discúlpenme Vds, me voy a dormir.



viernes, 20 de abril de 2012

Así somos, así queremos ser


En el día en el que se cumplían 41 años de la consecución del 6º título de liga del Club Atlético de Madrid y, de lo que es casi tan importante, de ese salto de Isacio Calleja de cartel de fútbol, ese salto de rabia y de alegría y de orgullo con esa camiseta tan bonita y ese número 3 como un sol de grande, jugaba el Atleti una semifinal de Europa League contra el Valencia. El partido acabó como Vds ya saben, y del Calderón salió la gente del Atleti con una sensación familiar e imposible de describir, con esa sensación que Vd, y Vd, y Vd también y también aquél del piercing y ese otro de la trenca inglesa y hasta aquél del traje de raya diplomática fatalmente combinado con una corbata de demasiadas rayas conocen bien pero tampoco alcanzan a describir con precisión. Del Calderón salió la gente con esa expresión tan nuestra que refleja una mezcla de alegría, orgullo y cara de tonto, esa combinación de sensación de victoria y de derrota, de rabia y de euforia, de qué maravilla y no tenemos remedio, de esto sólo nos pasa a nosotros y de yo estuve ahí, oiga. Del Calderón salió la gente del Atleti con esa cara que sólo tenemos los del Atleti, que sólo entendemos los del Atleti, con esa expresión que para algunos sería de triunfo y para otros de desesperación pero que para nosotros se encuentra en su justo punto medio, en un lugar sin explicación geométrica ni psicológica en el que tan a gusto estamos nosotros, sólo nosotros, nosotros los que somos así y a los que así nos gusta ser.

La salida de la afición con cara de Atleti contrastaba con lo vivido un par de horas antes cuando, en partido de semifinal de Europa League, los alrededores del Calderón se encontraban quizás sorprendentemente tranquilos. No sabemos bien por qué, no sabemos bien si porque el rival era español y conocido, si por miedo o desconfianza, si por hastío o por frío o por calor o por alergia, pero los alrededores del Calderón no tenían ambiente de día grande, de semifinal europea, de partido contra rival potente y peligroso. La sensación antes del partido era más próxima a un partido de liga que de estar a dos partidos de una final, como si la afición no le diera a la posibilidad de vivir otra final europea su verdadera dimensión, como si la final de Hamburgo hubiera quitado no sólo la angustia de no vivir ciertas cosas sino también el nervio de volver a vivirlas. Y eso que alguna de las alegrías más gordas que nos hemos llevado últimamente, de los días más bonitos que nos ha tocado vivir (uno de ellos, inolvidable, con el gran Pablo Olivares por pleno barrio beatlemaníaco de Hamburgo) y de las celebraciones más largas que hemos vivido han venido precisamente gracias a la Europa League. Pero ayer no había el nervio del partido contra el Liverpool de hace un par de años, como si la afición, por estar ya en terreno conocido, no tuviera esa excitación que las últimas rondas de fútbol europeo conllevan. La afición del Atleti parece ahora manejarse confiada por la Europa League como se manejan los vecinos de los barrios por las cafeterías de su calle en día laborable. Hace dos años, sin embargo, llegamos todos a este partido con aire de habitante de barrio periférico invitado a restaurante caro de urbanización de clase acomodada, incómodos a la vez que excitados, nerviosos y algo fuera de sitio, sin saber para qué sirven los tenedores pequeños ni tantas copas de cristal ni cómo dirigirse a los stewards ni si habrá o no habrá himno previo. Esta vez, ya más experimentados y con cara de recluta veterano a tres semanas de la blanca, la gente estaba tranquila y contenta y nerviosa, pero controlando la situación. Qué tíos somos, oiga.

Salió el Atleti al campo, y cuando decimos que salió el Atleti al campo queremos decir precisamente eso, que salió el Atleti, un Atleti de los de siempre, de los que deberían ser, el Atleti de Madrid. Salió el Atleti y enfrente tenía un equipo con el que no se ha podido en Liga, que sigue en la parte más alta de la clasificación y que sobre el papel era un enemigo terrible y poderoso. Pero salió el Atleti de los partidos europeos, de los partidos bien jugados, de los partidos importantes y en el vestuario se quedó el Atleti blando y dubitativo de los últimos partidos de liga, el Atleti cansado y despistado, el Atleti que irrita y que arruina los fines de semana. Ayer salió otro Atleti, o al menos fue otro Atleti el que jugó gran parte del partido, exceptuando un par de jugadas a la postre importantísimas.

Al frente de ese Atleti de verdad se puso desde el primer minuto Arda Turan, el turco inconstante pero a veces asombroso, el futbolista sin pinta de futbolista pero talento de futbolista grande, ese que siempre se ríe, incluso cuando uno no lo espera. La prensa había puesto en cuestión a Turan los días previos al partido, se habían filtrado supuestas fricciones con Simeone, la competencia de Salvio, las sospechas del club sobre su grado de implicación. En el minuto uno el turco dejó claro que con todos esos artículos se puede hacer una buena hoguera, al menos cuando a él le da la gana. En la primera jugada se fue hasta la línea de fondo y, aunque no llegó a pasar, sí le dejó claro a su marcador que le esperaba un tormento. Diecisiete minutos más tarde, peleaba un balón hasta la misma línea, sacaba un centro y Falcao, con un movimiento de cabeza que ni una bailarina balinesa, marcaba el primer gol del partido. Turan jugó y jugó, peleó y contribuyó de forma innegable al buen partido del equipo, dejando claro que ahí, en ese cuerpo que no es de atleta, en esas piernas cortas y en ese andar cansino sin levantar los pies, hay más fútbol que en manadas de jugadores de patillita fina y gafa de pantalla. Bien por el turco, señores.

No sólo Turan hizo un buen partido, aunque hubo quien lo hizo malo. Mal partido hizo Courtois, de nuevo inseguro, sin salir por alto, incómodo en lo que deberían ser sus dominios y desconocido desde el derbi de la pasada semana, inocente en el primer gol del Valencia y en alguna otra jugada en la que el rival le puso mucho más nervioso de lo tolerable. No jugó bien Mario, una triste constante, sobresaliendo por su frialdad y falta de concentración y entrega en un equipo en el que todos corrieron más y mejor que él. Mario debería agradecer a Gabi su correr constante y su generosidad a la hora de tapar los agujeros que él deja, pero en vez de eso se dedicó a decir en twitter, ese pajarito que carga el diablo para los que no saben enfriar las emociones, que lo suyo es callar bocas a los que hablan de más. Hay cosas que uno nunca entenderá y tipos de los que ya no espera nada sensato. Mario, con estas cosas y más en estos días, hace oposiciones al Cuerpo de Futbolistas Irritantes, especialidad Realidad Deformada, y por lo que vemos puede sacar un número alto en su promoción.

Salvo las excepciones de Courtois y Mario y quizás un insípido Domínguez, el resto del equipo estuvo francamente bien. Estuvo bien Filipe Luis Filipe, bautizado Filipe Luis Froilán desde la grada de lateral, lo que permitió un sinfín de chascarrillos sobre el porqué de su miedo a meter la pierna o su imprecisión en el golpeo con cierto pie; no era ayer sin embargo día para hacer gracietas con Froilán, que hizo un buen partido. Bien jugó también Miranda, rápido y contundente y además autor de un buen gol, y una vez más jugó bien Juanfran. Juanfran, que es un prodigio físico, tiene siempre cinco o diez minutos en los que monopoliza el juego, el esfuerzo, la creación y la recuperación. Ayer ocurrió en el segundo tiempo, cuando sacó un balón en el extremo opuesto a su lugar en el campo, peleó con varios rivales y compañeros para recuperar el balón entre rebotes y terminó por devolver la posesión al equipo. Igual de generoso en el esfuerzo estuvo Gabi, un jugador que, con sus carencias, su limitada plasticidad y su querencia al pase errado no consigue sacar del que suscribe una crítica avinagrada de esas a las que acostumbra. Gabi se emplea como el que más, cubre espacio, mete la pierna, están donde tiene que estar y tapa los agujeros que deja Mario, quizás más concentrado a veces en su siguiente tweet que en hacer aquello por lo que se le paga. Gabi, con sus cosas y sin ser candidato a la titularidad en equipos de alta calidad, da el 100% de lo que tiene y estas cosas a uno, que es tonto, le inspiran un respeto enorme, el respeto que Gabi se ha ganado en su vuelta al Calderón.

Tres jugadores sobresalientes quedan para el análisis. Diego, el primero, hizo un buen partido y sacó estupendamente la falta que remató Miranda. Diego es un jugador con un dominio excepcional del balón y capaz de hacer, con la naturalidad del que tararea una copla de Quintero, León y Quiroga, cosas que sólo los elegidos hacen. Pero Diego, eso sí, crea unas expectativas con el balón que no siempre se cumplen. Cuando la coge Diego parece siempre que algo gordo va a pasar, pero la cantidad de veces que eso gordo ocurre no es al final tan alta. Diego es un futbolista pinturero y vistoso, que controla balones imposibles y sale rápido con la cara arriba y la manita doblada hacia dentro, buscando jugada con pose de esos jugadores finos de las ligas de barrio que llevaban botas Patrik cuando el resto llevábamos Cejudo. A veces se adorna en exceso y la jugada queda en nada, pero esa impresión de jugadorazo al mando la transmite estupendamente. Diego ejerce en el espectador futbolero el magnetismo que ejercía el bueno del equipo del barrio, aquél jugador que había en todos nuestros equipos de pequeños y que veía el fútbol mejor que nosotros, el ojito derecho del entrenador de cadetes, aquél al que darle el balón cuando había un embrollo a sabiendas que el equipo estaría más cómodo tras haberla tocado él que antes de hacerlo. En Diego vemos todos al bueno del colegio, unos ven a Martínez, otros ven al Chino, otros ven a Fontán, a Vives, a Gorrochategui, al tipo al que darle el balón si hay lío, el tipo que decidirá qué hacer cuando el resto se bloquee. Eso sí, que luego se cumpla la expectativa es otra cosa, que Diego es jugador amigo de la estética pero algo reñido con la estadística. Dicho todo este despropósito, ayer Diego jugó un buen partido y estuvo entre los destacados; eso sí, siguiendo con el lenguaje educativo, necesita mejorar (un poco y en ese aspecto), o al menos eso nos parece a los que, siendo amantes del toreo de pellizco, apreciamos con entusiasmo el toreo de lidia y trabajo de Despeñaperros p'arriba.

Para el final, dos fenómenos a los que llevamos todo el año piropeando. El primero Adrián, autor de un gol y de varias de esas jugadas imposibles e impredecibles a las que acostumbra. Adrián hace un fútbol más propio de un jugador frágil buscador de la protección arbitral, pero luego tiene actitud y discurso de chaval asturiano sanote, con lo que nos cae aún mejor. Forma por ahora una excelente pareja atacante con otro fenómeno, Radamel Falcao, autor ayer de dos goles, el primero magnífico, el segundo un golazo. Falcao tiene números de estrella mundial y actitud de debutante humilde y buen compañero. A su pelea incansable y remate asombroso añadió ayer una faceta hasta ahora poco visible. Era Falcao el que gritaba a sus compañeros para que presionaran arriba, era él el que hacía gestos colocando a la segunda línea, era él, con Gabi, el que gritaba en los córners y a la hora de asfixiar la salida del balón del rival. Falcao hizo a ratos de Simeone y a ratos de Falcao, de él mismo, de delantero de talla mundial y gesto de buen chaval. Un grande, el Tigre.

Cuatro goles metió el Atleti, y con eso debería haber bastado para asegurarse una plaza en la final. No fue así, naturalmente, que para eso somos el Atleti, ese equipo extraordinario del que habría hablado Homero de no haber perdido el tiempo con caballitos de madera. Dos goles marcó el Valencia, uno al final de cada tiempo, los dos en el descuento, los dos a balón parado, los dos de córner. No creemos que esto haya pasado nunca antes en la historia del fútbol, pero para estas cosas está el Atleti, para hacer normal lo extraordinario, para que consideremos cotidiano lo que físicos, químicos y quiromantes consideran imposible.

El Valencia hizo un partido extrañamente flojo y encajó cuatro goles, algo raro en un equipo sólido y dificilísimo en liga, en la que por cierto también se ha llevado más goles de lo esperado últimamente. La impresión que dio el rival fue esa que ha dado tantas veces el Atleti en los últimos años: que hay mar de fondo, que hay tensión, que el ambiente no es bueno.

Los dos extraños goles del Valencia le dan aire para la vuelta, un aire insuflado por el propio Atleti, equipo asombroso que no aprende de sus errores y que intenta compensar fallos de infantil con goles de estrella mundial. La vuelta será complicada porque, a pesar del buen partido y del número elevado de goles conseguidos, el resultado en la práctica es comparable a un uno cero. El Atleti pareció tirar por la borda, sin hacerlo, un extraordinario partido lleno de calidad, entrega, presión y ambición. Sin estar ni mucho menos resuelto el choque ni para uno ni para otro, el Atleti debería tener una ventaja suficiente para entrar en la final, pero con este equipo nunca se sabe.

Ayer vimos al Atleti que queremos ver, el Atleti del que queremos ser, el Atleti que queremos ser: el Atleti que pelea del primer al último minuto, el que hace juego de filigrana a ratos, apoyado en un despliegue y un compromiso constante, el Atleti del salto de Calleja y el gol de Falcao. También, no hay que negarlo, vimos el Atleti que somos: el Atleti despistado, el Atleti incomprensible, inexplicable, imprevisible que encaja dos goles absurdos y da vida a un rival que debería estar a estas alturas asumiendo que su misión es imposible, en caso de que las cosas hubieran ido como la lógica indicaba. Ese Atleti sin remedio, ese Atleti desesperante pero con cierta gracia también es nuestro Atleti y lo sabemos. Es ese punto absurdo el que lo hace ser distinto, es esa anarquía interna lo que lo hace ser tan nuestro, tan particular, tan imposible de compartir con aquellos que no viven estas cosas absurdas como normales. El Atleti de ayer fue el Atleti completo, el del partidazo y el derrape, el que nos deja la media sonrisa y las cejas altas, con esa mezcla tan nuestro de orgullo, desesperación y complicidad. Ganaremos o perderemos, pero, estando ahí, siendo así, todos estamos más contentos. El Atleti de ayer es el nuestro, el Atleti del que somos, el Atleti del que queremos ser.

PS: "Así somos, así queremos ser" es una frase prestada, la firma de un participante en un foro atlético con solera. La frase, cree el que suscribe, define bien cómo nos sentimos muchos y de ahí su uso, aunque no la reclamación del copyright. Al autor, anónimo, el agradecimiento desde este blog y la enhorabuena por la lucidez.

lunes, 16 de abril de 2012

Campeón por la mañana, segundón de noche

El Rugby Atleti ganó la liga y subió de categoría mientras que el Atleti ganaba un partido y bajaba un par de escalones más; cosas de la asimetría.


En mañana soleada con amenaza de lluvia primero y de inundación etílica después, se concentró en el campo de Orcasitas, conocido por algunos Comunale y desde ayer también como Descomunale, unos cuantos cientos de aficionados con bufandas rojiblancas y algunas verde y oro. El número exacto no lo conocemos a ciencia cierta y además en todo caso llegaría luego el Delegado del Gobierno y lo reduciría a la mitad, pero lo que sí sabemos es que la concentración de aficionados hizo verdad aquello que algunos creímos ver en el Retiro hace unos años, en el debut en papel, letra Arial y tinta del Atlético Club de Socios.

El por qué de la concentración, si bien no el número, sí que estaba claro: el Rugby Atleti se jugaba el ascenso a Primera Regional madrileña tras sólo tres añitos compitiendo, jugándose las habichuelas contra Hercesa, rival duro y con enjundia de esos que, ganando o perdiendo, sirven para ponerle a uno en su sitio. Y tanta gente apareció y tanta era la expectación y tanta era quizás la presión y tan duro era el rival que al principio del partido se notó al Rugby Atleti más nervioso que otras veces, con fallos a la mano al acercarse a la línea de ensayo rival, sufriendo en las touches. El Rugby Atleti podía perder hasta por 7 puntos para ganarse el ascenso, pero como Dios manda y exigen las rayas rojiblancas, se quería ganar y no especular, se quería dar una alegría a la parroquia desplazada y por tanto la presión era aún mayor. Uno, que ha jugado a fútbol y rugby a un nivel sonrojante pero en ocasiones ante multitudes ruidosas, conoce el nervio en el estómago al salir a un campo lleno de gente que espera algo de uno, el escalofrío que recorre la espalda antes de entrar en calor, el ansia porque llegue el primer balón, todo salga bien y así poder uno dedicarse a hacer su trabajo para ayudar al equipo, esa misión sagrada de los jugadores de rugby y de fútbol, por más que muchos de los segundos nunca lo hayan entendido. Por todo ello al que suscribe, además de una envidia horrorosa, lo que los jugadores del Rugby Atleti le transmiten es un respeto y un agradecimiento enorme, tan grande como todo el pack de delanteros tras un tercer tiempo rico en carbohidratos.

El partido era duro y difícil de jugar, el rival era duro y sabía jugar. Hercesa placó mucho y bien, defendió cerca y con ganas, dejando pocas opciones al juego a la mano. Intentar jugar en 22 de Hercesa era un tormento aún mayor que intentar llegar a él y las cosas eran complicadas incluso en situaciones ventajosas. Pero en esas situaciones difíciles siempre se oye la voz de los suplentes y de los lesionados, de los no convocados, de las chicas del equipo femenino, se oye a Manu pegando un grito con gallo incluido dando ánimos al que viene de llevarse un golpe, gritando el nombre del que acaba de ganar metros, grande Fulano, grande Mengano, esos gritos que le hacen al recién llegado entender que eso no es un solo un equipo, que ahí hay mucho más que quince tipos con protector dental y cara de pocos amigos.

Ensayó Hercesa y ensayó de nuevo, ensayó y transformó el Atleti al principio del segundo tiempo y con ese resultado el equipo estaba arriba, subía de división, cumplía el objetivo aunque no ganara. Nunca en una banda se había pedido tanto la hora, nunca - fuera de Suiza, pero allí por otras razones - se maldijo tanto la ausencia de un reloj gigante marcando el tiempo. Y cuando la gente, entre ella algún ilustre visitante con nombre latino de tribuno rojiblanco, hacía cábalas y cálculos y miraba el sol calculando el azimut para intentar saber cuánto quedaba, volvió a ensayar Hercesa y el Atleti se quedaba fuera del ascenso. En la semana del derbi, con el Estudiantes convulsionando al lado de la pecera en espera de que alguien le vuelva a meter en aguas profundas de la ACB y respirar tranquilo, parecía demasiado duro ahogarse de nuevo en la orilla y así lo vieron algunos. A falta de cuatro minutos hubo un conato de lanzamiento de toalla en la grada que si lo oye Agustina de Aragón da un pescozón a su paisano; al momento de debilidad le siguió algún recordatorio de que, hasta que el árbitro no pite, a veces las rayas juegan solas contra cualquier pensamiento oscuro. Tomen nota, oiga.

Y ocurrió, y algunos estuvimos ahí y nos acordaremos toda la vida. Con el tiempo casi cumplido, y desde la banda opuesta, vimos que Dani recibió un balón. Vimos cómo tiraba un contrapié cerca de la línea de fuera y luego vimos la maraña de jugadores propios y ajenos que se acercaban e impedían la visión clara. Durante una fracción de segundo no vimos nada y luego volvimos a ver a Dani con el balón, sacándola limpia, corriendo en paralelo a la línea de fuera por una superficie no más ancha que un raíl de tren, dejando rivales atrás y viendo acercarse la línea de ensayo. No me lo creo, se oía, no me lo puedo creer, la tiene, la tiene, va a llegar, no puede ser, es demasiado bonito. Cuarenta y cinco o cincuenta metros de carrera en el último suspiro del partido con el balón agarrado con la fe del que lleva a su hijo en brazos huyendo del incendio, unos pocos segundos a cámara lenta como en los dibujos animados japoneses, con la gente vitoreando fotograma a fotograma y gritando muy despacito, con los gestos ralentizados, los pájaros parados en el aire y las tortillas del Salem suspendiéndose en el aire al ser volteadas.

- La tortilla se ha quedado parada en el aire, como suspendida
- No digas tonterías
- Que sí, la he lanzado y se ha quedado flotando en el aire un par de segundos, como volando, a cámara lenta
- Ah, bueno, ocurre con algunos ensayos. Eso es que hemos ascendido.
- Será eso. Entonces … ¿hago dos más?

El Rugby Atleti ascendió en el último segundo, y si escribimos el guión nos lo tiran atrás por demasiado lacrimógeno y exagerado, pero fue así. Se lo cuenta el que suscribe como puede, con la tarea de narrar algo casi increíble, y además casi solo ante el peligro dada la ausencia a última hora de cronistas más fidedignos, a riesgo pues de quedar servidor de Vds como exagerado y embustero.

El Rugby Atleti se proclamó campeón 58 años después y el que suscribe estuvo ahí y tuvo la suerte de verlo en directo. Después vinieron los abrazos y los gritos y las fotos y las jarras de cerveza y el estupendo baño de cava, obsequio caballeroso y salao del rival en calzoncillos, venido directamente de su vestuario. Antes vinieron horas y horas de entrenamiento, carreras, flexiones y órdenes de equipo, terceros tiempos y cuartos menguantes, gritos de los entrenadores, fracturas, contusiones y narices hinchadas. Ahora vendrá el interés renovado de algunos y el abrir de ojos de otros, antes ya estuvo el seguimiento leal y continuo, el ayudar en lo que se puede y como se puede, la venta de calendarios y camisetas, las fiestas, la búsqueda de patrocinadores, los partidos a bajo cero. Sin lo de antes, nada de lo de ahora sería posible. Sin lo de ahora, no estaríamos tan contentos y tan orgullosos.

Enhorabuena y gracias a todos, ellos saben bien quién son. Bienvenidos los que desde ahora se interesen por un proyecto precioso que empieza a ser algo serio, se necesita más gente. Bienaventurados los que estuvieron allí, porque de ellos será el alegrón del año. Y para todos, está claro: Aúpa Atleti.

Nota: el cronista reconoce ciertas licencias literarias en el texto que precede. Algunos de los pasajes pueden haber ocurrido de forma algo diferente en realidad a excepción, claro está, de lo de las tortillas.

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Como gris contrapunto a la brillantez de la mañana en rojo y blanco, salió el Atleti vestido de azul al césped verde del estadio de Vallecas y ganó un partido marrón oscuro. Uno, que ha ido mucho a ese estadio cuando los partidos eran por la mañana y con la entrada regalaban un single en bolsa amarilla de Discoplay, esperaba que ese partido fuera a las doce, como viene siendo casi habitual en el calendario del Atleti. No fue así, alabada sea la LFP, y por tanto pudimos ver en domingo ambos Atletis, esto es, el de rugby, que no cobra pero corre y suda, y el de fútbol profesional, que cobra mucho pero corre lo justo.

Jugó el Atleti un partido plomizo y tristón que acabó ganando, sí, pero que acabó también desesperando a la parroquia. Tras la derrota contra el vecino más odioso del planeta quedaba un partido en teoría más asequible contra un vecino que era más simpático antes, cuando uno iba al estadio. Ahora, cosas de la política, del fútbol de ahora y de los medios de comunicación, se insulta al Atleti en un estadio en el que tradicionalmente el Atleti tenía multitud de seguidores en las gradas y un alto grado de complicidad ambiente. Algo habrá hecho mal el Atleti para que ocurran estas cosas, algo habremos hecho mal los del Atleti para que ocurran estas cosas. Algo habrán hecho mal los del resto de equipos también, así como las radios, periódicos y productores de cine para que el Atleti y los del Atleti, como los de casi todos los equipos, seamos peor recibidos que nunca en estadios que nunca fueron hostiles. Qué cosas, oiga, qué cosas.

Salió el Atleti de Simeone al campo y resultó ser el Atleti de Manzano. Triste y soso, sin presión ni conducción ni talento, el Atleti se volvió a parecer al Atleti de hace unos meses, con lo que los escépticos con Simeone llenaron un saco y medio de argumentos para sostener que hemos vuelto a la casilla de salida. Salvo que el Atleti acabó ganando, poco hay que oponer a los que pintan ahora a Simeone con gafas de pasta roja y acento de Jaén, metamorfosis que, además de imposible, es desasosegante en extremo. El Atleti fuera de casa espera y espera a ver si roba un balón y solucionan Adrián y Falcao, ya no presiona arriba ni juega rápido ni se va a buscarle las cosquillas al rival que inicia el juego. El cambio que trajo Simeone se desvanece como se desvaneció la apuesta por el toque y la salida rápida manzanera de principio de temporada y todo apunta, un año más, a la plantilla contrahecha del equipo como causa fundamental para este Atleti sin espíritu ni ideas ni posibilidad de imponer su juego con continuidad. El Atleti, con algún jugador de relumbrón, jugaba contra un Rayo Vallecano sin tres cedidos colchoneros que no jugaron por contrato y varios titulares más que no jugaron por lesión. Aún así, el equipo se mostró espeso como el puré de guisantes y empanado como la milanesa argentina, soso como la tapioca y ni frío ni calor, como las ensaladas templadas de rúcula, viera y bogavante sobre cama-nido de chanquete lechal y almohada cervical de tofu. Lo que viene siendo un mamarracho, vaya.

El Atleti salió cambiado, sin Gabi, últimamente menos en forma que durante los primeros partidos de la era Simeone, y sin Godín, artífice de dos sonados petardos en las últimas jornadas. Tampoco salió Arda, talentoso jugador turco con querencia a la desaparición y la anarquía, virtudes que son poco del agrado del entrenador. Jugaron en su lugar Domínguez, que estuvo soso, Mario, que estuvo Mario, y Salvio, que estuvo Salvio. En defensa sólo Juanfran mostró algo de interés, Miranda mostró una querencia importante al pelotazo y Filipe Luis Filipe hizo menos de lo que uno espera de él, como es habitual. En la media Mario y Tiago confirmaron que están poco dotados para recuperar balones, levantar la cabeza y armar el juego tras la recuperación, que no son pareja de mediocentros para un equipo que quiere hacer un fútbol aguerrido y de presión, sino como mucho una buena collera de azafatos para El Precio Justo. A su lado, Movilla lució con el brillo de su calva pulida y más de uno se preguntó cómo es que Movilla nunca valió para el Atleti y de dónde salió buena parte de la panda de inútiles que le sucedieron en el puesto. Confirmada pues su naturaleza melosa y sensiblona poco apta para el medio campo, uno se atreve a sugerir que Mario y Tiago, Tiago y Mario formen (sobre todo si Tiago se tiñe de rubio) un dúo melódico y se dedique a cantar canciones en falsete en el lobby de un hotel con hilo musical en las habitaciones. Esto es solo una sugerencia, pero más de un manager estaría interesado, creo yo, en el caso de que se les uniera Filipe Luis Filipe con traje palabra de honor de lentejuela blanca, sugerentemente tumbado sobre un piano de cola.

Casi nadie destacó en el Atleti feúcho que jugó en Vallecas, por más que Diego intentara ponerle cabeza al equipo y Adrián intentara alguna que otra monería. Dos destacados, dos, por aquello de ser justo. El primero, Courtois, portero del Chelsea que se foguea en el Atleti para bochorno de la historia. Courtois está haciendo una buena temporada pero ha temblado en partidos grandes, sobre todo el derbi. Contra el Rayo Courtois salvó los puntos, de igual forma que contribuyó a perderlos contra el otro equipo grande de la capital. Imaginamos que a Courtois le vino bien el partido de ayer para recuperar confianza y protagonismo, seguridad en sí mismo y en sus reflejos. Nos alegramos por él.

El otro destacado, una vez más, fue Falcao. Falcao falló un remate que pareció fácil y que hubiera supuesto el cero dos, y antes metió un buen gol aprovechando un par de errores de un rival que falló poco. Falcao es torpón y poco vistoso, es toscote y no es un portento físico, se aturulla fuera del área y tiene fallos garrafales en algunos balones fáciles. Y aún así, a uno le parece un delantero centro como la copa de un pino piñonero. No sólo por sus veintidós goles en un equipo que no juega a casi nada ni por su portentoso salto y remate imposible de cabeza, sino sobre todo por esa fe, ese trabajo incansable. Falcao, honrado como pocos y noble como casi ninguno, corre, pelea, se muestra siempre y siempre ayuda. Baja hasta donde no debe con tal de echar un cable, salta entre centrales enormes jugándose las cejas y la mandíbula, fija al que sale con el balón jugado y permite al resto del equipo mantener las posiciones y el sitio a costa de recorrer infructuosamente kilómetros y kilómetros. Puede que Falcao no valga el dinero que se pagó por él, o puede que sí; pero lo que está claro es que el precio no se lo puso él y por tanto no es él el responsable del desembolso. Él es responsable de trabajar, ayudar, intentarlo y marcar y en eso cumple con creces. Ojalá su ejemplo lo siguieran más.

El Atleti, sobre todo fuera de casa, se parece cada vez menos al Atleti de ritmo alto y mandíbula apretada de los primeros partidos de Simeone. Aún así, ayer ganó y aprovechó, por una vez, los derrapes y fallos de equipos con los que se debería disputar la entrada en Europa, aunque sea por la puerta falsa. No parece que el Atleti, que como mucho ha sido sexto esta temporada, se merezca un premio mayor que la Europa League; aún así, todavía es posible la Champions. Vista la temporada hasta ahora, la entrada en Champions sería un premio excesivo y quizás el preludio de un batacazo importante si no se mejora notablemente la plantilla. Conociendo el percal como lo conocemos, lo dudamos. Por ahora, a ver el jueves.

jueves, 12 de abril de 2012

Silenciosas reflexiones tras derbi de gritos no escuchados

El partido


¿Jugó el Atleti como para llevarse un 1-4? Uno piensa que no. ¿Algo entonces que oponer al 1-4? Nada en absoluto. ¿Cómo se explica esta contradicción? Ni idea, pero es lo que uno opina.

El Atleti jugó dos partidos en uno, uno digno y hasta valiente a ratos, uno tristón y desangelado los últimos 30 minutos. El Atleti tenía muy pocas, por no decir ninguna, opciones de ganar a un rival que es claramente mejor en todas las facetas del juego, pero sí tenía alguna opción de hacer daño de haber gestionado el partido de manera más inteligente. No lo hizo. Lo poco que el Atleti podía haber hecho pasaba por llegar empatado o por delante al último tercio del encuentro y provocar la ansiedad del rival, las imprecisiones, el nerviosismo. Se cumplió lo primero pero no lo segundo. En el minuto 65 el Atleti estaba empatado y tenía el partido donde algunos queríamos. No supo aprovecharlo.

El Atleti no jugó mal hasta que recibió el gol de falta, fallo claro de Courtois según lo visto en el campo y según aquellos que lo vieron en la televisión. Que el rival iba a marcar era algo que todos sabíamos; por tanto el gol, por más que fuera evitable, no debería cambiar los planes. Cuando el Atleti tenía el balón, o más bien cuando Diego y Arda tenían el balón, daban sensación de poder hacer daño y de no pasar apuros; cuando el Atleti despejaba a la desesperada, entregando balones a los rivales a pocos metros del centro del campo, el equipo sufría. Cuando el balón lo tenía el rival el Atleti esperaba algo más atrás de lo deseable y bastante más atrás de lo que Simeone inculcó nada más llegar, pero aún así no se perdía el control del partido. El Atleti pudo utilizar más una banda, la izquierda, donde un lateral internacional que deja innumerables interrogantes dejaba espacios cómodos para Filipe Luis Filipe y Arda. El lateral en cuestión terminó por llevarse una amarilla y el público esperó que el juego se volcara por ese lado. No ocurrió.

Aún así siguió más o menos entonado el Atleti hasta que marcó Falcao, incansable y titánico en la pelea, como siempre. "Demasiado pronto", pensamos algunos de los que vemos al Atleti con frecuencia. "Demasiado pronto", parecieron pensar los jugadores, empeñados desde ese momento en jugar como si faltaran tres minutos de partido. "Demasiado pronto", pareció pensar el rival, quien se fue a por el partido sin la ansiedad que uno equipo rocoso y motivado le hubiera provocado. El Atleti dejó de tener el balón y se dedicó a pegar pelotazos, casi todos cortos y al centro del campo, cómodos para los rivales y sin continuidad de los centrocampistas buscando rechaces, robos, contraataques. Ahí, como en otras fases del partido, se echó de menos algún jugador con conocimiento del juego y con jerarquía suficiente para poner orden entre el pánico general. El Atleti empató y los jugadores parecieron pensar que más allá no llegarían, que habían tocado techo, que no marcarían otro, que con el empate salvaban la temporada, los muebles, el orgullo y el salario, señal de que nadie tiene ya claro ni lo que se juega en estos partidos ni en qué equipo juegan. El Atleti se hizo chiquitito y ramplón y las rayas empezaron a pesar a los jugadores como si llevaran un paso de palio de plata repujada. No hubo nadie que pusiera orden ni que diera gritos de mando, no hubo un líder colocando y calmando compañeros, pidiendo el balón y guardando las formas. Al igual que en el primer tiempo nadie tomó la decisión de volcar el juego hacia un lateral derecho rival limitado y sancionado, al igual que en el segundo tiempo nadie insistió en probar al también limitado lateral izquierdo rival (en este caso quizás porque Juanfran no podía descuidar demasiado su espalda). No hubo pausa ni personalidad en el equipo para gestionar la situación en la que todo el mundo quería verse, algo realmente preocupante.

En estas llegó el segundo gol rival, fallo del portero para muchos, no tan fallo para el que suscribe, que por su situación en el campo vio entrar el balón desde una perspectiva inmejorable, y que más que fallo se inclina por considerar que fue un golazo. El gol conllevó una imagen esclarecedora cerca del fondo Sur y, de paso, también el final del partido. Con el segundo gol terminó todo, para mayor sorpresa de los aficionados antiguos. Con un gol de diferencia y el equipo hacia adelante, intentando empatar el partido y arruinarle la fiesta al rival, podría haberse aceptado un 1-4 como castigo al exceso de audacia. Pero el Atleti bajó los brazos y acabó también encajando un 1-4, pero en este caso como castigo al exceso de flojera y con guinda en forma de nuevo penalti absurdo del cada vez más indefendible Godín. Nada nuevo, pero no por ello menos preocupante.

Una vez más el Atleti mostró un complejo que hace años no tenía, una vez más el Atleti no pareció el Atleti que recordamos, aunque cada vez sea más complicado recordar, por lejano, el Atleti grande que se crecía en el tercio de varas y al que los rivales temían más tras meterle un gol que antes de hacerlo. El derbi que ya no es derbi nos recuerda cada año que nuestro problema no es puntual sino estructural, no es superficial sino hondísimo, no es solucionable con una capa de maquillaje en forma de entrenador querido por la grada, sino que requiere extirpación quirúrgica de órganos vitales afectados por la gangrena.

La grada

Como es sabido por los visitantes al blog, el derbi en casa es el partido del año que menos gusta al que suscribe. No es por la derrota que ya se convierte en crónica, ni por el desagradable espectáculo de ver en directo celebraciones de goles que le hacen a uno lamentar que no esté cerca del celebrante el Pato Albacete con el puño cerrado y los dientes apretados sobre el protector dental. No es por el partido normalmente decepcionante de los nuestros ni por el cómodo partido de los de enfrente, no es por eso por lo que uno vive este partido sin mucha gana en el estadio, sino por lo que normalmente le hace sentirse mejor: el ambiente en la grada.

En día de derbi es la grada la que se vuelve más desagradable, la que se comporta de manera excesivamente excitada y faltona. La grada recibe a visitantes no habituales que ocupan los asientos que dejan libres los abonados y que, normalmente sobreexcitados, muchas veces alicorados y casi siempre enfadadísimos desde el minuto uno, cambian los biorritmos de la parroquia habitual. Los nuevos se levantan mucho, sobre todo los primeros minutos, interrumpiendo la visión de los de atrás cuando el balón está vivo, e insultan a unos y otros sin ton ni son. Los nuevos critican cada decisión del árbitro como si fuera intolerable, incluso cuando acierta y pita lo que hay que pitar, y confunden el apoyo con el insulto y la justicia con gritar con la boca muy abierta. El ambiente de la grada se torna pues desquiciado sobre todo durante los primeros minutos del partido, cuando aún perduran los efectos del alcohol y los aficionados ebrios se creen poderosos justicieros salvadores de la dignidad colectiva capaces de poner al árbitro en su sitio luego de dar un gran salto hacia el césped desde lo más alto del segundo anfiteatro. Pero hasta los efectos del whisky Dyc duran lo que duran y, tras unos minutos, se desinfla el ardor de los recién llegados y todo se torna algo más civilizado.

Es de justicia decir que la grada ayer estuvo más tranquila que otras veces, quizás por saber en parte lo que suele ocurrir, quizás por ser día de trabajo. Sí es cierto que, dejando aparte excesos etílicos y palabras fuera de sitio, la afición se va poco a poco domesticando y adormeciendo incluso en los partidos de más tensión. Esto lo saben los responsables de la mercadotecnia del club, que ayer nos sorprendieron con dos novedades del todo reseñables. La primera, con una rifa multitudinaria en el medio tiempo mientras se tomaba una foto para todo el estadio, anunciada por un locutor con voz del NODO y dicción de anuncio de medias de cristal de Radio Tafalla en los años 50. A esta garganta prodigiosa había emulado antes el colmo de las vergüenzas, la madre de todos los bochornos, el sumun del cerecismo de cine desarrollista aplicado al Calderón: un speaker, un animador de hotel de turistas franceses de esos que dirigen coreografías, un gracioso llamado a encender el ánimo fondos y tribunas. Un speaker en el Calderón y en día de derbi, señores, marcando la cuenta atrás para que el público amaestrado cantase el himno del Atleti en versión percusionada por Luis Cobos como si el Calderón fuera un recinto para celebrar llamadas a quintas o despedidas de soltero. Una cosa digo aquí y aquí quedará para la historia: si en el Calderón ponen un speaker y lo permitimos, si asumimos que un señor pagado para levantar ánimos en bodas y bautizos es quien tiene que decir a esta afición cuándo y cómo hay que cantar el himno, será el fin definitivo. La afición del Atleti lleva 100 años sabiendo cuándo hay que cantar y canta cuando le da la gana, no cuando se lo diga un animador de boite de crucero con bola de espejos. Hasta ahí podíamos llegar.

La afición del Atleti lleva 100 años sabiendo cuándo hay que cantar, decíamos en el párrafo anterior, y en el párrafo siguiente ya no lo tenemos tan claro. Tras el 1-2 y la bochornosa celebración de la facción lusa del rival frente al fondo Sur, la celebración más vergonzosa vista nunca en este estadio por el que suscribe incluyendo aquella del cánido Leandro (por más que seguidores del irritante visitante de ayer comentan que al parecer es algo común cuando marca su equipo), la grada se calló. Tras el 1-2, el momento en el que el equipo más necesitaba el apoyo, la grada guardó un silencio tímido y derrotista. En el momento en el que antes arreciaban los gritos de guerra, el Calderón se quedó mudo, abatido, sonado. Un 1-2 con un equipo volcado en el área rival con determinación suicida y empujado por una grada llamando a la pelea puede hacer hasta aceptable un 1-4; un 1-4 encajado en silencio y con los brazos bajados es triste, tristísimo. La afición, quizás huérfana de esos referentes en el campo que arrancaban gritos cuando todo iba mal a fuerza de correr hasta matarse por cada balón, ha perdido el tempo, el criterio a la hora de gritar.

La afición grita a veces contra el árbitro sin motivo para hacer pública la frustración general del que busca un culpable debajo de las piedras, y calla cuando el equipo necesita esa dosis extra de adrenalina, orgullo y glucosa que antes inyectaba en vena y a voces el campo entero. Se silba a jugadores que lo dejan todo y se contribuye a la burla de los nuestros por parte de los rivales, pero se calla cuando hay que asumir la responsabilidad y aportar lo que del público se espera, sea contra el palco o a favor del equipo. Las causas de este cambio son probablemente las mismas que explican por qué el Atleti juega el derbi como un castigo y no como un desafío; la culpa, eso sí, es sólo nuestra.

El equipo

A estas alturas, lamentablemente el Atleti está donde parecía que iba a estar, lejos de Champions, no muy cerca de la Europa League. La plantilla cojitranca y la llegada de Manzano a principios de temporada no ilusionó a nadie; el tiempo dio la razón a los escépticos y acabó con la esperanza de los disciplinados optimistas por convenio.

La llegada de Simeone supuso un soplo de aire fresco y algo de dignidad al banquillo ocupado antes por aquél que quería mirar a los ojos al Barcelona, con la irrupción de un equipo que jugaba como un equipo, con presión alta y solidaridad entre jugadores, pero el entusiasmo inicial se va evaporando. Ya no se presiona arriba, ya no hay esa rabia de los primeros partidos, pero no parece algo deliberado sino una obligación física. El equipo está cansado, la plantilla es corta, la calidad del plantel es la que es. Simeone ha aportado un plus de dientes apretados que con el cansancio y la frustración se diluye, pero no puede hacer mucho más: se puede hacer creer a un cojo que puede ser campeón de los cien metros lisos, pero cuando haya perdido 10 carreras seguidas él mismo empezará a darse cuenta de que lo tiene difícil. Si las cosas siguen su curso normal, encima, el año que viene cambiaremos de velocista cojo con expectativas de record mundial y la grada callará, una vez más. Así nos va.