lunes, 31 de octubre de 2011

Crónica tardía del Atleti - Zaragoza


Llegó la afición al campo con esa mezcla de ver qué pasa y esa poca gana de saber que casi seguro pasará lo que uno espera que tan bien transmite el Atleti, y se sentó en la grada. El cambio de hora hizo que fuera ya totalmente de noche en el momento que se entraba al campo y que hubiera una sensación general de frío en el ambiente que era engañosa; en el campo se estaba bien y así se estuvo incluso durante la última media hora de partido en el Calderón, famosa en el mundo entero por ese frío húmedo que a uno se le mete dentro y no sale hasta un par de horas después debajo de un edredón. Por tanto, la sensación de frío no fue real sino más bien un espejismo. No sería el único espejismo de la noche, ni la única sensación engañosa vivida en la grada del estadio.

Salió el Atleti tras el bochorno del jueves y, como se esperaba, no se escuchó ni un pito. Ni una bronca chiquitita, ni un murmullo de desaprobación, ni un silbido aislado: al equipo que nos avergonzó el jueves se le recibió con aplausos tímidos y una actitud ni cariñosa ni rabiosa ni de ayuda ni de desprecio. Al equipo se le recibió casi con indiferencia, como si también la grada dijera total pa qué, pa qué vamos a silbar también nosotros si aquí nunca pasa nada, para esto nos sentamos, miramos, nos comemos un bocadillo y nos vamos o nos quedamos un poco, que yo he tenido suerte y me ha tocado al lado una chica monísima del Zaragoza. Ni rastro de esas pitadas legendarias tras partido empatado contra un rival menor, ni rastro de esas broncas monumentales cuando el equipo mostraba apatía, ni rastro de enfado entre la afición, entregada al cloroformo y también algo harta de ver tres infumables partidos semanales de su ramplón equipo. En cierto modo, uno lo ve ya casi normal.

Salió el Atleti al campo y comenzó el proceso general de análisis del equipo. Lejos los tiempos en los que había un equipo titular que sabíamos de carrerilla, con algún cambio esporádico y forzoso debido a las lesiones, en el Atleti de hoy hay que esperar hasta el último momento para saber quién sale a jugar y un ratito más para saber exactamente cómo se planta el equipo. El equipo titular trajo esta vez algunas sorpresas agradables: la presencia de Adrián junto a Falcao arriba, la vuelta de Domínguez, brazalete en brazo, al centro de la defensa, y la ausencia de Reyes. Reyes desapareció del equipo por haber insultado al entrenador tras el cambio en Bilbao, según dijo la prensa, pero cualquiera que haya visto los últimos partidos del Atleti tendrá claro que la presencia en el equipo titular de Reyes, más aún estando Adrián en la plantilla, era una anomalía destinada a la extirpación. Aún así, hay quien piensa que la salida de Reyes del equipo es inexplicable, dado que "Reyes es el jugador con más calidad de la plantilla". La frase "Reyes es el jugador con más calidad de la plantilla" forma parte, junto con "el Calderón es un estadio mal comunicado" y "todos los años ponemos dinero de nuestro bolsillo para traer buenos jugadores", de los mantras gilianos repetidos hasta la saciedad por la prensa - cuando conviene - y que gran parte de la afición ha tomado como indiscutibles a pesar de no ser ciertos ni comprobables. Las referencias a lo mal comunicado que está el Calderón ya no aparecen en la prensa, dado que la directiva está más o menos convencida de que lo de la Peineta no tiene remedio; eso sí, en cuanto se plante la constructora porque nadie paga los ladrillos, volverá a aparecer. La cantinela de Reyes fue muy popular durante las fases en las que salieron Maxi y Simao del equipo y fue útil para ayudar a que la gente diera por buenas estas operaciones delirantes; con Agüero y Forlán también se oyó, pero ya no colaba tanto. Reyes, que aprovecha algún destello fugaz para vivir cinco partidos sin tener que demostrar nada más, está en el banquillo o no va convocado y nos parece lo más normal, viendo su aportación, su tendencia a creerse un fenómeno cuando lleva el 10 a la espalda y sus pocas ganas de ayudar al equipo en cuanto hay que hacer algo que no sea regatear rivales mirando al suelo.

Salió el Atleti con Courtois, que parece que va a completar su cesión en el Atleti sin que ningún portero (ni siquiera Asenjo, aquél fichaje recibido con gritos de admiración el día de su presentación) tenga la oportunidad de intentar jugar un minutito. Salió también Domínguez, que hizo un buen partido mientras Miranda estaba en su casa tras las pifias del último día, y a su lado salió Godín. Godín, que estuvo catastrófico en Bilbao, estuvo más cómodo que en otros partidos. Intervino en el segundo gol y salió jugando el balón desde atrás, incluso haciendo un regate arruletado que levantó ooohs y aaahs en la asombradísima grada. Más incómodo estuvo Filipe Luis hasta el último tramo del partido, en el que anduvo menos temeroso y blandito que durante su desesperante primer tiempo, e inédito estuvo Silvio, que casi no tocó bola. Probablemente para reservarle para el jueves, Manzano quitó a Silvio quedando 20 minutos para que entrara Perea. A Perea, ya se sabe, hay aficionados que le esperan con la escopeta cargada y otros con un ramo de flores. Ayer fueron más los segundos, pero se les torció el gesto cuando cometió su único fallo en el gol de cabeza del Zaragoza y acabó con su impecable estadística de ayer, en la que siempre lo hizo mejor que su odiosito par Juan Carlos, joven promesa que ya apunta esos modales y clase que tan populares son en su escuela de fútbol y de vida y que, con el tiempo, terminará haciendo bailecitos brasileños cuando marque un gol en copa contra un tercera. Al tiempo.

Esclarecida la línea de atrás, se fijó el aficionado en el medio del campo: Mario de nuevo de cinco, Gabi a su lado, Diego por delante, Arda por todas partes, esto es, el conocido paralelepípedo bailenense o baeculense, la mayor aportación de Jaén al apasionante mundo de la geometría. El centro del campo del Atleti contó con algo a favor: el centro del campo rival no funcionaba en absoluto, ni siquiera cuando salió el esforzado Micael, flamante fichaje atlético cedido en el Zaragoza que dejó, por su estilismo capilar à la Petrov, dudas sobre si es una joven promesa o un señor muy serio con la hipoteca pagada.

El centro del campo del Atleti sí dejó más claro que Mario es problemático contra un centro del campo blandito pero que puede serlo mucho más contra un equipo ordenado y agresivo. Sobre Mario y Gabi parece recaer la misión de tapar todos los agujeros que dejan los atacantes en un planteamiento como el de ayer: cuatro defensas, cuatro que atacan más que defienden, dos que deben defender más que atacar. Quizás, entornando los ojos, les suene lo que leen de la época de cierto entrenador ayer de visita en casa. Por ser del todo justo hay que señalar que tener misiones de centrocampista defensivo en este Atleti requiere una capacidad física y de sacrificio que no todo el mundo tiene; el problema es que, incluso sin tener jugadores que puedan desempeñar esa misión con solvencia, parece que el entrenador del Atleti insiste en la fórmula ya testada y en varias ocasiones fracasada. Veremos qué ocurre con el pobre Assunçao, veremos si Koke empieza a aparecer más que los últimos minutos, veremos sí vemos la luz.

Aportando neuronas al juego estuvieron Diego y Arda, al menos en teoría. Diego corre de acá para allá, se muestra, la pide, la para, la pisa e intenta pases definitivos incluso cuando no debe. A veces le sale el pase y es un placer y otras veces se la da a un rival, pero en estas ocasiones no se para y mira, sino que corre a recuperar posiciones. Quizás ralentice a veces las transiciones por sobar y sobar y buscar la joya entre las piernas rivales, pero es cierto que hace cosas. Se ofusca, sí, pero también intenta cosas diferentes, guarda el balón y no pega pelotazos. Sin tener su mejor día ni ser definitivo, Diego aportó lo suyo al juego por más que en la grada empiece a haber un run-rún de impaciencia cuando caracolea. Más aportó ayer, eso sí, el inclasificable Turan. Arda Turan aparece por aquí y por allá, como las palomas de los números de magia, y lo mismo está sacando un contraataque desde posiciones de central que caracoleando en una banda cual extremo clásico. A ratos es omnipresente, a ratos desaparece, a veces hace pases largos perfectos y otras trota sin ganas tras un rival, como si en ese momento lo que de verdad le apeteciera fuera un helado de vainilla y un mando a distancia. Recupera balones, muchas veces por ser más listo que el resto y por no hacer ruido cuando llega por detrás de un confiado rival, y si está en una fase en la que se está divirtiendo, es un placer verle pedirla, devolverla, driblar y hacer taconcitos. Otras veces queda triste, medio agotado, recuperando fuelle y durante esos ratos mejor no pedirle nada, que ya volverá cuando él lo estime conveniente, oiga. En general, eso sí, tiene aire de futbolista salao: anda medio contrahecho moviendo el culo de lado a lado, corre con el cuerpo recto y las piernas batiendo poco, sin separarse del suelo, como el gato Jinkx. Ayer dio un pase sensacional e hizo una jugada de orfebre cuando el partido estaba acabado; en partidos fáciles Arda Turan se gustará y nos hará disfrutar, en partidos más serios nos desesperará a ratos, pero también nos solucionará papeletas que no todos pueden gestionar.

Y por fin, delante, una buena noticia y otra no tanto. La buena, naturalmente, Adrián. Marcó dos goles Adrián, el primero una verdadera maravilla, y dejó claro una vez más que debe jugar por el bien del equipo, por es suyo propio y por el de su compañero de ataque. Adrián ayuda, corre, tira diagonales, pelea y, cuando no sabe qué hacer, la guarda y busca a otro, sin querer regatear él solo a cuatro. Listo, Adrián es consciente de sus propias limitaciones, lo que le hace ser un buen jugador de fútbol; otro igual que o mejor que él, con menos espíritu de sacrificio, menos humildad, más ego, menos cabeza o una combinación todas, podría terminar adiegocostado en un diván de psiquiatra. Adrián, sin embargo, es listo y sensato y, aunque no cambie el gesto vayan bien o mal las cosas, parece un buen compañero que le viene de maravilla a Falcao. Falcao, cada vez más crispado y ansioso, comienza a dar signos de desesperación y síntomas que invitan a la preocupación. Con el gesto desencajado, Falcao empieza a asumir que todos los entrenadores le tienen ya visto y que, por culpa de lo que ocurre a su espalda, el Atleti es un equipo fácil de defender y él un tipo aislado que debe hacer la guerra solo. A Falcao no le llegan casi balones y aquellos que le llegan dan la sensación de dar calambre: Falcao quiere marcar todas, quiere quitarse un peso de encima y también quitárnoslo a nosotros, quiere evitar el debate que se cierne sobre él, esto es, si vale lo que valió, si hizo bien viniendo. Si no le llega el balón sale del área a buscarlo e intenta regatear a tres, dejando claro que eso no es lo suyo. No me pregunten por qué, oigan, pero uno tiene claro que esta tormenta pasará y Falcao volverá a estar cómodo, a marcar goles y a mirar relajado a los rivales; el que suscribe, un idealista, lo atribuye a que Falcao es un tipo honrado que no pasará sin que la suerte sea justa con él. Eso sí, cuanto antes marque, mejor.

Y, para el final, la grada. En un arranque de torería, una parte de la grada la emprendió con la directiva y el banquillo cuando el equipo iba a ganar el partido. Eliminando de un plumazo otro de los mantras del palco, eso de que la gente critica sólo cuando se pierde, la grada le pidió a Manzano, a Gil y a Cerezo que se fueran del Atleti cuando el equipo ya había amarrado tres puntos. También reclamó la vuelta de Luis Aragonés y del Cholo Simeone. Se recordó aquella jugada que empieza en Tomás y acaba en Caminero con Manolo de por medio y hasta ahí iba quedando claro que lo que la grada quería era la vuelta de los referentes, la vuelta de la dignidad y la vuelta del último Atleti más parecido al Atleti. No contenta con reclamar dos posibles entrenadores, una parte de la grada también tuvo un recuerdo para un tercero, Quique Flores y esto chocó al resto del respetable, que pitó. Se entró entonces en una dinámica curiosa: lo mismo se pedía el cese del presidente que se faltaba al respeto a un jugador menor de un equipo antipático, lo mismo se pedía la vuelta de un técnico que la de otro, sin quedar claro (porque en grito rimado es complicadísimo) si la idea es que uno fuera director deportivo y otro entrenador o al revés, o si se quería que vinieran los dos a la vez, o bien que hicieran una carrera de sacos con la idea de que el ganador ocupase el banquillo. El desconcierto fue grande durante un rato y ya no se sabía si desde los fondos se pediría la vuelta de Max Merkel "Míster Látigo" o la dimisión de su pariente Ángela, "Miss Látigo También". Tal era el cabreo de la grada, cree uno, y tal las ganas de decirle al palco lo que pensaba que al final se mandaron demasiados mensajes a la vez, lo que no tendría demasiada importancia de no saber, como sabemos, que un único mensaje simple y directo es ya demasiada tela para nuestro presidente. Eso si, a uno le alegra mucho que se proteste más allá del resultado, dejando así claro que la grada entiende que el problema es mucho más profundo que el túnel de vestuarios.

El Atleti ganó cómodamente un partido contra un rival también cómodo, dejando más o menos claro que por ahora el guión no cambia: se intuyen victorias claras contra los peores, empates apurados contra los del medio, malos partidos con alta probabilidad de derrota contra los de arriba. El resultado pudo ser justo, pero si de él se sacan conclusiones de que el equipo mejoró, éstas serían engañosas. El Atleti mostró serios problemas para hacer un juego fluido por el centro y también arrojó dudas sobre su capacidad para crear peligro por las bandas. Presentó por enésima vez en sociedad a un delantero que debe jugar más y asistió a un nuevo mal rato pasado por su estrella goleadora. El jueves, contra un equipo que se prevé más ordenado y rocoso que el de ayer, veremos. Yo, eso sí, soy optimista: para eso me pagan.

viernes, 28 de octubre de 2011

Crónica recurrente de un partido ya contado


Marcó un gol de churro Llorente y, de repente, todo quedó claro. Hasta el momento del gol, el aficionado había intentado interpretar con criterios futbolísticos lo que se había visto en San Mamés, pero a partir de ese momento ya quedó claro que no merecía la pena. En ocho minutos, ocho, el Atleti recibió tres goles - uno de churro y dos goles como dos soles - que dejaron abierta de par en par la puerta del club para que se pudieran ver, una vez más, las miserias que lo pudren por dentro.

Salió el Atleti al césped de San Mamés con el enésimo equipo, la enésima combinación de jugadores y la enésima combinación cromáticamente despreciable. El aficionado, que no se puede decir que no lo intente, se interesaba durante los primeros momentos en entender cómo pretendía jugar el equipo. En partidos pasados intentó el aficionado ver quién jugaba dónde y con qué misión, abriendo larguísimos debates de bar con los compañeros de mesa sobre si lo que se veía era un rombo, un trivote o directamente un despropósito, terminando las conversaciones con esas reducciones a lo simple a las que necesariamente llevan las discusiones sobre temas difusos: pero entonces a qué llamas tú trivote, ah, a eso, yo es que a eso le llamo yo rombo, teniendo en cuenta que hay un tipo más adelantado por detrás de los delanteros, sí sí, ese mismo, ah, que a eso le llamas tú un 4-3-3, yo siempre le he llamado un 4-4-2, ya, ya, entendido, ponga entonces Vd otra, oiga.

Salió el Atleti sin Domínguez, para sorpresa del respetable. Domínguez no se vistió por lesión, según una televisión, y por decisión técnica según la televisión de al lado, que ya saben Vds que en este país nuestro hay televisiones regionales que, con dinero de todos, compran partidos para darlos al mismo tiempo que otra televisión en abierto. Domínguez ya sufrió lo suyo el año pasado con Quique Flores, aquel mal recuerdo con bufanda y sensaciones, y ahora parece enfrentarse a lo mismo con Manzano, ese mal presente con gafas y gorrilla de tractorista que no parece que vaya a durar mucho. No sabemos a ciencia cierta qué pasa ahora con Domínguez, si es cosa de su masa corporal, de su entorno o de su agente, pero sí sabemos que a fuerza de quitarle mucho y ponerle poco, su progresión se está resintiendo. También debe resentirse su ego al ver que es suplente por detrás de Miranda, jugador complicado de definir, rápido a veces y lento otras, bien colocado a veces y muy mal otras, capaz de cortar un ataque por anticipación y luego pegarle un patadón innecesario a un señor que pasa cerca o de regalar un balón letal y no defender dos cabezazos de libro, como hizo ayer. Más duro debe ser para el ego de Domínguez verse sentado en el banco mientras Godín destroza su carrera pasada, su caché futuro, los nervios de los aficionados y el paupérrimo entramado defensivo del equipo con fallos clamorosos como los de ayer: hasta cuatro errores incomprensibles para un profesional (salidas en falso, empujones a destiempo, retiradas a última hora del pie cuando el despeje era fácil ...) hizo ayer Godín, el pretendido por la Juve y el Chelsea según nos han contado. En breve, salió un Atleti tristísimo en defensa, y esto no es lamentablemente noticia.

Salió el Atleti sin Mario Suárez tampoco, posiblemente sancionado por la Unesco tras su foto con chaleco reflectante y gorra-sobre-matorral en la fábrica de Coca Cola. Volvió Assunçao a darle un poco de contundencia al centro del centro y se las vio él solito con todos. Assunçao, sin hacer un gran partido, al menos estuvo siempre en su sitio, corrió, tapó y recuperó lo que pudo. Tuvo errores, sí, pero quién no puede tenerlos jugando de medio centro en el Atleti, ese puesto sólo para héroes o para idiotas, ese puesto que acaba con las reservas físicas y mentales de cualquier jugador que no sea Hércules en menos de veinte minutos. Assunçao, eso sí, contaba a su lado con Gabi en lo que parecía un doble pivote para ese 4-2-3-1 que luego resultó ser más próximo a un sudoku que a un sistema de juego. Gabi empezó la temporada dando la sensación de que había vuelto de Zaragoza hecho un hombretón, mandando y pidiendo la bola y ofreciéndose a pesar de esa manía tan suya de darle el balón a un rival con un pase fácil cuando menos falta hace, pero al menos mostrando carácter y ganas. Poco ha durado. En San Mamés Gabi empezó como segundo pivote durante un rato, y tras unos minutos desapareció. Buscaba uno a Gabi por el campo y no estaba donde uno se esperaba, parece que está ahí, ah, no, está volviendo, ¿por qué vuelve ahora? nadie lo sabe, oiga, esto es inexplicable.

Por delante de Gabi, o al menos eso parecía, había tres jugadores. Arda Turán a un lado, Reyes a otro, Diego en el centro para dale balones al único delantero, Falcao, el Robinson Crusoe rojiblanco, el hombre más solo de la liga, el anacoreta de Santa Marta, el estilita sin columna aunque-todo-se-andará. De esta línea de tres, sólo Reyes hizo lo que de él se esperaba, esto es, nada. Reyes, tristón e inmóvil, sólo corrió rápido un par de veces, ambas para conducir el balón en horizontal, evitando uno tras otro defensas rivales y oportunidades de pase a compañeros. Fue sustituido entre malas caras y pucheros, y el mero hecho de que a esa mala cara no respondiera un capitán dándole un pescozón y diciéndole que acelerase ya debería preocupar a la afición tanto como la sequía goleadora.

En cuanto a los otros dos, tampoco hicieron lo que alguien podría haber esperado. Arda Turán tuvo diez minutos de omnipresencia y despliegue físico, pidiendo el balón, regateando, chocando con rivales y protestando al árbitro. Pareció querer el protagonismo del equipo pero duró poco su efervescencia, como si estuviera hecho de sal de frutas Eno. Cambió de banda con Reyes y, a ratos, apareció por donde menos se lo esperaba uno, en la banda contraria y junto a Reyes, tirando paredes cortas con Assunçao saliendo por el lateral opuesto, llegando a rematar al segundo palo. Al caos general se sumó, quizás no voluntariamente, Diego. Diego empezó encimando levemente a Javi Martínez o Iturraspe y luego bajó, subió, corrió lo que deberían correr también otros, pidió el balón, lo condujo y no hizo demasiado daño al centro del campo rival, muy cómodo y superior a la hora de defender. Quizás excitado o quizás perdido, también se animó Gabi a hacer la guerra por su cuenta y aportar lo suyo a la anti-coreografía, también apareciendo por aquí y por allá, por la derecha y por la izquierda, andando o resoplando. Si el plano se hubiera acercado, Gabi o Arda habrían aparecido boca abajo por la parte de arriba de la pantalla o muy muy lejos, reproduciendo casi fotograma por fotograma el papel del cantante del vídeo de Manha-manha, la canción de The Kop para McManaman y quizás la más fiel plasmación gráfica del centro del campo ideado por Manzano, a la vez que vídeo indispensable en todas las sesiones tácticas del equipo cuando se analiza el doble pivote (rosa).



La afición discutía sobre si los jugadores más indicados para hacer de coristas rosas son Assunçao y Gabi o Mario y Tiago hasta que, tras una pifia de Miranda y un remate de churro de esos que ahora se llaman semi-fallo, marcó el Athletic y se acabó la discusión. Ocho minutos más tarde, había marcado dos veces más, ambas gracias a remates de cabeza cómodos ante el perdido Miranda. El Atleti se deshinchó en pocos minutos como un pez globo estornudando y, de paso, terminó definitivamente con el poco crédito que le quedaba entre los más optimistas tras los primeros partidos en casa.

Comenzó entonces otro debate, como suele ocurrir al menos en cuatro o cinco fases de cada temporada del Atleti. Viendo lo mal que va el equipo ya, ¿hay que cambiar al entrenador? Pues puede, sí, eso parece que ocurrirá una vez más, y van cincuenta o setenta o cien, ya no sabemos. ¿Es el culpable el entrenador? Sin duda, es uno de ellos. ¿Son los jugadores los culpables? También, sin duda. Y el director deportivo, si es que pinta algo. Y el médico, y el masajista y también la afición, la afición mucho. Los culpables principales ya sabemos quiénes son, pero ahí siguen comiendo canapés en los medio tiempos, haciendo chistes de macizas y dando vueltas a la M-30 la mar de divertidos, con la emoción de esquivar esas pandillas que paran y le pegan a uno una paliza en el túnel tras bloquearle el coche.

El debate ya lo conocemos desde hace muchos años y ya casi es de la familia, tenemos fotos suyas cuando era chiquitito e iba vestido con faldón y también ahora, cuando es un hombretón con patillas y nuez. No echamos de menos el debate porque lo vemos bastante, más que a nuestros sobrinos y casi tanto como a nuestros amigos íntimos. Sabemos que cada verano el debate tendrá poca presencia gracias a diez fichajes nuevos con vitola de figuras, y que volverá a aparecer hacia octubre cuando vayamos novenos. Que desaparecerá en noviembre porque el equipo ganará cuatro partidos y perderán los rivales y nos colocaremos en puestos UEFA. Llegaremos a navidad más o menos arriba o al menos más arriba que en otoño y el pobre debate se quedará sin ir a ver al cartero real a la puerta del Corte Inglés y sin regalos. Luego, hacia final de enero, el equipo volverá a pinchar varias jornadas seguidas, aparecerán rumores de que los jugadores no cobran y que hay alguno que se quiso ir en el mercado de invierno. Engordará entonces el debate y se dejará melena, las radios recibirán llamadas de oyentes indignados pero cada vez con menos fuerzas, se publicarán en los periódicos listas de miles de entrenadores y jugadores contratados por el club y habrá tímidos gritos en el Calderón contra el palco. Saldrá entonces Caminero a dar explicaciones, incómodo y balbuceante, anunciando el fichaje de un desconocido jugador de la liga belga como millonario refuerzo de la plantilla para llegar así a Europa. Saldrá Gonzalo Miró poniendo ojitos de chino y haciendo risitas con los Manolos cuando se oficialice el debate en Noticias Cuatro. Si tenemos suerte, saldrá Cerezo diciendo disparates y terminando refranes con la mitad de otro refrán distinto, con la gracia que nos hace eso. Más adelante saldrán los mensajes de unión, las llamadas de las Peñas, ya protestaremos luego, ahora no es el momento, somos la mejor afición del mundo, miren qué pedazo de anuncio, oiga. La afición llamará "puta" al Sevillá y deseará que el Málaga se vaya a segunda, se reirá de Perea e irá cada vez menos al campo. Saldrá entonces Miguel Ángel Gil ante algún entrevistador sin ganas de polémica, con vocecita de no haber roto un plato, presentando cifras que nadie puede contrastar y estadísticas bochornosas que justifican que el Atleti de hoy obtiene la raíz cuadrada de pi tercios de los títulos que se obtuvieron en siete años elegidos al azar por el consejero delegado. Acabará la liga, con suerte se meterá el Atleti en Europa League pero a condición de jugar previa en Agosto, se anunciará una nueva ciudad deportiva y el inicio de las obras del estadio y el debate, cansado, se irá de vacaciones a Conil de la Frontera.

Ya han sido tantas las veces que nos hemos visto en esta situación que la afición empieza a valorar si lo que hay que cambiar es el propio debate. ¿Y si nos estamos equivocando de inicio? ¿Por qué seguimos analizando y discutiendo sobre el Atleti como si fuera un club deportivo, si ya claramente no lo es? Si no se utilizan los mismos criterios para analizar si es adecuado el sistema de almacenamiento de una mercería o de una central nuclear, ¿por qué seguimos hablando de esto como hacen en otros clubs, que son distintos al nuestro? ¿Merece la pena hablar de táctica, de 4-4-2 y 4-3-3 y dobles pivotes y enganches y volantes en esta situación? ¿No sería más adecuado hablar de formas baratas de descontar pagarés o de productos financieros populares en Singapur? Si el Atleti, como ya queda claro hasta en la nueva publicidad de la manga, no es un club de fútbol sino un vivero de jugadores, una agencia de mediación, una granja de engorde de futbolistas para que exploten en otro sitio ... ¿no debería ser tratado como tal? ¿Qué interés tiene llevarse un disgusto porque la planificación deportiva fue mala, si el objetivo no es ganar un título sino que alguno gane unos millones? ¿No será mejor ver los partidos con visera y manguitos de cajero de banco antiguo, haciendo cálculos de cuánto más vale Diego con cada regate o cuánto valor pierde Godín con cada cruce? ¿No será mejor cambiar el mando a distancia por la calculadora, el periódico deportivo por el económico, la pachanga con los amigos por visitas guiadas a la bolsa de Madrid? ¿No será mejor dejar esto de una vez y no ser cómplices de esta pantomima indigna y sucia?

La razón la saben Vds tan bien como nosotros, y es que simplemente no podemos. No podemos porque llevamos esas malditas rayas rojiblancas grabadas a fuego en el alma y no se nos quita fácilmente la rabia de ver cómo son maltratadas. No podemos porque nos pesa más la decencia y la rabia que la vergüenza y la desidia. Porque nos duele ver cómo se maltrata lo que fue el orgullo de nuestros padres y que, además, el maltratador sea un rufián. Porque todos y cada uno dejaríamos nuestros trabajos para dedicarnos, en peores circunstancias, a trabajar en el club de nuestra vida mientras vemos que los que allí trabajan ni lo sienten como suyo ni lo tratan con respeto ni lo ven como algo distinto a un limón al que exprimir hasta sacarle la última gota de zumo. Y por esto, hay quien se plantea otro debate. ¿No tiene más sentido, entonces, dedicar el dinero del abono al Atlético Club de Socios?

- Pues sí que estamos buenos ... ¿Y el optimismo, oiga?
- Pues aquí lo tengo, en esta caja de zapatos. Terminal, y empeorando. Un poema

lunes, 24 de octubre de 2011

Pubs, televisiones, rombos


En pubs abarrotados (o al menos en uno), se disponía la gente a ver la final del Mundial de rugby con esa mezcla de expectación y pena con la que se llega al último día de las grandes competiciones deportivas. A estas alturas, a muchos se nos ha hecho normal madrugar en día libre para coger sitio - para uno mismo y para los compañeros -, desayunar cerveza negra y compartir conversación con desconocidos que al final del Mundial ya son amigos. Con el tiempo – que hoy aún estamos reventados – echaremos de menos los madrugones insensatos, las colas en la puerta del pub antes de amanecer, las conversaciones en dos idiomas y cinco acentos con vecinos de silla (en el caso de que hubiera suerte y, por tanto, silla), las celebraciones puños al aire por puntos conseguidos por equipos de otros países. Echaremos de menos los equilibrios de las camareras llevando entre mares de gente enormes desayunos irlandeses, el olor a baked beans, las comandas gritadas al aire y recordadas luego por medio bar, la pregunta “¿está libre?” señalando a la silla de al lado y la respuesta “no, lo siento, está ocupada” que suele llegar justo después. También nos faltará el calor, la cola en el baño, los empujones para salir y volver a entrar al bar durante el descanso, las conversaciones sobre todas y cada una de las jugadas que duran hasta bien entrada la tarde, mucho después del final del partido. Se ha acabado el Mundial y ya queda un día menos para el próximo y pocos meses para el VI Naciones, el torneo más bonito del mundo, el que más nos gusta.

Se sentó el personal en el pub, ya fuera en silla o suelo, y se dispuso a ver la haka final, el último desafío, el inicio del último partido. Se esperaba que los franceses no hicieran nada para contestar a la haka neozelandesa, pero no fue así. Los franceses, para empezar, salieron de blanco inmaculado, su atuendo suplente al ceder caballerosamente a los rivales la posibilidad de vestir de negro en casa; con este gesto loable, Francia puso fácil a los del Atleti la decisión de con quién iban, una vez quedó claro que el color elegido no era un guiño transpirenaico al color de aquél toro de Antoñete. Inició Weepu la sucesión de gritos guturales que lanzan la haka y los franceses se pusieron en formación de flecha valona para, según avanzaba el Kapa O Pango, acercarse a las posiciones de los All Blacks y desafiar así el propio desafío. La imagen, llamada a ser histórica y ensalzadora de los valores guerreros, tuvo el efecto contrario cuando se vio a los franceses, casi vestidos de marinerito, acercarse cogiditos de la mano en una estampa enternecedora que arrancó tiernos ooohs y arrugamiento de naricillas entre el respetable. Por suerte, cuando la afición se esperaba que los bleus se arrancaran a cantar Sur le pont d’Avignon haciendo un corro, terminó la haka, se miraron a los ojos los jugadores, se señaló el gaznate Ma’a Nonu y acabó la última danza maorí del Mundial, una haka cada vez más teatral y menos contenida, quizás más televisiva y menos solemne de lo que a algunos nos gustaría.

Empezó el partido y en las mesas se hacían apuestas sobre cuánto tardarían los neozelandeses, y en concreto McCaw, en medirle el lomo a Parra. Poco tardaron las dudas en despejarse y a los once minutos salía Parra del campo visiblemente groggy tras llevarse un rodillazo en la cabeza del capitán All Black. Volvió más tarde al campo pero, quizás por la anterior lesión o por un nuevo golpe, tuvo que ser definitivamente sustituido por Trinh-Duc. Morgan Parra, “Parrita” para los taurinos, se iba antes de tiempo al banquillo tras haber hecho un buen mundial y tras haber sido cazado en la final y las cámaras le pillaron llorando como una magdalena en parte por perderse el resto de partido y en parte, claro está, por lo de Antoñete.

Avanzaba el partido y Weepu fallaba golpes, muy lejos de su efectividad contra los Pumas, sembrando las dudas en un equipo con mala suerte con los medios de apertura. También Cruden se fue lesionado tras un apoyo y una torcedura de rodilla de esas que levantan ooohs y aaaays en los pubs durante las repeticiones y salió Donald, el cuarto apertura del torneo ni más ni menos y a la postre un tipo clave por su acierto y su calma. Entre tanto, ensayaba Woodcock saliendo con comodidad de una touche y parecía que el partido tendría color negro. Nada más lejos de la realidad.

Transformó un golpe Donald y, justo después, ensayó Francia tras un fallo de Weepu, varias fases y una carrera de Dusautoir, enorme durante todo el partido. A un punto y con muchos minutos por delante, todo cambió de color. Francia se creció y se lo empezó a creer, Nueva Zelanda dudaba y perdía gas. Quizás por culpa de la presión, quizás por la confianza del rival, el equipo negro empezó a mudar a gris perla. Desfondados algunos de sus elementos más dinámicos de la línea, fue Francia quien controló el partido entre esos gritos tan característicos de sus aficionados cada vez que pasa algo un poco relevante, ese oui embrutecido, ese OueEÉ!. Un partido feo, poco vistoso pero emocionante, sin aperturas a la línea y sin destellos de ese rugby a la mano y con zaguero-sprinter de pelo rizado que nos hacía saltar de la silla, pero mejor jugado por los franceses y defendido al final con oficio y dientes apretados por los neozelandeses.

En este mundial de poco juego abierto y mucha delantera, de defensas agresivas y placajes continuos, Francia ha practicado un rugby mezquino y ramplón, ha perdido dos partidos en la fase de grupo (uno de ellos voluntariamente) y ha defraudado a sus seguidores más ortodoxos. Ganó contra Inglaterra tras un excelente partido y ganó contra Gales por un punto, jugando contra un jugador menos durante casi todo el partido y sólo gracias a los errores del rival. Con ese bagaje tan pobre se presentó en la final y probó su propia medicina, perdiendo injustamente un partido de rugby industrial y sin brillo controlado por Francia pero con marcador a favor de Nueva Zelanda. Como es bien sabido uno es poco amigo de echar piropos a los vecinos y normalmente va con sus rivales en todas las disciplinas deportivas, incluida la gastronomía; hoy, no obstante, uno presenta sus respetos a este equipo feote y sin referencias que, en el partido más importante del Mundial, mereció mejor suerte. Eso sí, uno no puede dejar de preguntarse aún, como estarán haciendo en Cardiff, si de no haberse resbalado Hook o haber subido un poquito más aquél golpe de Halfpenny, no estaríamos hablando hoy de un Gales campeón volando de vuelta en primera clase sin cerveza suficiente en la bodega del avión.

Francia renunció a jugar su partido contra Nueva Zelanda de la primera fase para reservarse efectivos y asegurarse un mejor cruce; en ese partido, sin embargo, sacó un equipo más potente durante los últimos minutos y sembró dudas entre los All Blacks. Incómodos por la presión de la historia y quizás por el recuerdo de esos minutos, los All Blacks fueron perdiendo la compostura y el fuelle inicial según se fue entonando Francia, en especial su excelente tercera línea. La Nueva Zelanda campeona, lesionado Dan Carter, no cuenta con jugadores especiales, distintos, de esos que sí había en equipos anteriores; es un equipo sin Antoñetes aunque con Montoliús y Martín Recios, que no es poco. Practica un rugby veloz y contundente sin la magia de otras veces y, ausente Carter, sólo Dagg, magnífico zaguero al que le llegan menos balones de lo que nos gustaría, parece tener genética de estrella entre los campeones. Weepu, sustituido tras su mala actuación, parece haber dejado claro que su estrella se encendió y apagó el mismo día y McCaw ha dejado claro que prefiere definitivamente ser de los malos; de no ser por la permisividad arbitral, su participación habría sido más limitada. Hasta la final pareció que los All Blacks estaban claramente por encima de todos sus rivales y que no habían sido probados al 100% por ningún equipo; la prueba definitiva, en la final y ante una Francia ordenada pese al bigotito y las cosas de Lievremont, no la pasó con nota ni mucho menos. Nueva Zelanda es campeona, sí, pero no con la brillantez esperada ni con el encanto de los equipos históricos; quizás se haya quitado por fin la presión y empiece a partir de ahora a disfrutar en los mundiales en vez de angustiarse.

Enhorabuena a los campeones, suerte en el futuro a los australianos, nuestra admiración a la bravura de los argentinos, nuestro agradecimiento a galeses por todo el torneo y por esos cinco últimos minutos contra Australia, y nuestro apoyo, siempre, a los irlandeses.

Y, por supuesto, viva el rugby.

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Por prescripción facultativa, uno no acudió al estadio a ver el partido contra el Mallorca.

- ¿Está Vd enfermo?
- Yo no, oiga, es el optimismo, el optimismo.

Con el optimismo desnutrido y enanecido, el médico recomendó al que suscribe quedarse en casa y ver el partido por Gol T, comentado por Juanma Lillo. Acomodado en el calor del hogar, el que suscribe sentó al optimismo en una trona acolchada para niños de tres años, tal es su menguado tamaño ya a estas alturas de la temporada. Le dio un cojín tripero, que tanto gustito dan después de comer, té caliente y un cruasán. Magdalenas, una onza de chocolate y un yogur de pera, todo lo que alguien canijo y enfermo puede desear en una tarde con frío.

El optimismo tenía ya mala cara antes de empezar el partido como consecuencia del día del Udinese. Si la semana pasada, tras lo del Granada, se quedó el pobre en nada, tras lo de Udine la cosa empeoró. Pasada la semana a duras penas, el optimismo, cada vez más miope y con temblores esporádicos, esperaba el partido en casa contra el Mallorca para reverdecer un poco, recuperar el apetito y coger algún kilito. Un partido en casa contra un rival asequible era una buena oportunidad para devolver la ilusión a la grada, conseguir tres puntos y volver a pensar que sería posible hacer algo digno, para variar. Eso sí, fue empezar el partido, escuchar el pitido del árbitro, ver la repetición de la mano de Silvio y cómo entraba el balón en la portería de Courtois tras el penalti y perder de golpe salud y peso.

- ¿Cómo está Vd, optimismo?
- Cuarto y mitad más enfermo
- Vaya por Dios

El optimismo no daba crédito al penalti pitado y tampoco daba crédito a la inoperancia de los nuestros. Antes de empezar el partido, se había alegrado tímidamente tras ver a Adrián junto a Falcao y a Reyes en el banquillo, pero perdió la sonrisa al ver a Mario de capitán y a Tiago de nuevo ocupando la zona derecha del centro del campo. Se compensó algo su depresión al caer que estaban Diego y Turan, que algo es algo, pero se volvió a venir abajo pensando que Assunçao no cuenta y Koke menos. Y recayó al ver que la cosa no funcionaba y que con un árbitro que tampoco ayudaba, ganar parecía poco menos que imposible. Según avanzaba el primer tiempo, el optimismo se iba arrugando como una pasa, consumiéndose poco a poco como esos medios limones que se quedan todo el verano en las neveras de los solteros.

Acababa el primer tiempo y Falcao provocó un penalti que pareció penalti, quizás menos penalti, eso sí, que otro penalti por manos más visibles que la de Silvio. Falcao se acercó al balón con esa confianza que destila y el optimismo miraba con atención. Corrió Falcao, hizo media paradinha, pegó al balón suave y marcó un gol. Alegre, el que suscribe se giró al optimismo esperando una leve mejoría, un poco de brillo en su piel de melón podrido y algo de confianza en la mirada, pero lo que vio fue lo contrario. El optimismo, a pesar del gol, se veía más pequeño, más gris, más arrugado. Por la expresión de su cara, el optimismo se encontraba peor, tenía dolor de cabeza y estaba a punto de una crisis nerviosa.

- ¿Está Vd bien? Le noto peor tras el gol, como con jaqueca … ¿No cree Vd que vayamos a ganar a pesar de haber empatado?
- No, no es eso ... – dijo con vocecita de enfermo terminal - es por Juanma Lillo …

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Salió el Atleti al campo una vez más y, una vez más, no jugó a nada. O sí, quizás jugó a tener el balón y no crear peligro, nueva modalidad futbolística que sirve para que a uno le califiquen de entrenador con buen gusto aunque no se gane casi ningún partido.

El Atleti, tras muchos cambios, rotaciones, pruebas y tests de Cooper salió con dos delanteros y algo parecido a un rombo por detrás. El rombo que pone Manzano es un rombo denominación de origen, un rombo así muy suyo difícil de clasificar hasta por los aficionados barroco-teóricos que siguen la estela de Lillo. En el rombo de Manzano o Manzaniromb® juega Mario de vértice inferior por delante de la defensa, con Tiago a un lado haciendo algo así como de interior, apoyado por Silvio. En la punta del rombo ovoide de Manzano juega Diego, que busca el balón incansablemente e intenta llevarlo hacia delante. A su izquierda, en teoría (sólo en teoría) más cerca de la cal, juega Arda Turan con Filipe Luis Filipe cubriéndole las espaldas. Al menos eso parece en teoría, o a ratos, o en ocasiones. Un sistema así pide un cierto compromiso físico y táctico y la colaboración constante de los laterales, que deberían subir y bajar continuamente para llevar balones idealmente hasta a Falcao, rematador de todo lo que vuele y pase cerca del área. Y hasta aquí, la teoría.

La práctica es más compleja. En el sistema de rombo truncado de Manzano algunos papeles están por definir. Falcao, que debería recibir balones desde las bandas y el centro y rematarlos a puerta, termina por bajar a medio campo a buscarse las habichuelas, en parte aburrido y agotado por el partido estéril y en parte abrumado por su precio desorbitado. Diego, que por su calidad y características debería recibir, crear y pensar, se pasa el partido corriendo de lado a lado pidiendo y recuperando el balón. Mario, que debería frenar avances rivales, recuperar balones, hacer kilómetros y colocar a los compañeros, se pasa el partido andando. Mario anda. Camina. Pasa gran cantidad de tiempo andando, algo poco apropiado para un puesto como el suyo, en el que cuando no se esprinta se trota a cerrar un hueco o se espera flexionado a un rival que encara; esto, por cierto, lo hace mejor Assunçao, que ve los partidos desde el banquillo mientras Mario lleva el brazalete. Tiago, cómodo en su papel asegurado y sin amenazas, trota un poco y recupera fuelle otro poco, dejando a Silvio toda la banda para que suba y baje si sus abductores le dejan. Arda Turan, jugador de calidad y mando como Diego, tiende a irse al centro, hacia delante e incluso hacia la izquierda a asociarse con algún protón disponible cuando la jugada lo requiere, cruzándose a veces con Diego en partes del campo insospechadas, hombre, Vd por aquí, ¿qúe tal, oiga? ¿qué tal su señora? pues cada día más guapa, diga Vd que sí, oiga.

El resultado es un rombo desrombado, un trivote bi-pivotal, un paralelepípedo variable o un puchero templado de enganches, pivotes y volantes de temporada, servido sobre cama de otros puestos indefinibles con nombre rimbombante y cebolla confitada. En otras palabras, un centro del campo complicado de entender, con dos jugadores más estáticos y otros dos más dinámicos, uno que corre a recuperar el balón cuando debería hacer esa misión un tercero y otro que busca como los electrones libres el sitio más cómodo para asociarse, dejando un hueco para un lateral blando que sube poco y, si sube, baja poco también. El resultado ya lo conocen Vds. El Atleti toca, hace paredes, saca el balón jugado hasta medio campo y engorda sus estadísticas de posesión. Para compensar, no tira casi a puerta. No desborda por las bandas, no cuelga balones a la cabeza de Falcao, no tira pases largos a la espalda de los defensas adelantados. Toca y toca en horizontal, cansino a ratos, dejando al rival colocarse con tiempo y comodidad, buscando un chispazo de Diego, Arda o incluso, oh quimera, de Reyes. Es raro que los laterales lleguen al fondo, es raro que se entre por el centro tocando rápido, es común tocar y tocar cerca del área rival sin encontrar hueco por el que colarse. El Atleti intenta hacer un juego de esos que ahora se llaman bonitos, circulando el balón como en los ataques de balonmano, siempre cómodo para el rival por no tener laterales que lleguen ni buenos tiradores de lejos. Para un medio centro con un poco de experiencia y con facilidad para ver el fútbol de cara el Atleti monta ataques cómodos de defender si para a su equipo en su sitio, ni muy lejos ni muy cerca, esperando y esperando el fallo del Atleti para recuperar, o la impaciencia y el pelotazo adelante con ventaja para los defensas que van de cara. No resulta complicado frenar a un equipo así, y así nos frenan. Mejoraría el Atleti si contase con ese olvidado recurso, el coraje y el compromiso, pero mucho es pedir a un equipo de recién llegados con un capitán tibio como la crema de verduras; quizás les vendría bien el visionado ininterrumpido durante veinticuatro horas de los cinco últimos minutos del Gales - Australia, con los galeses empeñados en marcar un ensayo inútil para el marcador pero obligado por el orgullo, ensayo por cierto no celebrado por considerarse parte del deber y no algo de lo que alardear.

El resultado de todo esto es visible. De ocho partidos de liga, el Atleti ha ganado dos. Lleva nueve goles, ocho de ellos marcados en dos partidos. Salvo con el Barça ha encajado pocos goles, pero tampoco llega con claridad a poder marcarlos. Algo similar ocurre en la Europa League, donde no se marcan casi goles. Más grave, no hay idea de a qué se quiere jugar, ni rastro de la apuesta deslumbrante de los primeros partidos de liga en casa. Muchos cambios, pocas ideas claras, mucho de lo que ahora se llaman rotaciones. Algunos canteranos sin minutos, jugadores discutibles con el puesto asegurado en posiciones clave aunque se vea que no funcionan. Un delantero excelente cuando se le surte de balones, desesperado por no oler una. Un par de jugadores dotados para crear corriendo a cubrir huecos y recuperar balones. Dos laterales teóricamente ofensivos que no llegan arriba. Un jugador dotado para destruir y sostener la media sentado en el banquillo componiendo versos. Unos cuantos jóvenes preguntándose si no será mejor irse cedido a otro equipo. Y, lo más claro, 10 puntos de 24 posibles, seis puntos perdidos en casa en cinco partidos, un punto fuera en casa de un recién ascendido.

Y, a ver, que no se nos malinterprete: que optimistas, lo que se dice optimistas, lo seguimos siendo. Eso sí, ya sólo porque queda tiempo para rectificar.

lunes, 17 de octubre de 2011

De comparaciones odiosas y optimismos desmejorados

Sólo los imbéciles, pensarán Vds y seguramente con razón, son capaces de hacer cola un sábado antes de las nueve de la mañana ante un pub cerrado para ver un partido de rugby entre dos equipos que no son los de uno. Probablemente sea cosa de imbéciles, sí, pero el caso es que, como imbéciles y además encantados de parecerlo, el sábado a las 8:45 de la mañana unos cuantos imbéciles formaban una cola absurda en la puerta de un pub irlandés del centro de la capital. Entre esos imbéciles, como casi siempre que hay imbéciles así en grupito, estaba el que suscribe.


Se jugaba Gales la posibilidad de entrar en la final del Mundial de rugby por primera vez en su historia, ahí es nada. Gales, país chiquitito que no es Estado pero sí país, se jugaba acceder a la final del Mundial de su deporte ante Francia, un país con casi veinte veces más habitantes y bastante menos vergüenza torera en lo que va de Mundial, de este Mundial en el que los franceses han renunciado a su estilo e identidad, a jugar con los titulares en los partidos de cruces y a aplicar la lógica a la hora de hacer alineaciones. Gales, que venía jugando el mejor rugby del Mundial hasta la fecha, con un partido memorable ante Sudáfrica y una victoria merecida y bien sudada ante los irlandeses, tenía ocasión de hacer historia con un equipo plagado de jóvenes y algún veterano aportando la experiencia necesaria para los agrupamientos. Sin Priestland, lesionado en el partido contra Irlanda, era Hook el jugador en el que se fijaron los ojos de los aficionados y fue, a la postre, uno de los protagonistas del partido.

Ya desde el principio, la sensación fue que Gales jugaba contra los elementos casi más que contra los de azul. A los doce minutos se lesionaba el Oso Jones, el galés llamado a poner experiencia en la melé, y su imagen, desolado en el banquillo por no poder ayudar a los suyos, es de esas que dicen mucho más que diez mil palabras. Poco después Hook fallaba un golpe de castigo por resbalarse en el último apoyo, dejando sin anotar tres puntos que habrían sido definitivos. Y, lo más grave, a los veinte minutos el árbitro expulsaba a Warburton por un placaje peligroso. Si la expulsión fue excesiva o no es algo que aún se discute en la inmensa mayoría de pubs, cafeterías, colmados, asilos y bingos del planeta entero. En directo, el placaje pareció de amarilla y sin bin y la cara de los asistentes al ver al galés en su banquillo y no en la silla de los castigados fue de sorpresa mayúscula. Los que saben de esto mantienen que el placaje es de roja según las últimas directrices recibidas por los árbitros, los que hemos visto el Mundial no recordamos tanto castigo para situaciones comparables. Sea como fuere, Warburton fue expulsado y llegó la primera gran lección del partido: ni una mala cara, ni una protesta, sólo el reconocimiento posterior del capitán galés de que la culpa, de existir, fue solo suya.

A la expulsión le sucedió una fase en la que Gales se sintió perdedora para, poco a poco, ir dando paso a la luz de la esperanza. Francia, rácana y triste, oscura, traidora a lo suyo y mezquina en el planteamiento, hacía lo justo, lo justito más bien. Sin juego a la mano, con una delantera que no se imponía con la autoridad que podría uno esperar a los galeses a pesar del inmenso Harinordoquy, Francia dejaba crecer en los galeses la llama de la confianza. Las cámaras recogían gritos de ánimo entre los galeses, creed en vosotros, son más débiles de lo que pensáis, somos más fuertes que ellos, más orgullosos, más fuertes. Gales abría el balón más, rompía la línea y ganaba los agrupamientos, jugaba como si tuviera un jugador más, sumando quince los catorce que estaban en el campo gracias a un plus de orgullo y un rival mezquino, la segunda lección de la semifinal.

Ensayó Gales y Mike Phillips, el potente medio melé galés, celebró el ensayo antes de posar el balón. Quizás un jugador más veterano habría renunciado a la celebración buscando acercarse a los palos, quizás un capitán experimentado habría gritado con voz de dragón para empujarle a hacerlo y dejarse de gestitos, quizás un señor con gafas y rebeca y altamente supersticioso no lo habría hecho. Pero Mike Phillips sacó la lengua, señaló a alguien y posó el balón cantando victoria antes de tiempo. Falló Gales la conversión y quedó a un punto, casi sin tiempo para adelantarse al triste rival y posiblemente en ese momento Mike Phillips comprendió algo que ya no olvidará jamás, otra lección en un único partido. Pudo ganar Gales gracias a un larguísimo golpe que intentó transformar Halfpenny desde un sitio parecido al que sí se cobró contra Irlanda. De nuevo jugando contra los elementos, el balón pasó un par de centímetros por debajo del larguero tras volar muchos metros. De llegar media cuarta más arriba el balón habría tocado palo y habría entrado, cerrando un guión parecido al de "Match point" de Woody Allen. Pero ayer no era el día y el guión era otro, era aquél de "llegaron los Sarracenos / y nos molieron a palos / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos".

Los tres o cuatro últimos minutos del partido, con Gales buscando centímetro a centímetro la posibilidad de encontrar una posición propicia para el drop o para la entrada de su línea, son de esos que le hacen a uno querer ver partidos de rugby a todas horas. Un fallo final tras veinticinco agotadoras y dramáticas fases dio la victoria al equipo que peor juego había desplegado y privó de intentarlo una vez más al equipo que, una vez analizado el partido con más frialdad, dejó escapar entre los dedos la posibilidad de ganar y hacer historia por culpa de sus propios errores. Demasiados fallos a palos, un drop a pierna cambiada demasiado arriesgado, drops no jugados en el último suspiro, una conversión difícil por celebrar un ensayo prematuramente ... Gales, inmensa durante el partido, pudo ganar de haber tenido algo más de suerte y algo menos de fatalidad, algo más de experiencia y algo menos de ingenuidad, otra lección de la semifinal. Gales deja el mundial con sensación de poder llegar a ser un equipo enorme en poco tiempo, de citarse con la historia dentro de cuatro años - si los australianos lo permiten - y con el regusto amargo y dulce a la vez de no haber llegado donde debía pese haber peleado como fieras. Gales podrá ser tercera el viernes en una posible final del futuro y volver a casa con la cabeza alta y una cuenta pendiente mientras Francia, pase lo que pase el domingo, debería volver sacudiendo la cabeza, pensando en su lamentable imagen y considerando seriamente afeitarse el bigotito de racanería y mezquindad que ha lucido en el Mundial. Algún jugador francés dijo tras la semifinal que prefería jugar mal y ganar a jugar bien y no pasar; una semana anterior Brian O'Driscoll, capitán de Irlanda y máximo representante de la generación que se fue a casa en cuartos cuando podría, por primera vez, haber apuntado a la final, felicitó a Gales y dijo que le habría gustado ganar el partido, pero que las victorias hay que merecerlas. Ahí quedan ambas declaraciones, lecciones en verde y azul, para que las valore el lector tomando café (cortado).

El domingo, esta vez sin cola previa, jugaban Nueva Zelanda y Australia. Pocos neozelandeses y muchos australianos en el pub, muchos españoles e irlandeses, pocos o ningún francés, una mezcla estupenda. El partido del domingo, un clásico con todas las letras, atrajo menos público por no jugar ningún equipo con parroquia numerosa en Madrid. Si el día anterior los pubs se colapsaban por la asistencia masiva de franceses (no necesariamente aficionados al rugby), los plácidos australianos, educados y con chanclas, llenaron solo a medias el local y lo hicieron con una naturalidad y un saber estar la mar de agradable. Nada que ver con la futbolerizada afición francesa del día anterior, ruidosa y poco entendida en su mayoría, más pendiente de aplaudir los fallos del rival y lanzar sus despectivos gritos de ánimo que de entender de qué va el rugby. Aficiones así son un tormento para el aficionado con canas que empezó a ver rugby cuando las camisetas no tenían publicidad, cuando no había cambios sino en caso de lesión certificada por el médico rival y cuando Ashton, de haber hecho entonces alguna de sus celebraciones, se habría topado al caer con el puño cerrado de un delantero con barriga y malas pulgas impactándole en la cara. El sábado algunos de estos aficionados añejos, franceses y visiblemente abochornados por sus ignorantes pero audaces compatriotas, intentaron poner orden recordando en francés los códigos de las gradas de rugby. Para su esfuerzo en su ingrata misión de intentar amortiguar el bochorno causado por los suyos, todo nuestro agradecimiento y nuestro respeto. On connaît la chanson, merci.

Salieron los All Blacks al campo e hicieron su cada vez más teatral y exagerada haka Kapa O Pango, con Ali Williams en estado de trance rayando el ataque de idiocia. Los australianos, jóvenes y llamados a jugarse mucho el próximo mundial con los galeses, vieron el espectáculo y, a juzgar por lo que pasó luego, se quedaron impactados. Por el campo australiano pasó una marea negra que ríase Vd del Prestige. Con una velocidad imparable los neozelandeses movieron a los australianos de lado a lado del campo sin dar un segundo de tregua, sin perder tiempo en los agrupamientos, abriendo la línea de un lado a otro y vuelta a empezar. Ensayó Nonu tras una sensacional jugada de Dagg, destacadísimo todo el Mundial, y Weepu se encargó de patear. Menos acertado que contra los Pumas, Weepu falló varios golpes; si la duda tuvo intención de abrirse paso en algún momento entre los neozelandeses, llegó Cruden, el jovencísimo apertura que empezó el mundial de vacaciones y terminará siendo titular en la final tras la lesión de Dan Carter y sus sucesores, y echó spray anti-dudas por toda su zona de influencia, pasando de paso las vacilaciones a Cooper. No necesitó mucho más Nueva Zelanda; Australia buscó más maquillar el resultado que ganar el partido y, de nuevo según un guión pero esta vez el que todos habríamos escrito, los All Blacks estarán en la final sin que tengamos la sensación de que hayan sido probados al 100% todavía.



- Muy bien, oiga, todo muy emotivo, pero ... ¿Y el Atleti?

El Atleti, o más bien un sucedáneo del Atleti, jugó en Granada y por ello la afición lo vio, como el rugby, en bares y demás recintos sagrados. Como era de prever, y al contrario que por la mañana, no se vieron muchas colas de gente esperando para coger sitio en pubs, cafeterías, colmados, asilos o bingos para ver bien al Atleti, ni siquiera en Madrid. El interés que despierta el Atleti es cada vez menor y uno se explica que así sea cuando ve tres o cuatro partidos seguidos del equipo: según avanza la temporada, como casi siempre, el Atleti se diluye, se deshace, se va pareciendo más a lo que siempre pareció en los últimos años y menos al aparente espejismo de las primeras jornadas. El Atleti de los partidos de Racing y Sporting y de los veinte últimos minutos de Valencia se antoja ahora un trampantojo, un efecto óptico fruto de la inoperancia de los rivales y de la calidad de algunos de los jugadores nuevos en sus primeros días, aún no contagiados de la apatía general.

Eso sí, fiel a sus promesas, el que suscribe acudió al bar acompañado del cada vez más desmejorado optimismo, su fiel compañero de esta temporada. El optimismo, como bien saben biólogos, botánicos y adivinos, es una especie que necesita ciertas condiciones ambientales para poder desarrollarse. En el caso del optimismo colchonero, éste puede echar raíces, desarrollarse e incluso florecer en una variedad de ecosistemas. En un ambiente de buena planificación deportiva, el optimismo se desarrolla lento pero seguro, buscando la consolidación a largo plazo y sin prisas para así llegar a dar flores; esto es una elucubración meramente teórica de algunos botánicos, dado que nunca se ha producido en los últimos veinte años. Hay otros escenarios, empero, para el desarrollo sano del optimismo rojiblanco. Uno de ellos, la existencia en la plantilla de algún jugador de altura mundial surgido de la cantera o contratado cuando era muy joven, siempre y cuando se abone la situación con los nutrientes necesarios para hacer creer en un equipo creado en torno a éste. También, la inversión racional y lógica de los recursos económicos para crear una plantilla compensada o la contratación de un entrenador con personalidad e ideas claras, poco veleta y dado a plegarse a los deseos del palco y fiel a su propia idea de juego. Incluso la formación de un plantel con la cantera como referencia, en el que se entiendan cuáles son las señas de identidad del club sin necesidad de que las reparta el entrenador en una octavillita, puede fomentar la reproducción del optimismo. En todas estas situaciones y en alguna otra que se nos olvida, el optimismo se pone gordo y rosado y da gusto darle pellizcos en los muslos y cucharadas de potito haciendo el avión.

Enunciado lo anterior, no es de extrañar que esté el optimismo hecho un asco. Verdoso y cetrino, con ojeras oscuras, raquítico y con pelo ralo y sin brillo, el optimismo rojiblanco ha empezado un declive de los gordos. Da casi vergüenza ir al bar con el optimismo en este estado, la verdad, y cuando uno entra con él de la mano y todo lo bien peinado que puede con esos cuatro pelos que le quedan, es inevitable oír a las señoras cuchicheando a espaldas de uno. Ay Dios mío, qué mala pinta tiene ese optimismo, yo creo que ni lo bañan ni nada, no está en buenas manos con ese señor de las gafas con pinta de no saber freír un huevo y comer siempre de latas, así está el pobre, que da asco; camarero, dele a ese pobre optimismo un vaso de leche con colacao y una magdalena de las gordas, a ver si coge lustre.

Salió el Atleti al campo del Granada y casi dio igual quién saliera. Los últimos Atletis que jugaron en Granada eran Atletis grandes que aspiraban a cosas importantes y que mezclaban finos estilistas con guerreros solidarios, tipos capaces de meter goles a pesar de las patadas de Montero Castillo y Aguirre Suárez a sabiendas de que si la cosa se ponía fea habría detrás un Panadero Díaz para igualar fuerzas. El Atleti que salió ayer en Granada era un Atleti triste, con portero cedido, lateral derecho de circunstancias y medio campo sosaina incapaz de hacer frente a un recién ascendido. Un Atleti de delantero aislado y aburrido y de mediapunta desnortado. Un equipo de cerebro desasistido y desconectado, de delantero válido sentado en el banquillo y entrenador miope aportando más bien nada, salvo mandamientos impresos en Verdana caja 14. El Atleti tristón que jugó en Granada no tenía ni talento ni mordiente ni recursos ni torería, no tenía más que hacer que esperar el final del partido evitando algún gol rival y haciendo como que atacaba mientras miraba de reojo el cronómetro, contando los minutos para volver a casita y echarse la siesta.

Salió el Atleti y puso cara de a ver cuánto dura esto, que no nos apetece nada a estas horas. El Atleti que quería el balón los primeros partidos ha dado paso a un Atleti conformista y apático, la antítesis del Gales de la semifinal. El Atleti vio cómo le cabeceaban un balón al palo y siguió a lo suyo, que es poco. Vio como un equipete recién ascendido no sufría y no tenía ni miedo. El Atleti que salió en Granada, como venía apuntando, dejó de querer el balón y dejó de buscar la portería rival dando toques. Se limitó a apagar fuegos con una teterita, a tener el balón por tenerlo y poco más, a dejar el césped lleno de dudas y no sudar, total pa qué, oiga, total pa qué. Total pa qué, si lo hacemos mal nadie dirá nada, nadie montará un pifostio cuando salga el equipo en casa, nadie silbará más que a los débiles, a los torpes y a los que la directiva diga que son antipáticos; nunca silbará nadie a los responsables que no destaquen, así con estar en el pelotón de los del medio, todo bien. Total pa qué, si nadie de arriba nos dirá nada, si nadie vendrá a los entrenamientos ni a los partidos ni a los palcos, que estarán dando vueltas por la M-30 y sólo hablarán dentro de cuatro o cinco meses para lanzar datos económicos incontrastables. Total pa qué, si los buenos se irán y se quedarán los malos, si se fichará un lateral cuando haga falta un portero y un portugués desconocido cuando haga falta subir cuatro canteranos hambrientos de liga. Total pa qué, si luego ganaremos dos partidos a dos petardos y se hablará de racha victoriosa, de Champions, de números como los del Doblete, de estadio cinco estrellas con helipuerto y el maravilloso porvenir de Micael, del que nadie aún sabe nada. Total, pa qué, oiga, total pa qué.

A los galeses del sábado no hizo falta decirles que del campo saldrían exhaustos o lesionados, lo sabían ellos solitos. Tampoco hubo que contarles a los jugadores del Rugby Atleti que hasta el último minuto hay que bajar los hombros y placar rivales, por muy cansado que se esté. Ni hay que decirles a jugadores de miles de equipos de fútbol de barrio que es probable que anden cojeando media semana por las quemaduras que deja la tierra en las heridas. A los del Atleti, qué cosas, parece ser que sí hay que convencerles de todo esto. Se fichó un entrenador con sorprendente buena prensa y fama de psicólogo motivador y al cuarto partido está el equipo hecho unos zorros. En medio de varios partidos de rugby, uno de ellos con una carga emotiva impresionante, da vergüenza ver la actitud del equipo en Granada y da casi vergüenza el fútbol en general. Produce sonrojo la imagen dada ante un recién ascendido y la inoperancia del banquillo. Asombra ver cómo siguen ciertos jugadores en el campo y cómo se recoloca a otros, en ambos casos en perjuicio de otros más jóvenes y más identificados con el club pero sin agente con influencia.

Tras pocos partidos, resultan odiosas ciertas comparaciones y ciertas reflexiones. Y, mientras tanto, el optimismo con salud de tísico, y empeorando.

lunes, 3 de octubre de 2011

Crónica acompañada del Atleti - Sevilla

Desde principio de temporada, ya lo saben Vds, el que suscribe acude al campo acompañado. No es que antes fuera siempre solo ni que prefiera ir por su cuenta, no, pero en los últimos partidos, por imperativo casi legal como los jurantes de la constitución, servidor de Vds va al fútbol con otro, a veces para bien y a veces para mal.



El nuevo compañero de abono era, a principio de temporada, un tipo normal. Ni grande ni pequeño, ni alto ni bajo, ni calvo ni con pelazo. Ni miope ni hipermétrope, ni friolero ni sofocado, ni experto ni novato. Era un tipo normal, normal, de esos difícilmente definibles por carecer de gafas, calva, melena o bigote. Era, eso sí, positivo y con tendencia a ver la botella medio llena, alegre al llegar al campo y alegre también al salir, incluso satisfecho con la higiene de los baños del estadio.

El primer partido no lo vimos en el estadio sino en un bar de Campohermoso, Almería, en el que tenían aire acondicionado correcto, tapas más que respetables y problemas para sintonizar ese canal de televisión con nombre de código para un ataque aéreo, canal-plus-liga-dos. Tras ese partido mi acompañante oficial permaneció relativamente estable en su estado físico, lamentó la falta del transfer del fichaje anunciado a bombo, platillo y música de revista del Paralelo en los marcadores del estadio y se emplazó a sí mismo al siguiente partido para sacar conclusiones.

Tras el partido del Valencia, visto en Mestalla entre gente amabilísima y algún otro de esos que le hacen a uno dar vivas al inventor del Ibuprofeno 600, tampoco cambió. Los últimos veinte minutos, la imagen del equipo, la forma en que Diego movió el ataque y lo ajustado del marcador le dejaron una mejor sensación que al resto, como es natural en él. Ahora bien, lo bueno estaba por llegar. El partido contra el Celtic, y luego contra Racing y Sporting le hicieron mutar. De tipo normal pasó a tipo despampanante, de tener estampa de oficinista pasó a tenerla de decatleta, de entrar en los bares y pasar desapercibido, pasó a ser el blanco de todas las miradas, la comidilla de las señoras con hijas en edad casadera y el líder de la partida de tute. Creció diez centímetros, desarrolló ojos verdes y bronceado natural, se le blanquearon los dientes y desarrolló un talento repentino para contar chistes con salero gaditano. Las tertulias atléticas giraban en torno a su persona, era omnipresente como lo fue en su momento el gol de Alfredo Santaelena, el gol de Vieri, los dos goles de Forlán o el gol de Torres.

Pero llegó el Barça y la cosa se torció, y mi compañero de grada se vio afectado. La forma en que se produjo la derrota, la inexistente presencia del equipo, la sensación de que un equipo como el Barcelona, tan cercano en los buenos tiempos, está ahora a años luz, hizo cierta mella en la autoestima de mi acompañante. Aún así siguió positivo y se aferró a aquello de que esa no era nuestra liga, esa expresión tan boba de la que tanto se habla últimamente, pero las cosas empezaron a cambiar. Perdió brillo en los ojos, perdió brillo en los dientes, perdió brillo en el pelo. Perdió algo de chispa y pasó a contar chistes con laconismo castellano, sin las ráfagas de ingenio sureño de los días anteriores. Aún así, mantuvo el atractivo y la presencia. Hasta el jueves. Viendo al Rennes ya notamos algo raro. Según avanzaba el partido, se marchitaba. Se conformaba, se empequeñecía, su impoluta vestimenta a la moda no le pegaba y, terminado el partido, cuando era visiblemente más bajito y tenía menos pelo, le recomendamos comprarse un polo de mezclilla de esos que llevan los capellanes en verano y un reloj digital para no dar mucho la nota.

El domingo fue aún peor. Se nos está quedando en nada, el pobre optimismo.
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Llegó la afición al campo y hacía un tiempo estupendo, tiempo de julio en octubre y ambiente de torneo de verano con calor, gafas de sol, niños vestidos de rojiblanco y búsqueda urgente de la sombra. El fútbol a las seis es gloria bendita para la afición, de igual forma que lo es el color amarillo para los cadistas. Venía además el Sevilla, ese equipo con el que hay ahora una rivalidad artificial y minoritaria, una rivalidad sobrevenida de golpe y porrazo justito al girar la esquina, como si de buenas a primera uno tuviera como enemigos jurados al gremio de ferreteros o a los naturales de Guardamar del Segura en vez de a los enemigos de toda la vida, esto es, la tuna, los mimos y los hipermétropes.

Entre la alegría general que destilaban los bares se comentaba que había habido algún disturbio en la plaza mayor, alguna pelea y alguna carrera; dentro del campo hubo después algún grito ridículo, algún grito bochornoso y algún grito directamente intolerable y lamentable, uno de esos gritos que a uno le hacen avergonzarse de los suyos, uno de esos gritos que uno no sabe si es mejor reprobar a silbidos o guardar silencio a sabiendas de que aquellos que gritan, como los niños, gustan de repetir veinte veces las cosas que provocan más rechazo. El grito en cuestión, vergonzoso, de pésimo gusto y triste hasta el extremo, es de esos que le hacen a uno verse obligado a pedir perdón por algo que nunca haría, una situación en la que nos vemos con demasiada frecuencia demasiada gente.

Acudió el que suscribe al campo con atuendo veraniego y acompañado, claro está, del optimismo. A la hora del partido, y a pesar de haber comido bien y de que el sol lucía y el campo rebosaba gente sonriente, el optimismo tenía mala cara. Venía ya medio verde, como si hubiera dormido mal o tuviera un problema de hígado, como si le hubiera sentado mal la siesta de veinte minutos previa a la salida hacia el campo o el arroz con pollo del medio día. Llegó el optimismo bajito y con un lamparón en el polo de cura, con las gafas sucias y cara de despiste y la gente que le veía, que recordaban su aspecto rebosante de salud y seguridad en sí mismo de los días anteriores, se daban codazos a su paso y decían ¿es él? y respondían, casi queriendo creer su mentira, no, no es él, es un primo suyo de Villena que se le parece, pero en feo. El aspecto del optimismo no invitaba al optimismo pero uno es muy de cumplir con lo suyo y con el optimismo irá al campo todo el año, aunque sea llevándole en silla de ruedas y con gotero, eso sí, que los pactos son para cumplirlos.

Se sentó la afición en la grada y al optimismo le colgaban los pies en el asiento, de chico que se había quedado. Miró el optimismo al equipo y vio que salía Silvio y se vino un poco arriba, pero vio que salía Godín y levantó un poco las cejas con gesto de no sé yo. Miró luego al centro del campo y tuvo un vaivén de sensaciones que ríase Vd de Quique Flores, otro de aspecto enfermizo. Miró a Mario y dijo uy, miró a Tiago y dijo madre, miró luego a Diego situado por delante, en el centro del centro y se vino un poco arriba y más arriba se vino cuando vio Turan más echado a una banda. El optimismo vio un rombo quizás donde alguno vea un diamante truncado con un falso enganche que pivota libre al atacar pero se rehace en defensa convirtiéndose en mediapunta roma y se puso algo contento. El optimismo es muy de rombo desde los días de Antic, si bien luego piensa en la diferencia entre aquél equipo y los que ahora nos toca sufrir y se vuelve a poner verde, el pobre. Miró hacia delante el optimismo y vio a Falcao y sonrió, aunque luego vio a Reyes a su lado y arrugó la nariz, levantó una ceja, apretó un puño y dijo ya estamos.

Empezó el partido y el optimismo entornaba los ojos buscando señales positivas que le permitieran recuperar algo de salud y algo veía. Veía a Diego buscar el balón y yendo hacia delante, veía a Arda Turan haciendo casi todo con criterio, veía al Sevilla esperando un poco atrás con cara de ojo con estos que nos pueden hacer daño. No veía mucho en el lado rival, tampoco veía demasiado en el lado local pero veía un partido controlado. Vio una ocasión de Reyes que se fue fuera, vio un centro del campo frío y blando pero capaz sorprendentemente de no pasar demasiados apuros durante el primer tiempo y vio cosas que le hicieron pensar que quizás, siguiendo así, las cosas en el segundo tiempo irían mejor. Sin tirar cohetes, el optimismo empezó a recuperar un poco la color de la cara, le entró el apetito y pidió pipas. Se encontraba mejor, no tanto como hacía unas semanas, pero algo mejor sí. No era esa sensación de equipo que sabe jugar a lo que le han pedido que haga de los otros días, ni la ilusión por ver que, finalmente, el Atleti jugaba a algo, pero veía al menos que el equipo no se deshacía a pesar de la marrullería constante del rival, de las pérdidas de tiempo del portero desde el minuto uno y del sorprendente arbitraje, con un protagonista que aparentaba intentar salvar su dignidad a pesar del cachondeíto constante con que le trataba el equipo visitante.

El optimismo, sin embargo, no se relajaba y empezaba a ver cosas que le hacían agarrar el antebrazo del vecino de localidad de vez en cuando con crispación y casi pánico. Veía un centro del campo del Atleti blandito y complaciente, con Tiago y sobre todo Mario en el papel de enfermeras monjiles enfrentadas a Medel, un jugador con mal genio y hechuras de forçado pasado de volumen. Mientras el Sevilla embarraba el partido, el Atleti buscaba un pañuelo y mientras Medel mordía a un rival, Mario le peinaba y le echaba Nenuco, lo que hacía al optimismo pensar que vendrían tiempos más duros si nadie lo remediaba.

Y llegaron. Tras el descanso se adelantó el Sevilla y apretó al Atleti, y el equipo se descosió. La sensación de falta de actitud se fue agravando y, coincidiendo con la desaparición temporal de Turan, la desconexión de Diego y la incapacidad de Reyes para entender de qué va este deporte, el Sevilla se vino arriba. Tras un primer tiempo en el que no pareció buscar nada más que el final del partido y el empate a cero, el Sevilla vio algo de luz y el optimismo se encogió diez centímetros y notó dolor en un oído. Durante veinte o veinticinco minutos el Atleti pasó de tener la sensación de controlar el partido a defenderse a manotazos. Mario, frío y trotón, desconectado del partido y con un punto de displicencia y casi altivez que nadie sabe bien de dónde le puede haber llegado, perdió un balón de esos que no hay que perder a menos que le encañonen a uno con un mosquetón cargado y Manu del Moral, en diez zancadas, se plantó ante Courtois. Courtois, que ya había hecho un paradón un poco antes, dio un pasito atrás como para coger impulso y, quizás cuando se había confiado el rival, salió decidido hacia el delantero que venía corriendo cubriendo todo el espacio que un señor tan grande puede abarcar. Paró el balón Courtois y el optimismo recuperó de sopetón siete centímetros, el brillo en el pelo y las ganas de aplaudir. Sólo la actuación del portero hizo sonreír a la grada, sólo Courtois impidió que la afición se fuera a casa de nuevo orejigacha y tristona.

Quizás gracias al grito de la grada en la parada de Courtois, despertó Turan y pidió el balón. Inoperante la parte baja del centro del campo y poco listo Godín para sacar el balón, Turan la pidió y jugó, apareció ante el compañero en apuros y echó el balón hacia adelante con criterio. Pudo marcar Falcao un balón que tenía que empujar tras buen pase de Reyes y pudo hacerlo también en un contraataque pero desvió Javi Varas. Pudo marcar Reyes en un tiro con rosca al palo que también sacó el portero y el Atleti arreó algo al final, pero sin autoridad ni acierto. Visto lo visto, vista la salida del vestuario en el segundo tiempo y vistas las paradas de Courtois, no parecía demasiado malo el empate a cero, lo que demuestra que las cosas no funcionan.

Terminó el partido y, a esas alturas, el optimismo estaba cerúleo y bajito, con la espalda encorvada y un tic nervioso. Al salir, el que suscribe estuvo tentado de llevarle de la mano para que bajar mejor las escaleras, pero le pareció mal. El optimismo, con cara de conformismo, dijo mientras salía que el equipo volvía a tener la cara de tantos años: incapaz de plantar batalla a los dos de arriba, condenado al empate o como mucho a la victoria ajustada en casa (y al revés fuera) contra los del pelotón de perseguidores (a pesar de no haber ganado casi ningún punto contra ellos en los últimos años) y destinado a elaborar un poco más el juego y alimentar las expectativas de los más positivos contra los equipos de la parte baja. Según pronunció esas palabras perdió un poco de pelo, le salieron gafas más gordas y se hizo más bajito. El optimismo ahí sigue, el hombre, pero necesita urgentemente vitaminas.