lunes, 16 de mayo de 2011

Psico-crónica asombrada del Atleti - Hércules (o "qué cosas tiene la grada, oiga")


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Como imaginan, llegó la afición al campo y salió el Atleti y todas esas cosas que suelen leer Vds por aquí, pobres. Eso sí, nada sobre eso leerán hoy en esta crónica, nada.
- ¿Y eso?
- Pues ya ve Vd, oiga
- ¿No le apetece hablar del partido?
- No, hoy hablaremos de Quique Flores
- ¿Le apetece más eso?
- En absoluto; pero tampoco me apetecía ir ayer al partido y fui, y lo que vi me llamó más la atención que el partido, oiga.
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Acabó el partido y parte de la gente se quedó en la grada. La minoría, sí, pero un grupo importante. Los medios harán cálculos sobre cuántos eran y cuantos no y llegarán a conclusiones precisas y dirán con exactitud cuántos eran los que se quedaron, como hacen con las manifestaciones. El que suscribe vio a los que se quedaron y tiene claro cuántos eran: no eran la mayoría, ni mucho menos, pero no eran cuatro gatos; no eran todos, pero no era ninguno; no eran pocos, ya se lo digo yo: eran muchos.

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Cuando Quique Flores llegó al Atleti, a muchos, al que suscribe el primero, nos sorprendieron sus primeros pasos. Acostumbrados (casi) al tono bravucón y tabernario de Abel, Quique pareció llegar con un discurso comedido y tranquilo. Hablaba, se le entendía, decía lo mal que estaba el equipo y lo mucho que había por hacer: lo que todos veíamos, vaya. Quique llegó a un Atleti lleno de buenos jugadores y también de fallos incomprensibles. Los jugadores, parece, agradecieron el cambio y empezaron a hacerlo un poco mejor. El Atleti iba un poco para arriba y, haciéndolo mal en liga, llegó a la final de Copa (tras un camino sencillo, es cierto) y llegó a la final de la Europa League tras salir de la Champions de mala manera (y con un camino más duro, Valencia y Liverpool incluidos). El Atleti, ya lo saben Vds, ganó la Europa League en Hamburgo frente al Fulham y ganó unos meses después la Supercopa de Europa en Mónaco frente al Inter; de ambos partidos, así como del de Barcelona, nos acordaremos siempre. Hasta ahí, el período bueno y bonito de la historia.


Hasta el partido del Inter, el Atleti parecía ir a más. El equipo había sido solvente en Europa y ahí se podía cantar la alineación de carrerilla, sin miedo a equivocarse. En liga era otro cantar, y la llegada de Tiago, buena en un inicio, no pareció tan positiva tras un tiempo. Se fue Maxi dado que Quique contaba más con Reyes, y lo hizo por la puerta de atrás, como se van tantos jugadores del Atleti, normalmente los jugadores que se irían despedidos con honores de capitán de otros equipos. ¿Qué responsabilidad tuvo Quique en todo eso? No lo sabremos a ciencia cierta, sólo los medios se atreverían a dar una cifra exacta, como en las manifestaciones. Quique tuvo sin duda parte de responsabilidad de lo bueno que pasó. Con Quique, gracias a él completamente o quizás no tanto, el equipo dio la sensación de equipo, de grupo, de gente con ganas de ayudar al compañero y de intentar conseguir algo juntos. Parte de esa responsabilidad la tendría Quique, sí; tanta, por cierto, como los jugadores, en especial alguno que metió cuatro goles entre la semifinal y la final. Decir que ni uno ni otro tuvieron nada que ver con el éxito habría sido temerario entonces; decirlo ahora, visto lo visto, claramente ridículo.

El Atleti ganó al Sporting en el primer partido de liga y las cosas parecían diferentes. Aquellos que habíamos visto todos los partidos del año anterior sabíamos, y lo decíamos, que el triunfal sprint final del 2010 había sido fruto de varias casualidades, carambolas y coincidencias; aún así, parecía que al final del año se había conseguido armar un equipo y se había reforzado bien la defensa, el talón de Aquiles del grupo. La cosa no tenía mala pinta.

Y aquí, con un equipo hecho, apareció Quique en su peor versión, aquella de la que nos habían hablado los aficionados del Valencia y exactamente en el mismo momento en el que estos nos advirtieron, en la segunda temporada. El equipo hecho que jugó en Mónaco empezó a bailar y, con el baile, a deshacerse. La defensa, para la que habían venido refuerzos, formaba con jugadores que en teoría iban a ser suplentes. Domínguez, la sensación de la temporada anterior, empezó a desaparecer; Perea, el llamado a ser suplente de centrales o lateral derecho, era titular siempre. Filipe Luis Filipe, éste por su culpa, no funcionaba y el resto de la línea de atrás se iba cambiando día a día. Valera jugaba dos partidos de titular (sorprendentemente) y veía diez desde la grada, Godín tenía apendicitis y se venía abajo, Ujfalusi dudaba tras ser señalado como un monstruo por la prensa, tras una entrada dura (y en opinión del que suscribe, no voluntaria) a Messi y Antonio López ni contaba.

En la media pasó otro tanto. Assunçao, puntal del equipo campeón de Europa League, desapareció mediada la temporada y sólo salió ayer al campo, no sabemos si para recibir los aplausos de los suyos o para que el entrenador luciera magnanimidad. Antes había aparecido y desaparecido Fran Mérida asumiendo la indefinible misión de Jurado el año antes; meses después, nadie sabe bien qué ha sido de él. Mario Suárez había perdido y ganado suplencias y titularidades y Tiago no daba el resultado esperado. Raúl García, voluntarioso, impreciso y señalado por la grada, se cavaba su propia tumba y a ello contribuía Quique poniéndole de interior derecho, de medio centro y de tercer pivote según el día, cambiándole tras un fallo para que el público le silbara a gusto. Llegó Elías y nadie entendió bien para qué, llegó Juanfran y salió de titular horas después de su presentación para luego desaparecer durante semanas. Tras los dos refuerzos, teóricamente pedidos por Quique, irrumpió Koke y dejó a la dirección técnica aún más cuestionada, si era posible. El Atleti no repetía alineación nunca, y si los cambios en defensa o ataque respondían a veces a motivos claros, el baile de la media, sobre todo del centro del centro, no tenía explicación alguna.

En la delantera, donde cualquier entrenador habría tenido claro qué hacer, Quique rizó el rizo. Mantuvo a Agüero todo el año, como no podría ser de otra forma, y terminó la temporada sentando a Forlán para poner a Diego Costa. Como lo oyen, oiga, a Diego Costa ni más ni menos. Forlán, que venía haciendo un año malo, fue señalado públicamente: Forlán es un mal bicho, Forlán es un jeta, Forlán es mala persona y le da igual todo, es un mercenario sin sentimientos. No como yo, venía a decir ya de paso Quique; Quique, jugador de pasado rival y odioso, ex entrenador del Valencia tras una mala relación con jugadores, público y club, ex entrenador prematuramente del Benfica tras una mala temporada y mala relación con los jugadores, ex entrenador del Getafe, ese Quique, hacía apología del atleticismo y la gente se lo creía y ponía la mano por él en el fuego. Quique no supo manejar una plantilla pero sí, tribunero, a una grada desquiciada que, irónicamente, puede que le recuerde más por el despliegue de canteranos de ayer que por el errático año entero.

Tras setenta y tantas alineaciones en setenta y tantos partidos, con el equipo eliminado de Copa y de Europa (de manera lastimosa) y deambulando muy por debajo de los objetivos de principio de temporada, Quique seguía intentando sentar cátedra. Hablaba con esdrújulas en las ruedas de prensa y hacía populismo del barato cuando hablaba de la afición. Se peleaba con un jugador del Espanyol con maneras de chulo de los futbolines y al día siguiente salía, solemne, a hablarnos de sensaciones y recuperaciones psicológicas. Se autoproclamaba clarividente, hablaba de la complejidad de sus problemas con la plantilla con tono de que sólo él y los que tan inteligentes como él fueran podrían entender el profundo fondo de sus palabras esdrújulas.

Quique, el ahora idolatrado, dijo que el Atleti tendría que esperar cuarenta años para volver a vivir lo que él le había traído. Dijo que el Atleti era un equipo "históricamente poco recio en lo defensivo", como si eso fuera cierto y como si, de serlo, le exculpara de sus fracasos. Quique no hacía jugar al equipo más que a ser una caricatura del equipo que diseñó Aguirre y quedaba lejos de los objetivos poco ambiciosos marcados por la directiva; aún así, nunca pidió perdón por lo mal que jugaba el equipo, por fomentar la esquizofrenia de la grada manteniendo jugadores criticados sin defenderles, por señalar jugadores jóvenes tras un fallo, por echar a perder a jugadores históricos por no saber entenderles.

Nunca oímos a Quique defender más que a Quique, y sí le escuchamos señalando, de palabra o de hecho, a jugadores de su plantilla. Nunca oímos a Quique levantando la voz contra la errática política deportiva del Club, ni protestando por la venta de jugadores con los que contaba como titulares, pero sí le vimos defenestrar canteranos y echar a los leones a jugadores honrados. Con Forlán llegó la caricatura de la caricatura y Quique se permitió señalar a un jugador de su categoría como responsable de derrotas en partidos en los que casi no había jugado, dejándole finalmente en la grada en su último partido, en una maniobra mezquina sin precedentes.

Quique, en fin, cogió un equipo en mala situación y lo subió hasta ganar unos títulos que cada vez nos parecen más fruto de la casualidad; conseguido el logro, en vez de continuar con la labor iniciada, parece que el ego de Quique tomó el mando del vestuario. Quique, cuerpo de peso mosca con ego de peso pesado, decidió y decidió y la casita que empezaba a parecer de ladrillo derribó. Laminó a los jugadores que destacaban, quizás por ser una amenaza a su propio deseo de leyenda. Cambió jugadores a capricho, mantuvo un esquema táctico que no funcionaba y no aportó ni una variante al equipo de siempre. Confundió a los nuevos y a los veteranos, desorientó al banquillo y volvió locos a los titulares, evitó repetir alineación y creyó tapar sus carencias con un discurso vacío y barroco. El Atleti termina séptimo, eliminado de todo a las primeras de cambio y entra en Europa únicamente por una nueva carambola, un fracaso en una temporada en la que entre Godín, Filipe Luis Filipe, Juanfran, Elías y algún otro, ninguno titular indiscutible, se han gastado cuarenta millones de Euros como cuarenta millones de soles.

Y, aún así, la grada despidió a Quique como a los grandes, con canción propia y petición de salida a los medios. Bueno, como a los grandes no, que a algunos grandes se les ha llamado cojo o mercenario, se les ha ignorado en su adiós, se les ha silbado o nunca, nunca más se ha cantado su canción en el estadio. Quique, no acertamos o no queremos saber por qué, tiene el privilegio de los históricos de la casa a pesar de venir de la casa del lado tóxico de la ciudad, y goza del cariño precisamente de los más inflexibles en este punto.

Hay cosas que uno, por más que quiera, ni entiende ahora ni entenderá nunca.
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PS: Adjunto, para su información, un informe médico de interés.

Perfil psicológico del Quique Sánchez Flores, por el Dr. John A. Zoidberg (Ph. D.)




Paciente: Enrique Sánchez-Flores, aka Quique Flores, QSF, Quique
Patología: Sin determinar
Asunto: Perfil Psicológico

1. Estado general y complexión física

El paciente es delgado y pequeño, enjuto y en ocasiones demacrado. Su complexión es de tipo leptosomático (y no atlético, como requeriría el cargo) por lo que presenta un físico liviano, pequeño, ligerito, con aspecto de suricata sudafricana adulta (suricata suricatta); es, en definitiva, lo que en la escuela de Mannheim vienen llamado un "poca-cosa". Esta característica física, muy adecuada para ciertos deportes de fondo y para dormir bien en los aviones, tiene como contrapartida una falta general de defensas contra microbios bien comidos y/o bacterias fuertotas, lo que conlleva una propensión importante hacia el catarro y la mala cara. Así lo demuestra su aspecto normalmente demacrado, ojeras marcadas, cara de haber pasado mala noche y necesidad imperiosa de llevar bufanda incluso cuando la temperatura ambiente no es baja.

2. Perfil Psicológico

El paciente, en adelante QSF, muestra una personalidad compleja e insegura. Al estar dotado de un ego mayor que el que su liviana osamenta puede transportar cómodamente, su estabilidad emocional es cambiante y caprichosa, condición característica de los sujetos con los que comparte perfil.

Inicialmente tímido, y quizás físicamente intimidado por tener hechuras de peso pluma, el paciente tiene propensión a entrar en los sitios desconocidos sin hacer demasiado ruido; en un primer momento habla bajo y con cierta propiedad, gusta de escuchar a todos y de prometer trabajo y no resultados, sugiriendo que él pondrá todo de su parte pero que no tiene tanta seguridad en sí mismo como para anticipar éxitos; de esta forma crea confianza en los que le reciben, al no percibirle como una amenaza sino como un tipo humilde. Durante esta fase, además, no rehúye el consejo del más experto, no promete más que lo que el más bajo de los perfiles podría prometer y contribuye a la estabilidad del grupo al que se une por no ver sus miembros amenaza en él para ninguna de sus características fundamentales. Trata de ser, en definitiva, uno más, un compañero, el tipo que vino a ayudar y no a mandar. En esta primera imagen discreta y prudente basa su éxito a corto plazo.

Sin embargo, la consecución de un éxito rápido (no necesariamente atribuible a su pericia o buen sentido) puede cambiar rápidamente su actitud, su personalidad e incluso su percepción de las cosas. La timidez y sentido del grupo de los primeros días puede dar lugar a todo lo contrario tras un primer éxito: de la discreción podrá pasar a la altanería, de la timidez a la chulería, de la inseguridad y la prudencia a la agresividad y la soberbia. Este síndrome es también común en algunos políticos que, eufóricos por una primera legislatura de éxito gracias a sus prudentes decisiones, deciden tras su reelección prescindir de todo consejero y asesor en la segunda, llevando al desastre a sus votantes y al pueblo en general. De igual manera, la personalidad de QSF puede verse transformada por el éxito y, viendo gigantes donde sólo hay molinos, tomar decisiones absurdas a ojos del resto de los mortales basadas únicamente en su envalentonada - y desenfocada - visión de la realidad, distorsionada tras el punto de lana de la bufanda con la que tapa su cara a todas horas.

En esta segunda fase, los individuos que comparten perfil psicológico con el paciente tienden a hacer lo contrario de lo que la lógica indica, movidos por el deseo de parecer más listos que el resto y más avanzados que expertos y gurús. Durante esta fase suelen fijarse, incluso físicamente, en modelos de comportamiento que destacan por su inteligencia, personalidad y tendencia a ir contra corriente: en el caso que nos ocupa, en los meses pasados los experimentos han mostrado una obsesión por mimetizar el aspecto físico del paciente en un ser que compartiría rasgos y estilo en el vestir con el Dr House, Pep Guardiola e incluso un entrenador portugués aficionado a las ruedas de prensa, cuyo nombre no nos es permitido repetir gracias al juramento hipocrático.

En efecto, el aspecto del paciente ha ido evolucionado hasta convertirse en un personaje híbrido de los anteriores, caracterizado, como si fuera un disfraz, por una barbita de tres días, jersey de pico (hasta en agosto), traje entallado y corbata fina. El personaje alojado en el cuerpo del paciente completaba su pensado look con intervenciones crípticas en rueda de prensa, pensadas para que le revistieran de un halo de supuesta inteligencia y sofisticación, basando sus discursos en expresiones rebuscadas, palabras esdrújulas, supuestos análisis psicológicos complejos de situaciones fácilmente explicables por cualquier medio normal y empleo de una palabra-estandarte: "sensaciones".

Durante la fase más aguda del delirio de soberbia por el que los pacientes de este tipo clínico pasan, tienden a despedir colaboradores cercanos que cimentaron su éxito, gustan de enfrentarse con los elementos más valiosos de sus equipos y a hacer de menos a los que más contribuyen. A pesar de - o precisamente por - la intoxicación de éxito, no adquieren la seguridad en sí mismos que requiere la templanza y toman decisiones extremas a diestro y siniestro, con una característica común: nunca se enfrentan con el superior y suelen cebarse con los más jóvenes, los más impopulares, los sujetos con menos personalidad y los que carecen de galones en el grupo para defenderse solos. Serán crueles con los más débiles y sumisos con los más poderosos, aunque estos últimos tomen decisiones contrarias a sus propios intereses, que nunca discutirán por no buscarse un problema. Incapaces además de reírse de ellos mismos, no aceptarán la crítica a su gestión, a sus discursos o a sus pulóvers.

Cuando, por vicisitudes de la vida, tienen que enfrentarse a un sujeto con la suficiente personalidad como para hacerles frente, agudizan el ingenio. Los sujetos pertenecientes a este tipo psicológico son rebuscados y, muy en el fondo, conscientes de sus limitaciones; quizás por eso pueden no ser muy inteligentes pero sí pueden ser listos a la manera del gato callejero o del zorro roba-gallinas. No emprenderían una empresa complicada sin ayuda de terceros, no se moverán sin preparar el terreno antes. Buscarán ayuda externa, incluso mediante argucias, para deteriorar la situación del rival antes de empezar la pelea, y sólo cuando le vea herido por los demás factores tomará la iniciativa y el protagonismo en el ataque. En el caso del paciente, hombre público por su profesión, buscará el apoyo de prensa y público. El favor de la primera lo buscará por medio de entrevistas, declaraciones llamativas y ruedas de prensa llenas de sensaciones de cuatro o más sílabas; el del segundo, por medio de un populismo extremo, piropeando a aquéllos cuyo favor busca, dando grandes muestras públicas de amor por unos colores (a pesar de venir precisamente de los contrarios), abandonando temporalmente su discurso esdrújulo y redicho para utilizar expresiones supuestamente coloquiales - como la muy infrecuente "jodidamente"- para acercarse así al sentir de la grada. Algún especímen estudiado en la Universidad de Tübinga, Alemania, ha llegado, para ello, a pegarse con un señor del Espanyol.

Diagnóstico: Síndrome de Kasper-Jacobssen o Mal del Inseguro Chungo.

Tratamiento: Paciencia extrema. Desdén, acompañado de risilla de medio lado cuando el paciente diga algo que él mismo estima muy solemne. Prohibición del uso del jersey de pico y de la palabra "sensaciones".

Recomendaciones: Alejarse de él lo antes posible cuando entre, tras un éxito, en la fase de egolatría aguda. Si lo anterior falla, la escuela tradicional-continuísta austríaca, y en concreto el Dr Helmut Haussagen-de-Vega, recomienda el corte de mangas.
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domingo, 8 de mayo de 2011

De la asombrosa indiferencia que produce un mamarracho

El Atleti volvió a pegar un petardo sonado e hizo el ridículo ante la sorprendente indiferencia de la afición. Pero esta semana nos contarán que el sueño de la Champions es aún posible si pasa un cometa en buen momento, y tan contentos.


Una nota para la reflexión: hacia el minuto 25 Diego Costa, ese jugador entre lo inclasificable y lo desesperante, forcejea con su marcador cerca de la banda, a pocos metros del corner en el que se posan el ramo de flores de Pantic, una de las pocas tradiciones bonitas que se respetan en el Calderón. Diego Costa, jugador con poco aspecto de científico reflexivo y dado a entrar en cualquier provocación absurda sin pensárselo demasiado, se apoya sobre el defensor, empuja, recibe un empujón y suelta un codo. El defensor encaja un golpe y, fiel a la alabada tendencia moderna de buscar problemas al rival simulando problemas en los pómulos, exagera, se tapa la cara, se tira al suelo y hace gestos de haber sido mordido por una cobra real. Se para el juego, se empujan los jugadores, se conducen los profesionales a los que la camiseta trae al pairo con aires de pelea de bar por el turno en la máquina de dardos. Todo da bastante vergüenza ajena: la falta de inteligencia de Diego Costa, la exageración del rival, la traca final del resto de jugadores empujándose como niños chicos, mirando de reojo al árbitro.

¿Qué hace el público ante el esperpento? ¿Se sonroja? ¿Se gira a los niños a decirles que, hagas lo que hagas en la vida, no muestres nunca ese nivel de idiocia en público? ¿Afea a su propio jugador el tener el seso de un calabacín? ¿Reclama a unos y a otros que se dejen de hacer el imbécil y se dediquen a jugar al fútbol, que es para lo que cobran y para lo que la gente ha pagado una pasta? Nada de eso, oiga. El público se arranca, en un arrebato de furia que otras ocasiones en las que no pasa absolutamente nada tendría justificación, y se pone a gritar. "Pu-tá Malagá, Putá Má-lagá", grita gran parte de la educadísima afición colchonera, que comparte su afición por gritar improperios contra equipos chicos contra los que el Atleti nunca tuvo nada con esa querencia general a cambiar los acentos para facilitar la rima, a cambiar Málaga por Malagá, Sevilla por Sevillá y, en breve, Almería por Almeriá, Ávila por Avilá. Ante el asombro de los cada vez menos numerosos aficionados que consideran que no hay por qué faltarle al respeto a todo el que pasa por el Calderón cada vez que el Atleti hace el ridículo, la grada riza el rizo. "Asegún-dá, asegún-dá", grita ahora la grada ofendidísima, y no es ya el grupo de los más radicales, sino que se levantan por las tribunas señores con gafas y cara de comer los domingos en casa de su suegra de muy mala gana, padres que llevan de la mano a sus niños - a los que luego afearán que éstos forren a tortas a sus primos más pequeños, ante la incredulidad de los amonestados -, jóvenes alicorados con carísimas camisetas de equipos extranjeros por los que sienten la veneración que los pobres sienten hacia las top models. "Asegún-dá", grita la afición con su tradicional dislexia acentual, intentando así humillar a un equipo, el Málaga, al que con sus gritos acaba de convertir en rival histórico, candidato a derbi, a clásico chico, a partido de alto riesgo sin que nadie con dos dedos de frente entienda por qué. Yo, qué quieren que les diga, he dejado de intentar entender las cosas y ahora me centro únicamente en intentar contener la arcada.
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Era sábado y había salido el sol tras una mañana escocesa y se jugaba el Atleti el poder entrar cómodo en Europa la temporada que viene y alcanzar el quinto puesto, ahí es nada, oiga. Quintos, casi nada, motivo casi para ir a Neptuno, casi para ponerle al niño el nombre del santo de la señalada fecha, casi para celebrar la efeméride con desfile militar y sobrevuelo de la patrulla Águila sobre la derruida fábrica de Mahou. La afición, feliz y motivadísima por la posibilidad de vivir el día histórico en el que el según-dicen-los-mayores tercer Club de España se quedaría a un único puesto de la Champions League (léase "el sueño de la Champions", según el libro de estilo del periodismo deportivo moderno) se acercó al estadio feliz y contenta. Tanta era la felicidad general que el estadio se llenó de chicas con pelucas de colores y celebraciones de despedidas de soltera, que era algo que antes se celebraba en boites y salas de fiestas previa visita a un piano-bar o disco-pub y ahora se celebran en el Calderón, algo que debería hacer reflexionar a los responsables de márketing del Club por si merece la pena eliminar los partidos y poner en el círculo central una gran bola de espejo y camareros con pajarita. El Calderón, diremos por resumir, era lo que se llama una fiesta, la gran fiesta del fútbol, llamada también la gran fiesta de los cojones por algunos aficionados más veteranos.

Salió el Atleti entre las miradas de orgullo de los visionarios que acertaron la alineación del iluminado entrenador local y salió el Málaga a su vera. El Málaga venía como víctima propicia de una antigua maldición (hemos de ganar el pan con el propio sudor), pero fue el Atleti el que sudó aunque nunca hizo nada. El Atleti, por ir directo al grano, hizo un partido infame, un partido ridículo, un mamarracho de partido. Al Atleti le superó el Málaga en defensa, en el medio y en ataque: recibió tres goles y tiró un par de veces a puerta, jugó con la defensa que muchos pensábamos que más garantías daba y se vio desbordado una y otra vez por dos delanteros de los que la grada del Calderón desprecia, perdió el medio del campo gracias a un excelente partido de un jugador que no contaba para Quique Flores y que se merendó sin muchos problemas a los que el año pasado le quitaron el puesto y únicamente tuvo un jugador, Agüero una vez más, que mostraba síntomas de entender de qué va este deporte. ¿Acabó el partido en bronca monumental, lanzamiento de almohadillas, protesta masiva del público y amenazas de tirar al río a la plantilla en pleno, el cuerpo técnico, el consejo de administración, la abochornante mascota de peluche, el cuerpo de seguridad COS y los encargados del catering? No, oiga, no: desde la grada se escucharon sólo gritos de asengún-dá, asegún-dá, se escuchó una cancioncita laudatoria del infame entrenador que ha convertido el equipo en un desprósito justificado con esdrújulas y discursos pseudo-psicológicos y se asistió al abandono general en silencio en el minuto 84, tras el tercer gol del visitante para el que se deseaba el descenso.

Yendo por partes, si es que se puede diseccionar un mamarracho monolítico, diremos que la defensa estuvo mal. Se lesionó Perea en una carrera y la grada se alegró, pensando que la ausencia del colombiano que tantas risotadas levanta convertiría a la defensa en una línea inexpugnable. Se fue el colombiano y, no por su ausencia pero sí coincidiendo con ella o quizás al revés, la defensa encajó tres goles y en ningún momento dio la sensación de poder ni con Batista ni con Rondón. Godín mostró una vez más que es la sombra del jugador que apuntaba ser al principio de temporada, antes de su apendicitis y de sus entradas y salidas del equipo titular; Domínguez dio muestras de despiste y Ujfalusi dio muestras de agotamiento, mientras que Filipe Luis Filipe dio, una vez más, muestras de que le queda aún mucho tiempo para recuperar el físico, la confianza y las ganas de aportar. Hasta De Gea dio muestras de aquello sobre lo que mejor no dar muestras.

En el centro, el naufragio fue general y preocupante. Raúl García estuvo de nuevo mal, lo que unido a que la grada no le perdona media y aprovecha cualquier resbalón para pitarle, aconsejaría no volver a sacarle al menos en el Calderón. Mario Suárez, entonado en sus últimos partidos, estuvo entre mal y muy mal; una de sus virtudes, la frialdad, es también su mayor defecto cuando los partidos no requieren sólo sangre fría sino correr y chocar. Blandito, lento de ideas y desconectado de los de detrás, delante y los lados, hizo un partido lamentable que llamó más la atención al ser Camacho, el medio centro que dejó el año pasado el club para dar cabida a Mario, el pilar de la media rival. En las alas salieron Elías y Reyes. Elías volvió a hacer un partido de esos suyos en los que nadie que le siga cinco minutos seguidos acertaría a decir de qué juega, de qué puede jugar, de qué le gustaría jugar o cómo podría jugar. Elías aparece aquí, allá, se va al centro, se va más a una banda y casi nunca coincide el lugar en el que está con aquél en el que debería estar. Para disimular el mal partido de Elías, Reyes, gran compañero, lo hizo aún peor. Limitó sus aportaciones a ese fútbol infantil de conducción de balón por todo el campo para luego no hacer nada, ese fútbol que irrita a los que más saben de esto y tanto gusta, sin embargo, en la grada del Calderón, que aplaude a Reyes cada vez que corre con el balón mirando al suelo, dejando atras rivales confiados en que acabará chocando con una farola. Quizás para ayudar a los incapaces interiores del equipo, el terreno de juego del Calderón se estrecha poco a poco según avanza la temporada (posiblemente siguiendo indicaciones del redicho técnico del jerseicito) y si esto sigue así el último partido de liga se jugará en algo parecido a la recta de 100 metros de una pista de atletismo, el equipo abandonará el 4-4-2 para presentar un dibujo en fila india y el portero rival se verá obligado a defender los corners que vienen desde su derecha en el fondo Sur sujetando con una mano las rosas de Pantic, cual ganador de etapa del Giro.

En la delantera, Agüero lo intentó y se desesperó en varias ocasiones al comprobar que cada vez que controlaba un balón el compañero más cercano estaba a treinta metros. El compañero más cercano muchas veces fue Diego Costa, Juan Trick, o Gato de Lagarto, el hombre que va camino de sacarle más partido a su partido de Pamplona que cierta starlette a su boda con Jesulín. Diego Costa estuvo espeso, transmitió en todo momento esa sensación tan suya de recién levantado de siesta de sofá y no aportó nada sensato. A los pocos minutos apuntaba a la expulsión, un rato más tarde apuntaba a la lesión por dejarse caer a cada contacto y al final del partido hubo quien mostró ganas de apuntarle al paro hoy mismo. Salió al final Forlán y no aportó mucho más que un tiro magistral de falta y un par de tiros de lejos, mucho más por cierto que el resto del equipo en todo el partido. Pero lo de Forlán, ya lo saben Vds, está finiquitado porque es un vago redomado y una mala persona, que lo han dicho el As y el Marca, así que no hay más que hablar, oiga.

El Málaga, un equipo casi en descenso, fue mejor en todo momento al Atleti, le tuvo en su campo casi todo el partido y le metió tres goles. Sólo en un rato del segundo tiempo, ante la sorprendente reacción festiva de la grada, decidió el Málaga dejarle el control al Atleti y éste se sintió cómodo jugando en horizontal, sin hacer nada de provecho y dejando de paso a la vista de todos su poca inteligencia como equipo para leer los partidos. Tras esta frase se esconde, sepultado bajo un montón de pentasílabas esdrújulas, el entrenador del equipo. Quique Flores, historiador y estilista, compareció tras un nueva nueva derrota táctica contra su elegante rival de ayer y tuvo los arrestos de decir en rueda de prensa que el Atleti no es un equipo históricamente recio en defensa, culpando quizás a la historia de su despropósito constante. Quique tuvo suerte de que Arteche, jugador históricamente poco recio y poco defensivo, anduviera ocupado tocando la lira y charlando con Dirceu y no acudiera a la rueda de prensa. Tuvo suerte de que Griffa, jugador defensivo históricamente poco recio estuviera en Argentina junto con otro poco recio, Panadero Díaz, y que Capón, otro histórico poco recio, tenga demasiada categoría como para remangarse, entrar en la sala de prensa y ponerse a tirar sillas. De no haber coincidido todas estas circunstancias, quizás tras pronunciar la frasecita de marras las sensaciones de nuestros sensitivo entrenador esta vez estarían más cerca de la sensación de ojo morado que de la clásica buena sensación marca de la casa.

El Atleti perdió en casa contra un equipo teóricamente menor que en todo momento fue mejor y más grande. El Atleti quizás acabe entrando en Europa en una vergonzante séptima posición y quizás lo haga entre gritos de asegún-dá asegún-dá contra rivales que luego le peinan a raya, o entre entusiastas cánticos a favor de un entrenador sin norte ni memoria, o entre pelucas de colores y participantes en despedidas de soltera metiendo billetes de diez euros en el elástico de los pantalones de los jugadores. Lo que cada vez parece más improbable es que lo haga entre gritos de furia de la afición, entre reivindicaciones mayoritarias, entre la reclamación general de dignidad al palco. La huída masiva y silenciosa de la grada tras el tercer gol y la constatación del mamarracho de ayer fue la confirmación de que la inmensa mayoría de la afición le trae al pairo todo lo que no sea insultar al rival que se juega el descenso y cambiar la acentuación de las sílabas finales de los nombres de las capitales de provincia. Así, entre nosotros: hay días que esto no hay quien lo aguante.