lunes, 31 de enero de 2011

Crónica vacía (y cíclica) del Atleti - Athletic


Salió la gente del campo con la sensación de haber vivido algo ya vivido, quizás esperado, quizás previsible, incluso temido. El Atleti acababa de perder contra el Athletic de Bilbao bajo un aguacero, como aquella vez del partido suspendido y reiniciado de la que no queremos acordarnos. Había vuelto a pinchar en mal momento durante el mes de enero, un año más, como tantos años. Había hecho un mal partido, había perdido un jugador por una torpeza, había dejado ver sus vergüenzas una vez más esta temporada. Había habido una reacción contraria al palco desde la grada, se había echado en cara a la directiva su curiosa forma de ganarse los bonus y se había silbado a los jugadores, sobre todo a uno. Eso sí, esta vez no se había increpado al entrenador ni se había pedido su dimisión, la gente se saltó un peldaño y directamente gritó contra el palco. No mucho, pero algo. No todos, pero la mayoría. No hasta perder la voz, pero sí un poco.

El Atleti venía de perder contra el otro equipo grande de la capital sin presentar batalla y contra el Sporting de Gijón casi sin poder presentarla. Volvía a casa a intentar demostrar que el objetivo de jugar Champions no era una milonga, con la oportunidad de dejar claro a un rival potencial que por muy mal que esté el equipo, ya ganó 0-1 en la primera vuelta y volvería a ganar en casa. Y no fue así, ya lo saben Vds. El Atleti perdió y fue incapaz de ganar, decisiones arbitrales aparte. Salió con un equipo raro con poca sensación de poder jugar al fútbol que luego lo dejó claro, decisiones técnicas aparte. Sacó un centro del campo con tres jugadores más bien defensivos, capaces en teoría de abrochar el juego en el centro, y no valió de nada: un tipo solo, Javi Martínez, se los comió a todos con tranquilidad, sin correr demasiado, con un poco de ayuda de Muniaín e Iraola. No hizo ni falta Llorente, relajado, casi apático, sin demasiado trabajo ni ganas de hacerlo. El discutidísimo Perea, central llamado a ser lateral suplente a principio de temporada y único elemento de la defensa que no rota y siempre es titular, hizo un penalti, fue expulsado y ahí acabó todo. Ahí y cuando Elías, cambiado tras la expulsión de semi-interior izquierdo a lateral derecho, levantó la mano sin banderín y dejó rematar a un rival sin demasiado problema.

Pero lo triste, lo verdaderamente triste de todo esto, es que da exactamente igual. Qué más da ya que Quique volviera a dejar a Domínguez, titular indiscutible durante todo el triunfal año pasado, en la caseta. Para qué vamos a comentar, si no es para pasar el rato, esas manías del entrenador de hacer jugar a un teórico suplente cinco partidos seguidos de titular para luego, sin explicaciones, dejarle fuera de la convocatoria. Para qué hablar de si Ujfalusi está mareado con tanto cambio del centro al lateral de la defensa, de si Mario Suárez debe preguntarse qué ha hecho mal ahora, de si lo mejor para Raúl García sería irse a otro equipo y no dejarse ver más por el Calderón, donde no se agradece nada de lo que hace o haya hecho en el pasado. Para qué hablar de la decepción que nos supone el rendimiento de Filipe Luis Filipe. Para qué hablar de la supuesta desidia de Forlán, sambenito que pende de su número siete haga el partido que haga, que siempre acabará en pitada monumental de ahora en adelante. Para qué.

Porque el problema, todos lo sabemos, es mucho más profundo y más antiguo, está perfectamente identificado y estamos hartos de hablar de él. Todo lo escribible sobre el tema ya se ha escrito, todo lo hablable se ha hablado. El problema es uno y no llega a trino por poco, que García Pitarch no tiene cargo suficiente como para meterle en la ecuación si no es como decimal casi insignificante, de esos que se redondean. Una parte pequeña de la afición lo sabe desde hace mucho tiempo y hace lo posible porque se sepa más, aunque les tomen por locos y por pesados; la inmensa mayoría de la afición tiene a su alcance todos los datos necesarios para llegar a la misma conclusión, pero no se toman el tiempo necesario de indagar el por qué de la enfermedad terminal de su equipo, demasiado preocupados por salir del campo un rato antes y así no coger atasco. El sector más ruidoso de la afición, que ayer sí lideró la protesta, tampoco ha sido demasiado beligerante y la prensa, culpable y cooperadora necesaria del culpable y su cooperador necesario, se dedica salvo contadas excepciones a dejar claro que aquí no pasa nada, oiga, nada que no se pueda solucionar en breve con el fichaje de un brasileño desconocido, pasado de precio y kilos, o con un acuerdo a tres bandas con un club juvenil de Tanzania y un fabricante de tarros de melocotón en dulce de Catar, antes Qatar. A pesar de ello la gente lo tiene cada vez más claro, el tema es más evidente cada día que pasa, la afición está cada vez más harta, aunque no haga mucho.

Porque aquí lo que pasa es claro y meridiano y, lo peor de todo, cíclico. La venta de jugadores válidos, la salida de capitanes en mal momento, la compra de esperpentos futbolísticos. Los objetivos falseados, los anuncios de fichajes que nunca llegan, los cambios de planes el día que pasa el recibo a los abonados. Las presentaciones bochornosas de jugadores de los que nadie sabe nada, los derbis tirados al río sin intentar si quiera salvar la cara, los empleados de la seguridad del club retirando pancartas en las que se dice la verdad. Los bajones del equipo en Enero / Febrero, los rumores de impago, las bajadas de cláusulas de rescisión y las excusas no pedidas - acusaciones manifiestas - sobre la intención del club de retener al jugador al que dicha cláusula claramente pone en el mercado. Los desmentidos justo antes de que se produzcan las noticias, la sucesión de maravillosos proyectos arquitectónicos de estadios de ensueño que nunca se hacen, los anuncios de convenios urbanísticos que traerán, por fin, la muy necesaria ciudad deportiva con hotel de cinco estrellas, helipuerto y bingo simultáneo para los socios que, al hacer cuentas, ya no saben de cuál de las cuatro o cinco ya anunciadas se está hablando. Las cifras de la operación Peineta, los calendarios incumplidos una y otra vez, los anuncios de que, hoy sí, hoy llegan los bulldozers y las máquinas destructoras camino de la Mahou marcando el paso alegre de la demolición. Los entrenadores incapaces, los entrenadores parapeto, los entrenadores interinos. Las declaraciones pasadas de chispa del presidente durante la fiesta por el estreno de una película de culto, las declaraciones escasísimas, medidas y nunca fiables del consejero delegado, las declaraciones incomprensibles y siempre dudosas del director deportivo. Las frases sin sentido, los sujetos que quieren decir exactamente lo mismo que los predicados y las declaraciones en mal momento del presidente. Las sesgadas lecturas del balance, la discrepancia entre lo dicho en público y en privado, la falta de credibilidad pública del consejero delegado. Los viajes a Brasil, los viajes a China, los viajes a Catar, antes Qatar, del director deportivo que menos acierta del panorama futbolístico mundial. Las pruebas de que el teórico responsable de la parcela deportiva no se entera de nada relacionado con ella, las pruebas de que es el consejero delegado quien decide por su cuenta, las pruebas de que es el director técnico quien hace lo que dice el segundo y no el primero. Las declaraciones grandilocuentes, llenas de esdrújulas y neologismos pero vacías de sentido común y lógica del entrenador. La errática política de fichajes, la ausencia total de un modelo deportivo, la carencia casi atávica de modelo de juego. La alineación de los recién llegados como titulares en partidos importantes, los fichajes de jugadores más que válidos para el equipo por equipos rivales a precios asequibles, la llegada de desconocidos por cifras astronómicas. Los fichajes prometedores que no debutan en el primer equipo y acaban traspasado un par de años después a equipos de medio pelo, las compras y ventas de jugadores al Benfica, la omnipresencia de los agentes en las decisiones deportivas del Club. Los canteranos prometedores que nunca debutan, los canteranos consagrados que acaban en extrañas operaciones a tres bandas como pago de un dinero no pagado en su momento, los canteranos lanzados a los leones cuando el equipo se lo juega todo, sin que nadie piense en ellos. Los mil rumores de cada verano, los diez fichajes de cada verano, la sensación tres meses después de que, como mucho, de los diez vale uno y de suplente. Los ridículos contra equipos más pequeños, la impotencia contra equipos que matarían por tener el historial del Club, las vergonzantes claudicaciones antes de que empiecen los partidos contra equipos grandes, antes tan grandes como nosotros, ahora mucho más. La tradicional bronca anual de la grada cuando no puede más, la reacción del club anunciando un fichaje que luego no llega o la renovación a la baja de un jugador que no se moja demasiado cuando se le pregunta si se quedará mucho tiempo en el Club, el clásico anuncio de la Sra Rushmore en la que se nos recuerda nuestra vocación sufridora, nuestro destino perdedor, el valor de la resignación y el silencio. La venta de jugadores válidos, la salida de capitanes en mal momento, la compra de esperpentos futbolísticos. Los objetivos falseados, los anuncios de fichajes que nunca llegan, los cambios de planes el día que pasa el recibo a los abonados.

Todo es igual, año tras año, a ese lado de la línea. Y todo es igual, año tras año, a este lado, al nuestro, al lado de la grada. La ilusión cuando suena un fichaje interesante en verano, la sensación de que subiendo cuatro jóvenes mejoraría el equipo, el seguimiento de los filiales y las selecciones sub-lo que sea fijándonos en los nuestros. La decepción por ver que no se ficha lo anunciado, el levantamiento de cejas cuando son los rivales los que fichan bien y barato, la resignación barnizada de esperanza cuando empieza la temporada y parece que con lo que hay se podría hacer algo. Los primeros partidos de liga, las alegrías de las primeras jornadas cuando se va al fútbol con sol y en manga corta y se vuelve a ver a los vecinos, el escepticismo que se empieza a abrir camino tras ver al equipo unos cuantos partidos y ver que empieza de nuevo a ser lo de siempre. Las dudas en cuanto se cruza un equipo potente, el primer bochorno en campo de equipo chico, los rivales que se van despegando en la clasificación. Los horarios mortales, el frío del estadio en invierno para ver un equipo que no corre, los primeros disgustos. Las discusiones tácticas con los amigos pensando, oh inocencia, que la cosa tiene solución, los entrenadores cuestionados, la prensa que critica a los que están a ras de campo y se olvida del resto. Los jugadores que empiezan a hacer cosas raras, los rumores de que no se cobra, la falta de implicación del equipo. Las risas de la grada hacia los jugadores más débiles, las protestas de la grada hacia el banquillo de turno, la ira de la grada hacia los jugadores que la prensa teledirigida señala. Las salidas de la directiva a los medios diciendo que esto no puede ser, los toques fingidos de atención, la movilización de la prensa afín cuando lo necesita el palco. Las entrevistas en las que hablan de cohesión y planes de futuro brillante, las declaraciones de intenciones, el anuncio de una buena nueva en forma de acuerdo con una tarjeta de crédito que ofrece a socios y simpatizantes un descuento en cada cambio de neumáticos. Los recordatorios de que son ellos los que ponen la pasta, los recordatorios rencorosos de que eran ellos los que estaban cuando se ganaron los títulos (cuatro en veinte años en dos dobletes, uno de ellos una supercopa a un partido), como si antes de ellos no se hubiera ganado ninguno, las llamadas a la unidad a través de un nuevo spot sobre la fe, la resignación, la resistencia, la sed controlada, el umbral de dolor de los atléticos o la inutilidad de la anestesia cuando el operado es del Atleti, anunciado a bombo y platillo en los telediarios. La desesperación viendo que la temporada, otra vez, no tiene sentido porque no hay nada por lo que luchar, las falsas esperanzas tras tres partidos ganados, el hastío de la grada. El nuevo bochorno en casa, los gritos tímidos contra la directiva, la sensación de que algo puede cambiar. El hervidero de los foros, las proclamas desde los blogs, las críticas escasas en los medios, como agujas en pajar, denunciando la realidad. La reivindicación de Arteche como figura de referencia, la petición de que vuelva Gárate, la reclamación de dignidad para las rayas rojiblancas. La organización de protestas, las convocatorias en la puerta cero, las bufandas verdi-oro. La esperanza de que la gente acuda, la esperanza de que el mensaje cale, la esperanza de que los medios se hagan eco. El éxito moderado de las concentraciones, la sensación de que debería haber ido más gente, la ausencia de noticias en los medios sobre lo que realmente ocurre. La reflexión sobre cómo hacerlo mejor la próxima vez, la redacción de manifiestos que quedan a medias, las ideas que se van desvaneciendo. El final de temporada, el hastío y la nada una vez más, la cuestión sobre si renovar el abono. La determinación de no renovar el abono, las dudas sobre si es lo adecuado, las preguntas a los amigos sobre qué van a hacer ellos. El recuerdo de que el abono fue un regalo del abuelo, el recuerdo de la fecha de alta en el club, el cálculo de cuánto nos costó conseguir ese número que luce. La rabia de tener que plantearse eso, la rabia de que no sean ellos los que se vayan, la renovación casi a regañadientes. El nuevo abono que llega, lo feo que es y lo mucho que lo criticamos, la comparación con el abono del año pasado para ver cuántos números de socio hemos avanzado. La ilusión cuando suena un fichaje interesante en verano, la sensación de que subiendo cuatro jóvenes el equipo mejoraría, el seguimiento de los filiales y las selecciones sub-lo que sea mirando a los nuestros. La decepción por ver que no se ficha lo anunciado, el levantamiento de cejas cuando son los rivales los que fichan bien y barato, la resignación barnizada de esperanza cuando empieza la temporada y parece que con lo que hay se podría hacer algo.

Todos los años lo mismo. Siempre lo mismo, siempre los mismos culpables, siempre claro y meridiano. Siempre la misma inactividad, siempre el mismo silencio, siempre la misma historia. Siempre... ¿o ya no?

viernes, 21 de enero de 2011

Crónica sin nombre del peor derbi (posible)

Habían anunciado un frío polar y luego no hizo tanto. Habían anunciado nieve, borrasca y temporal y luego fue un día normalete. Habían anunciado un vendaval de juego y compromiso, y ná. De hecho, habían anunciado un partido de fútbol, y ni eso.


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Ya saben los lectores de este blog, sufridas víctimas oculares del fondo oscuro y la letra clara, que al que suscribe le gusta cada vez menos el fútbol. En especial, es conocido por estos pagos que a uno el partido que menos le gusta del año es el partido contra ese equipo que nunca nombramos, ese equipo hecho para justificar un palco, el otro equipo grande de la capital, ya saben.

En vista de lo anterior, el que suscribe se plantea cada vez más ir a ver los partidos del Atleti contra estos vecinos con los que los dioses nos maldijeron. También se plantea dejar de ir al fútbol así en general, oiga, también, que el fútbol es cada vez más feo y menos deporte, que la gente es cada vez más bruta y menos educada. Pero lo que se plantea de verdad es volver a ver los derbis. Y no se trata de los resultados, de la racha infame, de las pocas posibilidades de hacer tal o cual cosa, de la imagen dada. Se trata más bien del ambiente, de la agresividad sin freno en la grada, de la frustración resuelta a insultos sin gracia ni justificación, de la presencia abrumadora de policías vestidos de samurais por las calles del barrio con cara de buscar una mirada desafiante para probar todo su material anti-disturbios. La sensación de que en cualquier momento habrá una carrera masiva, una pelea, un niño asustado que no se explica por qué tiene miedo en lo que le contaron que iba a ser un día de fiesta, un tipo que maldiga la hora en que se le ocurrió venir al fútbol ese día. Cuando al fútbol no apetece ir con los niños, bien por el horario o por el ambiente de las calles, mala noticia.

En día de derbi, más si es tarde, el ambiente en los alrededores del Calderón es feo y tenso, pesado y molesto, todo a la vez. Se diría que en día de derbi nocturno el alcohol embrutece más que alegra, y que aquellos que normalmente acaban la sobremesa cantando Asturias patria querida y llamando guapa a las señoras, en día de derbi no hay quien les aguante, empeñados como están en pegarse con el primero que pase. A uno, no se me malinterprete, se le ocurren nobles ocasiones para darse de tortas, como por ejemplo los combates de peso mosca, e incluso ve motivos suficientes para recurrir al capón y el sopapo en casos de provocación flagrante (por ejemplo la combinación de camisa de rayas y corbata de topos), pero de ahí a pegarse por las buenas en día de fútbol media un abismo aburridísimo y bastante vergonzante.

Por todo ello uno quizás no deje de ir al Calderón en día de derbi (por ahora), pero sí retrasará su entrada al campo hasta el último minuto. Y quedará en bares, como es su costumbre, pero cada vez más alejados del campo, como hizo ayer. A una distancia prudencial del estadio, el ambiente sigue siendo parecido al de los partidos grandes y uno no se expone a tener que emprender indigna carrera ante la fuerza pública o, mucho peor, a recibir un pisotón de un usuario de zapatos Gorila. De esta forma uno evita contribuir al a veces desagradable espectáculo de la previa y, lo que es realmente importante, puede tomarse una cerveza con calma y charlando, que es de lo que se trata en el fondo. Y ya es triste llegar a esta conclusión, ya es triste.
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Llegó la afición en tropel al estadio a pesar del resultado de la ida, del frío, de la hora, del tráfico, de los antidisturbios, de los exaltados, de los socavones y de los impuestos municipales y la gente le intentaba buscar una explicación a tanta afluencia. Es verdad, decían algunos, que para el aficionado del Atleti este partido es especial y que la asistencia al campo es obligada; es verdad, decían otros, que qué más dará el resultado de la ida, si aquí lo que importa es venir a ayudar y cumplir cada uno con su misión; es verdad, decían otros, que preguntarse que cómo es que el campo estaba tan lleno en un partido así implica no tener ni idea de lo que es este equipo y esta afición. Todo eso es verdad, sí, lo es.

Pero también es igualmente cierto que algunos veían otro motivo más para acudir: la esperanza, real y certera, de pasar. Como lo oyen. Que el Atleti actual ganase dos cero el partido de ayer era complicado; tan complicado hoy como posible y asequible hace unos años. En la memoria colectiva, que funciona al menos para una proporción elevada de los que aún van al estadio, marcar un dos cero en un partido así no debería ser ninguna quimera sino algo ya vivido; lamentablemente, para los aficionados que no llegan a la treintena es cosa de ciencia ficción.

He aquí una confesión: el que suscribe, que es tonto, era de los que pensaba que algo bueno iba a pasar ayer. Quizás no pasar, pero sí ganar, y bien. No se trataba sólo del clásico vaivén anímico de todo atlético ante estas situaciones, ya saben, la progresión que empieza con la decepción tras el partido de ida, el sosiego en los días siguientes, el ¿y-por-qué-no?, el sorprendente optimismo moderado, el auto-convencimiento sobre las posibilidades reales del equipo y la posibilidad de que la lógica no se imponga, el escepticismo positivo, el optimismo público y la euforia en las horas previas. No, no se trataba de eso, era algo diferente. Tres elementos contribuyeron a que uno acometiera el partido con más ganas de las esperadas, para sorpresa propia. El primero, los cinco últimos minutos del partido del lunes, con aquél mensaje tan claro enviado directamente desde la grada a los jugadores, sin intermediarios, imposible de no entender. El segundo, la pancarta que apareció en un entrenamiento, y el efecto que uno intuyó que pudo haber causado en los jugadores. El tercero, el partido del Betis, en el que un equipo aprovechó una ocasión para, sin clasificarse, recuperar autoestima, lanzar un aviso a rivales y grada, recargar los niveles de orgullo de la afición; una buena referencia el día antes de un partido importante, un regalito del destino. Uno, inocente, pensó que todo eso dejaba claro qué tenía que hacer el Atleti, que no era mucho, y que lo habrían entendido los jugadores.

En estas salió el Atleti y, a la vez, salió de la chistera de Quique el enésimo conejo contrahecho, malformado e incapaz. Salió una defensa rara, con Valera de lateral derecho, con Filipe Luis Filipe por la banda izquierda - que dejó llena de dudas - y con Ujfalusi jugando de central junto a Perea tras jugar de lateral la inmensa mayoría de sus últimos partidos; mientras, dos centrales que deberían ser titulares comían pipas sentaditos en el banquillo bajo elegante manta de forro polar, hablando con sorna de las dotes motivadoras del mister. Salieron también tres medio centros: Assunçao, Tiago y Elías. Salió el pobre Elías, el recién llegado, el que no tiene ni idea de qué es el Atleti ni mucho menos de qué es un derbi, el que parece no saber cómo se llaman los compañeros, cómo juega el equipo o cómo se toma la M-30 desde el estadio. Salió Elías y jugó todo el partido, chúpese esa, oiga. Había jugado un tiempo el lunes, y había dejado un fuerte aroma a despiste, a necesidad de aclimatación y a falta de soltura (siendo generosos), y Quique premió todo esto con la titularidad y el partido entero en prime time. Salió por delante de Raúl García, el centrocampista de más carácter, suplente en el partido que más carácter reclama; salió también por delante de Juanfran, el recién llegado a quien Quique también hizo debutar de forma sorprendente el día de su presentación para, de forma igualmente sorprendente, volver a dejarle en el banquillo tras un buen partido. Salió por delante Fran Mérida, algo perdido a ratos pero cada vez más metido en el equipo, salió Reyes hasta que se lesionó y le sustituyó Diego Costa y salió Forlán e hizo el peor partido que uno le recuerda en el Calderón, primero impreciso, luego ausente y finalmente desquiciado.

Quique Flores había dicho en la previa que habían entendido el mensaje de la afición y, por ello, se esperó un Atleti peleón. Y así fue, al menos un ratito: salió el Atleti con cierta garra, mordiendo al rival al principio del partido, chocando en los cruces y marcando terreno. El partido empezaba como uno se esperaba, con algo de intensidad, tono y timbre. No había peligro, quizás el visitante mostraba signos de no querer correr mucho puesto que el resultado les era muy favorable, pero tampoco estaba cómodo. El Atleti apretaba y daba la sensación de saber cómo poder hacer daño. No fue así. Fue Reyes el que se hizo daño tras una entrada fea y, en la siguiente jugada, marcó el rival. Primer tiro a puerta, un gol sin demasiada dificultad, la eliminatoria imposible.

Y aquí se preguntó el aficionado... bueno, ¿y qué más da? ¿Qué más da si no se pasa de ronda? ¿No es quizás una buena oportunidad para demostrar que efectivamente se ha entendido el mensaje de la afición y dar una alegría a esta gente? ¿No se queda la situación que ni pintada para, viendo que el visitante iba a correr lo justo, gritar alto y claro que cuando se trata de derbis madrileños pasar o no pasar la eliminatoria es secundario y que lo importante es coger por las solapas al rival y zarandearle hasta que se maree? ¿No deberíamos hacer lo posible para apretar, robar, empatar, remontar y romper la racha, o al menos intentarlo? ¿No deberíamos aprovechar para, incluso sin posibilidades de pasar de ronda, marcar el territorio para el partido de vuelta de liga y así adelantar trabajo? Todas estas preguntas obvias, todas estas posibilidades incluidas en el mensaje que Quique dijo haber entendido, tuvieron una única, decepcionante y triste respuesta: pues no.

El equipo tuvo la ocasión de demostrar que, en efecto, habían entendido el mensaje como dijo Quique Flores y que la respuesta al gol sería un partido a la carga, a pecho descubierto, con la valentía y la ventaja del que sabe que no tienen nada que perder y mucho que ganar. Pero pasó todo lo contrario, qué cosas, y la grada se planteó varias cuestiones. La primera, de qué mensaje hablaba Quique Flores. El mensaje famoso, que todo el mundo había entendido, era que daba igual ganar que empatar o perder, pasar o no pasar, porque lo que se pedía, casi se rogaba, era que el equipo se dejara el alma y recuperara algo de dignidad. A falta de referencias de la casa en el campo, al menos uno confiaría en que el entrenador utilizara el recurso emocional para azuzar a los suyos. Pues tampoco. A juzgar por la actitud, el mensaje que pasó Quique debió versar, una vez más, sobre sensaciones, recuperaciones anímicas, solidaridad alícuota y gestión de escenarios empáticos sin mermar alternativas asociativas, un nuevo mensaje incomprensible destinado a inflar su propio ombligo. Eso, o que estuvieran atentos al trajecito que estrenaba ayer, que era de corte italiano, una perita.

La siguiente pregunta que se planteó la grada es si alguien de la plantilla entiende algo de lo significa este club. No se explicaba la grada que ante un partido en que se podría intentar recuperar autoestima no jugara de salida el único canterano de campo ni que Juanfran, recién llegado, mostrase más rabia y compromiso que todos los demás jugadores juntos. No se explicaba la gente la presencia de Elías, ni la ausencia de Godín, el super-jugador que, según nos cuentan, quiere el Chelsea. No se explicaba la gente la irritante desidia de Forlán, desconectado del partido hasta que pasó de la desconexión al más absoluto de los desquiciamientos, tirando a puerta flojito desde cuarenta metros. No se explicó la gente la soledad de Tiago, único jugador que intentaba jugar la pelota mirando a los compañeros, ni la desesperante actuación de Filipe Luis Filipe, siempre lejos de su par, nunca dispuesto a tomar un riesgo físico o técnico. En definitiva, nadie parece tener una idea de lo que hay, no hay capitán, no hay veteranos, no hay un tipo del cuerpo técnico con cuatrocientos partidos en el club que baje al vestuario y hable de afrentas históricas y robos imperdonables y haga salir a la gente a comerse al rival, no, no hay nada de eso. En vez de eso, sólo hay un director técnico de gira por Brasil, un presidente empeñado en hacer chistecitos, un consejero delegado invisible y centrado en sus negocios y un entrenador más empeñado en hacer valer su autoridad castigando chavales que haciendo un equipo comprometido.

Lo último que se preguntó la afición fue algo cada vez más frecuente en la grada del estadio: qué coño hacemos aquí. Qué hacemos aquí si esto no se parece a lo nuestro, si no tiene nada que ver con lo que queremos. Qué hacemos aquí si esto le importa cada vez a menos gente, y a los que les importa no les duele lo suficiente para montar un escándalo que derribe el palco. Qué hacemos aquí, perdiendo contra el otro equipo grande de la capital en silencio, sin un grito de reprobación al equipo ni al entrenador ni al director deportivo ni al palco, sin un rugido general. Qué hacemos aquí, viendo a un equipo pusilánime y desinteresado que da por bueno un cero uno en casa contra la camiseta más odiada, sin arrebatos de furia, sin cargas desesperadas para marcar el gol de la honra, sin sangre en las venas de los jugadores ni un capitán con los ojos inyectados en sangre, rabioso ante la perspectiva de ser señalado en los posters de los bares por la gente, ahí están, son esos, esos son los que perdieron y no corrieron para solucionarlo, esos son, qué vergüenza de equipo. Qué coño hacemos aquí, oiga, qué coño hacemos aquí, por qué seguimos viniendo y haciéndonos ilusiones, por qué seguimos pensando que esto es un club de fútbol cuando es, en realidad, una inmobiliaria interesada en recalificar terreno en Alcorcón, un broker a comisión de jugadores que se ha gastado 30 millones de euros este año (30 millones ni más ni menos, 30 ... 9 por Godín, 12 por Filipe Luis Filipe, 7 por Elías, 5 por Juanfran, la cifra suficiente para que un club competente arme un equipo casi entero) para conseguir, oh gestión, empeorar el equipo que ganó la Supercopa y seguir sin ser alternativa a nada, que también tiene su mérito, oiga.

El Atleti jugó el peor derbi que uno recuerda cuando lo tenía más fácil que nunca. Nadie pedía al Atleti pasar de ronda, nadie le pedía ni siquiera ganar o empatar: todo lo que se pedía era intentarlo con dignidad, correr, morder. Correr y morder, lo que hacen los cuarentones en campos de fútbol 7 durante los fines de semana para ganarse una cerveza con los amigos que ellos mismos se pagan. Correr y morder, lo que hacen los equipos modestos en parte por dignidad y en parte porque su grada los tira al río si no lo hacen, lo que hace un recién llegado de Osasuna hasta que se dé cuenta de que nadie se lo agradece y para nada sirve. Correr y morder, lo que haría cualquiera de cualquier grada si jugara contra su rival más odiado, lo que hace cualquier jugador honrado que sabe que no tiene la técnica suficiente para hacer otra cosa. Correr y morder, el mínimo exigible en cualquier partido, lo innegociable en un derbi. Correr y morder, lo más sencillo, lo único fácil del fútbol. Gritar y morder, lo que podría hacer la grada, y no hace.

martes, 18 de enero de 2011

Alegre crónica del Atleti - Mallorca

Se acabó el cenizo, la tristeza y los gruñidos. Se acabaron los malos tiempos, hala, hasta luego, se acabó.


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Nuestro héroe, a quien llamaremos X, llevaba tiempo pensándolo y por fin vio la ocasión de ponerlo en práctica. X volvía de vacaciones y no tenía prisa en volver a casa porque tampoco tenía trabajo, así que no era mal momento para hacer lo que tenía en mente, que era principalmente lo que le diera la gana. Así que se decidió a llevar a cabo su proyecto vital precisamente en ese momento. Recogió su equipaje de la cinta y salió a la zona del aeropuerto donde la gente aguarda a los que llegan. Se fijó en la zona derecha, donde solían ponerse los enviados por las empresas a recoger a los viajeros, miró los nombres de los carteles y vio cuatro que le gustaban: Gasca, Serna, Estévez, Fanjul. Se decidió por Fanjul, que le resultaba más sonoro y contundente, nombre de central veterano del Sporting de Gijón, nombre de experto mecánico, nombre de tipo de fiar. Se acercó al hombre que sujetaba el cartel, un tipo grandote con camisa de manga corta azul clarita y corbata oscura, el uniforme del gremio de transporte.

- Hola
- Hola, ¿El Sr Fanjul?
- Yo mismo
- Bienvenido. Acompáñeme.

Siguió al hombre de la camisa azul clarita hasta un coche grande y negro, último modelo, un coche caro. Dejó su equipaje y montó atrás y dejó que le llevaran allá donde el destino decidiera. El chófer recorrió medio Madrid y le llevó hasta un complejo de edificios de oficinas, parque tecnológico lo llaman ahora. Condujo hasta la entrada de un edificio alto y brillante, paró el coche, salió y abrió su puerta. Sacó el equipaje y llamó por el móvil. "Ya estamos", dijo.

- Espere aquí, Sr Fanjul. Ahora mismo bajan a recibirle.

Esperó un minuto y bajó un grupo de personas trajeadas, con evidente sofoco y ansia por causar buena impresión. Se acercaron al nuevo Fanjul y, disimulando una expresión de sorpresa, le estrecharon la mano.

- Bienvenido, Sr Fanjul, gracias por haber venido. No le imaginábamos tan joven ... ¡y sin traje! Venga, venga, acompáñenos, no se preocupe por su maleta, estará Vd cansado.

X siguió a los hombres del séquito de recepción hasta una lujosa sala de reuniones, con una gran mesa de madera y sillas de cuero.

- Siéntese, siéntese ... ¿quiere algo? ¿café? ¿agua?

Pidió un café con leche largo de café y se sentó donde le dijeron. Los hombres agradecieron de nuevo a X haber venido a ayudarles y le dijeron que irían al grano. Encendieron un proyector, desplegaron una pantalla y hicieron lo que en estos días se llama una presentación. Mostraron números, gráficos, barras, cuadros, comparativas. Explicaron en detalle problemas financieros, situaciones desesperadas, estrategias de la competencia, proyectos fallidos. Durante más de media hora bombardearon a X con gran cantidad de datos, fórmulas, propuestas y dilemas.

Se hizo el silencio y X se llevó un dedo a los labios. Pensó durante un minuto y entonces se puso en pie. Habló el nuevo Fanjul sobre la situación económica de la empresa, sobre los errores cometidos y las posibles soluciones, sobre su experiencia dilatada en un sector cuya existencia acababa de conocer. Pidió papel, pidió rotuladores, pidió más café y agua con gas. Se levantó el Fanjul postizo y levantó un dedo. Habló con voz firme e hizo sesudas reflexiones, hizo propuestas innovadoras y arriesgados planes de negocio. Fanjul hablaba como un visionario, como un líder, despejaba dudas sobre un problema sobre el que no tenía ni la más remota idea. Los hombres de la sala de reuniones le miraron, se miraron entre ellos, asintieron tras cada propuesta y ponían cada vez más cara de entusiasmo. Acabó la reunión y todos los presentes estrecharon la mano de X, le dieron palmadas en la espalda, hicieron corrillos admirando la clarividencia e inteligencia del Fanjul reciente. Acompañaron a X a la puerta, le llevaron hasta el coche, le regalaron una corbata con el logotipo de la empresa y le despidieron todos mientras se alejaba en el coche, agitando la mano con cara de tonto.

El chófer llevó a Fanjul a su hotel, le abrió la puerta y sacó su maleta. X se despidió amablemente y se dirigió a la recepción del hotel, un mostrador de madera antigua propio de un hotel de lujo y solera.

- Hola, buenos días, ¿tiene reserva? ¿su nombre?
- Soy Fanjul
- Ah, si, señor Fanjul, le estábamos esperando. Necesito un documento de identidad para hacer la reserva, ¿me lo puede dar un momento?
- No

X cogió su maleta, salió del hotel, cogió el metro y se fue a su casa. Meses después seguía en el paro, desayunaba café con leche y magdalenas y miraba la televisión con hastío. Mientras, la empresa aconsejada por él aquel día memorable batía records de ventas, eliminaba su deuda, subía en bolsa un 30% y pagaba la factura enviada por el Sr Fanjul con alegría. El presidente de la compañía, que ese año recibió un bonus millonario a petición del consejo de administración, declaró al firmar el cheque: "es una fortuna, pero la fortuna mejor invertida de nuestra historia". Lo mismo pensó Fanjul, el de verdad.
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Nota del autor: harto como está uno de estar desesperado por culpa del Atleti, ha decidido hacer una crónica alegre y positiva que ayude a eliminar tensión de su hígado.
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Jugaba el Atleti en lunes por la noche, que es un día excelente para ir al fútbol como todo el mundo sabe. Terminado el tedioso fin de semana, odioso período en el que el aficionado medio no sabe bien qué hacer con tanto tiempo libre, el fútbol en lunes permite disfrutar de todas las ventajas de la ciudad entre semana y contribuye a mejorar el humor del ya de por sí entusiasta aficionado atlético. El fin de semana, como todo el mundo sabe, sólo vale para pasar la aspiradora, comprobar los cargos de la visa punteando en los extractos bancarios, comer paella en casa de los suegros y lavar el coche echando moneditas en el túnel de lavado, con lo que la vida entre semana ofrece muchos más alicientes. El lunes, pues, es un día ideal para ir al fútbol, para atravesar Madrid en medio del amable atasco, para refrescarse la dermis y tonificar la epidermis pasando dos horas al relente del río en día de niebla, para llegar a casa a una hora prudencial, las 12.00, y así dormir a pierna suelta hasta el día siguiente en el que el despertador sonará a la interesante hora de las siete y media, anunciando otro bonito día de sello y sacapuntas en la oficina. El fútbol en lunes es alegre y conveniente, mejora la vida familiar, aporta energía y vigoriza el tráfico rodado, no me digan Vds que no.

Llegó la afición al campo en tropel y se sentó en las gradas, relimpias como nunca, cantando esta alegre tonada que conmemora la vuelta del equipo a casa tras un partido fuera. Algunos hinchas llevaban termos de caldo y, vista la limpieza de los asientos, prefirieron verter el contenido sobre los mismos y comer directamente con cuchara; otros muchos no llevaban comida de casa, dispuestos a poder degustar las finas especialidades locales que sirven en las distinguidas y poco concurridas barras del estadio. La gastronomía (envasada en higiénico plástico) es uno de los atractivos del estadio cinco estrellas del Club Atlético de Madrid, si bien promete serlo más una vez se traslade el equipo al nuevo coliseo que los gestores planean con incansable y altruista trabajo y nulo interés crematístico, en el que habrá calefacción, restaurantes étnicos, servicio de catering personalizado y, sobre todo, helipuerto, espacio de imperiosa necesidad para la afición colchonera que ya no sabe dónde aparcar los numerosos helicópteros con los que suele acercarse al obsoleto barrio de Pirámides, de difícil acceso aéreo.

Salió el Atleti al campo siguiendo con alegría el paso su simpática mascota marsupial y lo hizo con un innovador dibujo, fruto de la Factoría Flores, el exitoso laboratorio en el que el entrenador del equipo diseña audaces tácticas futbolísticas con un único objetivo: provocar sensaciones. Sensaciones positivas, claro. Es bien sabido que el entrenador del Atleti es un tipo sesudo y planificador al máximo que no da puntada sin hilo, que trabaja hasta altas horas de la madrugada, que analiza hasta el más pequeño detalle del rival con el fin de ganar los títulos que el club gana cada cuarenta años y agradar así a jugadores y parroquia; de ahí las múltiples variantes tácticas que muestra el equipo, las innumerables combinaciones de jugadores, las profundas ojeras del protagonista y el altísimo nivel de seguridad, conocimiento y confianza que transmite a la plantilla, fiel seguidora de sus métodos.

Esta vez, el elegante técnico, que una vez más lucía un distinguido terno en el banquillo, dispuso una alineación formada por el imbatible De Gea, el potente Valera (que marcó de excelente cabezazo), el altísimo God-in We Trust, el bravo Ujfalusi y el experimentado y comprometido Antonio López en el lateral izquierdo. La defensa no estaba esta vez compuesta por varios de los jugadores que normalmente la forman, posiblemente por querer el entrenador dar descanso a parte del equipo ante el sencillo trámite del jueves próximo. La defensa, en especial los centrales, hicieron un partido notable así como el portero De Gea, de vuelta a su mejor forma y dejando atrás algunas dudas planteadas por actuaciones recientes. De Gea sacó balones arriba y abajo, paró un penalti y desesperó a los rivales con su facilidad para atajar balones complicados; si dudó en alguna salida, si se quedó a medio camino entre la línea de gol y un central, fue por darle emoción a la cosa, por elevar la tensión de la grada, por agradar, en definitiva, al público asistente.

En la media salieron tres valladares, tres titanes: Assunçao el incansable, Tiago el omnipresente y Elías el profeta. Elías debutaba en el Calderón y, en honor a la efeméride, fue recibido con grandes ovaciones, vuelo de paracaidistas y un cortejo de majorettes con sombrerito vaquero y botas rojiblancas que lucían más bonitas que un San Luis cuando se las llevó la fuerza pública acusadas lanzar bastones al aire dando vueltas, actividad peligrosa para los numerosos pájaros tropicales que habitan el parque que flanquea el río por obra y gracia de nuestro honrado alcalde. Elías jugó un tiempo al lado de Assunçao y únicamente era posible distinguirles por el color de las botas, frutas-del-bosque en uno de ellos y lima-limón en el otro; eso sí, no me pregunten cuál era cual. Elías hizo lo que pudo, tiró a puerta con potencia y dio algún pase de mérito al rival, quien, agradecido, lanzó algún contraataque dedicado al recién llegado. El que suscribe advirtió que la grada recibió a Elías con esa mezcla de expectación y chufla con la que la grada suele recibir, con cariño, a los nuevos sin pedigrí, con ese humor tan fino destilado por ejemplo en el caso de Richard Núñez, portento uruguayo que al parecer guarda un recuerdo imborrable de su paso por el Atleti precisamente por esa cariñosa complicidad con la que la grada le recibía y que, sorprendentemente, tan poca gracia hacía a su padre. Elías, sin hacer nada ni demasiado bueno ni demasiado malo, ya acumuló ayer algunos méritos para recibir en breve ovaciones socarronas y adoraciones burlonas, los regalos que la grada del Calderón gusta de entregar a los débiles mientras los responsables de sus llegadas a precios hinchados suelen irse de rositas. Elías tiene además un nombre goloso para la legión de ponedores de motes que pueblan las desinfectadas gradas del estadio, y en breve nos tememos que alguno le ponga de mote Las-Lías, El-Líos, Elías-Pardas o cualquier otro simpático sobrenombre de esos que con ingenio bautiza la humorista afición a los jugadores humildes.

Por último, para asombro de propios y extraños, el Atleti formó con tres jugadores por delante de la media, variando el tradicional 4-4-2 que hizo bicampeón al equipo. Jugaron el talentoso Reyes, la nueva perla Mérida y el titán uruguayo Forlán, goleador rubio de fama mundial y novia imponente. Reyes desplegó su tradicional juego de conducción, complicación y caída, las tres "ces" que tan famoso le han hecho, y obsequió a los asistentes con varias de sus salidas circenses de gimnasta, con los brazos muy abiertos reclamando falta y apoyado con garbo sobre sus talentosas nalgas. Reyes marcó un gol justo al final del partido tras jugada iniciada por el corajudo Juanfran y el misterioso Diego Costa, el sublime jugador que ha elevado la desconcentración a la categoría de recurso futbolístico.

Marcó también Forlán a pase inteligente de Mérida, más entonado este último según avanza la temporada. Forlán marcó un gol de los suyos e hizo una primera parte muy suya, buscando el balón en campo propio, fallando algún control y dejando a las claras en varias ocasiones que si no le dan el pase al hueco, se enfada, se enfurruña, se para, se queda en fuera de juego y no respira durante un rato. Entendemos sin embargo al noble Forlán, porque estos cabreos, fruto de su inigualable deseo de ganar y espíritu competitivo, suele tenerlos con Reyes, jugador que se caracteriza por dar cuatro toques para hacer lo que requiere uno, ocho para lo que requiere dos y ciento cuarenta y cuatro para hacer lo que demanda tres. La grada, paternal y comprensiva con Forlán ante sus fallos, gusta de hacerle reproches familiares y medidos con el único objetivo de, reforzando su confianza, motivar al jugador, sacar de él lo mejor, convertirle en ese fenómenos que todos sabemos que puede llegar a ser si se empeña, de una vez, en no meter treinta y pico goles por temporada y dejar así en evidencia a sus compañeros.

El Atleti ganó finalmente tres a cero al equipo balear, avasallado por el buen hacer de los nuestros y el despliegue táctico del banquillo. Y fue así a pesar de que Antonio López, solidario con los visitantes, quiso igualar el choque forzando su expulsión, realizando un ortodoxo y meritorio mawasi-geri en carrera a un jugador rival aparentemente aficionado a servir de sparring en demostraciones de artes marciales. El Atleti termina así la primera vuelta en puestos europeos con 30 puntos, exactamente la cifra calculada por el entrenador con precisión suiza, nueva muestra de su talento para la adivinación, la matemática y el bingo. El Atleti, además, realizó un estiramiento colectivo ante el próximo encuentro, trámite que tendrá lugar el jueves ante un equipejo sin fuste alguno.

Alegre y confiada, la grada despidió al equipo con grandes muestras de entusiasmo y un recordatorio para el jueves: ya sabéis lo que queremos. Queremos que ganéis, sí, queremos que acabéis con la racha, sí, queremos pasar de ronda y optar a un título, nuestro lugar natural, sí, eso es lo que queremos. Pero sobre todo, y al menos, y como mínimo, queremos que le echéis lo que hay que echarle. Lo repitió la grada en un momento curiosamente privado entre jugadores y afición para haber sucedido en un estadio abierto, con televisión y treinta mil personas, pero fue privado, sorprendentemente privado, emocionantemente privado.

En definitiva, que el Atleti, qué les voy a decir yo, es lo más grande que ha parido madre y el jueves lo celebraremos como merece. A POR ELLOS.

viernes, 14 de enero de 2011

Elogio del (extinto) nervio intenso

El Atleti perdió un partido que jugó sin intensidad, sin rabia y sin nervio. Normal.


Miren que nos ha pasado ya veces, pero no escarmentamos. Llevamos años sin ganar, pero nada: siempre pensamos que esta vez será la buena, la que quiebre la racha, la que acabe con la maldición. Quizás en el fondo sepamos que no lo será, pero también tenemos todos esa vocecita interna que, con acento argentino, nos dice que por qué no. Que por qué no, que por qué no esa vez, por qué no va a pasar algo que es posible y que otros con menos motivos y medios consiguen. Por qué no va a pasar lo que antes pasaba con cierta frecuencia, por qué no vamos a ver de nuevo ese equipo aguerrido que, hace un par de años sin ir más lejos, dio un recital de contraataque y agresividad en el mismo campo. Por qué no vamos a ganar a este equipo al que tantas veces hemos ganado, por qué somos capaces de ganar al Inter, al Barça y no al este otro. Siempre lo pensamos y rara vez lo decimos ya, porque lo hemos dicho tantas veces que no tiene mucho sentido repetirlo de nuevo. Lo decimos entre nosotros, cuando nos llamamos y contestamos a la eterna pregunta - "¿cómo lo ves?" - con el eterno "yo siempre lo veo bien, no, en serio, claro que podemos ganar, yo creo que hoy ganamos".

Antes teníamos nervios desde el día antes, nos costaba desayunar y casi no comíamos. Recibíamos llamadas que nos preguntaban por los ánimos, oíamos bromas en la oficina y comentarios de ánimo en el bar. Ya no tanto. Ahora los nervios siguen ahí, pero empiezan una hora antes y se pasan normalmente antes del final del primer tiempo. Y no son los mismos nervios, no son esos tan fuertes y tan intensos que le hacían a uno tener dolor de estómago y pocas ganas de hablar, pero se parecen. Quizás sean los mismos, pero ya cansados, como más maduros. Nervios con canas, nervios con gafas, nervios que cenan sopa de fideos y prefieren pasar el viernes por la noche en casa en vez de salir. Ahora que lo pensamos, quizás seamos nosotros los de las canas y las gafas y las ganas de sopa ... pero quizás no. Porque tuvimos los mismos nervios el año pasado en Hamburgo, y en Madrid unos días antes viendo al equipo en Liverpool. Ese día estuvieron con nosotros los buenos, viejos nervios de los buenos, viejos tiempos y estaban en plena forma. Querían cerveza fría y quedarse afónicos, querían contar historias épicas y reírse a carcajadas, no querían ni oír hablar de sofás y mantitas y comedias románticas en dvd.

Lo que pasa es que ellos, los nervios buenos, aparecen cuando consideran que el acontecimiento lo merece, y nosotros les esperamos incluso cuando, por no tener sentido su presencia, son ellos los que están en el sofá tomando sopa de letras. Qué listos son estos nervios.
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Salió el Atleti al campo del otro equipo grande de la capital y algunos se persignaron y otros bebieron un sorbo y otros dijeron "al lío". Algunos miraban al equipo con gravedad y fijeza, otros con cara de susto, alguno lo miraba de una forma que no importaba porque lo hacía llevando unos grandes guantes de conejo gujarati que le quitaban toda autoridad. El caso es que salió el Atleti y la afición sintió nervios, alguno nervios templados y otros nervios fríos, alguno nervios calientes y otros nervios atérmicos. Pero nervios, por más licuados que estuvieran, por más amaestrados que estuvieran, por más cansados que estuvieran, sentimos todos.

Salió el Atleti y la afición se hizo la primera pregunta retórica. ¿Qué hace ahí Juanfran? Juanfran, recién llegado, era titular en la visita al estadio de ese equipo con speaker. Los mensajes que con ello mandaba el entrenador eran variados. Por un lado, parece que venía a decir "saco a éste, que es mejor que cualquier otro de los que tengo". Un mensaje así es naturalmente todo un aliciente para esa plantilla que el entrenador insiste en recuperar psicológicamente (no sabemos bien de qué, ya que lleva una temporada larga al frente del equipo). Por otro lado, la titularidad de Juanfran puede implicar otra cosa más preocupante. "Salga ahí y haga lo que quiera; total, no hay nada que yo le pueda indicar, no hay movimientos que Vd deba conocer de memoria y no hay consignas asumidas por todos que yo le pueda enseñar, porque no las hay". Uno imagina a Juanfran diciendo vale, vale, yo salgo, pero dígame algo, no sé, dónde me pongo, subo siempre o me quedo, cómo se llama el del pelo corto, a éste le llaman "Kun" o "Sergio". Salga ahí, oiga, y haga lo que quiera. En los corners a favor decida Vd si al primer o segundo palo, en los corners en contra se pone Vd donde le diga el de la melena y la barba ... o donde le diga el colombiano ... mejor no, se ponde donde Vd quiera, ya entre Vds se apañan, se reparten a los otros. Yo le recomiendo ponerse cerca de uno bajito, siempre es más cómodo, je je, como ve soy hombre de fútbol y sé de estas cosas, luego uno sale diciendo la palabra sensaciones, gestión, psico-motriz y anatema, y pasa uno por un erudito. El caso es que salió Juanfran de titular y, con semejante embolao, a uno le pareció que no lo hizo mal teniendo en cuenta que podían haber acabado con él ya de inicio.

Empezó el partido y la gente se fijó especialmente en el equipo durante los primeros minutos, a ver qué impresión dejaba el equipo. Estaba la gente calibrando el tema cuando el Atleti metió un gol. Un gol a los cinco minutos, una magnífica noticia si no fuera porque el aficionado atlético tiene demasiadas referencias malditas en los últimos años como para no tirar de recuerdo cenizo. El año del gol del Kun en el primer minuto, junto al palo; el año del penalti y expulsión de ese jugador de Santander con peinado de senador romano y del gol postrero de Albertini. Otras muchas ocasiones en las que el Atleti se puso por delante y terminó por detrás o empatado. Aún así se celebró el gol con ruido, con rabia, con venas hinchadas y puños al cielo, con abrazos, como siempre se hacía. Como debe ser.

Con casi noventa minutos por delante, el Atleti tuvo reacción de toro manso, de equipo chico, de boxeador con sobrepeso. Pegó los cuartos traseros a las tablas y se metió en su área, planteando los noventa minutos restantes como si faltaran cinco. Puso la defensa en línea dentro de su área y dejó a los medio centros con mucho espacio para ocuparse de muchos jugadores, a merced del rival. Éste, muy motivado y físicamente muy superior, se encontró cómodo con la propuesta. Siete minutos tardó en empatar con una posible falta que no pareció al que suscribe, y a partir de ahí puso un asedio a la portería de De Gea que habría hecho pensar a cualquier despistado que el partido estaba en la prórroga. El rival jugaba con ganas, a un ritmo elevadísimo, con la seriedad con la que se juegan los partidos grandes; mientras, el Atleti se quitaba golpes de encima con los ojos cerrados, manoteando por delante de la cara y apretando mucho los labios, como los niños en las peleas por los columpios. El centro del campo del Atleti no podía en ningún momento con el centro del campo del equipo Betandwin, la defensa achicaba balones con maneras de marineros sacando cubos de una vía de agua, el rival jugaba bien y el Atleti jugaba mal, perdiendo cada balón recuperado tras uno o dos pases, sin conseguir tener pausa, ni imponer calma, ni buscar a los delanteros.

Viendo el temporal, la afición dio un nuevo sorbo y pensó en qué hacer. Contra un equipo superior físicamente, un equipo puede intentar tocar y tocar y salir tocando, pero para ello hay que ser muy bueno, tener mucha calma y mucha fe en uno mismo. Contra un equipo superior técnicamente, un equipo puede jugar a cerrarse y esperar, a presionar en el centro del campo e intentar robar, tocar y salir corriendo a montar el contraataque, pero para ello es necesario ser aguerrido, ambicioso, rápido y resistente. El Atleti carece de gente lo suficientemente dotada como para salir tocando por el centro y con la cabeza alta entre el avispero que le preparó ayer el rival, eso parece claro y meridiano y no es cosa de estos días. El Atleti tiene centrales limitados y medio centros defensivos que corren y cortan pero que pueden perder el balón con facilidad si no viene alguien rápido a iluminarles con un foco y darles tranquilidad. Parecería por tanto que, teniendo además jugadores de talento arriba, lo más lógico sería plantear en las circunstancias del partido de ayer una defensa agresiva que empezase por los medios, que permitiera robar balones o al menos de forzar al medio campo rival a hacer pases imprecisos o salir trastabillado de la presión para que los centrales y laterales se beneficiaran de los errores forzados. Pero para ello, amiguiños, hace falta fondo, fuerza, carácter, ganas y nervio, mucho nervio.

El nervio lo puso ayer el rival, cuando era el Atleti el obligado a enseñarlo. El Atleti se mostró desbordado, asustado, desinteresado a ratos. Casi pusilánimes, los jugadores del Atleti no entraban al choque aún cuando había un árbitro que, por fin, no pitaba cada contacto, toda una buena noticia por más que tuviera fallos de bulto. Los del Atleti no mordían en la presión, no seguían a su par, no intimidaban y permitían al rival intentar cosas, paredes, pases, desbordes. El Atleti mostró un fútbol acomplejado, recluido en su área y mirando al cronómetro desde el minuto cinco. Totalmente desconectados del resto, los dos puntas miraban con hastío cómo el rival tenía el balón continuamente, cómo los fallos en sus pases acababan en despejes directamente a otros rivales, como nadie en el centro del campo era capaz de levantar la cabeza y mirarles, porque sólo miraban al suelo . En la cabeza de todos, parecía cuestión de tiempo que los de Reny Picot marcaran.

El banquillo, como acostumbra, no reaccionaba. Ni un cambio táctico hizo el Atleti mientras le peinaban a raya. El entrenador no metió más músculo, quizás porque no lo tenga. No quitó a un interior sino al medio centro con más carácter - desafortunado toda la noche - y lo cambió por otro jugador del mismo corte pero menos aguerrido. El rival, que había jugado a un ritmo frenético el primer tiempo, notaba el cansancio e iba bajando de revoluciones, pero el Atleti no sacaba partido. Quizás un equipo más experimentado habría anticipado que pasaría eso y se habría beneficiado, quizás un equipo más aguerrido habría ido imponiendo sus kilos en los choques, quizás un entrenador con una idea más clara, de esos que entienden que un jugador presentado por la mañana no conoce todo lo que debe saber para ser titular por la tarde, habría dado una vuelta de tuerca para volver la situación en su favor. Nada de eso ocurrió.

Y, aún así, el Atleti mantuvo el empate hasta el minuto sesenta. Pudo marcar Forlán pero dio en el palo tras una buena jugada de Agüero, pero marcaron los otros. Marcaron justo un minuto después tras una posible falta y, una vez más, tras permitir que por el centro del campo jugase cómodo un centrocampista. Marcó el rival ante la atenta mirada del incomprensiblemente estático Ujfalusi y el autor del gol, propietario de unas botas de motitas, celebró el gol como correspondía, esto es, con un bailecito simiesco previamente preparado en alguna sesión a la que, gracias al cielo, nadie conocido fue forzado a asistir. Marcó el rival cuando pudo haber marcado el Atleti, que da el doble de rabia, y sin embargo el partido pudo cambiar más.

No cambió porque Forlán no tiró cuando debía, sino que pasó a nadie, ni si quiera a Reyes, caído por obra y gracia del nuevo árbitro de guardia del otro equipo grande de la capital, el heredero de otro jugador de ese mismo equipo, malagueño, de verbo espeso y maneras mezquinas y matoniles en su relación con rivales y árbitros. No cambió porque el Atleti prácticamente no se acercó al área rival y porque, a pesar del bajón físico del rival, no supo imponerse. Contra un equipo cansado, el Atleti siguió sin ganar los choques, sin meter el pie, sin imponerse en el centro. Ujfalusi recibió una entrada igual que una que él mismo hizo, justo antes de aparecer en las portadas de los periódicos deportivo bajo el lema "se busca", pero no hubo protestas airadas, ni broncas visibles, ni exigencias de respeto, ni tánganas rompe-ritmos. El contrario bajaba de vueltas y el dos a uno invitaba a echar el resto, pero el equipo seguía con actitud de Benito Bodoque, tibio, blandito, casi excusándose.

Quizás un equipo en forma habría tenido una segunda reserva de aire para aprovechar el bajón rival. Quizás un entrenador audaz y con variantes habría cambiado el aire al equipo y habría hecho más difícil la vida del rival. Quizás un equipo con más orgullo, con más amor propio, se habría ido a por el partido o al menos a mantener el resultado defendiendo en campo ajeno. No pasó ni una cosa, ni la otra, ni la otra. El Atleti mostró sus carencias físicas, dejó dudas sobre qué hace realmente la plantilla en los entrenamientos y muchas más dudas sobre si realmente los jugadores entienden lo que el otro equipo grande de la capital significa para la afición. En los momentos en los que el orgullo es lo que hace recuperar el resuello y tirarse de cabeza al ruck, los jugadores carecen de referencia. Su idea de la rivalidad es la foto de un presidente productor sonriendo mientras sostiene la camiseta que en teoría deberían odiar, con lo que no es fácil motivarse. No hay en el Atleti actual nadie que pegue voces en esas situaciones, que consiga a gritos que no se pierda un metro, que ruja para empujar a los compañeros hacia el área contraria y para helarle la sangre a los depilados rivales. No hay referencias en esos momentos, no hay intensidad ni rabia ni motivación extra, y uno no puede culpar a los jugadores, recién llegados en su mayoría o demasiado joven en el caso de los canteranos, de no saber plasmar en el campo lo que se sabe en los bares.

Sí hay, al contrario, una cierta fatalidad. El Atleti pudo llevarse más goles durante el partido, pero De Gea y los centrales sacaron algunos balones que podrían haber sido gol. El dos uno era un resultado esperanzador y remontable, pero la fatalidad estaba ahí. En el último minuto un despeje torpe de Filipe Luis Filipe dio en Domínguez quien, tras una caída cómica, dejó de rebote el balón en bandeja para que cayera el tercer gol. Tres uno en el minuto noventa de rebote, la historia se repite con demasiada frecuencia y demasiada crueldad cuando el rival es cierto equipo.

Para pasar, el Atleti está obligado a ganar dos cero en casa. Este resultado, asequible para un equipo con autoestima y ante su afición detrás, se antoja complicadísimo. No lo habría parecido en un pasado muy reciente, pero ahora mismo parece un abismo insalvable. Se antoja tan difícil un dos cero como un uno cero, dado que parece altamente probable que el rival marque algún gol si el Atleti continúa haciendo un juego tan blandito, tan de sobrino pequeño. Para ganar éste y más partidos el Atleti necesita nervio, ese nervio tan suyo que perdió hace años, ese nervio tan nuestro que no nos dejaba dormir ni comer ni casi hablar y que ahora se conforma con ver de vez en cuando el partido por encima de las gafas, mientras sostiene un bol de sopa y un mando a distancia. Qué cosas.

martes, 11 de enero de 2011

Airada crónica de un bochorno levantino

"Ridículo en Alicante" sería un nombre estupendo para un vodevil de ambientación arrocera pero, lamentablemente, define a la perfección la actuación del Atleti ayer mismo.


Salió el Atleti al Rico Pérez, que es un campo del que se hablaba muchísimo más cuando éramos chicos, y la afición se aprestó a ver qué pasaba en los primeros cinco minutos de partido. Aquellos que ven al Atleti con frecuencia saben que es sencillo saber cómo va a jugar el equipo sólo escuchando los primeros compases de la pieza y por eso prestan especial atención a la apertura. En dos ataques se sabe si el Atleti ha salido atontado o concentrado, si lo que dicen los de atrás lo entienden los de delante y si los de la derecha hablan el mismo idioma que los del centro y éstos, el mismo que los de la izquierda. Ayer el Atleti encajó un gol a los nueve minutos y dejó a las claras cuál era el estado de ánimo imperante: el empanamiento hojaldrado, el despiste abisal, la desidia insuperable, la falta de orientación, la dificultad auditiva, las carencias psicomotrices, el autismo deportivo y el flato pertinaz.

Y es que salió el Atleti con pantalones rojos sin que nadie entienda bien por qué, y la afición analizó al equipo. No estaba Perea, culpable para muchos de la mayoría de males defensivos, y sí estaban Godín y Domínguez, Ujfalusi y Filipe Luis Filipe. La defensa de lujo, la que deberían saber los niños extranjeros de carrerilla, la que se hizo a golpe de ojeador y chequera este verano y que sólo ha jugado unas cuantas veces. Eran los buenos con De Gea atrás, no estaba Perea-el-torpe ni el desesperante Valera, no estaba el ausente Antonio López y cada uno jugaba en su sitio, los laterales de laterales y los centrales de centrales, que algo es algo. Y dio igual.

En la media no estaba Tiago, lesionado, pero sí Assunçao, el siempre fijo hasta hace unos partidos y, desde hace poco, desconvocado y convocado al arbitrio del poeta. Había un interior izquierdo, Reyes, y un medio centro también defensivo pero con algo más de criterio para elaborar, Mario Suárez. No había interior derecho, que Simao se fue hace poco y aún no ha llegado Juanfran, pero estaba Raúl García. Quique tiró de nuevo de Raúl García, que es cómodo para estas situaciones. Raúl García juega de medio centro, juega de interior derecho, juega de centrocampista adelantado y puede jugar hasta de central. Corre, lucha, tapa, lo intenta y a veces lo consigue y otras muchas no. Si juega bien nadie le echa cuenta, si se vacía y consigue que los compañeros jueguen cómodos nadie se lo reconoce, si tira a puerta de cuarenta metros y da en la cruceta se habla poco de ello. Si hay que correr quince kilómetros porque ese día el interior correspondiente está sin ganas lo hace él, si hay que animar a los chavales de las categorías inferiores en un partido importante va él, y si algún jugador matrícula de Ciudad Real se permite vacilar al equipo es él y no otro quien da la cara y la nariz y le recuerda que mejor no hacer tontunas con la espalda, no sea que se lleve un pescozón. Además de todo eso, si falla un pase corto, permite a los aficionados a llevarse las manos a la cabeza practicar su hobby favorito; si falla un pase largo, hace feliz a los fans de la frase "fuera ese tíííooooo"; si juega mal en general, como le pasa a veces, atrae todas las críticas, los abucheos, los desgarros de camisa y los silbidos airados. Raúl García, un chollo, sí estaba en la media titular y eso hace a los compañeros jugar más cómodos, sabiendo que será él el que corra y además será él a quien piten el próximo partido. La media, por resumir, era apañadita cuanto menos, no para tirar cohetes pero al menos aguerrida y, a juzgar por otros partidos como el del pasado jueves contra el Espanyol, válida.

Delante, el Kun Agüero, el titán del partido de Barcelona del pasado jueves, el único jugador capaz él sólo de romper defensas e inventar goles. Agüero estrena estos días capitanía y en Barcelona se le vio hablar con el árbitro, despejar melés y pedir a los compañeros que saludaran a los aficionados desplazados al final del partido, cosas que un capitán debe hacer. Agüero está en un buen momento físico y futbolístico y ha hecho partidos gigantes últimamente. Eso sí, para compensar, a su lado salió Diego Costa, el misterioso jugador que va despejando incógnitas. Sin entrar en si es rápido o lento, zurdo o diestro, Aries o Capricornio, Diego Costa va dejando claro que no vale para la misión que le toca en el equipo, no vale para hacer lo que de él se espera, no vale para ser delantero titular del Atleti. Deja dudas sobre si valdrá algún día para salir un rato en algún partido sencillo, si alguna vez hará algo que nos haga dudar aún más, si podría funcionar como suplente de un suplente; pero ahora mismo contar con Diego Costa como titular equivale a jugar con medio jugador menos si uno tiene suerte, y si la comparación es con Forlán pues ya ni le contamos, oiga.

Todo esta previa sirve para dejar claro que el Atleti salió con un equipo sobre el papel válido, sin los señalados por la afición como torpes, egoístas o poco comprometidos, con un gran portero, una defensa fiable, un medio campo peleón aunque sin brillo y una delantera formada por un portento y un portatrajes. La teoría, la experiencia y hasta la aritmética y la obstetricia indicaban que con eso debería bastar para puntuar si no ganar en Alicante, para hacer al menos un partido digno. La teoría, la experiencia, la aritmética y a obstetricia son nobles disciplinas incapaces de prever algunas cosas, como quedó ayer claro. Porque el Atleti, frente a un rival recién ascendido que cuenta con Tote como gran estrella, en un estadio no muy grande con buena parte de la grada ocupada por seguidores del Atleti hoy arrepentidos de haber tomado la decisión de ir al partido, el Atleti hizo el ridículo. El ridículo, sí, el ridículo. Cuatro goles en un tiempo, 4-0 a la mitad, cuatro goles tras cuatro tiros a puerta, tres de ellos buenos, uno de astracanada.

El Atleti encajó un gol a los nueve minutos tras un lío bochornoso en el área en el que colaboraron Filipe Luis Filipe, Domínguez y De Gea. Luego encajó un golazo tras tiro lejano, un gol de cabeza tras espectacular remate rival y un último gol tras jugada por el centro del campo de Tote, que se fue de varios centrocampistas como quien lava. De los goles del Hércules diremos que, de haber sido nuestros (los tres últimos) estaríamos hoy la mar de contentos. Del primero diremos que es imperdonable y hasta cómico. Del segundo, que fue un gran tiro y que De Gea, que no sabemos si pudo hacer más, tuvo a bien esconder las manos durante el salto sin que sepamos por qué. Que el tercero fue el fruto de un remate sin oposición por parte del central llamado a liderar nuestro juego aéreo y que el último, si nos cuentan antes que va a venir precedido de esa carrera de Tote, nos pensamos que es una inocentada. Y aún así, fíjense lo que les digo, lo de los goles fue casi lo de menos.

Lo peor, peor que los goles, peor que la derrota, peor que la imagen de equipo chico con camiseta de Club enorme, lo peor una vez más, fue la sensación de desidia, de impotencia y de desinterés de los nuestros. La falta de orgullo tras el primer gol, la empanada tras el segundo, la cara de tonto tras el tercero, la resignación tras el cuarto. La falta absoluta de ideas y de referencias, la inexistencia de ganas de encontrar ninguna de las anteriores. La ausencia de ganas, de dignidad, de vergüenza torera, de respeto por los aficionados del Atleti que abundaban en el Rico Pérez y por los que estaban en bares y cuartos de estar. La falta, en definitiva, de identidad, de conocimiento de lo que la camiseta significa, de lo que el Atleti fue en su momento y quizás ya no sea.

Para muestra un botón. Entre toda la vergüenza, de entre todos los detalles para el olvido o la ira, destacó ayer uno. Tras un bochorno histórico, tras encajar cuatro goles, tras defraudar a toda una afición y en especial a muchos físicamente presentes durante el vodevil, en medio de la ola del estadio del todopoderoso Hércules, Reyes metió un gol. Se fue de uno, se fue de otro y metió un gol. Un gol frente a cuatro, el cuatro a uno frente a un recién ascendido con el partido terminado, uno de sus pocos goles en los ya muchos meses en el Atleti. ¿Puso Reyes cara de que a buenas horas entra el balón? No. ¿Se fue discretamente al centro del campo con cara de haber hecho lo que podía, aunque fuera tarde y mal? No. ¿Pegó un puñetazo al aire, rabioso por no haber marcado antes? No. Nada de eso. Reyes celebró el gol. No dio un salto ni se abrazó con un compañero, sino que hizo una de esas ridículas celebraciones programadas que en estos tiempos que corren inundan los estadios, copiada además de un modelo poco recomendable. Reyes, el aclamado por la afición en los corners, celebra un cuatro uno con un gestito ensayado para quedar bien con alguien, sin pensar ni un minuto en la situación. Así nos luce el pelo.

Tras partidos como los de ayer, no merece la pena hablar de táctica, ni de plantilla, ni de técnica, ni siquiera de horticultura. Tampoco sabe uno si merece la pena plantearse, con el calentón, si esto significará algo, si implicará algo. Porque lo grave es que estas situaciones las vivimos casi todos los años, con más frecuencia de lo tolerable, y nunca pasa nada. Nada en absoluto. No parece importarle ni a los jugadores, incluso a aquellos que demuestran con su actitud en el campo tener arrestos y amor propio. Tampoco parece que nadie les diga nada tras las debacles, porque posiblemente nadie se atreva. ¿Cómo pedirle a los jugadores que sientan como propios unos colores que la directiva pisotea una y otra vez? ¿Cómo esperar de ellos decisiones dentro del campo, si los planteamientos no responden a ningún patrón de juego conocido y los partidos se plantean según vienen? ¿Cómo exigirles compromiso con los aficionados, si éstos son continuamente ninguneados por el Club, para quien son un mero cliente cautivo y un simple mal necesario, sin voz ni voto? ¿Cómo pedir profesionalidad a jugadores profesionales que cobran mal y tarde? ¿Cómo demandar compromiso cuando el entrenador señala culpables día sí y día también, eludiendo toda autocrítica y responsabilidad y sentido de equipo salvo cuando se gana una final?

Tras estos partidos ridículos, tras los batacazos de cada año y durante las pájaras post navideñas que el equipo suele experimentar, el aficionado tiene la tentación de sacar conclusiones profundas. Se plantea el aficionado por qué el entrenador sigue contando con el apoyo de los medios a pesar de no repetir alineación, no haber sido capaz de construir un patrón de juego tras un año entero, de no haber aportado ni una variante al criticado sistema de Aguirre y de volver loca a la plantilla con sus cambios, críticas y señalamientos públicos. No entiende uno cómo no hay consecuencias tras declaraciones como esas de los 40 años sin repetir lo del año pasado, ni como se permite el entrenador decir eso de que desde ayer partimos de cero en lo psicológico a pesar de que este hombre lleva en el club ya más tiempo que muchísimos de sus predecesores. O que los chavales - y no él - tendrán que autorreflexionar, término doblemente reflexivo empleado por este aficionado a los polisílabos. "El Atlético es muy de esto", dice Quique, como si el Atleti fuera una entidad ajena a él en la que él no tuviera nada que decir o aportar; eso sí, si conviene desviar la atención algún día tras un varapalo, el entrenador pide que le sujeten para no pegar al rival que supuestamente faltó al respeto al club y por tanto le ofendió gravemente. Cuando el equipo pierde, Quique pone cara de profesor que va a montar una gorda en cuanto entren todos los alumnos a la clase, al abrigo del resto; cuando salen los alumnos, lo normal es que no haya cambiado nada.

Mientras tanto, el equipo sigue perdiendo buenos jugadores, capitanes que abandonan el club en invierno y por la puerta falsa. Para sustituirles se compran jugadores limitadetes y cumplidores y brasileños desconocidos por los que se pagan cantidades muy superiores a las que pagan otros clubs por jugadores más contrastados. La plantilla pierde calidad y, donde la retiene, se bajan cláusulas y surgen rumores de ofertas extranjeras. A la sombra de los títulos del año pasado, la directiva sestea y se sube el bonus mientras el equipo pierde partido a partido la solidez adquirida el año pasado gracias a lo que ahora parece una carambola histórica. A ratos la situación parece sacada de La Codorniz: mientras en lo financiero el club se desangra, al máximo responsable le dan el premio al mejor gestor del mundo y el se da a sí mismo el bonus del siglo; mientras el equipo sufre, el presidente hace chuflas en público y la prensa hace de él un personaje de esos que ahora tanto gustan, un metepatas con chispa, el tipo que se trastabilla en los discursos, el que se chispa tras las comidas familiares y cuenta chistes verdes ante la suegra. La afición, mientras, sigue más preocupada de conservar su halo de sufridor romántico que siempre anima, ya le den jamón del bueno o infame chopped, y adopta esa actitud tan poco reconocible en la afición antigua: el cebarse con los débiles, el callar ante los atropellos, el creer más a la prensa que a sus propios ojos, el resignarse a todo mientras se presume de que ser del Atleti es precisamente rebelarse contra la injusticia.

El jueves llega un partido importante, la enésima ocasión, si bien cada vez más escasa, de demostrar si se tiene la mínima idea de lo que es este Club. A estas alturas, intuimos que los jugadores no lo saben. Sabemos a ciencia cierta que la directiva no sólo no tiene ni idea, sino que le gustaría que fuera lo contrario. También sabemos que la prensa, incluso sabiéndolo, no tiene ni la más remota intención de ponerlo en valor. Nos queda comprobar si la afición, la que tanto presume y tan mal lo pasa, la que tiene en su poder mucho más de lo que sospecha, la que vive en una cómoda hibernación alejada de la realidad y de sus responsabilidades, mantiene un punto de orgullo. Veremos.