domingo, 28 de noviembre de 2010

Siberiana crónica de un partido mal perdido

El Atleti terminó perdiendo tras remontar dos veces y haber merecido más: se lo digo yo, que estuve ahí, lo vi y ahora mismo voy a tomarme otra aspirina.


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- ¿Va Vd al fútbol hoy?

- Pues no, no voy

- ¡Anda! Qué raro … ¿y eso?

- Bueno, es muy tarde y hace muchísimo frío, prefiero verlo en la televisión. Me da pereza salir de casa a las nueve, a esa hora lo que quiero es quedarme tranquilamente en el sofá. Y encima con el frío que hace… Y en el campo no se puede tomar nada caliente, y el río … qué frío da el río, qué humedad. Nada, nada. Ya sé que el partido es bueno, que si ganamos nos metemos arriba, que es una buena oportunidad. Pero no, no, es demasiado tarde, odio los partidos a esa hora, encima con el frío que va a hacer. Nada, no, definitivamente me quedo en casa.

- Ya … Entonces … ¿nos vemos media hora antes donde siempre, enfrente de la puerta 26?

- En efecto.

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Llegó la afición al campo y, ya antes de entrar, tenía frío. Jugar en invierno a las 22.00 es lo que los clásicos llamaban un engorro monumental, un infierno, un horror. No se puede cenar antes ni después, en los bares del estadio no hay café ni caldo, los últimos veinte minutos a la vera del río desafían a cualquier material aislante que no sean las tripas de ese bicho con cuernos en el que metieron una vez a Luke Skywalker. Pero, qué quieren que les digamos, la afición es la que menos cuenta en todo lo relativo al fútbol, deporte en el que mandan la televisión, los sponsors y los invitados de estos últimos. Estos, desde sus palcos cubiertos y calefactados, comen bandejas de medias noches y se quejan si la afición, helada, desmotivada y con la supervivencia frente al viento ártico como única preocupación, no da el espectáculo esperado de gritos, canciones, bufandas y bombos. Qué poco ambiente, que blandos son en este campo, me esperaba más ambiente; mire, páseme uno de esos canapés, Sr Johnson, gracias; por cierto, el lunes tiene Vd el informe en su mesa a primera hora, sin falta, descuide, que menudo soy yo, oiga. ¿Lo quiere encuadernado?

Salió el Atleti al campo y, frente a él, salió el Español o Espanyol vestido de Real Sociedad. El Atleti traía noticia ya de salida, porque Domínguez, sin motivo aparente, no estaba ni convocado. Quique Sánchez Flores, protagonista de la noche más por su histrionismo que por su talento táctico, decidió no convocar a Domínguez supuestamente por estar bajo de forma. Quique Flores, ya sin Sánchez, había tenido en el pasado algún gesto cariñoso hacia Domínguez, como aquella vez en que tuvo a bien sentarle en el descanso por un fallo, tras una temporada sin mancha. Pero así es Quique, ya sin Sánchez ni Flores ni ná, valentón con los que pían poco.

El Atleti salió con una defensa una vez más diferente, la enésima este año. Lo más curioso del caso es que el Atleti se reforzó este verano con más seso que los anteriores, y claramente con la intención de formar una defensa fija; en noviembre, tres meses después, ya no existe tal. A principio de temporada el aficionado confiaba en que Godín y Domínguez serían fijos en el centro, con Filipe Luis Filipe y Ujfalusi de laterales. Perea sería el recambio para el centro y la derecha, Antonio López o hasta Domínguez podrían jugar si el brasileño fallaba algún partido. A día de hoy, y salvo la ausencia forzada de Godín durante su lesión, parece que Domínguez ha perdido el puesto al menos temporalmente y Filipe Luis Filipe no convence y alterna banquillo con titularidad. Más grave aún, en la derecha se alternan Ujfalusi y Perea, que también cambian posiciones en el centro de la defensa. Los cambios parecen haber conseguido que Ujfalusi, un jugador con pocos fallos y normalmente notable, se encuentre incómodo como central y que sea preferible que Perea, que normalmente aporta menos riesgos desde el lateral que junto a Godín, termine jugando en el centro de la defensa. En breve, tres meses después la defensa, la línea por cuya consistencia y solidez se apostó, es una línea discontinua, una línea de puntos en la que falta que ponga “cortar por aquí”. Un logro, oiga.

Frente al Espanyol, la defensa tuvo cierta responsabilidad en lo acontecido pero no exclusiva. Ujfalusi jugó peor que otras veces, y aunque hizo sus tradicionales subidas al área rival (varias gracias a buenos pases de Reyes), quedó demasiadas veces descolgado en la recuperación, con síntomas de agotamiento. Filipe Luis Filipe sigue dejando un reguero de interrogantes allá por donde pasa. Necesita varios toques para controlar un balón (aspecto en el que es notablemente más limitado que Ujfalusi, por cierto), no siempre parece fresco a la hora de decidir con rapidez y muchas veces deja la sensación de echar a perder contraataques por tocarla en exceso. Aún así, de vez en cuando gana a su par y mete un pase de rosca con facilidad, lo que hace pensar que hay más jugador del que parece.

Godín, siempre notable, sí pareció seguir en su línea en el partido de ayer. Aporta en el área rival, remata y aparece por arriba. En el área propia también impone su presencia por alto, saca el balón jugado y avanza cuando nadie más quiere hacerlo. Tiene carácter y lo hace saber, como cuando ayer, tras recibir una coz de Callejón, se fue a advertirle de que estas cosas no se hacen; hay quien dice que le afeó su acción, hay quien mantiene que lo que le echó en cara fue su mal gusto a la hora de retocarse las cejas … el misterio sigue ahí. Por último, Perea hizo para el que suscribe un buen partido, despejando de cabeza muchísimos balones y cortando ataques del rival; tuvo un fallo en el segundo gol del Espanyol, más bien por confiarse que por pifiar, dado que la carga parece falta en las repeticiones. Cuando Perea, que como todo el mundo sabe no es capaz de crear juego desde atrás ni un prodigio técnico, es en fases del partido el jugador que más balones toca, no es sólo culpa suya. Con un entramado defensivo más sólido como el que el equipo mostraba hace unos meses, sin ir más lejos, Perea es un defensa más valioso. A merced de los elementos, Perea es más peligroso y presa fácil para los que gustan de calificar rápidamente los partidos de Perea según sus propias fobias, más allá de si juega bien o mal.

Porque es en el siguiente tramo del equipo donde uno ve problemas. QSF, ya sin Quique ni Sánchez ni Flores ni vocales ni consonantes, iniciales sólo, ha cambiado en los últimos partidos y los medio centros titulares son ahora Tiago y Mario Suárez. Uno tiene poco malo que decir de estos dos jugadores, aunque quizás tampoco tenga mucho muy bueno que comentar. Mario Suárez cumple, mantiene su posición, juega algunos balones con criterio y hace lo que puede, normalmente bien. Tiago alterna fases de ausencia total con algunos destellos buenos. Tarda en entrar en los partidos y, cuando lo hace, no se queda en ellos demasiado tiempo; aún así, tiene calidad y cierta agresividad, a veces mal entendida y carne de amarilla con demasiada facilidad. La cuestión se plantea cuando los centrales tienen que iniciar el juego y levantan la cabeza: delante de sí ven la nada, el vacío, la lista de doctorados de Cerezo. No hay quien se ofrezca, no aparece nadie cómodo a recibir, girarse y mirar hacia la portería contraria. No hay que ser un lince para, como entrenador rival, tapar a Godín y dejar la iniciativa a Perea… el balón acaba normalmente en pelotazo de éste o de De Gea, a quien Perea acude cuando hay presión de los rivales para que sea él quien rife el balón. Simplísimo.

Sus predecesores en el equipo titular, Assunção y Raúl, también tienen defectos y virtudes pero, viendo el resultado, uno tiende a pensar que su aportación al equipo era más valiosa, sobre todo al ser innegociable (al parecer) la presencia de Simão, Reyes, Forlán y Agüero. Assunção hace fácil la tarea de los centrales, que se enfrentan normalmente a rivales que llegan forzados tras intentar pasarle; Mario no tiene el sentido táctico ni el despliegue físico de Assunção para cumplir esa misión, por más fino que sea en el juego y el pase. Raúl García tapa los agujeros que dejan los interiores y multiplica su presencia hasta unos extremos a los que Tiago no parece llegar. Con Assunção y Raúl el equipo quizás pierda en pausa y finura pero gana en agresividad y solidez. Siendo los cuatro de arriba los llamados a crear, quizás sea más rentable para el equipo tener un centro del campo más solidario y sólido, o al menos así lo indican los resultados.

Más cerca del área rival, Simão tuvo varias ocasiones que desbarató Kameni, excelente toda la noche. Reyes alternó enrevesamiento excesivo con algunas jugadas de mucha calidad: pases al hueco que Ujfalusi no aprovechó tanto como merecía la ocasión, algún desplazamiento en largo y cambios de juego que dieron aire al ataque. En otras ocasiones perdió balones peligrosos con el equipo echado hacia delante, y en varias ocasiones mostró ese juego tan suyo consistente en llevar el balón en ocho toques al mismo sitio al que un jugador más sobrio lo haría llegar en uno. Aún así, fue de los destacados de la noche. Forlán jugó impreciso y algo ausente hasta el excelente pase del gol de Agüero y este último abrió huecos, se peleó, tiró a puerta, hizo excelentes regates e internadas en el área rival y su partido tiene todas las papeletas de ser recordado por su intervención en el barullo formado frente al banquillo.

- Pero … ¿y el Espanyol? ¿Es que no jugó? Algo debió hacer, que al fin y al cabo ganó, oiga.

Pues sí y no, mire. El Espanyol se encontró con una falta que no era y, al lanzarla, con un penalti que no pareció ser tal. Marcó un gol pronto y lo celebró como si hubiera ganado el partido, qué cosas. El Atleti se mostró superior con el cero uno y pareció ir claramente a empatar el partido; si no lo hizo antes fue gracias a Kameni, enorme toda la noche. Sólo a balón parado, tras dos remates a bocajarro, marcó el Atleti. El Espanyol, hasta entonces, jugó bien sus cartas, se limitó a esperar y desesperar al Atleti impidiendo sin muchas dificultades que el centro del campo llevase las luces encendidas. Mientras tanto, Callejón, buscado por la Interpol acusado de terrorismo capilar, irritaba al público y provocaba a Godín, entre otros, con una actitud de esas que emplean los jugadores que, como meta máxima en la vida, aspiran a ser entrenados por Caparrós. ¡Qué suerte tienen algunos!

Con el partido empatado justo antes del final del primer tiempo, la impresión que dio el comienzo del segundo es que el Atleti ganaría. Qué cosas. Un balón al que llegó Perea cómodo, demasiado cómodo y demasiado confiado, terminó en un empujón que pareció falta, en una parada no muy brillante de De Gea y un rebote al pie de un jugador del Espanyol. Uno dos cuando parecía que no podría ocurrir. Pero no era fácil superar a Kameni, y no era fácil jugar cómodo con un árbitro empeñado en pitar todo, en dejar jugar para luego parar, en no dar ventajas cuando correspondía y, en definitiva, en complicar un partido sin necesidad. No es común que se hable de los árbitros por estos pagos, pero si es cierto que en Anoeta el árbitro le vino bien al Atleti, no es menos cierto que el arbitraje de ayer no favoreció sino todo lo contrario.

Empató el Atleti gracias a un toque sutil de Agüero tras un pase excelente de Forlán en la única ocasión en que éste mostró su calidad y volvió a parecer que se ganaría el partido. Pero no; un remate espectacular de Osvaldo acabó en la escuadra de la portería del fondo Sur y, ya de paso, con el Atleti. Cuando el Atleti empezaba de nuevo a estar cómodo, volvió a encajar un gol, un golazo esta vez. Pero al Atleti se le acabó la fe, como al público se le acabaron las calorías. Enmudeció el estadio ante el exceso de castigo y el exceso de suerte del rival, agotado tras dos remontadas y en medio de un frío siberiano. El Atleti se acabó, perdió definitivamente el empuje y la confianza y se dirigió, tristón y sin remedio, hacia el final del partido.

Antes de éste, el episodio del día. Un jugador del Espanyol que recibe una falta, tiempo que se pierde, triquiñuelas delante del banquillo del Atleti. QSF quien, con razón, afea la conducta al rival; Luis García que aparece, Agüero que también lo hace, en este caso con maneras de bajito en pelea de bar. Bronca, empujones, dedos que señalan y una tarjeta roja que vuela en dirección a QSF. El partido que sigue en silencio, el público que ve imposible empatar si no es de carambola, el árbitro que sigue fallando. El pitido final, Luis García que se dirige a los pocos seguidores visitantes con aspavientos quizás excesivos, y QSF que se lanza a por él, perdiendo los papeles. QSF, como viene demostrando últimamente, parece vivir buscando su personaje y ayer fue devorado por éste. QSF quiere vestir como Guardiola, quiere pasar por un técnico inflexible con los canteranos como el entrenador del equipo de Siro López y últimamente quiere recordar, con su afeitado, al Doctor House. Ayer también quiso erigirse en guardián de la dignidad del Club, algo muy loable si tuviera un trasfondo histórico y se hiciera con los modales que requiere la grandeza del Atleti en vez de con formas de forofo en plena pelea de atasco. Pero ayer QSF perdió el oremus y salió corriendo con intención de atizar a Luis García, eso sí, con la astucia suficiente para hacerlo por la zona en la que sabía que sería detenido sin problemas. De ello se encargó Kameni, enorme ayer en la portería y también enorme, literalmente, comparado con QSF. Placó Kameni a QSF y, de haber sido un tipo con mala baba, le habría sentado en su muslo y habría gesticulado con la manita del entrenador en clara imitación de Monchito; por suerte Kameni es un tipo educado y optó por la discreción en vez de por la ventriloquia. Desde el Rojo y el Blanco, nuestro agradecimiento a Kameni.

El Atleti pudo ganar a un rival directo, al menos a estas alturas de la competición, y no lo hizo. Perdió en casa un partido de esos que da muchísima rabia perder, en parte por no ser merecido, en parte por haber remontado dos veces sin resultado y en parte por haber sufrido un par de decisiones arbitrales de las que ojalá no tengamos que acordarnos. Pero, excusas aparte, el Atleti sigue sin saber bien a qué juega, sin imponer su estilo ni su sistema y, lo que es peor, llega al final de la primera vuelta con dudas enormes en la línea del equipo que estaba llamada a servir de base para el salto a lugares mejores. Y de esto, la verdad, tiene más responsabilidad QSF que Domínguez.

lunes, 22 de noviembre de 2010

De remontadas y formas de ser

El Atleti remontó un partido como sólo él sabe: complicándolo todo. Sin estas cosas, la verdad, sólo seríamos un equipo más.


Llegaba el Atleti a San Sebastián tras un tiempo de ausencia, motivada por haber pasado la Real Sociedad unas vacaciones en Segunda, y la sensación era rara.

Uno recuerda cuando era chico haber gritado con furia muchos goles de la Real Sociedad, sobre todo uno de Zamora en Gijón, y se sabe aún casi de memoria la alineación de ese equipo que ganó dos ligas sin perder casi ningún partido y que casi gana una tercera un año antes de no ser por una única derrota, en Sevilla. Se acuerda de las medias blancas de Arconada, de los bigotes de Zamora, Satrústegui y Aldridge, del estilo pizpireto de López Ufarte (del que siempre se comentaba que había nacido en Fez, Marruecos), del despliegue de Alonso y (desde Gajate a Océano, pasando por el Chipirón Atkinson), de Górriz, al que durante años uno siempre veía ahí, en el mismo sitio, como si no pasara el tiempo. Y se acuerda también de Atocha y los goles de corner, con la bola entrando en la red y casi dándole en la cara a los aficionados que, a dos metros de la línea de cal, apretaban al rival con la vehemencia del que sabe que tiene un papel importante y una responsabilidad para con el resto. Y recuerda uno partidos en casa con Peio Uralde y López Ufarte (que estuvo en ese 0-4 en el estadio del equipo de Fernado Verdasco y que también falló un penalti contra ese mismo equipo en casa) y hasta con Agustín Elduayen, largo, de verde o quizás de azul y con cara de despiste mientras los primeros iban de rojiblanco.

Pero llegaron los cambios y la política y las peleas y pasó lo de aquél día y la Real, como en las maldiciones, pasó sin saber muy bien a ser considerado el enemigo (algo más entendible por su lado que por el nuestro). Llegaron los cánticos vergonzantes y las miradas bajas cada vez que se escuchan, las flores en la puerta del estadio y las ganas de pedir perdón por algo que uno nunca hizo y jamás haría. Las recomendaciones de no ir al fútbol a San Sebastián y el hablar con la boca pequeña cuando se dice por esos pueblos que uno es socio del Atleti. Llegó también Anoeta y la pista de atletismo y la crisis de la Real y el descenso tras casi ganar una liga que se le escapó a pocos partidos del final, con toda la ciudad vestida de azul y blanco y los niños regateando paseantes por la Concha, qué maravilla de días.

Y llegó también el ascenso a Primera, que es donde debe jugar la Real, y volvió el Atleti a San Sebastián y ayer, además de ver cómo el Atleti ganaba en ese campo por primera vez en la historia, la televisión mostró la imagen de un tipo con camiseta rojiblanca celebrando los goles en medio de la grada rival, que es lo que uno entiende como el fútbol normal, lo que debería ser. Esperemos estar a la altura a la vuelta.
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Salió el Atleti vestido de Atleti y con el dibujo de siempre, ese cuatro dos cuatro que quizás sea un cuatro cuatro dos o quizás un cuatro dos-dos-dos en hexágono regular con sensaciones, con algunas salvedades. Salieron Mario Suárez y Tiago en el centro del campo, como en los últimos partidos, y salió también Perea de lateral, Ujfalusi de central junto a Godín y Domínguez de reserva. Salieron delante los cuatro de siempre y salió Antonio López por la banda izquierda, multiplicando las dudas sobre Filipe Luis Filipe, sobre su estado físico, sobre su capacidad real para jugar al máximo nivel semana tras semana después de la lesión y sobre la valía de su recambio.

Estas mismas preguntas se hacían los jugadores cuando, a los doce minutos, marcó la Real. Quizás marcase Ujfalusi en propia meta o así lo pareció en la televisión, pero Llorente, ese jugador de modales desagradables y cara de que todo el mundo le debe una, lo celebró como si fuera propio. Doce minutos, doce, sólo doce, y el Atleti encajaba un gol. Perea, mal en el lateral, no tapó al peligroso Griezmann y Ujfalusi no se anticipó a Llorente; el checo se enfadó con el árbitro sin que sepamos bien por qué, quizás para seguir con la bronca que le pegó Forlán tras su fallo. El caso es que, sin mucho, la Real se ponía por delante y el Atleti tenía un partido entero para remontar, que es algo que no se le suele dar bien.

Durante el primer tiempo el Atleti recordó al de tantas tardes tristes. Roto por el medio, más que cuando está Assunção, el equipo no parecía tener claro cómo meterle mano a un rival sin brillo pero con ganas. La delantera, desconectada, hacía la guerra por su cuenta forzando al medio del campo a correr y correr cada vez que perdían un balón. Tiago quedó en el medio de ese centro del campo roto, desorientado y falto de sitio, con Mario Suárez corriendo de un lado a otro tapando agujeros, la misión en otros partidos de Assunção, última baja sorprendente con la que nos obsequia Quique Flores. Assunção veía desde el banquillo el primer tiempo mientras buena parte de la afición se preguntaba cómo, en un equipo con tendencia a dejar vendidos a sus medio centros y en cuya plantilla hay al menos cinco jugadores de ese perfil, nunca se juega con tres medios, tres pivotes o tres medio centros, como Vds prefieran. También veía Domínguez desde el banquillo cómo el equipo hacía agua en defensa a pesar de la vuelta de Godín, cómo Ujfalusi no jugaba cómodo en el centro y cómo Perea era superado una y otra vez al jugar como lateral. ¿Por qué no jugó Domínguez con Godín en el centro de la defensa, con Tomás de lateral? ¿por qué salió Antonio López en vez del brasileño? Quizás haya razones válidas, pero no las conocemos. La defensa, la línea más reforzada del año, la llamada a sustentar un equipo con la misión de volver al sitio histórico, la que parecía tener un cuatro titular claro, ve cómo baila y baila y cambia y no repite miembros. Misterios Flores, Inc.

Antes del final del primer tiempo, el equipo dio síntomas de recuperación. Reculó la Real y el Atleti entendió que, qué cosas, atacando es más fácil meter goles. Tiró Tiago desde lejos en la ocasión más clara, pero Bravo, un buen portero difícil de batir, sacó el tiro. No obstante, el Atleti pareció ver luz en el camino y salió el segundo tiempo con la misma idea. La Real no parecía cómoda y el Atleti encontró un par de aliados: Martín Lasarte y Ayza Gámez. El entrenador de la Real quitó a Griezmann, uno de sus jugadores más peligrosos, y el árbitro dejó de pitar en un par de ocasiones como mínimo dudosas, en beneficio del Atleti.

La jugada del primer gol del Atleti empezó en el área propia con un posible penalti de Tiago, muy reclamado por los jugadores de la Real en el mismo momento en que ocurría; mano parece que hay, si es o no voluntaria es otro cantar. Algunos ven clarísimo cómo Tiago intenta darla con el brazo y hasta creen leer en sus labios, con acento portugués, "quietos que esta la pego yo de Trasmontana, que es como llamamos en mi tierra a la zamorana, oiga"; otros, sin embargo, no ven traza alguna de voluntariedad y leen con claridad en la vocalización de Tiago un "uyvá" exculpante. Unos recuerdan lances similares hace bien poco, en Villarreal sin ir más lejos, y a otros les da igual lo que haya pasado en el pasado, dados como son a los juegos de palabras. Pareció que Tiago hizo uno de esos penaltis claros cuando los hace el rival e inexistentes cuando los hace el jugador propio, ya saben Vds de qué hablo. El que suscribe opina que si el árbitro pita penalti tampoco habría pasado nada; bueno, sí, que posiblemente el Atleti no habría remontado un dos cero por más que se dieran carambolas cósmicas. Bien pensado, quizás De Gea habría parado el balón, dejando a Llorente con esa cara tan suya de haber perdido un boleto premiado de la lotería en medio de un pozo negro, quizás lanzando el contraataque, abriendo el balón a la izquierda para que Reyes, levantando la cabeza y mostrando una visión de juego mucho más rica que sus tradicionales primeros planos de briznas de césped, pusiera un pase larguísimo, preciso y asombroso para que Agüero, todo técnica en el control y poderío en el regate, dejara a Forlán un tiro franco de esos que éste no desperdicia. Sí, bien pensado quizás pudiera haber pasado eso, pero la realidad es que pasó eso mismo sin penalti pitado, qué cosas tiene el fútbol, qué suerte tuvo el Atleti esta vez, qué bien nos vino que el árbitro no pitara el penalti.

El gol, cree uno, pudo no ser gol por el penalti mencionado pero sí fue una recompensa justa a los méritos del Atleti. El equipo se lo creyó y Tiago empezó a jugar. Salió Raúl García por un buen Mario Suárez - un jugador que ha enderezado su imagen inicial de blandito, esperemos que para ejemplo de Fran Mérida - y el Atleti creyó más en él y de paso dio munición a los partidarios de Raúl García con amor por la estadística. La Real volvió a pedir un penalti por agarrón de Ujfalusi que no pareció, y el Atleti siguió subiendo el ritmo. A estas alturas del partido Perea había cambiado posiciones con Ujfalusi, dejando el carril al checo y volviendo al centro de la defensa tras su pobre partido en el lateral. Ujfalusi mandó un mensaje al banquillo poco después sobre dónde prefiere jugar cuando, tras excelente jugada de Forlán, buscó el área y metió un pase de gol a Agüero, que no perdonó. Las imágenes dejaron ver un fuera de juego más bien claro del Kun, si bien la afición, reglamento en mano, hablan y hablan hoy de trayectorias, posición de los defensas, referencias móviles, ángulos obtusos y trigonometría aplicada. Al que suscribe le pareció fuera de juego cuanto menos dudoso, pero no así al árbitro quien, de nuevo indulgente con el Atleti, dio por bueno el gol de Agüero.

Con uno dos y diez minutos por delante tocaba amarrar y no perder balones, pero el Atleti no sabe de eso. Para empezar, Tiago jugó un balón desde el centro del campo de una manera infrecuente: en largo. El pelotazo, alto y bien dirigido llegó a Forlán quien, con esa pose miedica que suele poner en esas situaciones, la dio con la puntita y posiblemente cerró un poco los ojos y le salieron arruguitas en la nariz, y hasta hay quien afirma que, con voz aflautada de niño cantor, dijo "uy" al darla. Bravo, que había llegado ya a la altura del uruguayo, despejó in extremis y el balón llegó al Kun quien metió el tercero con autoridad y casi de media vuelta. El Atleti había dado la vuelta al partido, había logrado tres goles y quedaban sólo unos minutos para el final, la situación soñada para un equipo serio.

¿Equipo serio? Busque en otro sitio, oiga. El Atleti es el Atleti y nunca hace lo que de él se espera, ya lo saben Vds. Un barullo en el área de esos con varios vice-despejes lo terminó resolviendo Perea y acabó en los pies de Simão, quizás el jugador más cabal del equipo en estas situaciones quien, además, estaba haciendo un partido más que notable. Pero el Atleti es mucho Atleti, ya lo saben Vds, y tiene una facilidad para meterse bajo la piel de la gente que no debe desdeñarse. Simão, normalmente frío y profesional, listo y cauto, mostró su sintonía con la historia del club y en el peor momento enloqueció, tiró un regate entre dos rivales, salió en dirección a la zona donde los contrarios pueden tirar a puerta con comodidad y, en plena ofuscación, la perdió. Diego Rivas, ex del Atleti naturalmente, marcó un buen gol ajustando al palo un balón de esos que en nuestro equipo habría tirado al río, ya saben Vds cómo son estas cosas. A Simão, tras esto, uno no sabe bien si emplumarle y tirarle al pilón o darle la insignia de oro y brillantes del club por ser esa jugada suya la prueba definitiva de su comunión con la artísticamente incomprensible historia del equipo; yo, por si les vale de algo, como que le he cogido más cariño, oiga.

Dos tres, pocos minutos, el partido olía a tragedia griega en rojo y blanco tras remontada, desastre final incluido. Así lo entendieron la mayoría de los aficionados del Atleti, a estas horas de pie y tiritando en salones, bares y garitas de guardia, con el corazón encogido y mil recuerdos agolpados. Pero no, oiga, ya hemos dicho que el Atleti, cuando está Atleti-Atleti, hace lo que nadie espera. Así, Reyes, bien toda la noche, algo ausente de la defensa en los primeros compases (para desesperación del ayer desesperante Perea, al menos el primer tiempo) pero más metido en movimientos de recuperación que otras veces y excelso en el pase a Agüero del primer gol, entendió por una vez lo que había que hacer en el preciso momento de hacerlo. Pisó área, hizo un regate excelente y encaró a Bravo esperando un penalti inevitable. El penalti de la tranquilidad lo tiró Simão; viendo su anterior intervención uno habrá esperado un remate al larguero seguido de un rebote en su propia frente, el balón que sale bombeado hasta derribar una garza en plena emigración y la caída de esta última en el moño de una señora que se dispone a probar una sopa carísima. Pero no, marcó Simão con facilidad y el Atleti ganó, aunque no me negarán que habría tenido mucha más gracia si llega a pasar lo de la garza.

Ganó el Atleti, ganó, quién nos lo habría dicho un rato antes, quién nos iba a decir que el Atleti iba a meter cuatro goles en un tiempo, dos de ellos tras un pase largo, o que el árbitro iba a beneficiar en las jugadas dudosas y no tan dudosas. Ganó el Atleti y la afición se abrazó y luego se abalanzó hacia el periódico. La calculadora, trae la calculadora, Mari. Y un lápiz. A ver, en casa quedan Espanyol, Depor, Racing y Mallorca, fuera quedan Levante, Málaga y Hércules. Cuatro por tres doce, tres por tres nueve, treinta menos veinte, diez. El Villarreal está a cuatro y tiene que venir a casa, el Espanyol a dos y con eso es Champions y viene el domingo. El Valencia a uno, el Sevilla igual, ambos pasan por el Calderón. Bueno bueno, quién nos lo iba a decir, ahí estamos, pinchan todos, mira qué bien, otro tinto, que sean dos, oiga.

Quique Flores, no con demasiada audacia, reclama 30 puntos al final de la primera vuelta, esto es, diez puntos más de 21, de los cuales 12 son en casa. No debería ser imposible, si al Atleti le da por competir y a los rivales por seguir pinchando, las cosas puede que sigan el curso establecido. Y, sobre todo, si a Agüero, Forlán y De Gea les sigue dando por jugar como juegan, hay espacio para creer. Por más que no juguemos como deberíamos, eso sí.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Inexistente crónica austro-húngara del Atleti – Osasuna

Por motivos que no vienen al caso, el Rojo y el Blanco no ha hecho crónica del partido entre el Atleti y el Osasuna. La pereza y el vermouth son algunos de esos motivos que no vienen al caso, pero no haremos una lista porque nos costaría muchísimo y andamos con sueño.

De hecho, no tendría sentido hablar del buen partido de Mario Suárez, de las dudas sobre Filipe Luis Filipe, de la facilidad con la que para balones De Gea, de la poca fiereza del siempre fiero Osasuna (quizás el más dócil de los últimos años) o de los dos goles y el excelente pase de Forlán en el segundo gol el día después de la muerte de Berlanga, que es una efeméride mucho más importante.

Lo suyo habría sido no hacer nada de nada, pero al no ser de recibo quedarse callado en un blog como este en día tan señalado, para la posteridad quede esta crónica en (roji) blanco sobre un día de un partido que ganó el Atleti y que quedó sin crónica, pero no sin reseña para uno de los tipos más grandes y más graciosos que han pasado por el país en los últimos años.

Y recuerden, comer paella en el tejado de la iglesia puede ser sacrílego; eso sí, si es de marisco, no.

lunes, 8 de noviembre de 2010

De derbys funcionariales y aficionados hartos

El Atleti perdió un partido en el que pareció ocuparse más de maquillarse las carencias que de buscar la victoria, y no parece que le importe mucho a nadie.

NOTA: en esta crónica se escribe DERBY y DERBYS, con Y (griega) en protesta por la imposición de la yé.


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Este año el aficionado atlético esperaba con poco interés el día del derby, ese partido que se jugaba antes y ya, desde hace un tiempo, no. Desde hace años el derby no es un derby sino que es un partido más, un partido soso con poco que recordar, un partido como tantos otros, un mero partidete. Antes los derbys se vivían con pasión durante la semana previa y con entusiasmo o depresión la semana después, valían para deteriorar amistades históricas y para acumular agravios, para retirar la palabra a los cuñados y para hacer rabiar a los vecinos de plaza de garaje. El derby era uno de los días más odiados y esperados del año y producía esa sensación que sólo producen los derbys, esas ganas de que llegue el día mezcladas con el terror a que llegue ese mismo día, ese miedo antes y durante el partido y esa rabia o ese orgullo de después, esa intensidad que ponía la memoria a absorber absolutamente todo lo que pasaba y a tratar cada injusticia arbitral como un motivo suficiente para romperse la camisa, anudarse un pañuelo a la cabeza y echarse a la calle a quemar un convento. Pero esos días han pasado y ahora el aficionado colchonero espera el día del derby como quien espera el día de los análisis médicos de la empresa: sabe que el día va a llegar, tiene ya fecha, sabe que será poco agradable pero que pasará pronto, ya casi sin dolor; sabe que, al contrario que antes, nadie se reirá de él si le ponen gafas porque ya a casi todo el mundo le da igual la pinta que tiene, total él ya no es tan importante como antes.
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Este año, no vamos a ocultarlo, el aficionado intuía que el derby pintaba mal. El Atleti, tras arrancar bien la liga, llegaba tras unos cuantos partidos regulares y dos bastante malos. En casa contra el Almería y en Noruega el equipo dio muestras de debilidad, de espesura, de falta de personalidad y hasta de hastío, de pereza, de hartura por tener que salir a jugar sin muchas ganas con un esquema de juego poco claro a pesar de haber sido repetido hasta la saciedad. El rival, por el contrario, llegaba líder y goleador, exhibiendo más agresividad que otros años, más goles que otros años y el mismo exagerado apoyo mediático que siempre. Quizás esto hizo a muchos aficionados esperar una paliza, una humillación, un correctivo en toda la regla y por eso optaron por ir al cine, arreglar los armarios, pintar las sillas de la terraza o visitar a los suegros, cualquier cosa antes que ver en directo la masacre. No serían los primeros aficionados de la historia que renuncian a ver el derby, no, pero sí los primeros que alegaban esas causas; antes, cuando algún atlético prefería no ver el partido solía ser por no tirar a un invitado por el balcón o por prescripción facultativa.

Los atléticos que no vieron el partido, sin embargo, no fueron mayoría: por más que la lógica indicase que lo mejor era no volver a llevarse un chasco, le es difícil al aficionado atlético no ver a lo suyos aunque sea jugando en un almacén de objetos robados y, menos aún, no ver ese hilito de luz en medio de la oscuridad, no imaginar ese titular del día siguiente, no visualizar esa entrada sonriente a la oficina y ese brillo de orgullo en los ojos que tantas veces ha experimentado. Es complicado no ser testigo, no intentar ayudar aunque sea mirando, renunciar a ver, valorar y sacar conclusiones por uno mismo para no quedar a merced de la impresentable prensa, parcial y triunfalista, no querer ver de primera mano qué le cuentan luego a uno para no pasar por el filtro de lo que interesa a los vendedores de periódicos.

Así, finalmente más aficionados de los que ellos mismos habrían pensado vieron el partido entero y llegaron a la conclusión de que quizás habría sido mejor ir al cine, arreglar los armarios, pintar las sillas de la terraza o visitar a los suegros, cualquier cosa antes que ver en directo el tostón, el partido insulso, el partido mil veces visto entre el Atleti y un equipo de la mitad baja de la tabla a quien se gana sin mucho esfuerzo, pero al contrario. Porque el Atleti perdió pronto un partido por su propia inoperancia y un despiste monumental y se dedicó luego a maquillar su propia dignidad, a barnizar la sensación de impotencia con un dominio poco efectivo y poco profundo que permitiera a jugadores y entrenador decir que el equipo había sido un digno rival, como si se enfrentaran las legiones de Roma contra los alevines de Numancia y se buscase un titular menor, un "como estaba previsto, nos ganaron, pero en vez de en diez minutos tuvieron que emplear treinta". Las cosas pudieron cambiar si el árbitro está más acertado y todo pudo ser distinto si entra el gol de Forlán, o el árbitro pita falta a Reyes en el primer gol o De Gea está más vivo en la falta del segundo. Pero, dicho esto y subrayado el borrón arbitral, el que suscribe vio un equipo que marcó dos goles pronto a otro equipo que siempre encaja goles pronto a pesar de que sabe el precio que pagará luego, y luego a ese equipo goleador tranquilo, dejando la iniciativa al visitante a sabiendas de que el riesgo era limitado.
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El Atleti llegó al estadio del otro equipo grande de la capital con aire de ujier, a recoger el papel que certificaba la derrota sin demasiados alardes. Hola, sí, buenos días, mire venía a cubrir el expediente, a pasar un rato aquí y que se lleven Vds los tres puntos. Ah, si, mire, le estábamos esperando, firme aquí y aquí y aquí, ¿ha traído los papeles? ¿el libro de familia? Ah, sí, muy bien, espere, le pongo los sellos, póm, póm, póm, ya está, hala, gracias, sí, tenga Vd un buen día ¿siguiente?

La afición del equipo de Juanito Navarro se comportó con la misma desidia y falta de interés que el equipo visitante, sin un atisbo de miedo y casi sin emoción. Incluso el día después no son muchos los comentarios jocosos, por más que en toda oficina hay siempre un pobre idiota, un bufón de guardia con el don de hacer el imbécil hasta cuando el resto se comporta. El aficionado colchonero se había preparado, había previsto una masacre pensando que el malhumorado entrenador rival, ese tipo que sueña con que a su paso suene la misma música que cuando sale Darth Vader, pediría a sus jugadores un plus de agresividad, exigiría un resultado histórico si había ocasión, un siete cero que se recordase en bares y bingos dentro de años. Pero ni eso, oiga, ni eso; el entrenador rival pidió a los suyos reservarse, no desgastarse, recuperarse del partido del pasado miércoles, ir al tran tran en cuanto tuvieron dos goles de su lado. El partido del Atleti para recuperarse tras el del Milán, lo nunca visto, si anda Arteche por el campo arde Troya. No quiso hacer daño el entrenador del equipo de Ramoncín - y quizás tampoco pudo, aunque De Gea paró bastantes más que el portero rival - y eso sólo demuestra que ya no hay derby ni nada que se le parezca.

En el palco uno imagina que la historia sería similar. El presidente del Atleti, máximo responsable de la situación del club si es que este hombre puede ser responsable de algo, estaba tranquilo y risueño en el palco. Conociendo a este hombre y su afición a lucir símbolos del equipo de Ray Loriga, uno le imagina encantado en el palco, diciendo lo bonito que es todo, hablando maravillas de la calefacción y la mar de orgulloso al lado del presidente rival. Hombre Florentino, menudos asientos tenéis aquí ¿es escai? ¿es polipiel? Se ven bueno, buenos ... ¡y reclinables! y oye, que de la televisión lo que tú digas, que a mi me parece bien, me parece justo, lo del Del Nido es una locura, ya le conoces, con ese sombrero ... yo, lo que tú digas, claro que sí, faltaría más, y si hacemos carreras de caballos yo no tengo problema en correr en un pony, hombre, por mi no hay problema, para mi es un orgullo en cualquier caso. Y a ver si os venís a casa Pitina y tú a cenar, que mi mujer os pone unas cortezas y un champán del bueno, del belga. Tú puedes hacer esa imitación tan buena de Antonio Ozores, que eres igualito, y nos podéis contar esas historias tan graciosas de cuando el Atleti puntuaba aquí en vuestra casa y los derbys se jugaban a cara de perro, que nos dan mucha risa. Gracias sí, es buen plan, cualquier día vamos, gracias por el apoyo, amigo Cortezo. Cerezo, Florentino, es Cerezo, no Cortezo. Ah, sí, es verdad, perdona, ¿es Ernesto, no? Enrique, es Enrique. Ah, sí, Enrique, perdona, claro, claro, pues eso, nos vemos pronto, gracias, Carazo.
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Salió el Atleti con un portero muy abrigado y peinado con cresta en un partido que antes se jugaba con bigote o, como mucho, con cresta de mohicano de los que hay que arrancarles el corazón para asegurarse que no se van a revolver, y salió también con una defensa de esas que se llaman ahora de circunstancias. Salieron en el centro Ujfalusi, algo perdido como central tras muchos partidos como lateral, y Domínguez, emocionante en su entrevista de unas horas antes pero excesivamente despejón y poco jugador durante el partido. Salió por la izquierda Filipe Luis Filipe y por la derecha Valera, y de ambos hablaremos un poco más.

Filipe Luis Filipe, fichaje de relumbrón de esta temporada, es lo que se viene llamando un carrilero moderno. Fino de cabos, ligero, elegante con el balón, más ofensivo que defensivo, está llamado a darle la réplica a Ujfalusi y abrir el campo por las bandas. Pero Filipe Luis Filipe, quizás por su lesión pasada, quizás por no haber tenido tiempo aún de encontrar su sitio, no aporta en ataque todo lo que debería y su presencia en el juego es relativamente escasa. Se espera mucho de él y aún no lo da y empieza a llegar el momento de exigirle más. Valera, por su parte, salió de titular en el derby y hubo más de uno y más de dos que se encomendaron a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles, pensando en el partido que podría hacer el bueno de Valera en la banda por la que estaba llamado a entrar el jugador con los peinados más cuidados del fútbol mundial, el estandarte del rival y proclamado jugador más glamouroso del mundo mundial y duque de las botas de motitas. Y hete aquí que Valera, sin demasiadas dificultades, cubrió su banda, llegó alguna vez a la línea de fondo rival, cumplió en los corners y multiplicó presencia para tapar el agujero que dejaba por delante de sí Reyes y algunas audaces colocaciones de Ujfalusi. No obstante, no tiene excesivo mérito el partido de Valera, que ayer tuvo la suerte de marcar a un jugador que únicamente se emplea y funciona contra rivales de enjundia limitada y que, en partidos más duros, se limita a buscar el primer plano y hacer ese regate inútil basado en los pasos de la jota manchega, tributo fiel, eso sí, a la provincia cuya matrícula luce en su acrónimo.

El ataque de entrenador de la noche apareció en el medio del campo. Quique Flores, fiel como siempre al dibujo de Aguirre, sacó a Mario Suárez junto a Tiago dejando fuera a Assunção (imaginamos que por algún problema físico, que si no nos lo explicamos) y a Raúl García, el damnificado crónico. Raúl García tiene que ganarse los galones todos los partidos, siempre empieza de cero y no tiene crédito, cosas que ocurren; cuando luego ve uno que es el único al que duele un pase ridículo de un rival portugués y le dice lo que le habría dicho cualquier aficionado, a uno le da rabia su situación. Tiago, sin embargo, es un buen jugador que no está en su mejor momento pero cuenta con buena prensa y la confianza del respetable. En Noruega jugó un partido nefasto pero marcó un gol antológico, y con ello parece haber llenado hasta los topes sus reservas de credibilidad. Ayer hizo un partido normalete, sin mucha exigencia, apoyado en un buen Mario Suárez y sin demasiada presión de los rivales, cómodos desde su segundo gol en el minuto 20. Eso sí, su salida coincidió con la pérdida definitiva del balón y la entrega de la cuchara y las llaves de la ciudad, la firma del armisticio y los ruegos y preguntas.

En las alas jugaron los de siempre. Simão anduvo peleón pero poco efectivo, sin demasiada sintonía con Filipe Luis Filipe, el llamado a entrar por el hueco que Simão abre al ir hacia dentro. En el otro lado, Reyes. Reyes hizo bien su juego característico, ese juego infantil consistente en regatear siempre y mucho. Reyes aportó cosas, no tuvo problemas para jugar a pesar de estar cubierto por el lateral izquierdo de moda y pudo marcar si no es por el portero rival. Pero en otras ocasiones Reyes, como es costumbre, regateó y regateó dejando a su paso uno, dos, tres rivales y uno, dos, tres compañeros en buena posición que quedaban sin saber bien qué decir al ver pasar a Reyes mirando al suelo como si hubiera perdido una lentilla. Reyes aporta al equipo por su facilidad en el regate y su imprevisibilidad, pero esas mismas condiciones hacen a veces que el resto de compañeros no sepan dónde va Reyes, dónde colocarse y qué esperar de él; cuando Reyes pierde el balón y se lanza en contraataque rival, eso sí, todo el mundo se acuerda de los antepasados de Reyes.

En la delantera, el aficionado soñaba con ver a un delantero rubio aunque cada vez más moreno marcando un gol desde la derecha y otro desde la izquierda, uno tras control y remate y el segundo tras control, remate y espectacular tiro con rosca, pero entonces cayó en que ese delantero, siendo de los suyos, le había metido esos dos goles al Chelsea un rato antes y tendría difícil llegar un par de horas después a jugar el derby. Cayó entonces en la cuenta de que los goles tendría que meterlos un tipo chiquitajo y moreno o bien un rubio aunque cada vez más moreno al que el club anda loco por vender y para el que va armando una coartada de deslealtades, frialdad y rarezas que luego viene muy bien para que la gente no proteste demasiado. El chiquitajo lo intentó sin éxito y el rubio cada vez más moreno no tuvo su día aunque lo intentó, y eso que pegó un tiro al palo que pudo haber cambiado el partido. Poco hizo la delantera del Atleti y no pudo hacer demasiado a pesar del dominio del equipo; porque el dominio fue horizontal y poco peligroso, hizo que el rival estuviera cómodo y en ningún momento hubo un fogonazo de ira de esos que empujan a los equipos a su área pequeña.

El Atleti pareció conformarse con un dos cero y una buena crítica a su juego. No intentó buscar la victoria y prefirió asegurarse el no pasar a la historia como la plantilla que recibió un saco de goles. La mochila de derbys perdidos ya no pesa a los jugadores como debiera; ya no es un deshonor volver a perder, es casi ya lo normal, no una tradición pero casi, no una necesidad pero casi, nada, en cualquier caso, que afear a los jugadores responsables de la enésima derrota. No hubo asedios a la portería ni salidas en tromba a pesar de que el rival no pareció gran cosa; hubo un armisticio sin firmar, un pacto de no agresión una vez pasado el vendaval inicial y los fallos de la defensa. Ni siquiera en las decisiones arbitrales contrarias se produjeron follones ni hubo protestas airadas, sólo Raúl García puso en su sitio a un rival. Los jugadores vivieron el derby como un trámite, como una misión imposible tras el segundo gol en la que lo importante era encalar la fachada y no limpiar la casa por dentro, se comportaron como profesionales conscientes de que nada cambiaría para ellos si se volvía a perder el partido que no hay que perder nunca.

Pero, ¿y la afición? Pues, más preocupante aún, a la afición parece pasarle lo mismo que al resto. Viendo unos jugadores a los que no afecta en absoluto la situación y una directiva domesticada, contenta con poder rechupetear las sobras de la chuletada, la afición parece haberse contagiado. Al aficionado le da cada vez más igual perder el derby, se piensa el verlo y asume con indiferencia la entrada a la oficina del lunes. Las derrotas ya no duelen, casi ni irritan, se procesan de antemano y cuando suceden ya se han digerido. Hasta el aficionado más convencido parece haber asumido que, en estas situaciones, el Atleti ya no es un rival que juegue de poder a poder, ni siquiera el equipo incómodo que se empeña en aguar la fiesta del equipo ricachón cortándole la salida del garaje con barricadas; casi hasta ve con naturalidad que la directiva asuma como positivo el statu quo y renuncie a pelear por acortar la diferencia en presupuesto con los de arriba. La hinchada se ve impotente para cambiar la situación y observa, ya sin fuerzas, como el Atleti pasa de ser el vecino con el que no se busca pelea a ser Flanders. La afición está harta de ser la única que sufre por estas cosas y parece empezar a dar signos de hastío. Y esto, señores, sí que es muy, pero que muy preocupante.