lunes, 30 de agosto de 2010

Agradables consecuencias musicales de tanto título internacional


NOTA: este texto estaba destinado a ser la entradilla de la crónica del Atleti - Sporting. Como es posible que no tenga oportunidad de hacerla, ahí va, al menos, el aperitivo.
___

Ganar títulos, eso que hace 8 meses se nos antojaba imposible y ahora nos resulta casi asequible y normal, tiene efectos curiosos en la hinchada. No nos referimos a esa sonrisa de bobo que nos dura unos días, ni al brillo en los ojos cuando se habla del partidazo de Mónaco, ni al convencimiento repentino de que el sol luce más brillante y el aire es más puro desde el mes de Mayo. Tampoco hablamos de la agradable sensación de descubrir que los correligionarios son muchos más de lo que sospechábamos, ni de recibir llamadas y mensajes de gente a la que hace años que uno no ve, a la que pensaba tan perdida por el mundo como estaban, allá por el mes de diciembre, las posibilidades de ganar una Supercopa europea. No nos referimos tampoco a esa sensación ya casi familiar de ver escudos del Atleti en ciudades remotas o camisetas rojiblancas en mercadillos extranjeros, o de reconocer la filiación colchonera de los viajeros en los aeropuertos por el cuello de la camiseta antes de entablar conversación con ellos, o pegar el oído en bares remotos para asegurarse de que los vecinos de mesa son también del Atleti antes de salir del local dando vivas a De Gea. Todas estas sensaciones son casi nuevas o más fuertes que antes, sí, pero no nos referimos a esas, no a esas, oiga.

La Europa League y la final de Barcelona, la Supercopa de Mónaco, como en su momento hiciera el Doblete y otras finales de Copa recientes, producen en el aficionado de toda edad, sexo y condición un efecto musical. No se trata del efecto general músico-estival, que cuando hay título por medio o al menos temporada digna y desplazamiento masivo, el aficionado atlético se hace inmune a la canción del verano, ya sea la bomba, el bimbó o la canción de los gorilas. En años señalados, el aficionado colchonero agudiza su oído y, cosas de la génetica, consigue a la vez restringirlo a lo que verdaderamente le interesa. En años buenos, el aficionado atlético está más musical que nunca pero no canturrea el negro no puede ni vaya, vaya, aquí-nohay-playa, nada de eso, nada de eso, faltaría más, oiga.

Como ya pasara en tantas otras ocasiones, en los últimos días es fácil reconocer a la gente del Atleti por calles, plazas y avenidas, ya sea en Madrid o en cualquier otro lugar del universo conocido porque, sin poder evitarlo y sin querer tampoco parar, canturrea canciones de grada que salen de lo más profundo de su subconsciente. Anda el atlético por la calle y, sin querer, canta para sus adentros lolo lorolo lorolo, lolo lorolo lo lóóó a compás de su propio paso, sin darse cuenta. Y sin darse cuenta va elevando la voz y cuando llega al final de la estrofa dice A-lé-ti un poco más alto y vuelve a empezar, más despacito y solemne, como en la grada. Tras cinco minutos de marcha canta ya a voz en grito sin poder evitarlo y se sorprende cuando se cruza con alguien y le dice "Forza Atleti". "¿Cómo lo habrá sabido? ¿Me conocerá del barrio?", piensa el aficionado colchonero mientras sigue con su ritmillo. Curiosamente el que canta ahora es el que se ha cruzado con el primero, que lleva su canturreo gemelo por las calles de su barrio, marcando alegre el paso al ritmo de la canción hasta llegar a su casa, darle un beso a su mujer y decirle hay que ver lo guapa que estás hoy, chata.

Lo mismo ocurre por toda la ciudad, lo que produce escenas difíciles de entender para aquellos que no han sido picados por este bicho tan nuestro. Corta chuletas el carnicero del mercado y, mientras lo hace, dice jamáas, jamáaaaas, te-dejaráes-tahinchaaadaaa, y las señoras le miran con cara a mitad de camino entre el asombro y la lastimilla. Volveremosvolvereeeemos, dice el conductor de autobús para desconcierto de los viajeros mientras, justo en el mismo momento, un prestigioso neurocirujano que se dispone a iniciar una operación dificilísima dice volveremos otra veeeez tras su mascarilla aséptica. En otro lugar de la ciudad, una familia, presta a comprarse su piso, asiste atónita a la entrada del notario en la sala, marcando el paso y susurrando, entre dientes, soy uno del frente, un descontroladooooo. Lo-lo-lo-lorolo, lo-lo-lo-lolo lo-lo-lo-lorolo, canta el Concejal de Hacienda de un pueblo de la sierra en pleno Pleno, qué pleonasmo, mientras el jefe de la oposición se ablanda en sus posturas y susurra té-quié-roAtleeeeti, lorolololó, tequie-roAtleéeeti, se encoje de hombros y da el debate por perdido mientras, justo a la vez, un cura pasa un mal rato ya que acaba de olvidar qué hay que decir mientras echa agua sobre la cabeza de un bebé vociferante y lo único que le viene a la cabeza es decir réydelafu-riaespañolaaa.

Medio Madrid, buena parte de España y cada vez más gente en el extranjero lleva dos meses cantando y no sabían bien por qué. Qué suerte tenemos.
___