viernes, 30 de abril de 2010

Crónica de un gol que pareció ser de Forlán

Hay días en los que casi todo da más o menos igual, salvo lo que realmente importa.
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Llegaron a la oficina un poco más tarde de lo habitual y con bastante mala cara, pero daba igual. Algunos lucían ojeras malva, otros voz cazallera, casi todos cara de haber dormido poco y mal, pero daba igual. Llegaban a la oficina así, sin ganas pero con ganas, una cosa rara difícil de explicar, pocas ganas de levantarse, pocas ganas de trabajar pero ganas de ver a los buenos compañeros y un poco también de ver a los malos. A algunos les recibieron entre aplausos con todo el departamento financiero puesto en pie flameando post-its de colores, a otros con formales enhorabuenas y felicidades y habrás disfrutado, ¿no?, a algunos les reservaron las mejores grapadoras y calculadoras solares para ellos solitos y a otros les recibieron con ese desdén disimulado que denota rabia y cierta envidia, pero daba lo mismo. Algunos no llevaron más que media sonrisilla y otros llevaron churros y magdalenas y hasta tartas rojiblancas, hombre, qué celebramos hoy, ay, Martínez, si no lo sabes mejor ni preguntes, Martínez, hombre.

La mañana discurrió igual al resto pero distinta al resto, porque casi nada importaba. Se grapaban las facturas con menos ganas y menos concentración, se atendían llamadas de amigos saliendo a la máquina de café y volviendo diez minutos más tarde con esa sonrisilla tonta que se le queda al que acaba de ver a un tipo simpático al que hacía tiempo que no veía por la calle. Daban igual los comentarios de lunes supuestamente ingeniosos del vigilante de la entrada y del ordenanza miope del ford escort azul, sencillamente porque no había comentarios hoy, faltaría más. Se leyeron todos los periódicos de la oficina de cabo a rabo a ojos de todos y sin disimular, sin pararse en las páginas serias de política y economía y sin tocar si quiera las páginas financieras color gazpacho que a diario se veían obligados a mirar en detalle para que los compañeros pensaran que les interesaban muchísimo. Pero ese día no, ese día era distinto, ese día no trabajaban con el mismo mimo. Ese día ordenaban facturas sin mucho interés, metían datos sin demasiada meticulosidad y les daba igual lo que les dijera el jefe. A ver, Vd, Quesada, esos informes, los quiero en mi despacho en una hora, decía el jefe. Sí, sí, decía Quesada, y acto seguido se levantaba delante de todo el mundo y se iba a tomarse el quinto café de la mañana sin disimular, porque todo le daba igual. Todo, o casi todo. Le daba igual cuadrar el balance, le daba igual encontrar el papel verde que todo el mundo necesita, no le apetecía ponerse farruco para reclamar una factura a un señor al que tampoco le apetecía hablar y que estaba además en la Puebla de Montalbán. Si veían un impreso arrugado no lo planchaban, si veían un clip doblado no lo cambiaban, si veían una factura para un cliente que se llamaba Domínguez le hacían un 40% de descuento así, por las buenas, sin importarle si cuadraba o no. Porque ese día nada importaba, salvo lo que importaba.

Tres meses más tarde saltarían las alarmas en la Agencia Tributaria. ¿Pero se puede saber qué pasó a final de Abril en todas estas empresas? No hay un balance que cuadre, no hay un impreso bien hecho, no hay un impuesto bien pagado. No puede ser un fallo informático, no puede ser un error matemático, esto tiene que ser un complot organizado, un ataque coordinado entre contables y financieros rebeldes, puestos de acuerdo el día 30 de abril para confundir y alterar a la autoridad. Ojo, un mensaje del Ministerio, alarma social, los contables no son los únicos. Lo mismo ha pasado en otros gremios, cuidado que parece que el ataque coordinado cuenta también con el apoyo de carteros, cerrajeros, callistas, topógrafos, neurocirujanos, traductores y trapecistas: nadie ha dado pie con bola el 30 de Abril, un importante sector de la población ha estado ausente todo ese día, sin hacer su trabajo, como ido, como atontado, con una sonrisilla rara. La ONU sospecha que pueda ser una pandemia puntual, el Cesid cree que es un caso de hipnosis selectiva, la OTAN sospecha de una infiltración masiva de espías enemigos.

El caso es que el 30 de Abril en Madrid casi nadie ha hecho nada que no fuera sonreír, y los que realmente saben de esto creen que el verdadero motivo es una general y monumental resaca.

Hemos vuelto, que tiemble el sistema (sobre todo, el financiero).
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Podríamos hablar del partido, la verdad, podríamos. Podríamos hablar del sorprendente planteamiento táctico de Benítez, de los tres centrales y el centro del campo superpoblado, de la ausencia de Κυργιάκος, el deseado por nosotros, y de la curiosa posición de Aquilani, que tantos problemas causó a la defensa y a los medio centros del Atleti. Podríamos hablar de los tres minutos de vértigo con los que el Liverpool recibió al Atleti, del vendaval de remates y corners que se sucedieron tras el pitido inicial y de la providencial parada de De Gea que, de no haber existido, podría haber cambiado todo. Podríamos hablar de cómo se fue desperezando poco a poco el Atleti, de cómo tardó tiempo en dar tres pases seguidos, tragar saliva y darse cuenta de que debía empezar a jugar y no sólo a achicar balones y defenderse panza arriba. Podríamos hablar de cómo el gol de Aquilani cayó como un mazazo en el equipo cuando parecía que se empezaba a encontrar la senda, de cómo heló la sangre de la afición y secó las gargantas de los que, a esas alturas, creían que podrían tener por delante un partido plácido. Podríamos, pero no lo haremos.

Podríamos hablar de lo difícil que es ver bien el fútbol en televisión, de entender quién es quién y dónde está cuando se sigue el partido en una pantalla gigante. Podríamos hablar de la malísima realización de la televisión, de los irritantes planos de los entrenadores cuando los jugadores se disponían a tirar a puerta o de las inapropiadas aunque ecológicas imágenes de una urraca con la que nos obsequiaron durante un rato. También podríamos hablar de la imagen de la celebración de Torres en el primer gol del Liverpool y de cómo a todos se nos pasan por la cabeza los nombres y opiniones de ese vecino pesado y amargo que espera cualquier gesto del Niño para proclamar a los cuatro vientos ese anti-atleticismo y gusto por la traición que sólo él ve. Podríamos hablar de cuánto nos habría gustado estar en Anfield y ver en directo el partido y la celebración posterior, o de lo que nos gusta ver a tres mil de los nuestros animando sin parar. Podríamos hablar también de la envidia que le produce al que suscribe ver cómo hay estadios en los que Simão se puede caer de cabeza entre el público sin que nadie intente hacer nada distinto a ayudarle a que no se rompa la crisma, o en los que el público se sienta a tres metros de los jugadores y no hay ni amago de agresión, escupitajo o voz malsonante. Podríamos también hablar de la caballerosidad de algún aficionado del Liverpool dispuesto a cruzarse Madrid únicamente para tomarse una cerveza con la afición del Atleti y desearle suerte en la final, un ejemplo para todos. Podríamos, sí, pero no lo haremos.

Podríamos hablar de lo contentos que estamos por las buenas actuaciones de Perea en los últimos partidos importantes y por la recobrada autoridad de Antonio López en estos mismos partidos. Podríamos hablar, con la mano bajo la barbilla para recoger la abundante baba segregada, de Domínguez y su personalidad y su trabajo y sus galones y su concentración y su forma física y su hombría a la hora de enfrentarse a jugadores de más peso físico y deportivo que él. Podríamos hablar, una vez más, de la omnipresencia de Assunção y de su derroche físico o de cómo Simão parece ausente pero aparece de vez en cuando para hacer cosas con criterio. También podríamos hablar de Raúl García, de nuevo impreciso en algunos pases y decisiones pero enorme en el esfuerzo, generosísimo a la hora de enseñarse a los compañeros y vital en los últimos minutos del partido, cuando, tras pasar un valle físico, volvió a subir sus prestaciones convirtiéndose en uno de los nombres propios con mayúsculas de toda la Europa League disputada por el Atleti. Podríamos hablar de cómo Agüero no estuvo a la altura que esperábamos, sin duda por culpa de esa barbita nueva sobre la que tendría que actuar con contundencia la División de Barbería de la Guardia Civil, o de cómo Jurado tampoco estuvo al nivel que preveíamos, pero esta vez por lo contrario. Porque podríamos hablar de cómo la entrada de Jurado dio aire al equipo, le permitió tener el balón, echar unos metros atrás al rival y hacerle dudar de su propio sistema gracias a las arrancadas y la verticalidad de un jugador al que tantas veces hemos criticado y que ayer nos gustó. Podríamos, sí, pero no lo haremos.

Y no lo haremos porque sólo hablaremos de un gol. Del gol que aparentemente metió Forlán en el minuto 102 del partido, en el minuto 12 de la prórroga, 8 minutos después de que Benayoun nos diera un disgusto que nunca pensamos que alguien tan flacucho fuera capaz de darnos. Sólo hablaremos de cómo Reyes, a quien más de uno y más de mil habríamos querido tirar al pilón tras hacer de Don Tancredo frente a su par en el primer gol, se llevó por arriba un balón al que también llegaba Johnson, ahí es nada, todo un armario ropero. Hablaremos de cómo controló Reyes, como levantó la cabeza y como dio un toque sutil, un toque que pocos pueden dar, para dejarle el balón en buena, aunque difícil posición, a Forlán. Hablaremos de cómo Forlán, que había hecho un partido insulso hasta el momento, llegó desde atrás y remató a bote pronto y acomodando el cuerpo con más calidad de lo que parecía en un primer momento y metió con autoridad el balón hasta dentro de la portería, la única forma de marcar a un porterazo como Reina. Marcó Forlán y estallaron los bares y las casas y los parlamentos de varias repúblicas ex soviéticas, e incluso en medio de la explosión la afición más sagaz vio algo raro en las imágenes. Forlán remataba a gol pero no lo hacía normalmente, algo raro había en el gesto, daba la impresión de que no era un gesto limpio, natural.

Pasaron las repeticiones y se seguía viendo algo raro. Mejoraron los técnicos la resolución de la imagen y aún así no quedaba claro qué pasaba. Grabaron una cinta, la llevaron a un equipo más potente manejado por ingenieros con grandes gafas y pasaron la imagen marco a marco, fotograma por fotograma. Un tratamiento detallado de la imagen desveló el misterio: acomodó el cuerpo Forlán, golpeó el balón y éste entró en la portería, pero las imágenes dejaban claro que había algo más.

- Ahí hay algo
- Sí, pero ¿qué?
- Pues parece Adelardo

Tocó Forlán el balón y las imágenes mostraron que, para asegurarse de que entraba, detrás del pie de Forlán entraba, como un tren de mercancías, Adelardo Rodríguez Sánchez, el histórico jugador del Atleti que no pasa un buen momento. Nadie sabe de dónde salió ese hombre, nadie se lo esperaba, pero ahí estaba, no había duda, las imágenes son claras y nítidas. No es un truco, no es un montaje, no sabemos de dónde sale, decía un ingeniero con bata blanca y acento alemán, que hace más gracia. Pasadas a menor resolución se veía sin lugar a dudas que el balón entraba y que inmediatamente después entraba en la portería Adelardo. Y no sólo eso. A velocidad aún menor se distinguía perfectamente, tras Adelardo, el corpachón de Arteche que también entraba cargando, para asegurarse de que el gol era gol. A su lado, más fino pero igual de mortal, Gárate. Frotándose los ojos, los ingenieros consiguieron ralentizar aún más la imagen. Tras Adelardo, Arteche y Gárate entraban en tropel Escudero, Dirceu, Alemão, Luis Aragonés y Ayala. A su misma altura Futre, Mendonça, Peiró, Collar, Kiko, Pantic y la señora que tiró los zapatos a Álvarez Margüenda. A alguno de los científicos le pareció ver la silueta fantasmal de un tipo rubio y con pecas con porte arcangelical, si bien esto no fue tan nítido; más claro pareció que intentaba entrar tórpemente al remate Indy, pero las imágenes mostraban cómo le apartaba de un manotazo Simeone, que también entraba en plancha en la portería, a estas alturas convertida en una montonera de brazos, piernas y camisetas rojiblancas de todas las épocas.

Con el balón ya en el centro de la portería seguía entrando gente. Como si temieran que el balón pudiera escaparse, entraban atropellándose jugadores y aficionados, embistiendo como una manada de búfalos. A trompicones entró medio fondo Sur, la Peña Atlética Patones y el Frente de Liberación Panadero Díaz embistiendo con la barra de Casa Miguel, con grifo de cerveza y todo. Tras ellos, veintitrés señores con bigotito y abono en preferencia, el Alevín B en pleno, el Féminas con sus fisioterapeutas, Cecilio Alonso y la coral de la Catedral de Burgos, que estaba de paso. Entraron abriéndose paso a cabezazos Iñaki, Patacho, Fino, Pedro y Karen Quinlan, un montón de señores vestidos de indio, un grupo de abuelas con bufandas tejidas a mano, Mariano Pernía y los gemelos Pablo y Mario, aprovechando la confusión para inundar la portería con una regadera de plástico. Incluso cuando ya no había posibilidad física de que cupiera más gente en la portería, seguían llegando aficionados para evitar que se saliera el balón hasta que, como traca final, entró como un cañón la delantera en pleno del Rugby Atleti con la cabeza abajo y en perfecta formación de maul. Sólo entonces quedó claro al resto que ese partido no se escapaba.

En el instante siguiente, las imágenes son también claras; ahí no hay nadie. Nadie. Sólo Forlán corriendo y obligando a la afición a apuntarse al gimnasio, sólo los compañeros sonriendo de oreja a oreja, sólo la afición abrazándose y lanzando el puño al cielo.

Ni rastro de la multitud que un instante antes entraba furiosa en la portería de Anfield.

Ni rastro aunque todos, todos, sabemos que allí estuvieron.

lunes, 26 de abril de 2010

Crónica tópica del Atleti - Tenerife

Dedicada al periodismo deportivo, que tanto nos irrita y tanto nos hace reír.

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Llegó la primavera a Madrid y, con ella, la anual floración de bulbos, arbustos, árboles frutales y terrazas de bar por todas partes de la capital; un año más, como no podía ser de otra manera, florecieron también los asientos de la grada de lateral del Calderón.

Ya saben que cada año, tras las lluvias y coincidiendo con los primeros calores, la mayoría de asientos del estadio dan a luz, por el agujerito destinado a albergar el tornillo que lo fija al hormigón, una planta de una u otra especie. Gracias al importante volumen de materia orgánica que se almacena en fondos y tribunas desde hace años y al sol que calienta los asientos, las plantas encuentran un medio favorable para desarrollarse y reproducirse. Primero salieron algunas especies nacidas de los aperitivos con los que se entretiene la nerviosa afición durante los partidos importantes: girasoles, calabazas, plantas de maíz y varios nogales. Luego fueron otras semillas traídas por viento e insectos, algunas plantas nacidas del polen de los parques madrileños, especies tropicales traídas desde ultramar por aficionados recién llegados de vacaciones y hasta algunos ejemplares raros de orquídeas que sólo pueden encontrarse en el Calderón y alguna selva tropical vietnamita tras quince días de camino a pie. Hay plantas que llevan en el Calderón una sola temporada y se las prometen muy felices con la posibilidad de llegar a dos finales; otras, empero, llevan en la grada muchas generaciones y por ello tienen colores menos vivos y han desarrollado espinas. A éstas se las reconoce fácilmente por protestar airadamente las acciones de Jurado, normalmente defendido por las especies más aromáticas, y por marchitarse al recordar los tiempos en los que los balones laterales se defendían con la fiereza y solvencia de la zarza común, Rubus Fruticosus L.

La grada de lateral empieza a tener una rica variedad vegetal ya visible desde los satélites que está atrayendo la atención de expertos botánicos de todo el planeta. La contrata de limpieza, comprometida con el medio ambiente, procura no retirar de los asientos aquellos restos que con el tiempo y la descomposición puedan convertirse en abono orgánico, como pudo comprobar ayer cualquiera que llevara pantalones claros. Desde hace meses, entre semana pueblan las gradas investigadores de las mejores universidades extranjeras y responsables de invernaderos de prestigio, que cuidan como merece la grada del estadio armados de lupas, batas blancas y sombreros de paja. Caramba, Profesor Reginald, aquí hay una pepita de pomelo de la variedad Duncan, ¿cómo habrá llegado hasta aquí?; tráigala mejor a este lado, Sr Pallister, el pomelo Duncan comparte gustos con la pera Conferencia, que ya ha brotado por esta zona; no pisen por ahí, oigan, que está recién plantado un rosal de la valiosa variedad Spanish Paradox, de los que sólo hay tres en el mundo

El Club, siempre a lo suyo, se ha percatado del tema y busca la forma de sacar partido al mismo, por lo que al parecer propone enviar a los socios, junto con los impresos de renovación de abonos, las siguientes ofertas:

- ¿Piernas hinchadas tras largos partidos con prórroga y penaltis? Abónese al Sector 217, en el que florece el ortosifón y la cola de caballo, remedios homeopáticos contra la retención de líquidos. Además, invite a un familiar gordo cada dos partidos ... ¡Gratis!

- ¿Niños hiperactivos o simplemente más malos que la quina? En el segundo anfiteatro lateral, el efecto de nuestras plantaciones de tila y valeriana le asegurarán un pacífico sueño incluso cuando perdamos en casa con el colista

- ¿Harto de la directiva, del director técnico y de la Sra Rushmore? En nuestros módicos palcos vip abunda el boldo y la alcachofa, el cardo mariano y otras plantas indicadas para las insuficiencias hepáticas y el estrés biliar que le ayudarán a pasar el trago sin excesivo daño a sus órganos vitales favoritos

- Pruebe nuestras cápsulas El Mapache Homeopático, extractos de las mejores plantas cultivadas en el Calderón, recogidas una a una por nuestra simpática mascota dipsómana. Con dos envases de tamaño familiar, gratis un ejemplar del manual fitosanitario "El Cerezo, la única planta sin beneficios conocidos"

Qué cosas, oiga, qué cosas

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En un día primaveral con condiciones óptimas para la práctica del fútbol, saltó al césped el Atlético de Madrid entre grandes muestras de entusiasmo de la afición, congregada para la fecha en el Manzanares junto con sus vástagos, celebrando el anual Día del Niño. Frente al equipo colchonero compartía protagonismo el Tenerife, un equipo en apuros que veía acercarse el precipicio que lleva al infierno de la segunda división y que venía obligado a puntuar, al todo o nada, a poner toda la carne en el asador y arañar al menos un punto en el coliseum de Pirámides. Salieron por el túnel de vestuarios los rojiblancos con sus elásticas de gala y sus borceguíes de colores y entre eso y el rayo de sol que daba justo en la frente o frontispicio de la abnegada parroquia atlética y su prole, fue recibido por toda una grada llena de niños poniendo cara de chino

Salía el Atlético con una alineación novedosa, con jugadores que normalmente no gozan de minutos ni del beneplácito del entrenador, Quique Sánchez Flores, también llamado el Faraón Demacrado, el Alineador Redicho o El Hombre Del Abriguito. Era de la partida Camacho, el bravo canterano de pelo electrificado que tan pocos minutos ha disputado esta temporada, junto con otras dos novedades, Valera y Salvio. Valera, jugador sin suerte y horribles botas celestes reclama un hueco por banda gracias a su entrega y disposición para el remate de cabeza, sobre todo ahora que ha mitigado los problemas de orientación-tras-impacto-en-balón-dividido que caracterizaron sus primeros partidos. ¿Ha sido Valera recuperado para el fútbol por el Faraón Demacrado? ¿o, simplemente, siempre estuvo ahí y no habían caído en ello hasta ahora, momento de la temporada en que están fundidos los titulares?

Jugó también Salvio, la perla argentina, la gran promesa de Lanús, el refuerzo de invierno que calentaba banquillo desde hace meses a pesar de haber costado un riñón. Salvio era hasta ahora un jugador que levantaba opiniones contradictorias entre la entendida afición colchonera. Para algunos corría raro, metiendo mucho el cuello entre los hombros y dando zancadas muy grandes, quizás por llevar calzado de gran tamaño más apropiado para pisar uvas o hacer submarinismo; para otros había dejado alguna buena sensación, que es de lo que se trata, ya lo saben Vds. Este deporte que antes consistía en meter una pelota en una portería ahora consiste en generar sensaciones: perdimos diecisiete cero pero el equipo dejó buenas sensaciones; nuestro central lesionó a cuatro jugadores propios y fue expulsado al minuto tres, pero dejó sensaciones ilusionantes; el balance financiero no deja lugar a dudas, estamos en la ruina, pero tenemos buenas sensaciones sobre la posibilidad de obtener un visado en un paraíso fiscal y escapar de la justicia

Jugó Salvio a ver qué sensaciones dejaba pero se equivocó y en vez de sensaciones metió dos goles. Más sensaciones y menos goles, dijo la prensa, a ver esas sensaciones, a ver, sinvergüenza, hombre ya. Salvio corrió raro y peleó, eso sí, recuperó balones y se entendió a ratos bien con Agüero, que tampoco es difícil. Salvio dejó buenas sensaciones, claro, y dejó también ese interrogante aplicable a tantos otros jugadores de los de ahora: ¿de qué juega Salvio? ¿Es delantero o segundo delantero? ¿Es media punta? ¿Es enganche? ¿Es jugador de banda? ¿Sabe alguien qué son todas esas cosas con certeza? El fútbol de hoy está lleno de jugadores del corte de Salvio: no son delanteros centro, no son extremos ni interiores ni son jugadores específicos de banda, no son centrocampistas creadores ni mucho menos destructores, no son rematadores puros, no son dribladores aunque es lo que les gusta. Eso sí, estos jugadores sólo tienen una cosa clara: si hay que defender, que defienda otro. A la hora de definir las ventajas e inconvenientes de esta nueva tribu urbana de jugadores indefinibles la prensa echa mano de una batería léxica utilísima para decir muchas cosas y que no se entienda nada: es el clásico enganche que puede jugar por banda como volante siempre que el equipo se quiera hacer largo; eso sí, cuando hay que replantear el planteamiento planteado y acortar la cancha para asfixiar al rival, puede asistir a los pivotes haciendo las veces de nexo entre el segundo delantero y los stoppers, aunque su posición natural no excluye que al replegarse se incruste en la medular, si es que hay sitio y le deja ese tan alto, oiga. Salvio, a pesar de los pesares, lo hizo bien y mostró al menos casta y ganas de agradar, pudo marcar más, peleó balones e intentó mejorar el juego del equipo sin pensar sólo en sus intereses, que es algo que no siempre encontramos en jugadores debutantes. Sobre las sensaciones que dejó, que opinen los que cobran

Jugó la medular colchonera con una alineación inédita, con Tiago, Camacho, y Reyes, y luego ya no sabemos si Jurado o Salvio. Tiago y Camacho jugaron por el centro, eso es seguro, y Reyes pareció jugar más por la banda. Camacho acusó la inactividad e hizo más bien poco y tuvo problemas físicos, Tiago pareció de nuevo más cansado de lo esperado y Reyes jugó de Reyes, esto es, para el Reyes Fútbol Club, equipo unipersonal enfrentado históricamente al Dínamo Compañeros. Reyes, tras el partido del jueves es una de las bazas ofensivas que el Atleti necesitará al visitar el infierno de Liverpool, esto es, el mítico Anfield, así que esperamos que no se le haya subido mucho a la cabeza el éxito y sea consciente de lo que nos jugamos todos

Si bien se confirma que Tiago y Camacho jugaron por el centro, el resto no está tan claro. Salvio pareció jugar más adelante y Jurado pareció jugar más atrás, pero dónde jugó Jurado es algo que no le quedó claro a casi nadie, ni si quiera a los que hablan de medular, así, sin que les dé pudor ni asquito ni nada. Jurado hizo el partido que hace casi siempre: el partido que los que dicen zapatazo y progresar por banda e infierno turco consideran un partidazo en el que él fue el único que, con sus destellos, desbloqueó la empanada mental del equipo. A juzgar por los que dicen la lotería de los penaltis, el carril del ocho y guardameta, el Atleti debería jugar sólo para él por ser jugador de calidad y pellizco. Lo que ocurre es que ese mismo partido, a aquellos que no dicen cuero ni esférico ni borceguí ni rectángulo de juego, les parece un partido insulso y casi ofensivo. Jurado pululó por aquí y por allí y, aunque hizo un buen remate y algún buen control, no tuvo las luces suficientes como para no echarse al público encima. Cuando debió esprintar a por un balón, prefirió reservar fuerzas, que dicen los que saben. Cuando tuvo que apretar prefirió contemporizar, que dicen los que cobran por escribir de esto. Cuando tuvo que tirar fuerte, aunque se fuera desviado, intentó meter el balón en la cepa del poste, que dicen los cronistas barrocos. Al pobre Jurado alguien debería explicarle que no sólo de controles de exterior vive el fino estilista, sino que debería al menos disimular a la hora de hacerle ver al respetable que esto de correr, como que no es lo suyo. Jurado, tras ser silbado, se fue entre ovaciones y grandes signos de interrogación sobre las cabezas de los que no aplaudían: como dirían los que de esto escriben, el público es soberano

A todo esto, tras los dos tantos de Salvio, marcó el Tenerife. El gol del Tenerife provocó otro aluvión de tópicos de esos que, si uno no está atento, le pueden abrir una ceja. El gol del Tenerife vino a certificar eso de que no hay enemigo pequeño, hasta el rabo todo es toro y esta es la grandeza del fútbol. Puestos a hablar de tópicos quizás fuera este un buen lugar para recordar que comprar un coche es la peor inversión posible porque nada más salir del concesionario pierde un 30% de su valor, que los actores buenos-buenos hacen teatro y o que el mejor pescado y el más fresco se consume en Madrid, primer puerto pesquero de España. Pero no. No es momento de estas perlas de cultura popular, sino más bien de decir que salieron al campo Forlán y Simão, el charrúa y el portugués, el bota de oro y el portugués, el uruguasho y el portugués. El pobre portugués tiene muchos menos nombres tópicos que otros, cosas de la tradicional injusticia ibérica, debe ser. No hay derecho Salió Forlán y metió un pase en profundidad de esos que metía más el año pasado. Agüero vio la intención del compañero, vio que venía un defensa, calculó mentalmente su peso corporal y nos dejó el momento álgido de la noche, el instante más esperado para el cronista tópico del Atleti, la mención obligada en todo partido. El Kun, VALIÉNDOSE DE SU POTENTÍSIMO TREN INFERIOR, desplazó a su perseguidor a golpe de cadera digno de danzarina del vientre y marcó un buen gol. Marcó Agüero y las redacciones se llenaron de trenes inferiores por todas partes, cuidado, no pise Vd ahí que hay un tren inferior recién hecho, aparte ese tren inferior de ahí no se vaya Vd a hacer daño, que resbala muchísimo. Marcó Agüero tras días de despiste y pases fáciles fallados. Marcó en vísperas del partido más importante del año, para el que le necesitamos. Marcó y suspiramos, en parte de alivio y en parte de esperanza.

El Atleti ganó un partido con comodidad gracias en parte a un rival que ni apretó ni dio patadas y que además no renunció a jugar al fútbol ni a abrir espacios con tendencia algo suicida. El Tenerife, además, trajo de su mano a un buen grupo de aficionados que en ningún momento se metieron con nadie. Aún así, parte de la grada quiso hacerles pasar un mal rato recordándoles la proximidad de la Segunda División, como si no tuvieran bastante ellos con lo suyo. Es curioso el empeño de una parte de la afición en buscarse enemigos donde antes había admiradores. El Atleti y su afición van ganando detractores entre equipos que antes recibían al Atleti con traje de domingo y galas de partido grande. Ahora, sin embargo, hay muchos de esos equipos que querrían verle caer y reírse de su pinta de matón sonado que ya no es lo que fue, en vez de tratarla como un rival temible y respetable que pasa por un mal momento por causas ajenas a la justicia. Esa parte de la afición debe disfrutar cuando los correligionarios son mal recibidos en otros estadios aunque no se metan con nadie, si no no se explica la insistencia en los gritos a pesar del rechazo del resto. Pero esto es lo que pasa, ya saben, con la tópica mejor afición del mundo; unos días le hacen a uno pensar que no hay sitio como el Calderón, al siguiente le entra a uno, en el mismo sitio, un bochorno enorme.

viernes, 23 de abril de 2010

Defensiva crónica desde el estadio más bonito del planeta

El Atleti ganó y se acerca a una final europea. Si nos lo dicen hace tres meses, llamamos a un médico.


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Miren que despotricamos y criticamos todo, miren que no dejamos títere con cabeza. Nos parece mal el director deportivo, la empresa de limpieza, el sistema de tornos, las colas de los baños en el medio tiempo, la revista oficial, las cartas que manda el club, el abono total y la mascota, sobre todo la mascota. No soportamos a la directiva, no nos gustan los cambios del entrenador, nos irrita la planificación deportiva y la confección de la plantilla, nos molesta cómo nos trata la prensa y cómo nos ignora, las dos cosas. Despotricamos cuando perdemos con el colista, no asumimos no ganar un derbi desde hace tanto tiempo, estamos cansados que de que nos cuenten milongas sobre fichajes que no llegan y sobre flecos que resolverán inminentemente. Lamentamos el momento actual, lamentamos el pasado reciente, nos ofende el pasado a medio plazo y echamos de menos el Pasado, con mayúsculas. Nos molesta haber perdido las medias con vuelta blanca, nos molesta que nos cobren el abono antes de cerrar fichajes, nos desespera saber que venderán a los buenos y nos traerán medianías, nos llena de ira pensar que pronto dejaremos de ir los domingos a Pirámides y nos entristece ver al mejor de los nuestros conduciendo por la izquierda.

Pero llega un partido grande contra un rival de peso que nos permite pensar que quizás volvamos a estar pronto donde merecemos, y no hay discusión. Se movilizan las pandillas, se llama a las Peñas, se piden entradas a diestro y siniestro. Se queda antes, se queda después, se reservan trenes, aviones y diligencias. Se sacan las camisetas de la suerte del armario, se desdoblan las bufandas que nos regalaron nuestras mamás, se hacen los rituales de la buena suerte que siempre nos acompañaron, también en los fracasos. Se reciben llamadas de gente con la que hace tiempo que no hablábamos, se mandan mensajes a los que, desde la distancia, sabemos que sienten lo mismo. Nos brillan los ojos, nos tiemblan las manos, se nos acelera el pulso y pasamos varios días con esa sonrisa idiota que se le queda a uno cuando piensa en algo bueno y no lo comparte con nadie. Llegamos roncos al trabajo, llegamos acelerados a las citas, llegamos los primeros a leer la prensa y ver qué se dice de algo que ya sabemos. Nos reconocemos por la calle y en los bares por llevar los ojillos contentos y cara de cansancio, nos damos palmadas en las espaldas y vemos más monos a los niños del vecino.

Porque, en el fondo, no tenemos remedio.

Y nos encanta.

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Salió el Atleti al campo y tragó saliva. Tragó saliva al ver la grada, tan bonita como en los partidos grandes y tan entregada como cuando el equipo lo merece. Miraron los jugadores a la grada y se miraron entre ellos y todos, sin excepción, dijeron lo mismo:

- Joder

Porque ayer estaba la grada del Calderón para presumir, para enseñarla a los invitados, para envolverla y llevársela a casa y verla todos los días nada más levantarse. Llena y agitada, con gente en los pasillos y en los vomitorios, con nuevos y no habituales y viejos y de siempre, con niños y señoras comiéndose las uñas, con tipos abrazados y aficionados rivales de categoría. Bien peinada, bien vestida, guapa de domingo en jueves y con cuerpo de jota de viernes. Cuando la grada del Calderón está como ayer y se comporta como ayer, no hay volcán islandés ni catástrofe natural que justifique no ir campo.
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Salió el Atleti a jugar un partido al que teníamos la sensación de haber llegado de rebote hasta que no empezó. Pitó el árbitro y la gente se dijo que esto empieza, oiga, que si lo hacemos bien nos metemos en una final europea, que yo no había caído hasta ahora, en qué estaría yo pensando. Lo sabíamos, sabíamos lo que había en juego, pero hasta que no apareció el Liverpool y se plantó en el campo, no caímos del todo.

Salió De Gea vestido de Camy naranja y volvió al vestuario sin sudar y sin ni una manchita de césped en la ropa. No es que De Gea pretendiera ahorrar detergente Elena al club, ni que hubiera decidido contribuir a la conservación del medio ambiente a todo precio; es que no tocó un balón, ni se tiró al suelo, ni se asustó casi y si llegan a tirarle de la grada un librito de sudokus los hace todos y pide otro nuevo de sopa de letras hacia el minuto veinte del segundo tiempo. La portería del Atleti vivió un partido tranquilo, quién lo iba a decir.

La culpa de este hecho poco frecuente puede estar sin duda en la poca capacidad ofensiva del visitante. Sin Torres el Liverpool es menos de la mitad, y mirando sólo a su ataque es mucho menos de un cuarto. Huérfano el rival de su referencia, sólo Gerrard parecía poder hacer algo de daño. No lo hizo. Jugó Gerrard como sin ganas, como diciendo psché, no me apetece a mi esto, a ver si acaba ya y se va el entrenador, que me cae gordo y no es un juego de palabras. Anduvo Gerrard un rato algo menos enfurruñado y con posibilidades de hacer daño entre líneas, pero no duró mucho el tema. Ni Kuyt, espeso, ni Benayoun, Ngog o luego Babel tuvieron ni capacidad ni posibilidad de amargarle a De Gea el libro de jeroglíficos de Ocón de Oro.

Quizás, se preguntará el lector ávido de encontrar explicaciones al hecho insólito de que De Gea pasase la noche bostezando, el motivo se encuentre en el audaz planteamiento del partido, esperando una crónica que hable de un Atleti volcado al ataque con el rival atrincherado en su área. No fue tampoco éste el motivo: el Atleti jugó con dos interiores, un punta y un satélite de los otros tres y no sacó todo el jugo que el rival tenía. Marcó Forlán en el minuto nueve tras un remate pifiado que, milagrosamente, le cayó en un pié con tiempo suficiente como para que no llegara Reina. Forlán, que luego intentaría una vaselina demasiado audaz, falló y marcó todo-en-uno tras una muy buena jugada de Jurado por la banda; esta jugada reluce con fuerza en el partido general de Jurado, gris de un tono un poco menos oscuro que otras veces pero gris y al fin y al cabo, como siempre. Jurado recibió en el primer minuto un aviso de Mascherano y, dado que al parecer no se enteró bien de lo que le querían decir, el argentino se dedicó a chocar con el gaditano durante todo el partido, consciente de que no es difícil intimidarle. Alguien dijo a Mascherano lo que todos por aquí, también los argentinos del equipo, sabemos; nos imaginamos quién pudo ser.

El resto del ataque del Atleti, es decir, Simão y Reyes, no fue tampoco suficiente para meter al Liverpool todo el miedo que se podría haber metido. Sin Skrtel, el Liverpool salió con Carragher y Kyrgiakos en el centro, Agger y Johnson en los laterales. El Atleti debió probar más el centro de la defensa, especialmente débil por el lado griego y más aún tras su tarjeta (si bien fue casi al final), pero no lo hizo. Desconectado Forlán del resto, Simão evidenció cansancio y querencia a meterse al centro, dejando la banda con sitio. Cuando probó por ella se topó con el corpachón de Johnson, un buen jugador con el que las tuvo tiesas a pesar de las buenas formas del inglés. Aún haciendo un partido discreto, Simão estuvo a punto de marcar al rematar en plena caída un balón que sacó Reina. Simão, hasta en sus malos partidos, tiene estas cosas.

Así las cosas, sólo Reyes aportó cosas al ataque. Comenzó con sus clásicos uno contra unos terminados en caída estrepitosa con petición al árbitro de tarjetas de varios colores para el rival en su ya tradicional postura reclamatoria: sentado y con los brazos muy abiertos. Pero Reyes se fue confiando, se vio cómodo, vio que los rivales no lo estaban tanto, vio que le era fácil tirar caños y regates y se vino arriba hasta brillar. Reyes aportó lo que el resto no aportaban. Se fue de los rivales, tiró paredes, buscó a los compañeros y metió al Liverpool varios metros atrás él solito. En ocasiones no fue todo lo solidario que debía, en ocasiones se limitó a ver cómo se replegaban el resto y en ocasiones ignoró a compañeros con posiciones más ventajosas; pero Reyes hizo un partido notable, haciendo él solito más que todos sus compañeros atacantes y ganándose una ovación al retirarse, quizás la más merecida hasta ahora.

Llegados a este punto, el desconcierto de los lectores es mayúsculo. Si la placidez de De Gea no se basa sólo en la inoperancia rival ni tampoco en el ataque aplastante del equipo, ¿qué fue entonces?, se pregunta el lector, ya cansado; ¿qué fue entonces?, se pregunta un señor de Ponferrada al que el lector tiene al teléfono desde hace un rato; ¿qué fue entonces?, se pregunta el vecino del tercero, que sigue con atención los acontecimientos desde el patio de luces; ¿qué regalan aquí?, se pregunta una señora que pasa cerca y ve movimiento y aprovecha a ver si se lleva de balde un bolígrafo con logotipo. Pues la clave de todo, agárrense Vds, sujeten a los niños, atranquen puertas y ventanas, compren lotería, llamen a sus seres queridos, la clave de todo, señores, fue la defensa. ¿La defensa? La defensa, sí. ¿La defensa? Que sí, oiga, que fue la defensa. ¿La defensa del Atleti? Sí, la defensa del Atleti, no va a ser la del Hércules. ¿La defensa del Atleti de Madrid? Mire, es Vd un pesao, ya está bien.

El Atleti defendió bien y al parecer esto ha sido portada en varias hojas parroquiales de Tokio, Japón, y en un diario alemán. El Atleti defendió bien a un equipo que atacó mal, y antes de lanzar el debate de la gallina y el huevo desde aquí ya les decimos que el mérito fue del Atleti. El Atleti empezó a defender donde se debe hacer, esto es, con los medio centros. Raúl García, al que la grada mira con lupa deseando en apariencia que cometa fallos, falló algún control, pifió en un despeje al intentar el lance comúnmente llamado "tijereta jerezana" y entro blandito a algún balón que terminó por llevarse un rival. Tras todos estos defectos con diminutivo, hizo un nuevo partidazo; ahí queda. Incansable, movió el balón en largo y en corto, recuperó balones y nunca perdió la posición, enmendó errores propios y ajenos y tapó con cemento las grietas que dejaron los compañeros incapaces de bajar a tapar al rival. En un partido táctico, sin espacios, con tensión y difícil, que son los suyos, estuvo cómodo con Gerrard enfrente; Raúl García, qué cosas, es de esos jugadores a los que se ve más cómodo en partidos vitales que en los valles de la liga. Todo sea dicho, también estuvo cómodo por tener al lado a Assunção, de nuevo tremendo en el esfuerzo, de nuevo la columna sobre la que muchas veces descansa el peso de todo el equipo cuando el rival lanza el contraataque, de nuevo esencial. Assunção no es el amigo que en los viajes cuenta el mejor chiste o baila encima de un bafle; es el tipo que siempre lleva un duplicado de la llave del coche y sabe cambiar una rueda. Discreto, poco dado a las estridencias, vital.

Por detrás de los medio centros, los protagonistas del partido: Antonio López, Domínguez, Ujfalusi y Perea. Mientras Antonio López estuvo solvente y centrado, sin errores y valiente en el juego de cabeza, Domínguez estuvo como siempre. Domínguez no necesita acciones espectaculares porque comete pocos errores. Domínguez da la impresión de estar siempre concentrado, de saber siempre qué puede y debe hacer, qué es capaz de hacer y dónde no debe arriesgar. Domínguez tiene cosas de jugador veterano que asustan al que lee su fecha de nacimiento, y tiene un remate de cabeza que asusta a rivales más altos que él. El día que meta el gol que merece, que será pronto, nos alegraremos especialmente.



Párrafo aparte merece Ujfalusi. Ujfalusi rara vez juega mal y casi siempre juega bien. En partidos complicados, juega mejor. Ayer no sólo hizo lo que suele hacer siempre, que es defender bien, sino que hizo todo lo demás. Subió la banda, combinó en el área rival, tiró a puerta tras regatear rivales, tiró con la izquierda y casi marca, hizo pases de mérito, recuperó siempre su sitio. Ujfalusi hizo de todo salvo repartir las nóminas y cambiar el bote sifónico del vestuario, dando siempre la cobertura necesaria en defensa y convirtiéndose en la alternativa más fiable en ataque para desatascar las fases más espesas del equipo y multiplicando la curiosidad en la grada sobre qué tipo de antioxidantes consume. Ujfalusi jugó como jugaban los defensas antiguos: imponiendo su presencia, ayudando al resto a defender y dando opciones a los atacantes, poniendo ganas y riñones y tomando responsabilidades. Ahí es nada.



Y, para el final, Perea. Perea, que tantos fallos ha cometido y a quien tanto se ha criticado, muchas veces con crueldad e injusticia desde la grada. Perea, que a veces se lía y le da un pase al rival y hace que hasta el aficionado más paciente jure en arameo aunque luego, cuando lee sus entrevistas, no pueda sino perdonarle por ser un buen tipo, honesto y humilde. Perea, a quien recibió la mezquina afición del otro equipo grande de la capital con una ovación cerrada destinada a humillarle por culpa, en buena medida, del trato que nosotros mismos le hemos dado en casa. Perea, sí, Perea, hizo un partido memorable y si a estas horas está en casa con una sonrisa de oreja a oreja uno se alegrará enormemente. Perea cortó balones, sacó el peligro, no se complicó cuando no tuvo que hacerlo, dejó carreras para la memoria y rebañó un balón a Gerrard cuando este se iba solo a puerta que hizo preguntarse a algún miope entrado en años si era Luis Perea o Luiz Pereira quien andaba por la zona. Perea, eso sí, pifió una vez al dejar pasar un balón manso que debía controlar, regalando un fuera de banda. Y entonces la grada, tan bonita ayer, rompió en una ovación de esas que le hace a uno pensar que sí, que esa sí es la grada, que ese es el Atleti, que en ese preciso momento uno no podría ni debería estar en un sitio que no fuera ese.

El Atleti ganó 1-0 un partido que debería haber ganado 2-0, que quizás un equipo más competitivo y con más ambición habría ganado 2-0. Pero ganó uno cero y ahora le toca ir a Liverpool a despejar dudas sobre si esto ha sido un espejismo o si se toma las cosas en serio. En Anfield esperará, además de un equipo sin Torres y un par de centrales con taquicardia por que sí llegará Agüero, una afición maravillosa que ayer volvió a dar un ejemplo de cómo deberían ser las cosas. Menos numerosa que en la pasada visita por obra de la actividad volcánica nórdica, los aficionados del Liverpool protagonizaron un momento nunca antes vivido por el que suscribe. Retenidos en el estadio hasta un rato después del final del partido, salieron del campo en grupo por la calle que lleva hacia el metro Pirámides, entre grupos de aficionados del Atleti que en ese momento presentaban sus respetos a la familia Mahou alineados a los dos lados de la calle, cerca de los bares. Los aficionados del Liverpool cruzaron entre los del Atleti aplaudiendo a los locales, acercándose a saludar, dando la enhorabuena por la victoria, agradeciendo el trato recibido e invitando al personal a ir a Anfield para así tener la ocasión de corresponder al buen recibimiento como les gustaría. Sorprendida al principio, la afición del Atleti que aún andaba cerca dejó tercios, quintos, minis y latas en el suelo y correspondió a la ovación rival con otra ovación continua en una especie de pasillo rugbístico en el que los vencidos desfilaban, dignos y educados, entre ovaciones de los vencedores. Estas cosas, que a alguno le resultan blandas y serviles, algunos nunca las olvidaremos y con seguridad hablaremos de ellas muchas veces en el futuro.

Mientras se vivía esta escena, algún aficionado con gafas preguntaba a su señora:

- Este chico de las pecas que anda ahora lesionado, el pobre ... ¿tu crees que es consciente de la que ha montado?


jueves, 15 de abril de 2010

De colores, galones y bigotes

Conociendo al triste, gruñón y desesperado pobre hombre que suscribe, no les extrañará a Vds que la crónica sea de color gris. Tampoco les extrañará que servidor de Vds hable mal de los tiempos que nos ha tocado vivir, a pesar de que tienen cosas buenas como la cerveza Mahou negra o el nuevo disco de Farrah.

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En estos tiempos sin gluten que nos ha tocado vivir uno echa de menos muchas cosas y echa de más muchas otras. En el fútbol, que es lo nuestro, entre otras cosas a uno le sobran los jugadores con cintita en el pelo y tatuajes élficos en el antebrazo, las botas moradas con logotipo en naranja y los gestos de dolor cuando pasa cerca un rival, sin tocar a la víctima. También echa de más las lesiones nuevas y los tratamientos médicos revolucionarios, que es lo mismo que decir que está harto de pinchazos musculares, problemas de isquiotibiales, fascitis plantares, esparadrapos de colores, protectores dentales de efectos milagrosos y pulseras del equilibrio.

Todas estas cosas tan ridículas están teniendo un efecto devastador entre la juventud, como se puede notar de cerca en los partidos de fútbol de barrio. Los partidos de fútbol de barrio se están llenando de jugadores con botas naranjas y espinilleras ergonómicas que no saben darle una patada a un bote pero tiran las faltas tras mucho pensárselo con las piernas muy abiertas. Los equipos de barrio tienen cada vez más laterales limitaditos que reclaman de los compañeros desdobles por banda para así hacer largo el equipo y aprovechar las lagunas defensivas del rival dado que tiene sensaciones que indican que el contrario, en especial su volante de repliegue, no ha visualizado las acciones defensivas laterales con suficiente precisión osmótica. Estos grandilocuentes teóricos del fútbol dicen todo esto y se quedan tan campantes mientras su equipo, repleto de chavales con cinta en el pelo y mechas atiborrados de bebidas isotónicas, pierde siete a cero contra siete cuarentones con barriga y mala leche que siguen una estricta dieta a base de tercios de cerveza, croquetas de jamón y helados de cucurucho.

Esta ridícula moda está acabando con el fútbol base, convertido ahora en desfile de modelos de sílfides tatuadas con gafas de pantalla. Más aún, está haciendo que los que ya tenemos años suficientes para cantar de corrido la canción de los Hermanos Malasombra echemos aún más de menos aquello que constituía la piedra angular de nuestro pasado futbolísitico: la bota negra de suela rígida y la media de lana, con su correspondiente colección de ampollas; el balón Mikasa absorbe-charcos de peso plúmbeo; las rodillas desolladas, el campo de tierra y las marcas de arena y cal en la frente a la salida de los corners; los extremos ligeros y rápidos, los laterales limitados en lo técnico pero hambrientos como lobos en la persecución de sus marcas, los centrocampistas delicados con perfecta visión de juego y pase largo, los porteros sobrios con rodilleras y manga larga y, sobre todo, los centrales duros, grandes y con bigote. Los centrales de nariz torcida, gesto desafiante y zona de seguridad alrededor; los centrales de patadón en el despeje y remate de cabeza arrollando rivales; los centrales que llegaban los últimos a las tanganas por tener que mover más kilos que el resto y cuya aparición bastaba para despejar la zona de contrincantes ligeros; los centrales que daban voces y marcaban la salida al fuera de juego con un rugido que helaba la sangre de los rivales; los centrales que siempre estaban arriba en la lista de futuros capitanes del equipo por jóvenes que fueran, por ser siempre aquellos a los que el resto acudían cuando las cosas se ponían feas; los centrales que jugaban de delantero centro cuando el partido estaba perdido, a sabiendas que sólo ellos y sus kilos y sus centímetros y su fiereza podrían hacer frente a los centrales rivales, igualmente feroces; los centrales que eran al equipo lo que los delanteros al rugby, lo que la caballería pesada a la infantería y lo que los mastines a la jauría.

Así que ya lo saben. Echamos de menos en el equipo titular a Juan Carlos Arteche.
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Llegó la gente al estadio y todo el mundo hablaba de lo mismo. No hablaba de la crisis ni hablaba del caso Gürtel, no hablaba del nuevo peinado del Kun ni hablaba de esos coches tan feos que tiene ahora la policía. No, no era eso, no era así: la gente hablaba, como siempre, del tiempo. Se acabó la primavera, ya volvió el invierno, vaya tela, qué tregua más corta, no hay derecho. Yo había guardado ya este gabán, fíjese, oiga, y he tenido que volver a sacarlo; pues me alegro, hombre, que la palabra gabán está en desuso y al menos así volvemos a oírla.

Llegó la afición con cuentagotas a ver un partido de liga con aspecto de primera ronda de copa, un partido entre semana, con poca gente y un rival sin casi aficionados. El partido parecía importarle poco a la hinchada, hecho que hizo que el que suscribe fuera al estadio con dos abonos libres en la cartera, sin haber conseguido si quiera invitar a un correligionario a pesar de haberlo intentado. Así que se dirigió el que suscribe a la zona de taquillas con la idea de darle una alegría a alguien, sobre todo a algún jerezano, e invitarle a ver el partido. Y hasta iba el que suscribe visualizando la escena, como haría Quique Flores, en la que le decía a dos señores con bufanda azul y blanca: no compren entradas, oiga, que yo les invito, los del Atleti somos así de rumbosos y nos gusta hacer estas cosas y hacerles la vida agradable a los visitantes, entren Vds conmigo y así se ahorran el dinero, hombre, y nada, nada de pagar la entrada, ya me invitarán Vds a una cerveza o ya invitarán a alguno del Atleti que pare por el barrio de Santiago a un vino, hombre, no se preocupe, así somos los devotos de Rafael de Paula, qué menos. Tan contento iba el que suscribe cuando al llegar a las taquillas vio que no había nadie haciendo cola en la ventanilla. Nadie. Ni un jerezano ni un madrileño, ni siquiera uno de San Martín del Tesorillo, tierra de excelentes naranjas de postre. Volvió pues el que suscribe hacia su puerta para entrar por su puerta sin haber podido hacer la buena acción del día y reflexionando sobre el poco tirón que tienen algunos partidos en ciertos días, qué pena más grande.

Salió al Atleti al campo y sólo un jugador llevaba botas que no fueran de colorines: sólo uno, y era al que menos le pegaban. Salió Jurado con botas negras cuando era aquél que uno esperaba ver calzado de celeste con volantes blancos, qué cosas pasan, que Jurado es de esos jugadores que antes, cuando todos llevábamos Puma, Adidas, Munich o Cejudo, llevaban botas Patrick. Las Patrick eran las botas de las dos rayas y piel finita que tanto gustaban a los que se consideraban jugones, despectivamente llamados "jugadores de manita" por iniciar la carrera girando la muñeca hacia dentro de una forma característica que ahora mismo Vd está visualizando, que diría Quique, y Vd también y aquél de allí no, que siempre fue más de punterón. Salió el Atleti vestido de Atleti pero calzado de Viva la Gente y aquello ya empezaba a tener mala pinta, la verdad.

Salió De Gea y, por delante de De Gea, una defensa blandita: Domínguez, que aún, y luego Perea, Valera y Pernía. Salió Pernía por segunda vez en la temporada, por segunda vez de titular tras el partido de Copa que le valió ser defenestrado, y la gente le recibió con esa mezcla de chufla y cariño (más de lo primero que de lo segundo) con el que el Calderón le recibe. Pernía, falto de partidos, falló los dos primeros balones y la gente mostró su enfado. La gente y, por otros motivos, Raúl García, quien en un gesto que más jugadores deberían tener se encaró con la grada de lateral reclamando respeto para su compañero cuando sólo iban tres minutos de partido, algo parecido a lo que hizo Arteche en aquella eliminatoria contra el Bangor City. Raúl García tiene estas cosas que los compañeros tanto valoran y tan poco entiende la grada, tiene estas cosas que uno atribuiría a jugadores de más edad y con mucho más tiempo en el club, tiene estas cosas que le hacen a uno pensar en lo mucho que guarda en él y lo poco que deja ver. Pernía, más tarde, fallaría en el primer gol (en el que De Gea quedó en tierra de nadie) y haría la falta de la que vendría el segundo, algo que sin duda hace complicada la tarea de sus defensores. Pero también peleó, acertó, falló, hizo buenos pases, se enseñó, intentó combinar y dar soluciones y, en definitiva, aportar todo lo que buenamente puede, que es algo de lo que no pueden presumir muchos jugadores del equipo. Pero aún así parte de la grada hace chistes de Pernía y se muere de risa cada vez que toca el balón aunque haga un pase al hueco estupendo, corte un ataque rival o tire una pared que nadie sigue. Y esos aficionados, cuando al día siguiente a las nueve enciende el ordenador y el flexo y se dispone a afrontar una jornada laboral de ocho horas grapando albaranes y haciendo cuentas para alquilar en agosto un piso en Torrevieja, todavía tiene tiempo para comentar lo bien que lo pasaron la víspera riéndose de Pernía, que sus cosas les hacen muchísima gracia. A Pernía uno le desea dos cosas: que sea él quien marque el gol que dé al Atleti la Copa y que le fiche un equipo mediano de una bonita ciudad con playa en la que tenga el retiro digno y tranquilo que merece el bueno de Mariano.

En general la defensa anduvo, una vez más, blandita y despistada. Encajó un gol al dejar rematar a un rival cómodo un balón parado lateral desde el centro del área: vamos, lo de siempre, el gol que siempre nos meten, el gol que todo el mundo busca cuando juega contra el Atleti. Si a la reciente querencia de De Gea a quedarse bajo el palo se añade el desbarajuste de la defensa, el gol de cabeza resulta sencillo, un recurso fácil y lógico. Nadie en la defensa del Atleti parece saber defender a balón parado, nadie parece tener los galones de dar voces y exigir intensidad a la hora de atacar el balón y no dejar rematar al rival, los galones que llevaba Arteche cosidos en el bigote. La defensa, blandita incluso cuando está Ujfalusi, parece quedarse sin sangre (salvo Domínguez) en cuanto suben dos centrales rivales. Como resultado, el Xerez, el último de la tabla, ganó en el Calderón gracias al gol que todos meten al equipo sin que nadie parezca caer en el problema.

Por delante de la defensa salió una pareja de medios de la que uno esperaba mucho, Raúl García y Tiago. La pareja quedó en uno, Raúl García, el mejor del equipo hasta su cambio dado que Tiago pareció agotado, vacío y sin gas, como las caseras que llevan abiertas mucho tiempo. Tiago aguantó el primer tiempo y ocupó su sitio, lo que permitió a Raúl recuperar balones y lanzar al equipo en largo, pero a partir del segundo dio muestras de estar desfondado y algo ausente, volviendo a su marca haciendo footing mientras el resto esprintaba. Tiago, eso sí, fue fiel a su tradición de llevarse una amarilla en el centro del campo y así precipitar su sanción, dejó un sabor de boca metálico en la afición, intrigada por la imagen que va dejando en los últimos partidos aquél que parecía llamado a dar solidez al tinglado.

Jugó Agüero y estuvo fallón y ausente, y jugó Simão, que sigue dando sensación de agotamiento. Jugó Jurado con su habitual repertorio de lances sin consecuencias y jugó Forlán, que marcó un golazo de esos suyos, de esos que marcaba el año pasado. Con la que está cayendo, Forlán no cayó en celebrarlo con la gente y se fue casi directo a celebrarlo con sus amigos del Peñarol, cada vez más numerosos hasta el punto de que su punto de reunión cercana al corner parece una parada de taxis de Barcelona. Pero Forlán, a lo tonto, marca casi siempre salvo el otro día frente al Espanyol, partido en el que estuvo especialmente pesado con sus compañeros, criticando todo pase fallado y todo pase no dado, haciendo buena al menos en apariencia esa fama tan suya de ponerse insoportable cuando las cosas no salen bien del todo.

Salió más tarde Reyes y desplegó ese juego tan suyo de patio de colegio que tanto gusta en la grada. Reyes coge el balón, mira al suelo y corre y corre regateando rivales hasta que cae de culo y pide falta abriendo los brazos, reivindicando así los postulados básicos del fútbol infantil: los buenos son los que más regatean, cuanto mejor jugador más adelante se juega, hacer tareas defensivas es de mediocres, mejor cinco regates que un pase, la solidaridad, la disciplina y la generosidad son cosas de fútbol de mayores. Reyes, por asombroso que parezca, goza de ascendente de líder entre los compañeros: si ya se nota cierta querencia al individualismo entre Kun y Forlán, en cuanto sale Reyes, al que se recibe como un héroe en los corners, cada uno hace la guerra por su parte. Uno tira de lejos cuando tiene dos compañeros mejor colocados, éste intenta un regate imposible en vez de dársela a otro, aquél tira una pared y si no se la devuelven se coge un berrinche y aguanta la respiración hasta que se pone morado. La delantera, salvo Agüero y no siempre, juega para ella y, si pierde el balón, se repliega con cara de fastidio y dice joooooo. Falta alguien que les tire de las orejas y les amenace sin postre, falta alguien que les recuerde que ya son mayorcitos y que son responsables de sus errores, falta Arteche diciendo que va a pelar a navaja al que no haga lo que el equipo requiere y que aquél que no vuelva al galope tras perder un balón ser las verá con él en el vestuario.

Jugó finalmente Salvio un rato, y la gente se preguntaba por qué no había salido de titular el flamante fichaje de invierno que costó un dineral tras las ganas que había mostrado en Barcelona. Se preguntó la afición por qué no salió Ibrahima tras pasar un buen rato calentando, pero sobre todo se preguntaba la grada por qué el equipo daba muestras de no tener ningún interés en ganar un partido contra el último clasificado y por tanto mantener sus posibilidades de entrar en la Europa League por una puerta que no fuera falsa o de servicio o incluso una gatera. La gente se preguntaba por qué el equipo no quiere competir, no quiere intentar ganar al último clasificado en casa y ante su afición, por qué no siente la necesidad de al menos evitar que el que ha pagado un abono y se ha escapado del trabajo se sienta como un idiota. Se pregunta por qué se asume con tanta naturalidad eso de tirar la liga, no sólo por el riesgo que tiene hacerlo siendo décimo y con cuarenta puntos, sino así como principio de vida.

La gente recordaba que antes no había competición ni trofeo menor, y que incluso cuando no se tenían posibilidades matemáticas de ganar algo, siempre quedaba el orgullo como último e importantísimo motivo para apretar los dientes y salir a ganar, porque el Atleti salía a ganar hasta al bingo. La gente se preguntaba por qué esto, que antes estaba tan claro, es ahora una quimera defendida por cuatro románticos que no viven en el mundo real, ese mundo de pinchazos en los isquiotibiales y pulseras milagrosas que se compra cada día junto con un cupón que permite conseguir en el quiosco la figurita de mazapán con el escudo del club.

Y la gente se hacía preguntas hasta que dejó de hacérselas. Dejó de hacérselas cuando se dio cuenta de que el recogepelotas que devolvió a su sitio el ramo de flores del corner del Fondo Sur sabe más de lo que es el Club que el 95% de la primera plantilla y la directiva junta; cuando cayó en la cuenta de que el máximo accionista y teórico representante institucional del Club no va a los partidos que el Atleti juega en el Calderón pero sí se deja ver en compañía del ser interior de Indy en el estadio del otro equipo grande de la capital; cuando se dio cuenta, en definitiva, que el orgullo y el respeto a la camiseta que llevan no son variables que manejen los jugadores a la hora de decidir si van o no a correr por un balón o meter un pie, posiblemente porque nadie en el Club ni en la caseta haya sido capaz de explicárselo o haya dedicado cinco minutos a ese fin; cuando se dieron cuenta que ni la afición misma es ya capaz de reclamar de los jugadores lo que de ellos esperan, ni tampoco de meter la presión que tanto temían los equipos históricos del Atleti, esos que siempre decían que no podían permitirse el lujo de perder porque si la grada no acababa con ellos, lo haría Griffa. Porque, en definitiva, al campo del Atleti no sale nadie con bigote y nariz torcida que, dando ejemplo a todos, exija al resto que estén a la altura de las rayas, del oso y el madroño, de los que antes llevaron esa camiseta y esos números y de los que, desde la grada, daban antes al equipo diez puntos por temporada.

Así, que, como se gritó aquél día en la Sala Universal, ¡Aplasta, Arteche!

lunes, 5 de abril de 2010

Ya era hora, oiga, ya era hora

Se hizo la primavera en Madrid, el Atleti sacó seis canteranos y el equipo ganó un partido con comodidad y sin pasar fatigas. Y ya era hora, hombre, ya era hora.


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En Madrid el invierno es normalmente es largo y frío, pero también seco y soleado. En invierno en Madrid si uno se abriga suficientemente puede dar paseos largos a por el periódico, olvidarse el paraguas y no recuperarlo hasta un mes después y tomar vermouth en las aceras. O al menos eso era antes, antes del cambio climático, antes del calentamiento global, antes de la operación de estética de Mickey Rourke o antes de lo que haya cambiado el clima. Porque este año, ya lo saben Vds mejor que yo, no ha sido así. Este año ha llovido y llovido y ha nevado unas cuantas veces y ha vuelto a llover, ha hecho frío y no ha hecho sol, ha estado nublado y ha llovido una vez más y el invierno de Madrid ha sido más largo, más frío, más húmedo y más gris de lo habitual.

Por eso ayer, uno de los primeros días en los que Madrid aparecía soleado y primaveral, se echó la gente a la calle y llenó las terrazas y ayudó a los extranjeros que despliegan planos de la ciudad con cara de no entender nada y se dieron paseos por las plazas y las calles. Y por eso, a pesar de ser Domingo de Resurrección y andar medio Madrid atascado en la carretera de Andalucía y otro medio atascado en la carretera de Valencia, a pesar de estar la gente saturada de fútbol y de horarios lamentables, a pesar de reservarse el personal para el partido del jueves y a pesar de estar el estadio a medio llenar, había mucho ambiente en Paseo de los Pontones y en Paseo de los Melancólicos y en Virgen del Puerto y en Pirámides.

Porque ya era hora, oiga, ya era hora de que se acabara el invierno. Ya era hora.
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Salió el Atleti al campo y saludó a la grada, que no estaba muy poblada, y saludó al trío arbitral. Saludó a los fotógrafos, saludó a los policías, saludó a los jardineros y saludó a los camilleros, prestando especial atención a la camillera rubia que siempre llega la primera cuando se lesiona un jugador a pesar de que le cuesta Dios y ayuda correr los cincuenta metros que le separan del caído. Saludaron algunos jugadores a los niños y otros no, y a estos últimos, entre los que se encuentra De Gea, no podemos más que afearle el gesto de no hacer caso a cierta aficionadita guapa y arrojiblancada hasta desde la coronilla a la punta de pie. Aprenda De Gea de Antonio López, que quizás ande despistado en la marca del rival en los corners pero al menos sí saluda los niños colchoneros como Dios manda. En venganza adelantada de su feo gesto, el portadista del Forza Atleti, célebre justiciero amante del juego de palabras impronunciable, dedicó la portada a De Gea y bajo su foto colocó un titular la mar de idiota. Que se chinche.

Saludó el Atleti a todos salvo a alguna niña, qué vergüenza, pero no saludó al rival. El rival salió de blanco, para sorpresa de todos, y el Atleti, en vez de saludar, hasta se asustó. Pero hombre por Dios, qué mala cara me traes ... ¿estás bien? ¿has dormido? ¿te traigo un vaso de agua? No, hombre, no, no te preocupes - dijo el Deportivo - estamos pasando una mala racha pero ya pasará. Y es que ayer salió el Deportivo, equipo que hasta hace poco era guapo y pinturero, y se dispararon los rumores. Tiene la gripe A, tiene la mononucleosis, tiene la tos ferina, decía la grada mientras se lavaba las manos con ese gel que no necesita agua y que tan popular ha hecho la general alarma anti-pandemias que dispararon hace unos meses unos señores que a día de hoy se mueren de risa desde sus laboratorios.

Salió el Deportivo con muy mala cara, paliducho, despeinado y con ojeras verdosas y la gente se quedó entre aliviada y preocupada. Salió un equipo con algunos jugadores demasiado veteranos, entre los que destacaban el gran Valerón y Manuel Pablo el grande (en este caso por su porte de boxeador peso crucero) y con algunos jóvenes poco interesantes. Salió el equipo con muy mala pinta y salió Lotina con esa cara tan suya de tipo que sale de la consulta tras conocer que le tienen que extirpar un ganglio a su cuñado, entre disgustado y resignado. Salió el Depor como agotado, como sin ganas, como si diera la temporada por terminada y el ciclo victorioso por finiquitado y eso lo aprovechó el Atleti para ganar un partido cómodo de forma amplia, para dar un poco de descanso a su asfixiada delantera y para enseñar algún que otro canterano, que ya era hora, oiga, que ya era hora.

Y es que salió el Atleti de inicio con Antonio López, Domínguez, Camacho y De Gea, que tuvo poco trabajo aunque tiempo para todo, y terminó con los anteriores además de Ibra y Molino, sumando un total de seis canteranos, seis, casi como antes, casi como en los carteles de San Isidro. Jugaron bien los canteranos en general y eso siempre es una alegría. Antonio López anduvo tranquilo y Domínguez anduvo como siempre: bien, sobrio, consciente de sus virtudes y sus defectos, yendo bien al corte y sobrado en el juego de cabeza. De Gea hizo una parada espectacular en el segundo tiempo y volvió a dar la sensación de tranquilidad de siempre, salvo en un lance en el primer tiempo en el que se le escapó un balón con el pie y cedió un corner que tuvo sabor a cuasi-disgusto; toma, y ahora qué, haber saludado y esto no te habría pasado, ñé-ñéñeñe-ñé, dijo cierta niña en la grada de lateral viendo la pifia. Sólo este susto pequeño pero merecido por no saludar como debe incomodó a De Gea, tranquilo por lo demás y espectacular sacando un balón alto que se colaba por la escuadra.

Camacho merece abrir párrafo, que lo sepan, oiga, y ya era hora, ya era hora. Camacho jugó bien, no paró de correr y aportó mucho al juego. Camacho dejó la sensación general de que Quique no se entera bien de lo que tiene, porque de saberlo habría dado mucho más descanso al fundido Assunção, a quie ayer se dio por fin descanso y ya era hora, oiga, ya era hora; pero Quique, ya lo saben Vds, tiende a conservar en lo relativo a los cambios y las rotaciones, se fía poco de los que no juegan siempre y da demasiados minutos a los que más corren. Sólo ahora parece haberse dado cuenta de que hay más jugadores en la plantilla y de que hay partidos que se pueden jugar con los que no son siempre titulares. Ya era hora, ¿no creen Vds?

Camacho aprovechó la ocasión e hizo un buen partido en el que el Atleti salió con un centro del campo raro. Camacho jugó de pico inferior de un rombo atípico, algo así como un trapecio irregular, un paralelepípedo asimétrico, un rombo truncado o una juanola chata. Jugó Camacho atrás barriendo todo el campo en horizontal, con Tiago entre él y la banda y Simão más pegado a la línea y Jurado, siempre Jurado, de vértice superior del engendro geométrico. Tiago jugó pues de algo parecido a un interior y Jurado jugó tras los puntas, en lo que se viene llamando su posición natural. De todos es conocido que Jurado tiene dos posiciones, como los secadores: posición natural y posición en almíbar. Ayer tocó la primera y Jurado empezó bien, más activo y menos apático, más participativo y menos desesperante, metiendo el cuerpo para proteger el balón no una sino dos veces, tres en una semana si sumamos la que hizo el otro día ante el Valencia. A esto ayudaba notablemente la apatía e impotencia del rival, un Depor con un medio campo pasado de años y achaques y falto de ganas y recursos. Los centrocampistas del Atleti notaron la apatía, se sintieron cómodos y no tuvieron problemas. Jurado empezó bien y se fue apagando, y lo contrario le pasó a Tiago: más reservón durante el primer tiempo, quizás por no querer darse muchas alegrías hasta saber si podía fiarse de Camacho, decidió hacerse con el protagonismo una vez demostró el chaval que allí estaba él y que él se ocupaba de bailar con la más fea. Tiago acabó mejor que empezó aunque, piensa uno, su partido quedó lejos del partidazo que glosa hoy la prensa de masas en parte por la debilidad de los rivales y la general inconsistencia del Depor.

Jugó bien Agüero, como siempre, y jugó Forlán mejor que en los últimos partidos. Forlán quizás tiró demasiado a puerta, pero peleó más, falló menos pases y tuvo un gesto bonito al tirar un balón fuera tras partirle el esternón a un rival de un pelotazo (que si le da eso al que suscribe, encuentran las gafas en Carabanchel). Forlán volvió a meter un gol, y ya van un volquete, y se fue ovacionado tras su derrape con la grada y el derrape de la grada con Forlán. Agüero y Forlán fueron cambiados bastante antes del minuto 85 y ambos se fueron a la caseta a descansar un poco, que ya era hora, oiga, que ya era hora, y fueron sustituidos por Ibra, peleón y entusiasta como siempre, y por Salvio, que corrió sin parar y buscó el desmarque continuamente sin que diera la sensación de que sus compañeros reconozcan aún su atípica forma de correr; otra vez será.

No marcó Agüero y no marcó Simão, algo oscuro por dar sensación de pensar más en el jueves, sino que marcaron Tiago y Juanito. Juanito marcó rematando a la remanguillé un despeje que él mismo había provocado con un buen remate de cabeza, atribuido por la grada a Domínguez por obra y gracia de lo difícil que es distinguir a ambos a larga distancia y con dioptrías. Tiago, por su parte, marcó a placer tras una buena jugada entre él mismo y Ujfalusi, que se manejó en el área con la habilidad del Kun. Ujfalusi, una vez más, cumplió bien con su trabajo y se mostró como el recurso ofensivo más interesante del equipo en varias fases del partido. Se sumó al ataque, cumplió en defensa y le pegó una patada a un debutante del Depor, dándole la bienvenida al mundo real para luego regalarle la camiseta y una sonrisa de esas que hielan la sangre de los mercenarios. Ujfalusi volvió a ser el jugador sólido y notable que es casi siempre y, con justicia, su nombre fue coreado por la grada.

El Atleti ganó un partido fácil y algo soso en el que el rival dio la sensación de no estar muy interesado en jugar; quizás por eso no sea una buena idea echar hoy las campanas al vuelo. Pero la grada vivió una tarde plácida y hasta tuvo el elegante detalle de despedir a Valerón con la ovación que cree uno que siempre merece. El equipo jugó cómodo y se cansó poco, descansaron algunos de los titulares del jueves que viene y aquellos que tuvieron su ocasión lo hicieron bien; por si fuera poco, la delantera dio menos impresión de ir cada uno por su cuenta, como en los últimos partidos. Camacho pidió minutos y Assunção agradeció el contar con alguien que le pueda quitar algunos de los suyos. Ujfalusi escuchó cómo la grada le vitoreaba, debutó Molino y De Gea hizo una parada de calendario. Y, lo más importante, el Atleti acabó el partido con seis jugadores criados en la casa, algo que no pasaba desde hace mucho, mucho tiempo. Y ya era hora, oiga, ya era hora.