lunes, 29 de marzo de 2010

De cómo ir perdiendo el crédito a fuerza de no pelear los derbis

El Atleti perdió un partido ganable, un partido que habría quizás ganado o empatado si, entre otras cosas, llega a parecerse a lo que algunos entendemos por Atleti.

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Hay partidos que es mejor ver exclusivamente con los propios. Todos tenemos amigos a los que apreciamos a pesar de su errada filia deportiva, algunos hay que hasta comparten lazos familiares con aficionados del otro equipo grande de la capital para desesperación de los anfitriones de las nochebuenas, para vergüenza del árbol genealógico en pleno y para alegría de los que gustan de hacer chistes sobre la influencia en la genética de los antepasados del butanero. Por ello, ante partidos como el que nos ocupa, la afición prefiere juntarse con los suyos en bares afines o al menos no hostiles, bares en los que haya una buena proporción de aficionados rojiblancos y en los que, a ser posible, no moren representantes arquetípicos de las diferentes subespecies que conforman la afición rival, esto es, el voceras faltón, el prepotente cansino, el ronquillo mete-patas, el listillo recuerda-derbis - normalmente de voz nasal y jersey con pelotillas - o, el peor y más abundante, el condescendiente rabioso camuflado, aquél que se esfuerza en recordar a cada momento que el Atleti es un equipo que le cae simpático con el que va después del suyo, pero que celebra los goles con una rabia que él cree invisible y que delata su verdadera condición de hipócrita apocado.

El que suscribe vio el partido en uno de esos bares atestados en los que coexistieron pacíficamente aficionados del Atleti, ampliamente mayoritarios, con aficionados del otro equipo grande de la capital. El comportamiento general fue en todo caso educado y hasta cortés, con una única y sorprendente excepción: un niño. En el bar había un niño de unos diez o doce años acompañado de un par de adultos con cara de ser su padre y su tío, ambos con cara de cartero y poco aspecto de triatletas. El niño en cuestión dio una lección general de aquello que abochorna en estos casos: mandó callar a los aficionados rivales cuando marcaron los suyos, se alegró en voz alta de las lesiones de los jugadores ajenos y celebró los goles propios con grandes muestras de menosprecio al resto de asistentes. Cuando, asombrados por lo que oían, los presentes se giraban a ver quién era semejante animal, el niño ponía cara de niño al que no se permite que un desconocido le dé un sopapo y el padre ponía cara de decir, calla un poco, niño, anda. Chsst, calla un poco, sólo eso. Nada de pero qué haces tú, pero qué forma es esa de celebrar los goles, pero quién te crees que eres tú para ofender a la gente aprovechando que por ser un niño nadie te va a tirar al pilón. Nada de eso, sólo cara de calla un poco, anda, hijo, pero poco no vayas a tener un trauma infantil. La actitud del padre desvela lo que andará diciendo hoy en su trabajo: no veas ayer mi niño, no veas cómo celebró los goles, en el bar la gente se giraba y todo pero, claro, estaba yo con mi cuñado y no nos dijeron nada. Menudo va a ser mi niño, já, menudo fenómeno.

De qué equipo era el niño poseído en cuestión es irrelevante para sacar las conclusiones lógicas, que serían exactamente las mismas si fueran de uno u otro equipo. Eso sí, a estas alturas quizás se imaginarán Vds con quién iba el infante.
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Llegó la afición a los bares y cogió sitio. El sitio en ciertos bares y en ciertos partidos es un concepto que se interpreta de manera restrictiva y resignada. Venga Vd aquí, aquí, que hay sitio, le dicen a uno los amigos mientras señalan una baldosa de 20 por 20 que delimita una columna vertical de aire cortada a la altura de la cadera de un humano adulto por un clavo que surge horizontalmente desde la pared. Desde aquí verá bien, dicen, desde aquí se ve, omitiendo el hecho de que se ve siempre que el de delante sea muy bajito, no se mueva, el equipo ataque en la portería del fondo Norte y el sol se oculte tras un edificio contiguo, algo que ocurre durante diez minutos en todo el día. Pero estos partidos, estas pruebas de equilibrio y resistencia, son parte del fútbol y también de la vida, porque demuestran a las claras que ni necesitamos tanto espacio ni necesitamos ver tan bien ni necesitamos apoyarnos en dos pies a la vez, que con estar un rato sobre uno y un rato sobre otro vamos que chutamos y tampoco pasa nada.

Se acomodó la afición en bares y pubs y tabernas y tascas y los que tuvieron suerte no tenían niño ni ronquillo ni listillos ni prepotentes ni rabiosos cerca. Y, aún estos, se sintieron mal y hasta ofendidos cuando vieron, para abrir boca, a Cerezo en el palco del otro equipo grande de la capital. Por todos es sabido que Cerezo no gusta de ver al equipo fuera del Calderón, según él por ponerse muy nervioso, según fuentes bien informadas por no saber bien las reglas del fútbol ni la cortesía o la gramática y no querer quedar en evidencia frente al resto. Pero se ve que Cerezo gusta del palco del otro equipo grande de la capital, quizás por tener ahí la ocasión de conocer gente famosa e influyente y volver a casa y decir eso de chataaaa, a que no sabes quién estaba sentado al lado mío en el palco, sí, sí, ese mismo, pues mira, no es tan alto como pensaba, ahora, eso sí, tiene un pelazo. Quizás sea por si hay suerte y le regalan alguna de esas cosas que tanto le gustan y volver a casa y decir eso de chataaaa, a que no sabes qué me han dado en el palco, sí, sí, eso es, la diadema-auricular de CR9, el kit manicura-depilación de CR9, el protector dental blanquea-molares de CR9 y una camiseta blanca inmaculada con mi nombre en la espalda y el 9 de CR9, no me digas que no es totalll. Quizás Cerezo fue a ver cómo está el mercado y a cuánto se cotiza el kilo de delantero argentino, pero eso preferimos ni imaginarlo.

Salió el Atleti al césped ese que, según la tele, cuida el mejor jardinero del mundo, un jardinero a la altura del césped que cuida y de los jugadores que lo pisan, un jardinero que riega el césped con agua de vichy y lo peina con un cepillo de crin del unicornio de Candy-Candy o de mi pequeño pony, según la fase de crecimiento. Un césped que el jardinero real poda brizna a brizna con una tijerita de uñas que perteneció a Rasputín y con las hojas sobrantes hace ensaladas tibias de bogavante y colita de cigala que han ganado varios premios en certámenes internacionales de cocina para imbéciles. Salió Tiago trotando sobre ese césped que vale tanto para jugar al fútbol como para relleno de ensaimadas y bombones y al ver que no salía Jurado la afición respiró aliviada y dijo bueno, bueno, venga, a ver. Salió Valera de lateral, como contra el Athletic, y salieron de centrales Ujfalusi y Domínguez. Salió Assunção, claro, y el resto ya lo imaginan Vds: Reyes, Simão, Agüero y Forlán. Salió el Atleti como siempre, que no hay más, y la noticia fue que Tiago funcionaba.

Funcionó Tiago el primer tiempo y, como resultado, funcionó el Atleti. Funcionó, decimos, y no bordó el fútbol, pero viendo el equipo que hay y el año que llevamos, con funcionar basta, qué quieren que yo les diga. El rival, a pesar del celestial césped y el galáctico plantel, tampoco hacía mucho más que muchos de los rivales a los que el Atleti, con más o menos justicia, ha ganado este año. Tiago aportó calma y salida y colocación mientras tuvo fuelle; también es cierto que no aportó pase largo (como es costumbre en él), que pifió en el tercer gol de manera sonora y que, por estar mal colocado, deshizo el fuera de juego que habría invalidado el primer gol rival. No es menos cierto que salvó un gol cantado al final del primer tiempo y que de su incorporación al ataque nació el primer gol del Atleti, una jugada diagonal de corte rugbístico en la que los tres cuartos fueron buscando el costado hasta quedar en superioridad y que terminó con un tiro colocadísimo al palo de Reyes tras toque sutil y casi circense de Agüero. Por cierto, fue casi el único detalle de Agüero en toda la noche, aportación escasa y extraña del Kun en un año en el que es la referencia en ataque del equipo. Pero la realidad es que mientras hubo Tiago hubo Atleti, por más que se viera ya en el primer tiempo que la opción que había tomado el equipo no era la más inteligente.

Porque con Tiago en futbolista y durante la primera media hora aproximadamente, el Atleti controló el centro del campo aunque no creó muchos problemas. Apostó por esperar, robar y lanzar el ataque pero se olvidó del tercer punto. Cuando robó no supo conectar con rapidez con la delantera, acusó la incapacidad para el juego en largo de Tiago, falló pases fáciles que daban ventaja a Kun o Forlán (sobre todo Assunção) y no hizo valer la superioridad en el centro del campo. Más bien al contrario, el Atleti empezó a recular y recular, perdió dos, cinco, diez metros en favor del rival y se empezó a encerrar en su área. Los centrales achicaban y achicaban pero también sospechaban: cualquiera que haya visto dos partidos del otro equipo grande de la capital sabe que están acostumbrados a ese escenario de gol temprano en contra y equipo encerrado en su campo, escenario que suele acabar mal para los visitantes. El Atleti perdió metros demasiado pronto y si no es por De Gea en alguna intervención de mérito, por Tiago salvando un gol cantado o por el Hombre Más Mediático de Madeira (en adelante, HMMM), que falló un remate en plancha fácil gentileza de Antonio López, el Atleti se hubiera ido al descanso sin ventaja.

Antes del final del primer tiempo el Atleti hizo el primer cambio. Valera, como siempre que empieza a encontrar el sitio que tantísimo le cuesta encontrar, se lesionó. En su lugar salió Perea y la afición rival le ovacionó como si saliera su revulsivo. La sorna del público del otro equipo grande de la capital no sirvió para poner nervioso a Perea, quien nada más salir subió la banda y puso un pase medido que Forlán falló de forma lastimosa, pero sí tuvo otro efecto. La risa general hacia un jugador del Atleti fue la risa general de la afición rival hacia la afición propia, hacia la nuestra, hacia la afición que se ríe y desprecia a sus propios jugadores cuando son malos sin tener en cuenta si son o no son honrados. Quizás parte de la afición del Atleti también se riera de Perea al salir al césped-joya del estadio del norte, pero a otra parte, entre la que se cuenta el que suscribe, la risa de la grada rival le sentó como un golpe en la cara con un lenguado podrido. Porque uno, que es tonto, no sólo se tomó el recibimiento como la mofa y falta de respeto previsible, clásica y provocadora que uno espera del rival en los derbis, sino como la consecuencia lógica de la actitud de una grada, la nuestra, desquiciada e injusta, torpe en el reparto de méritos y cómplice involuntaria ni más ni menos que de la afición más odiada, una grada que antes tenía claro quiénes son los nuestros y quiénes los suyos y que a los nuestros, por malos que sean, sólo les critican los nuestros a costa de perder el humorista rival la sonrisa y hasta los dientes.

Empezó el segundo tiempo y el Atleti ya no estaba. Lesionado Reyes, que además del gol estuvo batallador aunque cegado a la hora de construir juego o de hacer algo distinto a la carrera en línea recta, entró Jurado. La entrada de Jurado supuso automáticamente la desaparición de los medio centros, basculados hacia su lado para tapar su desidia, dejando todo el lado contrario para un fundido Simão. HMMM se cambió de lado para mostrar su repertorio de bicicletas y accesorios dentales a la grada que tanto se ríe del lateral que ocupaba esa banda y no dio una; si se llega a quedar en el lado de Antonio López y el Artista Antes Conocido Como Jurado, quizás habría aportado algo más al juego; pero por suerte, como era de esperar, no anduvo listo y Perea, pese a las mofas, las críticas y los chistes de Jaimito, no tuvo muchos problemas a la hora de defender a hombre del protector (dental).

Entró Tiago en decadencia, se apagó Assunção (que ya llevaba las luces cortas desde el primer tiempo) y el Atleti se achicó aún más. Marcó Xabi un gol idéntico a otro que metió hace una semana gracias a que Antonio López se quedó mirando y a que Quique no había mirado los vídeos. Tras el obligatorio gol que viene de un balón lateral, marcó Arbeloa un buen gol tras un pase magnífico de Xabi Alonso, a quien nadie encimó hasta que tuvo el tiempo de pensar, repensar, colocarse y decidir. El pase fue admirado por muchos espectadores, sobre todo por Jurado, quien quedó hipnotizado por el vuelo del balón, quietecito y boquiabierto; Jurado dejó a Arbeloa subir tranquilo la banda, dio dos saltitos monísimos al son de la frase "estoy entusiasma-dó" y se fue al centro a sacar tras el gol que ponía al Atleti por detrás, tras pocos minutos del segundo tiempo, aún asombrado. La cosa no acabó allí y poco después Tiago dio un pase de gol a Higuaín tras recuperar bien la bola, no saber qué hacer con ella y demostrar que no se fía de Assunção a la hora de romper un balón y mandarlo a la grada. El Atleti volvía a encajar un gol imbécil en un momento crucial de un partido importante, y ya van demasiadas veces.

Con un tres uno en poco más de diez minutos, el Atleti tenía el partido perdido. Pero llegó un regalo. Xabi Alonso, el mejor de su equipo, hizo un penalti imbécil que Forlán convirtió en gol. Así, sin merecerlo, sin tirar a puerta, el Atleti se ponía a tiro de un gol. Un gol, eso que se tarda en meter diez segundos, que a veces llega casi sin querer, de carambola, de berza, de suerte. Un gol, eso que nos meten con tanta facilidad, un golito, uno. El aficionado atlético con algo de tiempo en esto ve un gol en contra y veinticinco minutos por delante contra el otro equipo grande de la capital como una oportunidad; el aficionado más reciente, como un imposible. El Atleti que conocimos se habría tirado a tumba abierta a por el partido, habría dado un paso, dos, tres adelante, habría metido el miedo en el cuerpo al rival, podía haber terminado goleado pero también empatando, se habría lanzado con la boca ensangrentada a una carga suicida de esas de las que se sale muerto o triunfante pero habría metido el pánico en el cuerpo del rival y habría ganado kilos de respeto. Eso lo sabe también el aficionado rival que peina canas y se acuerda de María Luisa Seco, que recibió el gol de Forlán con frío en la sangre y una mirada instintiva al reloj. Pero el Atleti de hoy es flojo de carácter, se alimenta de leche desnatada y cree que la suerte está echada de antemano, no arriesga ni cree en él cuando enfrente está ese equipo cuyos cromos colecciona el presidente de la entidad.

Con veinticinco minutos por delante el aficionado se acordaba de Schuster y Pantic y Futre y Leivinha. Pero el tiempo pasaba y, a los diez minutos, se acordaba de Hasselbaink y Manolo. A cinco del final, de Arteche y Simeone y en el último minuto, de Albertini. Veinticinco minutos son muchos, bastantes para que un equipo de calidad haga un estropicio. Diez le bastan a un equipo eficaz con las ideas claras y cinco son suficientes para un equipo de ganas, carácter y empuje. Con un minuto hace falta un milagro, y el milagro lo tuvo Forlán cerca pero, alimentando la teoría del egoísmo de la delantera en pleno, decidió intentar un gol dificilísimo antes que tirar un balón a la olla en el único lance en el que el equipo tenía cuatro futbolistas en el área pequeña, cuando un remate preciso o un rebote afortunado podrían haber cambiado todo. Pero nada cambió y el Atleti volvió a perder un partido ganable por culpa de errores propios y falta de carácter y Forlán, que hizo un partido digno con una buena actitud pero que parece empeñado en regalar detalles que le hagan perder el cariño de la grada, se fue del campo sonriendo y abrazado de un jugador poco querido por esta parte del río.

El Atleti llegó al derbi con 34 puntos de desventaja frente al rival y salió con 37, los mismos que tiene el equipo. Uno no recuerda una diferencia similar, como tampoco recuerda la sensación general de que tampoco es para tanto a pesar de la humillación histórica que supone que le doblen a uno de puntos en la recta final de la liga. Visto lo visto, lo que resta de liga, a estas alturas, se antoja como una molestia necesaria, sobre todo ahora que el Sevilla va pinchando y no está tan clara la entrada a Europa sólo jugando la final de Copa. La Europa League, muy lejos, pasa por eliminar al Valencia y luego a un par de equipos más, tarea que se antoja complicada para un equipo cortísimo cuyo principal refuerzo es un jugador hecho de espuma de afeitar como Jurado y un tipo que va dejando sensaciones pobres como Salvio. Mientras tanto, el Atleti perdió un partido de los que se pueden ganar pero sobre todo de los que hay que pelear, pero no hizo ni una cosa ni otra. El Atleti puede ganar este año un título o hasta dos, sí, pero se va dejando en cada partido contra el otro equipo grande de la capital el crédito de equipo temible que se tardó ochenta años en conseguir.

Agradecimientos, razón Estadio Vicente Calderón, puerta Cero.



viernes, 26 de marzo de 2010

Crónica enfadada y con gafas del Atleti - Athletic

Llegó la afición al campo cuando lo suyo era quedarse en casa comiendo sopa de letras, y ni el dos cero consiguió que entrara en calor.


Llegó la afición a los alrededores del estadio y antes de llegar ya estaba harta. Harta. ¿Cómo harta antes de empezar el partido? ¿Cómo que harta antes de un partido clásico contra un rival de los de siempre? Pues sí, harta, harta, ya lo ha oído Vd, oiga. Harta de fútbol nocturno e invernal. Harta de ir al campo con paraguas y forro polar. Harta de partidos a deshora y atascos de entre semana. Harta de no poder llevar al niño al campo y de tener que volver a toda prisa a casa para dormir antes del siguiente día de trabajo. Harta de renunciar a ir a partidos pagados de antemano por no poder volver a tiempo a cenar y acostarse. Harta de sentirse timada, de sentirse la última en la cola de los intereses a la hora de fijar los calendarios y la primera en la lista de los que tienen que abrir la boca sólo para animar al equipo y callar la boca para reclamar lo suyo. Harta de invierno, aunque esto no sea culpa de nadie, y harta de horarios calamitosos, y eso que para esto último hay múltiples culpables. Harta del ambiente gélido de la grada y del ambiente gélido de las previsiones meteorológicas. Harta de ir al fútbol con menos ganas de lo que debería. Harta de que los partidos entre semana con poca gente se hayan convertido en regla, cuando antes eran la excepción en la que se encontraban los más fieles y hablaban con los de tres filas más abajo por primera vez en la temporada. Harta de gradas vacías y aficionados maleducados a los que se oye mucho más en días en los que las tribunas presentan bajas, lo que les motiva para lanzar a los cuatro vientos su mensaje vergonzante. Harta de no saber si comer algo o después del partido, harta de ir al fútbol casi más por evitar el sentimiento de culpa que se le queda cuando se queda en casa mientras el equipo juega en el Calderón. Harta de pensar en ir por amortizar el abono que cuesta un ojo de la cara y que, fríamente analizado, representa la compra a ciegas de partidos medianejos vistos desde un asiento lleno de mugre que el club y su canal de televisión de cabecera tiene a bien poner a la hora que conviene a la audiencia que no va al campo y nunca a la que conviene al aficionado fiel, al que siempre está ahí y además cuando no está se siente culpable, hay que joderse, al aficionado al que se le exige que anime y que no proteste y hasta que baje al campo a meter los goles con los cuernos, si se tercia.

Harto se sentó en la grada húmeda y semi-desierta un aficionado con gafas y rebeca con coderas bajo elegante trenka de corte inglés con botones de asta de imitación y, posiblemente por estar tan harto, casi todo le sentaba mal. Le sentaba mal la enésima portada ridícula del Forza Atleti, "Juan Vale". Le sentaba mal la grada fría y casi vacía y le sentaban mal los gritos de la afición maleducadísima, que aunque previsibles y generalizados en el resto de campos, sientan como un tiro sobre todo cuando los hacen los propios. Le sentaba mal la presencia de Jurado en el once titular por más que sabía que mucho más no había en el banquillo, y le sentaba mal la ausencia de algunos otros a los que nunca jamás se les da una oportunidad. Le sentaba mal la llegada de los aficionados rivales, en número reducidísimo y casi simbólico, y no porque le ofendiera su presencia sino porque su sola aparición provocó la apología de la cara más ofensiva, mezquina y pequeña de la afición propia. Le sentaban mal los saltitos ridículos de Indy al compás de los cánticos más burdos, insultantes y carentes de ingenio que entonaba la afición local y hasta le sentaba mal que el club visitante no elevara una protesta formal ante el anfitrión por permitir que un tipo que mora dentro de una mofeta de felpa se permita hacer coreografías ante gritos que deberían ser sofocados. Le sentaba mal el trato de la grada a determinados jugadores y el trato de determinados jugadores a la grada. Le sentaba mal oír las historias de los desplazados a Lisboa la semana pasada, historias de pedradas y de salidas de metro entre multitudes amenazantes, historias de peleas y faltas de respeto, historias que confirman que, a pesar de los esfuerzos de muchos y para desgracia de todos, la afición del Atleti empieza a no ser bienvenida en casi ningún sitio y a ser despreciada en casi todos. Todo le sentaba mal al aficionado con gafas hasta que, durante el descanso, se tomó un café con leche en el bar del pasillo del estadio que le sentó la mar de bien y ese peso de encima que se quitó el hombre y, ya de paso, Vds.

Salió el Atleti en manga corta y la afición se echó la mano a la frente. La afición había contemplado el milagro de la transición de la primavera al invierno crudo en unas pocas horas, las que separaban la mañana radiante de la tarde húmeda en la que salió la afición de la oficina para irse al Calderón. A la afición le había pillado el invierno de sorpresa y no había previsto el frío que hacía, echaba de menos haber pasado por casa y haber cogido un chaleco o una bufanda abrigada o un saco de dormir de plumón de ganso siberiano indicado para pernoctaciones a más de siete mil metros de altura. Todo eso echaba de menos la afición cuando vio que el equipo salía al campo en manga corta a pesar de haber tenido tiempo de ponerse otra cosa más indicada. Cayó entonces la afición en la cuenta de que el equipo al que se enfrentaba el Atleti era el Athletic de Bilbao, equipo de recios muchachotes que desprecian la ropa de abrigo, las bebidas calientes, las mantas eléctricas y los calzoncillos largos. Salió el Atleti en manga corta, pensó la afición, así como diciendo a los de enfrente aquí estoy yo y no me vengo abajo, aquí me tenéis en manga corta como vosotros, a ver qué pasa, venid aquí si os atrevéis.

Empezó el partido y el Athletic de Bilbao se sintió cómodo. Cuentan cronistas autorizados que los visitantes advirtieron rápidamente que, a pesar del alarde textil de los locales, bajo las camisetas de manga corta se intuían prendas térmicas y, en las partes expuestas al aire que llega del río, el Atleti en pleno no podía disimular la carne de gallina. Estos son bajitos y tienen frío, pensó el Athletic de Bilbao, y actuó en consecuencia. El resultado es que el Athletic jugó cómodo durante el primer tiempo, imponiendo en medio campo los centímetros, los kilos y la solvencia de Javi Martínez y de su alter ego Iturraspe. Si a estos dos sumamos a Iraizoz, Llorente y los centrales (y eso que no estaba Amorebieta), da la impresión de que el Athletic salió al campo con un quinteto titular de la ACB, un ala pivot suplente y un equipo de fútbol sala para llegar a sumar once. El centro del campo parecía la batalla entre la brigada ligera y la artillería más pesada; a balón parado parecía un partido de carteros reales contra niños manda-cartas a los Reyes Magos. En el área, Domínguez parecía un sobrino de Llorente y Ujfalusi no destacaba por físico como suele ser habitual. Y, a pesar del despliegue físico, el Athletic jugó al fútbol y no se limitó a corretear, salvo Gurpegui y Toquero. El Athletic mostró qué propone y por qué esa propuesta le ha llevado a estar en puestos europeos con jugadores jóvenes de cantera, algunos especialmente brillantes como Javi Martínez - ayer algo menos espectacular que en otros partidos - y sobre todo Llorente, el tormento de la defensa del Atleti en el día de ayer. A uno, que es tonto, le gusta ver equipos fieles a una idea que funcionan sin estridencias, apelando al esfuerzo, la disciplina y el talento y el Athletic de ayer es de los que caben en esta categoría.

Pero el Athletic, a pesar de dominar el primer tiempo, no contaba con algo: el jugador con más pinta de niño, el que tiene más aspecto de pasar frío y de poder sufrir ante rivales de muchos centímetros. David De Gea, una vez más, tuvo una actuación destacada tanto blocando tiros difíciles como sacando manos arriba y abajo. Transmitió en todo caso la tranquilidad de la que ahora presume la afición colchonera, marcando a su defensa dónde estar en los balones parados, desesperando a los rivales al parar con facilidad sus mejores tiros y volando a las escuadras cuando hacía falta. De Gea transmite sensación de facilidad, sobriedad y seguridad y eso ayuda a los de atrás; también ayudan la concentración y entrega de Domínguez, ayer de nuevo bien ante la papeleta de marcar a Llorente, y la solvencia de Ujfalusi, ayer central. Antonio López no tuvo una actuación destacada y sí la tuvo Valera, autor de una buena jugada en el primer gol e involuntario pasador a Agüero en el segundo. Valera dejó también detalles preocupantes, ya clásicos en el Calderón, al dejar a su par toda la banda libre por acercarse demasiado a la marca de los centrales; aún así, Valera hizo un buen partido y nos alegramos por ello.

El centro del campo fue, cuanto menos, atípico. Simão, más entonado que en los últimos partidos y más recuperado en lo fútbolísitco y Reyes, batallador pero sin mucho brillo, ocuparon las bandas sin demasiada trascendencia. Lesionado Tiago y sancionado Raúl, Assunção y Jurado ocuparon la parcela central. Enfrente, Javi Martínez e Iturraspe, dos jugadores de mucho despliegue, sobre todo el primero, anunciaban que la cosa podría ponerse fea. Assunção, apercibido de sanción, se ocupó toda la noche de no meter el pie y no llevarse una amarilla, algo que consiguió a riesgo de dejar jugar con demasiada comodidad a los rivales de su zona. Jurado, sin apercibimiento ni nada, se ocupó también toda la noche de no meter el pie, no llevarse amarilla, no llevarse un balón, no llevarse una patada y no llevarse un disgusto. Blandito como en él es costumbre, falló innumerables pases que entregó directamente al rival sin que, curiosamente, la grada mostrara un enfado excesivo. Uno recuerda broncas sorprendentes en el Calderón a jugadores finos pero excesivamente pusilánimes durante su paso por el Atleti (como Valerón), broncas que, de ser la grada coherente consigo misma, repetiría ahora con Jurado (sin ánimo de comparar a ambos, faltaría más). También es verdad que uno recuerda a la grada agradeciendo el esfuerzo y la entrega - incluso cuando las cosas no salían bien - a los jugadores honrados, mientras que ahora no es siempre el caso. Y no es que uno quiera que la grada abronque a nadie, simplemente estaría más cómodo si la hinchada tuviera un criterio homogéneo y lógico y no la tomara con unos sí y con otros no al arbitrio del poeta, como la combinación de heptasílabos y endecasílabos que caracteriza a la silva. Pero así no funcionan las cosas ya, qué quieren que yo les diga, y prueba de ello es que ahora los futbolistas millonarios llevan pendientes de bisutería brillante de los que antes llevaban las señoras gordas en la cola de la pescadería y a nadie le extraña ni nada.

De haber sido el de ayer un partido más, en el capítulo relativo a la delantera hablaríamos de Agüero. El Kun, una vez más, fue un peligro constante, representó en buena parte del partido el único recurso ofensivo del equipo y además metió un gol tras un punterón de Valera que terminó en pase preciso. Pudo tener alguna ocasión más pero la epidemia de chuponismo y falta de compañerismo que últimamente azota al ataque del equipo le privó de algunos balones que sus compañeros, sobre todo Forlán, prefirieron jugarse solitos. Probó a San José siempre que pudo, dejándole en evidencia casi siempre, y se retiró entre ovaciones como correspondía a su entrega. Antes, había sido clave en el arreón que permitió al Atleti en el segundo tiempo marcar el primer gol cuando lo visto en el primer tiempo presagiaba otro resultado.

Pero no es eso de lo que debemos hablar, por que hay que hablar de Forlán. Forlán ya no oculta, desde hace varios partidos, que no está cómodo en el Calderón y que la gente de la grada le molesta con sus críticas. Ayer Forlán explotó y mandó al público a paseo con una fórmula menos elegante tras marcar su gol a pase de Valera.

Forlán, cree uno, tiene motivos para estar enfadado. La gente le afea cosas de forma ruidosa y constante y él apela a que el año pasado fue él, y casi sólo él, quien permitió al equipo meterse en Europa (algo que, con la exageración que conlleva algo así en un deporte de equipo, es bastante cierto). Forlán reclama memoria y respeto, justicia y educación, que es lo que algunos también reclamamos a la grada. En eso (y en la musculatura abdominal y el sueldo) nos vemos muy identificados con el uruguayo. Ahora bien, también entiende uno que la grada tiene motivos para estar enfadada. Forlán también debe reconocer que lleva un añito muy preocupante, un año que ha hecho pensar a más de uno si es realmente Forlán quien juega este año o si es, por el contrario, un clon obtenido a partir de un pelo gracias a la intervención del padre de la oveja Dolly. Forlán, por muy bota de oro que sea, debería entender que la grada lo que le exige es la concentración mínima, la atención que evita fallar un control, las ganas de meter el pie y llevarse un balón sin pensar en sus futuros compromisos deportivos, la lealtad, en definitiva, hacia una grada que le ha apoyado siempre que lo ha merecido y también en los momentos malos, y que sólo ahora se muestra irritada por su desidia y por su querencia a celebrar los goles con su círculo y no siempre con su afición. Y la grada, por mucha mejor afición del mundo (que cada vez menos, oiga) debería entender no sólo que Forlán merece respeto, sino que demasiadas veces tira piedras contra su propio tejado gracias a comportamientos excesivos. Pero esto último, ya lo saben Vds, el que suscribe ya lo da por perdido. Puede que el paso de Forlán por el Atleti, asombroso el año pasado, acabe con un regusto amargo por este tipo de cosas; qué lástima más grande.

El Atleti, sin mucho juego y menos plantilla, ha recuperado algunos puntos y puestos en Liga que se antojan muy necesarios para asegurar un futuro digno el año que viene. La trayectoria del Sevilla invita a pensar que no por entrar en la final de Copa se ha asegurado Europa, así que, como en todo, más vale que hagamos las cosas por nosotros mismos. El Atleti va ahora a jugar contra el otro equipo grande de la capital y lo hará en su estadio y, previsiblemente, ante la necesidad imperiosa del rival de llevarse los tres puntos. El Atleti llega con un equipo cansado, cortito y algo limitado ante un rival que no da miedo pero sí bastante grima. Cosas de la vida, la afición no se fía del todo del equipo, pero sí se fía de dos chavales de la cantera, recién subidos al primer equipo, con más arrestos y consciencia de qué está en juego que sus compañeros. Esto, junto con la presencia de los chavales del Athletic de Bilbao ayer en el Calderón, deberían hacer reflexionar a palco y dirección deportiva, pero pedir reflexión a éstos es aún más complicado que pedir coherencia a la grada.

Eso sí, ¡a por ellos!

viernes, 12 de marzo de 2010

Sobre esa preocupante desidia que nos invade a pesar de la desidia de los nuestros

El Atleti dejó pasar una ocasión estupenda para resolver un partido y de paso una eliminatoria y ni supo ni quiso supo aprovecharla. Y lo peor es que pareció que la afición tampoco se llevó un disgusto.


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Llegó la afición al campo apurada por la cantidad de excusas dadas en la oficina y por las prisas para aparcar y se sintió rara. Llegaron los periodistas con una libretita y un peto de colorines y también notaron algo raro. Llegaron los jugadores del Atleti y hablaban entre ellos y se decían oye, no sé, ¿tu no notas nada extraño? No me refiero a que Reyes lleve en la bolsa una novela, ni a que Quique salga de la sauna con bufanda, no, no es eso, es otra cosa, no sé bien qué pasa. Sí, sí, te lo iba a decir yo, no sé qué es, el campo está raro, la ciudad está rara, la gente está rara, hay algo distinto, algo que no identifico yo bien, algo que hace tiempo que no vivía. Pensaban lo mismo los antidisturbios, a pesar de andar concentrados en las profundas reflexiones abstractas en las que ocupan los ratos libres, y los policías montados con sus cascos de rejilla. Hasta los caballos se notaban raros. Hombre, Babieca, qué tal estás, majo. Pues bien, aquí, con este brasas encima... oye, Bucéfalo, ¿no te notas tú raro? ¿no crees que hay algo extraño? No sé qué es, no sé decirlo bien ... Pues sí, sí, ahora que lo dices sí, no sé qué es pero sí, es algo extraño, algo diferente ... por cierto, Babieca, ¿Babieca no es nombre de yegua? Anda, mira, qué gracioso. Pues tú te llamas Bucéfalo, anda que mira quién habló, cachondo, con ese nombre antiguo que parece de jarabe de la tos.

Y es que ayer ocurrió que, tras muchos partidos y muchas semanas y muchos domingos y muchos sábados, tras muchas eliminatorias de copa, champions y europacáp, tras muchas excusas en los trabajos y muchas cervezas en los bares de alrededor y muchas llamadas a los amigos para ver si iban o no iban al fútbol, la gente llegó al campo de día. De día, es de día, eso es lo que pasa, decía la gente. Hay luz, eso es, ese es el cambio, decían los periodistas. Es por la luz, anormales, decía Ujfalusi. Es por la luz, Babieca, que estás tonto, hijo ...oye, ... ¿seguro que eso es nombre de caballo? ¿no será de mula? Mira Bucéfalo, te estás pasando, no sé a qué viene esto y no es mi estilo, no quería decir nada pero tú te lo has buscado: estás castrado, eres una jaca. Siento decírtelo así, pero que lo sepas.

Llegó la gente de día al campo y no recordaba la última vez en que hubo luz natural antes de un partido. Gracias a las televisiones y al invierno riguroso, gracias a los horarios de partidos entre semana y gracias al cielo permanentemente nublado que nos ha tocado este añito, hacía meses que no se veía el sol en el Calderón. El fútbol con sol es otro deporte, el fútbol como se vive bien es con sol y a las cinco, el sol es parte del fútbol de siempre como lo es el balón, la espinillera y el central de nariz rota. Es el odioso fútbol moderno el que nos ha traído la noche eterna, los horarios anti-hincha, la imposibilidad de llevar niños al campo, las mascotas desdentadas y las botas de colores. El fútbol en el Calderón es fútbol de sol y manga corta, no siempre pero muchas veces. Siempre hubo partidos nocturnos, pero no tantos; siempre pasamos frío en el Calderón, pero no tanto; siempre hubo partidos a horarios intempestivos, pero no tantos: en realidad siempre hubo pocos de estos y si llegábamos tarde a casa era porque nos quedábamos en los bares comiendo aceitunas rellenas, boquerones en vinagre y tortilla cortada a cuadraditos.

Tan importante es el sol en el Calderón, que un socio distinguido del equipo es el Rayo. No hablamos del equipo de Vallecas en cuyo estadio tan bien nos trataban antes y ahora ya no tanto y en el que regalaban un single en bolsa de Discoplay cuando los partidos eran los domingos justo antes del aperitivo. No hablamos del club que tiene un campo que ahora tiene nombre de señora peinada a la laca en el que uno vivió momentos prodigiosos como aquel partido de la selección olímpica en la que jugaban tres jugadores del Atleti, los admirados Arteche y Marina y el mezquino infiltrado Llorente, que terminó por volverse a su cubil de origen para así malterminar su carrera. En ese partido Arteche, el gran Arteche, tiró a puerta sin echar el cuerpo hacia delante, como mandan los cánones, y el balón abolló dos o tres coches estacionados en la calle Payaso Fofó, que lo sepan Vds, oigan.

No, no hablamos del Rayo Vallecano, no, hablamos del Rayo, del nuestro. Nuestro Rayo es socio del Atleti desde siempre, aunque sólo va a los partidos disputados en horario decente y en primavera-verano. El Rayo del Atleti es ese rayo de sol que, desde el mismo día en que se construyó el estadio, entra por los boquetes del voladizo de la tribuna y achicharra las córneas de los que nos sentamos en grada de lateral. El Rayo es ese que entra por un agujero y fulmina durante un rato a un sector entero al que impide ver el partido. Se nota dónde mira el Rayo porque el sector afectado en pleno achina los ojos, se pone la mano a modo de visera, se calza gorras, sombreros de ala ancha, gorras camperas y parpusas.

- ¿Y boinas?
- Hombre, pues no, boinas no, ¿cuándo ha visto Vd una boina que proteja la vista de los rayos del sol? ¿Es Vd francés o algo?
- Ah, bueno, ya. Perdone, oiga

Cuando sale el Rayo, el sector cegado maldice entonces la causa de su incomodidad ocular. A ver si llega una nube, hombre, y tapa el Rayo. Vaya tela el Rayo, ya podrían tapar el boquetito ese o poner unas cortinas de flores o la capa de Indy o algo, a ver si se va ya. El resto de grada ríe para dentro viendo al sector súbitamente achinado, jijiji, mira cómo les da el Rayo; lo que no sabe la grada es que el Rayo es molesto pero sobre todo es justo y que tras descansar un poco detrás de una columna deja en paz al sector cegado y se dedica a cegar al sector vecino, para desesperación de éste y regocijo de los ya cegados, vengativos y achinados a estas alturas.

El Rayo molesta pero el Rayo es nuestro y cuando nos vayamos a la infame Peineta, donde no habrá ni Rayo ni nada que se le parezca, le echaremos de menos. Nos dicen que estaremos más cómodos bajo una moderna visera de resina de epoxy, pero nos dará pena perder de vista al Rayo que tanto nos chinchaba y gracias a cuyas apariciones tanto nos reíamos de nuestros vecinos. Volarán el estadio y no sabremos más del Rayo, qué pena más grande. Oye, ¿qué sabéis del Rayo? ¿tú tienes contacto con él? Pues sí, de vez en cuando le llamo, no está mal pero echa de menos esto, sacó una oposición y ahora tiene una novia de Guadalajara. Hablo poco con él, la verdad, ya no es como antes, es más difícil verle. Le he agregado como amigo al feisbuc y nos hemos hecho juntos de dos grupos: "Veterinarios que consiguen matar animales y, de paso, instituciones centenarias" y "Cineastas de pelo hirsuto con aversión a la gramática".

Pobre Rayo.
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Salió el Atleti y el Sporting de Portugal, al que siempre llamamos de Lisboa, le dio una corona de flores en recuerdo de las víctimas del 11-M. El Sporting se comportó como un señor en fecha tan tristemente señalada y consiguió que todo el mundo reflexionara sobre por qué no se actúa más veces con caballerosidad y elegancia, con lo poco que cuesta. Entregó el Sporting de Portugal unas flores y nada más que por eso ya uno le cogió un poco de cariño al equipo, fíjense qué tonto es uno. Bueno, por eso y por su educada y ruidosa afición, compuesta hasta donde uno vio por personas normales con ganas de pasar un día de fútbol sin meterse con nadie y degustar la cerveza local, que es exactamente lo que uno busca en esto. Llegaron los portugueses en masa, llenando casi medio fondo entero, y fueron la mar de amables a pesar de los malos modos con los que, una vez más, les trataron algunos policías. La policía española, ya lo saben Vds, no es muy brillante a la hora de gestionar las situaciones para las que están entrenados, lo que supone una ironía y una preocupación gorda a partes iguales. Los aficionados del Sporting, por el contrario, sí parecían cómodos a la hora de pasar por la ciudad y dejar una estupenda imagen de gente tranquila, sin incidentes visibles a pesar de su enorme número, y lavando en parte la imagen dejada por sus compatriotas del Oporto, en algunos casos menos majos. Si en el partido de vuelta, en el que se espera visita en masa a Lisboa, las cosas transcurren igual, uno tendrá otro equipo verdiblanco entre sus preferidos (además, claro, del de rugby). Y ya serían tres, oiga, ni más ni menos.

Salió el Atleti con el equipo que algunos queríamos, con Domínguez de central y no de lateral, con Raúl García en el lugar de Tiago y con el Kun Agüero. Quique tiró del único equipo que tiene, en parte gracias a Pitarch y en parte gracias a él mismo, y en cinco minutos tuvo que cambiar de idea. Se lesionó Perea y salió Valera, con lo que Ujfalusi pasó a ser central junto a Domínguez. Domínguez fue de lo mejor de la noche, Ujfalusi como siempre estuvo notable y entre uno y otro dejaron claro que si hubiera laterales habría que dejarse de zarandajas y alinearles siempre a ellos en el centro de la defensa. Porque ayer, en un partido cómodo frente a un rival con uno menos (gracias a una expulsión de un jugador cuya inocencia posiblemente acabe por atraer la atención de nuestros ojeadores), frente a un equipo con un solo punta, los laterales no subieron y cuando lo hicieron centraron mal; esto es, como si no estuvieran.

En el centro salió Assunção, en su eficaz línea de siempre pero evidenciando que su motor diesel y su físico de fondista etíope también necesita de vez en cuando parar, y salió Raúl García. Raúl García, relegado a un segundo plano tras la llegada de Quique y sobre todo de Tiago, es protagonista de gran parte de las conversaciones entre colchoneros de los últimos días. Raúl García, en el primero de los tres partidos que la ausencia de Tiago y en los que se supone tendrá que reivindicar su posición, no jugó bien. No jugó tan mal como la grada se empeñó en señalar, a juicio del que suscribe, pero no jugó bien. Estuvo espeso y excesivamente entregado a su faceta destructora cuando el rival estuvo con once y demasiado poco creador cuando se quedó con diez; apartado Veloso al lateral, sólo Moutinho trotaba por el centro del campo, dejando a Raúl espacio suficiente en teoría para mover al equipo. Pero, para desgracia de sus defensores entre los que se cuenta el que suscribe, Raúl no respondió como uno esperaba. En un partido en el que debía dar un puñetazo en la mesa y aprovechar la inferioridad del rival, Raúl García se limitó a hacer un juego eficaz pero poco vistoso, excesivamente conservador e inclinado al pase hacia atrás, sin tomar riesgos y buscar sorpresas, sin cambiar el juego ni encontrar la forma de romper el entramado montado por los portugueses. El resultado fue que su juego contribuyó a aplanar aún más al equipo, a no inquietar al un rival cómodo en su cerrojazo, y a hacer a la grada echar de menos a Tiago y encumbrarlo en su imaginación a la altura del mejor Schuster. Raúl perdió una buena ocasión para demostrar lo que algunos aún pensamos que vale, pero de nuevo, y ya van varias veces, no la aprovechó.

En un partido que debería haber sido más cómodo y en el que el Atleti debió al menos investigar si era posible romper el muro rival, el Atleti se espesó. Quizás sería la presencia en el estadio de Bejbl, a quien al que suscribe le pareció ver en las inmediaciones del campo, la que terminó por liar al centro del campo del Atleti. Simão, posiblemente al límite de sus reservas de energía, no pudo o no quiso hacer mucho, quizás para evitar la bronca con la que los visitantes afeaban su salida de la cantera del Sporting para terminar siendo capitán del Benfica. Pero si Simão estuvo flojo, Forlán directamente no estuvo. Forlán evidenció un espíritu ausente francamente preocupante y una falta de concentración algo irritante. No peleó balones, no entendió las combinaciones con los compañeros y no acompañó al Kun en su cruzada en solitario contra el mundo. Parte de la grada afeó a Forlán su desidia, cosa que nos parece normal, y otra directamente la emprendió a insultos contra él y contra su señora madre, olvidando de sopetón que si el Atleti juega este año competición europea es en buena medida gracias a Forlán. Pero de estos tipos tan antipáticos y que cada vez abundan más ni hablamos, hombre ya, faltaría más.

Tan solo el Kun y Reyes, sí, Reyes, qué cosas, parecieron tener ayer ganas de algo. Reyes lo intentó e hizo un buen partido, dejando claro que algo le ha pasado últimamente y que por fin tiene fuelle como para llegar con solvencia al segundo tiempo. Dado que estaría feo en este blog hablar sólo bien de Reyes diremos que jugó bien pero adornó su actuación con su tradicional punto de inconsciencia y aire tribunero. Todo sea dicho, en algunos momentos dio lecciones de pundonor a otros compañeros; si esto llega a oídos de la Curia Vaticana les digo yo que se pone un obispo a investigar si no hay por medio una intervención divina y motivo de canonización de algún señor de Utrera. Por su parte, Agüero, como viene siendo habitual este año, tiró del equipo, corrió, se peleó con los centrales, abrió huecos, regateó rivales y buscó, sin éxito, compañeros. Ni Salvio, que sembró algunas dudas respecto a la imagen que dejó en Zaragoza, ni Jurado, de nuevo intrascendente en el poco tiempo que estuvo en el campo (salvo por el record absoluto de perder los cuatro primero balones que tocó, provocando igual número de contraataques de un equipo con uno menos) ayudaron a Agüero. A Agüero le espera un horrible final de liga en el que deberá, a su pesar, pelear contra los elementos, sortear contracturas musculares y escuchar rumores sobre ventas a equipos de la Premier y sobre filias y fobias de su suegro de cara al Mundial que no lo querría yo para nadie, salvo para el cantante de Revolver.

El Atleti no ganó un partido que debería haber ganado, sobre todo por jugar contra un rival con uno menos casi todo el rato y dos menos al final (tras la expulsión de Tonel, jugador con nombre histórico y espurio detentador del mote que en justicia debería lucir Maniche). No sentenció una eliminatoria que debería haber resuelto y volvió a quemar a sus mejores jugadores. Y, aún así, el mayor problema fue la reacción de la grada. La grada se quedó helada a diez minutos del final, justo cuando decía que parecía que ya no hacía tanto frío en Madrid, y ya ni reaccionó. La grada, especialista en silbar al eslabón más débil, quedó en silencio con el pitido final y no movió ni una ceja. Ni un silbido, ni una protesta, sólo el ruido de los abrigos al levantarse los seguidores e irse al vomitorio. Ya ni un disgusto, ni resignación, casi la costumbre. Nada de rabia, nada de ganas de montar un follón, sólo la gemela desidia del equipo en el campo, esta vez en la grada. Antes, ante estas cosas, el aficionado llegaba a casa helado y ni tocaba la cena, yéndose directamente a la cama sin ganas de hablar del disgusto; ahora llega igual de frío pero cena sopa de letras, un filete con patatas, un flan y una pera y se queda tan ancho viendo en el sofá un programa de monólogos. La afición parece haber asumido que el Atleti juega lo que juega, disputa lo que disputa y compite cuando a los jugadores les da la gana o les llega la gasolina. La gente ya no responde a la desidia con ira ni a la tomadura de pelo con rabia; ahora devuelve al equipo lo que recibe, esto es, desinterés, galbana y desdén.

La afición ha asumido que el equipo da la temporada por salvada con un puesto en la final de Copa y la entrada en Europa por la gatera y de incógnito. Y algunos, qué cosas, seguimos viendo esto indignante pero cada vez nos quedan menos ganas, menos capacidad de asombro y más ganas de irnos a cenar sopa, filete y naranja, que es lo nuestro. Ay, Señor.

lunes, 8 de marzo de 2010

Sobre la ya clásica vuelta súbita a la realidad

El Atleti tiró una vez a puerta y se llevó un punto. Así visto, uno puede llegar a la conclusión de que si llega a tirar tres veces, se lleva tres. Pero la impresión que dio el equipo es que, para eso, que no cuenten con ellos en Liga.


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Científicos de la Universidad de Bergen, Noruega, han llevado a cabo un complejo y largo estudio con la finalidad de determinar cuáles son los rasgos característicos que distinguen al humano de la mona. De la mona, sí, de la mona, no del mono: muchos de estos científicos, amantes del revuelto de tagarninas y el vino oloroso, pasan sus vacaciones en el Sur de Andalucía, ese lugar del globo en el que se le llama mona al mono y nadie se escandaliza ni pregunta por qué es así ni por qué no. En Andalucía ni las sociedades gastronómicas de monos macho interponen demandas por lenguaje sexista empleado ni las asociaciones de monas de casa dicen esta boca es mía. Se dice mona y no hay más que hablar, y en Bergen lo han entendido y hacen lo mismo y tampoco pasa nada, oiga.

Tras concienzudos trabajos de campo, estudios estadísticos y horas y horas de observación ocultos en chozos camuflados, los científicos de Bergen han llegado a la conclusión de que hay un rasgo del humano que le distingue no ya de la mona sino de cualquier otra criatura: su natural tendencia a hacer reuniones en las puertas de los sitios concurridos. Todos hemos visto, en efecto, aglomeraciones producidas en las salidas de estaciones de tren, estadios de fútbol y aeropuertos internacionales causados por grupos de transeúntes que se agolpan a sus puertas. Sale en tropel el pueblo del tren con ganas de llegar a casa, dejar el maletín e irse al bar, y encuentra en la salida un grupo de viajeros que para en seco a un metro escaso de la puerta por la que se dispone a salir la multitud. Espera, para, no sigas que yo creo que es a la izquierda, me da a mi que no, saca el mapa, anda, espera, sí, lo tengo aquí al fondo de este monumental petate de ochenta litros de capacidad. El humano que sale con prisa y encuentra el colapso pide paso: a ver, señora, por favor, sí, deje paso, hombre. Esta escena es familiar, no me digan que no; sin embargo, raro es ver en estas circunstancias un grupo de monas haciendo lo mismo y en eso tienen razón los de Bergen, no me lo negarán tampoco.

Ante el colapso y la presión de los que llegan, el grupo inmóvil no siempre reacciona bien: ya, ya, bueno, qué prisas, sin empujar, oiga. La reacción de uno y otro es clara y previsible: deje pasar, oiga, anda que no hay calle para pararse, tiene que quedarse justo aquí en toíto el medio, vaya tela; mire, la calle es de todos y me quedo aquí porque me da la gana, faltaría más, saca el mapa ya, Emilio, que aquí la gente es antipatiquísima. Sale finalmente el pueblo a pesar de la montonera sanferminesca formada por el grupo desorientado, se despeja la zona y queda todo en calma hasta que llegue el próximo tren y se vuelva a repetir la operación, de nuevo sin ninguna mona involucrada, la demostración científica de los Postulados de Bergen.

El estudio en cuestión contiene un anexo sobre las particularidades del comportamiento del humano madrileño. Al parecer, Madrid es uno de los pocos sitios del mundo en el que, cosas de la especie autóctona, los grupos conversantes no sólo se reúnen en las salidas de las estaciones sino, especialmente, justo al final de los tramos de las escaleras mecánicas del Corte Inglés, en la curvita de 180° que lleva al siguiente tramo. Al parecer es ahí, entre discusiones sobre si la planta de Hogar-Menaje es la tercera o la cuarta o sobre si era a la izquierda o no donde había una gran urna con calcetines de oferta, donde los Postulados de Bergen se muestran con más crudeza, mayores aglomeraciones y menor sentido común. Qué tíos, estos de Bergen.
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Se fue el Atleti a Zaragoza a jugar un partido importante a última hora de la noche, que es cuando gusta la autoridad de poner los partidos del Atleti, y lo hizo con paso firme y cara de decir ojo, baturros, mirad quién viene. Lo hizo así a sabiendas de que la prensa anunciaba grandes metas para el equipo y de que la afición había vuelto a creer en grandes alegrías para este año, qué cosas. La afición del Atleti, ya la conocen Vds, es fácilmente ilusionable y con poco que mejore el equipo se pone en masa a enfriar el cava, el champagne, la infame sidra el Gaitero o el prosecco, según le pille. Por más que el equipo muestre que a veces juega bien y a veces juega mal, por más que la estadística y la clasificación muestren lo apropiado que resulta el escepticismo cuando se trata de valorar el futuro del Atleti, la afición no puede, no consigue ser fría y calculadora, es superior a sus fuerzas. A la afición le basta con poco para ver un jugador tarambana convertido en la gran esperanza de la banda izquierda, igual que le hace falta ver un mínimo de gallardía para pensar que el equipo dejó atrás su tradicional galbana y actitud pusilánime y que volvieron por fin los tiempos heroicos de Arteche volviendo a cubrir su puesto con la rodilla destrozada. Al ver tres partidos de un centrocampista que no pega pelotazos vergonzantes, creen ver el regreso de Dirceu. Al ver un entrenador que no diga burradas, la afición cree haber encontrado el hombre sosegado que terminará por doblegar el palco y su innata querencia al trapiche; al ver un entrenador que además de no decir burradas consigue mejorar el juego del equipo, aunque sea un poco, la grada cree haber encontrado el Mesías que esperaban; eso sí, al oír a un entrador que habla con muchas esdrújulas, conceptos abstractos y referencias psicoanalíticas la gente empieza a sospechar y a levantar mucho una ceja. Si encima lleva bufanda y la cantidad de expresiones pedantes, vacías y redichas se va multiplicando por cien cada día que pasa, ya hay quien empieza a hartarse y no nos extraña, oiga.

Salió el Atleti en Zaragoza con pantalones rojos y ya ni protestó la ONU ni nada, cosas de la costumbre, qué le vamos a hacer. Salió el Atleti con lo que se supone que es el equipo bueno, que es la forma de decir que no hay otro, frente a un equipo en teoría inferior. Salió el Atleti con la defensa algo cambiada, eso sí, y con el resto de jugadores en su sitio. Salió el Atleti con todo, vaya, que el Atleti no tiene más y a ver cuánto nos dura. El Atleti tiene un único equipo que presenta pocas variaciones posibles, que las que presentaba ya no van ni convocadas, oiga. Si esto será o no suficiente para llegar al final de temporada es algo que siembra dudas entre la afición, que cuando reflexiona sobre lo que queda de año no sabe si sacar el vino de la hielera y poner en su lugar un par de tercios de cerveza, por aquello de no desperdiciar el agua fría.

Salió el Atleti con un central diestro de central zurdo, un central zurdo de lateral izquierdo, un cuasi-interior derecho flojete jugando de lateral derecho y un velocista jugando de central diestro. En un equipo en el que el máximo mandatario es un veterinario y la representación institucional es competencia de un productor ejecutivo que dice "cluz", la verdad que no es para tanto. Aún así, el Atleti se ha especializado últimamente en permutaciones defensivas sin repetición, en las que destaca un electrón libre de nacionalidad checa que ha jugado ya en todas y cada una de las posiciones y un inamovible núcleo colombiano de veloz sprint y llamativa pifia. La defensa, todo sea dicho, no fue la peor línea del plúmbeo Atleti de ayer, y salvo la confirmación de que Domínguez, por más que cumpla, debe jugar en el centro y de que Valera, por más inseguridad que transmita, puede ayudar como parche interino, poco puede decirse de ella que no se haya dicho ya; esto es, que los balones parados que vienen del lateral son medio gol, que por alto el Atleti sufre demasiado en cuanto los rivales pasan del metro setenta y que, para el esquema que el Atleti quiere aplicar, son necesarios laterales competentes. La defensa hizo lo que pudo, que no es poco, y se tragó el tradicional gol tempranero a balón parado. Un partido del Atleti 2009-2010 sin gol tempranero en contra de balón parado es como un día sin sol, como un jardín sin flores o como un partido de veteranos sin la sorprendente presencia de Gonzalo Miró, ahora ya convertido en leyenda rojiblanca y pareja artística de Paz Padilla, que es lo que nos faltaba.

Frente al Atleti y su defensa-tetris, el Zaragoza. El Zaragoza tenía ayer la ocasión de abrir brecha con los equipo de atrás y tomar aire y dio la sensación de entender bien lo que pasaba. Si al Atleti se le echa en cara con frecuencia el no saber competir, el no jugar los partidos con la intensidad o inteligencia que el partido requiere, al Zaragoza de ayer no se le pudo reprochar nada en ese aspecto. El Zaragoza se la jugaba, tenía enfrente un rival que pincha con más frecuencia que otros equipos que pronto visitarán la Romareda y tenía claro que quería aprovechar la ocasión. Dado que venía un equipo en aparente racha con buenos jugadores en el ataque, el Zaragoza tuvo claro que la forma de evitar riesgos era impedir que llegaran balones a la delantera rival. El Zaragoza planteó un partido duro, agresivo, demasiado agresivo a veces, pero el partido que debía plantear; de hecho, muchas veces se ha echado de menos en el Calderón un Atleti más bravo, más agresivo, más entregado al cuerpo a cuerpo cuando la ocasión lo ha requerido.

Quizás Ponzio, Contini y hasta Gabi debieron llevarse más amonestaciones, pero el árbitro no estaba por la labor. Reyes fue quien más lo notó, y quien terminó perdiendo los nervios y soltando un sopapo que cualquiera que haya seguido mínimamente la trayectoria del de Utrera se habría esperado. Reyes picó, fue expulsado justamente y el resto del Atleti, salvo Tiago al final del partido, no entraron al trapo. El Atleti no entró al trapo pero tampoco entendió la laxa interpretación del reglamento que hacía el árbitro y especialmente el centro del campo se dejó amilanar. Ni Reyes, castigado todo el partido, ni Simão, desaparecido casi todo el tiempo, pudieron con sus bandas. Ni Assunção, con su habitual despliegue físico, ni Tiago, más inteligente pero poco efectivo quizás por prescindir casi siempre del juego en largo, se hicieron con su parcela. Esto no sería llamativo si enfrente estuvieran Lampard, Ballack, Gerrard, Xavi o Matthias Sammer; el problema es que estaban Edmilson, Herrera, Eliseu y Gabi, jugadores que, de militar en nuestras filas, serían catalogados gracias a la tradicional acidez atlética de acabado, niñato, desconocido y petardo, respectivamente. El centro del campo del Zaragoza, quizás nombre por nombre inferior al del Atleti, se merendó a varios internacionales con títulos en su haber por tener los arrestos de meter el pie, advertir la nula capacidad del árbitro a la hora de sancionar faltas y leer mejor el partido. Que en ocasiones los zaragocistas fueron más duros de lo que la caballerosidad aconseja no puede negarse, pero que el Atleti es más bisoño de lo que la inteligencia recomienda, tampoco. Hoy el aficionado atlético habla con rabia de Casajús, Casuco y Camus y habla con más rabia aún de Álvarez Margüenda y de los goles de Toledo; curiosamente, no se habla tanto de cuando el Atleti tenía jugadores que se manejaban con soltura en estos partidos en los que no sólo basta con plantarse en el campo, ni de las veces que hemos echado de menos en el Calderón un Atleti con raza, con oficio, con ganas de marcar el territorio y de achantar al rival por entrega y compromiso.

La empanada del centro del campo y la agresividad rival tuvieron un efecto colateral: la inexistente aportación de la delantera. Forlán volvió a no dar una y transmitió sensación de desinterés y despiste; Agüero lo intentó, como siempre, y se llevó una buena ración de palos, alguno de Gabi, qué cosas nos pasan. Al ataque no llegaban balones, el ataque no encontraba balones y, como resultado, el ataque no atacó. El Atleti no tiró a puerta y Roberto se quedó con las ganas de decir aquello de "allí os quedáis, club imbécil". El gol vino en posiblemente único tiro a puerta del equipo: un cabezazo de raza de Ibrahima a excelente pase de Jurado desde la izquierda, la misma banda en la que el propio Jurado emuló minutos después a Don Tancredo dejando pasar a Diogo camino al área propia, dándole las buenas noches.

El Atleti empató un partido en el que casi no tiró a puerta, en el que mostró la desidia del que juega una competición que no le interesa y en el que un equipo rival que se jugaba algo dejó claro a los cinco minutos quién iba a marcar el ritmo y el estilo del partido. El Atleti deja entrever poco interés para jugar todo aquello que no sea la final de Copa y posiblemente la Europa League, esta última al menos mientras dure. El aficionado se teme que los partidos de liga que restan serán similares al del domingo, con un equipo cansado y poco motivado, con pocas variaciones, con pocas sorpresas y la amenaza de un partido de los que duelen frente al otro equipo grande de la capital, en su casa y jugándose la liga. Mientras tanto, Forlán debería recuperar las ganas y la forma, Simao debería tener más peso en el equipo y Reyes más seso, lo que se antoja complicado; Tiago, el centrocampista en el que están depositadas las esperanzas de los creyentes, no jugará los próximos tres partidos y Raúl García deberá volver a demostrar lo que ya demostró en Turquía. Además de estas cuestiones, el equipo transmite a la grada el mensaje de que la temporada no es más que una cuenta atrás ante la final de copa en el convencimiento, tan beneficioso para el palco, de que pase lo que pase la temporada está salvada salvo desastre mayúsculo.

Qué penita, la verdad, con lo que fuimos.

lunes, 1 de marzo de 2010

De cómo va quedando claro que Tiago nos está llevando al otro lado del río


A unos cincuenta kilómetros de la frontera española, en el norte de Portugal, está Viana do Castelo.

Se sitúa en el Estuario del Lima, un río que nace en Galicia como Limia -dando nombre a una de las más conocidas comarcas de la provincia de Ourense- y va a morir al Atlántico.

El río Limia fue uno de los más famosos de la Antigüedad bajo el nombre de río Lethes.

En la antigua Grecia, había una tradición mitológica que aseguraba que, en el Hades (es decir, en los infiernos) había cinco ríos, uno de los cuales se llamaba Lete, que significa “olvido”. Según los mitos griegos: “los espíritus de los muertos bebían en las aguas del río Lete antes de reencarnarse, para olvidar su pasado en el mundo de los vivos.”

Como los romanos habían heredado de los griegos tales creencias, y como los pobladores del lugar sabían de su incapacidad militar para hacer frente a los ejércitos de Roma, no dudaron en sacar provecho de esas asociaciones mitológicas del siniestro río Lete con el río Lethes gallego, haciendo circular entre los legionarios la creencia de que estaban a punto de cruzar el mítico río del Hades, un atrevimiento que les haría perder todos los recuerdos de su vida, incluida su identidad y la memoria de su familia y ancestros.

Los galaicos consiguieron su objetivo y, cuando las tropas de Décimo llegaron al borde de lo que creían que era el mítico Lete, se negaron a poner un pie en el agua. De nada sirvieron las órdenes de sus jefes. Los valientes pero influenciables y desmoralizados legionarios, curtidos en los duros combates contra los galaicos, arrojaron al suelo sus espadas, lanzas, escudos, armaduras y demás pertrechos, y no se atrevían a atravesar aquello que imaginaban un infernal curso fluvial.

Fue entonces cuando, empuñando el estandarte de las águilas de Roma, el comandante cruzó el río, llamó desde la otra margen a cada soldado por su nombre, y así les probó que ése no era el “Río do Esquecemento." (Río del Olvido).

La Festa do Esquecemento, es actualmente un evento de recreación histórica que se celebra en Xinzo de Limia (Ourense) para rememorar esa llegada, hasta la margen izquierda del río Limia, de las legiones romanas comandadas por Décimo Junio Bruto en el año 135 a.C.

Irónicamente, la hazaña que más ha pasado a la historia de Décimo Junio Bruto, todo un genio militar de su tiempo, ha sido ese simple paso de un río; y no su victoria sobre los galaicos en el Duero, ni su posterior papel en la fundación … ¡de Valencia!; cuya aparición tuvo lugar, precisamente, por la cesión que Décimo Junio Bruto hizo de esas tierras a los soldados que le acompañaron en su campaña de Lusitania y Galicia, una vez licenciados. El nombre de la ciudad procede del romano “Valentia”, o “Ciudad de los Valientes”, como reconocimiento del procónsul al coraje de sus tropas.

Es decir: que sin duda quedó olvidado el episodio del río Limia.

Siguiendo el curso del Limia, tras atravesar la histórica y actualmente virtual frontera con Portugal, uno acaba llegando a Viana do Castelo y, cuando el viajero se asoma al mar, tiene la sensación de encontrarse ante un río, pero cuando ve los grandes barcos atracados, sabe que desde allí partieron los pescadores del bacalao y, cuando conoce su casco histórico, lleno de blasones, sabe que existieron tiempos mejores, cuando el dinero llegaba a Portugal desde las colonias y se construyeron las excelentes casas de los siglos XVII y XVIII.

Viana do Castelo tiene un clima templado marítimo, lluvioso y fresco y, antes de visitarla, es bueno subir al impresionante santuario de Santa Luzia, desde donde las vistas del litoral atlántico son fabulosas y, los vendedores que se apostan allí, te ofrecerán los dos típicos muñequitos de hilo con traje regional, O Manuel y A María.

Uno debe parar en el mejor restaurante de toda la ruta, el Cozinha das Malheiras, probar la feijoada do mar (guiso de habas negras con pescado), su excelente bacalao y después, paseando por la ciudad, uno puede encontrarse con un mural gigantesco, en honor a su mayor símbolo deportivo: Tiago Cardoso Mendes.


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Ese es el lugar desde el que dio el sí al Atlético, durante la pasada Navidad.

"Llevaban dos años intentando ficharlo. Ha recuperado la sonrisa" –dice su padre, Carlos Mendes-. "Ahora los jóvenes vuelven a reunirse para ver a Tiago. Es una referencia para ellos. Somos unos hinchas rojiblancos más. Estamos deseando ver ya ese duelo entre Atlético y Real Madrid, entre Tiago y Cristiano", -explica José María Costa, alcalde de Viana-. “¡Somos de Tiago y del Atleti!", exclaman los trabajadores de una cafetería de plaza, donde se suelen reunir los seguidores para ver partidos.

Al portugués no le ha hecho falta, ni demasiado tiempo, ni tampoco un brillo desproporcionado, para hacerse notar. La sensación de aplomo que da con un solo toque, provoca una velocidad en el equipo que no se veía desde hace mucho. Sabe hacer coberturas, posicionarse y lo más difícil, jugar al primer toque. Da siempre la sensación de que, antes de tocar el balón, ya sabe lo que va a hacer.

Ha necesitado menos de dos meses para obtener, en Madrid, el reconocimiento que nunca le dejaron conseguir en Turín, donde se encontró con Ranieri. Con comentar eso basta, hablando entre atléticos.

Como las tropas romanas ante el humilde Limia, el Atlético de Madrid llegó al final de 2.009 rendido, humillado, perdido, desmoralizado y arrojando al suelo sus espadas, lanzas, escudos y armaduras. Ellos, que habían metido al equipo en Champions, que habían llegado a Anfield Road a decir aquí estoy yo, que habían vuelto a meterse en Champions; de repente no podían con los Rácing, Almería, Málaga, Tenerife…

Incluso los más optimistas, que es la forma eufemística de denominar a los ilusos, no veíamos un río, sino un océano frente a nosotros, cuando pensábamos que aún quedaban cinco meses de Competición.

Algo similar debía pensar, frente a su futuro en la Juventus, este hijo del Limia que, llegando desde Italia y sumando la tradición cultural y mitológica del Río que le vio nacer, al espíritu de las tropas romanas, se ha convertido en una especie de reencarnación de Décimo Junio Bruto y, atravesando el río, sin que aparentemente ello le haya causado mayores esfuerzos, ha dedicado estos dos meses a llamar por su nombre a cada uno de sus compañeros, hasta convencerles al fin de que no, de que no se les había olvidado jugar al fútbol.

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Y es de eso, de fútbol en estado puro, de lo que apetece hablar tal día como hoy.

Para empezar, anunciaron la alineación, y resultó que no estaba Jurado. ¡Bien!

Les prometo por lo que ustedes quieran que no soy aficionado proclive a cogerle manía a jugadores de mi propio equipo. De hecho, mi tendencia natural es justamente la contraria. Sin embargo, Quique Sánchez Flores, con su obstinación en alinearle en todos y cada uno de los partidos que juega el Atlético de Madrid, sólo comparable a la que aqueja al propio jugador, empeñado en no hacer nada positivo nunca, ha conseguido convertirme en un pobre aficionado maniaco-obsesivo.

Cómo será la cosa, que el pasado viernes, cuando Del Bosque anunció la lista de la Selección, me precipité a abrir una pesi y brindé conmigo mismo, para celebrar que aquella era la primera lista en varios meses, de un equipo que pueda considerar propio, en la que no aparecía Jurado.

Tampoco detentaba la condición de titular en la alineación del partido de ayer, y eso me pareció una magnífica noticia, casi una señal, de que el Atleti, que ésta vez jugaría con once jugadores, podría confirmar que era cierta la primera parte de las declaraciones de Emery en la víspera (que somos un rival directo) y podría evitar que se cumpliese la segunda (que, ganando el Valencia, nos eliminarían de forma definitiva).

Salieron aparentemente ambos equipos a ello; comenzando el partido con un ritmo trepidante. Especialmente Marchena, todo un clásico para estas cosas, que en el minuto 1 ya tenía tarjeta amarilla, tras atropellar a Simão y éste, a su vez, se encontró ante su primera oportunidad de ejecutar su recuperado golpe franco maestro. Se fue alto, por poquito.

El Atleti, muy enchufado, iba encerrando poco a poco al Valencia, y acumulaba ocasiones. Reyes tuvo una buena idea al salir de un regate, pero su ejecución fue pésima; Forlán no remató un buen pase de Simão, Agüero iba creando peligro y, en el minuto 19, llegó la primera jugada-clave: Reyes, motivado e individualista, entró en diagonal en el área valencianista y Banega, a quien desde luego no se le da nada bien el Calderón, primero fue desbordado, y luego zancadilleó muy claramente al sevillano.

Yo, como los entrenadores dicen cuando les conviene, desde mi zona no lo vi bien; pero un caro amico valenciano –que no valencianista- me escribió en directo que fue “un penalti como una casa de veinte plantas”.

No lo suficiente para Pérez Burrull, ese árbitro, esa pesadilla, natural de Comillas, famosa tanto por la Universidad, como por la maravillosa casa ideada por Gaudí como, para ciertas familias, también, por ese bar que tienen en la plaza principal, donde pides pimientos de Padrón y te dan de esos de Murcia, que pican todos, y luego te tiras una semana hecho polvo, seis meses sin probar el picante y, lo que es infinitamente más grave: año y pico sin volver a atreverte a pedir esa auténtica maravilla gastronómica.

Así que no lo pitó, la jugada siguió, el Valencia cogió a todo el Atleti con ese despiste indignado propio de jugadas así, y Silva aprovechó para hacer un montón de cosas al lado de la portería de David De Gea: tiró, recuperó el balón, se fue para un lado, se fue para el otro, volvió sobre sus pasos, tiró otra vez y, al segundo intento (aunque su pasmosa tranquilidad y soledad en la jugada, nos hace temer que habría podido tener una tercera, e incluso una cuarta opción) marcó un injusto e inexplicable 0-1.

Suponemos que, en un alarde de originalidad, más de uno y más de dos estrellas radiofónicas no podrían evitar el “y pasamos del posible uno-cero, al cero-unooooo”. No menos originales fuimos unos cuantos, que temimos que el partido se nos había ido a hacer puñetas.

Pero no fue así. El caso es que Reyes tardó muy poco en volver a la carga. He comentado ya lo de la motivación y el individualismo, ¿no?. Bueno, pues insistió por tercera vez, enviando un balón al poste, casi sin ángulo, después de recorrerse casi medio campo, y llegar hasta la línea de fondo.

Sólo siete minutos después del primer penalti no pitado, y del gol del Valencia, llegó la segunda jugada-clave: Agüero entra en el área, Marchena entra a saco, y desde mi zona seguimos sin ver exactamente lo que ocurre; aunque sí que no pasa el balón, ni cae Agüero, ni es posible que el defensa despejase con los pies, porque ya había sido superado por el regate del Kun.

Eso, insisto, desde mi zona, que está junto a la esquina opuesta a aquella en que la jugada sucedió. Sin embargo, estando al lado, Pérez Burrull, cuyo segundo apellido es una tentación permanente a la que nos resistimos de forma heroica, dejó seguir la jugada hasta que fue, literalmente, placado por el gran Paulo Assunção, rodeado por todo el equipo e insultado por, al menos, el 99% del público asistente.

Se detuvo el colegiado de Comillas, fue a hablar con el cuarto árbitro, regresó al área valencianista y, una vez allí, para sincero pasmo de todo el mundo, pitó penalti, expulsó a Marchena y, tras soportar estoicamente Forlán una serie de gestos muy raros que le hizo, con los brazos, ese portero tan peculiar que es César, marcó con tranquilidad el 1-1.

En la grada, respiramos todos muy hondamente. Al equipo, en cambio, no le dio tiempo de entonar un ¡uuufff! ni nada, porque el Valencia hizo ademán de reaccionar y, por ejemplo, Mata amenazó a Valera por su banda un par de veces seguidas, la segunda de las cuales salvó el murciano estando de espaldas, casi sin querer. Daba algo de miedo Mata.

Pero, si nosotros nos quejamos de Quique, supongo a los valencianistas jurando en arameo al pensar en Emery, el teatral, histriónico, gesticulante y tremendamente sobrevalorado Emery porque, para solucionar el problema táctico que le creó Marchena, no se le ocurrió otra cosa que elegir precisamente a Mata para el cambio cuando, hasta ese momento, el Valencia se había reducido exclusivamente a César, Silva y el mencionado producto de la cantera de ese otro Club de Madrid.

Bien por Emery, pues, que nos hizo un maravilloso favor con ese cambio y, para celebrarlo, el bueno de Valera se marcó una arrancada desde el propio campo, llegando hasta el borde del área contraria y, si no se le llega a cruzar un aguafiestas valencianista, creo que habría podido tirar a puerta y todo. Fue el mejor partido de Valera, por cierto. Lo cual no es decir mucho, pero sí es algo distinto a lo habitual. Como lo es haber visto al mejor Antonio López de la temporada.

Siguió atacando el Atleti y, cuando estábamos a punto de abrir el paquete del bocadillo del descanso, Agüero se quedó sólo frente a César. O sea, medio gol.

Pero si hasta entonces habíamos sufrido uno de los males de la noche, el del natural de Comillas, en esa jugada nos dimos cuenta de que los jugadores llevaban tres cuartos de hora encima del otro mal: el terreno de juego. Qué desastre de terreno de juego. No le bastaba a Cerezo con mantener el Estadio más sucio de Europa y gran parte del Mundo, no. También tenía que dejar morir el césped. Anda que vaya perezón, invertir en el mantenimiento del campo, ¿verdad?

Total: que el Kun intentó un tiro, y le salió un ensayo. Jugar sobre un patatal, es lo que tiene.

La segunda parte comenzó, más o menos, como terminó la primera: con el Atleti atacando, César parando y el Valencia resistiendo.

Sin embargo, uno, que es muy susceptible para estas cosas, la verdad es que le fue perdiendo el respeto al Valencia, a cada minuto que pasaba. Los malos éramos nosotros, se supone; y ellos los reyes del mambo, terceros en la clasificación y con un entrenador que nos perdonaba la vida considerándonos “rivales directos”, pese a los 19 puntos que nos llevaban.

Por eso, resultaba bastante difícil de entender cómo César, ejemplar profesional cercano a la cuarentena, internacional y con mentalidad de equipo grande acreditada, perdía una media de quince-veinte segundos en cada saque de puerta. Vaya miedo, ¿no?

Tampoco fue lo que se dice ejemplar la Grada, vale. Sin embargo, más allá de los más que desafortunados cánticos que recibió, uno esperaba más grandeza, menos gestos y más ambición en un portero que, al fin y al cabo, estaba camino de convertirse en héroe del encuentro, según iba salvando, una tras otra, las ocasiones del Atleti, que cada vez eran más, y cada vez llegaban con mayor frecuencia.

Voló César a detener un magistral saque de falta de Simão, aguantó otro par de ocasiones de Agüero, y le hizo probablemente la parada de la noche a Reyes, sacando una mano milagrosa por abajo. Y nos daba rabia. Veíamos al Atleti jugar mejor, mucho mejor, llegar una, y otra, y otra vez; pero César lo paraba todo y, como dicho queda y hasta que el natural de Comillas, al fin, le advirtió en una las jugadas, perdía el tiempo en cada saque como si, en lugar de defender la portería del Valencia, defendiese la del Levante. Así de bien estaba jugando el Atleti, es decir.

Tan intenso estaba el partido, que a muchos nos pasó desapercibido un tercer penalti, de nuevo cometido por el bueno de Banega, deteniendo con la mano, desde la barrera, otro lanzamiento de falta de Simão; y no nos acabábamos de creer cómo el Kun, de nuevo en un mano a mano con el portero, volvía a lanzar alto.

Así que, cuando Sergio Agüero, de nuevo, hizo una jugada en solitario, volvió a encarar a César y en lugar de patear balón, pateó césped de patatal; tras lo cual quedó tendido en el césped, no sólo nos temimos lo peor, sino los peores: que no había forma de marcar el segundo, y que nos quedábamos sin el Kun.

Pero el Atleti siguió jugando, mientras Agüero permanecía tendido en el área. Hubo una falta muy cerca de la esquina, el 10 se levantó cojeando, hizo un gesto en plan de “bueno, venga, me quedo para ésta jugada y luego ya me voy”, la puso Simão y … sí, efectivamente, no podía ser otro que Agüero, quien se elevase y cabeceara el gol. Minuto 77. 2-1.

Pero había que cambiarle, claro, y Quique, mundialmente famoso por actuar siempre a piñón fijo, probablemente ni se planteó opciones como las de darle cancha a Salvio, o minutos a Ibrahim, o fortalecer el medio campo con Raúl García. Ni él ni mi tocayo, apellidado Escribá y doble de Mourinho pensaron en otro que en el de siempre: Juradintintín.

Cómo no. Pero, miren ustedes por donde, con el Valencia ya sin posibilidad de recuperar el tiempo perdido, sin fuerzas, sin cohesión y sin ganas; el cuartofantasista, tras tocar un primer balón un poco en su línea habitual (toquecito, contrario que se lo come, él en el suelo, el balón en posesión del otro equipo) luego se lo pasó bomba, aprovechando el chollete de líneas separadas y espacios abiertos. Para eso sí que vale.

Así que primero le dio a Forlán, que ejecutó de forma magistral, el 3-1 y luego, hala, qué barbaridad, marcó él solito el 4-1.

Muy bien. Jugó muy bien el Atleti, y se comió vivo al Valencia. Ya se lo estaba comiendo cuando eran once, se lo comía cuando pudo y debió llegar el 1-0 en la jugada de Reyes y Banega, siguió siendo muy superior tras el injusto revés del 0-1, y sólo la gran actuación individual de César impidió que la goleada fuese mayor y, sobre todo, que llegara antes.

Leo por ahí muchos intentos de otorgarle la responsabilidad, del actual nivel del equipo, a Quique Sánchez Flores.

No será posible negarle determinados aspectos del equipo pero, sin embargo, de entrada, recuerdo perfectamente “haberle recibido” con una mini-crónica, cuando debutó como entrenador en Marbella. Y eso fue a finales de octubre. Y como desde entonces pasaron aún un par de meses de penurias, triste juego, reacciones intermitentes y todo aquello que el técnico denominaba “lenta recuperación del enfermo” y, sin embargo, la llegada al equipo de Tiago, en enero, ha coincidido matemáticamente con los mejores partidos del Atleti…

…No tengo más remedio que darle al portugués, de Viana do Castelo, la responsabilidad propia de la reencarnación de Décimo Junio Bruto, pues él ha cruzado al otro lado del río, y hasta allí ha ido llevando a los demás componentes del equipo. A ese lado del río donde se juega al fútbol. Y donde se conquista Valencia.

Al Valencia, quicir.

Ω - Fran Omega – marzo 2010