lunes, 30 de noviembre de 2009

Gélida crónica de un partido que Agüero se empeñó en ganar

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Antes, cuando las cosas eran como deberían ser o al menos estaban más cerca de serlo, teníamos un equipo que a veces era un desastre. A veces jugaba mal, a veces perdía contra el último tras ganarle por cuatro o cinco al primero, a veces nos daba un disgusto y nos dejaba sin cenar y sin dormir y sin querer volver a hablar del tema hasta el miércoles o el jueves. A veces, pocas, nos dejaba en ridículo y nos veíamos obligados a defender nuestro honor (y el suyo) dándonos de tortas en una esquina del patio, durante el recreo. A veces perdía el partido que tenía ganado, a veces remontaba el partido que tenía perdido y volvía a perderlo quedando un minuto por quedarse mirando al tendido con cara de tonto, sin atender a lo importante. A veces caía con estruendo y temblaba Madrid entero, y parte de los alrededores, y gran parte de la Castilla que se llamaba entonces Nueva y lo mismo pasaba con la Vieja y con las principales cordilleras, valles, estepas, tundras, taigas, planicies, altiplanos, terrenos ganados al mar, pastizales herbáceos, sabanas, junglas, bosques tropicales, manglares, playas y penínsulas, estas últimas por todas partes salvo por una, llamada "istmo".



A veces, muchas veces, el equipo hacía lo que no debía, para lo bueno y para lo malo: cuando se le creía hundido hacía un partido memorable, cuando se esperaba que arrasara al rival salía tímido y vestido de marinerito al campo y lloriqueaba en cuanto le quitaban el balón. A veces, casi todas la veces, el equipo no permitía al seguidor relajarse ni un segundo porque en cualquier momento podría hacer algo sublime o algo totalmente imbécil, podría enlazar una jugada para la historia o marcar un gol en propia puerta desde el centro del campo, podría tocar a rebato y lanzarse a una carga suicida cuando la lógica reclamaba calma y frialdad o podría auto-inmolarse optando por la peor táctica posible en el momento menos indicado. El aficionado podría salir del campo harto de todo o hinchado como un pavo, resignado o furioso, eufórico o depresivo, pero nunca aburrido ni con la sensación de haber visto una película ya vista. El aficionado sabía que su equipo tenía el defecto gravísimo de la irresponsabilidad, la insensatez, la imprevisibilidad y la inmadurez. Pero eso mismo daba el encanto al equipo, hacía del equipo el nuestro, el distinto, el que es de los nuestros y nunca será entendido por los otros.

Porque el equipo, ante todo y sobre todo, lo que tenía era gracia. Gracia, sí. Ángel, gracia, personalidad, esa cualidad que le hace a uno reírse de medio lado sin saber muy bien por qué cuando presencia algo que debería en realidad hacerle montar en cólera. Talento, salero, arte, nunca supimos bien cómo llamarlo. La capacidad de sorprender, de asombrar, de desesperar, de hacernos odiarle y de admirarle al mismo tiempo y por el mismo motivo. El equipo era raro y no hacía lo que de él se esperaba, y daba igual que cambiaran los jugadores, la afición, el campo, la camiseta, la estación del año o la era geológica: la personalidad del equipo estaba por encima de todo eso, el equipo se comportaba igual de raro hoy que hacía cuarenta años, y lo haría igual que dentro de dos, o diez, o treinta, tuviera jugadores melenudos y de aspecto patibulario o distinguidos caballeros del área, incluso todos mezclados. El equipo era como era y por eso los aficionados estábamos tan identificados, por eso vivíamos con tanta intensidad sus genialidades y sus petardos, por eso estábamos siempre dispuestos a darnos de tortas por las esquinas de los patios de recreo para defender su honor y el nuestro. El equipo era el nuestro, con sus numerosas virtudes y precisamente por sus sonados defectos, que eran los de todos. Era el nuestro.

Y de eso, hoy, hemos pasado a un señor bajito con el pelo fosco sentado en un palco en el que no debe estar y a Cléber Santana. Y no sigo, que me conozco.

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Invitaba poco la noche a ir al fútbol y así lo entendió la afición, que de esto y del cuatro cuatro dos sabe una barbaridad. Unos prefirieron quedarse en casa en un sofá, delante de la tele y de un tazón lleno de sopa humeante y una mantita de cuadros sobre las rodillas, o bien en torno de una mesa camilla con brasero eléctrico, de esas que huelen fatal cuando se queman los flecos del mantel / colcha que las cubre; es difícil pensar en un plan mejor, por cierto. Otros prefirieron irse a un bar con los amigos a ver un partido en el que jugaba otro equipo para, una vez allí, según la temperatura, el resultado, el dinero que quedara en el bolsillo y las ganas, decidir si irían al Calderón o se quedarían tan tranquilitos pidiendo otra y analizando el evento planetario con el que los medios nos han atormentado toda la semana. Unos cuantos insensatos sí decidieron ir al campo a pesar de los pesares, esto es, a pesar del juego que promete el equipo, de la emoción que promete el rival y del frío que promete el río.

En total los insensatos no juntaban ni un tercio del aforo, poca cosa si uno tiene en cuenta que el equipo se jugaba salir del bochornoso puesto que ocupaba en la clasificación, mucho si uno piensa en el mal rato que suele brindar el equipo a todos aquellos que invierten su tiempo en él. Un tercio del aforo, también es verdad, es poca cosa para un equipo que presume de lista de espera de abonados, de aforo completo y de afición fiel-pero-tela-de-fiel, pero es mucho si uno piensa que el que juega es el tercero por la cola contra un equipo de media tabla que no da garantías de pelea, espectáculo o filigrana. Un tercio de entrada es un petardo para un partido en casa de un equipo histórico que dice tener más de un millón de seguidores cuando le analizan los peritos especializados en valorar marcas comerciales, pero es mucho cuando se habla de una afición harta, desmoralizada y, por lo general, no vacunada contra la gripe A ni experta en los efectos secundarios del Tamiflú, el medicamento con nombre de baile veraniego del que todo el mundo habla y nunca ha visto, más o menos como ese cerro de millones que la directiva afirma haber invertido en el Club. Un tercio del aforo en casa es una birria cuando es la ocasión de protestar contra la directiva por las últimas informaciones aparecidas por los medios, que hablan de saqueos e irregularidades e ilegalidades y golferías, pero es mucho cuando uno toma en consideración que lo que de verdad le importa a la gente es lo que les quieren contar y no lo que en realidad pasa.

Llegó pues la afición diezmada a la grada y había sitio por todas partes. Siéntese aquí, hombre, no, si aquí tengo sitio de sobra, no, si lo digo porque si se pone ahí me tapa la corriente y no hace tantísimo frío, anda, mire, qué cachondo. Como era un partido poco atractivo faltaban muchos de los habituales, que habían dejado el abono a un vecino que le cae gordo, a ver si se resfriaba; como eres, Aquilino, mira que si coge la gripe A - nada, nada, que se resfríe, que siempre saca la basura antes que nosotros y la deja en el sitio bueno del cubo, que se chinche. Cuando los invitados, poco conocedores de los códigos de la grada, iban por las filas de asientos desiertas mirando cuál era su número y le pedían a un señor que se moviera un sitio, que ese era el suyo, recibían miradas a mitad de camino entre la incredulidad, el odio y la lástima. Cuanto estos mismos no habituales se reventaban las manos aplaudiendo en los corners a Reyes, recibían miradas a mitad de camino entre la incredulidad, el odio y el paraguazo. Cuando estos mismos no habituales comentaban, quedando veinte minutos, que habían perdido la sensibilidad en varios dedos de manos y piernas y preguntaban al vecino si aún tenían la nariz en su sitio recibían miradas a medio camino entre la comprensión, la piedad y las ganas de decirles que en efecto, ya no tenían nariz y que en sus orificios nasales habían anidado dos bonitas perdices nivales o quizás fueran gansos árticos o puede que búhos de las nieves.

Salió el Atleti y los jugadores saltaron al campo, en su mayoría, en manga corta; la afición se miraba con cara de decir en efecto, estos son tontos perdidos y hasta el recién llegado asentía. Salió Asenjo vestido en tonos panza de mulo y el resto con el terno habitual. Salió Perea aún a riesgo de llevarse ya de salida una lluvia de orejas de burro y salió Domínguez de lateral izquierdo, y no salió con cofia de criada-para-todo porque a su manager, que es de Huelva, le pareció mal. Salió Assunção en el puesto de único medio centro con Jurado por delante, y el primero demostró que hay veces en las que él solito se basta y se sobra para hacerse con su parcela y el segundo demostró que él solito se basta y se sobra para hacerse desaparecer, sin marcaje al hombre del rival ni cobrador del frac ni capa élfica ni nada. Salió Simão por un lado y por el otro salió un tipo que no sabemos quién era pero se parecía muchísimo a Reyes. Salió Forlán con aire entre tristón y reivindicativo y salió Agüero y ahí paramos el párrafo, oiga, que se lo merece.

La congelada afición vio el equipo titular y sus tímidos gestos de sorpresa quedaron ahogados por las múltiples capas de tejido térmico que les protegían del temido Azote del Manzanares, también conocido como Relente del Calderón, ese frío húmedo que viene del río y que le cala a uno los huesos por mucha protección que lleve. El Relente, quiera uno o no quiera, acaba haciéndose con el control por más ropa técnica de montañero profesional que uno lleve, y no hay forma de estar calentito más allá del minuto quince del segundo tiempo. Helaíta, la afición miraba de frente al campo para no girarse mucho y que no le entrara por el cuello una cuchillada del Relente, y por ello se fijaba en la parte central del campo.

En ella, el infiltrado doble de Reyes no llamó en principio la atención de la grada, que asumió la presencia del jugador como parte del proceso de reinserción social que Quique Flores de Calcuta ha iniciado para sacar al chiquillo del mundo de los intocables. La gente se esperaba lo de siempre, esto es, un jugador con inexplicable sonrisa perpetua y pocas ganas de ganarse el jornal pero, oh sorpresa, se topó con otra cosa. El doble de Reyes peleaba los balones, pedía intervenir en las jugadas, tiraba paredes y pases al hueco con sentido, recuperaba la posición y se mostraba al compañero. Fue entonces cuando la sospecha invadió el graderío y la duda se hizo general. No es Reyes, decían unos, no puede ser, es otro, un gemelo. Es un juvenil cedido por el Salamanca, es uno del B que se ha colado en la convocatoria, es un espontáneo que ha aprovechado su parecido físico y está pidiendo una oportunidad, decían otros. Es Reyes poseído por un espíritu extraño, decían algunos más; un espíritu que sabe inglés y habla sin la zeta, añadían algunos mentalistas, muy comunes en la grada de lateral en partidos nocturnos. El caso es que el doble de Reyes, que no se sabe de dónde salió, jugó con ganas y calidad y tiró un pasecito estupendo a Agüero en la jugada del primer gol y la gente se lo agradeció jaleándole cada vez que sacaba un córner y diciendo muy bien, así sí, no como tu gemelo que es un sinvergüenza. Temeroso de que se oliera el pastel el colegiado, Quique Flores de Calcuta decidió retirar al jugador para evitar que se anulara el partido por alineación indebida y el misterioso jugador abandonó el terreno de juego entre ovaciones de otros dobles, esta vez dobles de aficionados exigentes que habían llegado también al graderío en lo que se intuye como la mayor operación de suplantación de personalidad desde los tiempos de Zelig. En ese momento, cuentan los cronistas mejor informados, se descubrió el pastel y quedó demostrado que el Reyes de ayer no era el Reyes verdadero cuando abandonó el estadio en un modesto Ford Fiesta, despidiéndose educadamente de la afición con un fuerte acento gallego.

Tras el gol de Forlán, el partido se durmió. Se durmió el Atleti y se durmió el rival, muy limitadito y con pocas ganas de jugar, quizás intrigado por el prodigio visto en la banda derecha o asombrado por lo poco que aporta Nakamura, con el ruido que ha montado. Se durmió la afición e hizo poco ruido durante un rato largo, como para no despertar al vecino que había cogido la postura o no romper el hechizo que había convertido a Reyes, o a su doble, en un futbolista. Forlán mostraba un poco más de alegría que hace unas jornadas, Simão jugaba tranquilo ante la poquita presión que hacía el rival y Assunção se bastaba para barrer su zona de banda a banda, cortar balones y dárselos al compañero. Jurado, como es habitual, no hacía nada: al ataque no se sumaba y en defensa no aparecía. Jurado tiene como característica encimar a su rival al trote y a un mínimo de siete metros de distancia.

- Es por lo de la gripe A, que se lo ha dicho su madre

- Ah

Y cuando la grada se esperaba un nuevo partido plúmbeo de esos que se complican cuando el equipo recula quedando diez minutos, Agüero dijo que no. No, dijo Agüero, ¿cómo que no? Que no, que no, que yo quiero jugar, oiga. Agüero lleva unos cuantos partidos mostrando más interés, más ganas de agradar y más ganas que jugar que todos los demás juntos, y cuando una estrella que juega en un equipo malete se porta así, se antoja sospechoso a los más escépticos. En fin. El árbitro, a todo esto, pitó una falta en un sitio cercano a la del gol del Chelsea y nadie quería tirarla. Yo tengo los pies fríos, yo tengo miedo de sufrir una elongación en el isquio-tibial, yo no sé lo que es eso pero que la tire otro. El Kun quiso tirarla y la tiró de manera sublime, al palo corto, baja, botando en el propio palo, imposible para el portero. Gol del Atleti, el partido se tranquilizaba, el equipo salía del descenso y la gente debía estar ya congelada, porque si no, conociendo el percal reciente del Calderón, habrían hecho la ola y propuesto ir a Neptuno a bailar la conga.

Y cuando parecía que no había más pescado que vender, el Kun no estuvo de acuerdo. Le dio igual dejar en evidencia a los rivales, le dio igual dejar en evidencia a los compañeros, le dio igual disparar los rumores sobre si lo que quiere es lucirse para que le compre el Chelsea y le dio igual convertir las pupilas de la directiva en signos de dólar y provocar un paro cardiaco en el palco ante la posibilidad de que su cotización se dispare. El Kun volvió a marcar un gol feucho tras un rebote en el área pequeña y el Atleti, con tres cero, pensó que ya. Que ya estaba, que qué alegría, que para la ducha y a cenar, que es lo que nos gusta. Pero no el Kun. El Kun quería más y lo dejó claro: quiero más. Soy un jugador diferente, quiero más, si puedo meter cinco meteré cinco, y si puedo meteré más; yo lo que quiero es mejorar, ganar, hacer cosas que sólo hacen unos pocos y, de entre éstos, sólo los que son buenos. Le llegó un balón al Kun en medio del campo con el partido resuelto y dijo ésta es la mía. Se la pudo dar a Maxi, se pudo limitar a pasar el balón al compañero y no quiso. Arrancó, provocó a los rivales, tiró de potencia y motivación en el minuto noventa de un partido resuelto, se fue por calidad y ganas y, cuando podía tirar a puerta, encima le dio un balón a Maxi, el compañero que marcó el cuarto. El Kun convirtió un partido anodino en un partido de fútbol, convirtió un balón insulso en el medio campo en un golazo y convirtió una noche gélida en una noche no tirada a la basura. El Kun, en fin, se comportó como un jugador de fútbol, algo cada vez menos frecuente en el Calderón.

El Kun dice ahora cosas que invitan a pensar que no le veremos mucho tiempo con la rojiblanca. Me quedo hasta junio, dice el Kun, y ya se sabe en este deporte que cuando alguien dice que se queda es porque está pensando en irse. El Kun vale mucho dinero y ya se sabe en este equipo que todo lo que huela a dinero desaparece en una maraña de contabilidad creativa, intermediarios y fincas con ganadería. El Kun quiere llegar a ser una estrella mundial y para eso necesita un Club capaz de retener lo bueno y no venderlo por treinta monedas. Y, como bien sabe un tipo con pecas nacido en Fuenlabrada, éste, aunque nos pese, podría ser el sitio idóneo pero hay un par de tipos que ni saben ni quieren ni pueden entenderlo.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Apoel de Nicosia - Atlético de Madrid ...

... o la breve crónica de un partido jugado contra un rival menor terminado con bochornoso empate en el que el Atleti no hizo nada de mérito salvo conseguir dormir, que ya casi ni irritar, a la afición propia que, congregada en bares, asistió al espectáculo con el alborozo con el que se hace la declaración de la renta, se repasa un balance o se mira la pared mientras se seca la pintura:








Bah...

domingo, 22 de noviembre de 2009

Breve ensayo sobre la mala pinta

Cuando podía dar algún síntoma de recuperación o algún motivo para la esperanza, el Atleti hizo acopio de herramientas con las que cavar su propia fosa, abochornar a los suyos y dejar una vez más a las claras que por este camino no vamos a ningún sitio de los que nos merecemos ir.


Debe resultar muy complicado recibir el encargo de narrar la decadencia de una institución querida o la decrepitud de un familiar próximo, la pérdida de prestigio y dignidad de un ídolo antes venerado. Peor aún debe ser verse en la obligación de hacerlo voluntariamente para contarle al resto lo que ocurre y no quieren ver, o lo que saben que ocurre pero no quieren o no pueden describir. Estos encargos son los que nadie acepta, igual que estos acontecimientos son los que nadie quiere vivir y mucho menos transmitir al resto, obligados a vencer momentáneamente el asco y la desesperación para describir con detalle el proceso de degradación del enfermo terminal o la descomposición de lo que parece un cadáver a ojos de la mayoría pero al que algunos, admirables, siguen intentando devolver al mundo de los sanos, animándose los unos a los otros mientras practican durante horas, o días, o años el masaje cardíaco que según los libros sólo merece la pena aplicar durante unos segundos. Debe ser durísimo estar en esa situación, menos mal que nunca nos ha pasado, debe ser horrible, esperemos que no nos ocurra a ninguno nunca, ni si quiera a Vd que es tan antipático a veces y suele escaquearse de pagar cuando vamos a escote. Esperemos.
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Hace una semana la prensa hablaba, una vez más, del interés de un equipo rico por una de las estrellas de un equipo en quiebra; así visto, que se puede ver así, no me negarán que invita poco al optimismo. El aficionado atlético de cana y pedigree sabe que estas cosas son así desde siempre y lo toma con más tranquilidad que los más jóvenes, siempre más sensibles a las chuflas de los vecinos y a la desesperación del que ve que se le queda el equipo en nada, quizás por ser ésta una sensación que conoce bien desde que él mismo colgaba pancartas en las que ponía Futre no te vayas. El aficionado más curtido mira lo que rodea a los rumores sobre Agüero y se hace una idea de la idea que tiene el club respecto al futuro deportivo de la entidad y ve cosas que le intranquilizan.

Ve, por ejemplo, que finalmente se anunció la renovación oficial de Forlán tras otros anuncios oficiales y desmentidos oficiosos y entrevistas con sugerencias y artículos con rumores y disgustos. Firmó Forlán en clara aliteración y lo hizo de forma extraña, como sin querer, tardando más de lo normal, quizás sin ilusión o sin estar del todo convencido de lo que hacía. Lo hizo tras escuchar con atención ofertas de otros que le ofrecían mejores proyectos deportivos y el clamor de la grada que lo considera un héroe. Pensó en su firma mientras su selección se jugaba el pase al mundial y mientras su club hacía la pretemporada y dio la impresión de que se lo pensaba mucho, ya fuera porque el borrador de contrato que le pasaban contenía erratas y estaba impreso en papel usado por la otra cara, para ahorrar, ya fuera porque no se fiaba de la imaginativa fórmula de pago que le ofrecían los abogados del club, de aspecto patibulario y con demasiadas direcciones diferentes en el membrete del despacho como para no sospechar. Forlán esperaba un papel en condiciones que firmar y no sabemos si fue por la intranquilidad del proceso o por hacer presión al club, jugó fatal los primeros partidos de la temporada. Forlán tiraba a puerta desde todas partes y a todas horas, controlaba los balones sin precisión ni garantía, correteaba por todo el campo sin ton ni son y desesperaba a la grada a pesar del inmenso crédito generado durante la temporada anterior. Pero Forlán firmó finalmente y conociendo a la otra parte contratante de la primera parte posiblemente le dieran para ello un boli Bic sin capuchón ni tapita de esa de atrás, firme oiga, firme. No funciona, no pinta, diría Forlán, ¿no tiene Vd otro bolígrafo o un pilot de esos tan buenos o aunque sea un rotulador Carioca de esos de caja rectangular con muchísimos colores de los que sólo funcionaban los que nadie usa nunca, como el verde agua, el gris plomo, el marrón Citroen Visa o el amarillo lima-limón? Pues no, no tenemos, oiga, no sea Vd impertinente por más que la afición le idolatre y tenga Vd más abdominales que nosotros deudas. Déle aliento al boli, oiga, o haga unas rayitas en la suela de la zapatilla que lleva, ahí, ahí, eso es, ah, no, espere que aquí tengo otro en un cubilete al lado del teléfono, ese sitio en el que se guardan los bolis que nunca funcionan cuando hace falta, este mismo debe pintar bien, que es de un motel de carretera. Firmó Forlán, que algo es algo, pero llegó tan cansado de sus periplos mundialistas que estaba hecho unos zorros y el sábado ni jugó ni nada pero estuvo toda la segunda parte calentando. Pero al menos firmó un tipo que sabe de qué va esto del fútbol, por más que últimamente juegue malísimamente.

Desde que el experto futbolístico Enrique “Gurú” Cerezo se hizo cargo a bombo y platillo de las decisiones deportivas de la entidad (no se ría Vd, oiga, que le veo) renovaron también tres pilares fundamentales del Atleti que se avecina, del Atleti que se ofrece a Agüero como equipo en el que consolidar su carrera, la plantilla con la que retirarse tras años y años de éxitos. Se renovó a Diego Costa, jugador de cierta calidad y temperamento indomable que lleva años de equipo en equipo a ver si se centra ya. Se renovó a Cléber y en varias universidades se abrieron grandes debates sobre el verdadero sentido de la renovación mientras que en varios bares brasileños se morían de risa y se echaban a las calle las escuelas de samba a ver quién hacía la letra más ingeniosa a la hora de hacer mofa de los timados. Se renovó también al artista antes conocido como Jurado, ese jugador del que hablan maravillas aquellos que no tienen que sufrirlo partido tras partido o aquellos que se limitan a ver los resúmenes de la noche y sacan conclusiones que elevan a dogma de fe tras ver un taconazo contra un segunda B. Renovó Jurado tras casi sesenta partidos en el Atleti en los que no ha conseguido convencer a casi nadie de casi nada, pero se vendió como la renovación apresurada que no se puede demorar por miedo a que llegue otro más listo que ya ha reconocido la perla que se esconde dentro de la ostra. Renovó Jurado y se anunció a bombo y platillo, a sabiendas de que el aficionado que sólo ve partidos en la tele y no sigue a los jugadores con atención en el campo lo celebraría con el alboroto que requieren las verdaderas buenas nuevas. Renovó Jurado y no trascendieron algunas cláusulas impuestas por el jugador, como la que al parecer impone sanciones a los compañeros que le roben la merienda de la taquilla – en especial los días en que tenga pan con chocolate - y la obligación para el club de asegurar que no compartirá habitación con Ujfalusi en las concentraciones, porque el renovado, aterrado, no pega ojo.

Sacó conclusiones de todo ello el aficionado preocupado y se echó a temblar.
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Con estos precedentes inquietantes llegaba el Atleti a la Coruña, que es un sitio estupendo en el que se come muy bien y se puede pasear por la playa en los días de invierno, a jugarse contra el Depor la posibilidad de sacar la nariz del agua y tomar aire, de llenar los pulmones a costa de un rival que hace semanas se antojaba limitado y más que asequible y que ahora parece inalcanzable y superior. Llegaba el Atleti con una única misión posible: ganar y recuperar el ritmo de la competición, salir de la espiral de fracasos que este año describe la trayectoria del equipo, y nada más empezar pareció que podría ser posible. Marcó el Kun a los tres minutos de partido y la afición, bien recién levantada de la siesta, bien con el café recién terminado, creyó por un momento que las cosas podrían ser como debían.

La afición, pobrecita, pensó que a ver si el equipo entendía las cosas y asumía por fin la responsabilidad de darle la vuelta a la trayectoria del año en curso. Para ello contaba con Asenjo, que volvió a dar la sensación de no saber muy bien dónde está a veces la portería y que hizo alguna parada de mérito, y con una defensa preocupante de inicio: Antonio López, blando y con poca participación como todo el año; Pablo, que hizo algunas cosas bien y varias muy mal, en concreto dos penaltis de los que sólo se lanzó uno; Perea, autor de algunos de los errores más monumentales que uno recuerda, con mención especial a un pase de tacón al rival, y garantía de estrés cardíaco para la afición; y finalmente, Domínguez, el más joven, el menos experto, el más nuevo en la profesión. Domínguez, qué cosas pasan, fue el mejor, el que mostró más arrestos y más galones y más saber estar cuando las cosas no se ponen bien. Domínguez, que cuenta sus apariciones en el Atleti con buenos partidos, pertenece a una generación prometedora de futbolistas criados en casa que tienen que ganarse el puesto a sangre y fuego mientras renuevan jugadores insulsos, sin compromiso, sin calidad, sin sangre, sin fútbol, sin presente y sin futuro. Ser canterano en el Atleti es como ser niño en la grada del Calderón: algo que hace sentirse idiota al que lo vive en primera persona y culpable al que indujo la decisión. Domínguez tiene pinta de jugador más que aprovechable y también, lamentablemente, de víctima de la política deportiva del club y de sus deshonestos responsables a menos que la cosa cambie radicalmente.

En el centro del campo jugaron Assunção y Raúl García, la única pareja de la zona, ante la ausencia hasta ahora de Camacho, que invita a pensar en brega, compromiso e intensidad, la única combinación que parece viable para evitar el descalabro seguro. Poco duró el invento: Raúl García volvió a lesionarse poco después de que el Depor hubiera empatado, cómo no, a balón parado. En su sustitución salió Cléber y la combatividad del equipo descendió al nivel de un grupo de carmelitas descalzas. El repertorio de repliegues de Cléber podría ser útil en terapias anti-estrés junto con la contemplación de acuarios y el cronometraje de caracoles, pero nunca para un equipo de fútbol. La entrada de Cléber terminó por desubicar a Assunção y dado que Jurado era otra de las patas del frágil entramado del centro del campo, el partido parecía perdido o, al menos, no ganado. Remontar un partido contra un equipo ordenado que exija cierto músculo con Cléber, Jurado y el absurdo Sinama es simplemente imposible o al menos altamente improbable. Cuando uno junta en un campo a tres jugadores sin carácter, sin ganas de ayudar al equipo y sin la calidad suficiente como para compensar sus inmensas carencias con alguna aportación positiva, el lastre es demasiado pesado como para no irse al fondo.

El equipo que jugó en Coruña gran parte del tiempo no sólo carecía, como es tradicional, de patrón de juego e identidad sino que tampoco tenía jugadores de calidad, liderato o carácter capaces de pegar una voz que hiciera despertar a los renovados o apretar filas a la defensa despistada. Ausentes Forlán, Ujfalusi, Simão y Raúl García, sólo Maxi parece una alternativa a la carga solitaria y desesperada de Agüero. Maxi, aún intermitente y lejos de lo que de él se espera, lució ayer entre la mediocridad del equipo y pareció a ratos uno de los pocos jugadores de fútbol de nuestro bando; esto no dice mucho de Maxi, sino más bien muy poco del resto. La salida de Simão contribuyó a la mejora momentánea y al aumento de la intensidad, pero no sólo no se consiguió darle la vuelta al partido sino que se terminó perdiendo con un penalti en el descuento en un episodio más de la ópera bufa en la que se ha convertido este club. El resumen, empero, es claro: es complicado ganar partidos con jugadores tan malos, es complicado no perderlos con jugadores tan pusilánimes.

Tras 11 jornadas, que ahí es nada, el equipo está en descenso y con 7 puntos de 33 posibles. El equipo no juega a nada y carece de referentes, algo especialmente visible cuando los buenos jugadores han estado centrados en meter a sus selecciones en el mundial. Raúl García será baja unos partidos, lo que se antoja un problema enorme sólo amortiguado en parte por la baja forzada de Cléber el próximo partido de liga, lo que puede permitir a Camacho tener sus primeros minutos. El portero siembra dudas, la defensa recolecta las dudas, gordas como calabazas, que lleva sembrando un tiempo, y cuando en la media se juntan Cléber y Jurado la intensidad del juego recuerda a una partida de bridge en un asilo de Cornualles. Urge la vuelta de Forlán al mundo de los vivos, urge la continuidad de Simão y la mejoría de Maxi, y urge que Agüero no tenga más motivos para mostrar la desesperación que lució ayer tras el penalti, protestando con la intensidad del que busca una tarjeta que le libre de jugar con semejantes compañeros. Urge una defensa contundente, la vuelta de Ujfalusi y los galones en los hombros de Domínguez, urge encontrar un patrón de juego aunque sea provisional y urgen refuerzos. Urge tomar conciencia de dónde está el equipo, reorientar objetivos a corto plazo y actuar como la camiseta exige, esto es, con honestidad y entrega. Urge corregir muchas cosas a corto plazo y aún más a medio y largo, que de esas ya hablaremos. Pero, lo que es ahora, el equipo tiene mala pinta. Muy mala pinta. Muy muy mala pinta.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Gruñonas reflexiones sobre ese partido que ya no existe

Salió el Atleti a jugar el partido en el que la grada se juega el orgullo y lo hizo con la intensidad de quien juega al bingo solidario.


Desde hace algunos años se viene jugando en Madrid un partido de fútbol - o más bien dos, que se juega normalmente dos veces al año - que enfrenta al equipo antes conocido como Club Atlético de Madrid contra el otro equipo grande de la capital, su rival geográfico, social e histórico. El partido, llamado derbi o derby o vaya Vd a saber cómo y por qué, se llama también el clásico de Madrid y en su momento se comparaba con otros choques entre equipos punteros de la misma ciudad que se celebraban en otras partes del mundo. Liverpool, Milán, Manchester, Glasgow, Londres, Buenos Aires, Rosario, Río, Roma, Sevilla y alguna más tienen también clásicos, partidos entre equipos vecinos en los que se pone en juego mucho más que los puntos que da cada victoria o cada empate. El derbi sirve para abrir o cerrar heridas históricas, hacer apuestas, dejar de hablar con amigos del alma, juntar y romper familias, dejar de ir a bares o ir sólo a otros, recuperar el orgullo o verse obligado a defender la dignidad con labia, argumentos, desprecio o el vuelo de sillas en el caso de que las cosas no hayan ido bien del todo. En todas las ciudades grandes con tradición futbolística la gente es de un equipo y va con esa circunstancia al fin del mundo; busca instintivamente los bares en los que se reúnen sus correligionarios, nunca compraría un coche con los colores del rival, evita para sus hijos los nombres de pila de jugadores del oponente, gusta de los barrios en los que los suyos son mayoría y da cortes de manga cuando pasa cerca del campo enemigo en autobús, aunque éste esté lleno y se asusten mucho las señoras mayores. La gente es de su equipo y por tanto ve en el rival la perfecta metáfora de la infección vírica a gran escala, el símbolo de todos los males, injusticias y trampas, la causa de todos los problemas y la diana de todos los odios. Esto, naturalmente, siempre ha pasado en Madrid, ciudad en la que la gente respetable y de fiar siempre ha sido del Atleti y, el resto (junto con gran cantidad de no aficionados, turistas japoneses y hombres de negocio con contactos y corbata), de su molesto rival del norte.

El clásico de Madrid, derbi castizo y pasional que ha dejado páginas y páginas escritas sobre la lucha entre el bien y el mal, este último revestido del infecto color blanco, ya no se juega. Hace años que lo sospechábamos, pero ahora ya lo sabemos. Y no es que se haya dejado libre su fecha en el calendario, no, que se aún aparece en las quinielas y en los periódicos. Y no es que las partes hayan preferido llegar a un pacto de no agresión y empatar siempre para evitar las grandes cantidades de muebles arrojados por las ventanas, adolescentes rebeldes expulsados del hogar familiar y conventos incendiados que seguían a los partidos, no. Tampoco ha intervenido la OTAN, como se venía reclamando desde Amnistía Internacional, ni ha sido obra de la mediación de la Comunidad de San Egidio o de una ONG de intelectuales con gafas ni de un importante Club de Ajedrez. El clásico ya no se juega, qué cosas pasan, porque a una de las partes se le ha olvidado lo que era.

Desde hace unos años, cifra exacta que no reproduciremos por si estas líneas las lee algún señor mayor que se pueda llevar un susto, en el Calderón ya no se juega el derbi. No se trata de que no se gane al rival, de que se pierdan partidos que nunca se debieron perder, de que se reciba siempre un gol en los primeros minutos, de que se violenten lastimosamente las cifras que muestra la historia. No se trata tampoco de que los equipos que el Atleti saca en esa cita anual no estén a la altura no ya de su historia, sino de la historia de su filial, ni tampoco del atentado a las buenas costumbres que supone que, desde hace años, en un día tan importante para afición y estadística ande por el campo saludando al respetable un mapache mellado lleno de lamparones. No es tampoco cuestión de superioridad futbolística de uno sobre otro, ni de disparidad en el número de puntos obtenidos ni del número de errores arbitrales sufridos por los locales, ya parte tan integrante del clásico como la porra de bar, la llamada del cuñado impertinente y las discusiones con el departamento de contabilidad en pleno. Sencillamente, el derbi dejó de ser un derbi y se convirtió en un partido normal, en uno más, un partido intrascendente de resultado previsible, una página más en una guía de teléfonos. Un partido que el rival prefiere no perder pero que sabe que va a ganar, y, sobre todo, que no va a tener que pagar con sangre, sudor y lágrimas el haberse metido en un avispero. Un petardo, oiga.

Todo esto no es cosa nueva, pasa desde hace unos años, es la crónica de la anunciada muerte de un partido histórico que presagia un fin quizás similar para una de las entidades que hay detrás de él. Desde hace unos años, y en especial desde que sobre el club recae la maldición de ser gestionado por una pareja cómica que, de ser protagonistas de una serie de dibujos animados serían probablemente interpretados por un erizo bajito con traje azul y un lenguado alto y delgado, el derbi ha quedado para lo anecdótico y nunca para lo esencial. El derbi ya no es un partido a cara de perro del que salir rabioso pero orgulloso cuando se pierde, o feliz hasta el infinito cuando se gana. El derbi ha quedado para que los reventas hagan frente a la crisis y para que aquél al que le sobra una entrada le de una alegría a un cuñado. Ha quedado para que cuando uno se cruza en el ascensor con el vecino en vez de mirar al suelo diga bueno y hoy qué, a ver, yo creo que ganáis, no sé, no creo, son muy malos, bueno, este es mi piso, hala, hasta luego. Ha quedado para que la policía lo pase pipa estrenando sus juguetes en los alrededores del campo y puedan dedicarse a su divertimento favorito: tutear al ciudadano con aire amenazante escondidos tras un pasamontañas, un casco blindado, una coraza de samurai y una porra de reglamento. La policía también exhibe coqueta sus caballos, todos la mar de bonitos y bien cepillados, sobre todo un alazán altísimo que es un clásico en el estadio y cuya cabeza cualquier día vemos sobresalir por encima del segundo anfiteatro pidiendo más intensidad defensiva a Jurado. Uno diría que en los últimos años los más felices tras el derbi son los policías acorazados, que vuelven a casa con los ojos brillantitos y cuelgan el casco en el perchero y le dicen a su señora hola cariño, mira, hoy vengo contento, hoy amenacé al contribuyente sin ningún tipo de modales y con ese aire tan nuestro de decir mire yo tengo una porra y malas pulgas y si Vd muestra lo mismo desde su lado, le aporreo ayudado por mis compañeros y además le detenemos, le llevamos a juicio y testificamos todos a una diciendo que fue Vd el responsable de la pérdida de Cuba. La fuerza pública necesita motivación, oiga, de alguna manera habrá que tener contenta a la muchachada.

Aunque el ambiente pre partido pueda ser algo más especial de lo normal, una vez dentro del campo el derbi dura poco. Y es que desde hace unos años el Atleti, equipo que cada vez aparece en público en menos ocasiones, no aparece en el derbi y, lo que es peor, tampoco lo hace la afición. En día de derbi es cierto que acude más gente al estadio y es verdad que el ambiente es algo más intenso que en otros partidos, pero la grada, obviamente contagiada por lo inoperante de los jugadores, no vive el partido como debiera ni como le gustaría. La grada, resignada, va al campo esperando un resultado negativo que últimamente por desgracia se suele confirmar y, hastiada, ya hace poco por evitarlo, por contribuir mínimamente a ayudar a unos jugadores que, por lo general, ni merecen la ayuda ni sabrían qué hacer con ella. La grada vive el partido con nervios pero sabedora de que lo normal es que pronto se disipen, una vez se encuentren con el gol en contra y, lo que es peor, con la sensación de indolencia y desidia que muestra el equipo últimamente en estas ocasiones. La grada vive el gol rival con la resignación del que sabe lo que va a ocurrir y no va a poder evitar, y con la desesperación del que sabe que el llamado a evitarlo no tiene ningún interés en hacerlo. La grada ya no ruge como antes, quizás harta de hacerlo sin resultado, quizás por no asustar a sus propios jugadores quienes, frágiles como alevines, ausentes como enfermos anestesiados e impotentes como los pobres clientes del mayor anunciante de la revista oficial del club, salen a jugar contra el enemigo histórico con el único objetivo de obtener una camiseta del rival para su sobrino, que es que se le acaba de caer un diente y le haría ilusión, al chico.

Como el derbi ya no es derbi ni nada que se le parezca, durante el mismo pasan cosas increíbles a ojos del que vivió el partido en otras épocas. Por ejemplo, para asombro del respetable, durante el derbi de ayer se pudo ver a varios jugadores trotando con aire de niña que va de picnic campestre mientras se replegaba el equipo, ajenos a la urgencia de recuperar la posición cuando el rival contraataca; en este apartado destacaron Cléber y Jurado, auto investidos en jugadores sin obligaciones defensivas, y Reyes, de nuevo luciendo despiste y ausencia. Si en el pasado algún jugador hubiera vuelto al trote tras perder un balón en un partido similar, no sólo habría recibido la ira de la grada sino que se las habría tenido que ver en el vestuario con algún compañero con bigote; ahora se reclama la titularidad de los protagonistas y se les ovaciona cuando salen. Pudo verse también el asombroso espectáculo de un rival celebrando un gol con un ridículo baile simiesco, haciendo pareja artística con otro compañero; ambos jugadores, por cierto, protagonizaron hace poco tiempo uno de los episodios más lamentables que uno recuerda en un campo de fútbol y son ahora ídolos de su señorial afición. En el pasado un gol en el Calderón se celebraba con la urgencia del que no quiere perder la concentración, sabedor de que el rival es mucho rival y que un momento de despiste conduce a la derrota; ahora se celebra bailando el bimbó y a la gente le parece bien. Pudo verse a un jugador local intercambiando su camiseta con el portero rival al medio tiempo, con cero dos en el marcador y a los ojos de todos. Pudo verse por televisión a un empleado del club, vestido con el uniforme de la empresa de seguridad que vela por la tranquilidad en la grada, haciéndose fotos entre risitas con el portero rival, en el césped del estadio y en directo para toda España; cuando este mismo empleado acuda a quitar alguna de las pancartas que desde el palco exigen retirar por cometer el pecado de llamarles por su nombre, imaginamos que llevará orgulloso la foto del enemigo como salvapantallas del móvil (eso sí, al menos no se le podrá acusar de incoherente). Y es que por más que la gente pueda ser del equipo que le dé la gana, antes había cierta discreción a la hora de trabajar para el enemigo.

- Bueno, y del partido de ayer ¿no dice Vd nada?
- No

Bueno, sí, sí digo, pero poco. Poca cosa. Que Ujfalusi fue quizás el mejor, siempre dispuesto a ofrecerse y con mucho acierto en entradas por la banda y en el pase. Que el Atleti es un equipo inocente que no alcanza a entender ni aprovechar cuando el rival tiene defensas con clara querencia a la tarjeta amarilla hasta que no sale Agüero. Que salir con Cléber, Jurado y Reyes juntos es dar demasiada ventaja a un rival que tiene jugadores en edad adulta. Que Raúl García debe estar pensando que por qué nadie le ayuda, por qué siempre tiene que correr por tres y bailar con la más fea. Que Asenjo tiene serios problemas a la hora de saber dónde queda exactamente la portería a su espalda, y esto no es especialmene tranquilizador. Que Perea, tras años de pifias, no ha conseguido entender que no debe sacar el balón jugado y limitarse a hacer lo poco en lo que no aporta riesgo de desgracia. Que Perea, siendo un desastre, no es al único que hay que pitar cada vez que la toca. Que Forlán está peor que nunca, impreciso hasta la desesperación en los controles y con una obcecación con el gol poco sana. Que Simão debió marcar la que tuvo o dársela a Forlán, que le acompañaba en buena situación, y que debió explotar más el tener frente a él el lateral con menos seso del fútbol mundial. Que Pablo quizás cometió errores y tuvo aciertos, pero fue el único que tuvo la torería de salir al sprint cuando salió su número en la tabla del cuarto árbitro, demostrando que a él sí le preocupa perder tiempo cuando el equipo pierde. Que contra un rival limitadito encajar tres goles en tres tiros que van dentro es un dato preocupantísimo. Que Jurado probablemente signifique “intrascendente” en el idioma de los antiguos tartessos gaditanos y que Sinama-Pongolle debe ser un plato etíope preparado principalmente en las bodas de los primogénitos. Que Quique tiró un tiempo a la basura, sacando un equipo con demasiados jugadores blandos indignos de jugar en el Atleti y menos en un partido así. Y, sobre todo, que Agüero, aún lejos de su mejor momento, es totalmente necesario en este equipo, más aún cuando su compañero de ataque pasa un momento de juego nefasto que lastra a todo el resto. Que la afición pasa con demasiada facilidad de gritar “jugadores, mercenarios” a bailar al alegre son de las canciones infantiles y que evita gritar contra los responsables únicos del desaguisado con una inconsciencia suicida. Que resulta del todo increíble que se ovacione al final del partido a unos jugadores que sólo jugaron quince minutos y consiguieron maquillar un resultado vergonzante tras un partido que pudo acabar en humillación aún mayor. Que una afición a la que es sencillo acallar subiendo con un mando a distancia el volumen del himno al final de cada partido tiene un serio problema de irresponsabilidad. Y que el año sigue pintando de lo más feo. Muy feo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

De lógica, desesperación y esperanza

Jugó el Atleti en San Mamés y, cuando la afición esperaba ver algo que le invitara al optimismo y al convencimiento de que ya está aquí la nueva era, casi nada cambió.


Tras nueve jornadas, que es un cuarto de la liga, el Atleti está en descenso. En descenso. Hombre, si esto no ha hecho más que empezar, no sea Vd cenizo, no es para tanto, la liga es muy larga, esto tendrá que funcionar más tarde o más temprano, ¿o es que cree Vd que no vamos a ganar ningún partido este año? ¿piensa Vd que ni el Kun ni Forlán van a volver a marcar nunca, piensa que este año todas van a ir al palo? Tranquilo, hombre, son rachas, ya cambiarán, el Atleti es así, el sábado sin ir más lejos se juega en casa contra el otro equipo grande de la capital y el Atleti, que hace lo que nadie espera por más que ya esperemos que haga exactamente lo contrario de lo que sería lógico esperar, lo mismo gana. Y además, ¿qué esperaba Vd? Quique lleva horas, HORAS como entrenador, no ha tenido tiempo de cambiar nada, no esperaría Vd un cambio radical, ¿no? No, uno no esperaba nada, uno sabe que llevamos poco tiempo de liga y que hay tiempo para enderezar las cosas y que con esta plantilla quizás no se pueda esperar tanto como nos han vendido pero tampoco hay que pensar que nos vamos a Segunda así de sopetón, pero cuando uno abre el periódico y se va a la clasificación de Primera tiene que bajar mucho la vista, y pasar de largo los puestos agradables y seguir bajando el cuello y pasar la tierra de nadie y el lugar donde se hace feo y seco el paisaje y aún así hay que seguir bajando y bajando hasta los puestos que están en rojo porque, tras nueve jornadas, que es un cuarto de la liga, el Atleti está en descenso. En descenso.

En fin. Llegaba el Atleti a San Mamés, que es un estadio que, en contra de lo que cuenta la leyenda, a uno le gusta especialmente porque no sólo está en el centro de la ciudad sino que además cuando uno ha ido por ahí le han invitado a aperitivos, digestivos y copas largar sin dejar espacio a la negativa, y la cosa no pintaba bien, pero tampoco mal. El Athletic no estaba en buen momento y el Atleti debería aprovecharlo. La llegada del nuevo entrenador siempre ayuda a intentar ver las cosas un poco mejor que antes, y si la prensa colabora pues ya ni les cuento yo a Vds. Tras el partido de copa contra el Marbella la prensa hablaba de mejoría y de cambio y de aires nuevos y hubo quien habló de revolución, y no crean que es esto una chanza que hace el que suscribe, no, no, qué va, hubo quien habló de revolución y se publicó y todo y ni se rieron en la reunión editorial ni despidieron al autor del artículo ni le tiraron el ordenador por la ventana ni le pegaron en la espalda un cartel que ponía “humorista”. Nada de eso, eso no, pero hombre, ¿en qué mundo vive Vd?

En fin. Llegó el Atleti a San Mamés, que es un estadio viejo pero con solera que van a echar abajo como tantos otros para construir un nuevo estadio, más cómodo y moderno que permita a los socios estar más contentos mientras ven a su equipo. Y no lo harán en la otra punta de la ciudad ni al lado de una rotonda atascada ni cerca de una zona urbana que no tenga nada que ver con el equipo, no. Tampoco lo harán de forma chusca y de semi-tapadillo, firmando convenios que luego deban ser refrendados por cartas de intenciones sujetas a la confirmación de las partes por medio de un protocolo de más intenciones que en algún momento deberá cristalizar en un plan urbanístico, sino contando lo que hay dentro de lo poco que se cuenta en este país. Tampoco irá adornado el traslado del estadio con la foto de un alcalde posando junto a un par de señores condenados por un juez precisamente por quedarse por la patilla con ese estadio que ahora venden por treinta monedas, ni lo hará un alcalde conocido por meter a su ciudad en líos monumentales para su mayor gloria personal, ya sea a costa de la salud de sus ciudadanos, de la fealdad de sus calles, de destrozar lo poco que quedaba de buen vivir en la zona o de achicharrarlos a impuestos. San Mamés se irá abajo y a pocos metros nacerá otro estadio que permita a la gente ir al fútbol como siempre, pero más cómodos. A pocos metros. Más cómodos.

En fin. Salió el Atleti vestido de negro y con un pantalón rojo con ribetes azulitos y ante este inicio descriptivo uno se esperaría medias verdes con la vuelta naranja pero no, no fue así, las medias eran rojas, miren Vds. Salió el Atleti con un nuevo entrenador y la alineación y el dibujo de siempre, algo lógico dado el poco tiempo que ha tenido el hombre para conocer a los jugadores, lo cortito de la plantilla y lo triste del banquillo. Salió en fin el Atleti con los de siempre más o menos, con lo que ello supone: durante la temporada del Doblete hablábamos de los de siempre y se nos iluminaban los ojos y pensábamos si preferíamos a éste o a aquél con la inocencia de los que aún no conocíamos del todo a los que llevan el club y nunca habríamos sospechado que la mitad de ese equipazo sería defenestrado poco después; ahora sin embargo hablamos de los de siempre y nos encogemos de hombros y ponemos cara de decir pero qué quieres tú, es lo que hay, no hay más, fíjate que yo habría sacado a los mismos más o menos, es lo lógico.

En fin. Esperaba la afición algo que le hiciera notar la mano de Quique y durante los primeros minutos el Atleti presionó más arriba, apareció más junto y plantado de una forma algo diferente a los últimos partidos, con más intensidad, con más apoyos. Todo esto, durante quince minutos, no crean Vds que se pasó así la noche el equipo. Si a los doce minutos Maxi llega a meter dentro un balón que se le fue al poste tras un fallo del portero rival, o si entra el tiro de Agüero de después, quizás estaríamos hablando de otra cosa. Pero no sólo pasó eso sino que pasó lo contrario, y pocos minutos después marcó de cabeza el Athletic en la primera que tuvo. Pasó, cómo no, a balón parado. Pasó, cómo no, en el segundo palo y tras una falta lateral, como contra el Mallorca, lo ya casi lógico. Pasó que Javi Martínez, un jugador de veintiún años que ha pasado de ser interesante a ser interesantísimo, remató con cierta facilidad y bastante autoridad un balón que llegaba a la zona que Maxi, que intentó llegar con un saltito, y Raúl García, que se vio arrollado por un rival más alto que llegaba en carrera, defendían con algo de blandura. Uno cero, normalmente habría tiempo de remontar, normalmente se debería seguir igual, normalmente un equipo que quiere hacer cosas grandes encaja un gol sin que por ello se caigan todos y cada uno de los palos del sombrajo. Pero esto es lo que ocurre normalmente, oiga, no siempre, que eso sería lo lógico.

En fin. Ocurrió que el Atleti jugó el resto del primer tiempo apabullado por el Athletic, sin dar abasto para controlar a un rival que no aportaba más que kilómetros y entusiasmo gracias a conocer sus propios límites y a una grada que también los conoce y aporta lo que puede. En el Atleti el centro del campo corría y corría sin mucho sentido y Assunção se llevaba una amarilla que supone su ausencia en el próximo partido y, de paso, un problema gordo para el entrenador. Parecía que Raúl García debía llevar más peso del juego, pero la presión del rival le impedía tener el tiempo suficiente para darle algo de aire al juego local. Delante, Maxi aparecía de la nada como en él es costumbre, pero entre aparición y aparición su aportación era discreta. Agüero lo intentaba sin descanso como suele ser norma en estos últimos partidos, pero como también viene siendo norma el Kun se ve más lento, menos explosivo de lo que necesita, incluso con menos confianza en él mismo de la que tenía hasta ahora. Para colmo de males Forlán, el jugador que hizo un partido asombroso hace no mucho tiempo en ese mismo estadio, jugaba mal, dando la mayoría de pases al contrario, corriendo sin sentido, lejos del jugador con criterio constante del año pasado. Y si en un equipo limitadito ya de por sí los buenos no juegan como acostumbran ni contagian al resto ni les salen las cosas pues se acabó, la desesperación total, apaguen y vayámonos, que es subjuntivo.

En fin. El segundo tiempo fue engañoso. Engañoso porque pareció que el Atleti jugó mejor, cuando lo que en realidad ocurrió es que el Athletic desapareció de la faz de la tierra. Agotado, el equipo local se limitó a capear el temporalillo, la marejadilla que no llegaba ni a mar arbolada ni a marejada siquiera, un oleaje tímido en el mar de Alborán, la onda creada por la piedrecita lanzada al lago por el Atleti. Es cierto que el Atleti pudo ganar, pudo marcar al menos dos veces si los palos se mueven un poquito en el momento oportuno, uy uy, yo me quito de aquí que ha tirado Forlán, para una que le sale bien no voy yo a quedarme quieto. Pegó un palo Forlán y pegó otro Agüero, pero ni así marcó el Atleti ante un rival muy limitado. El segundo tiempo sirvió para varias cosas: sirvió para hacer de la mala suerte una coartada a los menos críticos y para convencer a los delanteros de que sigan intentándolo. Sirvió también para alimentar el debate sobre los porteros, en el que la afición no sabe bien cómo alinearse. Cada portero, sea De Gea o Asenjo, consigue con sus actuaciones que la grada se plantee si no es mejor que salga el otro: éste no sale por alto, éste sale demasiado, éste duda en las salidas, éste sale y hace penalti, éste es sobrio pero quizás se crea mejor de lo que es, éste es un palomitero y se fía demasiado de su plástico salto lateral. Asenjo hizo cosas bien y Asenjo hizo cosas mal, pero mucha fe hay que tener en el chaval para afirmar que transmite la seguridad necesaria como para espantar debates. Si a esto se le une el lastimoso estado de Antonio López y el baile general en el centro de la defensa (ayer sin Domínguez pero con Pablo y Juanito; el segundo, invisible y el primero, quizás llamado a tapar a Llorente, rápido al corte y obtuso en el despeje, empeñado en mandar balones a la grada en situaciones en las que los centrales solventes salen jugando y recuperando la iniciativa para el equipo), la añorada seguridad defensiva se antoja lejana. Pero así están las cosas, y si no hay equipo y no hay banquillo y no hay tiempo para hacer cambiar las cosas y además no hay puntería o suerte, la cosa se pone fea. La desesperación ante la inoperancia de la delantera que era de garantías hasta hace poco, la desesperación ante la portería que creíamos bien cubierta y que ahora parece llena de agujeros, la desesperación del calendario que viene.

En fin. Por si esto fuera poco, el martes llega el Chelsea, que además lo hace en buen momento. Y el sábado llega el otro equipo grande de la capital, ese que últimamente suele marcar en los primeros cinco minutos y dejar a la grada con cara de tonto. Para ese partido no estará Assunção, indiscutible en los últimos tiempos sea por sus prestaciones o por la ausencia total de alternativas. En un partido en el que habrá que atar corto al centro del campo rival, el Atleti pierde uno de sus puntales defensivos más fiables. El nuevo entrenador tiene una semana para desfacer el entuerto planteado, para ver si juega con Cléber y su querencia al espacio vacío o con Jurado (cuya presencia en esta crónica es proporcional a su trascendencia en el partido de ayer) y su querencia al espacio vacío y el pase al rival. Quizás se acuerde de Camacho, otra víctima del síndrome Domínguez, canteranos llamados a jugar un único partido de vez en cuando, siempre un partido difícil. Los precedentes, la dinámica del equipo y la falta de puntería de los delanteros no invitan al optimismo. Precisamente por ello, precisamente por que siempre esperamos que el Atleti haga lo que nadie espera por más que ya esperemos que haga exactamente lo contrario de lo que sería lógico esperar, seguiremos creyendo y pensando, en contra de toda lógica, que quizás gane el miércoles y el sábado.

En fin.