lunes, 26 de enero de 2009

Sobre esas fases de desesperación por las que todos pasamos

Empató el Atleti, que no es ni mucho ni poco, y pudo haber ganado de haber estado fino y de haberse creído el guión. Pero al final no fue así, y menos mal que algunos de los que andan merodeando por los mismos puestos también pincharon, que si no estaríamos listos.

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En Madrid, que es una ciudad en la que no vemos cómo son las calles por arriba porque siempre miramos hacia abajo, hay edificios bastante bonitos y otros más bien feos. Hay obras de arte y chapuzas, apuestas arriesgadas y monumentos a lo rancio, un casco viejo maltratado y unos ensanches que, por ahora, invitan a la huída.

En uno de estos últimos, en Sanchinarro, hay un edificio de tres colores llamado Mirador diseñado por unos arquitectos holandeses que por lo que se ve deben tener secadora. El edificio es rojo y gris y casi negro, y tiene una gran abertura en medio, todo un alarde estético y técnico, la cuadratura del donut. El edificio, de viviendas de protección oficial, ha sido alabado y criticado y criticado y alabado como suele pasar en estos casos; algunos arquitectos lo han puesto como hoja de perejil, otros han dicho que es una maravilla y han pedido más audacia y menos prejuicios al ayuntamiento y al madrileño medio. Uno de estos últimos, que vive allí y tiene problemas a la hora de hacer la colada, ha colgado una pancarta por la ventana en la que informa a todos los que por allí pasan de lo siguiente:

"¿Tendederos? No, sólo diseño"

Lo que se viene llamando crítica autorizada, oiga.
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Algunos (por no decir casi todos) de aquellos que, como Vd y como yo, sufrimos una severa adicción a este equipo que viste de rayas rojas y blancas y a veces usa pantalón azul y a veces no, alternamos fases de interés y pasión por el equipo con otras en las que no nos apetece nada saber de él. Será por los resultados, será por la imagen o será por el calentamiento global, pero el caso es que hay veces que uno prefiere no saber nada y reniega de esos períodos en los que pasa gran parte del tiempo libre y no libre pensando en el equipo. Estoy hasta el mismo gorro, dice el hincha, ya no quiero saber nada de este equipo que me da disgustos y sinsabores, estoy harto de esperar en vano a que me den alegrías. Ya está bien, se acabó, los fines de semana deben ser para mí y sólo para mí, no puedo depender de unos tipos a los que no les importo nada de nada pero que sin embargo tienen en su mano que yo el lunes esté de buen o mal humor. No tiene sentido, no merece la pena, el equipo no responde, ¿por qué debo responder yo? Vale, que sí, que estas cosas pasan; de todos es conocido que siempre que hay un día bonito llega alguien y lo estropea, de igual modo que siempre que hay una buena página de Internet llega alguien que se autoinvita y se dedica a dar la tabarra sin educación ni gracia o que siempre que alguien restaura y deja como nuevo un edificio del casco antiguo llega un tonto con un rotulador y escribe en las paredes recién encaladas "Farlopa". Sí, todos sabemos esto pero eso no nos consuela, y encima el Atleti es especialista en llegar el domingo por la tarde y echar por tierra un fin de semana estupendo y a eso no hay derecho. Antes las cosas no eran así, el equipo ganaba y daba alegrías y si no ganaba al menos luchaba y peleaba y le hacía a uno estar orgulloso de ser parte de la hinchada, pero ahora ya no es así, ojalá pudiera quitarme de en medio, ojalá pudiera desengancharme de esto y ser feliz, vivir tranquilito sin mirar de reojo las pantallas de los bares para ver cómo va el equipo o sus rivales, vivir al margen de lo que pasa cada día en la plantilla, vivir aislado del periódico y de la radio y sin esa querencia innata a meterme en todas y cada una de las conversaciones sobre el Atleti que escucho por ahí, sea de conocidos o no. Se acabó, ya está, hala pues.

Algunos (por no decir casi todos) de aquellos que, como Vd y como yo, sufrimos una severa adicción a este equipo que viste de rayas rojas y blancas y a veces usa pantalón azul y a veces no, sabemos también que esto no dura mucho. Sabemos que el equipo desespera pero que al final ser del equipo es parte de nuestra propia forma de ser, nuestra seña de identidad frente a los que nos conocen, el reflejo de nuestro gusto por las cosas que no son sencillas. Así que poco a poco, aunque no queramos, vamos volviendo al redil y vamos volviendo a abrir los periódicos por las páginas de deportes y vamos volviendo a hablar del tema sin el hastío de unos días atrás. Y poco a poco nos va picando el gusanillo, quizás porque el gusanillo viva dentro de nosotros y se vaya abriendo camino aunque no queramos que así sea o porque alguien lo despierta desde fuera, quizás un compañero de trabajo o ese correligionario que, en un momento de euforia opuesto al que vive uno, sale de un bar a altas horas de la mañana cantando el himno del Metropolitano. Y así uno empieza a volver a ser quien fue, empieza a mirar al domingo sin vértigo y sin nausea y empieza a acordarse de lo que en realidad rodea a ver un partido de fútbol, esto es, quedar a verlo con los amigos, pasar en compañía las tardes de otoño y acabar brindando incluso cuando las cosas van mal.

Uno, que como Vd sufre una severa adicción a este equipo que viste de rayas rojas y blancas y a veces usa pantalón azul y a veces no, ha pasado hace poco por este trance, ya lo había Vd imaginado a estas alturas. Pasada la enajenación transitoria de la depresión colchonera o más bien pasado el período de cordura de rechazo a lo rojiblanco y de vuelta en el infeliz estadio en el que uno espera que el Atleti haga lo que debe, el que suscribe se decidió a ver el partido de Málaga a la espera de que el Atleti saltara de una vez la valla que se intuía al final del callejón en el que se había metido desde principios de año. Inocente, el colchonero acude a ver cada partido confiado en que la historia cambie aunque sabe por experiencia que el Atleti tropieza varias veces con la misma piedra y que es muy posible que uno vuelva a casa con las orejas gachas, lejos del paraíso de equipo competente del que nos habla el pasado. Pero aún así el aficionado se sitúa frente a la televisión y sueña con un buen partido, con algo que le enganche de nuevo al equipo, quizás con un gol tras un contraataque lanzado por un pase al hueco de espaldas y de tacón realizado por un canterano, atlético hasta las cejas como todo el que se dispone a ver el partido; y esto pasó, pero fue en otro partido.

Así que muchos de esos que, como Vd y como yo, sufren una severa adicción a este equipo que viste de rayas rojas y blancas y a veces usa pantalón azul y a veces no, ayer volvimos al redil y nos sentamos frente a una televisión. Y salió el Atleti (y ya era hora, dirán Vds con razón) al césped y apabulló al rival durante el principio del partido, a ese Málaga al que se temía por haber enderezado esa imagen de equipo de Segunda que lució en el primer partido de este año en el Calderón y ahora pisarle los talones a los nuestros. Y durante esos minutos parecía que el Atleti iba a ser el Atleti y la alineación invitaba a pensar en que el colchonero medio se iba a llevar una alegría, porque no estaba Maxi pero estaba el Kun y estaba Forlán y no estaba Maniche y el equipo parecía querer algo más que un empate. Pero el Atleti es el Atleti y cuando parece que puede hacer lo que debe las cosas se tuercen. Un tiro lejano del Málaga acabó pegando en la espalda del elástico Perea y entrando cerquita del poste y de la mano de Leo Franco dejando dudas sobre si éste pudo hacer algo más. La cosa había empezado bien y se había torcido pronto, ya saben Vds, las cosas de ese equipo que viste de rayas rojas y blancas y a veces usa pantalón azul y a veces no.

Y ese mismo equipo que viste de rayas rojas y blancas y a veces usa pantalón azul y a veces no empató en una jugada de esas que ahora se llaman de estrategia gracias a Heitinga, que marcó casi sin querer y terminó por lesionarse. Y con el empate y empezando el segundo tiempo uno esperaba volver a ver el Atleti de los primeros compases y no fue así; se vio a un Atleti con menos mordiente, sin resolver bien en los metros finales, con dificultades para sacar el balón jugado con superioridad y para marcar el ritmo del partido, algo que no nos es ajeno. Pudo empatar Ujfalusi si hubiera tenido un poco de suerte tras rematar una falta lanzada con maestría por Simao Y durante ese rato final de quiero y no puedo se acordó el aficionado del Atleti de hace unos partidos, de la falta de identidad y de fe en el trabajo realizado, en la ausencia de carácter y de ambición, de la dificultad de los jugadores para llevar la competición dentro de la cabeza, de la querencia suicida del equipo a la autodestrucción. Y se acordó de los puntos perdidos en los últimos partidos, de la rabia de ver cómo no se aprovechan las oportunidades que nos brindan los rivales. Y los más optimistas dirán que un punto en casa de un rival que iba a más obtenido en medio de una racha negativa no es poco, y los más escépticos dirán que según está la liga y el equipo no está el horno como para desperdiciar estos regalos y estas ocasiones. Y unos y otros se preguntarán una vez más si es pertinente o no echar al entrenador y unos y otros una vez más dudarán de la capacidad de los que rigen los destinos del Club desde el palco.

El Atleti, ese equipo que viste de una forma ya descrita empató cuando pudo y debió ganar, y aunque mostró una cierta mejoría también dejó algún motivo de preocupación. Algunos jugadores muestran síntomas preocupantes de desidia y de cansancio, otros muestran síntomas aún más preocupantes de desorientación y hastío. Y, a sabiendas de que pronto llega una fase terrible del calendario, hoy los aficionados se preguntan contra quién jugamos los próximos partidos, y esperan que la cosa se enderece y que pronto haya motivos para celebrar algo. Y, mientras tanto, pasada la recurrente depresión colchonera, a uno no se le ocurre más que esperar y recomendar una canción bonita, Waterloo Sunset.


lunes, 12 de enero de 2009

De cuestas abajo en calles heladas

El Atleti perdió en casa y confirmó que el 2009 viene bajito y con bigote. La grada tiró bolas de nieve, se mofó de los suyos y dejó claro a quién considera culpable de todo.

Llegó el seguidor atlético al campo y, una vez más este año, pasó un frío horroroso. Uno, friolero y cada vez más debilucho por eso de la edad y los achaques, llega al fútbol con seis o siete capas de aislantes térmicos y aún así acaba los partidos aterido de frío. Desde el minuto 20 del segundo tiempo el aislamiento deja de tener efectos y el frío se le cuela a uno por la espalda y por las rodillas y por las mangas de la chaqueta, se le agarra a la nariz y se columpia y ya no hay manera de echarle al tío. Y aún así, qué quieren que yo les diga, uno piensa que hay que ir al fútbol en invierno sin calefacción ni nada, que tampoco se acaba el mundo por pasar frío de vez en cuando. La afición reclama calefactores y asientos climatizados y a este paso la gente querrá también rayos uva y un secador de pelo de esos de señora que parecen un casco de astronauta para no pasar penurias y de paso salir con los poros limpios y la permanente hecha. Las cosas son como son y en invierno hace frío, qué manía con ir cambiando todo para que las cosas se vayan pareciendo cada vez menos a lo que deberían ser.

Llegó pues el seguidor atlético vestido con todo lo que encontró en casa y se dirigió a su asiento, y lo hizo entre cáscaras de pipas y bocadillos a medio comer y bolsas de chucherías y cajetillas de tabaco arrugadas. El aspecto del Calderón en el día de ayer era lo más parecido a un vertedero, y sentarse en el asiento de uno, normalmente sucio y poco recomendable para perder en él una lentilla, requería estómago y resignación y una alta dosis de fe en la capacidad de las lavadoras para arrancar la suciedad del trasero del pantalón; y decimos fe en la lavadora dado que hace ya unas semanas que perdimos toda simpatía por el jabón de Marsella.

Se ubicó pues la afición en su asiento numerado, que por cierto es carísimo, y antes tuvo que limpiarlo un poco con el Forza Atleti, esta vez en versión número-publireportaje sobre las bondades del nuevo estadio ese al que nos mandan, no sabemos si en régimen de propiedad, de alquiler, de usufructo o puede que de comodato. Hay quien piensa que el sagaz responsable de comunicación del club entregó a posta la publicación en medio de la porquería para invitar al público veladamente a pensar que la grada estará lista para comer sopas en ella en cuanto nos vayamos a la Peineta (que quizás cambie su nombre por el del filtro del aceite de los coches, visto su aspecto exterior tras la reforma... ¿Purolator Arena acaso?). Otros pensaban que la nevada quizás había impedido llevar a cabo la limpieza que tantísimo cuesta al club al año, dado que paga altos emolumentos por ello a una empresa en la que al parecer algún directivo es accionista, qué cosas pasan, qué casualidades. Luego echaban cuentas y veían que el martes se jugó contra el Barça y que hasta el viernes no nevó, con lo que no parecía probable que hubiera sido la nieve a menos que los servicios meteorológicos del club hubieran tenido más tino que la Nasa, que todo es posible. El caso es que la afición de ese club presidido por ese maniático de la limpieza se sentó en lo que parecía un contenedor de esos de tapa naranja. Eso sí, si se le pregunta dirá que ahora mismito se pone a ello, que menudo es él.

Empezó el partido y lo hizo malamente, qué quieren que yo les diga. Empezó con un minuto de silencio por un venerable ex-presidente con fama de no traer suerte, y esto lo decían los socios de la época y no el que suscribe. Empezó el partido tarde porque antes el fondo sur había bombardeado con bolas de nieve al portero visitante, aprovechando los montones de nieve que había por las escaleras, justo encima de las placas de hielo sobre las que resbaló más de un señor que casi se rompe la crisma. El portero visitante recibió una lluvia de nieve que primero se produjo como una gracieta inocente hasta que fue de una insistencia irritante. Pero qué quieren Vds, estas cosas pasan mucho y la mesura no es una característica de la afición del Atleti, qué les voy a contar yo que no escribo nunca menos de cinco mil palabras (en parte porque me gusta y en parte para molestarle a Vd, sí, a Vd, el que se queja de que estos artículos son unos ladrillos sin gracia y luego lo va contando por ahí la mar de ofendido y a mi me da mucha risa). Como ayer además se jugaba contra el Athletic de Bilbao, equipo del que salió el nuestro aunque eso ya ni se tenga en cuenta ni se respete ni nada, era también un día propicio para que parte de la afición, no numerosa pero sí ruidosa, se dedicara a lanzar improperios contra la tierra y la gente del equipo visitante, algo que al que suscribe le irrita y le ofende y le parece motivo casi suficiente como para no ir al campo cuando el rival sea de según qué sitio.

Salió un Atleti algo raro, con dos canteranos que casi nunca juegan y Antonio López, que también es canterano y que casi no juega tampoco este año, una pena, oiga. Salió también el Athletic vestido de sobrio terno negro y con una media de altura que deja a los nuestros como alevines. Y ese Atleti raro, con Camacho y con Domínguez, metió un gol pronto gracias al tercer canterano, que lo marcó con la pierna mala y de rebote y al que suscribe le dio un alegrón. Parecía que el Atleti marcaba a pesar de no jugar mucho y por un rato pareció que el equipo iba a marcar más goles. Sin jugar bien, sin dominar, sin poder con Susaeta ni con Javi Martínez ni con Orbáiz, pero incluso así. Maniche, de quien volveremos a hablar me temo, parecía más activo y algo más comprometido, y parecía que estando los buenos en la parte alta del equipo acabarían cayendo goles.

Pero no. Pronto se vio que Simao no tenía su día y que el Kun no tenía su día y sobre todo que Forlán no tenía su día. Forlán, a quien uno admira, jugó posiblemente su peor partido desde que llegó al Atleti y no consiguió hacer nada a derechas; incluso evitó tirar a puerta en una de esas ocasiones en las que él suele meter por la escuadra lo que la mayoría tira a la M-30, consciente del diíta que llevaba. Sólo Maxi, batallador y muy empleado en defensa, parecía metido en el partido. Maxi despejó más balones en defensa que muchos defensas y mientras estuvo en el campo lo intentó, sin mucho acierto pero con ganas. También lo intentó Antonio López, quien hizo un buen partido hasta que tuvo un fallo garrafal en el tercer gol; pero lo intentó por su lado bueno y por el otro, visto que Seitaridis tenía prisa por ir al bingo y en su lugar salió Pernía, de nuevo víctima del escarnio y la pitada del a veces no tan respetable. También lo intentó Ujfalusi, que también tuvo un fallo clamoroso en el segundo gol (y ya van varios) pero que pisó área más que muchos de los llamados a meter goles. Lo intentó Camacho con excesiva vehemencia a veces y fuera de su sitio, de central tras un cambio delirante de Aguirre. Lo intentó sin éxito Domínguez, sustituido tras un gol en propia meta y quizás condenado con ese cambio a un lento penar lejos del primer equipo. Lo intentó con acierto medianejo Banega, hábil en el control y el regate pero poco productivo. Ni lo intentó de lejos Seitaridis, celoso de su reputación y decidido a no emborronarla con un partido digno, ni tampoco Maniche, que cuando vio que la cosa se ponía fea decidió desaparecer, esta vez no metafóricamente, e irse a la ducha. Lo intentaron unos y otros no, pero el resultado fue cualquier cosa menos algo que recordara a un equipo de fútbol.

Y enfrente de este despropósito un equipo aseadito y con ganas ante el partido soñado por Caparrós, con la grada enfadada y Maniche expulsado por voluntad propia. Y Llorente, un jugador interesante en un buen momento, cazando dos goles, uno con ayuda y otro con más ayuda aún. El rival no era una potencia futbolística, no, no era un equipo mítico ni un conjunto de esos que meten miedo sino un Athletic así normal. Daba igual, un sólo gol, un sólo susto bastó para que el equipo bajara los brazos, se despistara, entregara las llaves de la ciudad al adolescente que encabezaba el asedio y se resignara a ver pasar los minutos ante la seguridad de una nueva derrota. El Atleti que venía de una racha positiva antes de Navidad sólo ha necesitado dos derrotas para tener claro que su sino es perder, y lo hace en un momento muy complicado en el que es imperativo hacer acopio de puntos. Pero no, el Atleti es el elefante que se asusta de un ratón y en cuanto todo no sale exactamente como quiere, en cuanto hace frío o hay atasco refunfuña y frunce el ceño y se pone como un niño chico que prefiere en el instante morir de hambre con tal de no dar su brazo a torcer. No piensa y toma aire y se plantea la forma en que pueda enderezarse lo que se acaba de torcer, no, sino que asume su sino de derrotado y no hace nada por evitarlo, encogiéndose de hombros y culpando al destino. Esto es, hace exactamente lo que no se espera de un equipo respetable ni de un deportista admirable ni de un digno representante de una historia deslumbrante. No. Eso no.

La grada, que ve lo que pasa, se desespera y con razón. Tampoco la grada ve dónde está el equipo ni con qué jugadores se enfrenta al resto, sino que mira su propia desesperación puntual y estalla, como es lógico. No piensa en cómo veía al equipo hace unas semanas sino en cómo lo ve en ese momento, y eso es entendible. Protesta, pide la cabeza de Aguirre y el fusilamiento de todos los jugadores, y lo hace con una furia evanescente que dura poco, como todo en este club. La grada protesta contra Aguirre y lo hace durante menos tiempo que el invertido en hacer la ola de manera bochornosa hace unas cuantas jornadas, cuando se metía el tercer gol a un equipo de la parte baja de la tabla. La gente protesta airada pero en cuanto la megafonía suena un poco fuerte se calla y se va al bar, que tampoco es cuestión de perder la voz. La gente señala a Aguirre, catastrófico en los cambios de ayer y seguramente responsable de la falta de identidad del juego del equipo, y con eso le vale y no va más allá. No piensa en quién puede venir después o en si es buen momento para cambiar, en si con estos mismos jugadores algún entrenador asequible para el Club haría algo de provecho. No piensa en que el mal del Atleti reconocido por todos fue cambiar demasiado de entrenador mientras se mantenía al resto, ni en que cuando se han comprado buenos jugadores la cosa ha cambiado. No. La grada reclama sangre rápida y que esa sangre tenga el pelo a cepillo y los dientes muy blancos. La grada se lo pone fácil a los que buscan parapetos y miran para otro lado cada vez que las cosas se ponen feas, y eso que ayer Antonio López dejó claro que, en lo que a los jugadores respecta, el club lo dirige un ente no identificado. El Atleti se ha lanzado alegre a la cuesta abajo en estos días en los que el hielo hace imposible frenar, y uno no está convencido de que la única solución viable sea poner el cadáver de un entrenador mexicano entre las ruedas.

miércoles, 7 de enero de 2009

Grande, chica, pares, juego

Empezaba el año en el Calderón con un partido atractivo que terminó con la grada constipada, algo desesperada y enfadada con el mundo. La cosa no ha empezado bien en 2009, y eso que el 2008 no había acabado mal.
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La vuelta a la grada del Calderón tras las navidades siempre es algo embarazosa. Tras veinte días a base de polvorones el contorno del aficionado crece y si hace muchísimo frío, como ayer, los abrigos recién estrenados y encontrados al lado de los zapatos el día anterior contribuyen a aumentar aún más el volumen de la hinchada, nunca tan bien denominada como en estos días de invierno. Si el partido es interesante y las tribunas se llenan hasta los topes de visitantes e invitados, sentarse en la grada del Calderón es lo más parecido a dedicarse a testar airbags. Gracias a la experiencia de los años, la afición se dispone en un espontáneo orden escalonado: un espectador apoyado en el respaldo, el de su lado echado para delante, un tercero de nuevo sobre el respaldo, otro más hacia adelante a su vera. Tras un rato, cuando el frío hace mella en los riñones de los inclinados, cambia la disposición de los espectadores y, durante una fracción de segundo, todos están en el mismo plano y los cimientos del estadio crujen, se tensan las vigas y las columnas se comban ante la presión combinada de la biencomida afición post-navideña.

En el club pronto nos dirán que esto no ocurrirá en nuestro nuevo estadio, estadio en propiedad o a lo mejor en cesión o quizás en alquiler, no lo sabemos bien, o quizás si que pase, sí, que al principio pensábamos que no iba a pasar pero puede que sí que pase o puede que no, la verdad, que el campo tendrá calefacción o a lo mejor no o quizás es que no haga frío o que lo que ocurre el cambio climático se alía con el club aprovechando una operación que era necesaria o quizás no tanto. Transparencia rojiblanca llaman ya a esta nueva forma de comunicar las cosas que ocurren, y pronto se estudiará en prestigiosas universidades junto con esas meritorias campañas publicitarias que han conseguido que la gente vea lo que pase sólo hasta el justo punto al que interesa a los gestores del Club, ahora Cluzz o incluso Marca.
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Acurrucada a duras penas la afición en sus asientos, salió el Atleti a felicitar el año nuevo y salió el Barça a llevarse el partido. Salió el Atleti con guantes nuevos pedidos a los Reyes y salió el Barça con tres tipos en el medio del campo, en negativo cromático de los Magos de Oriente y con hechuras de poder ellos solitos con todos los regalos, sin camello ni nada. Salió el Atleti sin el Kun y a estas horas no se sabe si no jugó por tener faringitis o porque el entrenador no quiso, y salió sin Ujfalusi sin que tampoco nos hayan explicado el por qué. Salió Pernía porque Antonio López también andaba enfermo y salió Sinama para suplir al Kun, que es como si sale Fred Bongusto a sustituir a Burt Bacharach. Salió el Atleti con una media que invitaba a levantar una ceja con desconfianza y con una defensa que invitaba a darse a la bebida. Salió el Atleti, en definitiva, y no nos quedó muy claro a qué salía aunque nos gustó el respeto con el que guardaron el minuto de silencio por el bueno de Martins, el hombre capaz de hacer muchísimo daño con los dedos y que, aún así, sus pacientes le adoraran. Descanse en paz.

Salió también el Barça y lo hizo con unos cuantos suplentes. Los suplentes del Barça tienen porte, calidad y ganas de titular y así les va. Muchos de los suplentes del Barça serían titulares en el Atleti y sólo alguno de los titulares del Atleti estarían en condición de disputar la titularidad a algunos de los titulares del Barça. El Barça de ayer era superior al Atleti en centímetros, kilos e idoneidad para cada puesto, y eso es achacable al acierto de su dirección técnica y a su impresionante cantera; en el equipo titular del Barça entran cinco o seis canteranos y en el suplente pasa igual, mientras que en el Atleti hay que rebuscar en los rincones de la memoria para encontrar una alineación con tanto producto propio. Pero lo verdaderamente preocupante es que también fue muy superior en ganas, y eso no tiene explicación posible. El Barça, que juega el partido de vuelta en casa, pudo salir a ver qué pasaba, a no pasar fatigas o hasta a pasar el ratito. Pero no, el Barça salió a morder. No sabemos si por ambición, profesionalidad y torería de los jugadores o por que Guardiola ha dejado bien clarito que el que no corra hasta la extenuación y juegue con la ambición que corresponde a una final de Copa de Europa (no ya de Champions) no juega. No juega porque él no quiere, porque no lo merece y porque hay otro igual o mejor que él esperando la oportunidad de quedarse con el puesto. El Barça ganó ayer al Atleti en todos y cada uno de los planos del partido, y si bien eso duele cuando hablamos de físico, calidad y disposición táctica, cuando hablamos de ambición y entrega, ofende.

Salió el Atleti pareciendo de manera fugaz el Atleti de otros partidos recientes, buscando el ataque y el juego rápido y preciso de Simao y las paredes de Forlán, que con cada vez más frecuencia juega de 10. Hubo algún amago de posibilidad de asustar un poquito, pero tras un remate de Keita llegaron Messi y Alves y dejaron claro que no necesitaban pensar demasiado para meter un gol con facilidad. Tras ese gol, a los 12 minutos, parece que se acabó el Atleti. Algún fogonazo aquí, algún arreón allá, algún ataque por el lado de Alves (estando Silvinho, las cosas del Atleti), poco más. Un gol bastó para que el equipo decidiera que no podía hacer más. Tras unos minutos en los que parecía que quería hacer algo volvió a desaparecer Maniche, al parecer emparentado con Richard Kimble según estudios recientes. Assunçao intentó mantener su parcela pero el centro del campo del Barça, Touré-Keita-Busquets, que parece una tercera línea de los Springbocks, no dejaba hacer mucho. El Atleti intentó frenar al Barça a patadas, algunas con intención de cortar la hemorragia, como una de Maniche, y alguna otra de pura rabieta, como la de Sinama. Sinama, por cierto, no se sabe muy bien a qué sale cuando sale ya que ni encara ni corre ni se desmarca ni gana balones en carga ni crea espacios.

Capítulo aparte merece la defensa. Sin Ujfalusi, el único que mantiene el tipo con cierta regularidad a pesar de errores en varios partidos (para empezar, el del Barça), Heitinga parecía el encargado de llevar los galones. No parece que sea capaz, no parece que pueda ser más que el ayudante de un central con más presencia. Además cuenta a su derecha con Seitaridis, amo del escapismo, aqueo rey del escaqueo. Seitaridis, a quien hemos criticado en estas páginas hasta la extenuación, tiene únicamente una virtud: la sinceridad. No le gusta el fútbol y no lo oculta, no le apetece jugar y no hace como si le apeteciera, no dice eso de que jugar en un grande sea un sueño hecho realidad sino que pone cara de fastidio cada vez que le llega el balón. Se dedica a esto porque tiene condiciones y pagan bien, pero a él le hubiera gustado ser otra cosa, quizás buzo profesional o conductor de grúa. Seitaridis reflexiona a menudo sobre qué habría sido de él si tuviera un trabajo que de verdad le gustara, y lo hace con frecuencia durante los partidos. Seitaridis no quiere el balón y si se lo dan lo devuelve, y lo hace chascando la lengua en señal de molestia y sabiendo que otro, posiblemente menos dotado que él, más torpe, más ingenuo y más inseguro, se ofrecerá a hacer el trabajo que él no quiere hacer. Y fallará y la grada se lo recriminará y el hombre se pondrá colorado, pero eso le da igual a Seitaridis, que lo que quiere es pensar en sus cosas, no correr ni jugar el balón. Porque Seitaridis, que es un zángano y un mal compañero, no es sin embargo tonto y ha entendido a la primera que en la grada del Calderón se critica al que, sin poder, al menos quiere y lo intenta mientras que se deja ir de rositas a aquél que, pudiendo, prefiere esconderse tras un poste y mirar hacia otro lado cuando se pide su participación en las tareas menos agradables del trabajo en equipo. Seitaridis se pone de perfil cuando las cosas van mal y nadie le dice nada, mientras que Perea y Pernía, mucho menos dotados técnicamente y fallones hasta la desesperación, se ofrecen al menos para ayudar y se llevan una bronca monumental de la grada mientras el griego sigue pensando en si mejor buzo o gruísta. Esta técnica se ve que la aprendió Seitaridis en Moscú en un cursillo al que también acudieron Maniche y puede que hasta Costinha. Los dos primeros, cuentan, se graduaron cum laude.

La grada dio otro de los espectáculos de la noche. La grada despidió a Messi con una ovación cerrada en reconocimiento a su buen partido y sus tres goles. Uno, que ha visto ya algún partido en el Calderón, recuerda ovaciones a rivales tras una buena jugada o un buen partido. Messi ayer metió tres goles y aunque le sobró en alguna ocasión el quejarse en exceso y le sobró también un puntito de ir sobrado, se mereció la ovación. A alguno le parece excesiva esa adoración al rival, le parece mal darle jabón al enemigo, le parece comportamiento de equipo chico que jalea a las estrellas rivales dado que nunca tendrá estrellas propias. Otros piensan que si Messi se hubiera retirado en medio de semejante ovación con un empate a tres tras un partido de poder a poder con el Atleti entregado a la causa, mordiendo al rival y buscando la victoria, la ovación hubiera tenido un significado más valioso y noble. Por tanto, es al pobre equipo local de ayer al que habría que reprochar que un rival se vaya ovacionado en esas circunstancias y no a la grada, a quien no parece justo afearle un comportamiento caballeroso. Lo cortés no quita lo valiente y bien está que se aplauda al rival que se lo merece, tanto como afear la desidia al equipo propio.

Pero la grada también se mofó de su propio equipo mientras perdía, riéndose de la incapacidad de la defensa para sacar un balón jugado, algo paradójicamente diferente a la cortés ovación al rival triunfante. La grada pitó a Luis García cuando salía a calentar y pidió la destitución de Aguirre en cuanto pudo. La misma grada que ha pasado la navidad haciendo burla al vecino de escalera y presumiendo de quince partidos seguidos sin perder se dedicó a burlarse de su propio equipo en su propia casa y pidió la cabeza del entrenador, recurso muy socorrido cuando se trata de protestar. La grada, ya lo saben, a veces pita y se mofa del que lo intenta y ovaciona y pide la renovación del que desaparece en cuanto éste se besa el escudo o se pega un porrazo contra la publicidad del córner. Pide la destitución de quien, sin ser un mago, tiene al equipo donde muchos estiman que tiene que estar y sin embargo calla y otorga con su silencio la gestión del palco a pesar de que la entidad está a años luz de su lugar natural, sin levantar un solo silbido cuando le dicen a uno que se va a otro sitio y casi perdiendo dinero. La grada no se plantea por qué el Barça tiene veinticinco buenos jugadores y el Atleti sólo seis o siete, ni se cuestiona por qué media plantilla del Barça proviene de la cantera mientras que en la del Atleti los canteranos se cuentan con los dedos de una mano y sobran dos. La grada quiere sangre con sabor a mole y en cuanto puede aprovecha y le pone las peras al cuarto a Aguirre, naturalmente. La cainita afición atlética espera un fallo de Fulano para decirle a su vecino de localidad y defensor del susodicho eso de ahora qué, mira qué malo es Fulano, si ya lo decía yo, y aguanta estoica cuando Fulano hace algo de mérito, esperando la venganza del vecino. Y cuando Fulano es Aguirre, el tema se radicaliza.

Lo que parece cada vez más claro es que el Atleti de este año es más jugador de chica que de grande. Contra los rivales directos exhibe cara de corderito y modales de niño tímido, mientras que contra los equipos más débiles despliega fútbol de ataque con suficiencia y determinación. El Atleti no ha ganado ni un partido contra un rival directo y esto resulta preocupante no sólo por el dato, sino por la imagen que se ha dado en estos partidos, la imagen de un equipo sin fe en la victoria, deseoso de llegar a la ducha y de pasar lo más rápidamente posible el mal trago de enfrentarse a un equipo potente. Como en el mus, el Atleti quizás juegue a chica porque no tiene juego, juega a que la papeleta la solucionen cuatro jugadores excelentes y a que el resto no tenga un mal día. Cuando falta alguno de los cuatro y enfrente hay un equipo que juega y presiona y corre y aprieta, el Atleti se hace pequeño y habla con vocecita de Gracita Morales, consciente del castigo que puede recibir. Eso se evita con ganas, se puede solucionar con arrestos y con fe, pero el Atleti no parece saber gestionar las situaciones cuando enfrente no tiene un equipo más flojo. Ganar a los más débiles puede valer para estar arriba, pero no basta para estar entre los primeros si se pierde contra estos. Parece claro que no hay equipo ni plantilla para hacerle frente al Barça, pero se debería tutear a algún otro al que hasta ahora se mira desde abajo. Por ahora el equipo está donde parece que, por plantilla, puede estar. Un buen entrenador le tendría más arriba y un mal entrenador, más abajo. Así que puede que el problema no sea del entrenador solamente.

domingo, 4 de enero de 2009

EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA


Verán, seguro que a algunos de ustedes les ha caído el marrón, de tenerse que quedar en la oficina, cuando todos los compañeros han sabido aprovechar con tremenda habilidad y tino, sus días de vacaciones, para que con un montaje digno de un retablo de Barceló, componer unos enlaces maravillosos que les permiten dejar de trabajar durante todas estas fechas.

Yo no soy capaz de hacerlo, no tengo esa cualidad (es una cualidad, no lo duden) de componer las ecuaciones necesarias para tomarme tantos días, sin que parezca un aprovechado y un holgazán sin vergüenza, ante el jefe de personal.

Hay gente así, que lo logran, y se van. En cambio el que se queda, la ha pringado.

“Ya que se tiene que quedar, el pobre, qué más le dará”, se preguntan los espabilados, “hacernos unos pocos favores, tampoco es para tanto”

Leerse informes, regar las plantas, recogida de revistas, recepción de paquetes, de todo, y eso que no menciono cantidad de encargos mucho más lesivos e indignantes, eso sería meterse con la familia, y en estas fechas, ya saben, mejor no meneallo. A pringar pues.

Bueno, con esta introducción, ya han adivinado que se encuentran ante un pringado.: Soy el que se quedó, para ver si hace falta algo en la oficina, si llama el “señor cliente” con un antojo, o la ha liado algún proveedor.

Como no tenía bastante con mis amados, avispados, y vacacionales compañeros, el Coronel tuvo la ocurrencia de pedirme que hiciese el favor de hacer la crónica “tú, que te quedas, ¿qué te cuesta, hombre?”. Mientras él, ¿a qué decirlo? Disfruta que te disfruta, por eso mundos de Dios.

Y eso, don de la oportunidad, en el partido que más me preocupa cada año, donde se enfrentan el equipo que más amo, y el que más detesto de futbol nacional. Para rematar, vaya.

Y es que yo, debería haberlo explicado, a don Carlos le llamo Coronel. Será por el aire marcial que se gasta el señor. Esas maneras rígidas, ese caminar enhiesto, como de desfile, ese vozarrón imperativo. Por no mencionar su perilla de Húsar y su rigurosidad Prusiana. Pero, bueno, esa es otra cuestión, que aquí lo que toca es hablar de futbol.

“Mala Barraca”, decimos por aquí, porque a mí me gusta mucho más leer que escribir, y de futbol se poco, muy poco:

“En medio de todo, me dijo que, incluso en su abrumador sentimentalismo, recordaba algo, ritmo fugaz, fragmento de perdidas palabras que hace mucho tiempo oyera en algún sitio…”

A mí me hubiese gustado escribir cosas así, pero no soy capaz, no valgo, ¿qué le voy a hacer?. Así que rellenaré unas líneas, para cumplir el encargo, que es lo que se supone que está obligado a hacer un pringado, como yo.

Ya he anunciado, un poco antes, que de futbol sé poco. Mejor no meterme. Les hablaré, entonces, de otra cosa, de otro verbo: de competir.

Les hablaré de algo que es mucho más esencial e importante en el futbol de hoy, (y de siempre) de lo que nos gusta admitir: Se trata de la voluntad colectiva, colegiada, de vencer en un desafío, en un compromiso, frente a unos iguales, y ante unas reglas.

Ganar, luchar, pelear, como un solo Ente, no individualmente. Eso en futbol lo llamamos de mucho modos, pero es difícil de hallar, y menos con cierta continuidad.

Vemos muchos equipos con grandes estrellas, que brillan individualmente, y que no son capaces de insuflar ese estado de ánimo a sus compañeros de desafío, al conjunto.

Me dirán que la vida está llena de situaciones que nos servirían de ejemplo para hablar de unidad, compromiso y ganas de competir, de luchar, pero hablamos de futbol y del Atleti. Y este Atleti no sabe competir.

Dispone de fajadores, de talentosos, de verdaderos comprometidos, pero como conjunto, como equipo, no consigue disponer del sentido de la competitividad que se necesita para empujar, luchar, pelear, correr, chocar, sufrir, y ganar.

Salió el Atleti en Mestalla (diría el Coronel) a… a verlas venir, sin ánimo, sin fe, sin rabia, sin mala sangre. Y enfrente se encontró un equipo sabedor de sus limitaciones, de sus posibilidades, de la senda que debía seguir, aunque áspera, para lograr el éxito. Y la usó, usó sus armas sin dudarlo: bronca, ímpetu, agresividad, pongan ustedes lo que prefieran, competir se llama eso.

Así que a los 5 minutos, ya le habían anulado 2 goles, desbordaba sin cesar, apretaba la marca, ganaba. Mientras, el Atleti, confiado a sus reconocidas virtudes, esperaba tiempos mejores, sin ofrecer la intensidad necesaria.

De nada sirve decir que Assunsao cayó demasiado atrás, que Luís García ha dejado de jugar al futbol (y ¿qué culpa tenemos nosotros?, digo yo), que Raúl iba buscando su sitio, que la defensa, con ese flojo Heitinga, dejaba la sensación de que iba a liarla (como así fue).

El Valencia nos ganó por ganas y competitividad, y a nadie (reconozcámoslo) le extrañó ver el 2-0 en el marcador, mediada la primera parte.

¿Cómo se entrena eso? Lo ignoro ¿Cómo puede un entrenador meter eso en el pellejo de jóvenes millonarios, tan solo interesados en éxitos individuales, mediáticos, sin ilusión en lo colectivo? No lo sé.

Fíjense que no hablo de colores, ni de sentir el escudo, no. Hablo de querer ganar, de partirse la cara, de buscar éxitos en una carrera deportiva, con egoísmo, con ambición, con mala leche.

Por ello, y no por el mandato que me dejó D. Jesús (Dios lo tenga en la gloria de unas vacaciones paradisíacas, y nos lo devuelva pronto, a ser posible con mejor carácter), me abstengo de poner a parir al Vasco Aguirre, en este aspecto. Ya lo harán ustedes, no me cabe duda.

Oigo en la Sexta, antes de las lamentables comentarios que suelen acompañar sus retrasmisiones (al menos las del Atleti), que Guardiola les pone un disco (Vive la Vida) a sus jugadores, momentos antes del partido, para enchufarles, para infundirles alegría, y ganas de jugar, divertirse y ganar.

Pues vale. Lo que no me cabe duda es que el Atleti no sale a disfrutar. Eso se masca, en la angustia, en la tensión que nos acompaña cada encuentro. No sé qué música les vendría bien a estos muchachos, pero desde luego podríamos buscar si en la nómina del Club hay algún disc-jockey y plantear un debate.

La segunda parte arranca, y nos muestra un equipo que intenta remontar, ante un Valencia que ya ha hecho lo que se le pide, y que se cierra a esperar y a desesperar. Nuestro amado equipo aprieta y encierra al contrario, parece que puede remontar, pero se le ve sufriendo, sin gozo, como teniendo que resolver con prisas, lo que antes no supo. Así, sin esa alegría, sin ese espíritu de disfrutar jugando, se fallan los remates, se yerran los goles.

Al poco, el Valencia cierra el partido (dos pases imposibles de Ujfalusi, quien iba a decirlo, nos condenan), y se dedica a chocar, a discutir. El pescado está vendido.

Ahora podemos ponernos a analizar la ausencia de Maniche y de Maxi, la aportación de Raúl Garcia (¿en la primera o en la segunda parte?), si Luís Garcia debe seguir perjudicándonos (¿será una promesa de alguien, que juegue este chico?), si se debería haber sacado antes a Pongolle o a De las Cuevas.

El partido lo perdió un equipo que no sabe (no quiere) competir, que no ha ganado a ninguno de sus rivales directos, y que solo se ve superior ante los equipos en teoría débiles.

¿Por qué? Yo no lo sé, que lo diga el Coronel, que yo solo soy un pringao, y me supera la pregunta.