martes, 29 de diciembre de 2009

Anatomía de dos frases

El pasado 25 de Diciembre se emitió en "Informe Robinson" de Canal + un reportaje - estupendo a juicio del que suscribe - sobre los últimos diez años en la historia del Atleti, la única década de su historia en la que no se ha ganado un título. En él el Presidente del Club, Enrique Cerezo, dejó caer, como viene siendo habitual en él, varias perlas entre las que destacaron dos.

El reportaje se puede ver aquí.

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No nos gusta hablar de Enrique Cerezo, no nos gusta, no. No. Y eso que ya hemos hablado de él desde estas páginas, eso no vamos a negarlo, como no vamos a negar tampoco que no sabemos por qué hoy nos ha dado por hablar en primera persona del plural. Quizás sea algo natural emplear el plural mayestático cuando uno habla de alguien que se cree autorizado para decir en público lo primero que se le pase por la cabeza no ya sin pensárselo dos veces ni pedir perdón luego, sino además sacando pecho. Quizás por eso, o precisamente por eso, queda aquí aparcado el plural mayestático y volvemos a la discreta tercera persona, mucho más gris, más con gafas, más nuestra.

Al atlético medio, o al menos al que uno frecuenta, no le gusta tampoco hablar de Cerezo. No le gusta, no. No.

- ¿A Vd le gusta hablar de Cerezo?
- A mi no
- A mi tampoco
- ¿Ven Vds?

Cuando el seguidor colchonero que uno frecuenta habla de Cerezo normalmente es para poner el grito en el cielo por el enésimo bochorno, el enésimo atentado al sentido común o la enésima tropelía gramatical. Cuando se habla de Cerezo en determinados círculos, eso sí, es inevitable empezar enfadadísimo y acabar haciendo chascarrillos sobre su asombrosa capacidad para descabalar concordancias entre sujetos y predicados, su habilidad a la hora de meterse en charcos de arenas movedizas y su don para salir de ellos cubierto de fango y llevando sobre sus hombros a su socio en la directiva, éste, eso sí, sin una única mancha en su flamante traje blanco-chamartín. ¿Has visto a Cerezo? No... ¿Y qué ha dicho esta vez? Ay Cerezo, dice el aficionado colchonero, hay que ver Cerezo, hijo, si es que jajajaja, mira que es Cerezo, las cosas que dice, vaya tela.

Cerezo, que no es un prodigio comunicativo, sí consigue sin embargo dejar claro lo que piensa a pesar precisamente de intentar evitar desvelar sus intenciones. Cerezo habría sido un espía malísimo al que le habrían sonsacado toda la información vital en tres minutos sin tortura ni nada, sólo pidiéndole que resolviera un acertijo: a ver, Cerezo, oiga, responda de forma concisa: oro parece, plata no es ... Mire, Sr. enemigo, yo creo que son la gallina o es las gallinas, esto último no lo tengo claro aunque podría tener más claridad de ser aclarado el tema, y por cierto la división acorazada NO avanza hacia el norte, oiga.

La chufla, eso sí, suele tornarse ira en cuando uno tiene un rato para reflexionar sobre lo que dice en realidad Cerezo, cuando uno busca el mensaje real rascando con la uña la mugre sintáctica que lo oculta. Para nuestra desgracia Cerezo no es espía ni nada, no es el Agente Secreto Cerezo, nombre en clave Triple Cero en honor de sus logros y misiones cumplidas. No. Es el presidente del nuestro club, de nuestro equipo, del Atleti de Madrid, vaya tela, vaya suerte hemos tenido, dice el aficionado medio moviendo la cabeza de un lado al otro con gesto de desesperación.

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En el mencionado reportaje de Canal + Cerezo, hombre famoso por haber sostenido un trapejo frente a una foto dedicada de Pimpinela, intentó una vez más no decir nada y dijo un montón de cosas, qué cosas tiene este hombre. Reconoció, por ejemplo, tener amnesia. Achacó todos los males del Atleti a la gestión de los últimos diez años, período en el que él mismo estaba al mando. No dijo "no he tenido paciencia" o "no hemos tenido paciencia y la culpa es nuestra", no. Dijo que el problema - entendemos que el problema de otros - había sido la falta de paciencia.

- No se ha tenido paciencia- Bueno, querrá decir que no ha tenido paciencia Vd, ¿no?
- Yo no he dicho eso, y si lo he dicho ha sido al decir algo dicho en otro contexto- Pero si lo acaba de decir Vd ...
- Mire, yo con Vd no hablo que es un pesao.

El amnésico Cerezo, incapaz de recordar quien toma las decisiones durante su propio mandato, deja claro que no se les puede echar en cara no haberse esforzado durante sus años al frente, que poco hay que reprocharles. Que ellos poco menos que han hecho todo bien al menos en lo que les compete (y no es la primera vez que lo dice, el tío). Sugiere que la culpa será de otro, quizás de los jugadores que no responden, quizás de la afición que protesta y les pone nerviosos, de los que no tuvieron paciencia, quizás. Dice también que es feo que les insulten en el campo que él preside, que no es agradable escuchar críticas en el estadio.
- A ver si protestan por cómo llegó a Presidente, o por cómo lo ha hecho de mal, o quizás por no haber tenido paciencia, a lo mejor- Vd me suena de algo pero no caigo, mire.- Mire, sí, soy el de antes. Que digo que a ver si les critican por lo mal que va el equipo, porque no levantamos cabeza, por lo mal que va todo.- Me suena Vd, sí... ¿es Vd actor? ¿no será Vd familia de Saza?- Qué más quisiera yo.

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Con estos antecedentes, merece la pena reflexionar brevemente sobre dos de las frases recogidas en el reportaje.

1. De prioridades y motivos

"Ellos se juegan su entrada. Nosotros nos jugamos algo más que la entrada. Primeramente nuestro prestigio y segundo el prestigio del equipo o (...enmienda...) primero el prestigio del equipo y luego el nuestro. Y tercero, nuestro dinero (pausa enfática con tintes dramáticos y aire de aquí llega la madre del cordero) que es mucho y está ahí".

Esta frase, un filón cualquier psicoanalista, deja claras muchas cosas. Deja claro lo poco que sabe Cerezo sobre qué se juega el aficionado atlético en cada partido. Deja clara su idea sobre lo que para un seguidor del Atleti significa ir a ver a su equipo, esto es, el miserable precio de una mísera entrada, ni más ni menos. Cerezo no entiende de lunes en la oficina, de preguntas difíciles de responder a los niños, de cenas no cenadas por tener un nudo en el estómago y ganas de mandar todo al garete. Cerezo entiende de precios de entradas, y piensa que se lleva más disgusto el que vio el partido con su anciano padre en Tribuna que el que se pagó la entrada de fondo con los ahorros por la simple regla de tres de que uno pago más que otro. La conclusión que saca Cerezo es simple y su sistema de medición, aplastantemente sencillo: este hombre se ha disgustado treinta euros, que no es tanto. Aquél que montó el reportaje tuvo la sutileza de poner a Cerezo diciendo estas cosas tras un aficionado de pro que hablaba del disgusto de su anciano familiar en el lecho de muerte por no volver a ver al Atleti en Primera. Posiblemente Cerezo, prodigio aritmético, haya ideado una fórmula que permita calcular con precisión la magnitud del disgusto de este último.

Cerezo también deja claro en qué orden le indica su subconsciente que debe referirse al prestigio propio y al del equipo: primero yo, luego ellos, todo para mi pero sin el club - uy no, calla, que queda feo. Deja claro que desconoce el significado preciso de la palabra "prestigio" y deja claro que no es consciente del estado del prestigio del equipo desde que él, el amnésico hombre sin paciencia, rige sus destinos para desgracia de sus seguidores. Deja claro que reduce cualquier planteamiento al mezquino discurso del precio de una entrada comparado con la incógnita de su cacareada inversión. Deja claro que piensa que el aficionado medio es bobo, incapaz de reflexionar sobre a qué dinero propio se refiere Cerezo cuando ha quedado probado por activa y por pasiva que llegó al Club gracias a una operación fraudulenta en la que precisamente faltó el desembolso de dinero; que el Club pierde dinero a paladas desde que lo gestiona el palco actual, mientras que los importes de los bonus que cobran los directivos llenan de vergüenza a todo aquel que tenga sentido común y/o hipoteca; que, a pesar de clamar año tras año que el Atleti es deficitario, no hay forma de hacerles abandonar el Club hasta que no cristalicen ciertas operaciones inmobiliarias. Y todo eso en una frase, todo un prodigio.

2. Del futuro y de lo que de él debemos esperar

"- ¿Qué es ser del Atleti?- Es estar preparado para todo"

Esta enigmática frase promete horas de estudio en las mejores universidades y centros de parapsicología ... ¿A qué se refiere Cerezo? ¿Qué ha querido decir este hombre que nunca consigue ocultar sus verdaderas intenciones? ¿Es lo que parece? ¿Podría Cerezo abundar sobre esta idea? ¿Hay forma de que informe al socio de lo que ha querido decir de manera directa y seria, no a través de entrevistas con preguntas pactadas? ¿Podría el socio preguntar a Cerezo qué planea? Ah, no, que la directiva esa que pide apoyo al público y no protestar para no irritar a los jugadores no responden a preguntas de socios. ¿Podría preguntarse en la Asamblea de la Sociedad Anónima Deportiva? Bueno, eso sólo si consigue Vd entrar, que hacen falta dos volquetes de acciones para tener acceso a la salita, tieso, que está Vd tieso... ¿Podrá contestar en su lugar Miguel Ángel Gil Marín? No se sabe nada de él desde que recibió su bonus, cuentan que se encuentra haciendo torrecitas de monedas en una remota cueva en Tora Bora.

Viniendo de cualquier otro, "estar preparado para todo" podría tomarse como una sesuda reflexión sobre el porvenir. O una metáfora deportiva utilizada por aquél que se levantó una y otra vez tras caerse, ejemplo de sufridos deportistas. O simplemente una forma de salir del paso de aquél a quien preguntó el periodista en mal momento. Pero viniendo de quien viene, con el historial que tiene, con los logros que atesora, puede significar cualquier cosa.

Dios y Jose Eulogio Gárate nos pillen confesados.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Crónica doméstica del Tenerife - Atleti

Reflexiones sobre cómo el Atleti actual despierta el interés necesario para convertir un partido televisado en un zafarrancho de limpieza.


Anunció solemne la autoridad que iba a hacer un frío que pela del Cabo de Gata al de Finisterre y la afición colchonera, escamada y ronca desde el último partido en casa en horario nocturno, prefirió quedarse en casa a ver el partido. De haber prometido el Atleti espectáculo o contraataques de vértigo la afición habría quedado en bares y tabernas; de haber estado el equipo jugándose las opciones de encaramarse a la parte alta de la tabla habría quedado la afición en ambigús y cafeterías; de haberse tratado de un equipo formado por jugadores comprometidos con el equipo deseosos de dar una alegría a la afición, la hinchada habría quedado en disco-pubs, piano-bars y heladerías. Pero viendo cómo está el Atleti, contra quién jugaba, lo que el pasado reciente prometía y lo que el futuro razonablemente ofrece, la afición decidió no ir a establecimientos públicos y ver el partido en casa, ya fuera propia o ajena, por aquello de poder dedicarse a otra cosa en caso del previsible tostón supino y para evitar, en tiempo de crisis, pagar un cerro de euros por cada consumición de esas que saben a rayos cuando se ingieren viendo el repliegue al trote de Cléber Santana.

Se sentó pues la afición en su sofá y se puso una mantita en el regazo. Unos, tradicionales y austeros, optaron por una recia manta zamorana de esas que pesan y pican; otros, más snobs y algo pedantes, por suave manta escocesa de cuadros y fleco largo, pelo etéreo y elegante cincha de cuero para transportarla en coche de caballos; los más prácticos y expertos en travesías alpinas, ligera manta de forro polar fácilmente lavable, secable, doblable y transportable, indicada tanto para largos trekkings por Nepal como para atascos interminables; algunos, víctimas de la sociedad consumista u objeto de regalos siniestros, sintética manta con motivos rojiblancos y estampa de Indy, producto licenciado por el Club, confeccionada en material de esencia plástica de ese que, al mínimo roce, echa chispas. La afición, que no es tonta, situó a mano ora taza de té negro con leche - nunca de la ofensiva marca Hornimans -, ora tazón de caldo de puchero - con hierbabuena, naturalmente - y vasito de agua cerca para evitar la ignición de la lengua; otros preferían bien copa de cerveza fría en caso de hogares de calefacción potente, o bien, en el caso de bon vivants con desprecio por la climatología adversa, gin tonic en vaso ancho de vidrio fino, con bastante hielo, corteza de limón y una cucharita con la que darle pocas vueltas para mezclar los ingredientes sin eliminar el gas, con su correspondiente cuenquito de aceitunas manzanilla, gordal, de campo real o rellenas - de anchoa, naturalmente -, cumbres todas de la gastronomía, la liturgia del aperitivo y la cultura occidental misma.

De esta guisa se encontraba la hogareña afición cuando salió el Atleti. Salió el Atleti vestido de negro con esa camiseta nueva tan popular que por ahora no trae buen fario. La camiseta de marras ha gustado tanto a la afición que hay una gran demanda de la misma, hasta el punto de que se han terminado en la tienda oficial. ¿Y qué ha hecho el club al respecto? Nada. ¿Han repuesto las existencias? No. ¿Han caído en que quizás no estén respondiendo a las expectativas de la afición o en que quizás estén dejando pasar un buen negocio? En absoluto; el club no cae en estas cosas, faltaría más. A todo esto la afición, que ve cómo se aproxima el día de reyes y tiene que hacer un regalo a sus niños y cónyuge, decide comprar la camiseta en cuestión a piratas industriales con sede en países del lejano oriente que ofrecen productos casi idénticos a una décima parte del precio oficial. Conociendo a los gestores del Club, uno piensa que al conocer la situación no les dará por emprender acciones legales contra los falsificadores ni reclamar más stock a la empresa que le fabrica las prendas, sino que más bien valoren en breve la apertura de un taller textil clandestino en Laos para maximizar así sus beneficios. Menudos son estos.

Con el Atleti en el campo y la manta sobre las rodillas, se dispuso la afición a ver el partido con atención. Últimamente es complicado mantener la atención en los partidos del Atleti, reflexiona el aficionado, de hecho es complicado seguir la actualidad atlética dado que las únicas buenas noticias que el equipo nos depara tienen que ver con la enésima denuncia de irregularidades en la gestión del Club, los resultados de la cantera y la vuelta de Hele a la blogosfera. No es fácil seguir el tostón deportivo, es casi inevitable perder el hilo y ponerse a pensar en conceptos abstractos como la existencia de un ente superior, la relatividad como concepto superado o quién fue el primer hombre (más bien gran hombre) que se atrevió a comerse una gamba y qué hambre no tendría el tío. En un bar es aún peor, piensa el aficionado, el Atleti no atrae la atención y es más fácil perder el hilo y ponerse a pensar en cuánto dinero ha ganado ese señor en la tragaperras que emite la música de El Golpe, o de cuántas botellas de las que adornan la pared tras la barra pide una copa la clientela, en especial la de Cynar. En casa es más sencillo mantener la atención, piensa el aficionado colchonero, mucho más sencillo, dónde va a parar, en casa sí veré el partido con atención y sentido analítico, hombre por Dios, como en casa no se ve el fútbol en ningún sitio.

Dos minutos después del inicio marca Nino un gol que todo el mundo ve venir desde su casa a pesar de la manta, pero que nadie ve venir en el campo a pesar de estar todos en manga corta. Lo de siempre: balón que llega desde el lateral, nadie quiere saber nada en el área pequeña, el rival que la toca con comodidad, Cléber y Ujfalusi que observan el lance con aire de vaca que mira al tren. La llegada de un balón al área chica del Atleti viene acompañada de un prodigio nunca antes referido y bautizado por los expertos como el Síndrome del Increíble Balón Menguante. Es cruzar el balón la imaginaria línea vertical que separa el área grande de la chica y el jugador del Atleti ve cómo lo que antes era un balón de reglamento se convierte en una pelota de golf de color camuflaje. Nadie la ve, nadie acierta a distinguirla con precisión, nadie se atreve a pegarle una patada no sea que le pegue al aire y se rían de ellos en blogs y colas de peajes. Los rivales, por contra, sufren el síndrome contrario: llega la pelota al área pequeña del Atleti y se transforma, cosas de la brujería, en un balón de nivea de esos que tiraban desde un avión para que los señores batieran la plusmarca mundial de biathlon playero, prueba mixta que aúna carrera desde chiringuito y natación contra oleaje con reglamentario bañador Meyba. Mientras el defensor Atlético las pasa canutas para distinguir el balón, al rival le llega un globo aerostático, una esfera de esas en las que entraban dos o tres motos dando vueltas de campana, un planeta casi. Una vez más este año, el Atleti recibía un gol en contra en los primeros minutos gracias a un remate fácil en el área chica. Un poema.

Pasado el sofocón, cabreo y disgusto correspondiente, el aficionado bajo manta intenta ver un atisbo de reacción en el equipo. Nada. Mira la actitud de unos y otros. Nada. Sin poder evitarlo, le entra el sopor del que quiso huir. Mira a la pantalla pero nada de lo que en ella aparece atrae su atención e, inconscientemente, divaga. Piensa en que ya es hora de comprar un puff en el que apoyar los pies cuando está en el sofá, en que en esa esquina luciría mucho un poto de grandes hojas, en que en mala hora compró ese botellero hágalo-Vd-mismo con capacidad para cuarenta botellas, al precio que anda el vino. Juega el Atleti en directo y debe remontar un partido vital para alejarse del hoyo, pero el aficionado no consigue concentrarse. Sin darse cuenta, zapea y cae en una cadena en la que un pastor alemán policía resuelve un crimen pasional. Vuelve por disciplina al partido, pero antes ha pasado por la cesta de la ropa limpia y mientras el Atleti arma sin éxito un contraataque, dobla calcetines con un magistral movimiento de muñeca. Una vez vaciada la cesta, comprueba los cargos de la visa punteando en cada operación con un lapicito robado en la oficina, pone rectos cuatro cuadros y riega un cactus que mira por la ventana con un gesto vegetal que le hace pensar en sí mismo viendo a su equipo.

Marca el Atleti el empate tras una jugada que, tras la repetición, aún no se sabe si fue de mérito o de chamba, y el aficionado lo celebra poquito para no derramar la caja de clavos, tornillos y chinchetas que se afana en clasificar. Marca Jurado, quien juega el partido con dos medio centros defensivos por detrás en lo que la prensa y comentaristas llaman "su posición natural" y el aficionado reflexiona sobre si el término "natural", referido a Jurado, tiene el mismo significado que cuando se asocia a la palabra "piña", es decir, "posición natural en almíbar". Este pensamiento impulsa al aficionado a deshacer la cesta navideña y hacer una lista mental de aquellos familiares odiados a quien puede regalar las peladillas. Piensa también el aficionado en la molesta forma que tiene el comentarista de la Sexta de pronunciar "Ujfalusi", a quien se empeña en llamar "Iufalusi" o "Yufalusi" con la misma insistencia con la que pronuncia la palabra "rechazo". El partido avanza y el aficionado no consigue centrarse todo lo que le gustaría aunque, eso sí, ha sacado brillo a la plata y ha leído las instrucciones de la Thermomix.

Intenta el aficionado volver a concentrarse en el partido, pero no le es fácil. Piensa en qué impulsa a Asenjo a despejar siempre hacia el centro, en qué impulsa al entrenador a sacar a Perea y Juanito de centrales y sobre todo en qué impulsa al Quique Flores a no sacar a Raúl García y sacar en su lugar a Cléber. Piensa en por qué el medio campo del Atleti nunca sigue al atacante que se escapa por la banda y que levanta la vista desesperado tras desbordar a un defensor al ver que el compañero más cercano no ha arrancado aún desde el círculo central. Piensa en estas cosas cuando, al filo del descanso, el árbitro pita penalti. Penalti en casi el último minuto, tiene tela. Ve el aficionado cómo Perez Burrull saca una amarilla con esa cara a medio camino entre la expresión de triunfo por salir de cerca en la tele por su perfil bueno y la sobreactuación del que se cree en ese momento el centro del universo, aunque no sea ni penalti ni tarjeta. Ve el aficionado cómo Asenjo para el penalti y, aún así, no tiene claro si Asenjo es bueno o malo, un portero salvador o una fuente de problemas, un tipo bajito y cuadrado o uno muy alto y más cuadrado aún. Acaba el primer tiempo y el aficionado suspira aliviado, no por los nervios rotos sino por las ganas de ir a poner silicona a los azulejos de la ducha.

Empieza el segundo tiempo y la tónica (no en este caso la del gin tonic) es la misma. El Atleti no hace nada y el aficionado no consigue mantener la atención. Mientras el Atleti no hace nada, él está la mar de industrioso. A estas alturas del partido ha programado el dvd para todo el 2010, ha colocado un rodapié y dos de esos cuadros que se apoyan en el suelo durante meses hasta el punto de que a uno le resulta raro verlos luego colgados de una alcayata. Entre insulsos comentarios de Víctor Muñoz, quizás el ser cuya voz y discurso se corresponda menos con su aspecto, el aficionado va dejando la casa como un jaspe. Mientras pasa el plumero se pregunta qué les pasa a Maxi, Simão y Forlán, antaño garantía de peligro y solución a los problemas de la defensa y hoy meros espíritus deambulantes que permiten al rival sentirse cómodo adelantando las líneas. Piensa en cómo consigue Perea darse un cabezazo contra algo o alguien todos los partidos, y en qué aporta Sinama además de desesperación. Piensa en por qué Pablo siempre despeja en horizontal a la primera de cambio, y en que si no es por Asenjo en el segundo tiempo un recién ascendido le mete tres al Atleti. Piensa en el buen tiempo que hace en Canarias, en si quedan estropajos y en que hace mucho tiempo que debería haber cambiado de albornoz.

El partido va acabando y ya no quedan tareas domésticas por realizar: se han planchado camisas, pantalones y hasta el uniforme de húsar que se usa en las grandes ocasiones. Se ha ordenado la biblioteca por géneros, sub-géneros y, dentro de éstos, por orden alfabético incluyendo la Ch y la Ll, como Dios manda. Se ha ordenado el armario por colores que van del topo riguroso al granate mustio. Se han doblado convenientemente rebecas, chales y mañanitas. Se ha fijado la barra de la cortina de ducha, el armarito de la cocina y el gancho porta-salacofs, tan necesario. El partido acaba y la casa está hecha un primor, mucho más ordenadita, limpia y presentable que el equipo.

El equipo, reflexiona el aficionado mientras cierra un bote de Netol, sí que necesita ser saneado desde dentro. La podredumbre del club ha alcanzado de pleno a jugadores y técnicos, y si no no se explica el discurso victimista del entrenador, la desidia de jugadores siempre profesionales como Simão o Forlán o el interminable bache de Maxi. Los resultados que antes maquillaban los jugadores de arriba se presentan ahora con toda su crudeza, y los que con su inspiración o ganas tapaban las carencias de la defensa en tiempos de Aguirre ahora pululan por el campo con las ganas de agradar del que va al patíbulo tras una sentencia injusta. La ausencia de proyecto deportivo, de ideas claras, de objetivos sensatos, de dirigentes honrados y aficionados comprometidos va dando sus frutos y el equipo deambula de nuevo por lugares cercanos al descenso sin que arda Troya ni nada que se le parezca. La sombra de la salida de Agüero, el único referente en ataque esta temporada, y de Maxi, buen jugador y ex capitán convertido ahora en la sombra de su peor versión, tampoco parecen afectar a la afición, ya harta hasta de sí misma. Gamuza atrapa-polvo en mano, el apañado aficionado doméstico tiene cada vez más claro que esto requiere un zafarrancho de limpieza de los de darle con cepillo de dientes a las juntas de los azulejos o se cae el invento de una vez por todas.

lunes, 14 de diciembre de 2009

UN PARTIDO FRÍO


Por Jesús Doggy, desde una banda.

Vayamos por partes. Llegaba el Atlético de Madrid a la decimocuarta jornada liguera con el engañoso aspecto del que viene de lograr dos solventes victorias ligueras consecutivas y de dar un grosero petardazo para celebrar el que, desgraciadamente, puede haber sido el último partido de la máxima competición continental disputado en el estadio Vicente Calderón. Enfrente, un Villarreal, este sí, al alza. El partido se había vendido, inconcebiblemente, como un duelo entre equipos similares, grandes en horas bajas, candidatos a Europa bregando al filo del abismo. En fin, esas cosas. Una comparación tan engañosa como la estadística, pues el Villarreal de Ernesto Valverde en nada se parece al deshilachado despojo en que ha devenido el Atlético de Madrid. Uno mira al Villarreal y reconoce un proyecto de equipo, una trayectoria coherente en el mercado de fichajes –con sus inevitables errores, algunos de bulto-, el gusto por un determinado perfil de jugadores y, sobre todo, la confianza de estar en el camino correcto. El Villarreal, finalizado el brillante quinquenio del Ingeniero Pellegrini, fichó a Ernesto Valverde, un excelente entrenador que combina rigor táctico con una clara apuesta por el dominio de los partidos, convencido de que era el sustituto ideal. Al Txingurri se le dio un buen equipo ya formado al que se añadieron un par de retoques bien pensados por la magnífica secretaría técnica del club. El nuevo proyecto ha tardado en carburar, pero visto lo visto ayer, en un helador estadio Vicente Calderón, parece que ya arranca. El Atlético de Madrid, por el contrario, es un equipo gripado, que podrá pegar algún loco acelerón de vez en cuando, pero que necesita urgentes cambios, especialmente una junta de la culata nueva. El Atlético de Madrid, sin proyecto definido de equipo, sin un atisbo, no ya de coherencia sino de la más elemental profesionalidad y sentido común, en su política de fichajes, sin la más remota idea del tipo de jugador que puede o debe vestir la elástica rojiblanca y, sobre todo, con la certeza evidente de ser un club a la deriva, en nada se parece al Villarreal. Frente al Villarreal, lo único que el actual Atlético de Madrid puede esgrimir es su Historia. Y, reconozcámoslo, ese es un argumento muy pobre. El Atlético de Madrid puso fin de mala manera al honesto, profesional y cumplidor ciclo de Javier Aguirre no sé sabe muy bien por qué, salvo que fuera para apaciguar a una grada enloquecida por la rabia y la frustración. El Atlético de Madrid, sin que se sepa muy bien por qué, salvo que fuera porque era barato y porque podía calmar a esa hastiada grada, sustituyó al aguerrido mejicano por un veterano de la casa, Abel Resino, un entrenador sin experiencia en el máximo nivel, partidario al parecer de adelantar la defensa a toda costa. A Abel Resino se le dio un deslavazado grupo de futbolistas, digamos un equipo, al que, posteriormente, se le extrajeron varias piezas interesantes para cederlas a otros equipos y al que, finalmente, se le escaqueó un titular importante con nocturnidad y alevosía. La infame e indigna secretaría técnica del club gastó el poco dinero disponible en la compra de un jugador tan prometedor como innecesario, convenció con una buena ficha a un veterano central internacional del Betis e hizo retornar a dos jugadores que ya habían demostrado su falta de valía para jugar en el estadio Vicente Calderón. El Atlético de Madrid despidió pocos meses después al susodicho Abel Resino y, sin que se sepa muy bien por qué, le dio el mando de los restos del naufragio a un señor que responde a las iniciales de QSF, reconocido estratega, entrenador de los llamados de pizarra, con un indisimulado gusto por amarrar los resultados.

Está claro, pues, que no se trataba de un duelo entre equipos similares, ni siquiera parecidos. Para mayor abundamiento, el único jugador de jerarquía del equipo, el único jugador capaz de marcar la diferencia, el llamado jugador franquicia, se quedó en la grada aquejado de dolores que hacen temer por una inminente y trágica lesión. La evidente diferencia entre ambos equipos se demostró en toda su crudeza ayer, durante la primera media hora del encuentro. El Villarreal presionó arriba y presionó bien, el Villarreal junto bien las líneas adelantando la defensa al medio del campo y achicando con sentido, el Villarreal juntó en el centro a Cani, a Cazorla y a Senna combinando y conectando con los inquietos y punzantes Fuster y Rossi y barrió del campo al Atlético de Madrid pese al denodado esfuerzo de un señor negro, calvo y profesional al que cariñosamente apodamos Asunción (y que, como usted habrá sin duda ya adivinado, volvió a ver, lógicamente, una tarjeta amarilla). En tan sólo media hora de juego, para ser exactos en 35 minutos, se vivió en el estadio Vicente Calderón un resumen diáfano de lo que se ha dicho en el párrafo anterior. El Villarreal hizo lo que quiso, y por donde quiso, con un Atlético de Madrid que, por momentos, pareció ridícula caricatura, absurdo remedo, innoble banda. Espantoso en defensa, con Valera superado una y otra vez, con Perea y Juanito inermes, ausentes y enervantes, con un Ujfalusi voluntarioso pero fuera de sitio. Intolerable en el medio, con un Simao muy irregular que tuvo que hacer de medio centro ante la enésima no comparecencia de un medio fantasista que tenemos, que dicen que es muy bueno, con Asunción literalmente desesperado y con un Jozean Reyes que fue el único que parecía saber jugar al fútbol de los nuestros. Que ya es triste, como dice un buen amigo. Y sonrojante en la punta del ataque, perdón, del ataque fantasma. Porque ayer, en el estadio Vicente Calderón, uno miraba al ataque del Atlético de Madrid y veía dos fantasmas, dos espectros, dos hologramas. Ayer, en el estadio Vicente Calderón, uno miraba la punta de lanza del Atlético de Madrid y no daba crédito, porque veía dos réplicas exactas, pero idénticas, de Diego Forlán y de Maximiliano Rodríguez, sabiendo, sin embargo, que es de todo punto imposible que esos dos patéticos bultos sospechosos que veía fueran verdaderamente Diego Forlán y Maximiliano Rodríguez.

En esos 35 minutos el único jugador del Atlético de Madrid que cumplió con su trabajo fue un Pobre Porterito Palentino, discutido y condenado por muchos ya desde el día de su presentación, como si el PPP tuviera alguna culpa de ser un joven y prometedor cancerbero que no le hacía ninguna falta a un equipo sobrado únicamente de eso, de jóvenes y prometedores guardametas. El Villarreal pudo marcar a los dos minutos, pero el PPP salió rápido y bien a los pies de Fuster que retrató a Perea en la primera que tuvo (Perea, por cierto, le propinó poco después uno de esos codazos absolutamente necios suyos con los que trata de justificar su injustificable presencia en el terreno de juego, esta vez, por suerte para el equipo, el árbitro no le vio). Tres minutos después era Cazorla el que chutaba, cómodo y con espacio, desde la frontal y el PPP, adornándose en exceso en un gesto palomitero de los que gustan de afearle sus detractores, desvió a córner. Dos minutos más tarde era otra vez Fuster el que probaba desde lejos al PPP que esta vez realiza una intervención de mérito para desviar a saque de esquina. En el minuto diez le tocó a Cani reírse de la zaga rojiblanca, aunque no atinó con un remate cruzado ante la alocada y mal calculada salida del PPP. Cinco minutos más tarde, Rossi disparaba, de nuevo sin oposición, desde la frontal, y su disparo se perdía fuera por poco, por muy poco. Poco después, de nuevo Rossi probaba suerte y el PPP detenía con apuros en dos tiempos. Increíblemente, tras el inapelable baño de juego y ocasiones recibido, el Atlético de Madrid se adelantaba en el marcador gracias a un exquisito pase interior de Jozean Reyes (poco antes le había dado otro igual a Maxi, sancionado con un inexistente fuera de juego) a Simao, que el portugués convertía en gol con elegancia y sangre fría. Increíblemente, después de la incontestable superioridad demostrada por el Villarreal en todos los aspectos del juego, el Atlético de Madrid se iba a la inmerecida ducha con ventaja en el marcador y los rumores de una grada con principio de congelación se tornaban sonrisas cautelosas.

Si en la primera mitad quedó claro que el actual Atlético de Madrid no puede jugar de igual a igual con el actual Villarreal, en la segunda parte se demostró que el actual Atlético de Madrid no vale siquiera para defender un marcador a favor y salvar los puntos. A los tres minutos de la reanudación, un jugador llamado Capdevila, uno de los titulares de aquel Atleti que se fue a Segunda, ahora convertido en internacional absoluto indiscutible y Campeón de Europa, centró tranquilamente desde su banda izquierda, un centro templado y muy lejano que el joven Fuster, en el balcón del área chica, remató abajo, como mandan los cánones, imponiéndose por enésima vez a Juanito y batiendo a un PPP que dudó donde no se duda y recogió el balón del fondo de su portería como el que tiene una certeza inútil. El Atlético tuvo una ocasión aislada, pero muy clara, en las botas de un replicante que se parece a Maximiliano Rodríguez como una gota de agua a otra gota de agua; mientras el Villarreal encadenaba, una tras otra, situaciones magníficas para marcar: la tuvo Rossi, pero remató fuera, otra vez por poco, la tuvo Escudero, pero su remate, que probablemente se colaba, pegó en Asunción, la tuvo Marcos Senna, ayer, por momentos, pletórico, al que le faltó precisión y la tuvo el central uruguayo Godín que erró clamorosamente rematando alto cuando estaba solo dentro del área. En el banquillo del Villarreal, Ernesto Valverde hizo tres cambios, refrescando en el momento justo a su equipo en el centro del campo y en el ataque. En el banquillo del Atlético de Madrid, QSF no se atrevió a quitar al golem rubio que algunos dicen que es el mismo delantero uruguayo que ganó la última Bota de Oro del fútbol europeo y, en su lugar, optó por retirar, bastante tarde, al inoperante sosias de Maximiliano Rodríguez. Poco después se lesionó Jozean Reyes, volteado salvajemente en un choque con Diego López, y QSF tomó la extraña determinación de dar entrada a Ignacio Camacho. El canterano tuvo la mejor ocasión del Atlético de Madrid, pero remató alto, en inmejorable posición, un saque de esquina botado por Simao. Se cumplía entonces el minuto 90, pero aún tuvo tiempo el Villarreal de marcar el gol del triunfo y de fallar una nueva ocasión. Escudero se marchó por la banda izquierda, defendido por la acuosa mirada lejana de Valera, centró al borde del área chica y Juanito, apurado por Joseba Llorente, se marcó en propia meta el gol del triunfo castellonense. Con el Atlético de Madrid ya definitivamente descompuesto y la grada finalmente gritando las verdades del barquero, que riman en il y en ón, el PPP salvó una doble ocasión saliendo valientemente a los pies de Escudero, primero, y de Joseba Llorente, después.

Turienzo Álvarez, que sin influir en modo alguno en el marcador, realizó un arbitraje paupérrimo, plagado de fallos de apreciación y de errores técnicos, pitó el final del partido, momento que aprovechó un impersonator del rubio delantero centro del Atlético de Madrid para conversar muy sonriente con sus presuntos compatriotas Godín y Eguren a propósito de las vacaciones navideñas en las playas de Punta del Este, del nuevo aspecto de Indy, la mascota del Atlético de Madrid, que ahora saca la lengua donde antes mostraba sonrisa mellada y, sobre todo, de la portada de la inefable revista Forza Atleti. Como decía mi abuelo, yo, por si acaso, me vine.

domingo, 6 de diciembre de 2009

EL TORO EMBOLAO

Por D. Ismael I de Onteniente


Se celebran en la Comunidad Valencia infinidad de Fiestas que tienen que ver, están basadas, o en las que el claro epicentro es la costumbre de correr toros en la calle.

Las modalidades son, no diría que infinitas pero si ciertamente abundantes, y ello hace que la imaginación para hacerle al pobre animal mil perrerías, ataviarle extrañamente, y darle un tute despiadado, sean muchas y algunas veces (demasiadas) desafortunadas.

Lugares donde se suelta al pobre bicho en recintos cerrados para solaz de los mozos y excitación de sus primas. Otros donde se le corre por las calles del pueblo (esta modalidad más tradicional, sí), se le acompaña a que salte al mar, se le reviste de antorchas y se le corretea en la noche templada de la primavera mediterránea.

No se asusten, que no voy a glosar aquí todas las imaginativas tradiciones taurinas que se le ocurren a las gentes levantiscas que adornan estas tierras, no vayamos a acabar escribiendo un catálogo de la Santa Inquisición.

Tampoco pretendo aquí entrar en la cuestión de si está bien o mal, de “cuán bien o mal está”, ni de que si en su pueblo de usted tiran a una cabra desde un puente de Calatrava, y en cambio en el mío solo se descuartiza un cerdo con cuchillos de Albacete, a ser posible marca Arco, como manda la tradición, y se le rocía con napalm. Si iniciamos este campeonato acabaremos sintiendo vergüenza propia, en vez de orgullo de pertenecer a estas tierras tan…levantiscas.

Lo cierto es que todo esto forma parte de nuestras costumbres más ancestrales, y que esa costumbre, esa tradición, o cultura está firmemente arraigada, y ahí sigue tras muchas generaciones…

El subidón de adrenalina (ahora se dice así, oigan), la emoción que se siente en la carrera, el riesgo, la excitación que provoca estar cerca de ese animal mítico y divino, el sabor de estar vivo que provoca esa pasión, el que no lo ha vivido, no me va a comprender, ya no digo compartir mi opinión, y yo no acierto a saber explicarlo mejor.

Ahora vienen nuestros amados dirigentes, en tropel, a regularlo todo, con ese afán de no estarse quietecitos, esa fiereza legisladora, esa pasión por buscar dónde regular, regular y regular, que les ha entrado desde un tiempo a esta parte. Pero hay que entenderles, pobrecillos, son tantos y están tan desocupados, que algo deben hacer. Administraciones que nos regulan tenemos, amigo Sancho. Pero esa es otra cuestión, en la que no me voy a meter, pues me llevaría a un debate que no es propio de este blog.

En el caso que me afecta, y durante las fiestas patronales, la modalidad es “Toro con cuerda Embolao”. Dicho así, no sabría contestar si es modalidad reconocida por el Comité Olímpico, igual da:

“En una ceremonia multitudinaria, se le cubre el astado del animal con una bolas protectoras, y se corre la fiera en el barrio viejo, por calles abarrotadas, tres toros cada día, que van atados, yo diría gobernados por una enorme cuerda, que evita los malos pasos y atenúa la gravedad de las cogidas”.

Y, fíjense, que digo multitudes, porque eso es lo más curioso: cuando yo era joven éramos 4 gatos los que corríamos el toro, mientras que ahora (y año tras año es mayor), el número de corredores es casi increíble, apenas puedes ver al toro.

Desde luego se ha convertido en la fiesta más popular, en la más arraigada. La gente come (imperativamente) cazuela de arroz al horno (algún día les daré la receta, que por cierto D. Carlos ha degustado varias veces), y no encuentras un bar libre ni harto de vino (lo que suele ser el estado normal).

Todos los viejos animamos a los corredores jóvenes, y de padres a hijos nos vamos pasando, en extraña genética, los consejos que atesoramos de generaciones:

“Donde y como correr, a qué prestar atención, en qué esquina te puede enganchar la cuerda, qué hacer en cada caso de comportamiento caprichoso del animal…”

Yo ya le pasé el testigo y los consejos a mi hijo, quien ya está en primera fila. Otra cosa en lo que opina mi mujer…

Pues ya ven, todo este rollete, aunque no lo crean tiene que ver con futbol y con el Atleti.

Y es que no puedo evitar, desde hace unos días, dejar de pensar en Quiqui Sánchez Flu y el Toro Embolao.

Me digo, “este equipo no lo coge cualquiera y lo intenta sacar adelante”, “este equipo no lo entiende ni la madre que lo parió”.

“Esta plantilla es totalmente mansa”, “estos jugadores van arrastrado una gruesa maroma mientras un montón de chupópteros tira de ellos, ni que decir que en dirección contraria”. Y les frena las aspiraciones ante la decepción de la afición, que gustaría de correr jubilosa con ellos, ante emociones y éxitos…

Un Toro Embolao le han dada a Quiqui, a ver cómo consigue que no le lleve por delante y le dé un viaje de mil pares de narices, el hombre.

Lo primero, que juzga el desconcierto que debe tener el míster, es que todos esperamos que armara el equipo, que consiguiera dar con una defensa de garantías, y dos medios centros para dejarse de bromas. Recuperación, esfuerzo, pelotazo arriba, y a tomar viento. Es lo que se esperaba, y a fe mía que parece haberlo intentado.

Pero no, esa no es la receta, la receta era dejar que las mismas e inexplicables por imprevisibles, características de este equipo, que tantas veces se han glosado aquí, dieran por sí mismas con la solución.

Porque, ya me dirán a mí, si parecía lógico dejar solo a Assun, y ponerle por delante a tres flojos, que alimenten de balones a los dos monstruos de arriba. Y digo tres flojos, en el buen sentido, no se me mal interprete: llamar flojos a Juradito, Reyes y Simao, es quedarme corto, muy corto.

Pero hete ahí que, mientras uno se friega los ojos para ver si son visiones, te encuentras a JoseAn recuperando balones y haciendo ayudas defensivas en la banda derecha. Simao ya lo hacía, lo sé, y Juradito lo intenta el pobre ( igual acaba el chico ganando cuerpo y vale para algo, en un par de ligas, no desesperen sus defensores, anden).

Así salió el equipo ante el Español, y ante el Jerez. Y claro, puede que ustedes digan que la solución estaba ahí, precisamente, en jugar contra el Español y el Jerez. Y llevan razón, pero hemos marcado seis golitos, y no nos han hecho casi ni una ocasión de gol, eso también es de razón.

Nuestro Toro Embolao, todavía nos dará revolcones y se llevará por delante a Quiqui, , no lo duden, pero, venga, algo es algo, caramba, falta que hacía, buff, ya era hora, caray (por poner comas, oigan).

El partido no lo vi. Bueno si que lo mire, pero verlo… Ya me entienden. Y creo que ya saben lo que pasa en las fiestas de estas tierras levantiscas… con decirles que estuve un rato convencido de que jugaba Caminero…

Aún así, me pareció ver al portero del Valladolid (no al que hemos fichado este año, al del año pasado), a Juanito jugando en dos demarcaciones a la vez, expulsado y seguir jugando, que lío.

Imaginen lo mal que iba, que llegue a ver a Valera trotando por la banda, otra alucinación sin duda.

A mi derecha decía un tipo “nosequé” de Perea, que digo yo que no jugó, pues hubiese hecho algún empastre y lo veríamos en los resúmenes…

El equipo rompiendo la defensa adelantada del rival (¿lo entrenará Abel, al Jerez?), que raro todo, …era mi padre ¿su padre se llamaba que raro? Que Raro Benson Señora…

Digan lo que digan, el Atleti ha sumado 6 puntitos que son casi tantos como en el resto de la liga, y ha dado alguna buena sensación, incluso yo diría más, alguna muy buena…

Qué fácil es escribir una crónica cuando el equipo gana. Ni siquiera hace falta hacer visto el partido, nos basta con disfrutar de la sensación de correr junto al toro, hacia adelante, con emoción.

No dudo que el toro, se frenará de repente, cuando menos convenga, se dará la vuelta y nos ganaremos un buen revolcón. Cuando ocurra exclamaremos aquello de: pero ¿qué esperaban?

En mi confusión final, percibí un detalle feo de Quiqui S. Flu, que no quisiera omitir:

Durante la expulsión de uno de los dos Juanitos, muchos concebimos la esperanza alborozada de que ello nos permitiría disfrutar del momento soñado de la noche , la reaparición del Gran Mariano, paladín de nuestro anhelo. Pero no, Quiqui nos demostró que de acuerdo que es un Toro Embolao lo que le ha tocado lidiar, pero alegrías las justas.

Mientras, en la noche de Gandía, un avieso pesimista se retorcía inquieto. No crean, era de emoción.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Gélida crónica de un partido que Agüero se empeñó en ganar

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Antes, cuando las cosas eran como deberían ser o al menos estaban más cerca de serlo, teníamos un equipo que a veces era un desastre. A veces jugaba mal, a veces perdía contra el último tras ganarle por cuatro o cinco al primero, a veces nos daba un disgusto y nos dejaba sin cenar y sin dormir y sin querer volver a hablar del tema hasta el miércoles o el jueves. A veces, pocas, nos dejaba en ridículo y nos veíamos obligados a defender nuestro honor (y el suyo) dándonos de tortas en una esquina del patio, durante el recreo. A veces perdía el partido que tenía ganado, a veces remontaba el partido que tenía perdido y volvía a perderlo quedando un minuto por quedarse mirando al tendido con cara de tonto, sin atender a lo importante. A veces caía con estruendo y temblaba Madrid entero, y parte de los alrededores, y gran parte de la Castilla que se llamaba entonces Nueva y lo mismo pasaba con la Vieja y con las principales cordilleras, valles, estepas, tundras, taigas, planicies, altiplanos, terrenos ganados al mar, pastizales herbáceos, sabanas, junglas, bosques tropicales, manglares, playas y penínsulas, estas últimas por todas partes salvo por una, llamada "istmo".



A veces, muchas veces, el equipo hacía lo que no debía, para lo bueno y para lo malo: cuando se le creía hundido hacía un partido memorable, cuando se esperaba que arrasara al rival salía tímido y vestido de marinerito al campo y lloriqueaba en cuanto le quitaban el balón. A veces, casi todas la veces, el equipo no permitía al seguidor relajarse ni un segundo porque en cualquier momento podría hacer algo sublime o algo totalmente imbécil, podría enlazar una jugada para la historia o marcar un gol en propia puerta desde el centro del campo, podría tocar a rebato y lanzarse a una carga suicida cuando la lógica reclamaba calma y frialdad o podría auto-inmolarse optando por la peor táctica posible en el momento menos indicado. El aficionado podría salir del campo harto de todo o hinchado como un pavo, resignado o furioso, eufórico o depresivo, pero nunca aburrido ni con la sensación de haber visto una película ya vista. El aficionado sabía que su equipo tenía el defecto gravísimo de la irresponsabilidad, la insensatez, la imprevisibilidad y la inmadurez. Pero eso mismo daba el encanto al equipo, hacía del equipo el nuestro, el distinto, el que es de los nuestros y nunca será entendido por los otros.

Porque el equipo, ante todo y sobre todo, lo que tenía era gracia. Gracia, sí. Ángel, gracia, personalidad, esa cualidad que le hace a uno reírse de medio lado sin saber muy bien por qué cuando presencia algo que debería en realidad hacerle montar en cólera. Talento, salero, arte, nunca supimos bien cómo llamarlo. La capacidad de sorprender, de asombrar, de desesperar, de hacernos odiarle y de admirarle al mismo tiempo y por el mismo motivo. El equipo era raro y no hacía lo que de él se esperaba, y daba igual que cambiaran los jugadores, la afición, el campo, la camiseta, la estación del año o la era geológica: la personalidad del equipo estaba por encima de todo eso, el equipo se comportaba igual de raro hoy que hacía cuarenta años, y lo haría igual que dentro de dos, o diez, o treinta, tuviera jugadores melenudos y de aspecto patibulario o distinguidos caballeros del área, incluso todos mezclados. El equipo era como era y por eso los aficionados estábamos tan identificados, por eso vivíamos con tanta intensidad sus genialidades y sus petardos, por eso estábamos siempre dispuestos a darnos de tortas por las esquinas de los patios de recreo para defender su honor y el nuestro. El equipo era el nuestro, con sus numerosas virtudes y precisamente por sus sonados defectos, que eran los de todos. Era el nuestro.

Y de eso, hoy, hemos pasado a un señor bajito con el pelo fosco sentado en un palco en el que no debe estar y a Cléber Santana. Y no sigo, que me conozco.

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Invitaba poco la noche a ir al fútbol y así lo entendió la afición, que de esto y del cuatro cuatro dos sabe una barbaridad. Unos prefirieron quedarse en casa en un sofá, delante de la tele y de un tazón lleno de sopa humeante y una mantita de cuadros sobre las rodillas, o bien en torno de una mesa camilla con brasero eléctrico, de esas que huelen fatal cuando se queman los flecos del mantel / colcha que las cubre; es difícil pensar en un plan mejor, por cierto. Otros prefirieron irse a un bar con los amigos a ver un partido en el que jugaba otro equipo para, una vez allí, según la temperatura, el resultado, el dinero que quedara en el bolsillo y las ganas, decidir si irían al Calderón o se quedarían tan tranquilitos pidiendo otra y analizando el evento planetario con el que los medios nos han atormentado toda la semana. Unos cuantos insensatos sí decidieron ir al campo a pesar de los pesares, esto es, a pesar del juego que promete el equipo, de la emoción que promete el rival y del frío que promete el río.

En total los insensatos no juntaban ni un tercio del aforo, poca cosa si uno tiene en cuenta que el equipo se jugaba salir del bochornoso puesto que ocupaba en la clasificación, mucho si uno piensa en el mal rato que suele brindar el equipo a todos aquellos que invierten su tiempo en él. Un tercio del aforo, también es verdad, es poca cosa para un equipo que presume de lista de espera de abonados, de aforo completo y de afición fiel-pero-tela-de-fiel, pero es mucho si uno piensa que el que juega es el tercero por la cola contra un equipo de media tabla que no da garantías de pelea, espectáculo o filigrana. Un tercio de entrada es un petardo para un partido en casa de un equipo histórico que dice tener más de un millón de seguidores cuando le analizan los peritos especializados en valorar marcas comerciales, pero es mucho cuando se habla de una afición harta, desmoralizada y, por lo general, no vacunada contra la gripe A ni experta en los efectos secundarios del Tamiflú, el medicamento con nombre de baile veraniego del que todo el mundo habla y nunca ha visto, más o menos como ese cerro de millones que la directiva afirma haber invertido en el Club. Un tercio del aforo en casa es una birria cuando es la ocasión de protestar contra la directiva por las últimas informaciones aparecidas por los medios, que hablan de saqueos e irregularidades e ilegalidades y golferías, pero es mucho cuando uno toma en consideración que lo que de verdad le importa a la gente es lo que les quieren contar y no lo que en realidad pasa.

Llegó pues la afición diezmada a la grada y había sitio por todas partes. Siéntese aquí, hombre, no, si aquí tengo sitio de sobra, no, si lo digo porque si se pone ahí me tapa la corriente y no hace tantísimo frío, anda, mire, qué cachondo. Como era un partido poco atractivo faltaban muchos de los habituales, que habían dejado el abono a un vecino que le cae gordo, a ver si se resfriaba; como eres, Aquilino, mira que si coge la gripe A - nada, nada, que se resfríe, que siempre saca la basura antes que nosotros y la deja en el sitio bueno del cubo, que se chinche. Cuando los invitados, poco conocedores de los códigos de la grada, iban por las filas de asientos desiertas mirando cuál era su número y le pedían a un señor que se moviera un sitio, que ese era el suyo, recibían miradas a mitad de camino entre la incredulidad, el odio y la lástima. Cuanto estos mismos no habituales se reventaban las manos aplaudiendo en los corners a Reyes, recibían miradas a mitad de camino entre la incredulidad, el odio y el paraguazo. Cuando estos mismos no habituales comentaban, quedando veinte minutos, que habían perdido la sensibilidad en varios dedos de manos y piernas y preguntaban al vecino si aún tenían la nariz en su sitio recibían miradas a medio camino entre la comprensión, la piedad y las ganas de decirles que en efecto, ya no tenían nariz y que en sus orificios nasales habían anidado dos bonitas perdices nivales o quizás fueran gansos árticos o puede que búhos de las nieves.

Salió el Atleti y los jugadores saltaron al campo, en su mayoría, en manga corta; la afición se miraba con cara de decir en efecto, estos son tontos perdidos y hasta el recién llegado asentía. Salió Asenjo vestido en tonos panza de mulo y el resto con el terno habitual. Salió Perea aún a riesgo de llevarse ya de salida una lluvia de orejas de burro y salió Domínguez de lateral izquierdo, y no salió con cofia de criada-para-todo porque a su manager, que es de Huelva, le pareció mal. Salió Assunção en el puesto de único medio centro con Jurado por delante, y el primero demostró que hay veces en las que él solito se basta y se sobra para hacerse con su parcela y el segundo demostró que él solito se basta y se sobra para hacerse desaparecer, sin marcaje al hombre del rival ni cobrador del frac ni capa élfica ni nada. Salió Simão por un lado y por el otro salió un tipo que no sabemos quién era pero se parecía muchísimo a Reyes. Salió Forlán con aire entre tristón y reivindicativo y salió Agüero y ahí paramos el párrafo, oiga, que se lo merece.

La congelada afición vio el equipo titular y sus tímidos gestos de sorpresa quedaron ahogados por las múltiples capas de tejido térmico que les protegían del temido Azote del Manzanares, también conocido como Relente del Calderón, ese frío húmedo que viene del río y que le cala a uno los huesos por mucha protección que lleve. El Relente, quiera uno o no quiera, acaba haciéndose con el control por más ropa técnica de montañero profesional que uno lleve, y no hay forma de estar calentito más allá del minuto quince del segundo tiempo. Helaíta, la afición miraba de frente al campo para no girarse mucho y que no le entrara por el cuello una cuchillada del Relente, y por ello se fijaba en la parte central del campo.

En ella, el infiltrado doble de Reyes no llamó en principio la atención de la grada, que asumió la presencia del jugador como parte del proceso de reinserción social que Quique Flores de Calcuta ha iniciado para sacar al chiquillo del mundo de los intocables. La gente se esperaba lo de siempre, esto es, un jugador con inexplicable sonrisa perpetua y pocas ganas de ganarse el jornal pero, oh sorpresa, se topó con otra cosa. El doble de Reyes peleaba los balones, pedía intervenir en las jugadas, tiraba paredes y pases al hueco con sentido, recuperaba la posición y se mostraba al compañero. Fue entonces cuando la sospecha invadió el graderío y la duda se hizo general. No es Reyes, decían unos, no puede ser, es otro, un gemelo. Es un juvenil cedido por el Salamanca, es uno del B que se ha colado en la convocatoria, es un espontáneo que ha aprovechado su parecido físico y está pidiendo una oportunidad, decían otros. Es Reyes poseído por un espíritu extraño, decían algunos más; un espíritu que sabe inglés y habla sin la zeta, añadían algunos mentalistas, muy comunes en la grada de lateral en partidos nocturnos. El caso es que el doble de Reyes, que no se sabe de dónde salió, jugó con ganas y calidad y tiró un pasecito estupendo a Agüero en la jugada del primer gol y la gente se lo agradeció jaleándole cada vez que sacaba un córner y diciendo muy bien, así sí, no como tu gemelo que es un sinvergüenza. Temeroso de que se oliera el pastel el colegiado, Quique Flores de Calcuta decidió retirar al jugador para evitar que se anulara el partido por alineación indebida y el misterioso jugador abandonó el terreno de juego entre ovaciones de otros dobles, esta vez dobles de aficionados exigentes que habían llegado también al graderío en lo que se intuye como la mayor operación de suplantación de personalidad desde los tiempos de Zelig. En ese momento, cuentan los cronistas mejor informados, se descubrió el pastel y quedó demostrado que el Reyes de ayer no era el Reyes verdadero cuando abandonó el estadio en un modesto Ford Fiesta, despidiéndose educadamente de la afición con un fuerte acento gallego.

Tras el gol de Forlán, el partido se durmió. Se durmió el Atleti y se durmió el rival, muy limitadito y con pocas ganas de jugar, quizás intrigado por el prodigio visto en la banda derecha o asombrado por lo poco que aporta Nakamura, con el ruido que ha montado. Se durmió la afición e hizo poco ruido durante un rato largo, como para no despertar al vecino que había cogido la postura o no romper el hechizo que había convertido a Reyes, o a su doble, en un futbolista. Forlán mostraba un poco más de alegría que hace unas jornadas, Simão jugaba tranquilo ante la poquita presión que hacía el rival y Assunção se bastaba para barrer su zona de banda a banda, cortar balones y dárselos al compañero. Jurado, como es habitual, no hacía nada: al ataque no se sumaba y en defensa no aparecía. Jurado tiene como característica encimar a su rival al trote y a un mínimo de siete metros de distancia.

- Es por lo de la gripe A, que se lo ha dicho su madre

- Ah

Y cuando la grada se esperaba un nuevo partido plúmbeo de esos que se complican cuando el equipo recula quedando diez minutos, Agüero dijo que no. No, dijo Agüero, ¿cómo que no? Que no, que no, que yo quiero jugar, oiga. Agüero lleva unos cuantos partidos mostrando más interés, más ganas de agradar y más ganas que jugar que todos los demás juntos, y cuando una estrella que juega en un equipo malete se porta así, se antoja sospechoso a los más escépticos. En fin. El árbitro, a todo esto, pitó una falta en un sitio cercano a la del gol del Chelsea y nadie quería tirarla. Yo tengo los pies fríos, yo tengo miedo de sufrir una elongación en el isquio-tibial, yo no sé lo que es eso pero que la tire otro. El Kun quiso tirarla y la tiró de manera sublime, al palo corto, baja, botando en el propio palo, imposible para el portero. Gol del Atleti, el partido se tranquilizaba, el equipo salía del descenso y la gente debía estar ya congelada, porque si no, conociendo el percal reciente del Calderón, habrían hecho la ola y propuesto ir a Neptuno a bailar la conga.

Y cuando parecía que no había más pescado que vender, el Kun no estuvo de acuerdo. Le dio igual dejar en evidencia a los rivales, le dio igual dejar en evidencia a los compañeros, le dio igual disparar los rumores sobre si lo que quiere es lucirse para que le compre el Chelsea y le dio igual convertir las pupilas de la directiva en signos de dólar y provocar un paro cardiaco en el palco ante la posibilidad de que su cotización se dispare. El Kun volvió a marcar un gol feucho tras un rebote en el área pequeña y el Atleti, con tres cero, pensó que ya. Que ya estaba, que qué alegría, que para la ducha y a cenar, que es lo que nos gusta. Pero no el Kun. El Kun quería más y lo dejó claro: quiero más. Soy un jugador diferente, quiero más, si puedo meter cinco meteré cinco, y si puedo meteré más; yo lo que quiero es mejorar, ganar, hacer cosas que sólo hacen unos pocos y, de entre éstos, sólo los que son buenos. Le llegó un balón al Kun en medio del campo con el partido resuelto y dijo ésta es la mía. Se la pudo dar a Maxi, se pudo limitar a pasar el balón al compañero y no quiso. Arrancó, provocó a los rivales, tiró de potencia y motivación en el minuto noventa de un partido resuelto, se fue por calidad y ganas y, cuando podía tirar a puerta, encima le dio un balón a Maxi, el compañero que marcó el cuarto. El Kun convirtió un partido anodino en un partido de fútbol, convirtió un balón insulso en el medio campo en un golazo y convirtió una noche gélida en una noche no tirada a la basura. El Kun, en fin, se comportó como un jugador de fútbol, algo cada vez menos frecuente en el Calderón.

El Kun dice ahora cosas que invitan a pensar que no le veremos mucho tiempo con la rojiblanca. Me quedo hasta junio, dice el Kun, y ya se sabe en este deporte que cuando alguien dice que se queda es porque está pensando en irse. El Kun vale mucho dinero y ya se sabe en este equipo que todo lo que huela a dinero desaparece en una maraña de contabilidad creativa, intermediarios y fincas con ganadería. El Kun quiere llegar a ser una estrella mundial y para eso necesita un Club capaz de retener lo bueno y no venderlo por treinta monedas. Y, como bien sabe un tipo con pecas nacido en Fuenlabrada, éste, aunque nos pese, podría ser el sitio idóneo pero hay un par de tipos que ni saben ni quieren ni pueden entenderlo.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Apoel de Nicosia - Atlético de Madrid ...

... o la breve crónica de un partido jugado contra un rival menor terminado con bochornoso empate en el que el Atleti no hizo nada de mérito salvo conseguir dormir, que ya casi ni irritar, a la afición propia que, congregada en bares, asistió al espectáculo con el alborozo con el que se hace la declaración de la renta, se repasa un balance o se mira la pared mientras se seca la pintura:








Bah...

domingo, 22 de noviembre de 2009

Breve ensayo sobre la mala pinta

Cuando podía dar algún síntoma de recuperación o algún motivo para la esperanza, el Atleti hizo acopio de herramientas con las que cavar su propia fosa, abochornar a los suyos y dejar una vez más a las claras que por este camino no vamos a ningún sitio de los que nos merecemos ir.


Debe resultar muy complicado recibir el encargo de narrar la decadencia de una institución querida o la decrepitud de un familiar próximo, la pérdida de prestigio y dignidad de un ídolo antes venerado. Peor aún debe ser verse en la obligación de hacerlo voluntariamente para contarle al resto lo que ocurre y no quieren ver, o lo que saben que ocurre pero no quieren o no pueden describir. Estos encargos son los que nadie acepta, igual que estos acontecimientos son los que nadie quiere vivir y mucho menos transmitir al resto, obligados a vencer momentáneamente el asco y la desesperación para describir con detalle el proceso de degradación del enfermo terminal o la descomposición de lo que parece un cadáver a ojos de la mayoría pero al que algunos, admirables, siguen intentando devolver al mundo de los sanos, animándose los unos a los otros mientras practican durante horas, o días, o años el masaje cardíaco que según los libros sólo merece la pena aplicar durante unos segundos. Debe ser durísimo estar en esa situación, menos mal que nunca nos ha pasado, debe ser horrible, esperemos que no nos ocurra a ninguno nunca, ni si quiera a Vd que es tan antipático a veces y suele escaquearse de pagar cuando vamos a escote. Esperemos.
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Hace una semana la prensa hablaba, una vez más, del interés de un equipo rico por una de las estrellas de un equipo en quiebra; así visto, que se puede ver así, no me negarán que invita poco al optimismo. El aficionado atlético de cana y pedigree sabe que estas cosas son así desde siempre y lo toma con más tranquilidad que los más jóvenes, siempre más sensibles a las chuflas de los vecinos y a la desesperación del que ve que se le queda el equipo en nada, quizás por ser ésta una sensación que conoce bien desde que él mismo colgaba pancartas en las que ponía Futre no te vayas. El aficionado más curtido mira lo que rodea a los rumores sobre Agüero y se hace una idea de la idea que tiene el club respecto al futuro deportivo de la entidad y ve cosas que le intranquilizan.

Ve, por ejemplo, que finalmente se anunció la renovación oficial de Forlán tras otros anuncios oficiales y desmentidos oficiosos y entrevistas con sugerencias y artículos con rumores y disgustos. Firmó Forlán en clara aliteración y lo hizo de forma extraña, como sin querer, tardando más de lo normal, quizás sin ilusión o sin estar del todo convencido de lo que hacía. Lo hizo tras escuchar con atención ofertas de otros que le ofrecían mejores proyectos deportivos y el clamor de la grada que lo considera un héroe. Pensó en su firma mientras su selección se jugaba el pase al mundial y mientras su club hacía la pretemporada y dio la impresión de que se lo pensaba mucho, ya fuera porque el borrador de contrato que le pasaban contenía erratas y estaba impreso en papel usado por la otra cara, para ahorrar, ya fuera porque no se fiaba de la imaginativa fórmula de pago que le ofrecían los abogados del club, de aspecto patibulario y con demasiadas direcciones diferentes en el membrete del despacho como para no sospechar. Forlán esperaba un papel en condiciones que firmar y no sabemos si fue por la intranquilidad del proceso o por hacer presión al club, jugó fatal los primeros partidos de la temporada. Forlán tiraba a puerta desde todas partes y a todas horas, controlaba los balones sin precisión ni garantía, correteaba por todo el campo sin ton ni son y desesperaba a la grada a pesar del inmenso crédito generado durante la temporada anterior. Pero Forlán firmó finalmente y conociendo a la otra parte contratante de la primera parte posiblemente le dieran para ello un boli Bic sin capuchón ni tapita de esa de atrás, firme oiga, firme. No funciona, no pinta, diría Forlán, ¿no tiene Vd otro bolígrafo o un pilot de esos tan buenos o aunque sea un rotulador Carioca de esos de caja rectangular con muchísimos colores de los que sólo funcionaban los que nadie usa nunca, como el verde agua, el gris plomo, el marrón Citroen Visa o el amarillo lima-limón? Pues no, no tenemos, oiga, no sea Vd impertinente por más que la afición le idolatre y tenga Vd más abdominales que nosotros deudas. Déle aliento al boli, oiga, o haga unas rayitas en la suela de la zapatilla que lleva, ahí, ahí, eso es, ah, no, espere que aquí tengo otro en un cubilete al lado del teléfono, ese sitio en el que se guardan los bolis que nunca funcionan cuando hace falta, este mismo debe pintar bien, que es de un motel de carretera. Firmó Forlán, que algo es algo, pero llegó tan cansado de sus periplos mundialistas que estaba hecho unos zorros y el sábado ni jugó ni nada pero estuvo toda la segunda parte calentando. Pero al menos firmó un tipo que sabe de qué va esto del fútbol, por más que últimamente juegue malísimamente.

Desde que el experto futbolístico Enrique “Gurú” Cerezo se hizo cargo a bombo y platillo de las decisiones deportivas de la entidad (no se ría Vd, oiga, que le veo) renovaron también tres pilares fundamentales del Atleti que se avecina, del Atleti que se ofrece a Agüero como equipo en el que consolidar su carrera, la plantilla con la que retirarse tras años y años de éxitos. Se renovó a Diego Costa, jugador de cierta calidad y temperamento indomable que lleva años de equipo en equipo a ver si se centra ya. Se renovó a Cléber y en varias universidades se abrieron grandes debates sobre el verdadero sentido de la renovación mientras que en varios bares brasileños se morían de risa y se echaban a las calle las escuelas de samba a ver quién hacía la letra más ingeniosa a la hora de hacer mofa de los timados. Se renovó también al artista antes conocido como Jurado, ese jugador del que hablan maravillas aquellos que no tienen que sufrirlo partido tras partido o aquellos que se limitan a ver los resúmenes de la noche y sacan conclusiones que elevan a dogma de fe tras ver un taconazo contra un segunda B. Renovó Jurado tras casi sesenta partidos en el Atleti en los que no ha conseguido convencer a casi nadie de casi nada, pero se vendió como la renovación apresurada que no se puede demorar por miedo a que llegue otro más listo que ya ha reconocido la perla que se esconde dentro de la ostra. Renovó Jurado y se anunció a bombo y platillo, a sabiendas de que el aficionado que sólo ve partidos en la tele y no sigue a los jugadores con atención en el campo lo celebraría con el alboroto que requieren las verdaderas buenas nuevas. Renovó Jurado y no trascendieron algunas cláusulas impuestas por el jugador, como la que al parecer impone sanciones a los compañeros que le roben la merienda de la taquilla – en especial los días en que tenga pan con chocolate - y la obligación para el club de asegurar que no compartirá habitación con Ujfalusi en las concentraciones, porque el renovado, aterrado, no pega ojo.

Sacó conclusiones de todo ello el aficionado preocupado y se echó a temblar.
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Con estos precedentes inquietantes llegaba el Atleti a la Coruña, que es un sitio estupendo en el que se come muy bien y se puede pasear por la playa en los días de invierno, a jugarse contra el Depor la posibilidad de sacar la nariz del agua y tomar aire, de llenar los pulmones a costa de un rival que hace semanas se antojaba limitado y más que asequible y que ahora parece inalcanzable y superior. Llegaba el Atleti con una única misión posible: ganar y recuperar el ritmo de la competición, salir de la espiral de fracasos que este año describe la trayectoria del equipo, y nada más empezar pareció que podría ser posible. Marcó el Kun a los tres minutos de partido y la afición, bien recién levantada de la siesta, bien con el café recién terminado, creyó por un momento que las cosas podrían ser como debían.

La afición, pobrecita, pensó que a ver si el equipo entendía las cosas y asumía por fin la responsabilidad de darle la vuelta a la trayectoria del año en curso. Para ello contaba con Asenjo, que volvió a dar la sensación de no saber muy bien dónde está a veces la portería y que hizo alguna parada de mérito, y con una defensa preocupante de inicio: Antonio López, blando y con poca participación como todo el año; Pablo, que hizo algunas cosas bien y varias muy mal, en concreto dos penaltis de los que sólo se lanzó uno; Perea, autor de algunos de los errores más monumentales que uno recuerda, con mención especial a un pase de tacón al rival, y garantía de estrés cardíaco para la afición; y finalmente, Domínguez, el más joven, el menos experto, el más nuevo en la profesión. Domínguez, qué cosas pasan, fue el mejor, el que mostró más arrestos y más galones y más saber estar cuando las cosas no se ponen bien. Domínguez, que cuenta sus apariciones en el Atleti con buenos partidos, pertenece a una generación prometedora de futbolistas criados en casa que tienen que ganarse el puesto a sangre y fuego mientras renuevan jugadores insulsos, sin compromiso, sin calidad, sin sangre, sin fútbol, sin presente y sin futuro. Ser canterano en el Atleti es como ser niño en la grada del Calderón: algo que hace sentirse idiota al que lo vive en primera persona y culpable al que indujo la decisión. Domínguez tiene pinta de jugador más que aprovechable y también, lamentablemente, de víctima de la política deportiva del club y de sus deshonestos responsables a menos que la cosa cambie radicalmente.

En el centro del campo jugaron Assunção y Raúl García, la única pareja de la zona, ante la ausencia hasta ahora de Camacho, que invita a pensar en brega, compromiso e intensidad, la única combinación que parece viable para evitar el descalabro seguro. Poco duró el invento: Raúl García volvió a lesionarse poco después de que el Depor hubiera empatado, cómo no, a balón parado. En su sustitución salió Cléber y la combatividad del equipo descendió al nivel de un grupo de carmelitas descalzas. El repertorio de repliegues de Cléber podría ser útil en terapias anti-estrés junto con la contemplación de acuarios y el cronometraje de caracoles, pero nunca para un equipo de fútbol. La entrada de Cléber terminó por desubicar a Assunção y dado que Jurado era otra de las patas del frágil entramado del centro del campo, el partido parecía perdido o, al menos, no ganado. Remontar un partido contra un equipo ordenado que exija cierto músculo con Cléber, Jurado y el absurdo Sinama es simplemente imposible o al menos altamente improbable. Cuando uno junta en un campo a tres jugadores sin carácter, sin ganas de ayudar al equipo y sin la calidad suficiente como para compensar sus inmensas carencias con alguna aportación positiva, el lastre es demasiado pesado como para no irse al fondo.

El equipo que jugó en Coruña gran parte del tiempo no sólo carecía, como es tradicional, de patrón de juego e identidad sino que tampoco tenía jugadores de calidad, liderato o carácter capaces de pegar una voz que hiciera despertar a los renovados o apretar filas a la defensa despistada. Ausentes Forlán, Ujfalusi, Simão y Raúl García, sólo Maxi parece una alternativa a la carga solitaria y desesperada de Agüero. Maxi, aún intermitente y lejos de lo que de él se espera, lució ayer entre la mediocridad del equipo y pareció a ratos uno de los pocos jugadores de fútbol de nuestro bando; esto no dice mucho de Maxi, sino más bien muy poco del resto. La salida de Simão contribuyó a la mejora momentánea y al aumento de la intensidad, pero no sólo no se consiguió darle la vuelta al partido sino que se terminó perdiendo con un penalti en el descuento en un episodio más de la ópera bufa en la que se ha convertido este club. El resumen, empero, es claro: es complicado ganar partidos con jugadores tan malos, es complicado no perderlos con jugadores tan pusilánimes.

Tras 11 jornadas, que ahí es nada, el equipo está en descenso y con 7 puntos de 33 posibles. El equipo no juega a nada y carece de referentes, algo especialmente visible cuando los buenos jugadores han estado centrados en meter a sus selecciones en el mundial. Raúl García será baja unos partidos, lo que se antoja un problema enorme sólo amortiguado en parte por la baja forzada de Cléber el próximo partido de liga, lo que puede permitir a Camacho tener sus primeros minutos. El portero siembra dudas, la defensa recolecta las dudas, gordas como calabazas, que lleva sembrando un tiempo, y cuando en la media se juntan Cléber y Jurado la intensidad del juego recuerda a una partida de bridge en un asilo de Cornualles. Urge la vuelta de Forlán al mundo de los vivos, urge la continuidad de Simão y la mejoría de Maxi, y urge que Agüero no tenga más motivos para mostrar la desesperación que lució ayer tras el penalti, protestando con la intensidad del que busca una tarjeta que le libre de jugar con semejantes compañeros. Urge una defensa contundente, la vuelta de Ujfalusi y los galones en los hombros de Domínguez, urge encontrar un patrón de juego aunque sea provisional y urgen refuerzos. Urge tomar conciencia de dónde está el equipo, reorientar objetivos a corto plazo y actuar como la camiseta exige, esto es, con honestidad y entrega. Urge corregir muchas cosas a corto plazo y aún más a medio y largo, que de esas ya hablaremos. Pero, lo que es ahora, el equipo tiene mala pinta. Muy mala pinta. Muy muy mala pinta.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Gruñonas reflexiones sobre ese partido que ya no existe

Salió el Atleti a jugar el partido en el que la grada se juega el orgullo y lo hizo con la intensidad de quien juega al bingo solidario.


Desde hace algunos años se viene jugando en Madrid un partido de fútbol - o más bien dos, que se juega normalmente dos veces al año - que enfrenta al equipo antes conocido como Club Atlético de Madrid contra el otro equipo grande de la capital, su rival geográfico, social e histórico. El partido, llamado derbi o derby o vaya Vd a saber cómo y por qué, se llama también el clásico de Madrid y en su momento se comparaba con otros choques entre equipos punteros de la misma ciudad que se celebraban en otras partes del mundo. Liverpool, Milán, Manchester, Glasgow, Londres, Buenos Aires, Rosario, Río, Roma, Sevilla y alguna más tienen también clásicos, partidos entre equipos vecinos en los que se pone en juego mucho más que los puntos que da cada victoria o cada empate. El derbi sirve para abrir o cerrar heridas históricas, hacer apuestas, dejar de hablar con amigos del alma, juntar y romper familias, dejar de ir a bares o ir sólo a otros, recuperar el orgullo o verse obligado a defender la dignidad con labia, argumentos, desprecio o el vuelo de sillas en el caso de que las cosas no hayan ido bien del todo. En todas las ciudades grandes con tradición futbolística la gente es de un equipo y va con esa circunstancia al fin del mundo; busca instintivamente los bares en los que se reúnen sus correligionarios, nunca compraría un coche con los colores del rival, evita para sus hijos los nombres de pila de jugadores del oponente, gusta de los barrios en los que los suyos son mayoría y da cortes de manga cuando pasa cerca del campo enemigo en autobús, aunque éste esté lleno y se asusten mucho las señoras mayores. La gente es de su equipo y por tanto ve en el rival la perfecta metáfora de la infección vírica a gran escala, el símbolo de todos los males, injusticias y trampas, la causa de todos los problemas y la diana de todos los odios. Esto, naturalmente, siempre ha pasado en Madrid, ciudad en la que la gente respetable y de fiar siempre ha sido del Atleti y, el resto (junto con gran cantidad de no aficionados, turistas japoneses y hombres de negocio con contactos y corbata), de su molesto rival del norte.

El clásico de Madrid, derbi castizo y pasional que ha dejado páginas y páginas escritas sobre la lucha entre el bien y el mal, este último revestido del infecto color blanco, ya no se juega. Hace años que lo sospechábamos, pero ahora ya lo sabemos. Y no es que se haya dejado libre su fecha en el calendario, no, que se aún aparece en las quinielas y en los periódicos. Y no es que las partes hayan preferido llegar a un pacto de no agresión y empatar siempre para evitar las grandes cantidades de muebles arrojados por las ventanas, adolescentes rebeldes expulsados del hogar familiar y conventos incendiados que seguían a los partidos, no. Tampoco ha intervenido la OTAN, como se venía reclamando desde Amnistía Internacional, ni ha sido obra de la mediación de la Comunidad de San Egidio o de una ONG de intelectuales con gafas ni de un importante Club de Ajedrez. El clásico ya no se juega, qué cosas pasan, porque a una de las partes se le ha olvidado lo que era.

Desde hace unos años, cifra exacta que no reproduciremos por si estas líneas las lee algún señor mayor que se pueda llevar un susto, en el Calderón ya no se juega el derbi. No se trata de que no se gane al rival, de que se pierdan partidos que nunca se debieron perder, de que se reciba siempre un gol en los primeros minutos, de que se violenten lastimosamente las cifras que muestra la historia. No se trata tampoco de que los equipos que el Atleti saca en esa cita anual no estén a la altura no ya de su historia, sino de la historia de su filial, ni tampoco del atentado a las buenas costumbres que supone que, desde hace años, en un día tan importante para afición y estadística ande por el campo saludando al respetable un mapache mellado lleno de lamparones. No es tampoco cuestión de superioridad futbolística de uno sobre otro, ni de disparidad en el número de puntos obtenidos ni del número de errores arbitrales sufridos por los locales, ya parte tan integrante del clásico como la porra de bar, la llamada del cuñado impertinente y las discusiones con el departamento de contabilidad en pleno. Sencillamente, el derbi dejó de ser un derbi y se convirtió en un partido normal, en uno más, un partido intrascendente de resultado previsible, una página más en una guía de teléfonos. Un partido que el rival prefiere no perder pero que sabe que va a ganar, y, sobre todo, que no va a tener que pagar con sangre, sudor y lágrimas el haberse metido en un avispero. Un petardo, oiga.

Todo esto no es cosa nueva, pasa desde hace unos años, es la crónica de la anunciada muerte de un partido histórico que presagia un fin quizás similar para una de las entidades que hay detrás de él. Desde hace unos años, y en especial desde que sobre el club recae la maldición de ser gestionado por una pareja cómica que, de ser protagonistas de una serie de dibujos animados serían probablemente interpretados por un erizo bajito con traje azul y un lenguado alto y delgado, el derbi ha quedado para lo anecdótico y nunca para lo esencial. El derbi ya no es un partido a cara de perro del que salir rabioso pero orgulloso cuando se pierde, o feliz hasta el infinito cuando se gana. El derbi ha quedado para que los reventas hagan frente a la crisis y para que aquél al que le sobra una entrada le de una alegría a un cuñado. Ha quedado para que cuando uno se cruza en el ascensor con el vecino en vez de mirar al suelo diga bueno y hoy qué, a ver, yo creo que ganáis, no sé, no creo, son muy malos, bueno, este es mi piso, hala, hasta luego. Ha quedado para que la policía lo pase pipa estrenando sus juguetes en los alrededores del campo y puedan dedicarse a su divertimento favorito: tutear al ciudadano con aire amenazante escondidos tras un pasamontañas, un casco blindado, una coraza de samurai y una porra de reglamento. La policía también exhibe coqueta sus caballos, todos la mar de bonitos y bien cepillados, sobre todo un alazán altísimo que es un clásico en el estadio y cuya cabeza cualquier día vemos sobresalir por encima del segundo anfiteatro pidiendo más intensidad defensiva a Jurado. Uno diría que en los últimos años los más felices tras el derbi son los policías acorazados, que vuelven a casa con los ojos brillantitos y cuelgan el casco en el perchero y le dicen a su señora hola cariño, mira, hoy vengo contento, hoy amenacé al contribuyente sin ningún tipo de modales y con ese aire tan nuestro de decir mire yo tengo una porra y malas pulgas y si Vd muestra lo mismo desde su lado, le aporreo ayudado por mis compañeros y además le detenemos, le llevamos a juicio y testificamos todos a una diciendo que fue Vd el responsable de la pérdida de Cuba. La fuerza pública necesita motivación, oiga, de alguna manera habrá que tener contenta a la muchachada.

Aunque el ambiente pre partido pueda ser algo más especial de lo normal, una vez dentro del campo el derbi dura poco. Y es que desde hace unos años el Atleti, equipo que cada vez aparece en público en menos ocasiones, no aparece en el derbi y, lo que es peor, tampoco lo hace la afición. En día de derbi es cierto que acude más gente al estadio y es verdad que el ambiente es algo más intenso que en otros partidos, pero la grada, obviamente contagiada por lo inoperante de los jugadores, no vive el partido como debiera ni como le gustaría. La grada, resignada, va al campo esperando un resultado negativo que últimamente por desgracia se suele confirmar y, hastiada, ya hace poco por evitarlo, por contribuir mínimamente a ayudar a unos jugadores que, por lo general, ni merecen la ayuda ni sabrían qué hacer con ella. La grada vive el partido con nervios pero sabedora de que lo normal es que pronto se disipen, una vez se encuentren con el gol en contra y, lo que es peor, con la sensación de indolencia y desidia que muestra el equipo últimamente en estas ocasiones. La grada vive el gol rival con la resignación del que sabe lo que va a ocurrir y no va a poder evitar, y con la desesperación del que sabe que el llamado a evitarlo no tiene ningún interés en hacerlo. La grada ya no ruge como antes, quizás harta de hacerlo sin resultado, quizás por no asustar a sus propios jugadores quienes, frágiles como alevines, ausentes como enfermos anestesiados e impotentes como los pobres clientes del mayor anunciante de la revista oficial del club, salen a jugar contra el enemigo histórico con el único objetivo de obtener una camiseta del rival para su sobrino, que es que se le acaba de caer un diente y le haría ilusión, al chico.

Como el derbi ya no es derbi ni nada que se le parezca, durante el mismo pasan cosas increíbles a ojos del que vivió el partido en otras épocas. Por ejemplo, para asombro del respetable, durante el derbi de ayer se pudo ver a varios jugadores trotando con aire de niña que va de picnic campestre mientras se replegaba el equipo, ajenos a la urgencia de recuperar la posición cuando el rival contraataca; en este apartado destacaron Cléber y Jurado, auto investidos en jugadores sin obligaciones defensivas, y Reyes, de nuevo luciendo despiste y ausencia. Si en el pasado algún jugador hubiera vuelto al trote tras perder un balón en un partido similar, no sólo habría recibido la ira de la grada sino que se las habría tenido que ver en el vestuario con algún compañero con bigote; ahora se reclama la titularidad de los protagonistas y se les ovaciona cuando salen. Pudo verse también el asombroso espectáculo de un rival celebrando un gol con un ridículo baile simiesco, haciendo pareja artística con otro compañero; ambos jugadores, por cierto, protagonizaron hace poco tiempo uno de los episodios más lamentables que uno recuerda en un campo de fútbol y son ahora ídolos de su señorial afición. En el pasado un gol en el Calderón se celebraba con la urgencia del que no quiere perder la concentración, sabedor de que el rival es mucho rival y que un momento de despiste conduce a la derrota; ahora se celebra bailando el bimbó y a la gente le parece bien. Pudo verse a un jugador local intercambiando su camiseta con el portero rival al medio tiempo, con cero dos en el marcador y a los ojos de todos. Pudo verse por televisión a un empleado del club, vestido con el uniforme de la empresa de seguridad que vela por la tranquilidad en la grada, haciéndose fotos entre risitas con el portero rival, en el césped del estadio y en directo para toda España; cuando este mismo empleado acuda a quitar alguna de las pancartas que desde el palco exigen retirar por cometer el pecado de llamarles por su nombre, imaginamos que llevará orgulloso la foto del enemigo como salvapantallas del móvil (eso sí, al menos no se le podrá acusar de incoherente). Y es que por más que la gente pueda ser del equipo que le dé la gana, antes había cierta discreción a la hora de trabajar para el enemigo.

- Bueno, y del partido de ayer ¿no dice Vd nada?
- No

Bueno, sí, sí digo, pero poco. Poca cosa. Que Ujfalusi fue quizás el mejor, siempre dispuesto a ofrecerse y con mucho acierto en entradas por la banda y en el pase. Que el Atleti es un equipo inocente que no alcanza a entender ni aprovechar cuando el rival tiene defensas con clara querencia a la tarjeta amarilla hasta que no sale Agüero. Que salir con Cléber, Jurado y Reyes juntos es dar demasiada ventaja a un rival que tiene jugadores en edad adulta. Que Raúl García debe estar pensando que por qué nadie le ayuda, por qué siempre tiene que correr por tres y bailar con la más fea. Que Asenjo tiene serios problemas a la hora de saber dónde queda exactamente la portería a su espalda, y esto no es especialmene tranquilizador. Que Perea, tras años de pifias, no ha conseguido entender que no debe sacar el balón jugado y limitarse a hacer lo poco en lo que no aporta riesgo de desgracia. Que Perea, siendo un desastre, no es al único que hay que pitar cada vez que la toca. Que Forlán está peor que nunca, impreciso hasta la desesperación en los controles y con una obcecación con el gol poco sana. Que Simão debió marcar la que tuvo o dársela a Forlán, que le acompañaba en buena situación, y que debió explotar más el tener frente a él el lateral con menos seso del fútbol mundial. Que Pablo quizás cometió errores y tuvo aciertos, pero fue el único que tuvo la torería de salir al sprint cuando salió su número en la tabla del cuarto árbitro, demostrando que a él sí le preocupa perder tiempo cuando el equipo pierde. Que contra un rival limitadito encajar tres goles en tres tiros que van dentro es un dato preocupantísimo. Que Jurado probablemente signifique “intrascendente” en el idioma de los antiguos tartessos gaditanos y que Sinama-Pongolle debe ser un plato etíope preparado principalmente en las bodas de los primogénitos. Que Quique tiró un tiempo a la basura, sacando un equipo con demasiados jugadores blandos indignos de jugar en el Atleti y menos en un partido así. Y, sobre todo, que Agüero, aún lejos de su mejor momento, es totalmente necesario en este equipo, más aún cuando su compañero de ataque pasa un momento de juego nefasto que lastra a todo el resto. Que la afición pasa con demasiada facilidad de gritar “jugadores, mercenarios” a bailar al alegre son de las canciones infantiles y que evita gritar contra los responsables únicos del desaguisado con una inconsciencia suicida. Que resulta del todo increíble que se ovacione al final del partido a unos jugadores que sólo jugaron quince minutos y consiguieron maquillar un resultado vergonzante tras un partido que pudo acabar en humillación aún mayor. Que una afición a la que es sencillo acallar subiendo con un mando a distancia el volumen del himno al final de cada partido tiene un serio problema de irresponsabilidad. Y que el año sigue pintando de lo más feo. Muy feo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

De lógica, desesperación y esperanza

Jugó el Atleti en San Mamés y, cuando la afición esperaba ver algo que le invitara al optimismo y al convencimiento de que ya está aquí la nueva era, casi nada cambió.


Tras nueve jornadas, que es un cuarto de la liga, el Atleti está en descenso. En descenso. Hombre, si esto no ha hecho más que empezar, no sea Vd cenizo, no es para tanto, la liga es muy larga, esto tendrá que funcionar más tarde o más temprano, ¿o es que cree Vd que no vamos a ganar ningún partido este año? ¿piensa Vd que ni el Kun ni Forlán van a volver a marcar nunca, piensa que este año todas van a ir al palo? Tranquilo, hombre, son rachas, ya cambiarán, el Atleti es así, el sábado sin ir más lejos se juega en casa contra el otro equipo grande de la capital y el Atleti, que hace lo que nadie espera por más que ya esperemos que haga exactamente lo contrario de lo que sería lógico esperar, lo mismo gana. Y además, ¿qué esperaba Vd? Quique lleva horas, HORAS como entrenador, no ha tenido tiempo de cambiar nada, no esperaría Vd un cambio radical, ¿no? No, uno no esperaba nada, uno sabe que llevamos poco tiempo de liga y que hay tiempo para enderezar las cosas y que con esta plantilla quizás no se pueda esperar tanto como nos han vendido pero tampoco hay que pensar que nos vamos a Segunda así de sopetón, pero cuando uno abre el periódico y se va a la clasificación de Primera tiene que bajar mucho la vista, y pasar de largo los puestos agradables y seguir bajando el cuello y pasar la tierra de nadie y el lugar donde se hace feo y seco el paisaje y aún así hay que seguir bajando y bajando hasta los puestos que están en rojo porque, tras nueve jornadas, que es un cuarto de la liga, el Atleti está en descenso. En descenso.

En fin. Llegaba el Atleti a San Mamés, que es un estadio que, en contra de lo que cuenta la leyenda, a uno le gusta especialmente porque no sólo está en el centro de la ciudad sino que además cuando uno ha ido por ahí le han invitado a aperitivos, digestivos y copas largar sin dejar espacio a la negativa, y la cosa no pintaba bien, pero tampoco mal. El Athletic no estaba en buen momento y el Atleti debería aprovecharlo. La llegada del nuevo entrenador siempre ayuda a intentar ver las cosas un poco mejor que antes, y si la prensa colabora pues ya ni les cuento yo a Vds. Tras el partido de copa contra el Marbella la prensa hablaba de mejoría y de cambio y de aires nuevos y hubo quien habló de revolución, y no crean que es esto una chanza que hace el que suscribe, no, no, qué va, hubo quien habló de revolución y se publicó y todo y ni se rieron en la reunión editorial ni despidieron al autor del artículo ni le tiraron el ordenador por la ventana ni le pegaron en la espalda un cartel que ponía “humorista”. Nada de eso, eso no, pero hombre, ¿en qué mundo vive Vd?

En fin. Llegó el Atleti a San Mamés, que es un estadio viejo pero con solera que van a echar abajo como tantos otros para construir un nuevo estadio, más cómodo y moderno que permita a los socios estar más contentos mientras ven a su equipo. Y no lo harán en la otra punta de la ciudad ni al lado de una rotonda atascada ni cerca de una zona urbana que no tenga nada que ver con el equipo, no. Tampoco lo harán de forma chusca y de semi-tapadillo, firmando convenios que luego deban ser refrendados por cartas de intenciones sujetas a la confirmación de las partes por medio de un protocolo de más intenciones que en algún momento deberá cristalizar en un plan urbanístico, sino contando lo que hay dentro de lo poco que se cuenta en este país. Tampoco irá adornado el traslado del estadio con la foto de un alcalde posando junto a un par de señores condenados por un juez precisamente por quedarse por la patilla con ese estadio que ahora venden por treinta monedas, ni lo hará un alcalde conocido por meter a su ciudad en líos monumentales para su mayor gloria personal, ya sea a costa de la salud de sus ciudadanos, de la fealdad de sus calles, de destrozar lo poco que quedaba de buen vivir en la zona o de achicharrarlos a impuestos. San Mamés se irá abajo y a pocos metros nacerá otro estadio que permita a la gente ir al fútbol como siempre, pero más cómodos. A pocos metros. Más cómodos.

En fin. Salió el Atleti vestido de negro y con un pantalón rojo con ribetes azulitos y ante este inicio descriptivo uno se esperaría medias verdes con la vuelta naranja pero no, no fue así, las medias eran rojas, miren Vds. Salió el Atleti con un nuevo entrenador y la alineación y el dibujo de siempre, algo lógico dado el poco tiempo que ha tenido el hombre para conocer a los jugadores, lo cortito de la plantilla y lo triste del banquillo. Salió en fin el Atleti con los de siempre más o menos, con lo que ello supone: durante la temporada del Doblete hablábamos de los de siempre y se nos iluminaban los ojos y pensábamos si preferíamos a éste o a aquél con la inocencia de los que aún no conocíamos del todo a los que llevan el club y nunca habríamos sospechado que la mitad de ese equipazo sería defenestrado poco después; ahora sin embargo hablamos de los de siempre y nos encogemos de hombros y ponemos cara de decir pero qué quieres tú, es lo que hay, no hay más, fíjate que yo habría sacado a los mismos más o menos, es lo lógico.

En fin. Esperaba la afición algo que le hiciera notar la mano de Quique y durante los primeros minutos el Atleti presionó más arriba, apareció más junto y plantado de una forma algo diferente a los últimos partidos, con más intensidad, con más apoyos. Todo esto, durante quince minutos, no crean Vds que se pasó así la noche el equipo. Si a los doce minutos Maxi llega a meter dentro un balón que se le fue al poste tras un fallo del portero rival, o si entra el tiro de Agüero de después, quizás estaríamos hablando de otra cosa. Pero no sólo pasó eso sino que pasó lo contrario, y pocos minutos después marcó de cabeza el Athletic en la primera que tuvo. Pasó, cómo no, a balón parado. Pasó, cómo no, en el segundo palo y tras una falta lateral, como contra el Mallorca, lo ya casi lógico. Pasó que Javi Martínez, un jugador de veintiún años que ha pasado de ser interesante a ser interesantísimo, remató con cierta facilidad y bastante autoridad un balón que llegaba a la zona que Maxi, que intentó llegar con un saltito, y Raúl García, que se vio arrollado por un rival más alto que llegaba en carrera, defendían con algo de blandura. Uno cero, normalmente habría tiempo de remontar, normalmente se debería seguir igual, normalmente un equipo que quiere hacer cosas grandes encaja un gol sin que por ello se caigan todos y cada uno de los palos del sombrajo. Pero esto es lo que ocurre normalmente, oiga, no siempre, que eso sería lo lógico.

En fin. Ocurrió que el Atleti jugó el resto del primer tiempo apabullado por el Athletic, sin dar abasto para controlar a un rival que no aportaba más que kilómetros y entusiasmo gracias a conocer sus propios límites y a una grada que también los conoce y aporta lo que puede. En el Atleti el centro del campo corría y corría sin mucho sentido y Assunção se llevaba una amarilla que supone su ausencia en el próximo partido y, de paso, un problema gordo para el entrenador. Parecía que Raúl García debía llevar más peso del juego, pero la presión del rival le impedía tener el tiempo suficiente para darle algo de aire al juego local. Delante, Maxi aparecía de la nada como en él es costumbre, pero entre aparición y aparición su aportación era discreta. Agüero lo intentaba sin descanso como suele ser norma en estos últimos partidos, pero como también viene siendo norma el Kun se ve más lento, menos explosivo de lo que necesita, incluso con menos confianza en él mismo de la que tenía hasta ahora. Para colmo de males Forlán, el jugador que hizo un partido asombroso hace no mucho tiempo en ese mismo estadio, jugaba mal, dando la mayoría de pases al contrario, corriendo sin sentido, lejos del jugador con criterio constante del año pasado. Y si en un equipo limitadito ya de por sí los buenos no juegan como acostumbran ni contagian al resto ni les salen las cosas pues se acabó, la desesperación total, apaguen y vayámonos, que es subjuntivo.

En fin. El segundo tiempo fue engañoso. Engañoso porque pareció que el Atleti jugó mejor, cuando lo que en realidad ocurrió es que el Athletic desapareció de la faz de la tierra. Agotado, el equipo local se limitó a capear el temporalillo, la marejadilla que no llegaba ni a mar arbolada ni a marejada siquiera, un oleaje tímido en el mar de Alborán, la onda creada por la piedrecita lanzada al lago por el Atleti. Es cierto que el Atleti pudo ganar, pudo marcar al menos dos veces si los palos se mueven un poquito en el momento oportuno, uy uy, yo me quito de aquí que ha tirado Forlán, para una que le sale bien no voy yo a quedarme quieto. Pegó un palo Forlán y pegó otro Agüero, pero ni así marcó el Atleti ante un rival muy limitado. El segundo tiempo sirvió para varias cosas: sirvió para hacer de la mala suerte una coartada a los menos críticos y para convencer a los delanteros de que sigan intentándolo. Sirvió también para alimentar el debate sobre los porteros, en el que la afición no sabe bien cómo alinearse. Cada portero, sea De Gea o Asenjo, consigue con sus actuaciones que la grada se plantee si no es mejor que salga el otro: éste no sale por alto, éste sale demasiado, éste duda en las salidas, éste sale y hace penalti, éste es sobrio pero quizás se crea mejor de lo que es, éste es un palomitero y se fía demasiado de su plástico salto lateral. Asenjo hizo cosas bien y Asenjo hizo cosas mal, pero mucha fe hay que tener en el chaval para afirmar que transmite la seguridad necesaria como para espantar debates. Si a esto se le une el lastimoso estado de Antonio López y el baile general en el centro de la defensa (ayer sin Domínguez pero con Pablo y Juanito; el segundo, invisible y el primero, quizás llamado a tapar a Llorente, rápido al corte y obtuso en el despeje, empeñado en mandar balones a la grada en situaciones en las que los centrales solventes salen jugando y recuperando la iniciativa para el equipo), la añorada seguridad defensiva se antoja lejana. Pero así están las cosas, y si no hay equipo y no hay banquillo y no hay tiempo para hacer cambiar las cosas y además no hay puntería o suerte, la cosa se pone fea. La desesperación ante la inoperancia de la delantera que era de garantías hasta hace poco, la desesperación ante la portería que creíamos bien cubierta y que ahora parece llena de agujeros, la desesperación del calendario que viene.

En fin. Por si esto fuera poco, el martes llega el Chelsea, que además lo hace en buen momento. Y el sábado llega el otro equipo grande de la capital, ese que últimamente suele marcar en los primeros cinco minutos y dejar a la grada con cara de tonto. Para ese partido no estará Assunção, indiscutible en los últimos tiempos sea por sus prestaciones o por la ausencia total de alternativas. En un partido en el que habrá que atar corto al centro del campo rival, el Atleti pierde uno de sus puntales defensivos más fiables. El nuevo entrenador tiene una semana para desfacer el entuerto planteado, para ver si juega con Cléber y su querencia al espacio vacío o con Jurado (cuya presencia en esta crónica es proporcional a su trascendencia en el partido de ayer) y su querencia al espacio vacío y el pase al rival. Quizás se acuerde de Camacho, otra víctima del síndrome Domínguez, canteranos llamados a jugar un único partido de vez en cuando, siempre un partido difícil. Los precedentes, la dinámica del equipo y la falta de puntería de los delanteros no invitan al optimismo. Precisamente por ello, precisamente por que siempre esperamos que el Atleti haga lo que nadie espera por más que ya esperemos que haga exactamente lo contrario de lo que sería lógico esperar, seguiremos creyendo y pensando, en contra de toda lógica, que quizás gane el miércoles y el sábado.

En fin.