jueves, 27 de noviembre de 2008

La extraña cuasi-crónica del partido absurdo

El Atleti jugó un partido que ganó y que le metió en octavos de la Champions. Hasta ahí, todo normal aunque también extraordinario.


El fútbol es un deporte raro en el que no siempre gana el mejor. A veces un equipo chico hace un partidazo y gana al favorito con contundencia y merecimiento. Otras veces un gran equipo juega de maravilla y pierde porque el extremo rival despeja un balón blandito que le da a un señor en la cabeza y entra en la portería. El fútbol tiene estas cosas y por eso nos gusta tanto, por eso uno no puede fiarse de nada; por eso, de hecho, mucha gente dice el fútbol es así y se mondan al decirlo. El fútbol es muchas cosas y en muchas ocasiones también es absurdo. Y, a veces, especialmente absurdo.

En estos tiempos absurdos en los que la estrella del otro equipo grande de la capital, de apellido Gutiérrez y nombre Haz, comparte estilismo capilar con Pepe Oneto, uno sigue encontrando motivos para asombrarse. Ayer, cuando se debería haber vivido un partido precioso con un estadio lleno de gente encantada de echar juntos la noche más fría del año, jugó el Atleti a puerta cerrada, sin público. Y fue así porque en un encuentro previo la policía, que no tiene nada que ver con el club, las tuvo tiesas con un grupo de aficionados franceses que nada tienen que ver con el club. La historia ya la conocen Vds: los visitantes colgaron pancartas y cantaron por Gainsbourg hasta que la policía llegó al lugar de los hechos a pedir educación con bastantes pocos modales, que es algo ya bastante absurdo. La policía pidió pues mesura de forma exagerada, que tampoco parece muy normal, y la afición rival dijo oh, lá-lá, como el francés de la canción del limón y el limonero. El resultado fue doblemente absurdo: por un lado, quien terminó por pagar el pato fue la afición del equipo local, que aún no había salido del trabajo cuando se produjeron los incidentes; por otro lado, la afición visitante se fue de rositas con la excepción de un solo tipo quien, sin saber el que suscribe si es una buena o una mala persona, vino a ver el fútbol y se llevó para él solito y de forma acumulada la sanción que deberían haber compartido todos sus compañeros de viaje en porciones alícuotas y proporcionales.

Así, en estos tiempos absurdos en los que los militantes antiglobalización llenan de pintadas del estadio del Atleti en defensa de Mirasierra, que es un barrio bien de la capital, la sorprendida afición colchonera se dispuso ayer a ver un partido raro en un estadio vacío. Sólo 75 personas por cada equipo podían acudir a ver el partido, y esto parece ya un poco absurdo. Por qué 75 y no 14, número de importante simbología colchonera, es algo que no nos han explicado. Por qué entre esos 75 elegidos de entre la inmensa masa colchonera estaba el presidente del otro equipo grande de la capital nos parece un poco absurdo, aunque si fue por dar algún tipo de apoyo institucional al Atleti ante el atropello de la UEFA nos podría parecer hasta bien y de agradecer. Pero claro, este tipo de cosas son las que el Atleti no explica a sus socios, para qué hacerlo. En estas circunstancias son éstos, los aficionados de a pie, quienes deben tratar de desenmarañar las intricadas relaciones del palco para entender por qué fue ese señor uno de los privilegiados y no lo fue el socio rojiblanco de mayor edad, o aquél con el número de socio más bajo, o los cincuenta socios más antiguos, o sus invitados, o los 75 socios más fieles o que más viajan con el equipo, o cincuenta militares sin graduación, o los rojiblancos más trabajadores, los especialistas en la obra de Faulkner, las rojiblancas más bellas, los colchoneros más madrugadores o los más juerguistas, los mejores imitadores de Chiquito de la Calzada o los más versados en el uso del buril, aquellos que gastaron más en la tienda de productos oficiales o los que nunca se quejan, los más miopes, los más bajitos, los padres de familia numerosa o sólo aquellos socios de nombre Emilio y domicilio en portal impar. No. Fueron otros y no sabemos por qué, pero allí que se fueron y allí estuvieron, los tíos.

Y ocurrió que, en estos tiempos absurdos en los que a nadie le extraña que un equipo de una ciudad no tenga ningún jugador de la misma, el Atleti jugó un partido más cómodo de lo esperado ante un rival vestido de azul purísima. Salió el Atleti vestido de Atleti, que algo es algo en estos días, y salió el rival vestido de azul clarito y bien peinado. Quizás los pocos invitados al palco pudieran apreciar, gracias a la ausencia de la masa rojiblanca, que el PSV, vestido de bebé y hablando con la ge, olía a colonia nenuco y polvos de talco. Durante el primer tiempo se comportó el PSV como su atuendo merecía, dejando al Atleti hacer un partido cómodo, terminándose el potito y riéndose a carcajadas cuando le hacían el avión con la cuchara. Dos fallos defensivos, algo absurdos, dieron al Atleti la oportunidad de tranquilizar el partido, adormecer al rival y darle golpecitos en la espalda por aquello de los gases. Del primer gol se encargó Simao, un jugadorazo cada vez más importante. Del segundo, Maxi, un jugadorazo que parece empezar a volver. Sólo un puñetazo a la cara de Heitinga, al parecer durante una disputa por la propiedad de un juguete (un balón, según los presentes), quebró el plácido partido de los locales.

Pero en estos tiempos absurdos en los que los fieros seguidores del fondo sur se arrancan por Camilo Sexto y a todos nos gusta la idea, la canción y la letra, ocurrió también que el Atleti decidió, fiel a su lógica absurda, hacer lo posible por complicarse la vida. Un gol evitable ante un desorientado Heitinga, que pidió el cambio al ratito por ver chiribitas en cada giro de cuello, puso al Atleti en una situación incómoda, esa situación que todo aficionado colchonero conoce. Los jugadores del Atleti, quizás por incapacidad funcional o quizás en solidaridad con el poco ilustrado colectivo escolar patrio, no han llegado a entender que es más fácil que le empaten a uno cuando lleva un gol de diferencia que cuando lleva cuatro. Se diría que el Atleti goza dejando partir de forma absurda su ventaja en el marcador, preparándose para la angustia de los diez minutos finales con el arrojo de un terrorista suicida. No llegó la sangre al río a pesar de algún susto solucionado con solvencia con Coupet, que llama la atención por salir de debajo de los palos, el lugar donde pensaba el aficionado atlético que atornillaban a los porteros últimamente. Pudo el Atleti complicarse la vida pero no lo hizo, y eso que en ataque anduvo algo despistado por causa de un Kun algo desconocido y de un Sinama que no parece capaz de cubrir el hueco que le dejan de vez en cuando sus titulares compañeros de delantera. Y todo ello el día en el que Seitaridis, el jugador más absurdo entre los absurdos, jugó bien.

Así que en estos tiempos absurdos en los que Laura Pausini declara públicamente que le gustaría cantar a dúo con Celine Dion y ni se pronuncia la ONU ni el ejército se moviliza ni suenan las alarmas anti-bombardeo aéreo, el Atleti se metió en octavos de Liga de Campeones firmando una buena fase de clasificación. El mismo equipo que en la liga renquea y tose a la mínima corriente de aire soluciona con solvencia sus desafíos europeos, y si no es por un pérfido bombero noruego estaría ya clasificado primero de grupo con cara de galán de cine y pañuelo en el bolsillo de la americana. Ayer, en un partido absurdo dirigido a voces por un segundo entrenador haciendo las veces de entrenador de verdad (que ya es puntería, para un par de días que el hombre tiene que ejercer de primer espada, va y le toca un partido en silencio) se ganó el Atleti un par de partidos más entre los dieciséis mejores equipos de Europa, que se dice pronto. Queda el partido contra el Olympique, el partido que en Francia esperan como la venganza de San Quintín y aquí, quién nos lo iba a decir, esperamos como un trámite para ver quién nos toca en la siguiente eliminatoria.

Y todo esto ocurrió el absurdo día en el que, en estos tiempos absurdos en los que un aficionado visitante puede pegarle un mecherazo a un jugador local y buscarle un lío al resto de la afición anfitriona aunque ésta no saque las manos de los bolsillos, en medio de una ciudad vacía y al lado de un estadio iluminado pero en silencio, en una de las noches más frías que uno recuerda recientemente, se jugó un partido en silencio en el que se oyeron multitud de gritos. Se oyeron los gritos de Raúl García sacando a la defensa y los de Forlán reclamando tensión. Se oyeron los gritos de dolor de los lesionados y las instrucciones de Ujfalusi. Se escuchó el sonido de la pelota al rebotar contra la publicidad y el golpe de las botas al chocar contra el balón, contra las tibias y contra los postes. Se pudo oír el viento y el tráfico y el politono de García Pitarch, pero sobre todas las cosas se escuchó a la afición del Calderón el día en el que no había afición en el Calderón, qué cosa más absurda. Porque fuera del campo, para asombro de muchos y orgullo de muchos otros, se juntaron los de siempre con la naturalidad de siempre y no se sabe si fueron cien, mil o quince mil, porque si el cálculo lo hiciera la autoridad diría unos cientos y si lo hicieran las partes interesadas dirían varios miles. Pero el caso es que ahí estaban, como no podía ser de otra manera, echando un cable a los suyos, como siempre, pero Vds qué esperaban, oiga. Y los que no entienden nada pensarán que era una protesta, o una acción organizada, o una forma de figurar y salir en los papeles. Y los que saben lo que hay saben que fue lo único que se podía hacer, lo normal, lo que la afición aporta para que el equipo gane, para que siga siendo el mismo, lo que había que hacer, lo que nadie tuvo que pensar porque a muchos les salió solo. Lo que para muchos es absurdo y que, para muchos otros, es lo suyo. Para los nuestros, lo normal. Lo lógico.


miércoles, 26 de noviembre de 2008

Calderón, Cerezo o la suerte del madridista

Escribe por estos lares el Sr. Ruiz, con más tino que yo, que no entiende bien qué le pasa a Calderón. Ni a Cerezo. Que uno y otro estén incómodos entra dentro de lo lógico. Lo malo, Sr Ruiz, llega al pensar qué puede hacer el socio de a pie al respecto.

* ¿Qué les pasa a Calderón y a Cerezo?

Uno, que del Madrid sabe poco, no entiende qué le pasa al primero aunque se lo puede imaginar. Y también se imagina lo qué le pasa al segundo, pero esto no tiene mérito porque eso está bien claro.

Algunos, los que saben de qué pié cojea el que suscribe (y para aquellos que no lo sepan, el que suscribe tiene ambos pies rojiblancos), esperarán con este título un artículo incendiario sobre esa suerte del Madrid que le hace ganar partidos en el último minuto después de que el rival le pegue dos veces al poste y una al larguero. Esa pifia de un defensa, ese rebote, ese fuera de juego no pitado, ese resbalón del portero cuando iba a atrapar un balón con facilidad que con frecuencia, naturalmente no siempre, ha beneficiado a ese equipo. Esa suerte que los que no somos del Madrid siempre hemos visto de manera clara y meridiana y que los que sí lo son llaman la suerte del campeón, el instinto ganador o el peso de la camiseta. Esa suerte, sin embargo, no es el motivo del artículo.

Otros pensarán en la suerte del seguidor del Madrid, aquél que siempre ve cómo periódicos y telediarios abren la información con su equipo, dando más importancia a las costumbres dietéticas en el desayuno de las estrellas madridistas que a la plusmarca mundial conseguida, es un poner, por un señor de Ponferrada que trabaja de perito y entrena por las noches. Qué suerte tengo, piensa el madridista, de ser de ese pedazo de equipo con ese historial, ese palmarés, esas ligas y esas copas de Europa, esos galácticos buenos con gafas de pantalla y ese torero bajito del fondo norte. Qué suerte tenemos los madridistas, piensan, pensando que el equipo les eligió a ellos y no al revés, viendo un privilegio donde muchos otros ven la consecuencia de una elección poco arriesgada, la opción de hacerse del equipo del que más se habla. Piensa el madridista, en madridista, que todo el mundo envidia su suerte y su historial, y por más que el no madridista se empeñe en convencerle de que no es así, que de envidia nada de nada sino más bien lo contrario, no se lo cree, el tío. Y tampoco es de esa suerte de la que hablamos, tampoco.

La verdadera suerte del madridista, la suerte que pocos tienen ahora mismo en España, es la de poder elegir a su presidente, a su junta directiva. Desde la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas son sólo un puñado los clubes que no están a merced del capricho de sus propietarios, legítimos o no, honestos o no, futboleros o no. Son muchos los equipos que han visto como a sus palcos llegaban, precedidos de banda municipal y bajo palio, señores salidos de la nada, sin tradición en las gradas de su estadio ni el conocimiento mínimo del tertuliano de bar que prometían tiempos de vino y rosas a la afición. Conmigo seremos grandes, compraremos a Fulano y nunca venderemos a Mengano, convertiremos el estadio en el mejor del mundo, bajaremos el precio de los abonos, tendremos escudería de Fórmula 1 y un casino flotante en el Manzanares. Una vez en la poltrona, vendieron a Mengano porque las cuentas no salían y de paso duplicaron el precio de los abonos; a Fulano no pudieron comprarle por culpa de unos flecos, la Fórmula 1 no salió porque ellos pensaban que iban a correr con un diésel y el Manzanares se secó con las obras. El estadio estaba mal, tuvimos que venderlo para hacer bonitos pisos de dos y tres habitaciones, también áticos muy luminosos con trastero y garaje y padel y piscina; si Vd quiere uno llame a este teléfono, que es el mío. Prometieron lo irrealizable, se quedaron con el club que con tanto esfuerzo levantaron otros y lo utilizaron en su propio beneficio, sin acordarse de a quién pertenece en realidad por mucho que digan los papeles, y si uno protesta por lo que considera justo no le renuevan el abono, por pesado.

En estos días en los que Ramón Calderón es acusado de utilizar el club en su propio beneficio y el equipo entra en crisis y los antiguos candidatos afilan cuchillos ante la reyerta que se avecina, el madridista de cuna y abono al menos tiene algo que decir. Puede votar, ejercer su derecho de aceptar o rechazar gestiones, planes, programas e ideas. Puede decidir, puede optar por ser engañado o por ser crítico, por mirar a corto plazo o por velar por las tradiciones. Al menos puede. Sabemos que aparecerán empresarios interesados en hacer de ese palco su centro de contactos comerciales y otros con vocación de ser superior y querencia a urbanizar zonas verdes; sabemos que algo huele a podrido en el recuento de votos y que tanto dinero invertido en campañas electorales suena raro. Todo esto lo sabemos todos y también lo saben los que votan; allá ellos con su elección. Pero, al menos, será suya. Pero el socio del Atleti, que ya no es socio sino sólo abonado, no podrá decir nada porque ni le contarán qué pasa ni, si se llega a enterar, tendrán a bien escucharle.

Publicado en eurosport.com el 26 de noviembre de 2008

martes, 25 de noviembre de 2008

CON UN 6 y UN 4, LA CARA DE TU RETRATO

Por Jesús Doggy

Con retraso, causado únicamente por la negligencia del Fuentes éste, una nueva crónica y lección táctica de Jesús Doggy.


En Los Pajaritos hace un frío que pela. Lo sabe cualquiera que haya estado en el pequeño estadio soriano. Hace una rasca que curte, más aún que en el nuevo José Zorrilla, que ya es decir. Los que mejor lo saben, sin duda, son lo más de mil valientes aficionados atléticos que ayer se plantaron en el páramo soriano para alentar a los suyos. Que son los nuestros.

Pues así, desafiando el viento helado del Moncayo pero con el calor humano de esos más de mil valientes, como diría el Maestro, salió el Atleti. Un Atleti, de nuevo, raro. Y, esta vez, además, feo. Con una camisola azul y unos pantalones y unas medias no se sabe muy bien si amarillo pollito o canario chillón. Salió pues un Atleti helado que sólo parecía el Atleti si uno se fijaba en el escudo. Un Atleti bien plantado, eso sí, que se pareció mucho futbolísticamente al Atleti de hace siete días en el Vicente Calderón.

El equipo presionó bien arriba, ocupó con criterio y buena colocación los espacios en el medio de la cancha, obligando al Numancia a un notorio desgaste corriendo detrás del balón. Los sorianos tienen su principal arma ofensiva en el triángulo que forman cuando se asocian por la izquierda Quero, Barkero y Moreno. Y por ahí lo intentaron –sacando a Johnny de su posición para entrar en diagonal a su espalda; atacando en banda dos contra uno a Perea- sin excesiva fortuna de cara a puerta. Eso y disparos lejanos frontales fueron los únicos argumentos ofensivos de los locales. Por el contrario, el Atleti de la primera parte ofreció sensaciones muy positivas. La principal, la posesión de balón. Hacia mucho tiempo que no se veía al equipo de Javier Aguirre acabar la primera parte de un partido con el 70 por ciento de la posesión, pero así fue. El equipo tuvo una muy buena circulación de balón, que desgastó e hizo bascular al Numancia, si bien estuvo falto de profundidad.

Hemos de hacer aquí una reflexión y volver a lo analizado en pretemporada sobre la confección de la plantilla. Cuando el equipo juega a tener la posesión, organizado con tres hombres atrás -con Johnny y Ujfalusi abiertos a banda y Assunçao pivotando en el medio levemente por delante- Maniche en el eje del equipo, con Maxi y Simão buscando generar superioridades en banda con los laterales y Forlán y Agüero ofreciéndose en el frente del ataque, se hace desgraciadamente patente la falta de laterales competitivos en el equipo. Mariano Pernía suple sus carencias técnicas ofreciéndose constantemente, combinando con Simão y dando salida al balón; Perea, sin embargo, es casi completamente inútil en el juego ofensivo del equipo. Ayer quedó retratado en varias ocasiones, cuando el equipo circuló el balón con rapidez y generó espacios en la banda derecha, el colombiano acabó estropeando siempre la jugada. Parece que en enero viene un tal Angeleri, carrilero de Estudiantes de la Plata. Esperemos. De todos modos, fue el Atleti de la primera parte un equipo serio y compacto, que se movió, siempre manteniendo una distancia prudencial entre líneas, como un bloque. Con la base del dominio de la pelota, ante rivales técnicamente inferiores, al Atleti debe bastarle con un poco de paciencia para romper los partidos, pues le sobra calidad y capacidad goleadora arriba. De hecho, así fue. Johhnny robó un balón en línea de defensa, se la dio Perea, éste rápido a Simão, el portugués galopó la banda derecha y metió un pase exquisito para Forlán que resolvió con categoría ante Juan Pablo. Nueve toques y gol, un clásico rojiblanco.

El guardameta local fue, de lejos, el mejor jugador del partido en la primera mitad. Antes del gol, le había sacado una pelota venenosa al uruguayo que iba dentro, tras genial asistencia del Kun Agüero. Poco después del gol, otra brillante maniobra del joven prodigio argentino habilitó de nuevo a Forlán que pecó de egoísta y remató fuera. Y aún antes del descanso, tuvo el atlético una cuarta ocasión de marcar, tras bonita triangulación entre Simão y el Kun que dejó el balón muerto para que Mariano Pernía rematara fuerte y colocado con su pierna derecha obligando a Juan Pablo a un nuevo paradón. Si Mariano mete esa, me sé yo de uno que sale a gritarlo por las calles. Se dice que el Kun está en baja forma y servidor lo que ve es que el Kun tiene muchas más cosas que remate. Entre que el chaval está más pesadote que hace un mes, por la carga de trabajo físico a que ha sido sometido para suplir su falta de pretemporada y evitar así la inminente rotura muscular, y que los rivales le conocen mucho mejor y le enciman tres en cuanto recibe, Agüero luce menos de cara al tribunero. Aún así, a servidor le parece que sus dos pases de gol a Forlán ayer fueron, de largo, las dos acciones futbolísticas de más brillo en todo el partido. No obstante, para muchos, si no marca no ha jugado bien. Son maneras de ver el fútbol, supongo. El caso es que el Atleti se fue al descanso con una ventaja mínima en el marcador, sí, y, sobre todo, con la sensación de que el partido habría debido quedar completamente resuelto antes de la ducha.

Los diez primeros minutos de la segunda parte siguieron por la misma senda y los de Aguirre acumularon una quinta ocasión clara para batir a Juan Pablo. Esta vez, Forlán tiró la diagonal hacia atrás, el Kun aclaró dos defensas para facilitar la entrada desde atrás de Maniche, que quedó solo ante Juan Pablo con un pase exquisito del uruguayo. El portugués remató al bulto y el Atleti se perdió el cero a dos.

El Numancia, que seguía agarrado al partido por los reflejos de su portero, tiró de casta, de ambición y del juego inteligente del veterano Txomin Nagore, que se adueñó de la zona ancha ante la intolerable dimisión de Maniche. El portugués dio un curso de escaqueo futbolístico, de insolidaridad con sus compañeros y de irresponsabilidad en el juego colectivo del equipo, impropio de su categoría. Todo parece indicar que, en cuanto renueve, tomará la senda que hace más de un año abrazó Seitaridis. Pero, en fin, a falta de fútbol combinativo, el Numancia hizo lo que sabe: presionar de lo lindo y buscar el empate a balón parado, creando peligro en saques de esquina, en faltas laterales e incluso en saques de banda. Los últimos veinte minutos, los de Kresic, envalentonados, parecieron un vendaval, que incluyó tres remates a los palos y dos buenas manos salvadoras de Leo Franco. El equipo se aculó atrás para mantener tres puntos vitales que, repito, debió y pudo haber asegurado mucho antes. Y Aguirre demostró torpeza (o, tal vez, estar tocado por la crítica inclemente y, muchas veces, kamikaze a la que está sometido). El partido pedía retirar un delantero y sumar efectivos de refresco en el centro del campo, pero el mexicano optó por el cambio de cromos y mantuvo a Maniche en el campo. No obstante, el Atleti mejoró con la entrada de Raúl García, que pudo vivir una tarde grande si hubiera culminado una gran contra de Simão con un tiro fácil desde la frontal, de los que clavaba siempre en Osasuna. En Los Pajaritos remató muy desviado.

Alentado por su público, el Numancia siguió tirando de coraje y bombeando balones al área rojiblanca. El árbitro descontó cuatro minutos, Perea (superado toda la tarde por Quero) saltó al bulto a por un balón que era de Assunçao, Ramírez Domínguez decretó un penalty sumamente discutible y Barkero lo transformó con suficiencia y sangre fría. El equipo perdió una nueva y gran ocasión de sumarse a la lucha por la cabeza de la Liga, los jugadores se marcharon, heladitos, con el gesto torvo y a nosotros... A nosotros, señores, se nos quedó cara de tontos.


lunes, 17 de noviembre de 2008

De cómo estar más contento a las siete que a las cinco

Aprovechó el Atleti que hacía sol y que la hora a la que jugaba es una hora excelente para jugar al fútbol, y nos dio una alegría a todos, miren Vds.


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Madrid tiene muchas cosas malas y algunas insuperables. Entre estas últimas, el Club Atlético de Madrid, el bocadillo de calamares y los días soleados de otoño y de invierno. Ayer salió un día de estos, un día de cielo azul y aire limpio y frío pero sin cortar, no ese aire que llega de la sierra y le deja a uno la piel de la cara tiesa y la garganta cauterizada, sino un aire algo más amable, menos violento, más tolerante. En Madrid hay días de cielo azul y parques de colores que van del verde al ocre y terrazas llenas de valientes con jersey de lana y de bares en los que el madrileño medio toma vermouth en vaso pequeño y largo y cerveza en vaso chaparro de caña, patatas fritas en bolsa de plástico con la etiqueta amarilla y banderillas en un platito blanco del que siempre cae un poco de líquido que le mancha a uno un zapato; si el bar también es de un valiente que se juega la multa y desafía la ordenanza municipal, todo esto se hace en la acera y se apoya el vaso y el platito en el coche que hay enfrente, y cuando llega el dueño se va enfadado porque él había aparcado un coche rojo y se lleva ahora uno de lunares gracias a tanto vaso posado.

El Atleti tiene algunas cosas malas, sobre todo dos, y muchas insuperables. Entre estas últimas, las Peñas que vienen de lejos, los atléticos de fuera de Madrid, Atléticos con mayúscula que consagran su domingo entero a lo que algunos no le consagran ni los últimos cinco minutos del segundo tiempo por aquello de no coger tráfico. En este fútbol nuevo de horarios intempestivos y televisivos las Peñas se ven obligadas a hacer encaje de bolillos para cuadrar horarios y vueltas a casa y madrugones del día siguiente y alquileres de autobús, y por eso uno se alegra especialmente por ellos cuando el partido es a hora sensata, a hora futbolera, a hora taurina de día de otoño. Para el atlético de verdad, tan obligada como la firma para la canonización de Gárate debería ser el paseo por la calle Alejandro Dumas entre los autocares de los que llegan de lejos, de Castilla y de La Mancha y de Levante y de Poniente y del Norte y del Sur. Para todos esos atléticos de kilometraje ilimitado, deseando que ayer lo pasaran bien y que tomasen vermouth y cerveza y patatas y banderillas disfrutando del día, va lo de hoy.

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Hacía sol y la afición bajaba hacia el estadio en tropel charlando desde Puerta de Toledo y desde Pirámides y las terrazas de la zona estaban llenas de bufandas y camisetas rojiblancas. Y entre la multitud colchonera había muchos niños y señores fumando un puro y alguno con un pacharán en vaso de plástico. Y es que los partidos a las cinco tienen estas cosas tan bonitas, qué quieren que yo les diga.

Quizás por no cargarse la idílica postal otoñal o quizás por haberse decidido el entrenador a seguir los consejos de Perogrullo, quien nos consta ha llamado varias veces al Club en los últimos días, el Atleti salió con los jugadores buenos, todos juntos y a la vez. Salió el Atleti con Ujfalusi, y con Maxi y Simão, y con Agüero y Forlán, cinco tipos con la mayúscula ganada a pulso. Tras unos cuantos partidos con un solo punta y muchos mediocentros, volvió el Atleti a casa con dos delanteros frente a un equipo que sólo traía uno. Salió el Atleti, en fin, como hay que salir y terminó haciendo un partido a ratos bueno y a ratos muy divertido.

Salió también el Depor con cara de conmigo no se juega, oiga, y durante un rato hizo frente al Atleti bien plantado en el medio campo con Riki solo cerca de la defensa rival. El Atleti lo intentaba y no conseguía jugar con fluidez, pero transmitiendo más seguridad que otras veces. Sería por estar mejor dispuesto, sería por la fe que transmiten los buenos en el campo, sería porque Ujfalusi mantiene a la defensa en su sitio, no deja pasar a los rivales y saca el balón jugado si hace falta, sería porque los laterales no dejaron jugar cómodos a Guardado, Lafita y compañía, sería porque Leo Franco paró con solvencia un par de tiros claros de los de la Coruña. Sería por lo que fuera pero la imagen que se dio durante el primer tiempo fue poco brillante, algo plúmbea pero también sólida. Parecía importante que el Atleti marcara pronto para evitar problemas más adelante y así ocurrió, de rebote y en un corner, con Perea y Heitinga como protagonistas, sobre todo el segundo por aquello de haber batido todos los records posibles de anotación precoz de goles de rebote por un debutante en la Liga. Uno a cero al descanso, resultado justo si uno mira a los dos palos de Forlán pero quizás no tan justo si uno se fija exclusivamente en el juego desplegado.

Tras el descanso salió el mismo Atleti pero con mejor cara, qué cosas pasan. Poco tardó el Atleti en marcar, esta vez gracias a Forlán, ayer de nuevo un titán. Forlán no sólo marca de tiro preciso y potente o tras inteligente carrera, u obliga al portero rival a volar de punta a punta de la portería. También se desmarca, corre, aporta soluciones a los suyos y multitud de problemas a los rivales. Como en tantos otros partidos Forlán demostró ayer su facilidad innata para el fútbol, para ver los movimientos, para entender los desmarques y para pegarla desde cualquier sitio y con cualquier pierna. Como en tantos otros partidos dejó claro que el mayor problema que podemos verle a Forlán es no haber llegado al Atleti varios años antes. No obstante, y al contrario que en tantos otros partidos, Forlán demostró ayer un cariño verdadero hacia la grada y un respeto profundo hacia el seguidor medio del equipo; hablamos de su negativa esta vez a levantarse la camiseta tras marcar. La oronda grada en pleno, bocadillo en ristre, agradece al uruguayo el gesto de no alardear de torso. Un gran futbolista y todo un caballero.

En el segundo tiempo se vieron cosas interesantes, hasta el punto de que uno se atrevería a decir que se vieron las mejores jugadas de este año en el Calderón. Cambios de juego, jugadas largas, paciencia, criterio, detalles de calidad como la cesión del Kun a Maxi en el tercer gol, fases de continuidad y dominio. Maxi marcó un gran gol tras una jugada colectiva con cambios de banda y adornos útiles. Forlán marcó el último de la tarde tras una jugada rápida de recuperación y triangulación. Ujfalusi impuso durante toda la tarde su personalidad, oficio y clase; Simão lo intentó frente a Manuel Pablo, que lució un físico que le hacía parecer el padre del portugués. Assunçao y Maniche ofrecieron alguna duda más; el primero da estabilidad al equipo y se muestra bien situado, pero no aporta hacia adelante todo lo que alguien en su puesto debería; Maniche aporta cuando cambia el juego y toma riesgos, pero poco cuando se limita a devolver el balón a quien se lo acaba de entregar, forzando que el juego lo construyan los laterales. Perea, de nuevo impresionante en velocidad y físico, salvó balones de mérito y amargó la tarde al visitante a quien tocó marcar. Sólo el Kun pareció algo menos brillante que otras veces, algo más espeso. Y es que no va a jugar siempre como un ángel el chiquillo, digo yo.

Mención especial merece, piensa uno, Valerón. Salió Valerón cuando quedaba un ratito y la afición del Atleti debe agradecer a Lotina el detalle, tanto por habernos dejado disfrutar de él como por no haberlo sacado antes. Salió Valerón y casi ni nos enteramos, y cuando llegó un balón por su zona la grada dijo anda, mira, Valerón. Salió Valerón con ese aire tristón y tímido, las rodillas algo juntas, la mirada despistada y un corte de cuerpo que se le caricaturiza con la edad. Iba Valerón andando por su zona entre fogosos mediocentros de despliegue físico demagógico y media melena empapada de sudor, y parecía que no sabía bien qué hacía ahí con su aire de contable que va a recoger unos impresos. Pero Valerón, ya saben, es así. Le llega un balón a Valerón y le asedia un tipo de dos metros y diez años menos corriendo como un poseso; Valerón da un paso andando hacia un lado y luego andando pero más despacio hacia otro y sigue en el mismo sitio y con el balón mientras que el amenazante atleta que venía echando espuma por la boca está ahora a diez metros preguntándole a un defensa cómo se vuelve hacia el centro, que se ha perdido. Mira Valerón por el ojo de una aguja y da un toque flojito y casi sin querer, un toque que es el reflejo físico de su voz de poca cosa, y deja a un delantero solo delante del portero entre la mirada de los defensas que se preguntan cómo llegó ese balón ahí. Hace Valerón un regate antológico y lo hace como quien compra la prensa, sin alardes, casi pidiendo disculpas, y lo hace rodeado de jugadores con patillitas recortadas y estilismos capilares fashion que celebran los goles imitando la parada nupcial de la avutarda que le miran y no toman nota, aunque debieran. En fin, salió Valerón un rato y el Depor tiró a puerta mucho más que en todo el rato en el que no estuvo él. Valerón, que jugó en el Atleti en un año más bien malo para él y muy malo para el equipo, es de esos jugadores de los que uno hablará a sus nietos tanto por su increíble talento deportivo como por su discreta personalidad; es de esos tipos a los que uno piensa que hay que recibir con una ovación en todos los campos de España.

Jugó en fin el Atleti un partido divertido y ganó con autoridad y brillo, algo que hacía falta a este lado del Manzanares. Y lo hizo con Forlán, a quien se le atribuía un enfado con el mundo, dejando claro que si el Atleti piensa en un jugador-entrenador para el futuro tiene uno con el siete a la espalda. Y con el equipo entero intuyendo cuáles deberían ser sus características, su juego, su misión. Y con una grada contenta una vez más, contenta, que feliz es palabra para un rato mucho más largo.

- Oiga
- Dígame, a ver
- Mire, es que no me creo que Vd, precisamente Vd, no vaya a hablar de Pernía hoy, precisamente hoy.
- Pues no. Hoy no hablo de Pernía porque de Pernía, hoy, habla todo el mundo. Sí, todo el mundo, oiga.


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Epílogo: "Uf, qué lujo", rezaba el titular de la portada del Forza Atleti y el que suscribe y al menos otros veinte o treinta, que tras un rato dejamos de contar, nos quedamos sin palabras. Nuestro héroe el portadista se ha soltado la melena. Advertidos quedan.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Crónica íntima de un partido chico

Ayer se jugó en el Calderón un partido poco trascendente y de poca calidad, con poca gente en las gradas y poco interés deportivo. Y, a mi, estos partidos me gustan.


Al que suscribe, qué quieren que les diga, estos partidos de las primeras eliminatorias de copa siempre le han gustado. Partidos aburridos, malos, con poca gente en la grada, con muchísimo que perder y muy poco que ganar, partidos contra rivales desconocidos vestidos de colores que a uno le sorprenden. Partidos en los que lo normal es salir enfadado, como mucho indiferente, partidos para olvidar que, para sorpresa de muchos, no se suelen olvidar.

Uno entra en el Calderón en estos partidos como entra por su casa; entra tranquilo y posiblemente tarde, saludando, reconociendo caras y levantando las cejas. Hombre, qué tal, cuánto tiempo, pues ya ves, aquí, hoy toca partido en familia, a ver qué hacen estos. A ver qué hacen estos es el saludo que emplean los colchoneros para decir algo mucho más complicado, esto es: yo, como tú, no tenía ganas de venir a este partido, me venía mal y voy de corbata, pero el Atleti es el Atleti y me resulta muy raro quedarme en casa en día que juega el Atleti en el Calderón. Así que aquí estoy, temiéndome lo peor pero incapaz de no asistir a ello, como tú, y en el fondo me alegro de ello y me alegro también de verte, tanto como me alegrará verte en un futuro no muy lejano en alguna ciudad española jugando una final de copa o en alguna ciudad europea siguiendo al equipo en esos desplazamientos soñados, y me alegrará verte a ti más que a muchos otros más ruidosos y más protagonistas. Porque tú entiendes este bendito club de la misma manera que yo, y ese es nuestro problema y también nuestra bendición. Y, problema o bendición, lo importante es que es nuestro, que nadie nos obliga a ello, que lo hacemos porque queremos y que nadie podrá nunca quitarnos lo que significa. Eso, a ver qué hacen estos hoy, responde el compañero de fatigas.

En los partidos chicos la grada está casi vacía y en los asientos contiguos no se sientan muchos de los que se sientan siempre. A la derecha no está ese señor que va con su hija desde que esta llevaba coletas - y ahora lleva tacones de vértigo y se gira media grada cuando se levanta a quitarse la chaqueta - y a la derecha no está esa panda de amigos que van siempre tan abrigados. En estos partidos no, en estos partidos hay un grupo de estudiantes de Erasmus que llegan alicorados y con ganas de que el partido sea un festival de goles, los pobres, y hay también tres o cuatros seguidores del equipo visitante que nunca habían venido al Calderón y que hacen fotos de todo lo que pasa. Son buenos partidos para ser amable con el visitante y también para sentarse cómodo, sin apreturas, sin mirar el número del asiento, sin asistir al ritual de los que llegan tarde y piden paso a los que están ya sentaditos ni de los que buscan sin éxito su sitio: oiga que ese es el mío, ni hablar que lo pone aquí, mire la entrada, serán en otro sector, que no señor que yo llevo aquí toda la vida, lo puede decir esta señora que me conoce desde que hice la mili, así es, bien guapo que estaba rapado y no como ahora, que parece un pobre, pero oiga señora, ¿yo qué le he hecho?

Los partidos de copa en el Calderón tienen el aire familiar y educado que muchos partidos grandes ya no tienen, no me lo negarán Vds. Ya saben que cuando viene el Barcelona o el otro equipo grande de la capital se llenan las gradas de desconocidos que no ven el fútbol como el resto de la grada, grada que ya se conoce y poco a poco, tras muchos miércoles fríos de copa y muchos domingos tristes de empates contra el colista ha terminado por entenderse y respetarse y ver el fútbol de manera similar, cada uno con sus filias y sus fobias pero sabiendo hasta dónde llegamos todos. En los partidos grandes no, llegan los nuevos y hay un ambientazo y se habla a voces pero a uno casi le molesta que haya tantísima gente, tan poco espacio, tanto lío. Yo era ahí pero me he puesto aquí que he venido con el chiquillo, no le importará cambiarse, yo me cambiaba encantado pero es que en ese sitio libre se sienta un señor muy serio que creemos que es de Las Matas y suele llegar un poco tarde y no es cuestión de hacerle mover, mire, precisamente por ahí llega.

En los partidos grandes cuesta encontrar el sitio de cada uno en el mundo, y si uno tiene mala suerte le toca al lado un nuevo con la espalda de la anchura de un ford fiesta y pasa un mal rato en ese asiento tan estrecho. Pero es aún peor si el vecino de localidad es un exaltado, uno de esos que se levanta todo el rato mientras el balón está en juego, uno de esos que ve manos negras tras cada decisión, ve conspiraciones donde el resto vemos errores, ve razones para fusilar al entrenador donde el resto vemos un pase mal dado. Llega tarde el defensa rival y derriba a nuestro interior izquierda y el recién llegado se levanta y extiende los brazos y dice hijoputa. Sube el delantero rival y nuestro lateral derecho le siega las piernas y el árbitro pita una falta justa y el recién llegado se levanta y extiende los brazos y dice hijoputa. Hace el entrenador un cambio para darle más profundidad al equipo y el recién llegado se levanta y extiende los brazos y dice hijoputa. Sube por la grada el señor de las cocacolas y el recién llegado le pide dos cervezas y el señor le dice que son sin alcohol y el recién llegado se levanta y extiende los brazos y dice hijoputa. El recién llegado dice hijoputa pase lo que pase y termina por amargarle a uno el partido con tanto levantarse y tanto insultar y tanto dar voces en mal momento, y también le hace a uno pedirle a San Judas Tadeo que no haya cerca del sitio donde nos sentamos alguno del equipo rival que vaya a pensar que en la afición del Calderón somos todos tan brutos y tan maleducados y que a la mínima que pase, justa o injusta, grave o leve, equivocada o no, nos levantamos y extendemos los brazos y decimos hijoputa.

En estos partidos chicos la grada espera poco del partido y se entretiene hablando de cómo está la familia, de cómo se presenta la crisis y hasta de si la casa Forlady desapareció o sigue haciendo muebles de cocina. La grada espera, eso sí, ver a los suplentes, a los canteranos, a ese jugador que uno piensa que por qué no tiene más oportunidades, a ese lateral del que tanto hablan y a ese delantero larguirucho que jugó el Europeo Sub-19 el año pasado. Ayer la grada quería ver si Camacho es tan regular como aparenta, si es verdad que Domínguez no se pone nervioso, si Miguel de las Cuevas es capaz de jugar un partido entero a un buen nivel, si Banega es el fino centrocampista que se intuye tras las capas de inexperiencia que tapan su brillo, si Luis García luciría con su fútbol de salón contra un rival débil o si Sinama merece más minutos. Y lo que la grada vio es que efectivamente Camacho juega siempre al mismo nivel sea contra el Liverpool o contra el Orihuela, un nivel que le debería dar minutos. Y que efectivamente Domínguez parece cómodo en su puesto, sin alardes ni líos. Pero también vio que las dudas sobre Miguel de las Cuevas se agrandan, tras comprobar que no consigue aprovechar las oportunidades. O que Banega, que ayer debería haberse hinchado a regatear y pasar y sentar cátedra anda despistado, desganado y desubicado. Que Luis García, con quien la grada la ha tomado y entendemos por qué, no brilla ni en partidos en los que debería deslumbrar. Y que Sinama, ayer excesivamente fallón y desafortunado, no parece el recambio de garantía que la delantera necesita.

También vio la grada que Coupet tiene ganas de hacerse con el puesto titular y que Pablo tiene ganas de volver a ser futbolista. Comprobó que a Pernía, aplaudido al principio y ovacionado con sorna cerca de un corner en el segundo tiempo, la grada no sabe si respetarle o no; eso la grada, que el que suscribe lo tiene claro y además le sentó como un tiro eso de corear burlonamente su nombre ayer. También vio la grada a un Forlán impreciso y enfadado con el mundo y se quedó preocupada. Y vio a Seitaridis tirando a puerta, evento asombroso que sólo ocurre en víspera de partido internacional de Grecia o de eclipse solar. Y vio, rabiosa e impotente, cómo el Atleti con casi todo, esto es, con Forlán y Maxi y Maniche y Simao no le hacía un gol al Orihuela, al Orihuela oigan. Esto vio la grada y, con razón, se cogió un cabreo de mona, un cabreo de brigada de infantería, un cabreo de Agustín González haciendo de cura. Y lo entendemos.

En los partidos íntimos como el de ayer hace más frío. Y es que ayer éramos pocos, éramos diez o doce mil, los diez o doce mil de tantos y tantos partidos de primera eliminatoria de copa, Vds ya saben quién son. Ayer por no estar no estaba ni Indy, a quien el Convenio Colectivo de Mascotas de Peluche Apolilladas le impide trabajar en miércoles, cosas del Estatuto del Trabajador Disfrazado. En días como el de ayer hay menos gente, menos estufas a 37 grados repartidas por la grada, menos calor. El atlético de pro, que lleva muchos años limpiando con los pantalones los asientos que la directiva no limpia con una escoba (especialmente sucios ayer, por cierto) sabe que por mucho que se abrigue uno, en tarde-noches invernales en el Calderón se conserva el calor hasta el minuto 20 del segundo tiempo. A partir de entonces la humedad, la noche y el viento hacen el resto, y la nariz de los asistentes anuncia que el frío empieza a ganar la batalla a la lana y el gore-tex. Si, como ayer, el final del partido no contribuye a la temperatura corporal, el resultado ya lo saben. Sobre todo lo saben diez o doce mil tipos con cara de sueño y el bolsillo lleno de aspirinas a los que ayer les quedó claro que estos partidos tan horribles, en el fondo, son estupendos cuando se juegan en el Calderón.

lunes, 10 de noviembre de 2008

De cómo, sin darnos cuenta, se nos empieza a ir el tren

El Atleti jugó ayer un partido en el que pareció equivocarse de objetivo, de planteamiento y hasta de rival. El resultado es que, al menos por ahora, los puestos en los que se debería estar a estas alturas de temporada se alejan.


Salió el Atleti vestido de azul en un campo gradas bajas y brava afición, y lo hizo frente a un rival vestido de rojo que aprieta los dientes cuando los fondos tocan a rebato. Así lo hizo el Atleti, motivado y preparado, y cuando se disponía a concentrarse al máximo escuchando los compases del guerrero himno rival, You'll never walk alone, lo que escuchó fue una jota navarra. Y cuando, desconcertados, los jugadores afinaron el oído perdidos en los compases para intentar pescar alguna palabra suelta al vuelo que hablase de la esperanza en los corazones del rival, lo que escuchó fue lo siguiente

No te vayas de Navarra,
Si no quieres que me muera,
flamencona,

No te vayas de Pamplona.
No te vayas de Navarra.

El Atleti había ido a Pamplona pensando que estaba en Liverpool, y salió al Sadar, hoy Reyno de Navarra, convencido de que salían a mantener el resultado, que por algo estaba enfrente el líder de la Premier. Salió con un centro del campo poblado de gente, y salió con un solo punta. Salió con un mediocentro defensivo tras una línea de cuatro centrocampistas, y con Agüero solito delante. Salió a capear el temporal y con ganas de pillar una contra y marcar y meterse en su área a despejar misiles y cortar balas trazadoras, pero se olvidó de una parte fundamental del juego: el rival. Se olvidó Aguirre de que jugaba contra un equipo que llevaba cuatro puntos, hoy cinco, último de la liga española y peor colista de toda Europa. Se olvidó de los pocos puntos que lleva el Atleti y de que si se quiere aspirar a algo es obligatorio, sí, obligatorio, ganar en el campo del colista o al menos intentarlo. Se olvidó el Atleti de las promesas de pretemporada, de las ambiciones en las tres competiciones, de los votos de compromiso, ambición y lealtad a la historia que había hecho a principio de temporada y salió al campo en procesión precedido de la regla de una cofradía que nunca había tenido fieles a la orilla del Manzanares: la Ilustrísima, Reverencial y Patriarcal Hermandad y Archicofradía del Amarre de Inicio, el Perfil Bajo y el Riesgo Justito.

Salió el Atleti de azul y rojo y salió el Osasuna de rojo y azul, como Dios manda, y cuando se armaba una contra y salía rápido hacia la portería rival uno de los dos equipos, multitud de miopes decían en sus casas pero esto cómo puede ser, cuántos son suyos y cuántos nuestros, ese de ahí es de los buenos o es de los malos. La liga, que es un ente caprichoso y veleta y muy amigo de patrocinadores textiles, hace que los equipos cambien de color continuamente con la excusa de que así se ve mejor y no se confunden los propietarios de las televisiones en blanco y negro, como si todavía existiera alguna. El resultado es que los equipos no sólo salen vestidos de mamarracho y con pantalones que no pegan ni con cola en campos en los que de toda la vida se ha llevado el uniforme titular, sino que en ocasiones como la de ayer el colectivo astigmático, al que también pertenece el que suscribe, acaba el partido con dolor de cabeza de tanto entornar los ojos para ver si el que sube la banda es de los nuestros o de los suyos. De esta profusión de camisetas posibles, de la que parece que sólo los fabricantes sacan tajada (y bien pronto también los oculistas), uno empieza a estar más que harto.

El caso es que entre la multitud de centrocampistas visitantes y la multitud de centrocampistas locales y la similitud entre las vestimentas de visitantes y locales, los primeros compases del partido parecían la verbena anual conjunta de los gremios de ferroviarios y monosabios. Sin fluidez, sin iniciativa y sin mucha idea de a qué se jugaba, el Atleti veía pasar el partido como quien ve pasar el tren. La lesión de Perea, un problema gordo a primera vista, terminó por convertirse en el detonante de una de las pocas buenas noticias de la noche: la vuelta de Pablo al mundo de los vivos. Pablo, quien tantas veces nos ha desesperado, salió y jugó y cortó balones e impuso su físico cuando hizo falta, y eso es una buena noticia. También permitió Pablo ver a Heitinga de lateral, puesto en el que parece que aporta más en ataque que Perea y Seitaridis (aunque esto último no es complicado). La otra buena noticia de la noche fue la actuación de Coupet, más sobrio y mejor colocado de lo que nos tenía acostumbrados, quien además paró un penalti, un nuevo penalti inexistente pitado a Pernía, quien de nuevo hizo un buen partido mechado de entradas a destiempo y exceso de ímpetu.

En el centro del centro, el mismo panorama de los últimos partidos: mucho jugador, mucha tendencia defensiva y poca querencia a la creación y el ataque. Raúl García, al que el que suscribe consideraba el año pasado una apuesta segura y un cimiento para el futuro, no aparece. Corta algún balón, pasa al compañero más cercano y santas pascuas. Lo mismo puede decirse de Maniche, ausente durante largos períodos de tiempo aunque acabó el partido de forma notable, con más físico que otras veces; sería una buena noticia que se prodigara más en esa faceta. Maxi, nuevamente, se mostró lejano del Maxi de hace un tiempo aunque su presencia en torno al área rival siempre es peligrosa. Assunçao se limita a cumplir con su papel, algo que sería un buen dato si no fuera porque cuenta a su lado con dos jugadores que se limitan a hacer lo mismo. El centro del campo del Atleti, superpoblado ayer, no se impuso al centro del campo del colista por más efectivos que acumuló. Si hay algún motivo para aliviar la carga del medio campo del Atleti fue el mérito de Osasuna: el mérito de correr, de estar encima, de no dar un metro, de defender con agresividad y ambición, de responder al aliento en el cogote que soplaba desde la grada. El Osasuna, que no parece que ande sobrado de fútbol, sí pareció sobrado de casta aunque uno de sus jugadores, Portillo, sólo pareció sobrado de gomina y de buena prensa. Bien por ellos.

Llegamos finalmente a la parte de arriba. Agüero, solo ante el peligro, hizo uno de los peores partidos que uno le recuerda de rojiblanco. Bien marcado, no tuvo espacios para controlar u orientar balones, y cuando los tuvo no anduvo fino. A veces demasiado individualista, otras veces demasiado espeso, no fue el Kun que queremos ver. La entrada de Forlán y el paso a un 4-4-2 del segundo tiempo alivió a Agüero, como a todos los demás. Forlán, como siempre, se enseña, da alternativas a los compañeros, mete en problemas al rival y crea peligro. Con su entrada el Atleti cambió, y la impresión que tuvimos todos, al menos los miopes que me rodeaban, es que si hubiera entrado veinte minutos antes todo hubiera cambiado. Quizás estaba cargado tras su pelea titánica en Liverpool, quizás no; el caso es que el equipo, sin Forlán, sufre de anemia, depresión, falta de ideas, eczema y flato. Hoy por hoy es difícil jugar sin él.

El cero - cero de Pamplona deja un mal sabor de boca cuando uno piensa a corto plazo y un sabor muy preocupante cuando uno mira un poco más allá. Tras pocas jornadas, diez, el Atleti es séptimo, a nueve puntos de los puestos de Champions, el objetivo mínimo exigible. El Villarreal, el Valencia y el Sevilla, con quien perdió en casa, parecen mucho más serios en su juego y prestaciones. Cierto es que el Atleti ha jugado ya contra muchos de los de la parte más alta, si bien también es cierto que el resultado ha sido pobrísimo, sólo un punto en cuatro partidos. También es cierto que el Atleti, que se ha acostumbrado a mirar hacia adelante, no puede ignorar que con dos puntos menos está el equipo clasificado en decimocuarto puesto. Lo que en Europa se va enderezando, en casa se complica. En los próximos partidos, (Deportivo, Numancia, Racing, Sporting, Betis) todo lo que no sea un buen saco de puntos será un problema difícil de asumir y difícil de justificar para Aguirre, un entrenador a quien más de un partidario, quizás no de su estilo pero sí de sus resultados, empiece a perderle la fe. Y no nos extraña. El Atleti sigue sin patrón, con pruebas en consideración al rival que, si funcionan, se repitan aunque el rival sea otro y se demanden otras cosas. Que se juegue de una manera con un equipo mermado en casa de Liverpool o Villarreal puede tener su explicación; que se aplique la misma medicina en casa del colista es más chocante. Quedan varios partidos por delante en los que demostrar si la tendencia cambia o si la plantilla es corta para tanta competición, como aventuraban muchos. Y Aguirre, entre tanto, se la juega más que nunca.

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El que no se haya comentado hasta ahora no significa que pasara desapercibido, que no lo viéramos, que no nos llamara la atención. Desde hace tiempo lo veníamos diciendo, era demasiado obvio como para que no ocurriera, estaba en todas las quinielas, en las porras, en las apuestas. Alguno pensó en un cambio de dirección, en un propósito de enmienda, hasta en un arrepentimiento. Pero la naturaleza es tozuda y las cosas son como son y las personas son como son y las trayectorias son las que son y la cabra tira al monte. Tras mucho dudar, tras intentar no caer en la tentación, tras resistirse a saltar al abismo en contra de su voluntad y su vértigo, el portadista del Forza Atleti por fín lo hizo, y el sábado pasado abrió número con foto de Sinama y las palabras "Pon Gol" y se quedó tan ancho y de paso volvió por sus fueros. Toda una declaración de principios sobre lo que nos espera. Aturdidos y aliviados a partes iguales por la noticia, nos atrevemos a sugerirle un nuevo e ingenioso juego de palabras para ilustrar la portada, bajo foto de la mugrienta y desdentada mascota que nos avergüenza domingo tras domingo con sus saltitos y su falta de higiene, rodeada de aficionados: "Indy Gente".

viernes, 7 de noviembre de 2008

Elogio público de Mariano Pernía

Sí, sí, elogio. Elogio. Y de Pernía. Elogio-público-de-Mariano-Pernía. Sí, ¿qué pasa?

Nota: este artículo comenzó a escribirse tras el partido Atlético - Mallorca del pasado día 1 de Noviembre. Por razones que no vienen al caso sólo se terminó después del partido de Liverpool.
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Sube Mariano Pernía la banda y la grada silba.

Silba la grada a Pernía y el que suscribe se enfada. Se enfada, sí, se enfada. No sabe si se enfada con los que silban o con los que no aplauden o con la gente en general, pero se enfada. El que suscribe, que no sólo es un blando sino que es admirador de Pernía desde hace tiempo como bien saben los lectores de este blog, suele enfadarse con lo que considera injusto y esta situación se lo parece. Intentaré explicarles por qué.

Que Mariano Pernía es quizás el jugador más limitado de la primera plantilla del Atleti es algo que, en mi opinión, está claro. Donde el lector amable ha leído limitado alguno ha leído malo, y a efectos prácticos viene a ser lo mismo. Pernía, que llegó al Atleti tras una buena temporada en el Getafe y un Mundial ni más ni menos, no ha jugado bien en el Atleti. No ha respondido a lo esperado, no ha justificado su fichaje (carísimo, pero eso no es cosa suya sino de algún otro al que se silba más bien poco) ni ha convencido como titular por delante de Antonio López. Pernía no ha exhibido en el Atleti su disparo seco, el que le dio tantos goles en el Getafe. Ni de falta, ni de jugada, ni llegando de segunda línea. Pernía ha hecho poco bueno y sí ha hecho muchas pifias, muchos malos despejes, muchos errores de principiante. Muchos.

Pero es que además Pernía, Mariano, hace a veces cosas cómicas. Hay gente con el don de la gracia involuntaria, como esos científicos despistados que presentan la vacuna de la malaria con una mancha de huevo en la bata blanca; uno de ellos es Mariano. Pernía se cae cuando no hace falta, se afeita la cabeza el día de más frío del año y le rompe la columna a un compañero intentando despejar de un pelotazo. Pernía pierde de vista el balón en un rebote y corre en dirección contraria mientras la grada le dice por ahííí nooooo, Marianoooo. Llega el balón botando en largo y le pasa por encima a Pernía, que intenta volver a su posición mientras la grada se monda. Sube Pernía la banda y un señor gordo que nunca jugó al fútbol grita Vamos Mariaaaanoooo, y lo hace con un tono socarrón, entre cariñoso y ridiculizante que aquellos que acuden al campo acaban de repetir mentalmente. Y también pifia Mariano, sí. Sale Pernía al ataque y se le va el balón cuatro metros, lo que aprovecha el rival para organizar un contraataque entre bramidos de desesperación de la tribuna. Despeja Pernía de cabeza y le hace un pase medido al delantero centro visitante, quien tira a puerta y nos da un disgusto a todos. Y no sigo, que alguno se va a tomar este elogio por el lado contrario por el que va, pero no me negarán Vds que es así. Y es que Pernía, que es calvo y delgadísimo y se llama Mariano, invita al chascarrillo, y esto es así nos guste o no. Pernía, en fin, tiene estas cosas, y quizás por eso algunos le hayamos cogido más cariño que a otros.

Por todas estos motivos la grada reciente ha elegido a Pernía como el blanco de sus iras, como antes hizo con Cléber, y esto es lo que uno no entiende. Toca la bola Pernía y parte de la grada silba, lo haga bien o lo haga mal. Juegue bien o juegue mal, Pernía es elegido el peor jugador del partido; cuando uno pregunta por qué, el demoledor argumento es uno que les sonará familiar: Pernía no tiene nivel para ser el lateral izquierdo titular del Atleti de Madrid, es seguro que Pernía es peor que su peor equivalente en canterano, Pernía es malo de solemnidad. Y, incluso si uno estuviera de acuerdo con estas afirmaciones, uno no cree que eso justifique que se convierta a Pernía en el automático chivo expiatorio de todos los males del club, que son muchos y evidentes y tienen nombre y apellidos y personas detrás que sin embargo no escuchan silbidos ni broncas a pesar de ser los responsables de que en su puesto juegue Pernía y no un jugador de campanillas. Y así nos van las cosas, oigan.

Así que de un tiempo a esta parte, no sé bien si por convencimiento espontáneo o por llevar la contraria a la facción que la ha tomado con el Tano (que uno es del Atleti hasta para enfrentarse con el resto de la afición del Atleti), yo soy de Mariano Pernía.

Y soy de Mariano Pernía porque, consciente como soy de sus limitaciones, valoro su entrega y sus ganas y su falta de falso fondo. Porque si yo fuera Pernía, Mariano, quizás no me brindara a la lapidación pública de cada partido con la honradez casi suicida con la que lo hace él. Porque cuando las cosas se ponen feas nunca he visto taparse a Pernía y sí he visto esconderse a muchos otros compañeros suyos con más calidad y más caché y más experiencia pero menos vergüenza torera. Porque Pernía, que no está capacitado para subir el balón, no rehúye la responsabilidad cuando otros jugadores, más glamourosos y más dotados y siempre mucho más tapados, le entregan la bola para que sea él y no ellos quien se inmole ante la grada. Porque Pernía, que tiene y no tiene suerte, hace un buen partido en Liverpool y obtiene como recompensa que el piscinazo de Gerrard se recuerde como el penalti de Pernía. Porque Pernía, que podría estar harto del Atleti y de su gente y evitar todo contacto con la afición silbadora, se desvive por los chavales y aficionados que van al Cerro del Espino aunque sepa que no es él el más deseado en los rankings de cazadores de autógrafos. Porque Pernías o Pizos Gómez, jugadores limitados con vergüenza y corazón, en otros tiempos eran queridos en el Calderón a pesar o quizás precisamente por sus defectos; pero no ahora, que hasta en eso ha tenido mala suerte el bueno de Mariano.

Por todo ello, yo soy de Mariano Pernía. Y porque si unos cuantos jugadores de la primera plantilla, con buenos sueldos y buenas condiciones técnicas tuvieran la mitad de ganas y honestidad con la que juega Pernía, el Atleti estaría más cerca del lugar que se merece. Porque puede que uno tenga claro que Pernía no quedará en su memoria como el mejor en su puesto, pero sí le queda claro que, si algún día se lo encuentra por la calle, le gustaría estrecharle la mano y agradecerle la actitud, la rectitud y la honestidad y mostrarle mi respeto. Y esto, lamentablemente, no es algo que merezcan muchos de los que han pasado por este Club últimamente, empezando por arriba.

Y ahí queda dicho. Y ahora me expongo a la lapidación pública en el momento en el que Pernía cometa la próxima pifia, que será pronto y será seguro, que menudo es Mariano para estas cosas. Y en ese momento llegará más de uno y más de dos y dirán a ver qué dices tú ahora de tu Mariano majo, que mira la que ha liado, a ver cómo le defiendes, que ya saben Vds cómo se las gasta esta afición cainita en cuanto uno se posiciona. Y quizás no tenga defensa posible pero yo, mientras siga como hasta ahora, mientras sude lo indecible y siga dando el 100% de lo (quizás poco) que tiene le seguiré defendiendo, seguiré siendo de Mariano Pernía. Y ahí queda dicho.

*(Dicho esto, a uno le consuela saber que no está solo en esto; también la municipalidad de Londres se sumó al elogio, según pudo comprobarse el pasado miércoles, a la vuelta de Liverpool)


jueves, 6 de noviembre de 2008

EL DÍA QUE GERRARD SE TIRÓ A LA PISCINA

Por Jesús Doggy, enviado especial a Liverpool.


“¡Dale, canallón! Todavía estamos festejando, ja ja ja... ¡Como os rompimos el orto!” Maxi Rodríguez me sonríe, socarrón. Son las diez menos cuarto de la mañana y estamos en la T-3 del madrileño aeropuerto de Barajas rememorando el clásico rosarino que, la noche anterior, ha ganado Ñuls con un gol de penalty de Schiavi. El pueblo canalla sigue en su particular paseo por el abismo, con el equipo penúltimo en la clasificación del Apertura y, de nuevo, cuarto por la cola en la tabla de promedios, cacicada suprema del fútbol argentino que, para impedir que bajen River o Boca, suma los puntos obtenidos en los cinco últimos torneos y los divide por el número de partidos jugados, descendiendo los equipos con peor promedio, que siempre son los chicos. Pero, en fin, esa es otra historia, mucho más triste, porque la expedición rojiblanca se dispone a tomar un avión rumbo a Liverpool: un viaje soñado. Ya ha llegado el fresquibiris, así que la primera plantilla luce, sobre el traje oficial, una trenca azul marino tres cuartos, como de Gerry y Los Pacificadores, que no podría ser más apropiada para visitar la ribera del Mersey. Esta vez, ante la ausencia de Ujfalusi y del griego delicado, nadie lee, porque Johnny va muy concentrado con su ipod, aunque dudo mucho que esté escuchando el “I like it” o el “How do you do it?”. Hay algún problema con la tarjeta de embarque del Kun, que llega al avión con cara de muy pocos amigos. Es emocionante, en todo caso, subirse a una nave con un escudo gigante del Atleti y un “Atlético de Madrid 1903” grabado en el fuselaje. Delante, los directivos, con el Presidente Don Tancredo a la cabeza, aunque el grueso de la expedición de chupópteros lo conforma la familia Gil Marín casi al completo y sus absurdos adláteres. Es curioso como se parecen ese hatajo de pijos paletos entre sí, aunque sólo uno de ellos tenga el gesto torvo y la cara torcida, fiel reflejo de su mediocre esencia. A Suso, Susito, Susete no se le ve en todo el viaje, supongo que no habrá ido.

Liverpool nos recibe con un día inopinadamente soleado y con un grupito de ingleses con camisetas del Atlético de Madrid a la espera del autógrafo. Desde el aeropuerto ya se intuye lo que será la ciudad: un folclore turístico de explotación de los Beatles. Hay una estatua de Lennon –de hecho, el aeropuerto se llama John Lennon- y un ridículo submarino amarillo de tamaño natural, suponiendo que las ficciones puedan tener tamaño natural fuera del inconsciente colectivo. El taxista que nos lleva hasta el hotel es del Everton, de hecho el club más popular de la ciudad. “You gotta win” nos dice sonriendo. En esta ocasión, el Atlético ha decidido concentrarse en un hotel distinto al de la canalla de los medios, lo cual es una lástima. Por la tarde entrenan en Anfield. El estadio, como ya se ha dicho, es feo por fuera y bonito por dentro. Por dentro impresiona la pendiente sostenida de The Kop y la cercanía del graderío al terreno de juego, pero también parece un estadio pequeño, no extraña que esté al borde de la jubilación en este fútbol superprofesionalizado y transmutado en negocio global.

En la zona de banquillos, se apretujan el Presidente y su séquito. Sólo un número reducido de personas puede estar allí y el jefe de los Stewards se mosquea terriblemente al ver a la recua de Gilmarines. Al de la Cara Torcida le cae un chorreo importante en perfecto inglés gritado y el dueño del club de nuestros amores se achanta y pide perdón hasta la extenuación, mientras sus hermanos hacen comentarios de pésimo gusto en voz alta. Sobre el césped, Agüero practica feliz de la vida: se pone de portero, hace bromas con los compañeros, amaga con darle una colleja a Javier Aguirre. Ya sabe que va a ser suplente, pero sonríe, como siempre, picarón. Que distinto a su semblante de hace menos de un año en Bolton, cuando casi se vuelve loco al saber que no jugaría de inicio. Quiero valorarlo como un paso más en su buena evolución. El técnico mejicano, en rueda de prensa, está sumamente tenso: va a enfrentarse a su archienemigo, el gordo camarero español que dirige al Liverpool y mide sus palabras. “¿Tiene el equipo decidido?”. “Tengo muy claro que once jugadores van a saltar de inicio, pero prefiero no decirlo”. La organización de la rueda de prensa es nefasta, más propia de aficionados que de profesionales de esto, quede constancia para que luego no se diga. Junto al Vasco, la Señorita Pepis, en cuyo honor hay que decir que habla un inglés más que notable y que no necesita en ningún momento hacer uso del traductor, que, por lo demás, es un cachondo de cuidado.

De regreso al hotel, mientras la canalla prepara sus bochornosos planes nocturnos habituales, me topo con Roberto Solozábal que, curiosamente, aparenta una forma física incluso mejor que cuando era futbolista profesional. Ahora vive a caballo entre Madrid e Ibiza, pero ha ido a Liverpool a ver el partido con dos amigotes que, sin duda, les sonarán: Alfredo Santaelena y Gabriel Moya. El centro de Liverpool está trufado de “presuntos” lugares santos para el nostálgico beatlemaníaco, pero no es más que una mera añagaza para atraer turistas. Hay dos o tres The Cavern en la misma calle, aunque el auténtico The Cavern fuera demolido allá por 1972. Es la noche antes del partido, pero ya se nota ambiente atlético en la ciudad y es emocionante pasar junto a un pub céntrico y sentir como atruena el “Vamos dale Atleti”... El martes amanece nublado sobre Liverpool y, desde primera hora, la ciudad es un hervidero de camisetas y bufandas rojiblancas. En la tienda oficial del Liverpool, en pleno centro, decenas de aficionados colchoneros compran recuerdos de Fernando Torres. Huelga decir que La Máquina es un ídolo absoluto para los reds y nosotros conocemos sobradamente las razones. Saliendo de la tienda un “¡¡¡Uruguayo, uruguayo, uruguayo!!!” retumba en la plaza. Diego Forlán, acompañado por Maniche, Coupet, Sinama y Perea, está rodeado de colchoneros. Por la calle adyacente aparecen Camacho, Miguelito, Raúl García, Antonio López y la Señorita Pepis: tardarán casi media hora en cruzar la plaza, porque cada medio metro tienen que hacerse una foto. “¡¡Miguel, Miguel, Miguel de las Cueeeeevas!!”. El chaval sonríe. Cinco horas después, será el descarte de Aguirre y verá el partido desde el palco. Por doquier, hermanamiento de hinchadas y miradas torvas de los supporters del Everton, The People’s Club. La estatua de Lennon en Mathew Street es ataviada, una y otra vez, con bufandas rojiblancas.

El autobús de la prensa se dirige a Anfield. El autobús de los cuchillos largos: desde la mañana se ha extendido el rum rum de que el Kun no será titular. “Voy a matar al mejicano”. “A Aguirre lo crujo”. “Le voy a machacar”. Todos los que esperan saldar cuentas con el Vasco, nada dócil con los caprichitos de los medios, especialmente con los radiofónicos, están felices, ya tienen munición para cargar sus traicioneras recortadas. En Anfield, afortunadamente, no reparten el “Forza Atleti”, sino que cobran tres pounds por el “This is Anfield”. Me ahorraré las comparaciones que, en este caso, más que odiosas, serían grotescas. La tribuna de prensa está en el sitio ideal: a media altura y en el centro del campo. Me toca al lado del traductor, repito, un cachondo de cuidado. Ya se ha dicho, pero es que es cierto: el “You’ll never walk alone” pone los pelos de punta. Y da un poquito de alipori que el cerril medio centenar de siempre intente estropearlo, confundiendo rivalidad con falta de educación. También es cierto, tal vez por la acústica, que cuando ruge The Kop no se oye otra cosa en el estadio. Y eso no quita para que la afición atlética de una auténtica lección de aliento a sus colores. “Es impresionante” me dice el traductor. Sonrío y pateo por lo bajini mientras atruena eso de “El equipo campeón, los mejores porque sí”. Aguirre se muerde los puños en el palco, mientras el fat spanish waiter se desespera, totalmente superado, en la zona técnica. El baño táctico del mejicano es absoluto. Maxi mete un golazo que nace en un centro largo sensacional de Johnny adornado por un control a lo Zidane con la derecha de un Antonio López que, minuto a minuto, da silenciosas lecciones a un griego desahogado. El Atleti no cierra el partido en dos contras de manual cortadas con mano dentro del área que un bombero sueco no ve. Tampoco ve, en el 93’45” de partido, un penalty que no es tal, pero se fía de un linier malhadado y pita pena máxima para después freírnos a tarjetas. Incluso al pobre Kun por sacar de centro tirando a puerta. Un auténtico disparate. No tan bochornoso, en todo caso, que el caos en el Aeropuerto Internacional John Lennon, en el que tres mil aficionados españoles son tratados como ganado. Infame.

Detalles de un nuevo día para recordar


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Muchas de las cosas buenas que nos pasan, muchos de los días que recordaremos siempre, muchas de las historietas que contaremos a nuestros nietos no salen de la nada sino que ocurren gracias a que alguien se preocupa de organizar lo necesario. El viaje, el hotel, la entrada, la forma de llegar y salir, dónde comer, el horario del tren y la forma de llegar a la estación, todo ello requiere mimo y tiempo y energía para cuadrar las posibilidades. Todas estas cosas, empero, suelen ser leales al organizador y cumplen con su palabra a menos que pase algo gordo. Salvo sorpresa, el estadio está en la dirección que nos dieron, el hotel se llama como nos confirmaron y el restaurante en el que quedamos con los amigos efectivamente es un restaurante y no una tienda de efectos militares; estas últimas, aunque curiosas y poseedoras de un nombre algo anacrónico, son poco recomendables para merendar.

El problema suelen ser, curiosamente, los organizados; es llamativo que sean precisamente ellos, los beneficiados, los que mareen la perdiz. Algunos organizados esperan en casa a que otro les organice un día inolvidable y su única aportación a la tarea es decir que tal hora les viene fatal para salir, o que si puede venir un primo suyo que le cae muy mal al resto, o si hay manera de encontrar un restaurante especializado en comida para celíacos, colectivo al que no pertenece pero por el profesa un profundo sentido de la solidaridad. El organizador se desvive por cuadrar horarios y gustos e intereses, por acomodarse a las demandas de los que esperan y casi exigen una organización perfecta sin dar mucho a cambio, y a ello dedica mucho más tiempo, energía y berrinches de los que debería. Los organizados normalmente colaboran, que para eso están como reyes esperando que les hagan la vida más fácil. Pero no siempre es así: el organizado díscolo no quiere ni oír hablar de cambiar sus gustos ni de aceptar cambios o sacrificios y si además el día amanece nublado da a conocer su fobia a la niebla chascando la lengua y poniéndole mala cara al organizador, la cara que se le pone al que tiene poco tino a la hora de elegir días inolvidables, la cara que al organizador agotado le gustaría partir de un sopapo aunque luego, educado, se limite a suspirar y buscar la mirada cómplice de otros organizados más comprensivos, quizás por haber sido ellos mismos organizadores en un pasado cercano.

Para esos, que saben quién son, que han invertido buena parte de su tiempo y su esfuerzo y su energía en que el que suscribe pasara el martes un día inolvidable va dedicada esta crónica tan tonta y también una disculpa por no poder responder a su generosidad con un agradecimiento menos redicho.
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El partido. Hablar del partido a estas alturas quizás resulte poco útil. Todo el mundo vio lo que ocurrió, todo el mundo tiene ya una opinión. La opinión del que suscribe, que como saben es tonto, poco aporta pero ahí va. Al que suscribe, que vio el partido desde el ángulo contrario al del resto de la gente del Atleti desplazada a Anfield, le gustó el Atleti. Le pareció que no jugó especialmente bien ni con excesiva brillantez, pero sí con seriedad y contundencia, quizás como la ocasión requería. Al que suscribe le gustó Perea a pesar de una pifia de infantil, y le gustó especialmente cuando fue al corte y al choque y sobre todo de cabeza, donde se impuso en casi todas las ocasiones a los rivales, que no son mancos. Le gustó Antonio López, sobre todo cuando derrochó finura y calidad, en el control y el pase del gol y en algún otro control posterior. Le gustó el partido de Pernía, pero de este tema ya hablaremos, y le dejó preocupado Heitinga, excesivamente ausente para lo que se espera y demanda de él. De Leo Franco, que no estuvo mal, tampoco se atreve uno a decir lo bien que estuvo.

Al que suscribe le gustó menos el centro del campo, sobre todo el centro del centro, superpoblado pero con poca presencia para lo que se podía exigir. Assunçao aporta cuando tiene que actuar de central adelantado pero no tanto cuanto tiene que apoyar a la salida del balón; eso sí, tras releer las crónicas uno cae en la cuenta de que desde su perspectiva en numerosas ocasiones confundió a Perea y Assunçao porque tras el partido la aportación del segundo le pareció más limitada de lo que aquellos que vieron el partido por televisión o desde un mejor asiento dicen. Raúl García parece haber perdido confianza y también parece haber aprendido demasiado de Maniche, esto es, a complicarse poco y aportar lo justo; Maniche corta balones de mérito y luego pasa largos ratos ausente, como pensando con qué gorro saldrá en la próxima foto; Simao es Simao y yo últimamente no le veo muchas pegas, qué quieren que les diga, aunque no hiciera el partido más completo que le hayamos visto. Maxi marcó un buen gol con pausa y calidad, pero el resto del tiempo sigue siendo su propia sombra, un jugador en busca de si mismo que por ahora no tiene muchas pistas sobre dónde se quedó su don, un jugador por cierto al que le deseamos que encuentre pronto lo que busca, por su propio bien y por el del equipo. Forlán, muy sólo y muy silbado por su pasado en el Manchester United (al parecer en una ocasión marcó dos goles a los locales) también hizo lo que suele: pelear, desplegar juego, ayudar al resto, pelearse con la defensa, meter miedo y rezumar criterio. Aún así, no hizo el partido perfecto y quizás fue porque anduvo solo, más que solo a ratos, siempre rodeado de buenos centrocampistas y centrales rivales. De Kun diremos poco, únicamente que nos parece increíble que un jugador como el Kun no salga de inicio en un partido como el de Anfield.

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Anfield. Tenía uno muchas ganas de ver un partido en Anfield y si le hubieran preguntado a uno por alguna de las cosas que más ilusión le harían en la vida sería cantar un gol del Atleti desde The Kop. Y el martes lo hizo, gracias a un par de tipos con gafas y una señorita con gafas mucho más elegantes que si no se han dado por aludidos en el primer párrafo deberían hacerlo ahora. El que suscribe vio el partido desde la zona local, desde uno de los corners de The Kop, lejos de los suyos. Por extraño que le pueda parecer a alguno, se alegra infinitamente de haberlo hecho desde esa perspectiva.

De Anfield, que es feo por fuera pero bonito por dentro como los kiwis, ya habrán oído hablar bastante estos días. Que si es un estadio mítico, que si se respira fútbol, que si el arco en el que pone This is Anfield, que si The Kop. Esta admiración general puso nerviosos a algunos, partidarios de rebajar el nivel de azúcar en las relaciones entre las dos hinchadas hasta un nivel que no pusiera a la nuestra al borde del coma diabético. Tras lo vivido en Madrid y ahora tras lo vivido en Liverpool se suceden tanto las declaraciones de amor incondicional hacia los reds como las muestras de rechazo hacia una supuesta histeria de fan beatlemaníaco a todo lo que huela a LFC, que lleva a parte de la afición a echarle en cara a la otra media que no se comporten como quinceañeras y se hagan del Everton. Ambas posturas nos parecen bien, como no podría ser de otra manera; eso sí, los que intentamos evitar una concepción maniquea de todo lo que pasa nos limitamos a valorar nuestras propias experiencias, que en el caso del que suscribe no tienen mucho que ver con ninguna de las anteriores.

Desde la llegada a Liverpool uno notó en la gente algo que, como saben, se aprecia especialmente en estos textos: la educación. Educación espontánea y normal, de las de antes, de la que se encuentra poco ya. Los camareros de los pubs, los hinchas locales antes y después del partido, los tenderos del Everton, los taxistas y los pasajeros del autobús compartían en todo caso las ganas de ayudar, de agradar y de hacerle sentir cómodo al visitante, al menos al que suscribe. No hablamos de abrazos rompecostillas ni de regalos conmemorativos ni de invitaciones a pasar las próximas vacaciones con ellos en Playa del Inglés, sino de simple educación, de gracias y porfavores y desdeluegos y de ¿vienen Vds al fútbol verdad? si es así, este es su autobús, yo les avisaré de la parada, disfruten del partido y tengan un buen viaje de vuelta. Uno, que es un antiguo, vive estas cosas con la inocencia del que vive en un sitio donde esto ya no se estila y agradece especialmente esta concatenación de pequeños detalles que le hacen a uno sentirse cómodo y agradecido. Cómodo y agradecido, no menos cómodo que en otro sitio o menos agradecido de lo que ellos deberían sentirse. Cómodo y agradecido, muy cómodo y muy agradecido, sin comparaciones, tan cómodo y agradecido como en otros sitios también, sí, tanto como debería ser siempre, siempre.

Los alrededores de Anfield bullen antes del partido entre coches y colas en los pubs y el horroroso olor de los puestos ambulantes de hamburguesas y patatas fritas, pasos de la Cofradía Británica del Alto Colesterol. En los pubs cercanos, repletos de bufandas y fotos de los héroes locales, no hay quién entre y quien lo hace nota cómo se le empañan las gafas y se le nubla la vista por el malsano aire del interior. Cumplido el rito de la pinta previa, uno entra al estadio pasando antes por el memorial a las víctimas de Hillsborough, un rincón en silencio en medio del follón lleno de velas y papeles con oraciones en el que gusta ver que algún compañero de viaje ha dejado escudos del Atleti y alguna bufanda, el homenaje del que llega al aficionado local que lo está pasando mal, un detalle bonito, otro más..

Situado a la izquierda de The Kop, a uno le llama la atención la mezcla de gente de la grada. Gente de todo tipo, mayores y jóvenes, señoras con bolso y ancianos venerables, muchos indios y pakistaníes, quizás menos de otros grupos étnicos; hinchas locales con poco pelo, tipos en camiseta y otros muy abrigados, también alguno con los emblemas que adornan el Calderón. Gente normal, así, para abreviar, en una grada inmensa que llega desde el campo hasta el extremo más alto del estadio, una única grada gigantesca llena hasta los topes de gente que ve el partido en pie, sin sentarse, de pie por voluntad propia. Acabado el partido llama la atención la impresión que tiene el aficionado atlético, situado en el otro extremo del campo, tras la otra portería. Desde allí no se oye a The Kop, te dicen, sólo se nos ha oído a nosotros, menudo baño de animación les hemos dado.

Uno, que no concibe todo como una competición y no se para continuamente a pensar quién es mejor que quién sino que prefiere alegrarse de que haya tantas cosas distintas, cuenta lo que vivió: y lo que vivió es que The Kop canta y canta, canta al unísono y canta continuamente, canta fuerte como un trueno y entonado como un coro, canta muchas canciones distintas y complicadas, canta más que grita porque canta con mimo y con gusto. Cantan los niños y los enormes scousers en manga corta, cantan las señoras con bolso y los elegantes sikhs con su turbante, cantan cuidando cada canción, cantan todos y cuando cantan You´ll never walk alone hay que ser un tipo muy duro (de oído) para que no se le pongan a uno los pelos de punta.

Llama también la atención en la grada lo mismo que en la ciudad. El vecino de localidad te saluda al empezar y te da la mano al irse, comenta las jugadas y pregunta si lo has pasado bien. Cuando el que suscribe junto con otros tres o cuatro grita el gol de Maxi en medio de la grada rival, los de alrededor te miran tranquilos, y si hablas con ellos te dicen que celebres sin problema los goles de los tuyos, que para eso se viene al fútbol. Cuando el árbitro pita penalti y el Liverpool empata gritan gol como posesos, e inmediatamente después se giran y te dicen no fue penalti, qué malo es el árbitro, pensamos que el resultado fue justo pero no lo fue la forma en que se produjo. Antes preguntan por Luis García, alaban a Torres, se interesan por lo que ocurrió contra el Marsella y se asombran cuando les cuentas que el tío de Luquitas Leiva fue el ídolo de tu niñez. Saben de fútbol, saben de gradas, saben de seguir a su equipo y de representar a su afición en otros sitios. Hablan de respeto y de confianza, de hospitalidad y de agradecimiento. Te hablan de lo bien que lo pasaron cuando fueron a Madrid, te cuentan que hubo un partido entre aficionados en la víspera que acabó con paliza local y montones de pintas pagadas a medias, te cuentan las ganas que tenían de que vinieran los aficionados del Atleti para devolverles la hospitalidad e intentar que pasaran un buen rato. Y hablan, naturalmente, de Torres, y lo hacen con devoción, con la misma devoción con la que la ciudad está empapelada con su foto y se canta su canción y ondea en medio de The Kop una bandera con su imagen, junto con la de los grandes de su historia. Y ante tanta devoción se pregunta uno si aquí le tratamos igual en su momento, si no es normal que el Niño se encuentre tan a gusto en su sitio actual.

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Detalles. Dos últimos detalles que reseñar. El primero, la increíble ovación a Luis García nada más salir a calentar, tan asombrosa como el recibimiento unos minutos después cuando salta al campo, con todo el estadio de pie aplaudiendo los compases de esa canción que habla de su afición a la sangría. El segundo, la preciosa ovación al portero y equipo rival en el segundo tiempo, cuando se sitúan en la portería que queda bajo The Kop. Con cero a uno, con muchos problemas por delante, la afición local ovaciona al equipo rival que puede amargarles la noche, homenajean al los jugadores rivales, que se giran a aplaudirles con cara de no entender nada. El vecino de localidad te explica que siempre lo hacen, salvo al Everton y al Manchester United, y lo dice con una naturalidad que a uno le hace callarse un rato.

Estos detalles, junto con algún otro, le hacen a uno sentir una admiración sincera no ya hacia una afición concreta, sino hacia una forma de entender las cosas, las rivalidades, el deporte. Y es que uno, que es de escuela rugbística y chapado a la antigua, echa de menos que estas cosas no se vivan con más frecuencia. Y no cree que caiga en servilismos y ni histerias de quinceañera por apreciar en otros lo que nos falta a nosotros, o por responder con la caballerosidad de la que uno sea capaz a la caballerosidad de otros. Pero esto, ya lo saben Vds, no es fácil de explicar cuando estamos en casa. Y es una pena, oigan.