lunes, 30 de junio de 2008

Días de vino y justicia

Se acabó la Eurocopa. Y fue bonita y se jugó bien y vimos buenos partidos y grandes goles. Y ganó España, y lo hizo jugando de maravilla e imponiendo su sello. Y al frente del equipo, algunos que nos suenan y que nos han hecho sonreir más de una vez. Quién nos lo iba a decir.


Se acabó la Eurocopa y la mayoría tenemos cara de no habernos enterado bien de qué carajo ha pasado. Cara de incredulidad, de no explicarnos de dónde salió ese equipo asombroso que juega de una forma inconfundible, un equipo de once en cuyo interior habita, simbiótico, un equipo de fútbol sala formado por virtuosos y encima lo hace con la mayor naturalidad y desparpajo. Nos miramos y nos decimos que hemos ganado la Eurocopa así como para recordarlo, y lo decimos con alegría pero no dando saltos ni lanzando el sombrero al aire, sino poniendo cara de no entender bien qué pasó. España, ese equipo que nunca fue un equipo hasta ahora, resulta que juega al fútbol como los ángeles y ha ganado la Eurocopa y nosotros, nosotros, los que no nos fiábamos y no hubiéramos apostado un duro por la mitad de lo vivido, lo hemos visto. Madre mía.

Para empezar, para algunos de nosotros ha sido extraña la sensación de ir con el equipo con el que van todos los demás. Acostumbrados a vivir en minoría, identificarse con el 100% de la gente en un objetivo común ha sido algo raro. Desde la final del 84, celebrada ante la embajada francesa al lado de la Puerta de Alcalá con la exigencia inmediata de que no se volcaran más camiones de hortalizas, uno no sentía esa comunión total. Siempre hemos ganado a los de al lado, o los de enfrente nos han ganado a nosotros; así, en las celebraciones siempre había un alto porcentaje recochineo, de corte de mangas al vecino que celebra a trompetazos por el patio los goles del equipo rival, de ahí te pudras y ahora toco yo la bocina y a ver quién duerme mal hoy, listo. Esta vez no, qué cosas, esta vez todos íbamos con los mismos, esta vez todos o casi todos nos alegrábamos a la vez, esta vez todos deberíamos estar contentos aunque a algunos la única forma que se les ocurre de celebrar los triunfos es volcando contenedores y dejando la ciudad hecha un asco, pero este es un problema distinto, un problema entre grave y ridículo del que no tenemos intención de ocuparnos aquí.

Y fíjense Vds que es la sensación de equipo la que más le ha llamado la atención al que suscribe. De equipo que juega junto y que sabe a lo que juega, de equipo que se fía de lo que hace y que no traiciona a su estilo por más que en ciertos momentos podría verse tentado a hacerlo. De equipo que celebra las cosas juntos, todos con todos, todos con cara de pasarlo bien por encima de todo. El equipo, el equipo que nunca fuimos y ahora somos, ha dejado imágenes de esas para recordar: Villa dedicando un gol a su teórico rival Torres, Torres dedicando un gol a su teórico rival Villa justo al acabar la final, Palop vestido de Arconada siendo felicitado por Platini, Reina abrazando a todos a la mínima ocasión, todos manteando a Luis en el preciso instante en que éste deja de ser el seleccionador nacional. Paradojas múltiples, metáforas de cómo deberían ser las cosas, lecciones en una única imagen, prodigios de la comunicación.

Lo más asombroso del caso es que el equipo ha estado unido a pesar de una afición no tan unida, sobre todo al principio del campeonato. Cuando se trata de la selección, todos (y yo el primero) no miramos las crónicas como el relato de un todo, sino que lo hacemos buscando la mención a los nuestros y dejando para más tarde la lectura reposada de la narración del partido. Buscamos de párrafo en párrafo una palabra en la que echar el ancla y comenzar a leer; en mi caso, ya se lo imaginan, la mirada pasa por encima de renglones y párrafos y puntos y aparte, buscando una T mayúscula, una palabra de seis letras reconocible y memorizada. Una vez encontrada, la mirada se agarra a la T y derrapa sobre el resto de palabras, busca el principio de la frase y la lee con rapidez. Busca, por ejemplo, que se reconozca el enorme trabajo de Torres y que no se caiga en el facilísimo análisis superficial de siempre, y cuando uno lo encuentra lo relee con la pausa y el placer con el que se saborea el único puro que le deja fumar el médico durante un año completo. Los donostiarras y los del Liverpool hacen lo mismo pero buscando la X de Alonso, y asturianos y valencianos la V de Villa. Los catalanes lo tienen más fácil, pudiendo buscar como mínimo tres o cuatro iniciales-ancla por partido, que para eso la sensacional cantera del Barça aporta mucha de la calidad y gran parte de la identidad del equipo. Pocos buscan la referencia al todo, al uno.

Incluso hay otros que, más rabiosos, buscan el nombre de los que no están, quieren ver la mención de aquél que ellos reivindican, ver el nombre de su ídolo convertido en el bálsamo milagroso que nos salve de una enfermedad que resulta que no existe. Algunos se alegraban cuando las cosas iban mal y hablaban a grandes voces en bares y salas de espera sobre la solución lógica, la panacea universal, la piedra filosofal del fútbol patrio: la presencia de fulano o de mengano, qué vergüenza que no estén, parece mentira. Estos mismos se mofaban de ese señor con chándal y acreditación king-size que ha resultado ser el mayor referente histórico del fútbol nacional, qué cosas tiene la audacia. Y en el fondo, muy en el fondo, esos mismos no se alegran del triunfo colectivo porque no se ha hecho según su opinión, no se ha dado importancia a su ídolo, no se ha dado todo el protagonismo a su equipo. Y es que aquí somos así, oiga, aquí nos gusta quejarnos y quejarnos y cuando van las cosas bien no podemos quejarnos con tantísima autoridad como cuando las cosas no funcionan y el resultado es que pasamos un mal rato durante las vacas gordas, qué paradoja. Así somos, qué quieren Vds, así somos nosotros o al menos lo éramos hasta que llegó una pandilla de imberbes que encima parecían llevarse como un grupo de mellizos y fíjense la que han liado.

La victoria de la selección es, para el que suscribe, especial. Lo es, sí, por cómo se ha conseguido, por cómo se ha jugado, por el placer de ver a los nuestros mandando de cabo a rabo en una competición en la que nunca habíamos logrado hacer nada. Lo es también por el ambiente distinto del equipo, por la sensación de que hay jugadores extraordinarios para varios años, por haber asistido asombrado al espectáculo de Xavi jugando con la cabeza alzada y sin mirar al balón mientras lo conduce, la increíble labor y regularidad de Senna, la solvencia de dos centrales por la que no dábamos mucho, la precisión de Casillas en los pocos balones que ha tocado, la asombrosa facilidad e inteligencia de Iniesta y la fina aportación constante de Silva. Por todo ello ha sido una Eurocopa inolvidable.

Pero por lo que ha sido especialmente valiosa es por la sensación de que, contrariamente a tantas ocasiones en el mundo del fútbol, se ha hecho justicia. Se ha hecho justicia cuando ha ganado el que mejor ha jugado, el que menos ha especulado, el que ha sido fiel a sus ideas y a un fútbol bonito y alegre. También se ha hecho justicia con Torres, marcado durante el campeonato con el color del que va a fracasar ante la mirada cómplice de muchos. Torres, al que los medios han perseguido en cada detalle buscando un defecto, subrayando un error, ignorando el enorme trabajo realizado y lo ingrato de su misión, se vuelve a casa como el tipo que metió el gol que nos dio la Eurocopa y eso a uno le alegra, aunque le parece también injusto. Torres se ha pasado la Eurocopa corriendo para otros, peleándose por un equipo, siendo sustituido y cuestionado a la mínima. De Torres se espera que marque en todas las jugadas que tiene, que regatee a todos los defensas, que remate de cabeza siempre a puerta y que cada balón sea una asistencia de gol, que haga de cada intervención una genialidad. Torres, a quien se buscó con insistencia para crear una rivalidad histórica con Villa, recibió de Villa un abrazo de esos de los que uno se acuerda de por vida y que dejan claro que algunos entienden las cosas mejor que otros. Torres, de quién tanto hemos hablado aquí, ha vuelto a demostrar que es una pérdida de tiempo empeñarse en defenderle porque siempre se acaba defendiendo él solito a las mil maravillas. Torres, que es de los nuestros, ha entrado en la historia a pesar de la resistencia de muchos que hubieran preferido enterrarle en vida bajo argumentos de poco peso y eso es algo que nos alegra especialmente.

Pero si con alguien se ha hecho justicia es con otro de los nuestros. La discreta salida de Luis Aragonés tras haber recibido una copa es la perfecta metáfora de aquello del profeta en tierra propia. Tras meses de ataques personales, burlas indisimuladas y certeros pronósticos sobre cuándo y cómo fracasaría Luis Aragonés, Luis Aragonés ha llevado al fútbol español a su mayor éxito. Alguno hubiera esperado ver a Luis dándose la vuelta y señalándose el número con dos pulgares, o dando cortes de manga a prensa y público, o incluso haciendo esas peinetas tan suyas al país entero, pero Luis Aragonés se dio la vuelta y se fue para el vestuario y si no es porque los jugadores lo cogen de camino y lo mantean (con cuidadito), a lo mejor no le vemos más.

Algunos de Vds, que ya saben lo que pienso de Luis Aragonés, quizás entiendan por qué me alegro especialmente de esta Eurocopa. Y algunos de Vds, que quizás también hayan sentido que este equipo, dirigido por Luis y el gran Ufarte, que ganó su primer título importante con gol de Torres, era más suyo que otras selecciones anteriores, e incluso más suyo que de otros aficionados. Y quizás por ello, y posiblemente estando profundamente equivocados Vds y yo, nos hayamos alegrado especialmente de esta copa que sabe a fútbol de lujo y a rojo y a blanco y sobre todo a justicia, a justicia de la buena.

viernes, 13 de junio de 2008

Nosotros, que somos de Gárate

Unos días hacemos crónicas. Otros días, manifiestos.


Algunos, nosotros, que somos de equipos distintos e incluso aficionados a deportes diferentes, somos de Gárate. De Gárate, sí, de ese delantero exquisito que no celebraba los goles por respeto al portero batido, que no cometía faltas y que fue expulsado una única vez en su carrera en un lance que los viejos del lugar recuerdan como una de las mayores injusticias de la historia junto con el ensalzamiento del presunto talento de Miguel Bosé. De Gárate, sí, de ese jugador elegante y discreto, ingeniero industrial con aspecto de ser pareja de timba de David Niven que convivía con naturalidad con compañeros de equipo con aspecto de ser fans de Thin Lizzy. De Gárate, sí, ese jugador al que se despidió con admiración y naturalidad presenciando algo tan impensable hoy en día como un partido entre el Atleti y la selección del País Vasco. De Gárate, sí, de Gárate, de José Eulogio Gárate.

Nosotros, que somos de Gárate, sentimos rubor y rabia cuando vemos jugadores teatreros y tramposos, cuando vemos celebraciones ridículas con bailecitos e imitaciones a los humoristas más casposos del momento. Nos ofende ver a deportistas profesionales poniendo cara de Ecce Homo ante un leve contacto físico, y nos irrita ver cómo los árbitros toleran ciertas cosas y hacen un escándalo por otras, sintiéndose protagonistas y vedettes. Nos molesta el fútbol rácano y ventajista, nos aburre el juego especulador e interesado, nos dan ganas de dar capones a los recogepelotas que pierden tiempo y de ponerle las peras al cuarto a esos delegados de campo que devuelven balones pinchados. Nos gustan los partidos jugados de tú a tú, con ganas y con ambición, esos partidos que acaban con jugadores agotados y satisfechos a pesar de la derrota o además de la victoria, que se dan la mano y la enhorabuena y se dicen que fue un placer jugar contra un tipo tan aguerrido. No concebimos que los futbolistas no suden o no aparenten ganas de querer ganar, que desprecien a su propia afición o que den lo mejor de sí mismos sólo antes de una renovación. Nos irritan las chulerías de los que no tienen motivos más que para pedir perdón, y sólo toleramos los desplantes justificados de los más grandes, y ni de todos ni siempre: entre estos, que quede claro, no está Cristiano Ronaldo y sí está George Best. A nosotros, a los que somos de Gárate nos gustan estas cosas y eso que algunos tenemos más años que la radio de galena y otros somos unos chavalines, qué quieren Vds que yo les diga.

Nosotros, que somos de Gárate, no concebimos que se hagan trampas, menos aún que se hagan a la vista de todos y que se camuflen y se aplaudan cuando las hace aquél que interesa que las haga. Creemos en la caballerosidad y en la torería, en las disculpas por esa patada que no se quería dar, en el respeto al rival y al club y afición visitantes. Sabemos que la caballerosidad no es imbecilidad, y que uno puede ser un gentleman y a la vez intransigente con el que pretende tocarle las narices. Esto es, sabemos que lo cortés no quita lo valiente. Aún recibiendo un gol compartimos la emoción cuando el rival que marca lo dedica a un amigo recién desaparecido, y no nos parece mal que se aplauda una buena jugada o un buen partido del oponente que nos acaba de meter en problemas: ellos luchan por lo suyo y si lo hacen en buena lid y con honestidad no entendemos por qué hay que acordarse de su Sra madre. Admiramos a deportistas de todas las disciplinas, nos ponemos en pie ante despliegues de esfuerzo, sufrimiento y coraje aunque se trate de especialidades deportivas de las que no tenemos mucha idea. A muchos les parecerá que todas estas cosas son unas tonterías de las gordas, pero es que nosotros somos de Gárate y ellos no.

Nosotros, que somos de Gárate, pensamos que eso de ganar por ganar no lo es todo y, desde luego, no es lo nuestro. Nos gusta que el equipo rival venga con sus mejores jugadores y nos gustan los desafíos complicados. Pensamos que hacer equipos a fuerza de dinero es una forma triste de comprar la gloria y nos gustaría que en nuestro equipo hubiera canteranos, gente que supiera cuál es el carácter del club y de su gente. Nos gustaría que en nuestro club se retiraran los jugadores emblemáticos con emotivos partidos homenaje tras años de leal carrera, y no por la puerta de atrás aprovechando que no hay partido esa semana, y soñamos, como hacen por el Mersey, con un equipo formado por once jugadores que sean al nuestro lo que Carragher al suyo. Nos gustan las camisetas simples y antiguas, las equipaciones reconocibles y el respeto a los colores del equipo, y por tanto nos avergüenza la profusión de equipaciones suplentes de colores imposibles y lunares y topos y cuadraditos que salen de las mentes enfermizas de diseñadores de ropa deportiva sin idea alguna de lo que es un equipo de fútbol. Nos emocionan las tradiciones verdaderas y nos producen cierta urticaria las celebraciones forzadas y programadas, ausentes de toda espontaneidad y naturalidad, sean nuestras o de otros. Porque nosotros, que hemos visto a Gárate, nunca hemos necesitado que nadie nos dijera dónde o cuándo celebrar los triunfos de los nuestros, que para eso somos de Gárate, oiga.

Nosotros, que somos de Gárate, despreciamos el modelo actual de sociedad anónima deportiva basado única y exclusivamente en criterios mercantiles y cortoplacistas, en sacar el máximo rendimiento de lo que se tiene aunque esto se haga en claro menoscabo de la identidad del club, y de la afición, y del proyecto deportivo. Nos irritan los clubes obsesionados con el lenguaje de la mercadotecnia y la empresa que instalan en sus estadios restaurantes y concesionarios y oficinas de correos y tiendas de picaportes para así sacar partido al alquiler de cada centímetro cuadrado del estadio que pagaron los socios. Nos revuelven las tripas los directivos del fútbol actual, y sus modales zafios y su obsesión por hacer negocios a costa de la fidelidad de muchos aficionados que para ellos no son más que clientes cautivos, clientes movidos por un sentimiento que los directivos no llegarán nunca a compartir ni mucho menos a entender. Sentimos algo de vergüenza ajena por esos turistas que, sin entender nada, visitan los estadios y compran camisetas oficiales como visita obligada en su periplo por la ciudad de los equipos cuyos egos inflan, así, para contar a los vecinos que se sentaron en el banquillo que calienta esa estrella maleducada con gafas de sol de pantalla que si le viera en un aeropuerto miraría para otro lado para no dedicarle ni un segundo de su corrompido tiempo. Nos dan que pensar algunos de los museos de ciertos estadios y su similitud con el British Museum, no por la solemnidad ni por la riqueza de la colección sino porque buena parte de la misma se cogió sin permiso y sin merecerlo. Porque eso, cuando uno es de Gárate, es algo impensable.

Nosotros, que somos de Gárate, somos aficionados y por ello entendemos a los nuestros y a los otros. Nos gusta la sensación de pertenecer a una hinchada y curiosamente ésta nos avergüenza en ciertas ocasiones, aunque son más las veces que nos hace sentirnos orgullosos. Creemos que la mejor manera de servir a la afición es siendo irreprochables embajadores del Club, aunque sabemos que hay quien prefiere ir al estadio vestido de torero o a romper sillas, qué le vamos a hacer. Pensamos que los clubes son importantes para la gente: creemos que son lo suficientemente importantes como para irritarnos con esos aficionados que creen que su misión en la grada se acaba cinco minutos antes del final, cuando se van para no pillar atasco. Eso sí, pensamos que nuestros equipos nunca son lo suficientemente importantes para darse de tortas con el aficionado rival, ni si quiera para saltarse las nobles normas de la caballerosidad. Nos gusta seguir a nuestro equipo a otras ciudades, hablar con sus aficionados y comer en los restaurantes que éstos nos recomiendan. Nos gusta discutir de fútbol y de lo que se tercie, y nos irritan aquellos que, propios o ajenos, rebajan la conversación al nivel de Perogrullo sólo para poder decir la última palabra o creer que tienen razón. Nos gusta que se nos reciba bien y por tanto procuramos recibir bien a los que vienen. Admiramos a las aficiones vehementes, leales y comprometidas, sobre todo a las que demuestran ingenio y retranca, y valoramos por encima de todo las buenas maneras y la corrección. Envidiamos a las pacíficas y enérgicas aficiones de los eventos de rugby, y la amable convivencia de las aficiones de equipos de baloncesto y, eso sí, nos preguntamos por qué los partidos de fútbol conllevan tal cantidad de broncas y gritos ofensivos cuando los protagonistas de las mismas se comportarían con más estilo si acudieran a un partido de otro deporte. Y todo esto nos pasa porque, como somos de Gárate, lo que nos gusta es el deporte y no lo llevamos más allá, y no es poco.

Nosotros, que somos de Gárate, somos de Gárate pero no somos tontos y sabemos perfectamente que todo esto no cabe en el mundo de hoy sin que a uno le consideren un idiota; y aún así, nos da exactamente igual, porque somos de Gárate y tenemos las cosas claras y nos sentimos cómodos siendo minoría y de hecho nos encontraríamos mal siendo parte de la masa. Y aunque sabemos que tener muchos principios y mantener los modales es algo que le pone a uno con frecuencia en situación de parecer el más tonto de la reunión, lo tenemos más que claro y hasta presumimos de ello. Y como muchas veces nos hemos enfrentado a la pregunta esa de ah listo y tú qué harías y hemos oído eso de que es mucho más fácil decirlo que hacerlo, listillo, tampoco nos atormenta la cuestión. Y todo eso por algo muy sencillo, algo muy básico, algo fácil de entender: pues porque somos de Gárate, oiga, de Gárate. Ni más ni menos.

lunes, 2 de junio de 2008

De aficiones (taurinas y colchoneras)

Cuando uno va a Las Ventas ve diferentes tipos de aficionados. Cuando va al Calderón, también. Cuando uno va a ambos sitios, ve algunas similitudes.
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Ayer, que era un día de muchísima lluvia, iba el que suscribe por la carretera de Burgos y vio en medio del aguacero un cartel de esos grandes que hay en las autopistas que decía: “Precaución: lluvia”. Qué tíos.

Esos carteles tan caros sirven al parecer sólo para anunciar catástrofes cercanas o constatar lo evidente o meterle a uno el miedo en el cuerpo. “Nosecuantos muertos el mismo fin de semana del año anterior”; “Accidente a 4 km”; “Ojo que le quitamos los puntos, sí, sí, a Vd”. Uno, que puede entender el por qué aunque le parezca grosero el sistema, se pregunta si no sería mejor utilizar esos carteles para darle al conductor motivos para cuidar su vida y la de los demás, para entender lo bonitas que pueden ser las cosas, para convencerle de que ir demasiado rápido puede ser una idiotez. Imagino que esto ya lo habrán pensado los sesudos asesores de la DGT, pero uno, que como saben es tonto, preferiría mensajes positivos. “Próxima salida Arévalo: se come estupendamente” “A su izquierda, campo de amapolas: ¡qué colores, oiga!”; “Lerma: de aquí tuve yo una novia guapísima. La colegiata, una joya”.

Denle Vds una vueltecita, a ver.
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Como ocurre con las Ventas del Espíritu Santo, plaza otrora seria y exigente, en el Estadio Vicente Calderón coexisten diferentes tipos de aficionados. Todos apasionados de lo suyo, algunos con un alto conocimiento de lo que se cuece y otros con mera información superficial. Algunos son beligerantes y reivindicativos, otros van a echar el rato. Unos van a merendar y otros van a estudiar a pesar de ser día feriado. Unos van porque es la moda y otros porque no entenderían la vida sin ir, para algunos lo que pasa se olvida a los tres minutos y otros, si la cosa se tuerce, no cenan. Cuando las cosas van bien todos lo celebran, unos tocando el claxon en Neptuno y otros dibujando trincheritas y chicuelinas por la calle de Alcalá, camino al metro. Cuando las cosas van mal unos se llevan un sofocón y otros se van a la cama y a otra cosa, mariposa. Todos tienen el mismo derecho a la hora de hacer lo que les venga en gana, claro está, aunque lo que hacen unos tiene para el que suscribe más valía para el espectáculo y su esencia. De algunos de ellos intentaremos hablar, y no nos será fácil, ya se lo advierto.

Y es que en los últimos tiempos abundan en grada y tendido aficionados que van a echar el domingo, a tomarse el cafelito y a olvidar la hipoteca. Y a mi me parece estupendo, faltaría más, que para eso están estas cosas del panem et circenses. El problema es que, quizás, el aficionado que de tan buen humor acude al coso lo hace convencido en lo más hondo de que ya pueden pasar cosas raras que a él no le amarga la tarde nadie. En este envidiable estado de ánimo es fácil tragar con carros y carretas, y así este aficionado positivo, alegría de bares y atascos, va engullendo poco a poco espectáculos de un nivel cada vez más bajo sin renunciar a sus grandes muestras de alegría y despendole. Primero es un torito chico, luego un lateral derecho con dos pies izquierdos, más tarde es una lidia inexistente y, por último, un centrocampista llamado el Pato que cae de culo durante su presentación a la prensa. Tanto da lo que nos den, qué alegría más grande, aquí lo importante es tocar las palmas y fumarse un puro, hemos visto fox-terriers con más trapío que eso y hemos visto jubiladas con más fondo físico que aquél de allí, pero qué más dará eso si aquí hemos venido a pasar un rato bueno, a no acordarnos de las humedades de la cocina ni del cabreo que tiene la parienta desde que me teñí el pelo de color caoba.

En los toros este aficionado triunfalista acude con dos uniformes distintivos: el primero, de desenfadado tipo que va como todos los días, con camisa y un jerselito por si refresca; el segundo, de elegante terno azul con corbata y un clavel. El primero se sitúa al sol, sobre todo en el cinco. El segundo ocupa los carísimos abonos del nueve y el diez. Ambos han venido a lo que han venido, unos con más gomina que otros. El fin último es pasarlo bien, aplaudir, llegar a casa contento. Aplauden un par de banderillas a toro pasado pero no un quite salvavidas o a un peón que se lleva un toro a una mano, sin quitarle un pase. Aplauden un natural fuera de cacho y silban a quien no lo aplaude.

- Y Vd, ¿por qué aplaude eso?
- Pues porque he pagado, oiga
- Anda.

El aficionado merienda entre el tercer y cuarto toro, que es a lo que en realidad ha venido: unos meriendan morcilla y otros meriendan jamón, pero todos meriendan y lo pasan pipa y piden un poco más y ofrecen a los de al lado para compartir su alegría y el tendido se llena de bandejas y de voces de gente que quiere pan y lo que haya pasado hasta ahora o lo que vaya a pasar luego tampoco es tan importante. Unos se beben un whisky con hielo y otros beben de una bota, unos llevan a su vera una rubia con mechas y otros llevan a un sobrino, unos llevan un reloj de esos tan ordinarios que se salen de la manga de puro caros y grandes y otros llevan una visera de cartón y la almohadilla de casa. Si el orden de los matadores a la salida del par es el correcto es algo que no sólo ignoran sino que les trae al pairo, y en el fondo ni Vd ni yo somos nadie para exigirles que le echen cuenta a estas cosas. Eso sí, si necesitan al de la cocacola le llaman con grandes voces aunque Vd esté a su lado y se entera de lo que beben hasta el chulo de toriles. En el fútbol también pasa, y la gente aplaude un corner y un tiro con la espinilla y si la bola no entra gritan uy y dan saltitos. Los toros, y el fútbol también, claro, es un espectáculo y hemos venido a pasarlo bien, deje ya Vds de mirarnos y páseme una servilleta.

Esta afición jovial y algo inconsciente irrita, y mucho, al segundo grupo de aficionados. Éstos, más radicales y mucho más ortodoxos, culpan a los primeros de la ruina de fiesta y equipo. Tragáis con todo, no tenéis ni idea, por vuestra culpa veo yo este mamarracho ahora, cuando de chico veía pura poesía. La culpa es vuestra, tengo yo que salir de aquí todos los días con un cabreo de mona para que esto no se vaya a pique. El aficionado radical entiende cuál es su papel, sabe que no sólo es espectador sino que también es juez y además está en lo cierto. Opina, estudia, se preocupa, deja claro cuando algo no le gusta y afea la ignorancia del que vino con una entrada regalada y el único objetivo de salir contento. Se ofende por lo que ve, no traga con la deriva comercial que ha tomado todo, es un romántico que sueña con la vuelta de toros fieros y toreros con valor y arte, con centrales canteranos de contundencia y valor y con finos delanteros crecidos en las divisiones inferiores del club.

Tanto sabe y tanto ha visto y tanto le preocupa en lo que se está conviertiendo el objeto de su pasión, que deja a veces los modales en un segundo plano. Grita el aficionado ortodoxo y lo hace a veces cuando no hace falta. Clama parte del tendido contra un toro chico y lo hace con intensidad definitiva, como diciendo que lo que venga luego ya no vale, que haga lo que haga el matador no tendrá mérito alguno, y casi siempre acierta pero a veces no. Clama parte de la grada contra el fichaje de turno, y lo hace antes de verle jugar, como diciendo que haga lo que haga no vale, que él tenía en mente otro jugador más barato y más indicado que no ha venido por la inoperancia del cuerpo técnico. Y tienen razón al clamar, pero cuando el aficionado casual que bebe en bota y da palmas por todo le reprocha su mal humor, el aficionado radical monta en cólera y se vuelve bramando contra aquél que sin entender nada, colaborador necesario del desastre, se permite el lujo de echarle en cara que proteste, sin darse cuenta de que la protesta sea en beneficio de todos. No, si vas tú, precisamente tú a decirme cómo hay que hacer las cosas, y ahí pierde la razón a veces. Brama uno y brama el otro, el uno echa en cara al otro el ser un cenizo y un negativo y el otro le llama al uno ignorante y paniaguao. Teniendo razón en el fondo, las formas traicionan al más vehemente. Él, que pretendía dejar claro a los responsables últimos del timo que no todos tragan con lo primero que se les da, que intentaba apelar a la identidad y la esencia para que todos gozaran de algo más auténtico y mejor, no puede controlar su genio y acaba por dar motivos a aquel que, sin entender nada, piensa que con esta gente no se puede hablar.

Hay finalmente otro grupo de aficionados más ponderados, menos vehementes, quizás más valiosos. Coinciden en sus planteamientos con los más vehementes aunque comprenden, que no jalean, a los que vienen sólo a echar el rato. Entendidos, han visto lo suficiente como para creer firmemente en las diferentes gamas de grises que dividen el negro del blanco. En las Ventas hay muchos en la grada del ocho, en el Calderón están desperdigados. Saben, conocen y se esfuerzan por saber más, y no se ofenden ante la ignorancia ajena aunque les haga más bien poca gracia. No levantan la voz aunque digan cosas duras y son capaces de mantener una postura muy crítica sin incomodar al oponente. Creen que los más vehementes tienen razón y son muy necesarios, aunque en ocasiones no comparten sus formas. No sienten el mismo respeto por los aficionados más festeros, desde luego, pero tampoco creen que se les tenga que convertir en objeto de escarnio y exilio. Saben que no son quién para decirle a nadie qué pensar, sean de un lado o de otro. No creen que el árbitro siempre robe ni que la falta rival sea siempre de amarilla. Contestan con datos y argumentos sólidos que ellos mismos han parido después de mucho reflexionar, y es un placer escucharles por ser poco dogmáticos y muy didácticos. Cuando el grueso de la afición no acierta a distinguir lo que pasa, se fijan en ellos para tener una referencia válida. Cuando el toro recién salido de toriles hace cosas buenas y cosas malas, cuando confunde con su actitud y no es posible encasillarle, giran sus ojos al aficionado cabal.

- No vale

No vale el toro, no vale, que lo ha dicho ese señor, y lo mismo es aplicable para un delantero centro o un volante ofensivo. Saludan a los vecinos de localidad y se despiden al final de temporada, también de ese tipo que nunca habló en ningún partido pero que ve feliz que su presencia no pasó desapercibida. Pelean por mejorar las cosas, pero lo hacen de forma pacífica y amable. Son pocos, cada vez menos, y deberían ser protegidos por la UNESCO como patrimonio de la Humanidad.

Y aunque todos tienen sus cosas, son los últimos los más valiosos. Y hacen falta muchos más. Y no sólo en esto, oiga.