domingo, 30 de marzo de 2008

Pues estamos como estábamos

___

Se ha muerto Azcona y a mi me parece mal. Me parece mal, sí. No es que no me dé pena, que me la da, sino que me parece mal. Tampoco es que no me haya dado el general ataque de melancolía cómica recordando películas, que también me ha dado, sí, como a todos. Pero lo que realmente me pasa es que me ha parecido mal que se haya muerto Azcona, sí, así, mal. Se ha muerto Azcona y ahora no tenemos muy claro qué vamos a hacer salvo pedir responsabilidad a la autoridad por no haber hecho nada. ¿Cómo es posible que no haya ido al menos un subsecretario a impedir la muerte de Azcona? No hablo de tomar excepcionales medidas médicas o invertir fortunas en viajes a Houston, Texas, no. Hablo de haber ido a casa de Azcona y hacer algo.

- Mira, Rafael, que ha venido a verte un ministro así muy alto
- Buenos días, D. Rafael, ¿qué le pasa a Vd?
- Pues nada, que me muero
- ¡Pero qué me dice Vd! ¿Ahora?
- Hombre, sí, tenía pensado morirme así en breve
- Hombre, no sé, ya sabe que nos hace Vd una faena, no sé yo cómo le va a sentar esto al Alcalde
- Hombre, no sé ...
- Mire, ¿por qué no se muere Vd más tarde? En unos años, no sé, dentro a lo mejor de veinte, cuando ya estemos un poco más organizados
- Hombre ..
- O muérase ahora, pero poco; deje el resto para más adelante, es que nos hace Vd una faena, que mire cómo está el patio
- Eso sí

Pues nada, nada, aqui no ha actuado nadie ni los partidos se han pronunciado ni ha dicho nada la OTAN, que ya me dirán Vds para qué vale entonces la OTAN. Se ha muerto Azcona a pesar de tener nombre de solvente lateral izquierdo y aqui nadie hace nada. Se ha muerto Azcona y uno no se lo explica: ¡con lo que le gustaba comer!
___

Llegó el Atleti a Villarreal con cara de que a lo mejor iba y ganaba y volvió muy bien peinado y con cara de decir que no había nada que hacer. El Atleti salió bien, el Villarreal le miraba con respeto hasta que en cinco minutos cambió todo. Despues, nada más que añadir salvo un tercer gol. El Villarreal hizo lo que tenía que hacer despues de ver cómo el Barça renunciaba una vez más a ganar la liga, el Atleti no pudo hacer mucho más y ahora el Villarreal es segundo, algo que alegra y admira a casi todo el mundo.

El Atleti salió con ganas o al menos lo pareció. El equipo daba la sensación de estar confiado tras el partido de Sevilla y eso debió pensar el Villarreal, que no las tuvo todas consigo al principio del partido: habrían visto el vídeo del sábado anterior, veían el peligro de un equipo que había ganado en el Pizjuán y al Barça en casa y salía en marcha corta, sin estirarse, sin poder hacerlo tampoco. En los primeros minutos la hinchada desplazada en buen número hacía ruido, Lázaro Albarracín se sentaba plácido en el palco y Miguel Ángel Gil Marín y García Pitarch charlaban de sus cosas (esto es, de cualquier cosa menos el Atleti) por ahí cerca. El porqué de esta curiosa representación oficial no nos queda claro, el porqué el presidente del consejo de administración elige este preciso destino para abandonar su conocida querencia a oir el partido dando vueltas por la M-30 tampoco, pero a uno, que tiene una mente calenturienta, le da por pensar cosas rarísimas.

En fin, a lo nuestro, que no es necesariamente lo de todos. En esos primeros minutos se produjo una jugada reveladora: el Kun coge un balón cerca del área rival, espera el apoyo de Maxi ante la imposibilidad de pasar entre todos los defensas que le cierran el paso, mete un pase en profundidad para que este último llegue con comodidad al remate y en el mismo instante en el que el balón sale de los pies de Agüero, cuatro defensas del Villarreal dan tres pasos al frente, al unísono, con rigor militar. Fuera de juego. Unos defensas que se conocen a la perfección, un central con galones que grita algo que todos comprenden, un movimiento hecho de memoria, una oportunidad de gol que no lo es. Vamos, lo que se ha venido llamando un equipo, un colectivo con las ideas claras, las jerarquías asumidas y la concentración necesaria. Un gusto, oiga.

La defensa del Atleti, que no puede presumir de estas cosas, se caracteriza por hacer la vida más fácil a los rivales con demasiada frecuencia. Ayer fue Perea, últimamente entonado y en asombrosa forma física, quien dió un pasecito de lo más agradable a Cazorla quien, cortés además de buen jugador, metió un gol para no hacer un feo. Vaya. Un gol de mala pata cuando el Atleti mantenía el tipo, no debería pasar nada, los equipos buenos pueden superar un golpe de mala suerte ... no debería pasar nada pero pasó. Pasó que cinco minutos más tarde marcaba Nihat tras una bonita jugada de toque y vista del Villarreal, y ahí se pudo acabar el partido. Fíjense Vds que en el día de hoy ya habíamos asistido a dos remontadas tras dos goles de ventaja en Sevilla y en Bolton, así que todo era posible. Pero la estadística y la numerología y los fríos datos empíricos no casan bien con la forma de ser del Atleti, y de no ser así hoy diríamos que la clave de todo, como demuestran los datos, fue la salida del campo de Pernía.

- ¿Qué le ha pasado, Mariano?
- Se me ha caído un señor encima
- Caramba

Se fué Pernía con cara de que algo le dolía muchísimo y salió Seitaridis y Antonio López se fue a su sitio y nada debería haber cambiado pero justo después el Villarreal marcó dos goles en un periquete. Y encima un poco antes del descanso, como si fuera poco. Tras la reanudación el Atleti debía marcar pronto para meterse en el partido pero no fue así, aunque Camacho casi lo hace de cabeza gracias a un balón muy picado que dió en el larguero. Y poco más. El aspecto que tenía el equipo no era bueno, Forlán y Kun no conectaban con el centro del campo ni tenían ocasión de participar en la recuperación ni la creación de juego. Ausente Simao, cuya participación se antoja clave, Luis García no aportó más de lo que esperábamos de él este año, esto es, más bien poco. Al principio del segundo tiempo salió Jurado cuando todos pensábamos que lo haría Miguel de las Cuevas, las cosas del banquillo.

Ocurrió entonces algo sobrenatural: salió Jurado pero no estuvo. A fe que vimos cómo salía ya sin muchas ganas, andando despacito como si le diera grima pisar el barro, y con ello nos quedó claro que en el campo estuvo al menos un momento. Eso sí, ya no estuvo más. Llegaba el balón a la zona donde debería estar Jurado y Jurado no estaba allí, si acaso se aparecía por donde debería estar Seitaridis para sorpresa de la audiencia, que decía oooh y aaah ante los alardes esfumatorios de Jurado, discípulo de Houdini. Jurado salió de revulsivo tras su partido con la sub-21 pero sólo consiguió sembrar la duda de si es un jugador de verdad o un ectoplasma. La afición, desasosegada por esta posibilidad, corre hoy a ver las fotos oficiales de la plantilla para ver si la película fotográfica es capaz de captar la imagen de Jurado o si, en caso afirmativo, se le adivina un aura. La hinchada hace memoria y cae en la cuenta de que nunca ha oído la voz de Jurado y, mientras se escriben estas líneas, se disparan los rumores sobre el misterio, se valora la posibilidad de contar con el consejo del Padre Pilón y en Valladolid un señor afirma tener una psicofonía en la que Jurado pide una nueva oportunidad.

Con dos goles en contra frente a un buen equipo (quizás no el mejor equipo de la historia pero sí un equipo digno de admiración por la inteligencia y humildad de su apuesta) el Atleti no pudo hacer mucho. El centro del campo del Villarreal, cuajado de buenos jugadores y además con Pires (un tipo que aúna experiencia, calidad y potencia con un punto de mala baba que Aguirre, demasiado aficionado a pelearse desde la banda, ayer comprobó), pudo con el del Atleti sin demasiados apuros. Empleados Camacho y Raúl García en parar a sus pares, coja la media de una banda y apoyada por la otra en un Maxi de nuevo bajo de vueltas, el Atleti fue languideciendo hasta que el Villarreal marcó el tercero. Ganó el Villarreal y lo hizo bien, con autoridad y no sólo gracias al detallista Perea. Ganó el Villarreal y poco hay que decir salvo darles la enhorabuena no tanto por el segundo puesto sino por todo lo demás, esto es, por tener un buen equipo, por saber superar la salida de jugadorazos como Riquelme y Forlán y seguir compitiendo a un nivel aún mayor, por apostar por el equipo y no por los nombres, por tener un buen entrenador con tiempo para desarrollar sus ideas.

El Atleti, mientras, sigue cuarto, un puesto feo pero que a día de hoy sabe a suite con terracita. Tras una serie de partidos complicados en los que se ha ganado a quien uno no esperaba (Barça y Sevilla) paliando en parte los bochornos contra Osasuna y Athletic, el Atleti está mejor de lo que pensábamos algunos, que tampoco es mucho decir. En estos partidos ha quedado claro lo importante que es Simao, ha quedado claro que también los equipos de atrás fallan y lo que ha quedado más claro es que nada está claro, que hay que agarrarse al cuarto puesto con uñas y dientes porque no parece que haya garantías de que los que vienen por detrás no nos den un disgusto. En definitiva, que estamos como estábamos, oiga, que no es poco, que no es poco.

Ah, y eso sí: que no bajamos.

domingo, 23 de marzo de 2008

Las cosas del Atleti, las cosas del fútbol

Hay días en los que uno está especialmente pesado y con ganas de decir cosas, y si esto le pasa a Carlos Fuentes, ya de por sí dado a dar la tabarra escrita, es peligrosísimo. Hoy, a falta de un texto plúmbeo, dos. Uno, sobre el partido; otro, sobre los Atleti-Sevilla.


Crónica de un buen partido (y no sólo de un buen rato)

Se lamentaba hace poco el que suscribe de no haber visto un buen partido entero del Atleti, y ayer lo vió. Hubo altibajos, hubo un momento en el las cosas pudieron torcerse y hubo una ayuda que vino de Italia y que facilitó las cosas cuando el Sevilla se venía arriba. Pero, en general, el partido que jugó el Atleti fue bueno, su actitud fue buena y algunos jugadores jugaron bien. El Atleti jugó su partido más serio del año en un momento muy oportuno ante un rival muy potente, quizás cuando muchos pensábamos que lo normal hubiera sido lo contrario. Las cosas del Atleti, ya lo saben Vds.

Salió el Atleti en Sevilla contra una afición especialmente motivada para poner a los nuestros como un trapo, contra un equipo que venía lanzado y dando señales de que había vuelto a su reciente y espectacular momento de forma y juego y contra una estadística muy negativa de esas que tanto gustan a los diarios deportivos. Salió el Atleti al campo oliendo a duda y a veremos hoy qué pasa y a no sé yo. Volvió al vestuario noventa minutos más tarde oliendo a alivio y a orgullo y a sudor, oliendo a equipo de fútbol que había hecho lo que debía y lo había hecho bien y tenía motivos para estar satisfecho. Como la afición, como nosotros, quizás hoy más contentos de lo que pensábamos gracias a la imagen dada por un equipo que pareció un buen equipo.

Salió el Atleti y salió de inicio hacia delante, como en Zaragoza, como en Barcelona. El Sevilla quizás no esperara encontrarse con un equipo confiado en sí mismo y dispuesto a imponer su ritmo. Y dudó. Dudó sobre todo Alves, quizás tipo más peligroso de las bandas derechas de la liga, y lo hizo porque se encontró con Simao, un tipo ligero que aumenta su peso en el equipo según avanza la temporada. Empezó Simao reclamando protagonismo y así lo entendió el equipo, que volcó hacia su lado gran parte del ataque. El Kun miraba a Simao y Forlán buscaba a Simao y hasta Maxi cambiaba el juego hacia Simao. Simao veía con buenos ojos tanta responsabilidad y se entregó con alegría a darle la noche a Alves, algo al alcance de muy pocos. Fue Simao el que puso un balón que Forlán pudo rematar a gol si llega a estirar un poco más la bota y fue Simao también quien metió el pase que luego Maxi, desde segunda línea y con cierta fortuna por dar lo justo en un defensa, convirtió en gol. Marcó Maxi y jugó bien tras un día de descanso y esto alegra especialmente al que suscribe que, como saben, es muy de Maxi aunque ayer no le gustara la forma que tuvo de celebrar el gol mandando callar, y eso que a Maxi no le salen bien las chulerías. Nos gustaría pensar que mandaba callar a un familiar que festejaba el gol con excesiva vehemencia, pero nos tememos que no era así.

Marcó el Atleti más bien pronto y uno, que es un triste, pensaba que a lo mejor el equipo se echaría atrás y esperaría y dejaría la iniciativa al Sevilla, lo que hubiera sido un suicidio. Pero no, oiga, que fue al revés. El Atleti empujó y presionó adelantado al Sevilla, que no entendía qué pasaba. Alves no tenía más remedio que ocuparse de Simao y renunciar al ataque, aún más al no contar con ayuda de Navas, luego lesionado. La defensa atlética presionaba fuerte y arriba (también Pablo, contundente en las anticipaciones, y Perea, últimamente en un momento dulce)

- y Mariano, oiga,
- sí, Mariano también

y el centro del campo del Sevilla no existía. Como lo oyen. Keita y Poulsen, ni más ni menos, dos jugadores como la copa de un pino piñonero, no estaban. Una noticia, miren. ¿Responsables? Raúl García, una vez más un portento haciendo kilómetros y aportando solidez al equipo, y Camacho, claro. Camacho, diecisiete años, segundo partido en primera tras jugar contra el Barça, Camacho, ni más ni menos. A Camacho no le vimos mucho pero vimos mucho a Raúl García, Maxi y Simao, señal de que Camacho lo hacía bien. Vimos mucho menos a los medio centros del Sevilla, señal de que lo hacía muy bien. Cuando le vimos comprobamos que es un chaval con raza y ganas y sentido para estar en su sitio, que nunca perdió. El equipo lo agradeció, Raúl García lo agradeció y también lo agradeció el que suscribe y un montón de tipos que veían el partido por televisión frotándose los ojos por el despliegue del Atleti. No lo agradeció sin embargo Poulsen, desaparecido en combate salvo para pegarle una patada a Raúl García de esas que duelen a la concurrencia y llenan los bares de uys y ays y madre mía qué dolor.

Tras el descanso, marcado por los comentarios sobre la cómica salida por alto de Abbiati, graciosísimo, marcó el Sevilla. Demasiado pronto, demasiado rápido. En mal momento. Además Raúl García no podía continuar, lesionado tras la coz danesa, y en su puesto salía Cléber. Ay Dios mío. Very Cléber y Camacho no parecen una pareja de garantías ante el Sevilla por motivos que Vds entienden sin que yo tenga que explicarlos, pero lo fueron. Siguió bien Camacho, jugó bien Cléber y el Atleti no pasó por los apuros que intuíamos. El Atleti jugaba junto, jugaba como un equipo y no parecía dispuesto a que se le escapara el partido. A ello contribuyó el Kun una vez más, bien marcado toda la noche por Mosquera pero marcando un gol sensacional tras un pase sensacional de Antonio López, enorme toda la noche, algo que también nos alegra especialmente.

Marcó el Kun y Maresca, que acababa de salir por Poulsen, le pegó un cabezazo en la nariz. Anda, miren. La repetición volvió a llenar el bar de lamentos y uys y madremías, y el partido se acabó allí. El Sevilla se quedaba con diez, el partido cambiaba en dos minutos por obra y gracia del pie y la pituitaria del Kun y de la excesiva dureza del Sevilla. Sólo Alves parecía poder cambiar lo que parecía inevitable, Koné salió pero no aportó lo que de él se esperaba, como ocurre toda la temporada. De ahí al final poco que contar. El Atleti controlaba el partido y poco parecía que iba a ocurrir. Sólo una pérdida de balón de Jurado, recién llegado, puso un nudo en la garganta de la hinchada colchonera pero una filigrana de Miguel de las Cuevas pegado a una banda volvió a tranquilizar a la afición.

- Oiga, ¿y de Forlán no habla?
- Respecto a Forlán, me remito a cualquier crónica anterior, que siempre juega bien, el tío.

Final. El Atleti se llevaba el partido más importante de lo que va de temporada y se lo llevaba bien, daba quizás la mejor imagen de la temporada en su actuación más completa de la temporada. Ahora hay que ir a Villarreal, otro equipazo que tiene sorprendentes problemas para llevarse los puntos en casa. Esperemos ver al Atleti de Sevilla aunque, ya los saben, nunca se sabe. Las cosas del Atleti, ya lo saben Vds.


Cosas del fútbol, o de cómo se recibe al Atleti en el Sánchez Pizjuan

Desde hace algunos años, no muchos, el Atleti es recibido en Sevilla con odios demasiado profundos para ser tan recientes, con ansia de ajustar cuentas que a uno le parecen inexistentes, con ánimos revanchistas por afrentas que uno no alcanza a recordar. Llega el Atleti a Sevilla y parece que ha llegado Landrú, o Bin Laden, o Falconetti incluso: los jóvenes lanzan gritos desafiantes, los cronistas aplican el corrector épico a sus escritos caldea-masas, aficionados y directivos hacen declaraciones burlonas con vocación de ser ofensivas y las señoras esconden a los niños en lo más profundo del ropero porque llegan los más malos del mundo, aquellos que nunca dan las gracias ni dejan propina, aquellos que comen pulpo crudo y beben agua del mar. Llega el Atleti, a quien nosotros vemos de forma muy distinta, y la afición rival escupe a su paso sin que sepamos muy bien por qué. Cosas del fútbol, hasta cierto punto.

Uno, que como saben es tonto, se maravilla ante este odio e intenta, sin éxito, encontrar un motivo válido. La afición sevillista parece de naturaleza exagerada y esto a uno no le extraña, quizás por haber pasado en Sevilla más tiempo que en ningún otro sitio aparte de Madrid; quizás por eso mismo uno sabe que el sevillano de pro es de alguien y, por ende contra alguien, así, por definición. La afición sevillista viene de unos años magníficos y posiblemente le queden unos cuantos más en los que disfrutar del juego y éxitos de un gran equipo, pero quizás ha perdido la perspectiva de los hechos y vive cegada por el propio resplandor de su plantilla victoriosa. Huérfana últimamente de rival local a su misma altura por obra y gracia del Sr. Lopera, a quien el sevillismo debe tanto como el madridismo a los Gil, la afición del Sevilla se mira en otros equipos para comparar palmarés y afición y audacia y buscar un rival al que odiar y parece que el Atleti es uno de ellos. Parte de la afición del Atleti ha recogido el guante con poco estilo y se ha dedicado a gritar improperios al Sevilla cada vez que ha aparecido por el Calderón, y así se ha engordado el lío. Cosas del fútbol, puede ser, pero vaya por Dios.

Quizás por lo anterior, una buena parte de la afición sevillista parece confundir fidelidad a su equipo y vehemencia en el ánimo con agresividad y malas formas, y basta con mirar a la grada para ver lo enfadadísimos que están la mayoría nada más salir el Atleti a jugar. Tampoco ayudan algunos de sus jugadores, como Palop, que salta al campo con cara de haber mordido un limón cubierto de sal, ni ayuda recordar la forma en que la grada rojiblanca ha respondido cuando actúa de local. Aún así, en el Pizjuán la grada actúa con una rabia que uno no se explica bien y protesta todo como si fuera evidente que les han robado la herencia y de paso les han desvalijado la nevera. Tiene la grada un enfado tal ya desde el autobus que no es capaz de ver con objetividad un cabezazo en la nariz de un rival o una entrada criminal al tobillo de un visitante, y protesta cada lesión de un jugador del otro equipo con grandes muestras de indignación y aspavientos visibilísimos con los que clamar justicia y pedir sanciones y reclamar prisión sin fianza para el delantero rival que llama al médico. De igual manera piden trabajos forzados y galeras aislamiento en celdas de castigo para el rival cuando es el jugador propio el que rueda por el cesped poniendo cara de infinito dolor y traspaso, por más que trote alegre como un potro cartujano unos minutos despues. Cosas del fútbol también, sí, pero no debería ser así.

El sevillismo, al menos en su versión ciber-extremista (que me consta que no es la única que existe, que quede claro), comparte rasgos con alguna que otra afición del país (también con algunos sectores de la del Atleti, oiga, no me llame Vd parcial que le estoy viendo): desprecia al rival, ensalza sus propias virtudes sin tomar referencias razonables y no admite crítica alguna ni asume ninguna derrota (que no fracaso). Si las cosas no van exactamente como la afición quiere la culpa es siempre de otro: el equipo de uno es siempre mejor, y si pierde ha sido por obra de algún genio maligno que ríase Vd de Descartes. Y, eso sí, en cualquier caso el equipo rival es un desastre: pase lo que pase se airean los trapos sucios del rival con una tendencia al INRI que resulta especialmente chocante en los sevillanos, pueblo al que se le presupone pasión cofrade y por tanto conocimiento profundo de la historia sagrada. Los malos son siempre los otros: los otros, quien quiera que sean, los otros y no los nuestros. Los culpables son los ultras, aquél que una vez dijo algo que no estuvo bien, la prensa de Madrid, la federación, el sistema o el presidente del colegio de aparejadores: siempre hay una razón para el odio, para invocar la injusticia, para rasgarse las vestiduras en público y hablar de sentimiento, y de tragedia, y de injusticia y de hasta la muerte y de esas cosas que Vds ya saben y que aqui no reproducimos por ser este un texto pudoroso. Cosas del fútbol, puede ser, pero qué cruz.

Cree uno que este extremismo sevillista exagerado es cosa de los aficionados nuevos, de aquellos que identifican al Sevilla con los recientes años de éxitos y no han vivido con intensidad el pasado. Puede ser también cosa de esa natural tendencia a la exageración que les lleva a ver un quinto puesto como un motivo suficiente para pedir explicaciones al Altísimo y reclamar justicia a la ONU cuando no es más que algo normal y digno. Los sevillistas más pausados seguramente viven con más flema los malos ratos y se limitan a disfrutar de los buenos momentos sin dar cortes de manga al vecino, que es algo que está feísimo bajo cualquier circustancia. Bien haría la afición sevillista en dar más protagonismo a los segundos, porque la preponderancia de los primeros ha conseguido llevar al Sevilla a los puestos de honor del ranking de equipos que caen como un tiro, así, en general, desde Madrid a Pamplona, de Málaga a la Coruña y hasta en Cádiz, que es un sitio en el que hay que hacer esfuerzos para que a uno le traten mal. Cosas del fútbol, que no de la geografía.

Estas cosas del odio rival, y de nuevo lo digo por experiencia colectiva propia en rojo y el blanco, no están bien ni gustan ni son agradables y muy poco tiene que ver con la envidia, que es la coartada clásica del odiado. No seré yo quien quite culpa a parte de la afición del Atleti de hacer exactamente lo mismo que se describe en este texto tan largo, desde luego. Pero, qué quieren que les diga, ver que esto se generaliza es algo que a uno le apena. Estos odios artificiales resultan pesados e incomodísimos y además nos imposibilitan el básico placer de ir a tomar cañas con las aficiones rivales, que es en gran medida lo que hace bonito esto del furgo aquí, en Sevilla y en Constantinopla. Cosas del fútbol, no me lo negarán.

lunes, 17 de marzo de 2008

Un partido plácido


En Madrid quedan cada vez menos barberías y esto es un problema gravísimo al que la autoridad no presta la atención que merece. Antes en Madrid abundaban las barberías de barrio en las que los barberos el cortaban a uno el pelo a navaja o a tijera y le daban loción Floid si le daba por afeitarse, pero ahora no hay más que peluquerías franquiciadas unisex en las que señoritas con camisetas negras le dicen a uno cómo se debe cortar el pelo. Se lo dice la señorita al cliente, sí, como lo oyen, y no al contrario. Uno le dice que quiere el pelo como toda la vida, a juego con su rebeca de lana y su camisa Oxford y su reloj de cuerda y sus gafas de pasta y su aspecto de tipo sin nada que contar salvo si acaso las deudas y la señorita le dice a uno que no, que los rasgos de su cara requieren otra cosa. Y lo dice normalmente de una forma despectiva: ese corte de pelo no le va, dice, no le va a Vd (es un decir, porque le tutean a uno sin pedir permiso), no le va con esa cara redonda, con esa nariz tan grande, les falta decir con esa cara de triste, o de imbécil, o de pobre hombre. Además luego le llenan a uno la cabeza de productos de olores penetrantes y de gel fijador que le deja a uno el pelo duro como la madera, como a esos proto-punks que usaban agua con azúcar para fijarse las crestas y de paso atraer a todas las abejas de la comarca. Y le cobran. Y mucho. Le insultan a uno, le hacen oler como una señora saliendo de misa, le hieren la autoestima y le cobran una fortuna.

Antes, cuando no existía el reguetón y las medias del Atleti eran de lana gruesa, uno iba al barbero, al barbero de su calle, al de siempre, al que le había cortado a uno el pelo desde chico y que conocía sus gustos y pretensiones y los remolinos del pelo de cada cliente. Con una especie de bata o blusón azul claro o blanco con un bolsillito por el que asomaba un peine, el barbero, más bien el Maestro Barbero, le cortaba a uno el pelo exactamente como uno quería y le daba palique y sabía si uno era del Atleti o si le gustaban los toros o si le interesaba invertir en bolsa. A veces uno pedía un afeitado y entonces al barbero se le iluminaban los ojos, agradecido ante la oportunidad de lucirse ante la concurrencia. Y le enjabonaba a uno con el mimo de un restaurador de óleos flamencos, y le afeitaba con suavidad y precisión quirúrgica y le daba una loción o un tónico o como fuera que se llamara antes lo que ahora llamamos afterséif y presumía de apurado y uno se pasaba la tarde tocándose la cara, suave como el mármol. Y además te cobraba poco y siempre lo mismo, precios oficiales que aparecían en un cuadrito enmarcado sobre la pila de los lavados. El barbero era el único que te cortaba el pelo, el único del que te fiabas, el refugio seguro en el que cobrar confianza antes de una entrevista de trabajo o de una cita con una morenaza, un demiurgo. Pero las barberías ya no son negocio y los maestros barberos no encuentran aprendices a quienes transmitir su arte, no encuentran chavales dispuestos a pasar su vida inclinados sobre calvas y pelazos, no pueden competir con el glamour de las franquicias de nombre italianizante. Y luego está lo de Sweeny Todd. Los barberos desaparecen como desaparece el lince y las barberías van cerrando y por cada una de ellas que cierra quedan cientos de clientes huérfanos, sin rumbo, resignados a ponerse en manos de desconocidos/as con camisetas negras que le afean a uno haber nacido con entradas.
___

Ayer el Atleti jugó un partido plácido, tranquilo como una tarde de sábado, relajado como un rato en el barbero. No sufrió y eso es noticia siempre que el Atleti juega contra un equipo de la parte baja de la clasificación, y no se llevó ninguna amarilla, y eso siempre es noticia. Forlán jugó bien y marcó dos goles, y eso casi no es noticia ya, y a Agüero, algo despistado a ratos, le bastaron dos o tres cositas para dejar claro quién es quién y por qué hay que tener más cuidado con él que con cualquier otro. Como contrincante, el Levante (de quien ahora hablaremos, tras esta licencia poética).

Salió el Levante con medio pie en segunda división y sin cobrar y nadie lo diría. Limitados en calidad individual y algo desmoralizados por los acontecimientos, los jugadores del Levante jugaron como si algo serio se jugaran y eso es de agradecer a esta plantilla tan maltratada por su propio club, que no les paga. Sé yo de poca gente que trabaje sin cobrar y éstos son unos. Puede que los jugadores aprovechen los partidos para enseñarse a otros equipos (algo por lo que no se les puede criticar), o, por más inusual que nos parezca, puede que lo hagan por profesionalidad y vergüenza torera. El caso es que el Levante vino vestido de verde limón (una crueldad innecesaria para una plantilla que no cobra) e intentó jugar y ganar y no dio ni una patada y estaría feo por parte del que suscribe, siempre defensor de las buenas costumbres y aferrado a los tiempos en los que las cosas no se hacían sólo por interés, no dar las gracias a los jugadores del Levante por lo visto ayer, aunque fuera poco.

Son necesarios varios nombres propios para ilustrar la crónica de un partido sin historia: Simao, por bueno; Cléber y Pablo, por pitados; Camacho, por ausente; Forlán, por costumbre, de quien casi no hablaremos que luego nos llaman parciales y partidistas y partisanos y hasta parabólicos. Así que Forlán va servido por hoy, miren con qué rapidez despacho yo algunas cosas.

Simao jugó bien, y eso no es noticia pero sí una buena noticia. Simao vio que enfrente tenía a Descarga y lo aprovechó, entrando por su banda con autoridad y vocación incisiva. Simao tuvo un detalle feo al devolver un balón en un bote neutral, presionar y provocar que Descarga la echara fuera. Los dos discutieron cómicamente sobre lo ocurrido y Descarga le dijo pero hombre, cómo me la mandas ahí y Simao le dijo pero hombre, si te iba fácil y Descarga le dijo será fácil para ti, que yo soy Descarga y Simao dijo ajajá. Un rato después Simao entraba por la banda de Descarga, se iba a la línea, amagaba, se iba para dentro y le pasaba un baloncito a Forlán que Forlán metió con autoridad y le dio un abrazo a un señor del Peñarol que carga con la bandera del equipo de su alma de fondo en fondo. Antes Simao había marcado un gol así en voz baja, dándole flojito a un balón que le llegó rebotado a la cabeza y que al portero del Levante le dio vergüenza coger para no darle un disgusto a la hinchada colchonera. Simao llega bien a los partidos más importantes de la liga, algo que el equipo agradecerá y sobre todo agradecerán Forlán y Agüero, hasta ahora muy solos en la pelea por meter goles. A principio de temporada uno esperaba buen juego y veinte golitos entre Maxi, Simao, Reyes y Luis García y por ahora sólo cumplen el segundo y, en menor medida, el primero

Ya de salida, cuando el señor de los videomarcadores cantó los nombres, se pitó a Cléber y a Pablo. Se pitaba a ambos cuando tocaban el balón y también cuando no lo tocaban. Se pitaba a dos jugadores distintos con pasados distintos y a uno, que tiene poco que hacer, le dio por pensar qué se pitaba en realidad. A Pablo, Pabloque para el Forzaatleti, se le podía pitar por su feo gesto pasado de firmar con un candidato a la presidencia del otro equipo grande de la capital, y mira que se le ha pitado ya por eso a este chiquillo. Se le pitaba también, cree uno, por jugar mal y por fallar en momentos importantes y por dejarse quitar la posición por jugadores que abultan menos que él y por no entrar a rematar los corners con la autoridad que su envergadura debería conferirle y por meterse goles en propia meta. Cruel, puede ser, pero así son las cosas del fútbol y en parte esos pitidos potenciales van en el suculento sueldo de los futbolistas. Que sea justo o indicado hacerlo es otro cantar. Pero el caso es que Pablo no encaja bien las críticas de la grada y se pone nervioso y saca la lengua y la quiere dar con una pierna y la da con otra y no siempre en la dirección adecuada. Pablo paga por sus flirteos con el enemigo y paga también su propia blandura a la hora de enfrentarse a sus hechos pasados y lo demuestra jugando descentrado, perdiendo el sitio y moviendo las piernas como Lina Morgan cada vez que le toca despejar un balón.

El caso Cléber puede ser distinto. Piensa uno que se le pita por no ser bueno, por dar la bola muchas veces hacia atrás y por aportar poco. Pero sobre todo se le pita por estar ahí en vez de Camacho, que es otro de los primeros y privilegiados nombres propios protagonistas de esta frase aliterada y, ya de paso, de todo el texto. A Cléber se le pita porque no está otro, y así se pita a Aguirre por ponerle y no poner a Camacho, y por haber echado a Maniche y dejarnos con Very Cléber. Se pita de paso al director técnico, ese señor con traje que habla de equipos grandes sin tener claro qué son ni quiénes son, y se pita a la directiva por no gastarse el dinero en jugadores clave, por decir una y otra vez que el club no tiene un duro a pesar de haber vendido todo salvo las rayas del escudo y el tocado plumífero de Indy. A la directiva, dicho sea de paso, también se le abronca desde la grada y desde la entrada del campo, por más que la prensa nos venda que la afición está a partir un piñón con el dicharachero presidente de la entidad y loca por irse a la Peineta. Pero a lo nuestro. Cléber se lleva una bronca que quizás no merezca y pone la cara que ponen los señores que van a un bar a comprar un mechero y se llevan un guantazo de propina dirigido a un cliente que faltó a Curro Romero (que, todo sea dicho, es algo que bien merece un guantazo). Jugó Cléber pitado el primer tiempo, e intentó hacerlo bien y aportar algo y como vio que le iban a pitar en cualquier caso, en el segundo tiempo se dedicó a recorrer el círculo central dando pasitos cortos y mirando el partido de lejos. No quiso Cléber aprovechar las facilidades del rival para lucirse y prefirió mirar el paisaje mientras Raúl García corría lo que en él viene siendo habitual, o sea, mucho. Y fue Raúl García quien se fue a la ducha para que entrara Camacho, porque vio Aguirre que si sale Cléber del campo se lleva una pitada horrorosa y no era cuestión de amargarle el día al pobre. Así que salió Camacho y el poco rato que estuvo lo hizo bien, y también lo hizo bien Miguel de las Cuevas, que incluso hizo un par de buenos pases largos y nos dejó a todos, otra vez, con las ganas de verle más rato.

Una cosa sí echamos de menos en el partido de ayer: las pruebas. Antes, cuando el Atleti se fiaba de sí mismo, cuando venía un equipo de la parte baja de la tabla y en dos semanas se jugaba el ser o no ser, se hacían pruebas. Salía un chaval de la cantera de lateral, se probaba con el líbero jugando de medio centro y con un interior de extremo, a ver qué tal. Ahora no. Tan justito parece el equipo que las figuras tienen que jugar el partido entero hasta cuando sería mejor probar a otros. Los suplentes no cuentan ni para enfrentarse al último de la clasificación de la liga y primero en la lista de acreedores. Todo un síntoma, piensa uno, todo un síntoma. El entrenador no se fía de la plantilla, y de hecho muchos futbolistas del primer equipo no se fían de algunos compañeros y otros no se fían de ellos mismos . Mala noticia cuando al Atleti le toca ir a casa del Sevilla, un rival incomodísimo que ocupa un puesto injusto para su potencial con un centro del campo que puede provocar pesadillas en jugadores y afición colchonera. Y luego a Villarreal a jugar contra un equipo que nos suele peinar a raya. El Atleti se juega todo en dos partidos fuera del Calderón y los precedentes no invitan a la juerga sino más bien a la penitencia y el recogimiento cofrade, a recorrer las calles del centro con un cirio y un capuchón. O a comer torrijas, que en eso sí que somos buenos.

domingo, 9 de marzo de 2008

De lo que acontece cuando uno se enfrenta a los elementos (internos y externos)

Que el Atleti hace con frecuencia lo contrario de lo que debe y puede es algo indudable. Que alterna buenos partidos con partidos malos es algo incontestable; que alterna ratos de buen fútbol con ratos infumables también. Ayer tuvimos un buen ejemplo, y ya van demasiados.

___

Si tuviéramos que elegir una profesión arriesgada, un trabajo en el que ser buen profesional fuera algo casi imposible y en el que la sombra del fracaso oscureciera toda carrera, diríamos “responsable de predecir el comportamiento del Atleti”. Podríamos llamar a unos científicos de esos con gafas y bata blanca y elaborar un complejo programa informático destinado a determinar con precisión qué pasará con el equipo, cómo jugará, qué posibilidades tiene de ganar. Aún así no sabríamos si fiarnos. Podríamos crear complejas bases de datos en las que incluir todas y cada una de las variables que se dan cita en los partidos del Atleti: la dirección del viento y la composición del sustrato del césped, las rachas de los jugadores propios y rivales, su alimentación e índice de masa corporal y materia gris, el estado de ánimo de la plantilla, el signo zodiacal de los socios, el árbol genealógico de los utilleros y el genoma del entrenador. Podríamos incluso incluir todos esos datos en un super ordenador, una máquina asombrosa que relegase al ajedrecista Deep Blue a hacer porcentajes simples y declaraciones de renta, hasta eso podríamos hacer.

El resultado ya se lo digo yo: analizadas todas las combinaciones, calculados todos los desvíos posibles de la lógica cartesiana, identificada la conclusión más probable entre setenta y siete mil millones de posibilidades y comparada ésta con el resultado real del partido, la supercomputadora emitiría un ruido de agotamiento y desesperación, echaría una nubecita de humo negro con olor a semiconductor chamuscado y en la pantalla diría que lo deja, que dimite, que con ella no cuenten. También diría que cuándo es el próximo partido, que si los científicos van a quedar a verlo, que le den un toque y que dónde puede comprar una bufanda rojiblanca tamaño superordenador, porque ya se habría hecho del Atleti así, sin querer. Pero esta es otra historia.
___

Iba el Atleti a Zaragoza tras jugar un buen partido en casa contra el Barça y la lógica decía que las cosas tenían que ir bien, que el Zaragoza no estaba en buen momento a pesar de tener un buen equipo, que el dicho de entrenador nuevo victoria segura hacía tiempo que no se cumplía y que por lo importante de la fecha el Atleti tenía que echar el resto y lo haría. Sacaba el Atleti el equipo que queríamos ver tras el partido del Barça salvo a Camacho, a quien el entrenador prefirió dar minutos en el banquillo al parecer por su precario estado de forma tras una lesión reciente. Salió Very Cléber de salida, pero no parecía un problema mayor visto que los buenos estaban en el campo y la imagen que dio el equipo contra el Barça. Las cosas, en fin, no parecían pintar mal y uno, que ya está acostumbrado a las cosas del Atleti, se esperaba cualquier cosa pero en esta ocasión no iba abrigado con ese edredón de pesimismo que el equipo regala a sus lectores muchos lunes, como hacen ahora los periódicos que antes eran serios.

Y resulta que durante los primeros minutos del partido y hasta la primera media hora el Atleti jugó al fútbol y lo hizo bien, combinando con rapidez y llegando con potencia, superando al Zaragoza en el medio campo y creando ocasiones. Muy marcado Agüero tras la exhibición de la semana pasada, eran Forlán, Simao y Maxi, jugando más hacia el centro y por tanto más Maxi que pegado a una banda, quienes animaban el juego y ponían en apuros continuos al Zaragoza. El Atleti presionaba y jugaba adelantado y recuperaba balones, tanto gracias a los de arriba como a los medio centros. Y eso que Raúl García jugó ayer quizás uno de los partidos más flojos que le hemos visto en el Atleti, fuera de sitio, algo tarde a la hora de recuperar la posición y no muy preciso. Durante esos buenos minutos del Atleti Cléber jugaba más dinámico, más rápido y más adelantado de lo que acostumbra y entre todos conseguían que el Zaragoza jugara en voz bajita y dijera ay Dios mío y también verás tú hoy e incluso madre mía la que se nos puede venir encima. En estas Simao metió un golazo después de que Forlán y Maxi pudieran también marcar. El Atleti parecía un equipo de fútbol y el superordenador presumía de pronósticos, hasta ahora estaba clavando todas sus premoniciones y miraba a Deep Blue de reojo, como diciendo si cojo yo a Kasparov le hago jaque mate del tirón, petardo, si quiero le hago hasta el jaque pastor, bah, menudo soy yo.

Pero en el devenir atlético intervienen otros elementos, y quizás “elemento” sea una de las mejores maneras de llamarlo. Unos minutos después del gol entraría en juego el factor Pablo, ya saben, ese jugador que era bueno y ya no lo es y no sabemos bien por qué, porque si bien Pablo ha hecho cosas raras y ha perdido la concentración y ha perdido la confianza propia y de la grada, el cambio experimentado en su juego es digno de estudio en alguna universidad de prestigio. Antes del gol fatídico ya había obsequiado a toda España con un primer plano sonrojante, un lance fallido en una banda en la que convertía un balón facil de despejar en un monumento al desatino y la descoordinación corporal. Poco después se superaba despejando a gol con la pierna de apoyo un balón fácil de someter a un patadón según todos los cánones del catenaccio. Pero Pablo está gafado y todo lo que hace sale regular como mucho, y mucho nos tememos que el tema tiene poca solución en este equipo, y nos tememos también que si Pablo termina por irse a un equipo medio bueno puede que le reconviertan en un jugador aceptable, porque si sigue así puede llegar a tener serios problemas psicológicos.

Así que el resultado es uno a uno, qué cosas pasan, el ordenador mira entre sus circuitos y sus memorias para ver cómo es que no había previsto esto y pregunta a otros ordenadores amigos con los que veranea en Sylicon Valley junto con su familia y sus retoños-calculadora cómo es esto y qué he hecho mal. No hay explicación posible, estas cosas pasan y más al Atleti, eso le dice un viejo 486 al que el resto tienen cariño pero no hacen mucho caso porque tiene poca capacidad, es lento y casi ni arranca. Pero tiene razón el 486 y pocos minutos más tarde se lesiona de nuevo Valera. Sí, Valera, el que lo hizo bien contra el Barça y reclama continuidad y muestra potencia y concentración, Valera, el mismo, otra vez lesionado. Al filo del descanso sale Pernía, Mariano, y la afición y los ordenadores discuten si no sería mejor mandar a Perea al lateral y sacar a Zé Castro y unos opinan que sí y otros dicen que quitar a Perea del centro, con lo bien que está y lo que se multiplica para parar ataques rivales, viendo la descoordinación motriz de Pablo es un suicidio. Puede que unos tengan razón, puede que la tengan otros, pero lo que está claro es que la lesión de un lateral no puede ser un problema tan grande en un equipo grande, y esto lo sabe hasta un Commodore 64.

Empieza el segundo tiempo y sale el mismo Atleti pero es otro, sí señores, como lo oyen, el mismo Atleti es dos e incluso tres si me apuran, y pronto será estudiado en las facultades de teología como paso lógico hacia la comprensión del misterio de la Santísima Trinidad. Y no sólo el Atleti es dos, sino que su segunda invocación es otros dos en sí mismo, esto es, un total de dos y pico casi tres personas en unan, un prodigio ontológico que no alcanzan a entender más que algunos sabios alemanes y que nuestro amigo el ordenador de inmensa capacidad cognitiva no alcanza ni a sospechar. En el segundo tiempo sale un Atleti medroso, despistado, que se echa atrás unos metros. Raúl García no funciona y esto es un problema gordo porque, más retrasado, Very Cléber se convierte en poca cosa, en un jugador prescindible que juega para atrás, que no desface entuertos sino que los crea, en un tipo que ralentiza la salida del balón y delega la responsabilidad de buscar espacios en dos lumbreras del juego creativo como Perea y Pablo. Echado atrás el Atleti el balón simplemente no sale de su campo, no consigue llegar hasta los puntas y normalmente vuelve al equipo rival tras tres o cuatro toques. Maxi y Simao deben multiplicarse en defensa, que no es para lo que deberían servir, Forlán y Agüero se ven aislados y el segundo lucha contra los centrales, que gozan de patente de corso, mientras que el primero baja y baja en ayuda del medio campo, dejando huérfano al equipo de su potencial ofensivo. El Atleti es dos en sí mismo, los de delante y los de atrás, los que quieren ganar el partido y los que no saben cómo darle el balón a estos últimos. Visto lo visto es Forlán quien descongestiona el centro, quien recupera y se enseña, y cuando llega arriba a rematar lleva los mismos metros hechos que Higuero y Casado, a quien de paso felicitamos por su carrera de ayer aunque nos de rabia que al final no se hayan llevado dos medallas (pero tampoco vimos claro que el ganador se mereciera ser descalificado, que todo hay que decirlo).

A estas alturas se producen las primeras chispas a la altura del disco duro de nuestro ordenador favorito, a quien el 486 mira de reojo con cara de decir si ya lo sabía yo mientras que Deep Blue relee un libro sobre la apertura siciliana. El cambio en el comportamiento del equipo, por conocido no menos sorprendente, crea cortocircuitos y confusiones varias en las lógicas tripas del fenómeno informático y crea un cabreo considerable en las desesperadas mentes de la hinchada colchonera. Al Atleti se le escurre el partido entre los dedos, una vez más, otra vez más.

Para colmo de males, entra un nuevo elemento en escena, esta vez externo: el árbitro. Uno, ya lo saben, no es muy dado a echarle la culpa al empedrado, pero ayer el árbitro dejó de pitar dos penaltis en el área del Zaragoza, uno claro en el que Agüero es invitado a bailar agarrado cuando lo que él quería era rematar a gol, y uno más dudoso (por estar fuera del área) en el que Juanfran le pudo haber segado una pierna; pero el Kun saltó y esto le pareció intolerable a Juanfran, quien le afeó el gesto y le llamó malvado y desconsiderado y quién te crees tú que eres para saltar así cuando yo pretendo romperte una tibia. Ya sabemos que esto está muy bien visto, que el Kun metió hace dos años un gol con la mano al Recre y esto no puede quedar así. Es cierto que pudo el árbitro también amonestar a Perea, llevado en alguna ocasión por un ímpetu excesivo, quizás animado por su buen partido. Pero tras una pérdida de balón de Cléber que le retrató como futbolista, pitó el árbitro un penalti de Simao, con un retraso irritante pero con justicia. El Atleti perdía un partido que no debía perder, que no tenía que perder pero que no supo ganar. Si Agüero, Forlán (en un mano a mano que falló en contra de todos los pronósticos posibles) o hasta Reyes aciertan a meter un gol que parecía claro el Atleti hubiera sacado un punto pero ni eso. Nada.

Nada. Nada. Ni un punto en uno de los pocos desplazamientos asequibles que quedan, una derrota tras empezar ganando y jugando bien. El árbitro pudo influir en el resultado, pero el responsable directo del desatino es el equipo, jugadores y entrenador incluido. A estas alturas el Atleti debe saber que estas cosas le pasan, debe aprender a ganar partidos, a rematarlos, a competir. El Atleti se complica la vida solo y no resuelve problemas sencillos que están al alcance de un ábaco. Hay algunos buenos jugadores con ganas de ganar, pero hay demasiados errores colectivos e individuales por partido. Si a esto añadimos malos arbitrajes, que existen y están ahí aunque no sean excusa para nada, encontramos un buen montón de motivos para que el equipo no se permita errores de concentración, ni echarse atrás cuando juega bien y tiene una ventaja mínima, ni jugar en dos bloques sin conexión posible. Pero lo hace, y lo ha hecho muchas veces y no encuentra la solución al problema, por más que le ocurra y por más datos que metamos en ese ordenador desesperado que, tras ver al Atleti, sueña con ser un simple Spectrum.

viernes, 7 de marzo de 2008

10 RAZONES PARA RESPETAR A AGUIRRE, por Doggy

¿Pensaban que en este blog no se cogía el toro por los cuernos? ¿Pensaban que el tema Aguirre nunca iba a ponerse en tela de juicio? ¿Pensaban que tenían las ideas claras al respecto? ¿Pensaban que Carlos Fuentes era el tipo que escribía los artículos más largos del ciberespacio? La respuesta a todas estas cuestiones es NO. Tomen asiento, beban agua y examinen los argumentos del insigne Jesús Doggy para defender a Javier Aguirre. Disfruten.


Nunca ha estado de moda defender a Javier Aguirre, lo sé, y mucho menos ahora mismo. No es un entrenador “mediático”, como se dice en la actualidad -más por falta de vocabulario que por moda- para designar al chistoso, al simpático, al payaso, al abrazafarolas o al que, simplemente, da bien por la tele, al margen, por supuesto, de como haga su trabajo. A la Prensa, seamos claros, no le pone Javier Aguirre, dado que no es de esos entrenadores que se prestan a participar día sí y día también en las tertulias radiofónicas de medianoche, ni se tira de cabeza al primer pinganillo o al primer micrófono que pasa a su vera, ni es proclive al autobombo melifluo, a la polémica baldía, a la provocación gratuita en las salas de prensa o al forofismo delirante; en suma, que no acostumbra a estar permanentemente disponible para los caprichos de nuestros comunicadores estrella, sean estos de prensa, radio o televisión, y eso pesa mucho. Lo de los Medios explica, en buena parte, porque a la gente le cuesta tanto reconocerle el trabajo, la actitud y los méritos a este buen señor. Aunque lo más triste no es eso, lo más triste, digámoslo ya, es que le sigan cuestionando constantemente muchos de los que se dicen hinchas del Atlético de Madrid por razones que poco o nada tienen que ver con su labor al frente del equipo.

Por eso -y porque me lo pidió el Anfitrión de este cuadernillo que tiene, entre sus muchas virtudes, la de ser el nuestro, el de todos los que pasamos por aquí- vuelvo a exponerme a pecho descubierto en la defensa del mexicano. Y no porque sea mi entrenador favorito, que no lo es, ni siquiera porque sea el entrenador del Atlético de Madrid, que eso ya de por sí sería una buena razón para apoyarle; lisa y llanamente sostengo que hay razones objetivas para, al menos, respetar su labor. Yo, como acostumbraba a hacer Patricia Godes, he encontrado estas diez.

1- Porque no se apellida Gil Marín.
Puede parecer una tontería, incluso una obviedad, pero no lo es. De hecho todo el mundo, hasta los más atléticos, tiende a olvidarlo. Javier Aguirre ha venido para edificar un proyecto deportivo, para devolver la garra, el coraje y la unidad a un equipo maltrecho. Tan maltrecho, que, si nos ponemos dramáticos hemos de reconocer que corre un grave riesgo de desaparición. Los datos están ahí: en 1988, el Atlético de Madrid había ganado 8 Ligas, el Barcelona 10 y el Real Madrid 22. Veinte años después, tenemos 9 ligas (una más), el Barcelona tiene 18 ligas (ocho más) y el Real Madrid tiene 29 ligas (siete más). En este lapso, incluso el Valencia ha ganado mas ligas, concretamente dos, que nosotros. En cuanto a títulos, el Atlético de Madrid de la Era Gil (Marín) luce un poquito más que el Deportivo de Lendoiro y un poquito menos que el Valencia o el Sevilla. Es duro reconocerlo, pero es así: los números son tozudos. Es ciertamente amargo y duele hasta el corazón reconocerlo, pero estadísticamente en los últimos veinte años, los de la Era Gil (Marín), hemos dejado de ser el tercer equipo del país y estamos lejos de ser un Grande. Nos pongamos como nos pongamos esa es la cruda realidad. Por el camino, como todos lamentablemente sabemos, hemos descendido a Segunda División, hemos estado permanentemente en el ojo del huracán de los escándalos futboleros, hemos perdido buena parte de nuestras señas de identidad como club, incluyendo al jugador que representaba de manera diáfana nuestra esencia y nuestras esperanzas, así como la venta anticipada de nuestro estadio, y nos hemos transformado, con un mezquino cúmulo de ilegalidades prescritas por medio, en la empresa de unos señores que no son el Atlético de Madrid, dirigidos todos ellos desde la sombra por un Cobarde que ni siquiera asiste a los partidos del equipo y que se ampara en el desgaste público de un Presidente que más parece Don Tancredo, alias Pelucas. En todo esto, aunque sea una obviedad decirlo, no ha tenido arte ni parte Javier Aguirre. Pero, repito: muchas veces, la gente, en su frustración, tiende a olvidarlo.

2- Porque es un caballero.
Entiendo, de antemano, que a muchos lectores del MARCA o del As este argumento les parecerá una soberana tontería: pues para mí no lo es, será que sólo leo esas hojuelas por razones de dignidad profesional. La educación, los buenos modales, la hombría de bien y el guardar las formas son cuestiones de capital importancia, precisamente por lo raras que resultan, en estos tiempos tan salvajes como volátiles e increíblemente necios y, sobre todo, tan mal educados. Javier Aguirre es una persona cabal, educada y respetuosa donde tiene que serlo, en sus apariciones públicas como entrenador del Atlético de Madrid, en los viajes del equipo y en las salas de prensas; y, también, un guerrero ansioso que vive los partidos con la rabia contenida de no poder jugarlos (menos mal, porque como futbolista parecía un zaguero de la escuela de Joaquín Caparrós), apretando al colegiado, al contrario y al cuarto árbitro desde la banda. En uno y otro caso, defiende con dignidad, unas veces con más acierto y otras con menos, el escudo del Atlético de Madrid.

3- Por traernos a Raúl García.
Viendo lo que llevamos viendo las últimas diez temporadas en el centro del campo, el mero hecho de haber convencido a Raúl García (que tenía atado y bien atado su fichaje por el Valencia) para que viniera al Atleti ya merece un pequeño monumento a Javier Aguirre junto a la M-30. Cualquiera, incluso los más obtusos, incluso García Pitarch (el Mediocre), incluso los rencorosos más ventajistas como Miguélez, se ha dado cuenta a estas alturas de la temporada del pedazo de jugador que hemos fichado. Un jugador de veintiún años, que, si todo va como debería ir, acabará haciendo historia en el Atleti y siendo, más pronto que tarde, el que lleve el brazalete en nuestro equipo y en la Selección. De hecho, capitán in pectore ya es: reúne y arenga a sus compañeros antes de los partidos, marca a los linieres, aprieta a los rivales, dialoga con los árbitros y se entrega, siempre generoso, sobre el campo. Y, además, es un pedazo de futbolista y mete goles que no veíamos por el Calderón desde que Juan Vizcaíno dejó nuestra medular a la deriva. Vamos que el Atleti con Raúl García es un equipo y, sin él, una sombra. Reconozcamos pues el mérito de Javier Aguirre, porque llegará un día en el que el Cobarde y los suyos le echen o en el que él, harto de que le hagan feos, de que le pongan a los pies de los caballos o de que le usen de escudo para sus trapisondas y desahogos, se vaya con la cabeza bien alta. Él se irá, pero nos dejará a Raúl García. Y eso es un puntazo que jamás deberíamos olvidar.

4- Por haber cuidado al Kun.
Está claro que Sergio Agüero es un futbolista que marcará una época. Un crack, como se dice ahora más por falta de léxico que otra cosa. Está claro que Javier Aguirre no ha enseñado al Kun Agüero a jugar al fútbol y que, probablemente, el enano (como le llama Forlán) hubiera explotado igualmente con o sin Javier Aguirre en la banca. Eso son hipótesis. Pero, tal vez no, o tal vez no tan rápidamente. Y los hechos nos dicen que Javier Aguirre supo dosificar a ese Kun recién llegado, que acababa de cumplir dieciocho añitos, que por primera vez vivía lejos de su mamá y su papá, que por primera vez pisaba Europa, que por primera vez jugaba en un Liga como la española, incomparable en cuanto a exigencias físicas y tácticas a los torneos argentinos, como sabrá cualquiera que haya visto un partido entero del Apertura o el Clausura y que por primera vez estaba expuesto en “el candelabro” mediático. Javier Aguirre supo cuidar al Kun, supo darle minutos sin exponerle inútilmente, supo aguantarle en los peores momentos, supo ayudarle a crecer y a mejorar. Supo, en resumen, hacerle más fácil la aclimatación y la adaptación a la Liga española. El Kun ha acabado explotando como lo que es: un futbolista distinto, determinante por su calidad diferencial y única, competitivo y protagonista. Puede argumentarse hasta que punto ha influido en todo ello Javier Aguirre, pero no puede negarse (repasando paso a paso cada partido y cada circunstancia de la pasada y la actual temporada a lo que invito a los más escépticos) que Javier Aguirre siempre ha mirado por el bien del Kun, siempre le ha ayudado, siempre le ha cuidado y siempre le ha defendido públicamente, ensalzando sus virtudes y pasando por alto sus errores, salvo cuando podían servirle de ejemplo para mejorar. No es que lo diga yo, es que lo ha reconocido el propio Sergio, su familia y su agente. Para más inri, Aguirre ha sido el único representante del club en salir en su defensa ante la persecución arbitral que sufre el Kun esta temporada. No fueron ni el Cobarde, ni el Pelucas, ni el Mediocre, fue Javier Aguirre el que levantó la voz en defensa del Kun en una reciente rueda de prensa y recordó que Messi y Van Nistelrooy también marcaron un gol con la mano la pasada Liga.

5- Porque no llora y, nunca, nunca, nunca habla de los árbitros.
Otro rasgo diferencial de Javier Aguirre. Otra razón de peso para respetarle. Sobre todo, porque, como entrenador del Atlético de Madrid, ha tenido argumentos de sobra para quejarse de la labor de los trencillas. Pero no lo hace jamás, del mismo modo que no lo hizo nunca en sus cuatro años en Pamplona. Y ojo, cuando digo que no habla de los árbitros lo digo textualmente, no en sentido figurado como hacen tantos (Juande Ramos, Rafa Benítez o Fabio Capello serían los ejemplos más sonrojantes) habituales del “yo nunca hablo de los árbitro pero es que hoy...”. Como directivo o aficionado del Atleti, no digamos ya como forofo, está muy bien quejarse de los árbitros, es conveniente e incluso necesario en muchas argumentaciones; pero como entrenador del Atlético de Madrid resulta lamentable llorar por los arbitrajes, es el recurso del pobre de espíritu, del perdedor, del inicuo o del que juega a desviar la atención para que no se le vean las calzas a su equipo (de esto último serían los máximos exponentes José Mourinho o Bernd Schuster). Javier Aguirre acierta mucho y, por supuesto, también yerra bastante, pero lo que es seguro es que nunca llora, porque para llorar, para decir que vaya mala suerte, que el árbitro me tenía manía o que “es que somos el pupas”, para eso vale cualquier mindundi.

6- Por habernos devuelto a Europa.
Venga, preparen el hacha, que aquí les espero con mi cimitarra de doble filo templada en Cuatro Caminos. Que si vía Intertoto, que si por los pelos, que si patatín y que si patatán, pero hemos vuelto a jugar la Copa de la UEFA y aunque por circunstancias que todos conocemos y que ahora no vienen al caso (véanse los affaires Salto Noble o Gapo al Aire) hayamos durado poco, esto es una carrera larga y hay que ir poco a poco intentando reverdecer aquellos laureles que nos hicieron ser “los mejores porque sí” y un coco europeo. Les guste a ustedes o no, los hechos están ahí y, como decía el Butano, “ahí están (y estarán) las hemerotecas”, para demostrar dentro de unos años que quién nos devolvió a Europa no fue Luis Aragonés, ni Manzano, ni Ferrando, ni Bianchi, ni Murcia, fue Javier Aguirre. Y tal.

7- Por saber llevar el vestuario y el “entorno”.
La mejor demostración es que los jugadores están con Javier Aguirre (véanse todas las declaraciones de los jugadores sobre el míster esta temporada). Y esa, desde luego, es la primera condición para poder hacer un equipo que aspire a algo. En el Atleti, en el equipo, no hay declaraciones fuera de tono, acusaciones veladas, chantajitos, ni polémicas entre el entrenador y los jugadores. Yo, sinceramente, lo veo parte del buen trabajo de Aguirre. Reyes pidió la titularidad, tuvo su oportunidad, demostró que es carne de banquillo y a callar y eso que, contra lo que opinamos absolutamente todos los demás, el Vasco cree que todavía le puede sacar algún rendimiento al individuo éste. A Maxi le está cuidando como Maxi necesita: con mucha regularidad de partidos para que coja confianza, porque sabe que la aportación de Maxi es crucial para el Atleti y que el jugador no ha vuelto a ser el mismo desde que se rompió. Y, mientras tanto, Luis García no puede quejarse de falta de oportunidades, casi todas ellas desaprovechadas eso sí, ni de no formar parte del equipo. Simao reclama galones por derecho dentro y fuera del terreno de juego y los tiene. Pero si algo distingue a Javier Aguirre, en mi modesto entender, es que trata de proteger a sus jugadores. Para que rindan, obviamente. A Pablo, masacrado a críticas este año después de varios errores graves, le ha cuidado, le ha mandado al banquillo en el Calderón para que no le frieran y le ha defendido públicamente. A Valera, un gran jugador con bastante mala suerte, la verdad, también le ha recuperado después de que la grada atlética (siempre tan crispada) le crucificara el día del Valladolid en casa. A Eller lo ha puesto porque lo tenía que poner, salvo en dos o tres ocasiones para motivar a Perea. A Cleber ídem del lienzo y, además, cuidándole, porque, roto Motta, es el otro centrocampista que le queda (Jurado y Miguel tienen otro perfil) además de Raúl, y no puede permitirse el lujo de perderlo para la causa, por eso (y ahí está la lamentable pitada al brasileño cuando entró por Camacho como elocuente demostración) lo puso de suplente contra el Barça, para evitar que le abroncaran sin descanso desde el minuto uno y le declararan máximo responsable del “otro año al garete”.

Porque en eso consiste también la cosa, que muchas veces se critica a Aguirre sin tener desde fuera ni la menor idea de los factores que se manejan. Ahí está, por ejemplo, el caso de Antonio López: la gente machacó a Aguirre por poner a Pernía, un jugador notablemente inferior táctica, técnica y físicamente, sin conocer la situación anímica de Antonio López por la larga enfermedad de su hermana. Desde el fatal desenlace, Antonio, recuperada la concentración, se ha hecho con la titularidad, salvo rotaciones. Zé Castro es otro jugador señalado por la grada y por la prensa al que, creo yo, nos conviene mucho recuperar, máxime ahora que no está su compadre Maniche. Sí, claro, hay que hablar ineludiblemente del infame caso Maniche. Maniche se pasa toda la pasada temporada de indisciplina en indisciplina, a Aguirre le obligan a quedárselo, traga por el bien del equipo y no se la guarda, le da confianza y la titularidad, y el orate portugués sigue en sus trece hasta el extremo de borrarse de un partido de Copa y faltarse gravemente en el vestuario con el mejicano y con sus compañeros. Si Aguirre pasa esa no hubiera podido seguir mirando a la cara a nadie en la caseta y eso, indudablemente, lo habría pagado el equipo. Entre perder al centrocampista con más criterio ofensivo del equipo de lejos, como era Maniche, o perder al grupo entero, Aguirre optó por lo mejor aunque con ello se pegara un tiro en un pie. Porque lo mejor era echar al demente luso, decisión que no criticó, ni siquiera indirectamente, ni un sólo jugador de la plantilla pese a la insistencia al respecto de los medios. Y, encima, sin el menor apoyo del club, que eso sí es verdaderamente grave, no sólo no respaldaron al Vasco, sino que encima no le trajeron ningún recambio con Motta y Jurado entre algodones, Miguel recién salido de una larga lesión y el bueno de Cleber. Pero luego, ante la crispada afición, es “Caguirre” –como le llaman los más forofoides- el que carga con las culpas.

Pero, en fin, la crispada afición, soberana en sus casi siempre irreflexivos juicios, critica del mejicano su afán por conservar el resultado un día y, al otro, le reprocha por quitar un defensa para sacar un delantero en busca de la remontada a tumba abierta, que eso también lo hemos vivido todos en el Vicente Calderón. Porque a este hombre no se le pasa una, ni aunque sumemos ya 13 victorias de 26 partidos ligueros con las vicisitudes por las que ha ido pasando el equipo, que no han sido pocas, hayamos caído en Copa con dignidad y poca fortuna y hayamos sufrido un accidente en UEFA muy condicionado por las circunstancias. Y, desde luego, no podemos olvidarnos del entorno: el Pelucas, el Cobarde, el Mediocre y la Prensa cainita, que rara vez rema a favor del Atleti. Que la defensa, tras varias actuaciones desastrosas, está en el peor momento de la temporada, pues el club filtra que ya ha cerrado a Heittinga, Ujfalusi y Salcido, para dar confianza a los zagueros en lo que queda de temporada y acallar a la crispada afición. Que el Kun cada día va a más, pues el Mediocre dice que “nos durará lo que nos dejen los Grandes” y estamos cada día a vueltas con la cláusula de nuestro pequeño genio. Que el entrenador trata de organizar un equipo que se distinga por su garra, su compromiso y su pegada, pues el último día del plazo de fichajes en agosto el club se presenta con el caramelo envenenado de Riquelme, para empezar la temporada señalando a Aguirre públicamente como causante de un posible desastre por haber rechazado al mejor pasador del mundo. En fin, que se puede no estar de acuerdo con muchas de las decisiones de Aguirre (yo, desde luego, no lo estoy, discrepo en varias cuestiones) pero es indudable que Aguirre, contra viendo y marea, está construyendo un equipo que aspira a competir.

8- Porque firma contratos por un año.
Valiente sandez, pensarán muchos. Pues yo creo que es un detalle a respetar, fíjense. Aún tenemos muy recientes ejemplos claros de lo contrario, véase Carlos Bianchi o Luis Aragonés. Aguirre es extrañamente honrado, con la plantilla que le dan cree que puede y debe meter al equipo en Liga de Campeones y rechaza un contrato de dos años con opción a un tercero para firmar sólo por un año, eso sí, con una cláusula de renovación automática por objetivos si el equipo queda entre los cuatro primeros. Por si acaso, probablemente originados en filtraciones provenientes del propio club, desde el primer día se han sucedido los rumores de que se le busca sustituto: que si Benítez, que si Pellegrini, que si Valverde, que si Simeone... La prensa siempre ayudando sin desestabilizar, ya se sabe. Pues yo espero que en junio Javier Aguirre quede renovado automáticamente y también espero que para ese momento no esté el mejicano tan harto de mezquindades, zancadillas y quintacolumnismo que explote y diga “ahí les dejo en champions, ¡ándele pinchegüey!, me voy a tomar una cubata” yéndose sin haber completado su proyecto deportivo. Que, en mi opinión, tiene crédito para dos temporadas más. ¡Hala lo que he dicho...!

9- Porque quiere que su equipo compita, gane y juegue al fútbol.
Venga, vamos a la disquisición futbolística, que es lo que ustedes están esperando para terminar de crujir a este pobre aguirrista. Si vamos a hablar de fútbol, tendremos que convenir en que el fútbol, tal y como lo habíamos conocido, cambió definitivamente a comienzos de la década de los noventa, coincidiendo, no por casualidad, con la creación de la Liga de Campeones en el formato con el que actualmente se disputa. El talento continúa siendo decisivo muchas veces, por eso seguimos viendo los partidos, pero cada vez tiene menos importancia (o menos hueco) constreñido por lo físico, lo táctico, lo estratégico, lo económico, lo publicitario y lo empresarial. En el fútbol moderno priman tres cosas: la pegada (el gol, o sea, el dinero, porque el gol se paga con dinero), el equilibrio táctico y el nivel competitivo. Digo esto porque la acusación más constante que se lanza sobre Aguirre es que es amarrategui, conservador, cicatero, resultadista, defensivo, en fin, el epíteto que ustedes prefieran para designar a un entrenador que prima no perder por encima de ganar. Y esto es rotundamente falso. Otra cosa es que Aguirre pretenda competir en un Liga tan igualada como la española, que lo pretende, y otra cosa, mucho más dudosa, es que el aficionado tenga una idea más o menos razonada sobre lo que significa competir en el fútbol moderno. De hecho, el aficionado no lo tiene claro en absoluto, porque ante el primer revés ha pasado directamente de acusar al equipo de Aguirre, directamente, de no jugar a nada. Y esto ya es penoso.

Analicemos, por motivos de espacio, ¿eh?, no por falta de ganas, únicamente la Liga. Hemos jugado 26 partidos, hemos ganado trece, hemos empatado cinco y hemos perdido ocho. Sin ser excelentes, no son malos números. Somos el cuarto máximo goleador del campeonato, con 44 chicharros, sólo superados por Real Madrid (57), F.C. Barcelona (53) y Sevilla (52). Somos, asimismo, el sexto equipo menos goleado con 30 goles recibidos; sólo encajan menos goles que el Atleti, el Madrid (23), el Barça (21), el Racing (25), el Almería (23) y el Athletic (27), lo que, en realidad, significa que somos el tercer equipo con mejor balance defensivo, porque Racing, Almería y Athletic de Bilbao están diseñados tácticamente, con mayor o menor fortuna o acierto en su ejecución práctica, para jugar al 1-0 en casa y al 0-0 fuera; de hecho, respectivamente han marcado 19, 22 y 20 goles menos que el Atleti. Al Villarreal, al Sevilla o al Getafe les han metido cinco goles más que a nosotros y al Valencia siete, por poner cuatro ejemplos de defensas más vulnerables que la rojiblanca pero, ni de lejos, tan señaladas y zarandeadas por el foco mediático. Pero, en fin, dejémonos de números que aquí casi todos somos de letras. Vamos al fútbol e intentemos la quimérica búsqueda de la objetividad. ¡Lagarto! ¿Cuántos partidos malos ha hecho el Atleti de Javier Aguirre en Liga esta temporada? Se lo digo inmediatamente: seis, a saber, en casa ante el Murcia (que se pudo perfectamente ganar) y ante el Athletic y, lejos del Calderón, en Pamplona, en Mallorca, en Murcia y en Almería. Seis partidos malos en Liga, señores, como se lo digo. Con el Mallorca en casa no se jugó ni bien ni mal, se empató, al igual que se pudo ganar e incluso perder. En el Camp Nou se jugó muy bien al fútbol hasta el lamentable error de Abbiatti y el inmediato segundo gol de Messi, luego el equipo se cayó por lo anímico. En el Bernabéu se perdió por un despiste, pero no se jugó nada mal. En casa ante el Madrid se jugó una primera parte magnífica pero demasiado penalizada por dos fallos defensivos garrafales, luego el equipo se reservó. En casa ante el Villarreal se jugó un partido bonito y vibrante que se perdió, también, por regalos defensivos. Y, para terminar con las derrotas, en casa ante el Espanyol se perdió de milagro en el último instante, demostrando el equipo, con nueve, una garra y una intensidad defensiva que no veíamos desde el Doblete. También por garra, por casta y por pegada -y con rachas de gran fútbol- se ganó en casa al Getafe, al Valencia, al Valladolid, al Barcelona y al Sevilla y, fuera de casa, al Athletic de Bilbao. En Huelva se dio la cara y se empató, aunque se pudo y se debió ganar. Con solvencia, jugando un fútbol práctico con momentos brillantes, se ha ganado en casa al Zaragoza, al Racing y a Osasuna y, lejos de casa, al Racing, al Depor, al Levante y al Betis.

Esto es lo que dicen los fríos datos, otra cosa es que pensemos que somos el Manchester, el Barça o el Arsenal, que tenemos que ir a todos los campos y recibir a todos los equipos al estilo aquel que popularizó Benito Floro cuando su equipo merengue se midió en Copa a un Segunda B: dando con el miembro, que es gerundio. Y no es tal, nos guste o no. Sin olvidar que esos equipos, que nos superan ampliamente en presupuestos, en plantillas y en tiempo bajo las órdenes del mismo entrenador, tampoco lo hacen. El Barsa, el Manchester y el Arsenal, los tres equipos que mejor juegan al fútbol con regularidad, también amarran: porque están compitiendo. No digamos ya el Chelsea, el Milan, el Inter, la Juventus, el Bayern de Münich, la Roma o el Liverpool, equipos que basan su juego en la presión con las líneas defensivas juntas, el equilibrio en la ocupación de espacios sobre el terreno de juego y el aprovechamiento de espacios en la espalda del rival tras robo de balón. ¿Nos gusta? No. ¿Preferiríamos el Brasil de 1982? Sin duda. Pero, ¿es cierto o no es cierto? Desde luego. En todo caso, tampoco me quiero ir tan arriba en el escalafón futbolístico europeo. Veamos, ¿qué equipos de la Liga española juegan regularmente bien al fútbol y ganan? Ninguno. Ni uno. El líder de la Liga, el que va primero en la tabla, juega sin sonrojos a defender en treinta metros y a aprovechar los espacios a la contra con diez futbolistas por detrás del balón, incluso en su estadio y frente a rivales en puesto de descenso. Y cuando no lo hace así, pierde o empata. El Barça (2º) domina sin llegada tres de cada cinco partidos y, fuera de casa, busca asegurar a la contra (ya lo dijo Eto’o: primero ganar, luego jugar bien). El Villarreal (3º) alterna partidos buenos con auténticos desastres, al igual que el Sevilla (7º). El Espanyol (5º) ha jugado partidos destacables pero, en cuanto se ha lesionado Tamudo, ha perdido seis de los últimos ocho encuentros. El Valencia (9º) no sabe, no contesta. Del Racing (6º) y el Almería (8º) ya hemos dicho cómo y para qué han sido diseñados. El Getafe (10º), tal vez, sea el más regular en cuanto a buen trato de la pelota, pero con graves lagunas de concentración y falta de competitividad y enormes altibajos. Del once al veinte de la clasificación mejor no hablamos, ¿no?

No quiero decir con todo esto que en el país de los ciegos el tuerto sea el rey, quiero, simplemente, ubicar al equipo de Aguirre en la competición que está jugando, para que todo resulte más sencillo de enjuiciar apropiadamente. Y, si vamos a lo subjetivo, yo he visto este año –a ráfagas, por partes, intermitente, irregular, lo que ustedes quieran- un atlético con mucho más fútbol, con mucho más empaque y con mucha más casta que el de los últimos años. Tenemos una primera figura, el Kun, tres potencias, Forlán, Simao y Maxi, y un líder, Raúl García, además de algunos futbolistas solventes, valiosos o con posibilidades de serlo y piezas ofensivas de recambio como alternativas de regular fiabilidad. Y, pese a todo, ahí estamos: cuartos y compitiendo a falta de doce jornadas.

10- Porque es un alicate con hambre.
No lo digo yo, lo ha dicho hace muy poquito, en los momentos de menos confianza generalizada en el equipo, Fernando “La Máquina” Torres: “si dejan trabajar a Javier Aguirre el Atlético luchará por los títulos” (enero de 2008). De hecho nuestro Niño, antes de verse obligado por unos y por otros a dejarnos huérfanos de su clase, su coraje, su pundonor, su fútbol y sus gónadas rojiblancas, exigió al Cobarde que renovara a Javier Aguirre para continuar. Esta razón es ciertamente difícil de explicar porque es un pálpito, una intuición derivada de seguir la trayectoria y el trabajo de Javier Aguirre. Es un tipo que quiere ganar, es un tipo que quiere hacer algo grande, que tiene ambición y la transmite. Y yo espero que pueda seguir creciendo, y ganando, en el Atleti.
__

En fin, que ya les dije al principio que Javier Aguirre no es mi entrenador favorito, probablemente nunca lo sea, pero eso no quita para que reconozca sus méritos. Y eso, precisamente, es lo que he pretendido: reconocer públicamente los méritos que veo en su labor. Ahora ustedes dirán, en el caso de que hayan conseguido llegar hasta aquí, si son o no son razones suficientes para, por lo menos, respetar su trabajo.

Forza Atleti!

domingo, 2 de marzo de 2008

Trastornos de personalidad

Cuando muchos, yo el primero, pensábamos que el Barça iba a hacerle un roto a nuestro equipo y que tomaba velocidad la caída de todos los años, llegó el Atleti, con el Kun a la cabeza, e hizo un partidazo. El Atleti tiene estas cosas, siempre las ha tenido y buena medida ese es el secreto de este amor tan irracional por una camiseta tan bonita.


Si el Atleti fuera un señor tendría serios problemas psicológicos. Si el Atleti, en vez de ser un club de fútbol y a ratos un tormento para sus aficionados fuera un ciudadano de a pie, su familia estaría preocupadísima y le habrían mandado a un especialista reputado, preferiblemente con consulta en Oviedo, que viste muchísimo. La familia del Atleti verían cosas raras en ese tipo que a veces acude a las cenas navideñas con rebeca gris con coderas y gafas remendadas con papel celo, y otras veces lo hace con smoking granate de solapas negras y voz de crooner de crucero, como Jerry Lewis. La hermana insistiría en hablar del tema a pesar de que la madre se resistiría a pensar que su niño era más bien raro, y finalmente accederían a llamar a un médico tras mucho leer gracias a google sobre el trastorno bipolar, y hasta tripolar y pentapolar si me apuran.

El Atleti llevaba unos días jugando en voz baja, pidiendo perdón por existir y mordiendo la lona contra equipos medianejos como el Athletic, el Bolton o el Osasuna, jugando con maneras de funcionario de correos harto de su vida que está deseando que acabe la jornada para volver a casa a cuidar de sus canarios. Ayer llegaba a casa el Barça, que necesitaba ganar para ponerse líder, y uno anticipaba una catástrofe de proporciones bíblicas similar a esa del año pasado que tanta gracia le hizo a nuestro presidente, ese que acaba las juergas vestido del Madrid igual que otros las acaban dentro de un pilón. El Barça parecía crecidito viendo que jugaban contra ese señor con gafas y prefirió al parecer dedicar la jornada a poner paños calientes en la plantilla, sacando a Ronaldinho, Henry y Etoo de principio, con Xavi, Iniesta y Edmilson por detrás. Ni Messi ni Deco, los dos jugadores que uno siempre sacaría, sobre todo el primero. No sabemos si fue un error táctico, un exceso de confianza o un error puro y simple, pero el caso es que no salió Messi y sí salió Agüero y ahí pudo empezar el lío.

El Atleti, por su parte, salió con los buenos, que no es poco. Volvieron Simão y Raúl García y Agüero y con estos tres tipos el Atleti es otra cosa. Salió Valera y dejó muestras de que sería bueno que enganchara por fin una racha larga de partidos jugados en su posición, sin lesiones ni expulsiones porque puede aportar lo que no aportaban los que han pasado por esa banda. Salió también Camacho, 17 añitos sólo y solo ante un centro del campo de los que da miedo, pero con un tipo al lado de los que dan tranquilidad. Salió Camacho y jugó sin alardes ni nervios, con ganas, aguantando la posición y cumpliendo en su debut como le reconoció la grada con una ovación de esa que emociona a los parientes y amigos. Qué bien. Jugó bien Camacho y, sobre todo, dio la sensación de que con él Raúl García jugó más tranquilo que con otras parejas de baile que le han tocado desde que la pareja más oficial se fue a Milán tras una bronca con la suegra. Raúl García dejó claro que con él el equipo es distinto, y que sin él no pasa de equipete.

Así que empezó el partido y el Atleti salía atrás, así, ya desde el principio, toma ya, miren Vds que cosas. Salió el Atleti con su rebeca gris y el bolsillo de la camisa lleno de bolígrafos, con aire de llamarse Gutiérrez y obedecer órdenes. El Barça lo vió y se dedicó a jugar tranquilo, viendo cómo el Atleti defendía en dos líneas con pocas ganas de atacar, amagando con contraataques que no llegaban ni tenían pinta de llegar. El Barça jugaba al tran tran y aprovechaba la extraña sensación de jugar en un Calderón con el fondo sur en silencio en el día en el que también se exhibieron unas cartulinas en las que aparentemente la afición protestaba contra las últimas actuaciones arbitrales: lo curioso es que ni la afición entendía el por qué de esa protesta ni la secundó, sospechando que no era más que una forma de desviar la atención en una jornada en la que el palco temía que se le echara encima la grada. Jugaba el Barça un partido que parecía que iba a acabar en triunfo visitante de todas todas y el Atleti no hacía nada por cambiar el guión, poniendo cara de ir al matadero y voz de que doliera poco. A pesar de la inoperancia de Henry, secado por Valera una y otra vez, y la espesura del juego visitante, a la media hora el Barça terminó marcando un golazo aplaudido desde las gradas. Cero uno, poca sensación de poder remontar y, posiblemente, ataques de pánico en el palco.

Pero un tipo no quiso seguir el guión y tenía claro que podía cambiarlo. A los treinta y cinco minutos el Kun hizo un recorte a Milito, un recorte de esos que sorprenden incluso al que mira desde una perspectiva privilegiada y lo hace precisamente esperando un recorte. Y aún así, sorprende el tío, así que uno se puede imaginar cómo se queda el defensa que asiste en primer plano a la ejecución del prodigio. Tiró el Kun a puerta, dio en Puyol y el balón se fue dentro. Uno a uno, menos mal que está el Kun y puede hacer un gol en un minuto. ¿Un minuto? Cinco minutos después dio un excelente pase a Maxi, que entraba en el área rival de forma excelente y remataba a puerta, un remate difícil que daba en Valdés y entraba. Dos uno y al descanso, madre mía, ¿cómo puede ser esto? El Atleti tiene estas cosas asombrosas, qué quiere que les diga.

Tras el descanso y el cambio de papeles de los últimos diez minutos de partido, uno temía una masacre. Uno, que no se fía más que del Calendario Zaragozano, imaginaba la vuelta del funcionario atlético con su rebeca y sus sellos, y se temía que enfrente estaría el Barça con Messi y sin la caraja que había lucido durante el primer tiempo. Pero no fue así. Salió el Atleti en su faceta de tipo seguro de sí mismo con el pelo engominado y swing de profesional, presionando en el centro del campo y en defensa, con un Perea enorme cortando todo lo cortable y, de paso, empujando al resto de la defensa a hacer lo propio, incluido Pablo, que empezó el partido dando síntomas de estar con el síndrome del derbi. Valera seguía el ejemplo y secó también a Ronaldinho cuando le tocó, contando además en muchas fases de la recuperación con la ayuda de Maxi, a quien el golito le sentó de maravilla.

Pero en estas, salió Messi. Salió Messi y se hizo el silencio. Los recogepelotas intercambiaban miradas de miedo, los tipos más rudos disimulaban mientras tragaban saliva y los niños apretaban las manos de sus mamás. Salió Messi y uno imaginaba un torbellino de regates y tiros a puerta y se ponía en la piel de Antonio López, a quien le ponían a bailar con la más fea, y le entraba un sudor frío incomodísimo. Y no. De hecho, fue al revés, qué cosas. Forlán, menos brillante que otras veces pero tan honesto y cumplidor como siempre, combinaba con Agüero con un sutil toque de exterior y el Kun no acertaba a marcar otro gol. No pasaba nada. Seguía el Atleti jugando con ganas y seguían Puyol y Milito achicando agua como podía, como dos gemelos encargados de evitar el naufragio. Puyol debió irse a la caseta en el penalti que hizo sobre Agüero y que marcó Forlán, celebrándolo con un abrazo sobre una bandera de Peñarol. Tres uno, increíble, el Barça desorientado y un resultado de Atleti-Barça de los de antes. Se iba Camacho entre ovaciones, entraba Cléber y uno se encomendaba a los santos para evitar un gol rápido del Barcelona que los metiera en el partido de nuevo, pero mejor hubiéramos hecho encomendándonos a Agüero.

A veinte minutos del final, Agüero se llevó un balón tras forcejear con Puyol, ganando por fuerza y cuerpo contra un defensa de esos que no se dejan quitar ni el periódico. Salió disparado hacia el área encarando a los rivales que le salían al paso, determinado a regatear a quien hiciera falta, fueran defensas, centrocampistas o el pleno del Ayuntamiento de Cornellá. Seguía Agüero hacia la portería del Barcelona y según avanzaba el Kun íbamos todos subiendo poco a poco, levantándonos de nuestros asientos al ritmo de cámara lenta que marca el vecino de localidad de delante que nos impide la vista según sube. Subía la grada, subía la probabilidad de ver algo grande y subían en bolsa las acciones de los fabricantes de prótesis de cadera. Caían los jugadores del Barça al paso de Agüero, caían las mandíbulas inferiores de los boquiabiertos espectadores, llegaban refuerzos desde el medio campo y daban alcance al Kun, al borde del área rodeado ya por cuatro. Con la misma parsimonia que subía la grada al unísono, con la misma cadencia con la que los rivales iban dejando la persecución, el Kun levantó la cabeza, vio un hueco chiquitito entre Valdés y el poste y le pegó a la bola lo justo para meter un gol de esos que no se olvidan, de esos que se reproducen en los bares regateando camareros y chutando entre dos papeleras, de esos que los niños hacen hoy en los parques a la vista de todo y que los mayores hacemos en los parkings cuando no nos mira nadie. El Kun metía su segundo gol, después de provocar un penalti y dar un pase de gol, redondeaba un partido al alcance de muy pocos jugadores en el mundo, lo celebraba quitándose la camiseta y el árbitro le sacaba una amarilla en cumplimiento de lo que dice el reglamento mientras que le pedía por lo bajinis que le firmara la tarjeta, que era para un sobrino.

El Barça volvió a marcar pero eso daba igual, ya no estábamos para esas cosas, ahora estábamos más en celebrar el golazo y el buen partido de este equipo con varias caras. Y en contestar los mensajes que nos llegaban al móvil y que decían qué golazo y qué jugador y qué chaval y qué partidazo y qué alegría, y también que el operador de telefonía te regala un politono, enviado en muy mal momento. El Atleti había metido cuatro al Barcelona, el Kun había hecho un partido memorable y ahora sólo quedaba que Madrid entero se enterase del evento. Sólo flotaba en el aire una pregunta impertinente y a la vez muy pertinente: ¿por qué el Atleti no juega más veces con esta intensidad? ¿por qué pasamos fases en las que el equipo parece querer suicidarse si es capaz de jugar bien y hasta muy bien y comulgar con la hinchada como tantas otras veces? ¿por qué no vemos más de esto más a menudo?

Pero, qué quieren, el Atleti es así y a veces nos amarga la vida y a veces, como ayer, nos pone una sonrisa en la cara durante varios días. Si el partido de ayer vale para que el equipo entienda cuál es el camino, si vale para meter de nuevo el virus de las ganas de victoria en una plantilla que tiene por delante cinco o seis partidos de aúpa, habrá sido un partido importantísimo para la temporada entera. Y todo por ese chaval morenito que se empeñó en echar abajo un guión escrito. Nos repetimos, pero la ocasión lo merece: Kun Agüero, viva la madre que te parió.