lunes, 26 de noviembre de 2007

Pero... ¿alguien teme aquí al lobo feroz?

Nuevas aventuras en rojo y en blanco. De nuevo se ganó, pero se pudo perder y se mereció empatar. El Atleti anda algo desquiciado y a muchos no nos extraña. Como alguna vez le de al lobo por soplar de verdad, a saber.


En mi casa, ya se lo advierto a Vds, somos todos muy partidarios del cerdito mediano. Del mediano, sí, del que hizo la casa de madera. El pequeño siempre nos pareció un jeta, a quién se le ocurre hacer una casa de paja si está claro que eso sale volando al mínimo soplido lobero. Una cosa es que le guste tocar el flautín y atusarse la pajarita y otra que no cuide un mínimo la seguridad de su hogar, que es algo intolerable y una irresponsabilidad. El mayor, por el contrario, siempre nos pareció un repipi. Mira que tiene pinta de buen chaval con esa camisa blanca y ese pantalón de peto azul y gorra. Aspecto de tipo de esos que saben de bricolaje y hacen un programa de tv con acento vasco y con dos tablones construyen un retablo mayor en una tarde. Pero en realidad era un repipi, eso de hacer una casa de ladrillo es un alarde innecesario y además, en los tiempos que corren, signo de mentalidad especuladora de promotor porcino. Al final le salió bien la jugada, pero no me nieguen que Vds en su lugar no habrían ido tan lejos.

El mediano, por el contrario, hizo una casa normal, de madera, como tantas otras. Sin alardes, sin porche, sin balaustrada, de madera, con sus geranios, normal, la de toda la vida. Nunca había oído nadie que esas casas se derribaran de un soplido, así que en el fondo era normal que la construyera así. Una casa convencional, lo suficiente para vivir bien y para tener tiempo de tocar el violín con los hermanos. Con el hermano, digo, que el mayor estaría estudiando un master de gestión inmobiliaria para forrarse construyendo secaderos de jamones adosados. Ahora hay muchas casas de esas prefabricadas de madera de patente finlandesa y no se yo de nadie a quién le haya amenazado un mastín con echársela abajo. Con una casa de madera, con algo cómodo y discreto, con el justo término medio debería bastar. Pero no. Llegó el del cuento y nos metió presión y ya lo ven, generaciones y generaciones agobiadas por el estrés y las hipotecas desproporcionadas por culpa del repipi del cerdito mayor. Si le pillo, le hago con salsa agridulce. O en míseras cortezas.
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Salió el Atleti así a ver qué pasaba y metió un gol Maniche. Y un buen gol, oiga. A Maniche le dieron los jugadores palmadas en la espalda y luego se ajustaron la pajarita, ladearon el sombrerito de marinero y se dispusieron a tocar, unos el flautín y otros el violín, y eso que alguno no se fiaba. Construida en un santiamén la casita de paja que al equipo le basta para creerse invencible, el Atleti emuló al más vago de los tres cerditos y se dedicó a la dolce vita, previendo 88 minutos de música y bailecitos.

Si el Atleti fuera un rodillo invencible, si tuviera una defensa infranqueable y un espíritu indomable, uno se podría explicar lo anterior. Pero, como no es así, uno no consigue entender lo que pasa. Pero el caso es que pasa. El Atleti tiene mentalidad de cerdito caradura y por más que la experiencia muestra que el lobo pude acabar viniendo y que con poco que haga derriba el edificio, no hay manera, oiga. El Atleti, eso sí, es un cerdito de Pata Negra o como poco admirador de Veneno: Aguirre hace un guiño a ciertos managers de Huelva alineando en la defensa titular, junto a Pablo y a Valera, a uno medio calvo y otro con coleta. Y no es la única referencia al tema que encontramos en el club: a pocos escapa que los verdaderos managers, los del palco, llevan años formando un equipo de corte moderno con las intenciones de forrarse en el momento. Pero esa es otra historia, por ahora sigamos al lío.

Sesteaba pues el Atleti durante el primer tiempo, y, mientras tanto, el Valladolid analizaba las partes más rollizas del cerdito con ojos de carnicero experimentado. Veía el Valladolid que, por su izquierda, Valera hacía aguas y que detrás suyo estaba Zé Castro, trémulo como el tocino del cocido. Veía también que los interiores, Simao y Reyes, llevaban la voz cantante a la hora de trabajar poco y dar saltitos juntando los talones. Recordaba entonces que el Atleti no es un equipo al que haya que asediar o doblegar o meter en su área para marcarle un gol con mucho esfuerzo; basta con robar algún balón o estar atentos, porque la defensa suele hacer regalos con generosidad navideña. Así que estuvo vigilante. Aprovechó un ataque no finalizado por el Atleti para coger el balón en su línea de veintidós, encadenar varios pases y terminar ensayando con facilidad bajo palos entre una desconcertada defensa colchonera que dudaba entre meter la pierna o hacer compás por bulerías ahora que el Valladolid se sumaba a la juerga. Al descanso con empate tras llevar la iniciativa, esto ya empieza a ser tradición.

Como ayer el fútbol era a las cinco y no hacía demasiado frío, en la grada abundaban los niños rojiblancos y eso siempre es buena noticia. Ir al fútbol con niños tiene múltiples ventajas: por ejemplo, siempre llevan merienda y pocas ganas de acabársela, con lo que los vecinos de localidad se acaban poniendo las botas (salvo si, como me pasó a mí ayer, me toca un niño con saque de minero asturiano). Si el niño está en edad de coleccionar cromos puede uno estar seguro de que se va a saber hasta los suplentes del equipo contrario, con lo que basta con preguntarle por lo bajini quién es el que calienta en la banda para luego repetir el nombre en voz alta y quedar como un erudito. Por último, los niños tienen esa sinceridad aplastante que pone a los jugadores en su sitio, y cuando uno intenta explicarle que Zé Castro no es malo sino que es blandito y que necesita partidos y que con el tiempo irá mejorando, responden diciendo “es muy malo” y uno se replantea su discurso, algo que nunca está de más.

El caso es que tras la merienda y nada más empezar el partido, Zé Castro tuvo a bien despejar un balón de forma mansa y precisa hasta el pié de Sisi, que metió el 1-2 con la facilidad que se le supone a las emperatrices. Uno dos, ya estamos, somos la pera, no mejoramos. Menos mal que Maxi marcó inmediatamente y miró a la grada y al resto de compañeros con cara de furia. Normal. Lo mismo pasó un rato después, cuando empató de nuevo Maxi después de un gol de Llorente en fácil remate a un buen pase que voló de nuevo por encima de Zé Castro. Volvió a marcar Maxi y volvió a decir con sus gestos que la paja no es buen material para edificar proyectos sólidos, que sólo trabajando, corriendo y haciendo cada uno su deber puede el equipo acometer metas dignas.

Y es que en el Atleti coexisten partidarios del dolce far niente con tipos orgullosos que no quieren perder ni en los entrenamientos. Entre los primeros, además de la defensa (que no es que se ausente sino que tampoco da para mucho más), los mencionados Reyes y Simao, este último cada vez más empequeñecido y ausente, lejos de lo que de él esperamos y sabemos que puede dar. En el bando contrario Maxi, incansable y siempre ayudando; Maniche, constante y hasta rabioso a ratos, que ayer no marcó el segundo por poco; Agüero, que siempre ofrece fútbol del grande cortado en taquitos o en finas lonchas semi transparentes, y naturalmente a Raúl García, a quien Aguirre situó de central durante un buen rato para disimular el sabor a jamón de sobre de la retaguardia. El cambio de Zé Castro (despedido entre silbidos que posiblemente hayan sido letales para su frágil moral) dice mucho de la fe del entrenador en su banquillo. Cuando se quita a un central titular poco afortunado teniendo en el banquillo un teórico repuesto pero en su lugar se sitúa al mejor centrocampista, malo. Cuando ese centrocampista da la sensación de saber bastante más en ese puesto postizo que los titulares, aún peor.

El Atleti jugó pues gran parte del segundo tiempo con un medio centro de central y, desde la expulsión del muy poco afortunado Valera, con Jurado de lateral derecho, así, ni más ni menos. Aún así, con diez y con el tiempo en contra, hubo unos cuantos jugadores que demostraron querer ganar el partido. Agüero ya se había empleado en defensa tras una carrera de sesenta metros que dejó claras sus intenciones, y Forlán, bajo de ritmo, intentaba contribuir con lo suyo. Maxi aportaba gasolina a pesar de estar casi en reserva, casi marcó el Kun y casi al final García Calvo, a quien se le aplaudió con más timidez de la que al que suscribe le habría gustado, sacó un balón flojito que iba dentro pidiendo disculpas. En el corner posterior marcó en propia puerta el Valladolid, para delirio de atléticos y desesperación de jugadores y aficionados del rival, estos últimos desplazados en buen número al Calderón, algo que me gusta especialmente. Cuatro tres, el Atleti se llevaba un partido que podía haber perdido o empatado, igual que los últimos partidos en casa.

Hoy todo es euforia y parabienes, en el Calderón nos divertimos y encima estamos en la pomada. Una visión más pausada conllevaría cierta preocupación, el miedo a que llegue pronto un lobo con buena capacidad pulmonar que eche por tierra el endeble edificio colchonero. Por ahora vamos tirando, salvando el expediente a pesar de pasar más tiempo bailando al son del flautín que apuntalando cimientos. Pero nadie garantiza que esto vaya a durar siempre. Así que a ver qué moraleja le contamos ahora a los niños esos de la merienda, que los cuentos al final suelen tener la razón.

lunes, 12 de noviembre de 2007

El fútbol nómada

Que levante el dedo el que nunca haya escuchado un partido del Atleti en la radio del coche, de vuelta de fin de semana, en pleno atasco. Ya veo que Vd, Fuentes, sí ha vivido esto. Háganos una redacción, pues.


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Los que sigan estos artículos tan largos y tan tontos que vengo haciendo desde hace unos años sabrán de mi afición por la montaña, de mi admiración por George Mallory y de mis torpes símiles alpinos. Uno, que no tiene ni la forma física ni la técnica necesaria para coronar las cimas más famosas, se dedica desde hace años a subir picos medianejos y hacer treks largos, a recorrer valles, collados y cimas de montañas españolas, e incluso alguna vez ha salido por ahí a tomar picos asiáticos y sudamericanos para la causa colchonera. Uno hace, por tanto, eso que ahora llaman senderismo, o outdoor, o trekking, que es lo que toda la vida se ha llamado dar paseos por el monte. Más o menos largos, más o menos duros, más o menos gratificantes, pero paseos al fin y al cabo.

Es un clásico entre los teóricos del alpinismo eso de que en la montaña no se compite contra nadie que no sea la propia montaña o uno mismo. Se lucha contra la altura y contra los límites propios, contra el umbral del dolor y el sufrimiento, contra la tentación de tirar la toalla. Mi caso es algo diferente. Además de contra todo lo anterior, que suele ganarme por goleada aunque a veces arañe un empatito, yo lucho contra un rival constante, vehemente y acérrimo. No sé quién es, nunca le he visto, pero nuestra lucha se remonta a un pasado oscuro hasta un punto en el que, como en el caso de los Duelistas de Conrad, lo de menos es el motivo. Cada cima, cada valle, cada asalto a una cumbre es también un desafío entre nosotros dos. Nunca le he visto, nunca me he cruzado con él o al menos nunca he sabido si era mi enemigo quien bajaba por el otro lado de la montaña o me ofrecía su agua, no sé cómo es su cara ni el color de su abrigo o su mochila, ignoro si lleva polainas o si usa gorra. Aún así, mi rival es astuto y constante y deja siempre, siempre, visibles huellas de su paso. A veces las veo al llegar a lo más alto, a veces al volver al refugio, contento al creer que por una vez he logrado llegar a una cima a la que él no ha tenido acceso; a veces los signos son visibles desde el mismo momento en que empiezo la ascensión. Mi rival es mejor que yo, ha estado en todos y cada uno de los lugares a los que yo he llegado antes que yo y nunca olvida dejar su símbolo, una señal presente en todos los montes de España. Estoy hablando, naturalmente, del Misterioso Hombre de la Bolsa de Doritos.
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Cuando uno emprende viaje desde una zona montañosa con dirección a Madrid a la misma hora que juega el Atleti, se embarca en algo más que el simple retorno a casa. El soniquete de la radio deportiva dentro de un coche lleno de gente forma parte del acervo nacional, tanto como el bote de Cola-cao, el fracaso en Eurovisión o las rebajas de enero. Eso sí, por más que todos conozcamos los pasos a seguir, no siempre es sencillo cumplir con el placentero ritual de ponerse al volante mientras escucha cómo su equipo gana dado que en él intervienen varios factores: la cobertura de la señal de radio, la colaboración del pasaje y la calidad de los jugadores del equipo.

Se pone uno al volante después de comer, y rápidamente se da uno cuenta de que no fue una buena idea ofrecerse como conductor: lo suyo era echar la siesta, pero ya es tarde. Además las obligaciones laborales son tozudas y hay que estar en Madrid a una hora prudencial. Así que al lío. Al lado del conductor se sienta el compañero de viaje más solidario, aquél que se brinda a dar palique para que no se duerma el chófer. Detrás se sientan dos que directamente apoyan la cabeza en un jersey y se duermen ya al salir de la plaza en la que estaba aparcado el coche. Mal empezamos, menos mal que ahora pongo la radio y esto se pasa en un santiamén, que juega el Atleti y juega contra un recién ascendido y fíjate tú que nos metemos allí arriba de una vez.

Pone uno la radio, y el simple gesto de echar mano al dial levanta una ola de protestas entre los que ya están dormidos, vueltos a la vida por arte de magia sólo para gruñir. El fútbol no, eh, al menos pon música clásica o algo para dormir bien … y nada de coger curvas. El co-piloto solidario interviene y pide comprensión y paciencia, qué más os da, hombre, que escuche el chiquillo la radio. Hecho. Pone uno la radio y no oye nada. Busca emisoras y nada. Da varias vueltas al dial y nada. No se oye nada. Y el Atleti empieza en veinte minutos. Peor aún, uno intuye una leve sonrisita en uno de los durmientes por el retrovisor.

El solidario toma el relevo y busca y busca emisoras sin éxito. A lo lejos, de pronto, parece escucharse el soniquete familiar de los locutores deportivos, una voz nasal que habla con un ritmo y tono que sólo se usa para narrar partidos. Ahí, deja, un poco para atrás, venga, ahí, ni lo toques, gracias majo. El narrador habla de algo que es parece un partido de fútbol, pero sólo habla de jugadores que uno no conoce con lo que puede estar narrando el Almería – Atleti o el Numancia – Sevilla B. Resulta ser el Numancia – Sevilla B, busca otra, que esta es una emisora local. Eso hago pero no es fácil, hombre, un poco de paciencia. Nuevas vueltas al dial, parece que se oye algo, ahí, dale, quieto, ahí quedó, gracias.

Esta vez sí, reconoces las voces, son locutores deportivos y a esta hora sólo pueden hablar, entre otros, del Almería – Atleti. Tratas de intuir el resultado por el entusiasmo del narrador, por los comentarios de los contertulios, por el tono del director del programa. No lo consigues. Eso sí, te enteras de qué tractor es el campeón de Europa, que material de construcción te interesa si estás pensando en hacer una presa con salto de agua o de lo buenas que están las patatas del abuelo. Pero del Atleti nada. Nada. Hablan del partido de la Coruña, y del de Huelva y del de Valladolid, pero ni rastro del nuestro. Ahora sí, parece que contactan con Almería, qué alegría, al fin, ¿qué estará pasando? “Hay noticia en Almería” – “Sí, penalti contra el Atleti”. Vaya tela, qué momento para conectar, emites un rugido de disgusto y se queja uno de los dormidos. Seguro que ha sido Seitaridis.

- Penalti de Seitaridis
- (voz en off) hay que ver lo que sabe éste de fútbol
- No, de lo que sé es de estadística

Tira el Almería, paradón de Leo Franco, rechace, paradón de Leo Franco, otro rechace, paradón de Leo Franco, gritos en la radio, protesta de los dormidos, un puño al aire del chófer, el solidario se asusta. A todo esto, ¿cómo vamos? No lo han dicho, ahora lo dirán. Lo dirán, pero da igual: zona de curvas con montaña incluida, se cortó la conexión. Ruido de papel arrugándose, el solidario se vuelve loco buscando la emisora, nada.

Parece que de nuevo vuelve la señal, a ver, ahí, déjalo, ya. ¿Qué dicen del Atleti? Nada. Ahora, el bono hotel es un gran regalo de empresa, eso sí. El Depor ataca, en Valladolid hace frío, ola de protestas en Italia por la muerte de un tifosso, anuncian marejada en el mar de Alborán. Del Atleti ni rastro. Espera, carrusel de resultados, voy a ir más despacio para no llegar a esa montaña que perdemos la señal. A ver si nos enteramos de cómo van. Dan el resultado del Valladolid, y el del Depor, y el del Espanyol, ya llega el Atleti … conectan, dice el tipo que el Atleti ha tenido suerte, ¿por qué suerte?, ahora va el resultado. En ese instante, en ese preciso instante, se despierta uno de los dormidos, precisamente aquél a quien no le importa en absoluto el fútbol.

- Pero juegan en Almería o en Madrid.

Dan el resultado del Betis, ya ha pasado el del Atleti y no nos hemos enterado. Bramidos, maldiciones, amenazas de muerte, el otro dormido manda callar y hay un conato de parar el coche y darle una paliza con el gato.

Silencio, más ruido de papel arrugándose, llegamos a la autopista, la señal mejora pero el tráfico no: lo que se llama medio-atasco o “atasquillo”. No atasco del todo, sino esa procesión de coches en la que uno siempre está a la misma altura de otros dos o tres; de ellos, uno es un tipo tranquilo, otro un extranjero con cara de despiste y el tercero es un agresivo conductor al mando de un forfocus negro, que adelanta y se hace adelantar indistintamente. Ya se escucha la radio, al Atleti le han podido meter dos o tres goles pero va cero a cero. Uno lamenta la ausencia de Raúl García y de Forlán, ya lo sabía yo, esto es así. Agüero está solito arriba, aislado como el bacilo de la tuberculosis y a pesar de eso cada vez que le llega un balón hace maravillas. La defensa achica balones y parece que lo estaba haciendo bien hasta que salió Eller trotando sin rumbo. Reyes sigue ausente, pensando en cómo protestar la próxima vez que le cambien por no hacer lo que de él se espera. El Almería ataca. También ataca el del forfocus negro, ahí vuelve el tío, qué pesado. El conductor deja claro que le tiene manía a Eller, los ocupantes del asiento de atrás, recién levantados, dejan claro que le tiene manía al del forfocus. Por arte de las sinergias automovilísticas, ahora todos tienen manía tanto a Eller como al del forfocus.

Queda poco, el Almería sigue atacando, el Atleti achica balones, el del forfocus adelanta y vuelve a adelantar jugándose la vida con el raquítico objetivo de seguir detrás del coche al que continuaría siguiendo si no adelantara tanto. Qué pesao el del forfocus, el coche es ya un clamor anti-forfocusil, mírale, otra vez, y venga a adelantar. Falta peligrosa contra el Alemería… ¿qué me dices? ¿a un minuto del final? No puede ser tan bonito esto, ¿quién la tira? ¿está Simao? No. ¿la tira Antonio López? Vaya tela, no sé, a ver, Antonio López las tira bien.

Tira Antonio López. Al larguero. No me lo puedo creer, mano a la frente, ¿será posible? El asiento de atrás es un clamor, no intuía el chófer esta pasión rojiblanca. No es eso, no: en el momento en el que conduce se echa una mano a la frente, exactamente en ese instante, el del forfocus hace lo mismo. Lo mismo. Es del Atleti, el tío. El asiento de atrás ruge, el solidario intenta poner paz, el conductor por fin se pronuncia:

- Un buen chaval, el del forfocus

lunes, 5 de noviembre de 2007

¿Secesión?

Que el Atleti patine justo cuando está a punto de entrar en Champions no es algo nuevo. Lo de ayer sí fue algo relativamente inesperado tanto por cómo se produjo como por la trayectoria que llevaba el equipo hasta ayer. Pero así es el equipo, oiga.


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Que al campo del Atleti va muchísima gente diferente no es algo nuevo. Que en la grada coexisten pacíficamente familias enteras y grupos de amigos, partidarios de Joselito y de Belmonte, melenudos y calvos, señoras mayores y niños de preescolar, chicas estupendas vestidas de rojo y tipos feísimos vestidos de azul no es noticia a estas alturas. Pero hoy nos fijaremos en algunos señores especialmente mayores, algunos con bastón y todo.

En la grada de lateral, cerca de donde se sienta el que suscribe, se sienta también (con muchísima más solera) un señor mayor de los de bastón y americana. Me impresiona su salida del estadio, bajando despacio por las escaleras, apoyando una mano en el bastón y la otra en los respaldos de los asientos que lindan con el pasillo, encorvado y con muchísima dificultad. Ver a alguien poniendo tanto empeño para ir a ver a su equipo a pesar de los obstáculos le hace a uno abrir mucho los ojos con admiración. Ver cómo baja sin ayuda (parece que porque él quiere que así sea), le deja a uno pasmado ante tanta casta y tanta vergüenza torera y tantas ganas de poder por sí solo con lo que para muchos de nosotros sería un muro infranqueable. Si alguno de lo que esto lee le conoce, por favor hágale llegar mi admiración.

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Se barruntaba en la grada en el descanso. Ante la tardía salida del Villarreal, cuyos jugadores debieron querer terminar el sudoku antes de volver a salir al campo, los jugadores del Atleti hicieron dos corrillos. En uno, delanteros, medios e interiores. En el otro, más deslavazado, toqueteaban el balón los defensas bajo la mirada de Leo Franco. Al verlo la gente se preguntaba si los atacantes se planteaban proponer un referéndum sobre su posible independencia de los defensas, enfadados con ellos por haber encajado últimamente más goles de los que deberían, sin importar si es en casa, en Barcelona o en Moscú. Algunos de los delanteros parecían hartos de hacer las cosas bien para que otros las echaran a perder por despistes y faltas de entendimiento y de concentración y casta; con estos tíos no vamos a ningún lado, te lo digo yo, ya verás, si no al tiempo, como me harte se van a enterar, já, menudo soy yo.

El caso es que el Atleti había empezado bien, como en aquellas tardes de antes en las que se jugaba a las cinco y se ganaba seguro de las que venimos hablando de un tiempo a esta parte. Había marcado pronto, casi sin dar tiempo al público a limpiar el roñoso asiento con las páginas de la infumable revista oficial “Forza Atleti”, la de las vergonzantes portadas ocurrentes y los editoriales sonrojantes. Pablo había metido un buen gol de cabeza, que es algo que no debería ser noticia pero lo es, tras un buen pase de Pernía, que es algo que tampoco debería ser noticia pero también lo es. El Atleti jugaba sin dar sensación de controlar el partido con facilidad, pero desde luego no de descontrolarlo. Sin echarse atrás los veinte metros a los que acostumbraba cada vez que marcaba es más sencillo que no te marquen, y esto parece que empiezan a aprenderlo los jugadores. El Villarreal, eso sí, a lo suyo, como la semana pasada el Sevilla: saben a lo que juegan y no van a cambiarlo por encajar un gol, así que tocaban y buscaban y lo intentaban a pesar del gol en contra, como hacen los buenos equipos.

Y el Atleti volvió a marcar. Esta vez Simao, y un golazo por cierto, pegándole con intención y precisión exactamente al sitio al que había que apuntar. Y ello tras un buen pase de Maniche, mucho más entonado últimamente como bien apuntaban algunos comentaristas mucho más sabios que yo. Otro gol del Atleti cuando el Villarreal había dejado claro que no iba a tirar la esponja, dos cero a favor a los veintipico minutos, arriba en la clasificación y una tarde soleada por delante. Demasiado bonito, puede ser, sí, pero últimamente el Atleti parecía dar la espalda a la fatalidad que tan bien conoce el aficionado.

Ahora bien, que Leo Franco no es el que era es algo que pocos discuten. El año pasado se lesionó, se dejó trencitas y desde entonces ya no es Leo Franco, sino otro señor que se le parece muchísimo. Tras las pifias en el entendimiento con Zé Castro del partido del Sevilla, volvió a pifiar ayer primero a la hora de entenderse con Perea, que es otro que tal baila, y luego saliendo en falso en un corner a pesar de ser la mar de alto. Dos goles, dos, uno de Rossi y otro de un tal Fuentes que, ya lo dije cuando nos marcó el año pasado, no es primo mío ni hermano ni nada. Dos a dos. Increíble una vez más, igual que el partido pasado, dos a dos al descanso, de nuevo los errores atrás compensan las virtudes de delante.

Aquí llegamos al punto en el que iniciamos el relato. El Atleti, sin jugar demasiado bien, había marcado dos goles y daba la impresión de poder marcar en cualquier momento, como ha ocurrido en otros partidos recientes. En los cuatro últimos partidos ha metido tres o más goles en tres ocasiones: el problema es que pasa lo mismo al contrario. Los medio centros, que funcionan y lo hacen bien, ven lo mismo tanto si miran hacia delante como si lo hacen hacia atrás: muchos goles. Transmutado en el bifronte dios Jano, Raúl García puede sufrir un trastorno de la orientación si no le recuerdan constantemente contra qué portería ataca.

El caso es que con dos a dos la grada confiaba en que iba a marcarse al menos otro gol, y así fue. No fue de penalti, que Maxi tiró fuera posiblemente para hacer justicia divina, sino de cabeza, una vez más, gracias a Agüero. Agüero, que casi todo lo hace bien y mide veintipico centímetros menos que Pablo, debe llevar esta temporada el mismo número de goles de cabeza que éste en toda su carrera en el Atleti, y como se enteren los delanteros secesionistas de este dato hacen hasta un plan y lo presentan a la directiva. Y eso que argumentos no les van a faltar: las continuas pifias de la defensa les retrata una y otra vez.

Especialmente retratado queda Perea cada vez que tiene que solucionar él solito una situación para la que no baste su velocidad y elasticidad: en cuanto hay que despejar con contundencia o adelantarse por inteligencia o hacer un pase de más de un metro, Perea carece de la tranquilidad necesaria para no pegarse un tiro en el pie. Nervioso, no acierta a suplir su evidente falta de calidad con al menos arrojo y decisión, algo que se agrava cuando la grada le pita durante el partido. Acelerado, no sabe si va a hacer penalti al entrar al delantero y prefiere no entrar, agravando el problema. Ayer, transmutado también pero en su caso en el logotipo de Interflora, dejó pasar a Nihat dos veces consecutivas hasta que éste, cortés, no pudo más que meter un gol. Tres a tres. Increíble. Más increíble aún lo del final del partido: Pernía que no tira el fuera de juego, Cani que ve un pase claro que también ve toda la grada pero no ve la defensa del Atleti, Leo Franco que prefiere esperar y no salir no sea que si sale Nihat se asuste; resultado, gol. Tres cuatro, el Atleti va a perder un partido que nunca debió perder.

El Atleti ataca con fluidez y calidad, tiene recursos para marcar en casi cualquier situación, tiene al Kun que son palabras mayores, tiene a Raúl García que no para de correr aún con la nariz rota y dar la bola con criterio y calidad y tiene a su vera a Maniche, tiene a Simao que puede marcar golazos, tiene a Maxi que siempre está allí donde hace falta, tiene a Luís García para suplir con garantías a tres o cuatro jugadores, tiene a Reyes, aunque Reyes no está muy por la labor y sigue despistado en la banda que no es suya, alejado de su par, corriendo muchas veces sin sentido. Tiene, en fin, posibilidades sobradas de crear ocasiones de gol y repertorio para convertirlas. Pero tiene también, como venimos diciendo desde la pretemporada, una defensa enclenque, mojigata, sin la contundencia ni la calidad que la parte de arriba del equipo demanda. Las soluciones se antojan lejanas, porque ni Eller ni Zé Castro parece que puedan aportar lo que falta, ni Motta parece que vaya a volver a jugar antes de que acabe el año si se cumplen los plazos normales de recuperación que la trayectoria de nuestro servicio médico indica.

Así que aunque la imagen que el equipo dejó ayer dista mucho de la desesperante estampa de otros partidos, la derrota de ayer dolió, y mucho. Por la forma en que se produjo, por el momento en que produjo, por la posición en la tabla que tuvimos durante la mayoría del partido y que ahora ya no tenemos. Dolió porque era un rival directo. Dolió porque la actitud del equipo no fue mala, no fue el Atleti apático que nos desesperaba el año pasado y el anterior y el anterior. Dolió porque desespera ver que se hacen algunas cosas muy bien y otras muy mal. Dolió porque deja al descubierto lagunas importantes que pueden ser un problema grave. Y dolió, también, por ese bravo señor con bastón y americana que no se merece estos tragos tan amargos, mecachis.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Partido de fútbol

Ayer vimos en el Calderón eso que cada vez se ve menos y que conocemos como "partido de fútbol". El espectador asisistió a una anomalía adicional: en contra de lo que venía pasando en los últimos tiempos, el que se llevó el partido fue el Atleti.

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En los últimos años se ha popularizado en Madrid la fiesta de Halloween. Desde hace pocos años, que cuando uno era chico esto no pasaba, uno sale el 31 de Octubre y se encuentra a señores con aspecto de oficinista vestidos de bruja, de momia y de drácula asustando (muy mal y muy poco) a los que vamos por la calle tomando el fresco. Todo esto a uno, que es como saben un señor cascarrabias con gafas y ganas de enfadarse a la mínima, le parece muy ridículo, tan ridículo como si en Salt Lake City les da por vestirse de fallera o si en Ciudad del Cabo celebran con luto oficial el aniversario de Lagartijo. Pero estas cosas pasan y tantas películas hemos visto con eso del truco o trato (que nadie entiende muy bien qué significa) que ahora la gente se siente obligada a celebrar tradiciones de otros, no sea que sus niños les llamen raros. Así que ya saben: dentro de poco comeremos pavo el día de acción de gracias, celebraremos la festividad de Santa Juana de Arco, colgaremos peces de papel en las espaldas de los inocentes el uno de abril en vez del veintiocho de diciembre y darán fiesta en los colegios el día de la final de la Super Bowl. Y mientras esto ocurre ya casi nadie sabe hacer lentejas caseras ni se cede el paso a las señoras ni se encuentran buñuelos de batata sin que la autoridad no haga nada a pesar de que todo eso sí que es un problemón, sobre todo lo de las lentejas.

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Nos pasa a algunos últimamente en el Calderón que nos cuesta encontrar nuestro sitio. No es una reflexión filosófica ni una confesión de escéptico en época de buenos resultados, no, es una mera constatación física. Al menos en la grada en la que uno se sienta desde hace años (la fecha exacta puede calcularse aplicando Carbono 14 bajo el asiento a la capa de cáscaras de pipa más cercana al hormigón) hay en los últimos partidos muchos desconocidos en sitios que tradicionalmente correspondían a nuestros vecinos de siempre. Ya no nos sentamos al lado de los mismos (aunque siguen por ahí), ni detrás de esa pandilla de chavales que ya es de talluditos, ni de ese señor que sigue escuchando un transistor a pilas con antena extensible en la era de las mini radios y los móviles equipados con todo tipo de dispositivos receptores, ni de ese padre con sus dos niñas que, por obra del paso del tiempo, ya son dos mujeronas con piercing y ojos de mujer fatal. No. No sabemos si por la buena marcha del equipo o por la venta descontrolada de abonos o por una conexión cósmica, en los partidos más o menos atractivos es complicado sentarse en el asiento de toda la vida y a veces asistimos asombrados al espectáculo de ver a alguno de los clásicos de la grada ocupando la escalera por pura educación y por no discutir con un recién llegado que hace valer su número de fila y silla con la vehemencia que impone el no conocer al vecindario.

En fin, a lo que íbamos que ya está bien de protestar. Que el Atleti ganara el partido contra el Sevilla entraba dentro de lo posible: buen momento del Atleti, el Sevilla sin entrenador desde hace poco, partido en casa tras haber metido muchos goles en el Calderón. Que en los primeros goles iban a ayudar Alves o Palop, que el Kun iba a volver a marcar de cabeza, que el partido iba a ser bonito y que íbamos a ver siete goles (cuatro de ellos del Atleti) no parecía tan probable. Pues fíjense qué cosas, al final es lo que pasó.

Al minuto ya había marcado Maniche un gol que el 90% de los aficionados sentados en mi grada no vimos. Unos mirábamos a Forlán, admirados tras su disparo seco y por la carrera que emprendía en dirección al árbitro. Otros miraban a Maxi, caido y pidiendo penalty tras recuperar un balón que Alves no suele perder. Otros, a Alves y Palop, asombrados de que hubieran tenido un fallo ambos a la vez. Sólo unos cuantos vieron cómo Maniche la metía para adentro. Gol. Que si era penalty, que si hay o no ley de la ventaja tras el penalty, que si era roja a Palop, que si quién lo ha metido al final, que si se me han caido las gafas con el revuelo y tenga cuidado usted que las pisa, hombre. El caso es que celebramos un gol que muchos no vimos y nos sentamos de nuevo a ver qué pasaba ahora. Y pasó, y mucho, y lo pasamos a ratos bien y mal y regular y en general lo pasamos estupendamente, que para eso es el fútbol.

Pasó que el Atleti se echó un poco atrás, que es una idea como poco discutible, más cuando juegas contra equipos buenos. Y pasó que el Sevilla enseñó por qué gana tantas cosas: porque juega bien, y sólido, y con confianza. Juntos, de memoria, en líneas, con fe en si mismos, seguros de su fórmula. El Sevilla se cree su propio personaje y eso es garantía de éxito: ayer perdió pero pudo no perder, y si bien marcó un gol de rebote y otro que no marcó, se pudo llevar el partido. Entre todos los sevillistas destacó Keita, un jugadorazo de esos que traen Monchi y Víctor Orta ante las narices de montones de directores técnicos que ni sospechan de su existencia, ocupadísimos en ir al sastre y al asador y a la óptica de moda, con García Pitarch a la cabeza. Menos mal que enfrente estaba Raúl García, cada día más importante en este equipo, y Maniche, creciendo también aprovechando que su pareja de baile domina todos los ritmos.

Marcó el Sevilla de falta, en parte gracias a que el Atleti se echó hacia su área. Esa misma falta diez metros más lejos no es tanto problema, aunque cuando la barrera es tan blandita, y salta un poquito y deja el agujero que el rival marca, poco hay que hacer. Pero marcó, cachis en la mar. Pero, miren Vds, el Atleti también marcó tras un tiro estupendo de Luis García que Palop dejó en la cabeza de Agüero, que a este paso va a pasar a la historia como el cabeceador más bajito de la historia. Dos uno al cuarto de hora sin saber muy bien qué había pasado, momento de calmar el partido y empezar a digerir lo que estaba pasando.

Se lesionó Forlán y esto es una mala noticia: Forlán, uno de los ojitos derechos del que suscribe, aporta mucho al juego y a ver cómo salimos de esta. Salió Reyes, algo acelerado al perseguir rivales, algo lejos de su par cuando toca defender, algo alocado y propenso a la tarjeta, pero, en general, algo. El Atleti de este año mira al banquillo y ve a dos o tres jugadores que pueden salir en cualquier momento a aportar dignidad a situaciones imprevistas y esto lo nota el equipo y la grada. Con Maxi como ayer, Luis García, Simao y Reyes se disputan un puesto más el que deja vacante Forlán y veremos cómo lo hacen: ya les digo que en mi lista particular, Reyes es el último candidato a la titularidad.

El caso es que sin Forlán y cuando parecía que el Atleti empezaba a controlar el partido, justo al final del primer tiempo, Zé Castro se metió un golazo en propia meta, rematando al mismo centro de la portería un balón que el portero debía controlar sin demasiados problemas. Leo Franco no entendió a Zé Castro y uno sospecha que es porque este último, barbilampiño y con orejas puntiagudas bajo su cuidado moño, habla en élfico cuando se trata de anunciar sus próximos movimientos. Zé Castro se metió un golazo y a raiz de eso fue un flan defensivo, perdiendo balones comprometidos ante Koné, fallando pases largos de los que suele no fallar y transmitiendo a sus compañeros de línea una inseguridad que se acentuó al final del partido. Zé Castro tiene virtudes y defectos y esperamos que el fallo de ayer no le sea una losa a la hora de desarrollar las primeras, aunque a ratos dio la impresión de hundirse por momentos.

Con dos a dos contra un equipo como el Sevilla y quedando un tiempo entero, podíamos esperar lo peor y resulta que ocurrió lo mejor. Hubo un rato en el que parecía que el partido iba a tirar por los derroteros que los equipos esperan del Sevilla (tanganas, parones, protestas); ya saben, estas cosas que el Sevilla hacía con frecuencia (mucho menos últimamente) y cuya denuncia tanto irrita a los seguidores sevillistas: aquellos de Vds que sigan estos artículos desde hace tiempo recordarán el revuelo que se formó el año pasado cuando dijimos que Alves protesta poniendo cara de gárgola gótica. El caso es que, a veinte minutos del final Maxi metió otro golazo a pase del Kun y tras una buena jugada en la que intervinieron varios jugadores del Atleti. En los tiempos que corren nos estamos acostumbrando a ver al Atleti metiendo buenos goles, algo que habíamos olvidado. Es más, con el Sevilla achuchando con maneras de grande metió otro buen gol el Atleti. Jurado, ni más ni menos, ese que no conseguimos tomarnos en serio, metió un buen gol con calidad y temple tras una buena jugada de un buen Simao, haciéndonos paladear el dulce sabor de las palabras propias tragadas. Gol también de Luis Fabiano, y bueno también. Final con nervios, pite Vd oiga, qué frío más grande y qué miedo da el Sevilla.

Tras un partido con tanta intensidad y sustos y remontadas y alternancias, lo último que necesita el sufrido y últimamente más animado seguidor colchonero es que llegue un señor vestido de zombi y le dé un susto. Aún no manejamos datos pero fuentes bien informadas confirman que muchos atléticos de los que llenaban los bares de cerca del estadio mandaron a paseo a gran cantidad de vampiros, fantasmas, brujas, jorobados, fredikrugers y demás morralla jalogüiniana, y con razón. Y a mi me parece bien, oiga, que hay días en los que no está uno para estas zarandajas sajonas.