sábado, 29 de septiembre de 2007

Tonga, patria querida

Inglaterra y Tonga se jugaron ayer el pase a cuartos en el Mundial de Rugby . Inglaterra es campeona del mundo y una potencia internacional en este deporte y en muchos otros. Tonga es un país diminuto formado por montones de islas que casi nadie sabría situar en un mapa. Ayer salían en igualdad de condiciones: hay que ver qué bonito es el rugby.


Ayer muchos íbamos con Tonga. Esto es anecdótico para algunos, pero no para mi: en mi familia, aunque de ascendencia mayoritariamente gaditana, desde siempre hemos sido muy de Tonga.

En el pub irlandés en el que se suelen ver estas cosas (ya estamos con los bares, dirán Vds; pues sí, qué le vamos a hacer) había algunos ingleses y muchísimos partidarios de Tonga, naturalmente. Cuando salieron los jugadores de Tonga, que no sabemos si se llaman tonganos o tongueños, el pub era un clamor ante tanto despliegue muscular y capilar. Salió Inglaterra y hubo abucheos y hasta un conato de abandonar el local. La mayoría estaba con Tonga y los cuatro o cinco ingleses que aparecieron se encontraron con un sorprendente ambiente hostil desde el primer momento. Los ingleses miraban con recelo y entre dientes recordaban a los aficionados hispano-tonganos la Armada Invencible, Trafalgar y la Eurocopa del 96. Los ayer tonganos hablaban de la Guerra de la Oreja de Jenkins, de Fernando Alonso y de Fernando Torres, además de echarles en cara la más horrible contribución inglesa a la humanidad: la invención del porridge.

La gente estaba pues con Tonga y eso que no sabía muy bien dónde está Tonga. Está cerca de Australia, decían unos. Pasando Isla de Pascua, todo recto y a la derecha, decían otros. Algunos la situaban en Asturias.

- Eso es Ponga, oiga

Tanto da. Ayer íbamos con Tonga aunque lo más cerca que hemos estado de la Polinesia fue en un bar hawaiano en nuestra adolescencia. Resulta difícil no ir con unos jugadores con esos peinados. Más aún si representan a un país de 100.000 habitantes con el coraje suficiente para poner en un aprieto a una potencia mundial. De esos cien mil habitantes están federados diez mil. Si, es un poner, algo más de la población son mujeres, un veinte por ciento hombres mayores de cuarenta años y otro veinte por ciento menores de quince, nos queda que todo hombre tongueño viviente en edad de hacer deporte a cierto nivel juega al rugby. Y además con la suficiente calidad como para jugarse el pase a cuartos de un mundial, ni más ni menos. Sería, y es otro poner, como si Orense tuviera una selección de fútbol y se jugara el pase a cuartos del mundial con Brasil. ¿Podría alguien no ir con ellos?

Lanzaron los tonganos su danza ritual para retar a los ingleses, situados a menos de un metro de la línea de medio campo, así, como diciendo que de miedo andan justitos. El entusiasta público pro-Tonga se preguntaba cómo se llama la danza. La haka tongana, decían unos. La jota tongueña, decían otros. El baile se llama Sipitau, que así bien visto también puede sonar asturiano. Terminado el Sipitau con el clásico riau-riaú tongano, empezó el partido. Y vaya cómo empezó: con un rodillazo en la cara de un flanker inglés que quedó tendido en el suelo (y no sería la única vez que mordería la lona). La furia inicial de Tonga puede que le pasara factura al final, pero dejó ratos estupendos de rugby eléctrico. El ensayo de Hufanga tras un asombros slalom a punta de velocidad levantó los gritos de los asistentes. Tonga por delante, Inglaterra a remolque y mi familia contentísima.

Pero Inglaterra tiene dos cosas que Tonga no tiene: resistencia física y continuidad en su juego de delantera, y a Wilkinson. Wilkinson garantiza puntos y, por lo visto ayer, también placajes de mérito y contundencia. El primer ensayo de Inglaterra, conseguido por Sackey tras un pase de Wilkinson digno de Schuster acercó a los ingleses en el marcador. A medida que avanzaba el partido Tonga mostraba menos continuidad en el juego de su delantera, agotada por el esfuerzo, y errores burdos en malos momentos y peores sitios. Sackey de nuevo despues de una espectacular carrera tras un fallo en el juego a la mano de Tonga, Tait y Farrel terminaron con los tonganos a fuerza de ensayos. Inglaterra terminó el partido con sensación de rodillo y los tonganos dijeron adios a un mundial que han contribuido a animar y dar colorido. Su oración final con toda la plantilla unida en una piña en el terreno de juego es una de las imágenes que emocionan a los aficionados y a los que no lo son aún pero terminarán por serlo.

Tonga perdió pero nos quedamos tan contentos. Historias como esta, países pequeños que se hacen grandes a fuerza de casta y orgullo, hacen del rugby un deporte maravilloso. Los partidarios de Tonga, con mi familia a la cabeza, pueden estar contentos tras lo visto este mundial. Que pena no lo viera mi abuelo, con lo fanático que era de esta gente. Y eso que era de Ávila.


jueves, 27 de septiembre de 2007

Regular

- ¿Regular? ¿Regular qué? ¿Habla Vd de militares melillenses? ¿De su vista? ¿De su calidad futbolística? Porque del Atleti no será, que dijo Vd que iba mejor…
- Pues sí, del Atleti hablo, que ayer ganó con dos golazos pero sólo estuvo regular.


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Siempre me ha hecho mucha gracia esta época del año. Parece que hace bueno pero hace frío. El cuerpo se resiste a olvidar que hace un par de semanas paseaba en camiseta por una playa ardiente sin darse cuenta de que en camiseta ya no hay quien vaya. Según se haya visto o no la previsión en el informativo de la mañana, la gente sale en guayabera o con plumífero. En la misma parada de autobús coincide un tipo con bufanda y una quinceañera con camiseta de tirantes y chanclas. No me digan que no tiene muchísima gracia.

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No está el Atleti como para ganar 0-2 en San Mamés y que encima nos quejemos. Pero, qué quieren que les diga, uno es así de pesado. Sé que estas victorias son importantes y que al final lo que cuentan son los puntos, que al final de temporada no nos acordaremos de si este partido se jugó bien o mal, que los equipos campeones también ganan partidos como el de ayer. Ya. Ojalá. Pero ver que el equipo puede hacer más y no lo hace, por más que esté en fase de aclimatación, da rabia y siembra algunas dudas. Ayer se jugó bien un tiempo, se jugó mal otro y si no tenemos las cosas de cara y dos delanteros de bandera, la crónica sería más lúgubre que otra cosa.

Acaba de empezar el año futbolístico y parece claro que Agüero es y va a ser la referencia de ataque de este equipo. Ayer marcó otro gol de esos de abrazarse con los desconocidos, que es lo que esperábamos de él. Pudo marcar otro si le da por pegarla más fuerte y cuando tuvo la bola los jugadores del Athletic no sabían si iba a salir por un lado o por otro, si iba a seguir o a pararse, si iba mirando al tendido o al balón, si era un jugador bajito o dos gemelos muy móviles. Agüero en su estado de forma actual hace las cosas a una velocidad y con una facilidad que nos resultaría difícil de comprender si no nos estuviera acostumbrando Messi a lo mismo. Si juegan así juntos en Argentina más le vale a los rivales pedir a la FIFA ventaja, como que jueguen con una mano atada a la espalda o dos botas izquierdas. Ayer el Kun metió otro golazo y lo hizo con la misma facilidad que metió el de Murcia, o con la facilidad con la que regateaba a los defensas del Racing, o se iba de la defensa del otro equipo grande de la capital. Vamos, que no ha sido casualidad sino todo lo contrario. Agüero está en forma y esta es una gran noticia para todos salvo para los defensas rivales, que pierden el sueño la víspera del partido contra el Atleti, se encomiendan al patrón local y llaman a su mamá pidiendo consejo. Y es que, según está el Kun si sale a jugar con reloj parece que haría lo mismo mirando la hora, o hablando por el móvil, o doblando un mapa de carreteras.

Por si fuera poco, está Forlán. De Forlán volvemos a hablar para decir lo mismo que el otro día. Trabaja, corre, se enseña, mete pases de mérito como el que puso a Reyes con ventaja ante la portería del Athletic, lo intenta sin descanso. Esto es bueno pero quizás no suficiente para vitorearle. Lo verdaderamente valioso es que cuando tiene la ocasión de enchufarla, lo hace estupendamente. Ayer metió un golazo con la derecha, que maneja como la otra, así, como quien cose. Uno de esos goles que el que los mete sabe que van dentro desde el momento en que la pega, sin necesidad de esperar a ver si se mueve la red. Forlán parece siempre concentrado, atento, en el sitio en el que le viene mejor al compañero, ofreciendo siempre soluciones. Que siga así, que siga.

Tras estos dos párrafos triunfales se preguntarán qué le ha picado a este señor tan espeso para decir que el Atleti estuvo regular o, más exactamente, regulero. Pues muy fácil: si bien el Atleti tuvo el balón y dio sensación de control en el primer tiempo, esto se esfumó en el segundo. El Athletic, empujado por la grada, soliviantada a su vez por el arbitraje, por la provocadora gomina de Muñiz y el clima adverso que ésta crea, se tiró al monte y el Atleti no dio la impresión de poder capear el temporal. Lesionado Perea al caer estilo fardo (por cierto, el Athletic tiró el balón fuera al poco tiempo, algo a comentar con la que está cayendo), el hecho de que Pablo y Zé Castro fueran los llamados a repeler el previsible bombardeo invitaba a pensar en un final angustioso con los de Bilbao volcados hacia la pareja de centrales con más fama de blandos de la liga que ayer, mire Vd por donde, no lo fueron tanto. Eso sí, no fueron tampoco un muro de mármol, no crean.

El Athletic tocó a carga y eso, piensa uno, les honra. No lo hicieron con la suficiente cabeza, quizás por prisas, por la presión del público o porque la calidad de sus jugadores no da para más. Pero le echaron casta y ganas y eso, al que suscribe, le gusta. El Atleti se echó atrás ya con el cero uno, y si no es por Forlán nos tienen que ingresar a todos en el policlínico los últimos cinco minutos, algo excesivamente frecuente desde que nuestros pasos los guía Aguirre. Pegó un par de palos el Athletic, paró con mucho acierto Leo Franco un par de ocasiones claras y anularon dos goles, uno por fuera de juego claro y otro por falta que pudo no ser. En el segundo Llorente entró con más ganas de las que emplea Pablo para defender, apoyándose, sí, pero si este gol lo mete el Atleti y lo anulan a lo mejor nos mosqueamos. El hecho de que no fuera gol no es óbice para recordarle a Pablo que mide uno noventa y pico y que no es de recibo que le ganen en esos lances con esa autoridad (y eso que Pablo estuvo mejor que en otras ocasiones). Vamos, que si no se dan una serie de circunstancias y el Athletic ataca con más criterio en vez de apelar al “erre que erre”, podía haber remontado un 0-2 tan campante. ¿Se imaginan si eso, que no es descabellado, pasa?

Aunque esto, como todo, tiene dos lecturas (esto es, que el Atleti se echó atrás y se amilanó o que el Atleti aprendió a ganar sufriendo), hay algo preocupante. Agazapado atrás y achicando balones, el Atleti pierde al borde del área demasiados balones con demasiada rapidez, entrega al contrario el balón cuando debería guardarlo como el anillo de poder. El Atleti no lanza el contraataque con fluidez y muchas situaciones que podrían reconvertirse en ventajas dejan de serlo por lo poco que tardan nuestros medios centros en dar un mal pase que llega a un rival, o por la poca contundencia que mostramos al pelear balones en el centro del campo en situaciones que sí lo requieren. Lo normal es que acabemos más de un partido así esta temporada, como ya nos pasó las pasada, pero no sé hasta qué punto está el equipo preparado para ello. Ni Maniche ni, sorprendentemente, Raúl García (a quien le hacía yo genéticamente pensado para estas situaciones) mostraron ayer jerarquía para desfacer los entuertos defensivos en los que nos metemos a veces. Piensen Vds únicamente qué podrían haber hecho el Kun, Forlán y Luis García ayer durante los últimos quince minutos de asedio si el Atleti tuviera un centrocampista con la capacidad de cortar y lanzar a los delanteros… En fin, en fin. Lo dicho, mejorando pero regular ná más. Esperamos, esperemos más.

martes, 25 de septiembre de 2007

El día en que Portugal ganó a los All Blacks

El pasado día 16 de Septiembre Portugal, equipo con el que tradicionalmente España se juega las castañas, jugó su partido más esperado del mundial, ni más ni menos que contra Nueva Zelanda y sus archiconocidos All Blacks. Os Lobos contra los All Blacks ni más ni menos, todo un acontecimiento para un país en el que el rugby, como en España, no es un deporte de masas.


Como era de esperar, los All Blacks ganaron con facilidad a los portugueses, pasando de la centena de puntos (108). Pero Portugal anotó un ensayo contra los neozelandeses (anotaron 13 puntos en total), que es algo que no todo el mundo puede decir. Nada más que con eso, nada más que con jugar en un mundial contra uno de los equipos con más leyenda, nada más que por haber visto la haka en directo, los jugadores portugueses podrían considerarse unos tipos afortunados.

Pero eso no fue todo. No sabemos bien cómo ocurrió, pero pasó algo más. Tras los partidos, es habitual que los jugadores que no han participado o que han jugado pocos minutos hagan un entrenamiento adicional para estirar músculos y evitar contracturas. Hasta ahí todo normal. Esta vez hubo un añadido. Al parecer la idea partió de los preparadores físicos de ambos equipos encargados de dirigir la sesión post-partido, pero algunos preferimos imaginarnos a un maorí enorme llamando tímidamente a la puerta del vestuario portugués y preguntando “estooo … ¿váis a entrenar ahora? Porque nosotros sí, unos cuantos y habíamos pensado que … si os apetece claro … vamos, que os echamos la revancha … ¡al fútbol!”

Tras ochenta minutos de rugby, tras una danza guerrera que habla de morir para volver a vivir, tras choques brutales entre delanteras de cientos de kilos, los dos equipos se echaron una pachanguita al fútbol. Portugal sabe de esto y ganó 2-1 a los neozelandeses, paliando en parte el sabor a derrota del partido oficial. Los All Blacks, el equipo más temido, la marca más comercial del rugby, el equipo más famosos con las estrellas más rutilantes, no tienen ningún problema en jugarse un partidito contra unos rivales para estirar músculos antes de echarse, seguramente, unas cervezas con ellos. Espíritu de rugby en estado puro. A ver si aprenden unos cuantos.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Mejor

¿Mejor? ¿Mejor qué? ¿La espalda, mejor? ¿La economía, que va mejor? Pues no: el Atleti. Sí, sí, como lo oyen, ayer jugó el Atleti mejor y la sensación que dio fue mejor que hasta ahora. Mire Vd qué bien.



¿Hizo el Atleti el partido del siglo? No. ¿Fue el Racing un rival de altos vuelos? No. ¿Rayaron todos los jugadores a la altura que de ellos se espera? No. ¿Fue el Atleti un rodillo, un ciclón, un equipo que enamora, asombra, intimida? Pues no, tampoco. Pero eso no quiere decir que no estuviera bien. El Atleti jugó al fútbol, que no es poco para lo que nos tiene acostumbrado, y en el campo se tuvo una sensación diferente a la de otras veces; de hecho el público casi no miró a la grada esta vez y los que lo hicimos teníamos buenas razones para ello. Puede que cuatro goles fueran demasiados, puede que la expulsión cambiara todo, puede que no fuera para tanto. Sí a todo. Pero también es cierto que el Atleti dio una imagen que no ofrecía desde hace tiempo.

El resumen del partido es sencillo: buen primer tiempo del Atleti, inicio del segundo tiempo algo más dubitativo, expulsión de un jugador del Racing cuando en la grada se mascaba que el equipo podía complicarse la vida y final entusiasta - festivo con tres golitos más. El Atleti pudo asomarse al abismo en un momento dado pero ni se echó tan atrás como en otras ocasiones ni se enfrentaba a un equipo excesivamente inspirado. El Racing tiró poco a puerta, Munitis fue su única referencia y éste, sin Zigic, se queda en poco; en la mitad, exactamente, y no es un chiste sobre su altura. Varios nombre propios para la mejoría atlética, por distintos motivos: Agüero, Reyes, Raúl García, Maxi y Forlán. Si, Forlán, sí, qué pasa.

Agüero se hizo con las riendas y se notó. Agüero ha vuelto del verano con menos kilos, más confianza y menos pájaros en la cabeza. Está rápido, se fía de sí mismo y con eso es casi imparable. Por más marcadores que le pongan, por más que llamen la atención sobre su peligro, el Kun es muy difícil de controlar en las distancias cortas, como la colonia Brummel. Si Agüero sigue así, si vuelve a ser el de Independiente, si sus compañeros siguen confiando en el talento que a veces enseña, si sigue así de motivado, si se olvida de la cumbia el rato que está jugando o entrenando y si se queda en su peso, este año monta un lío. Esperemos que sea así, que el Calderón anda huérfano de referentes como demostró ayer con su comportamiento hacia Reyes.

Reyes se fue entre ovaciones y jugó también entre ovaciones. Se acercaba Reyes al corner y se llevaba una ovación. Pareció que se lesionaba y se llevó una ovación al volver al campo. Se fue al banquillo y se llevó la ovación de la tarde. Si Reyes mete un gol se lleva dos ovaciones seguidas o más. La prensa habla de las ovaciones y ha decidido unilateralmente que Reyes ya se ha ganado a la grada y que ya está, que su pasado se ha olvidado. Ya saben que cuando la prensa habla hay mucho aficionado que da por bueno lo dicho, así que habrá que estar al tanto. El caso es que Reyes hizo méritos para que le ovacionaran: jugó bien, se enseñó, aportó al equipo y dejó claro que si juega motivado y si su particular carácter le permite concentrarse, puede ser un candidato claro a ser de los mejores jugadores este año. Reyes jugó bien y es de ley reconocerlo y premiarlo, igual que es de ley reconocer que debe emplearse muy a fondo en lavar la imagen que dejó el año pasado cuando se fue a la plantilla del otro equipo grande de la ciudad, haciendo un feo a la ovacionadora afición del Manzanares. El hecho de que se fuera al lado oscuro no justifica que no se reconozcan sus méritos en su justa medida, pero sí es normal que se tenga en cuenta a la hora de decidir si debe considerarse un ídolo tras un buen partido. En definitiva, cree uno que tan lógico es ovacionar a Reyes cuando juegue como ayer como sorprenderse por el recibimiento triunfal que se le dispensa cuando se acerca al corner. La explicación (que no justificación) puede estar en el ansia de buenos ratos que tiene esta bendita afición, tan harta como poco exigente en los tiempos que corren.

El tercer nombre es Raúl García. Ayer mostró cualidades para ser una referencia en el medio campo que debe cuidar y potenciar. Pelea, mira, corta, destruye y también construye. Metió un buen gol de disparo seco para que le compararan con Vizcaíno, así, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid según tengo entendido. Hizo un par de faltas de pillo (en especial una en medio campo, evitando que Tchité siguiera a Munitis en un contraataque), levantó al público en alguna ocasión para achicar al rival y demostró ganas de llevar galones, algo para lo que parece que tendrá oportunidades. Si sigue así puede ser un jugador muy valioso, y si no se queda enredado en planteamientos excesivamente defensivos y se decide a potenciar sus cualidades de construcción y llegada, aún más. Ojalá.

Aquí llegamos a Maxi, un gran jugador en horas algo bajas. Anda algo perdido Maxi, y no sabemos si es por el peso del brazalete, por su condición física o por un poco de todo. Aún así, Maxi no para de correr e intenta agradar y aportar y mejorar al grupo, lo que se agradece. Ayer fue sustituido y se llevó una ovación que no se correspondía a lo hecho en el campo pero sí a su personalidad, a sus ganas y a lo realizado en partidos anteriores. La ovación a Maxi fue de agradecimiento y ánimo y estas ovaciones son de las más valiosas, aunque la prensa no hable tanto de ellas. La noticia buena que equilibra en cierto modo la mala noticia de su estado de forma es que ahora sale Maxi y entra Simao o Luis García, mientras que antes entraba Galletti y el público se tapaba los ojos como si hubiera salido Freddy Kruger. El banquillo del Atleti tiene este año otra entidad y eso es bueno para todos, también para Maxi, que puede centrarse en volver a su nivel y se verá además espoleado por la calidad de los que esperan en la banda.

Para el final, Forlán. “Forlán no está bien”, “a Forlán le falta aún acoplarse”, “no sé yo si Forlán vale”. Esto lo he oído yo, y por eso me he fijado más en él en estos últimos partidos. Y fíjense que pienso que Forlán va a aportar mucho. No sólo goles; creo que Forlán trabaja y abre espacios y tiene una forma fácil de ver el fútbol que va a ayudar mucho a sus compañeros. Ayer, en cuanto alguien coge la pelota Forlán tira una diagonal que descoloca a la defensa y hace más fácil la vida al que lleva el balón. Aún así ayer no estuvo demasiado fino, quizás descolocado por empeñarse en buscar el balón en el centro del campo una y otra vez. Si el partido hubiera acabado con el dos cero quizás nos hubiéramos quedado con la idea de que Forlán había hecho más bien poco. Pero hete aquí que aprovechando que el Kun llevaba un balón controlado le indicó un pase lógico y sencillo que Agüero hizo, dejándole sólo con la misma facilidad que Forlán hizo gol. Un poco después, antes del gol de Simao, fue Forlán quien sacó diez metros a un defensa en una carrera de cuarenta para recuperar un balón en un corner que entregó a Luis García. El resto ya lo conocen, pero creo que se ha hablado poco del origen de esa jugada. Si mantiene esa fe y esa velocidad Forlán va a desenmarañar más de un partido de esos que el Atleti se complica solito.

Así que el Atleti, mejor. Si esto ha sido un espejismo lo veremos pronto, sobre todo si el horrible papel que hace la defensa en cada balón parado no echa al traste los logros del resto. Porque la actitud de los jugadores en cada balón parado en contra merece un tratado aparte. Lo que no sé es si un tratado de fútbol o de psicología.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Crónica mirando al tendido

Se preguntarán Vds: ¿otra crónica de aires taurinos? ¿metáforas de grana y oro? ¿símiles entre Manili y Mista, entre el Formidable y Maniche, entre Florito y Aguirre ? Nada de eso. El partido de ayer fue tan horroroso que era mucho más entretenido mirar a la grada que al terreno de juego.


Que el Atleti juegue mal no es ya noticia. Que los jugadores muestren una apatía irritante tampoco. Que esto ocurra el día en que el equipo empieza a jugar en Europa tras siete años ante un segunda división turco tampoco es algo reseñable en este equipo asombroso. Todo esto es ya algo normal a ojos de aficionado atlético, o al menos para los veinticinco mil ilusos que aparecieron ayer por el Calderón.

Uno, que ya saben que es tonto, pensaba que a lo mejor a los jugadores que ayer aparecieron por el césped les daba por aprovechar el día y el rival para demostrar ante la grada su calidad, compromiso, profesionalidad o vaya Vd a saber. Pues nada, pa qué. La misma desidia, el mismo descontrol, la misma poca gana de agradar y de contribuir a que la grada pase un buen ratito. Ayer la ocasión la pintaban calva para gente como Jurado o Mista o Eller o Zé Castro o alguno más, pero de estos sólo el primero dio la sensación durante un rato de querer hacer algo más que trotar sin rumbo, hasta que un turco le hizo un esguince y quedó para el arrastre. Entre el resto, Forlán lo intentó (por cierto, ya busca los balones a la desesperada en el centro del campo, como en su momento hacía Torres), Luis García lo intentó, Santana no sabemos si lo intentó pero no dio la sensación de que así fuera (y mira que le hubiera venido bien), y santas pascuas.

Dos menciones especiales. La primera, Maniche, más apático y displicente que nunca, que pasó la noche correteando sin rumbo o viendo, al paso, como atacaban los amiguetes turcos gracias a los balones que él mismo perdía. Maniche es un misterio sin resolver, un caso digno de estudio. Le hemos visto hacer excelentes partidos con Portugal y ser totalmente prescindible con el Atleti. Le hemos visto también desplegar personalidad, dotes de organización e intuición futbolística, y al rato perder todas sus virtudes para convertirse en una boya de puerto a merced del devenir del partido y sin intervención en el mismo. Maniche en buenas condiciones es tan necesario como innecesario es Maniche en modo ausente. De Maniche, pues, no sabemos qué pensar pero el crédito se le acaba a la misma velocidad que a la grada se le acaba la paciencia con Aguirre.

El otro merecedor de un párrafo aparte es Antonio López. Antonio López ya no está en el Atleti y en su lugar hay un señor de Alicante a quien le aburre jugar al fútbol y que carece de condiciones físicas para ello. Ayer le sacaron los colores los del equipo ese de barrio turco y no dio sensación de poder evitarlo. En una carrera de cincuenta metros le sacó quince un delantero, en varias ocasiones le robaron la cartera por su banda, cuando se sumó al ataque hacía centros sin posibilidad de recepción, enviados a la olla cuando en la olla no había más que turcos esperando el regalo, como hacen los jugadores en categoría infantil: “yo llego y centro; si no hay nadie no es culpa mía”. Ayer tuvo Antonio López una buena ocasión para reclamar la titularidad ante el delirante momento que pasa Pernía y lo único que consiguió es sumir a la afición en una depresión escorada a la izquierda de la defensa. Lo verdaderamente preocupante es que Antonio López es el único canterano del equipo y como sea él el encargado de transmitir a la plantilla el espíritu del Cholo mejor vamos comprando tranquilizantes.

El Atleti jugaba mal y sin ganas, y ya hemos dicho que en el Atleti de hoy esto no parece ser motivo suficiente para montar un lío, pero aún así casi se montó. La grada la tomó con Mista, también la tomó con Aguirre y no la tomó con nadie más, a pesar de que en el campo había jugadores fichados por, es un poner, García Pitarch. La gente silbaba y eso es noticia, y Aguirre tomó cartas en el asunto, metiendo al Kun a ver si la gente le dejaba en paz con tanto pitido. Aguirre da la impresión de estar ya cansado de todo esto, saca a los jugadores que la gente le pide y no se preocupa de lo más mínimo de que la pandilla de tipos que tiene en el vestuario parezca un equipo de fútbol. La sensación es que sus días están contados, que lo sabe y que le da igual. Malo.

Decíamos al principio que, visto lo que había en el campo, la gente miraba a la grada y a los fotógrafos y a los policías, y comentaba las dos novedades más notables que se hicieron presentes en el estadio en el día de ayer: la primera, claro está, los remodelados cuartos de baños de caballeros (ignoro si todos, pero sí al menos los de mi zona), que desde hace poco parecen unos baños y no un barracón de campo de concentración. “Será por lo de la UEFA”, decían unos. “Será que han sobrado sanitarios en una promoción fallida”, decían otros. El caso es que, tras años de tirar a tablero, el aficionado atlético puede ahora llevar invitados al estadio sin necesidad de pedir disculpas de antemano por el estado de los baños. A ver si dura.

El otro gran tema de debate en la grada fue el estado de salud de Indy. Hasta ahora todos habíamos percibido una pérdida del lustre de su plumaje, un progresivo deterioro de los colores de su peluche y hasta un agolpamiento de gomaespuma en el fondo de su cola que nos hacían pensar que la mascota no pasa por su mejor momento. Ayer las sospechas se confirmaron: Indy ha vuelto de vacaciones sin dientes. Ha perdido los incisivos que le daban ese aire confiado y guasón, lo que es un problema dado que ya estaba el hombre para el tinte.

El resultado es que ahora la mascota del Atleti es un mapache mellado y a ver cómo se lo explicamos a los niños. La grada ha desarrollado varias teorías: algunos dicen que se le han caído de forma natural, y que dentro de poco tendrá dentadura nueva por obra de la madre naturaleza, que dotó a la mascota de dientes de leche, como al resto (en cuyo caso se abre otro debate: ¿de qué especie es el ratón pérez de los mapaches?). Otros dicen saber de buena tinta que este problema dental viene de lejos, y que posiblemente Indy se haya dejado sus dos únicos dientes en un vasito de agua en la mesilla en un descuido provocado por el síndrome de estrés mascotil que ya padeciera el Piolín ese al que pegaron una paliza en el parque Warner. Hay quien lo achaca a una epidemia de caries mapachil, otros al calentamiento global. Hay también rumores de malas compañías, de sustancias ilegales, de peleas en bares de dudosa reputación, de caídas accidentales a altas horas de la madrugada. No sabemos en definitiva qué le pasa a Indy y esto es un problema mayúsculo en el Atleti de hoy, que por lo demás va fino como un longines. En cualquier caso, y aunque sea ventajista opinar a toro pasado, la elección del mapache como símbolo del Club no parece haber sido sino otro desatino de la directiva, a juzgar por lo que de estos bichos dice la wikipedia:

Mascota no adecuada: De un aspecto que resulta simpático incluso tierno para los humanos, y de mirada curiosa, podría parecer que sería una buena mascota, pero nunca llega a ser un verdadero animal doméstico, puede morder a humanos, ser sucio en espacios no muy grandes (como defecar en su área de comida), y puede desarrollar obesidad si no es cuidadosamente alimentado o no hace el ejercicio que haría en su estado natural.”

lunes, 17 de septiembre de 2007

No pasa nada

No pasa nada. Aqui no pasa nada, oiga. ¿Es Vd aficionado atlético buscando un artículo diciendo que no hay que preocuparse, que acabamos de empezar la temporada, que el equipo tiene que acoplarse, que hay tiempo para enderezar todo, que es pronto para ser negativos? Busque en otro sitio.


Ya saben Vds que llevo una época intentando enmendar el camino tomado hasta ahora, queriendo convertirme al credo del optimista atlético que ve esperanzadoras señales donde yo veo motivos de preocupación. Veo los partidos del Atleti con un angelito y un diablillo flotando sobre los hombros, como el pato Donald. Uno, rubio, pecoso y de Fuenlabrada, que toca una lira en la que puede leerse “just do it”, me recuerda el pasado glorioso y la identidad sin mácula de este nuestro equipo en los lejanos tiempos del orgullo y los referentes, invitándome a hacer crónicas positivas. El otro, con barba, turbante y casaca militar sobre su atuendo arabizante, me recuerda a los tiempos presentes de fichajes sin sentido, estadios vendidos y torpísima directiva y me pide que no deje pasar una. El primero no hace falta que les diga de quién tiene la cara; el segundo, en efecto, tiene la cara de Colsa.

Dependiendo del partido, uno cobra preponderancia sobre el otro. Yo me esfuerzo en que sea el querubín el que gane la partida pero muchas veces termina siendo el talibán el que se lleva el gato al agua. Ayer mismo, sin ir más lejos, el querubín se me quedó sin argumentos ya durante la surrealista previa de la retransmisión: que lo dan en peiperviú, que no lo dan, que lo ponen en abierto, sí, pero con anuncios, como si fuera un concurso de cultura general… Como guinda del pastel, el Atleti sale vestido de azul purísima en una clara declaración de principios: aquí no va a quedar nada de lo de antes. En estas es difícil que no sea el lado más oscuro el que lleve las de ganar.

El resto lo consiguen los jugadores y el entrenador del Atleti y su aportación durante el partido de ayer a la memoria colectiva y al inconsciente colchonero: nada, salvo bochorno, y ya van muchas veces. Un golazo de Agüero a los quince minutos en casa de un recién ascendido con una plantilla de descartes no parece bastante aliciente para intentar jugar un poco al fútbol. Tampoco lo es el agradar a la afición, o el coger auto-confianza, o el meter miedo a algún rival. No. Un gol a los quince minutos contra un recién ascendido es una coartada estupenda para no hacer nada más, ni siquiera intentarlo. Para pulular por la cancha como un alma en pena, para recular ante el más mínimo de los arreones locales, para mirar hacia otro lado en cuanto las cosas se tuercen. O incluso para salir al campo muerto de risa y sin concentración cuando se supone que uno es el revulsivo elegido para enderezar el partido recién empatado, como hizo ayer Mista. Claro que si yo fuera Mista y me sacaran a solucionar el partido después de haberse gastado el Club 80 millones de euros en fichajes también me daría la risa floja, la verdad. En esto casi le doy la razón.

La clave de este desaguisado general y reiterativo, cree uno, es que no pasa nada, aquí nunca pasa nada. No es que no pase nada por empatar un partido o por llevar dos puntos de nueve o por haberse descolgado ya de los lugares a los que se quiere optar a final de temporada. No es eso. Tampoco es que no pase nada por no haber jugado a gran nivel a estas alturas, que para eso hay todavía tiempo de enmendar los errores, que esto sólo acaba de empezar. Ni que no queramos ser excesivamente apresurados, o impacientes, o demasiado exigentes. No. Lo que ocurre es que, en el Atleti de hoy, no pasa nada, nunca pasa nada. Los jugadores, el entrenador o los directivos pueden suspender cada curso cuatro asignaturas y hasta más que da igual, pasan al siguiente curso con mochila y zapatos nuevos, como los niños de ahora.

La directiva se ha empeñado en ese discurso de que el Atleti es una empresa, y a fe que lo están consiguiendo; lo único que no nos habían contado es que es una empresa pública, con plantilla de funcionarios de esos con cara de aburridos de las ventanillas. Lo hagan bien o mal, no pasa nada. Ellos marcan los ritmos, ellos pegan los sellos y tienen el poder suficiente para decir si falta tal o cual impreso. Nadie les va a exigir que lo hagan mejor, nadie les va a sancionar ni les va a protestar ni les va a tirar nada que no sea confetti. ¿Para qué, entonces, esforzarse? El sueldo lo tienen asegurado, el coche de lujo también, el cariño de la afición también, por asombroso que nos resulte. Y si los seguidores no les cogen cariño será porque la afición es maligna, pero qué se han creído estos… y si no díganselo a Pernía, quien se permite hacerse el ofendido por unos cuantos pitos cuando todos sabemos que en el Calderón de antes más que pitarle le hubieran tirado al río. Aquí nunca pasa nada y si pasa un día y alguien bufa van los tíos y se ofenden, faltaría más, hay que ver qué público mas tiquismiquis, me voy ahora mismo al spa y luego al chill-out (léase “shiláu”) que esta gente me irrita una barbaridad.

El Atleti es pues una empresa y los currantes, por bien pagados que estén, tienen claro que no son más que currantes. No tienen ambición porque sus objetivos laborales (ganar la liga, por ejemplo) son tan lejanos y su orgullo es tan chico que saben que nunca cobrarán el bonus. Como primeros no van a quedar y si quedan séptimos la prensa y la afición dan volteretas laterales por haber conseguido El Sueño Europeo, conciben sus añitos en el Atleti como un dorado retiro jugando al golf y hablando de cocktails con el resto de la plantilla. No reciben presión de los clientes, que hacen la ola a la mínima, y no reciben presión de los mandos intermedios, esto es, entrenador y director técnico: el primero parece que sigue su estela, haciendo cuentas sobre cuándo le echarán para por fin tener tiempo de sacarse el título de patrón de yate, y el segundo no puede cargar las tintas sobre los jugadores porque al fin y al cabo les trajo él, o eso nos cuentan.

Los mandos intermedios por tanto no están por la labor de meter presión a la plantilla. ¿Cómo puede ser esto? ¿No cobran un dineral por transmitir motivación y tomar decisiones acertadas? Puede ser, sí, pero como saben que tampoco pasa nada, pues no se van a llevar un sofocón así gratuitamente. Total, no les dejan tampoco hacer mucho, como para agobiarse. Cuando quieren un jugador de banda, les fichan un podólogo. Cuando se quejan de que el suelo de las duchas resbala, les regalan una tarjeta visa atlética. Si quieren hablar con el presidente sobre el futuro del equipo, éste no les recibe porque está en la presentación de un spot en el que un atlético simpatiquísimo vende su piso en Arganzuela y le compra a promociones Gilmar un adosadito en las Rosas, al lado de la Peineta, haciendo un negocio redondo.

Todos sabemos que es difícil rendir en el trabajo cuando el jefe no aparece por la oficina o si, cuando lo hace, va sin afeitar y comiendo chicle. Lo mismo ocurriría si el presidente de la empresa faltase continuamente a su palabra dada en público. Tampoco tiene mucho aliciente el profesional que tiene un público cautivo que, le den lo que le den, nunca pide la hoja de reclamaciones. Olvidada pues la posibilidad de que se levante en armas la muchachada colchonera para pedir que se les de lo que pagan, cabría esperar que la vergüenza torera pasara a tener algo que decir en todo esto. Esto podría ocurrir si entre los jugadores hubiera algún sentido de Club, de compromiso con la afición, de respeto a la camiseta. Pero tampoco. En el Atleti de hoy en día no hay, por primera vez en la historia, ningún jugador nacido en Madrid, alguno que al menos supiera de qué va la vaina de la rivalidad y la tradición y las rayas de los colchones y esas cosas. Nada. Peor aún, sólo hay un tipo de la cantera, Antonio López, y su carácter parece haberse diluido en el pasado junto con las medias rojas de vuelta blanca. El sentido de Club, el orgullo de vestir una camiseta, esto es, el único factor que podría convertir a un grupo de profesionales bien pagados y poco presionados en un equipo de fútbol tampoco tiene cabida en este Atleti de hoy. Así nos va.

Ya lo ven, hoy también escribo al dictado del diablillo pesimista y gruñón que domina a mi pesar estas crónicas. Podría preguntarme por qué jugamos igual año tras año a pesar de cambiar todo. O si merece la pena gastarse ochenta millonazos en unos cuantos tipos que hacen lo mismo que los del año pasado. O si es categóricamente aceptable que son jugadores como el Kun, Forlán, Maxi, Simao, Reyes o Maniche se consiga jugar tan mal. O si el destino más apropiado de la defensa de la que antes presumíamos no es un equipo de regional. O por qué si tenemos claro que Aguirre es un entrenador defensivo, transmitimos la sensación de ser un coladero continuo. Pero no sé si merece la pena. Da la sensación que el problema es más profundo que todo eso. De lo contrario no se explicaría que, año tras año, entrenador tras entrenador, plantilla tras plantilla, mentira tras mentira y desatino tras desatino, nunca pase nada.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Rugby (ahí es nada)

Hoy, en vez del Atleti, hablaremos de rugby, que para eso está la Copa del Mundo en marcha y la prensa patria no le hace ni caso. Si aprendiéramos un poco de este deporte, si nuestros futbolistas entrenaran con la selección española de rugby un par de veces por semana y vieran de vez en cuando un partidito, otro gallo cantaría.



Uno, que ya tiene edad de contar batallitas como bien saben los esforzados seguidores de mis artículos, se aficionó al rugby en los años ochenta, fíjense Vds. En los ochenta, cuando los calentadores y las sombras de ojos y los nuevos románticos. En los ochenta la televisión pública (la 2, vaya) daba el V Naciones, hoy VI Naciones ad maiorem marcarum gloria. Era los sábados por la tarde, y Ramón Trecet nos hablaba a gritos de las tradiciones de los equipos británicos, del orgullo irlandés, de plasticidad del juego francés a la mano, de las historias sobre la imposibilidad de encontrar smokings de alquiler para los terceros tiempos con los que vestir a los inmensos delanteros galeses. Nos habló del significado del “Flower of Scotland”, de lo emotivo del “Land of our Fathers”, de los gritos de la afición galesa en Arms Park marcando el ritmo del empuje de los suyos en cada melé, “heave!”.

Los que veíamos esos partidos (y algún otro a quien le arruinábamos la siesta con las voces de Trecet) nos aficionamos a ese deporte practicado por equipos compuestos por tipos duros y tipos listos al 50%. Muchos policías, algunos abogados y cirujanos, bastantes mineros, no todos en perfecta forma física, todos amateurs. Cuando Trecet daba voces por las tardes las camisetas de los equipos no lucían ni la marca del fabricante ni mucho menos el logo del patrocinador, y eran de colores limpios y preciosos a salvo de la contaminación comercial, con los escudos de cada nación sobre el pecho. Gracias a esas retransmisiones nos enteramos de que los galeses consideran el rugby su deporte nacional, y que hacen frente a países mucho más populosos a fuerza de coraje y orgullo de clase trabajadora. También supimos que los ingleses cuentan con tipos cultivados y aristocráticos entre sus filas, que los irlandeses del Norte y los del Sur juegan juntos porque el deporte y el equipo son anteriores (y posiblemente superiores) a cualquier disputa política; que un capitán de Escocia dijo aquello de “ganar a Francia es un placer, ganar a Inglaterra es un deber”. También supimos que los franceses basan su potencial en su facilidad para el juego a la mano, gracias a jugadores en su mayoría nativos del Sur del país y algunos de origen español como ese Laurent Rodríguez que cerraba las melés francesas con la contundencia de un cerrojo Fac.

En esos años nos aficionamos a este deporte raro que no tenía tradición en España a pesar del entusiasmo de los que lo practicaban, y no sabemos si lo hicimos por la vehemencia de Trecet, o por las preciosas imágenes de las retransmisiones, o por la emoción de los himnos o los colores de las camisetas. También tuvieron algo que ver los jugadores del momento, los héroes de equipos que representaban a sus pueblos con un compromiso que ya quisiéramos algunos ver en los jugadores de nuestros equipos y nuestra selección. En esa época sacrificábamos con gusto la siesta por ver al gran Serge Blanco ensayando mientras se sacaba un hombro, a Pierre Berbizier dirigiendo el cotarro, a Phillipe Sella flotando entre las líneas rivales. De azul más oscuro y con un cardo en el pecho veíamos a los hermanos Hastings, Scott y sobre todo Gavin, aplaudido por todos sus rivales en su retirada. Y a John Jeffrey, el “Tiburón Blanco”, reconocible entre los amasijos de piernas y brazos por su pelo rubísimo, como Alberto Malo era reconocible por su melena pelirroja en España. Irlanda pasaba por momentos complicados a pesar del tonelaje de Noel Manion, e Inglaterra paseaba curricula gracias a Christopher Robert Andrew, distinguido jugador de rugby y cricket en la universidad de Cambridge, o al controvertido Johnatan Webb, zaguero del equipo nacional y cirujano de manos blandas y temperamento gélido. La nota de color la daba la madre de los hermanos Anderwood, Rory y Tony, de origen chino y siempre captada por las cámaras en la grada por su expresividad casi tan explosiva como el sprint de sus hijos.

Entre todos destacaba, cree el que suscribe, uno y solo uno. Posiblemente el más feo, el menos fuerte, el más antiestético en las fotos de equipo, el que siempre se sorbía la nariz cuando le enfocaba la cámara. El tipo que fijaba las mangas a las muñecas con esparadrapo para que no se le subieran. El que se fue al rugby a XIII para luego volver, más musculado, a liderar de nuevo al equipo que dejó en la estacada en una traición imperdonable para la grada, que luego perdonó por ser quien era. Jonathan Davies, naturalmente, el más brillante de todos.

Enganchados por el virus del rugby empezamos a mirar más allá, hacia el Sur y hacia Argentina. Nick Farr Jones, Michael Lynagh, Hugo Porta, Francois Pienaar, John Kirwan fueron nombres que nos empezaron a sonar, como el de Wayne Shelford, capitán de la selección maorí que hizo una gira por España y que, al firmar un autógrafo a un amigo apretando su pluma estilográfica para que quedara clara la tinta, se la devolvió abierta en dos como un tirachinas. Supimos lo que era la “haka” y nos quedamos fascinados por esos tipos rubios honrando la memoria de los antepasados maoríes de sus compañeros de equipo.

Llegaron entonces los mundiales, y la profesionalización y los cambios constantes de reglas y las emisiones “restringidas” del V Naciones, luego VI por la entrada mediática de Italia. Las touches disputadas a cinco metros del suelo, las camisetas apretadas, los tipos ultra-musculados, Jonah Lomu, y el impacto comercial. Algunos pensamos que ya estaba, que las marcas habían llegado al último deporte virgen, al último reducto del espíritu que debería gobernar todas las competiciones. Nos temimos que la mercadotecnia podría hacer desaparecer la tradición, o caricaturizar los ritos, o hacer desaparecer el respeto del ganador hacia el vencido. Nos temimos que el rugby se futbolizara, esto es, nos temimos lo peor.

Pero, miren Vds por donde, no fue así. La comercialización, la masiva aparición en los medios no ha podido por la esencia de un deporte que sus aficionados guardan como un tesoro. El pasillo de honor que el ganador hace al derrotado al final del partido resume la identidad del rugby y sus jugadores, su esencia y su tradición, la profundidad de lo que está en juego en cada partido. Los anuncios no han conseguido que dejemos de emocionarnos con cada haka, y con las danzas de guerra que en contestación lanzan los jugadores de Fidji, Samoa o Tonga, diminutos países que hacen del rugby su alegría y nuestro asombro. Tampoco han conseguido que nos estremezcamos al escuchar himnos de países a veces odiados, cantados a voz en grito por una multitud consagrada a empujar a la gloria a quince tipos monumentales que cantan con ellos desde el centro del campo, conscientes de que no sólo se juegan sus propios dientes. Tampoco han logrado que, por asombroso que parezca, al escuchar las arengas de los capitanes antes de la primera carga de delantera, sintamos envidia por no pertenecer a un grupo de quince tipos a quien seguramente vayan a romper la cara durante los próximos minutos.

Estos días hay Copa del Mundo de Rugby y esto es una gran noticia tanto para los aficionados a este deporte como para los de cualquier otro, porque los mejores jugadores del planeta se ocuparán durante las próximas semanas de que la esencia del deporte puro brille en medio de la artificialidad del fútbol moderno. Para aquellos que aún no hayan entrado en calor, una recomendación: el magnífico reportaje de Juanjo Vispe sobre la selección española de rugby con ocasión del último partido contra Chequia. Cuando uno ve un equipo de tipos tan normales y tan majos con tantas ganas de defender una camiseta, experimenta un impulso doble: por un lado, uno quiere mostrarles admiración y agradecimiento por ir contra la corriente que el deporte moderno impone; por otro, a uno le gustaría obligar a nuestras estrellitas futboleras a comparar con esta gente sus vidas, su actitud, su comportamiento ante la vida. La comparación, ya les advierto, es aún más odiosa de lo que podrían esperar.

martes, 4 de septiembre de 2007

Aventuras de un rojiblanco en las Islas Británicas

Irlanda es verde, muy verde. Suena a tópico, oiga, y lo es, pero es que, además, es completamente cierto. Es todo muy típico, muy idílico y muy simpático. Con sus ovejas de fina lana –las mejores, las que se crían en las pedregosas Islas de Arán-, con sus bosques mitológicos, con su Rosa de Tralee, con sus pubs y con sus borrachines hablando raro. Sí, sí: raro.


En Irlanda, los borrachos, o sea, la población en general, habla en irlandés, o sea en gaélico, o sea raro. Porque el gaélico se parece al inglés tanto como el gaditano al ruso. Poco más o menos. La cosa tiene su gracia, salvo si te alquilas un coche y pretendes recorrer el país: la mayoría de las señales están en gaélico y la mayoría de los mapas de carretera en inglés, así que te acabas armando un taco de padre y muy señor mío.

Recién aterrizado en Dublín ya empieza uno a notar eso que cuentan de la Torresmanía. Las tiendas de deportes, los kioscos de venta de camisetas y memorabilia futbolera, los badulaques, los puestos de mercadillo, lucen ya en lugar destacado la roja camiseta del Liverpool con el 9 a la espalda. Es fácil intuir que El Niño, nuestro Niño, pronto será un ídolo en estas islas tan ventosas e inhóspitas como bucólicas. Otra cosa que uno advierte con rapidez –y, a qué negarlo, con cierta delectación- es que el Barça le ha ganado de calle al Madrid el partido de la mercadotecnia internacional. Es verdaderamente insólito ver a algún paisano inglés o irlandés con la camisola vikinga, no digamos ya un niño, y, sin embargo, te encuentras equipaciones blaugranas por doquier: Ronaldinhos pelirrojos, Messis pecosos y Henrys rubios y lechosos. La intuición se convertirá en certeza irrevocable en cuanto pisemos Inglaterra. Que será después. Porque, entre tanto, nos espera un periplo de más de mil quinientos kilómetros, de Dublín a Shannon, costeando todo el sur y buena parte del occidente irlandés.

Hay que advertir, para quién no lo sepa, que los irlandeses, aunque muy futboleros, carecen de una liga de fútbol profesional como Dios manda; por eso, los escasos jugadores oriundos de nivel emigran en cuanto pueden a la Premier League, que en estas tierras se sigue con devoción. En Irlanda, los deportes nacionales son el Hurling, parecido al Shinty escocés, que es un pariente lejano y arcaico del Hockey (supongo). Y, sobre todo, el Fútbol Gaélico o Caid, que vendría a ser una mezcla viril entre fútbol, rugby y un poquito de balonmano. Lo juegan equipos de quince jugadores, incluido el guardameta, y se disputa un campeonato nacional que enfrenta a unos condados con otros que despierta auténticas pasiones entre estas personas pelirrojas. Las porterías son el híbrido perfecto entre las porterías de rugby y las de fútbol: si la cuelas entre los tres palos por arriba, un punto, si la cuelas entre los tres palos por abajo, tres. Entre gol y gol, casi huelga decirlo, los O’Haras, Fitzgeralds, Killarneys, Donnegals y compañía, se muelen a hostias con la nobleza que ustedes están imaginando. Después, contentos y magullados, se van al pub a acabar con las existencias de Guinness, Murphys, Harp o de una sidra local bastante mangui que les encanta. Será que no han probado la Trabanco.

En Irlanda, desde ya se lo digo, las carreteras son un infierno: estrechas, sin arcén y rodeadas de una voluptuosa vegetación que convierte en incierta aventura el paso de cada curva. Si a eso sumamos que, por razones no muy claras, estas personas conducen por la izquierda como sus tradicionales enemigos británicos, el riesgo de galletón resulta omnipresente. Se suceden, no obstante, las maravillas: el Parque Natural de Glendalogh, en cuyos bosques de cuento, llenos de cascadas musgosas se rodaron las escenas de campo de la inmortal “Excalibur” de John Boorman; excelsas villas marineras, como Ardmore o Youghall y, por encima de todo, la mágica región de Kerry, en el extremo suroccidental de la isla.

Allí, concretamente en el pueblo surfero que da nombre a la península de Dingle, nos pilla la segunda jornada de la Premier. El fragor del viaje me ha impedido ver el debut liguero de los reds en Villa Park, pero en la segunda jornada del campeonato el Liverpool recibe al Chelsea y, lógicamente, Fernando Torres es titular. Elegimos un pub céntrico de ambiente netamente futbolero, con predominio de las zamarras del Manchester United. En las pantallas gigantes están pasando el derby de Manchester que ganan los del City de Petrov, Giovanni y Hamman por uno a cero. Me acerco a un calvo con cara de bruto que luce una equipación blanca del Liverpool con el nombre de Gerrard estampado en su enorme chepa. Me dice que el partido del Liverpool lo emiten a continuación. “Where’re you from?” me espeta. “From Madrid, Atlético de Madrid”. Su sonrisa lo dice todo. Brindamos con unas pintas de Caffreys y le digo que tienen suerte, que han fichado al mejor jugador del mundo y que, con la pizca de suerte necesaria, lo van a ganar todo. Su sonrisa se acentúa.

Los del Unaaaai, como decía el añorado Butano, desfilan cabizbajos y tomamos posiciones frente al pantallón. Me siento en una esquina, junto a una familia –abuelo, padre e hijo- de seguidores de los reds. El chaval, un mocoso pelirrojo con una camiseta de Kid Torres que le viene grande, no para de cantar. A nuestro Niño le sienta divinamente la elástica del Liverpool. Son momentos muy raros: estoy emocionado, pero también desgarrado por dentro. Desde el principio del partido tengo claro que Fernando se va a comer al infeliz defensor israelí que le ha puesto Mourinho para intentar frenarle. A los diez minutos de juego ya se ha llevado dos patadas. La segunda de John Terry, que trata de amilanar al Niño encarándose. Pero Torres se levanta y aguanta la mirada. Un plástico “Fuck you!!” se dibuja en sus labios: vas de cráneo si te quieres hacer el mariscal de campo con la Máquina, Terry. No pasan ni diez minutos más cuando Gerrard mete un exquisito pase al hueco con el exterior de su pie derecho. Torres galopa poderoso, encara al judío infeliz, le rompe con un golpe de cadera y, desde el piquito izquierdo del área chica, la cruza al palo contrario de un Cezch que ve desde el suelo como el balón se aloja en las mallas.Todos saltamos a una. The Kop se derrumba. Torres resbala por el césped mojado, los brazos en alto y esa sonrisa que tanto nos hizo vibrar en el Calderón. En mi interior crecen al unísono la emoción y el desgarro: es casi, casi un gol del Atleti, pero sin el Atleti. Aún así me abrazo con el chavalín y choco esas cinco con su padre y con su abuelo. El calvo con cara de burro viene al trote para brindar conmigo. Me grita: “You were right!!!”. Así debutan los grandes, sin arrugarse y aprovechando la primera oportunidad para meterle un chicharrazo al equipo más odiado y temido de Inglaterra. Al final el Chelsea empata con un penalti inventado, de esos que le pitan habitualmente a los vikingos. Me siento un poquito más del Liverpool. Arrancamos y partimos rumbo a los Cliffs de Moher con paradas previas en Fenit, Kilkee y Spanish Point. Una delicia.

En el avión rumbo a Londres, un par de días después, leo las alabanzas de la prensa inglesa a nuestro Niño y vuelvo a tener claro que va a marcar una época en el Liverpool. Vuelvo a sentir esa desazón interior y no es sólo porque el piloto haya iniciado la maniobra de aterrizaje en Heathrow. La tercera jornada de la Premier me pilla, pues, en Londres. En la capital del Imperio he podido terminar de constatar lo que ya advertí en Irlanda: que la Torresmanía avanza como un ciclón y que el Barça mola mucho más que el Madrid fuera de España. Los de Benítez –quién, por cierto, cada día se asemeja más a un gorrino de engorde, será cosa del butter- se miden al Sunderland de Roy Keane en el estadio norteño. El Niño forma pareja de ataque esta vez con Voronin y no con el holandés Kuyt. Falta la referencia de Gerrard, con un dedo del pie roto, y le sustituye esa bestia africana que pasó con más pena que gloria por el siempre ridículo y detestable Valencia: Sissoko. Está claro desde el arranque que el tenaz y correoso Sunderland no tiene ninguna opción. En la primera mitad, Torres vuelve loca a la defensa local y Sissoko anota su primer tanto con la camiseta que patrocina Calsberg. En la segunda parte el Niño sigue haciendo de las suyas y, aunque falla dos goles, participa en la jugada con la que Voronin cierra el partido. Cero a dos. Por la noche, en el programa de análisis futbolístico de Sky News que presenta Gary Lineker, el ex ariete del Barça define a Torres como “amazing striker” y describe su juego como “terrific”. Lo digo por si saben inglés. Alan Shearer le critica por no haber marcado, pero matiza que exhibiendo ese nivel no puede marcar menos de 25 goles esta temporada. Ambos coinciden, en perfecto inglés, en que su fichaje es la mejor noticia del verano para la Premier. Al día siguiente, la crónica del Daily Mirror valora al Niño con un 9 sobre 10 y le dedica el recuadro del Player of the Match. Y eso, sin haber marcado. Mi sentimiento de orgullo desgarrado sigue incólume.

Por la tarde, buscamos un pub para ver el Madrid-Atleti que abre la nueva temporada de la Liga española. Lo anuncian a las siete, hora local, por Sky Extra. Nos instalamos en el Goodwill, un enorme pub en la zona de Harrow on the Hill, al noroeste de la gigantesca megaurbe. Son las siete y cinco y en las pantallas gigantes ponen el Sheffield United frente al West Bromwich Albion, de First División, su Segunda. En el pub hay una pequeña legión de seguidores del WBA, un histórico ahora tan penosamente venido a menos. Pero esto es Inglaterra y los seguidores del West Bromwich no desfallecen y, pinta en mano, siguen animando a sus toscos jugadores. Al final palman uno a cero. A las siete y veinticinco acaba el partido y el dueño del pub accede a poner el derbi madrileño ante los gritos alborozados de un grupo de forofos borrachos del WBA a los que he comido la cabeza diciéndoles que Van Nistelrooy es homosexual. En lugar del partido, aparecen en la pantalla tres enterados bajo un rótulo que reza “Spanish Football”. Son ya las siete y treinta y cinco y me estoy comiendo las uñas entre pinta y pinta. Hoy toca Kronembourg. Me invade por momentos la zozobra, hasta que un rótulo recorre la parte inferior de la pantalla: problemas entre los operadores de televisión españoles impiden la emisión en Inglaterra del debut liguero del Atleti. Regresamos a casa a toda prisa y llamo a un hermano atlético: “¡¡¿¿Cómo vamos??!!”. “Empate a uno y faltan veinte minutos. Te mando un mensaje con lo que pase”. Sigo comiéndome las uñas, ahora con una lata de Stella-Artois. Poco después suena el bip-bip fatídico: “2-1.Gol de Sneijder.Penalti clarísimo al Kun no pitado.Todos buenos chavales”. Fuck off!! Decido terminar de emborracharme. Mañana volvemos a España. Never mind the bollocks!!

Doggy