lunes, 25 de junio de 2007

Ripios del Atleti Enfermo, '07

Acabada la temporada, podríamos hablar de lo de todos los años: de fichajes que no vendrán; del humo que nos hará toser hasta que se nos salten las lágrimas y que durará hasta la fecha límite para la renovación de abonos; de cómo intentarán quitarle hierro a la concentración de mañana, martes 26 de Junio; de la intertoto y hasta de la cuota de mercado. Pero hoy me he levantado rimador, así que les dejo estos ripios lamentables para que echen el rato. Si Quevedo, que me consta era del Atleti, levantara la cabeza…

Comenzó la temporada
con aromas de campeón
y promesas de alirón
pero al poco tiempo, nada;
que si alguno se esperaba
hacer un temporadón
que deje la ensoñación
y asuma la mascarada

Presumía el presidente
de fichajes millonarios
de futuros logros varios
y buenos tiempos presentes
pero al tiempo, lo de siempre:
fichajes estrafalarios
que el equipo trae al pairo
a los nuestros dirigentes

Y nos ficharon a Agüero
a Zé Castro y a Pernía
y a Jurado, medianía
con fama de pelotero
predestinada al agujero:
de Valdebebas venía,
mal origen, a fe mía,
mas muy bien peinado, empero

También ficharon a Mista
y en Navidad a Fabiano,
un elenco algo mediano
que nos daba ya una pista,
(y no es por ser alarmista),
sobre un nuevo Año Manzano
para nuestro Club anciano
con presidente escapista.

A su frente, un mexicano:
pelo blanco, blancos dientes,
fama de poco valiente,
con la prensa, campechano,
pero le tiembla la mano:
cuando ha de jugar de frente
al ataque y con mordiente …
pues ni contra el Alcoyano.

La Fiera se lesionó
y el búlgaro populista
y así la prensa, muy lista,
una burda excusa urdió:
“el del palco lo intentó
mas, ¡oh, azar determinista!
el destino, está a la vista,
de nuevo nos castigó”

Mientras, en el Calderón
la hinchada, medio dormida,
asistía compungida
al dominical tostón
con que premia a la afición
esta plantilla afligida
con modos de mantenida
y modales de gorrón.

Y un año más, qué esperaban:
mediocre la temporada,
la afición más que angustiada,
anuncios que recordaban
que la fe reconfortaba
a quien no tenía nada,
y mientras tanto, la grada,
ya lo ven, anestesiada …

Lo que viene ya lo saben:
proyectos, flecos, fichajes,
rumores y camuflaje
lo que sea hasta que laven
su imagen, bien que la agraven
a fuerza de bricolaje,
de mentiras y montajes
aunque con el club acaben.

Y al resto, poco nos queda
si acaso la pataleta
viendo al Club en la Peineta
vendido por cien monedas
y una corbata de seda
por culpa de estos dos jetas
que arrastran la camiseta
entre olores de humareda.

Así que tomen ya nota:
recen a Torres, Fernando
a ver si toma él el mando
que si sigue el de la cuota
manejando la pelota
seguiremos añorando,
protestando y lamentando
ser afición tan devota.

martes, 19 de junio de 2007

Reflexiones (pausadas) tras el enésimo fracaso (o “El Camino del Colchonero”)

Ayer era un mal día para escribir. Demasiadas ideas, demasiadas sensaciones, demasiado poco tiempo como para aclarar la cabeza ante la confirmación de que volvemos a quedarnos cortos un año más. Hoy, con algo más que lucidez, intentamos ordenar ideas.


Domingo por la noche. Entre el estruendo de trompetas y cláxones de nuestros adorables vecinos, uno intenta mantener la cabeza fría. Séptimos, puesto ignominioso e insuficiente, fuera de UEFA por diferencia de goles (y van tres veces en poco tiempo). Uno cierra a cal y canto su casa para intentar dormir, pero el insomnio viene de dentro, porque a lo que se le da vueltas es a la temporada que nos han regalado entre unos y otros y al díita que llevamos, podía haberme ido a ver a José Tomás, o a Devo, qué coño. Encima, uno piensa mirando fijamente a la carta con membrete del club que reposa sobre una mesa desde hace unos días: en ella, la clave para la renovación del abono. Nunca había tenido uno dudas sobre si renovar o no, pero para todo hay una primera vez. Desde este momento se desencadenan en la mente atlética una serie de fases tipificables y reconocibles.

La primera fase por la que pasa uno tras los acontecimientos del domingo es la de quitarse de en medio (metafóricamente, oiga). Ya está bien de disgustos y fracasos y decepciones y partidos horribles. Ya está bien de lamentarse y protestar y predicar en el desierto. Ya está bien de timos y de fichajes fracasados y de temporadas mal planificadas y de ridículos públicos y de asientos sucios y de partidos soporíferos. No necesito todo esto, podría estar bien sin ello, no me da ninguna satisfacción. Antes todo esto era divertido y bonito y esperábamos el partido del domingo con impaciencia y dejábamos de lado cualquier otro plan porque nada, nada podía hacer sombra a ver al Atleti en el Calderón. Ahora sólo nos quejamos y protestamos y nos abochornamos y nos amargamos y a lo mejor por eso esto ha dejado de tener sentido. Así que este año paso, no renuevo, me quito de en medio, los primeros meses lo llevaré mal pero me apuntaré a un curso de escalada o sacaré entradas para el cine con anticipación o correré ultramaratones y entrenaré en día y hora de partido, y si acaso escucharé la radio. Conmigo que no cuenten ya, fue bonito mientras duró pero uno tiene otras cosas en las que volcar su cariño y cuando se me terminó por romper ese vaquero que me gustaba tanto me llevé un disgusto pero me hice a la idea y ahora, fíjate, ni me acuerdo. Decidido, se acabó, adiós muy buenas: he abrazado el nihilismo colchonero y de aquí no me muevo, menudo soy yo, ¡já!

Tranquilo tras tomar la decisión uno ve las cosas de otro color. Qué bien, el año que viene me ahorro la pasta y las vueltas para aparcar y los chaparrones y el sol ese que te pega en la frente hasta el segundo tiempo cuando los partidos son a las 5, que ya ni lo son. Me ahorro horas de aburrimiento y cabreos dominicales y angustias hepáticas y sinsabores existenciales. Claro que también me pierdo las cañas de antes y el ver a los amigos y el hablar de fútbol en la acera, rodeado de gente vestida de indio, algunos tipos respetables que se permiten la licencia de ponerse un copete de plumas que nunca se atreverían a llevar a su oficina, pero para eso están en el Calderón. Puede que me pierda también algún rugido de la grada, alguna galopada de Torres, algún gol de esos que le hacen a uno dar un salto y abrazarse a ese señor con plumas que hoy se ha sentado al lado, o a ese tipo con aspecto patibulario y cicatrices con el que no te sentirías cómodo compartiendo ascensor pero sí compartiendo grada, que es del Atleti y eso está por encima de todo. Me perderé la cita quincenal con esa gente a la que quiero y que sé que si no es por el fútbol habré dejado de ver casi con seguridad, porque ir al fútbol es también apretar lazos que se sueltan si no hay fútbol. A estas alturas el nihilismo da paso a un relativismo mechado a veces de Ysismo: ¿Y si el año que viene, justo cuando no renuevo, vuelven a jugar como antes? ¿Y si me pierdo un temporadón? ¿Y si de sopetón vuelven a recuperar el espíritu de siempre? ¿y si hay una catarsis total y las cosas vuelven a su justo cauce? ¿Y si me pierdo todo esto? El convencido nihilista ya no lo es tanto, duda, piensa, titubea y se plantea por qué lo hace.

En esta reflexión llega el aficionado atlético al fondo de sus convicciones: y es que nos damos cuenta de que en el fondo, muy en el fondo, llevamos esto mucho más dentro de lo que pensamos. Es difícil despegarse de todo lo que el Atleti es y representa, y no sólo por nosotros, también por “Él”, ese ser perenne, ectoplasmático y omnipresente llamado Atleti, o hasta Aleti, si me apuran. El seguidor atlético se siente mal dejando de lado al equipo en los malos momentos, al Club, a la gente, a la historia, a lo que sus abuelos, padres y amigos le enseñaron. Es mucho más fácil apostatar de las aficiones que la familia te ha querido inculcar cuando no satisfacen realmente tus deseos o tus gustos, aunque te arrepientas luego de haber dejado las clases de piano, o la lectura de los clásicos, o de no haber acompañado a tu abuelo cuando te llevaba a pescar. Con el Atleti esto no pasa: no es un hobby, no es una afición que cultivar o mejorar, es una especie de corriente en la que una vez que caes sencillamente no puedes hacer otra cosa que seguir, contra la que es difícil pelearse. El aficionado llega a pensar que, en el fondo, muy en el fondo, él mismo busca un motivo, por nimio que sea, que le impida tomar la decisión que lo existencialista del momento sugiere. El nihilista, luego relativista, es ahora un sentimentalón sin remedio, qué cosas pasan.

El aficionado concluye pues que es complicado desengancharse del Atleti, y se da cuenta que esto lo saben por desgracia en el Club: la directiva juega por tanto con lo que el aficionado de verdad siente, chantajean sus sentimientos y prostituyen lo que para él representa. Como lo lleva tan dentro lo usan en su propio beneficio, a sabiendas de que somos un colectivo cautivo y entregado. Ahondan en el lado sentimental con mensajes publicitarios lacrimógenos que hablan de fe, de preguntas sin respuesta, de reacciones incomprensibles. Hablan también de futuros tiempos mejores, de fichajes de relumbrón, de volver a donde debemos estar. Mientras tanto, hacen y deshacen, compran y venden, ganan dinero a costa de la paciencia y aguante de una afición que sigue y sigue defendiendo lo indefendible, que no consigue quedarse en su fase nihilista y que siempre vuelve al redil, orejigacha, consciente de que lo que le ocurre es demasiado fuerte como para gestionarlo con la frialdad de un ejecutivo sin sentimientos.

Llegado a este punto, sea por propio desarrollo personal o empujado por la máquina propagandística del Club, el camino del aficionado atlético toma un nuevo derrotero: ya no es nausea nihilista, ni relativismo ysístico, ni sentimentalismo facilón: es curiosidad científica. El seguidor colchonero, ya consciente de que de esta condena no se libra ni se quiere librar, salta de fase. Ahora ata cabos, ve lo que era y lo que es su equipo, desgrana los acontecimientos que le han llevado al sitio donde está, aísla explicaciones como el investigador que identifica virus y bacterias infecciosas en un laboratorio. Piensa, reflexiona, escucha a unos y a otros, empieza a dudar de los discursos triunfalistas que invaden la prensa cada vez que el equipo pega un patinazo histórico. Lee entre líneas, empieza a sacar conclusiones, a veces por deducción propia, a veces porque un correligionario le da su versión de los hechos. Analiza lo que ve, abre los ojos y respira hondo. Una nueva fase empieza.

En algunos esta fase se cristaliza en cabreo monumental, en otros en ira contenida, en todos en indignación supina. Pero… ¿qué han hecho con este equipo? ¿a dónde lo han llevado? ¿quién es el responsable de esta situación vergonzosa? ¿por qué han traicionado lo nuestro? ¿por qué tengo que renunciar yo a lo mío, a lo que entre tantos se construyó, lo que tan orgullosos nos hizo? ¿por qué tengo que renunciar yo, partícipe del proyecto, y no ellos, los que se han ocupado de echarlo a perder? ¿quién me ha convertido en un Cirineo que asiste a un enfermo terminal en su camino hacia el abismo, cuando siempre fui el orgulloso miembro de un colectivo glorioso? ¿por qué tengo que renunciar yo a lo que es mío? ¿por qué yo y no ellos?

Esta fase, que algunos reputados científicos llaman Fase de Iracundia Colchonera, comienza con una cierta desorientación: ¿qué hago ahora? Algunos, encomiables, vencen su sentimentalismo y deciden no renovar su abono a la vez que reafirman su militancia colchonera: pierdo el número de socio, pierdo los domingos en el campo, pierdo lo que haga falta, pero no voy a contribuir con mi dinero a esta decadencia. Otros optan por engrandecer el ruido desde dentro, desde la grada, intentando agitar a la masa a protestar ante la ignominia. Pero todos, unos y otros, buscan a alguien con quien compartir su estado de ánimo.

Los iracundos buscan entonces atléticos de opinión afín, intentan contactar con otros colchoneros que hayan llegado a la fase Iracunda para así comprobar si están solos o hay alguien más que esté pasando por la fase en la que se encuentra ahora. Preguntan a sus compañeros de grada y discuten, ponen en común sus reflexiones y pesquisas, se preguntan por el futuro. Hablan con otros, buscan la luz, a alguien que aclare el momento por el que pasan. Se juntan los colchoneros y hablan de problemas profundísimos, de soluciones complicadísimas, de utopías maravillosas. Unos proponen que cada socio junte un millón de pesetas (no de las antiguas pesetas, de pesetas de las de toda la vida) para así juntar cuarenta y cinco mil millones con los que facilitar el desalojo del palco. Otros proponen hablar con inversores extranjeros y españoles, con grandes corporaciones, con bancos internacionales que quieran hacerse con el control del Club. Algunos quieren un club de socios, otros quieren un inversor que entregue la gestión a atléticos de corazón con la preparación suficiente. Varios se preguntan por qué no quieren vender el club los que dicen que pierden dinero año tras año, otros contestan que aquí hay gato encerrado, más bien estadio recalificado.

Tras hablar y hablar los aficionados iracundos ya no lo son tanto: los ojos brillan como antes porque hablan del Atleti. Salen entonces los nombres de Futre y de Alemao y de Dirceu y de Torres y de Leivinha. Se habla de la remontada contra el Barça, del bigote de Arteche, del gol de Vieri. Ahí están de nuevo los temas de siempre, la ilusión de siempre, la afición de siempre, el Atleti de siempre. Conscientes de que el Atleti de hoy no es sino la suma de los atléticos, concluyen que no se puede renunciar a esto, comentan lo importante que es para todos algo tan poco importante a ojos del que no entiende nada. Así que acuerdan entre ellos intentar hacer lo que se pueda para evitar el destino del club, aunque sea una tarea hercúlea y con pocos visos de éxito: da igual, para eso y por eso somos del Atleti, si fuera fácil ya lo habrían hecho otros. Al menos nos juntaremos y diremos lo que pensamos a quien quiera y tenga que oírlo, guste o no.

El día 26 de Junio de 2007 a las ocho de la tarde en la plaza de Neptuno estarán muchos de los Iracundos. Y serán más del Atleti que nunca, oiga.

lunes, 11 de junio de 2007

Pero ¿es esto el Atleti?

La última visita al Calderón de la temporada, justo después del 0-6 del Barça, dejó sensaciones similares a la del partido anterior. Hubo más protestas, sí, pero insuficientes. Lo que no vimos por ningún lado fue siquiera un rastro de lo que antes llamábamos Club Atlético de Madrid.


Partido a vida o muerte en el Calderón, decía la prensa, la que se ha pasado la semana contándonos las bondades de los conceptos asociados a la marca y sus jugadores. Otro más, ya van treinta y uno este año, decían los aficionados de viejo cuño, los de los abonos de cupones que se pagaban a un cobrador que venía a casa y te llamaba por tu nombre y te decía lo que habías crecido desde el año anterior. Otra conjura de esas, van veinte, decían también los que siendo más recientes en su militancia han tenido un mentor que les contara lo que este equipo era, lo que ya no es y lo que volverá a ser algún día si es que le dejan. Hay que animar hoy más que nunca, juntos podemos conseguir el Sueño Europeo decían los más permeables a la teoría del sufridor simpático y entrañable, los que llegaron al campo con el descenso pensando que el Calderón era un sitio al que se viene a pasar fatigas, aquellos que creen que la UEFA es un sueño inalcanzable. Entre unos y otros se medio llenó el campo y eso que la prensa había anunciado un lleno histórico para empujar a esos muchachos solidarios, populares, simpáticos y cercanos hacia ese logro sin par que supone ser sextos en la liga más floja de los últimos años.

Así que empezó el partido y el Celta, el descendido, tiró a puerta cuatro o cinco veces seguidas ante la indiferencia de la defensa. Hasta metió un gol Nené pero se lo anularon y nos quedamos tan tranquilos. El Atleti metió un golazo en medio del tedio, tan pronto como a tres jugadores buenos les dio por hacer lo que saben. Gol. Alborozo y mire usted qué bien, gol, oiga. Poco importó que Seitaridis hiciera su enésimo penalti tonto de la temporada y que Baiano lo marcara: poco después marcaba el Zaragoza y ahí si, ahí si que desgañitó parte de la hinchada con un estruendo digno de un título. Parte de la afición bailaba alborozada mientras una minoría mirábamos atónitos lo que ocurría en nuestra propia grada, incluida la retirada de una educadísima pancarta anti-directiva. Este campo es así, aquí no se permite decir nada que no sea laudatorio hacia la birria de equipo y directiva que nos ha tocado sufrir, pero se pueden dar mortales cuando marca un equipo que compite por la UEFA con el Atleti. En general, nadie dice nada. Bueno, algunos sí, algunos repartieron unas cartulinas con las palabras Directiva Culpable, pero la gente no entendía por qué había que protestar contra nada en ese partido tan importantísimo en el que optábamos a ser sextos.

Así que al descanso. A descansar todos. Descansaron los jugadores del Celta y descansaron los del Atleti cinco minutos más que los del Celta. Antes de que los del Atleti dejaran de descansar salió el balón a corner, sin que se entendiera bien por qué estaban los de azul ya jugando durante los minutos de descanso. Sacó el corner el Celta y metió un gol. Saltó un defensa del Celta entre cinco defensas inmóviles del Atleti y metió un gol sin oposición ninguna, casi sin querer. Los jugadores del Atleti tenían la ocasión de salvar una temporada miserablemente mediocre pero ni por esas, mejor estar quietos que saltando se cansa uno muchísimo.

El que suscribe se levantó atónito en medio de la grada de lateral, abriendo los brazos, pidiendo una explicación. Miró a su alrededor y se sintió imbécil, gesticulando sólo entre una multitud sentada que le miraba sorprendida, comiendo pipas, peinando a sus niños, mirando el reloj. A cincuenta metros de un servidor se había levantado otro atlético perplejo con expresión de pulpo en garaje. Veinte metros más allá, otro, éste con cara de levantarse de un coma profundo en el que había estado desde los tiempos en los que los corners los defendía Arteche. Un poco más abajo, un tercero con cara de todo lo anterior. El Atleti hacía el ridículo contra un equipo medio descendido, los jugadores hacían de Don Tancredo en un corner y, en medio de una grada de quince mil personas, sólo nos sentíamos molestos cuatro. Nos miramos entre nosotros, pusimos cara de habernos equivocado de sitio, nos sentamos en parte asombrados, en parte orejigachos, en parte ofendidos y seguimos viendo el esperpento.

Siguió el partido. La gente andaba inquieta, concentrada en lo que pasaba en otros campos en los que al parecer el nuevo colchonerismo se jugaba cosas más importantes. Cantaban los goles del Zaragoza, la remontada del Barça, las desgracias del vecino. Al Atleti, ni caso. Normal, es tal el tedio que provoca este equipo que la gente se fija en otras cosas. Podrían dedicarse a intentar descifrar los motivos que llevan a este Club hacia un destino fatal, pero prefieren no hacerlo. Podrían pensar en soluciones para el momento peligrosísimo que vive el equipo, pero es mejor pensar en otras cosas. Podrían incluso tomar ejemplo de otras aficiones con menos predicamento entre las agencias de publicidad. Pero no. Prefieren fijarse en otros, en los problemas de otros, como si nosotros no tuviéramos problemas.

Se fue Seitaridis y la gente le silbó un poco. Salió Agüero en cuerpo pero no en espíritu, y aunque parecía que podía darle una vuelta al tema, se quedó en ná. La poca esperanza que quedaba fue asesinada por Luccin en un nuevo alarde de inutilidad. El lunes pasado presumía de interés por parte del Barça y el sábado se quitaba de en medio en un partido para el que al parecer la plantilla se había comprometido a dar lo mejor de sí. Gracias, hombre. Se fue Luccin y no escuchó una bronca histórica, no, se oyeron unos pocos pitos y gracias. Total, poco después marcó de nuevo Baiano y ya no merecía la pena ni gritar ni nada, mejor pensar en irse rápido que luego hay muchísimo tráfico y verás a qué hora llego a casa.

Parte del fondo sur se había ido, harta del bochorno. Algunos de estos se fueron al palco a reclamarle al presidente y ad-láteres, a pedirle explicaciones, a mostrar su monumental cabreo. Uno, que es tonto como saben, pensaba que éste iba a ser el detonante de una protesta en toda regla que pusiera las peras al cuarto a todo empleado del club. Se oyeron algunos gritos desde el fondo sur, algunos más desde la grada de lateral. Ahí quedó el tema. La gente seguía a lo suyo, a partidos de terceros equipos que se disputaban en Zaragoza y Barcelona. En el palco, y según muestra la televisión, el Presidente del Club Atlético de Madrid se dedicaba a increpar a sus propios aficionados por tener la osadía de pedirle que haga algo. El Presidente hacía de menos a los que cuando pierde el equipo no cenan del disgusto, a los que se avergüenzan cada lunes por cosas que otros hacen, a los que hacen socios a sus hijos antes de nacer. Se giraba parte de la afición al palco no sólo en ejercicio de su perfecto derecho sino cumpliendo con su deber, y el Presidente, el que debe velar por ella, les mandaba a paseo. Lo que nos faltaba.

En el campo, diez almas en pena y condenadas (salvo dos de ellas, Torres y Maxi, aún con esperanzas de vida eterna) hacían las delicias de la afición del Celta, que no se esperaba el regalo de los nuestros. La afición del Atleti, la que suponemos nuestra, mientras tanto callaba y oía la radio y volvía a peinar al niño. Mientras en Sevilla se montaba la de San Quintín por un cero a cinco, la afición del Atleti seguía con interés al Zaragoza; ya habían soportado un cero a seis en silencio, como los de los anuncios de Hemoal, así que no iban a molestarse por tres golitos de nada marcados por un equipo casi descendido, especialmente ahora que el Zaragoza jugaba en casa. El partido acababa con otro gol de Maxi y con un nuevo ejemplo de indiferencia de la mejor afición del mundo, herida por el mazado del gol de Van Nistelrooy sí sí, no por los goles de Baiano sino por los goles de otros. Al pitar el árbitro sonó el himno a mucho más volumen de lo habitual, acallando cualquier silbido por tímido que fuera: en el Atleti actual, el que controle el mando del volumen de la música controla a esta afición incapaz, salvo excepciones, de forzar una cuerda vocal para defender una institución de más de 100 años.

Al salir del estadio, aturdidos, los cuatro aficionados que nos habíamos levantado tras el segundo gol y algunos otros cientos, quizás incluso un par de miles, nos preguntábamos qué hacíamos allí. Qué había pasado, de qué campo salíamos, entre qué afición nos habíamos sentado. Qué equipo era ese que llevaba la camiseta del nuestro, qué criterios seguían esos aficionados que se sentaban cerca de nosotros, por qué preferían seguir escuchando la radio en vez de rabiar mientras nuestro Atleti se hundía. En definitiva, nos repetíamos una pregunta que llevamos tiempo haciéndonos: ¿es esto el Atleti?

Ahora viene otra pregunta, la de cada verano, la de la indecisión, la de la pugna entre lo que te crees que debes hacer y lo que quizás no debas tolerar: ¿Debemos seguir abonándonos a este espectáculo? ¿Debemos contribuir a la pantomima de los últimos años? ¿Merece la pena esto? ¿Tiene sentido no abandonar definitivamente este sinsentido? Si nos vamos de la grada, ¿ocupará nuestro asiento un aficionado de los que escuchan al Zaragoza mientras nuestro equipo pierde prestigio? ¿Es más importante conservar el número del abono que nos regalaron en nuestra infancia o dejar de ser coartada de esta situación? Difícil decisión. Durante los próximos días, algunos harán cálculos de probabilidades sobre el Mallorca, el Nástic y el campeonato. Otros daremos vueltas a estas preguntas y nos sentiremos como el que inspiró Girlfriend in a coma. Maldita sea.

lunes, 4 de junio de 2007

America's Cup - El país de expertos

America's Cup - Llevo una temporada aficionado a desayunar más o menos temprano los domingos. Me levanto antes que el resto (tampoco muy pronto, no crean), compro el periódico y me voy a una terraza a desayunar café con porras.


Lo que se ha hecho toda, la vida, vaya, pero yo me he dado cuenta hace poco de lo que me gusta esta costumbre tan tonta y tan fácil. A mí me pasan estas cosas con frecuencia: de repente descubro algo que el resto de la humanidad había descubierto hace cientos de años. Y no mejoro, oiga.

Ayer desayuné en una terraza estupenda en la calle Pintor Rosales (a la que un amigo mío llama Píntorrosales, así, todo junto y con acento en la pín, sin que hayamos averiguado nunca por qué). Una terraza de las de toda la vida, de las de silla de metal pintada una y mil veces y mil veces desconchadas, de las que dejan ver los colores de las diferentes capas. Una terraza en la que hay leche merengada, y pinchos de tortilla, y tintos de verano y café con leche. Hay todo eso y lo más importante: camareros con camisa blanca y pajarita negra, camareros mayores, con una majestad y un porte que le hacen a uno tratarles de usted y cumplir a rajatabla sus sugerencias. Camareros sacados de las películas de Toni Leblanc, de los que tienen historias que contar y muy pocas ganas de hacerlo, de los que entre ellos se hablan con un tono mitad cariñoso, cuarto de hartura y cuarto de retintín. De esos que saben que en un momento dado de tu existencia (cuando tienes mucha sed, o mucha prisa, o mucho hambre) un camarero es la persona más importante de tu vida, y no sólo lo saben sino que se aprovechan de ello, ignorándote, andando a un ritmo que ralentizan en proporción inversa a la expresión de desesperación de tu cara. Camareros fetén, vaya.

Mientras desayunaba, solo en la terraza, uno no pudo evitar escuchar lo que los camareros, miembros de la aristocracia hostelera castiza, comentaban. Esta fea costumbre se llama comprar en los círculos de lenguaje más preciso y popular. Como el periódico aburre (ya saben, lo de siempre, lo mal que juega la selección, las peleas entre pp y psoe, los escándalos inmobiliarios ...) uno no puede resistirse a 'comprar' cuando hay un grupo de camareros tan insignes charlando al lado de uno, o cuando hay señoritas de buen ver. Tampoco mejoro de esto, no crean.

Hablaban los camareros admirables, y la iniciativa la llevaba un tal Cristóbal, a quien desde ahora, en atención a su venerable porte y autoridad moral llamaremos El Señor Cristóbal. Hablaba El Señor Cristóbal y el resto seguía la pauta todos a una, lo que daba que pensar si El Señor Cristóbal era el más antiguo, el más sabio o simplemente el dueño.

- Qué, ¿visteis lo de ayer?

- Pues sí, lo previsto, un tostón.

- Si es que ya os lo dije yo, se veía venir, no tenía interés ninguno, estaba clarísimo.

- Tenías razón, Cristóbal, si lo se ni lo veo.

Como uno es futbolero y del Atleti y le interesa saber qué piensa este colectivo tan importante de la ausencia de Torres en la selección, ante este principio tan prometedor y ante la segura crítica hacia la calidad, entrega y hasta decencia de nuestros muchachos (ahora llamados los de la Roja, como si fueran los hijos de alguna heroína republicana) uno redobló sus esfuerzos 'compradores'.

- Si es que es lo que hay, hay demasiada diferencia.

- ¿Tú crees?

- Lo que yo te diga. Esta gente lleva diez años juntos, han venido con la misión de no fallarle a su país, para ellos es algo mucho más importante de lo que os podáis imaginar.

- Eso sí ...

- Además son mucho mejores en las empopadas, si en las ceñidas no les marcas muy de cerca no tienes nada que hacer, en cuando sacan el spi son mortales.

- ¿Tanta diferencia hay?

- ¡Pero si no hay más que verlo! Mira las pre-salidas mismas (léase mih-mass)... igualito que las nuestras... estos neocelandeses saben bien lo que hacen, no como nosotros... debería aprender el Jablonsky ese (léase Jablojh-ki) ...

Los compañeros del Señor Cristóbal no podían estar más de acuerdo. Tanto, que la conversación ahí terminó: cada uno fue a sus quehaceres. Uno de pelo blanco y acento andaluz fregó la barra con la energía del que lija el casco del Desafío Español; otro averiguaba la dirección de la que venía el viento para aprovechar al máximo su energía en su próximo viaje bandeja en mano; uno más corpulento bajaba un toldo con maneras de grinder de brazos de acero.

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Y es que somos un país de expertos. Todos tenemos una opinión formadísima de todo, aunque no tengamos ni idea de lo que va. El ejemplo más claro es la Fórmula 1, algo que ha hecho tanto daño en este país de fanfarrones al volante:

- Ayer hice Madrid Jaén en dos horas y media.

- ¡Anda! Pero si yo lo hago normalmente en dos horas...

- Bueno, es que yo iba a dos paradas...