lunes, 30 de abril de 2007

Cortar y pegar

Fue uno a ver un partido y resultó ser un paseo colectivo de dos grupos de jubilados, unos de azul y otros de rojo y blanco. Los señores a los que fuimos a ver anduvieron de un lado a otro, charlaban en los saques de esquina y quedaban en las faltas para jugar al dominó. Luego fueron todos juntos a ver un partido de fútbol, que es un deporte que les encanta.



Como los más sagaces habrán podido sospechar, tras lo de Anoeta hice firme propósito de no ir al campo contra el Betis. No y no, esta vez sí que no. Ni una duda durante la semana, oiga, todo clarísimo: no voy. Anda que no hay cosas mejores que hacer, echarse la siesta sin ir más lejos, o ver cómo se seca la pintura de un muro. Nada. Que no. Y además me han pasado unos deuvedés de una serie que es muy buena y hará malo. No voy. Nada. No hay más que hablar.

- Pero oiga, ¿y el blog?
- El blog que lo haga otro, que yo estoy harto, a ver si encima de aburrirme soberanamente por culpa de esta gente voy a verme obligado a escribir un blog, vamos, lo que me faltaba, el blog dice, el tío.
- Bueno bueno, tampoco es para ponerse así.
- Hala, tire.

Cuatro horas antes del partido seguía convencido. Tenía la serie, tenía la Copa América y tenía patatas fritas. Y hacía malo. Malo no, malísimo, estaba cayendo una tromba de granizo de las que caen en Alabama y no dejan un tejado en su sitio (claro, como las casas allí son así prefabricadas…). No iba a ir, eso seguro, pero con este tiempo vamos, ya ni de coña. Ni soñarlo. Me quedo en casa a ver si me entero de qué coño es sotavento y barlovento y por que esos señores no paran de darle a un molinillo para un lado y para el otro de forma aleatoria. Aquí me quedo y veo al Desafío Español que va ganando y no hay más que hablar.

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Como es fácil de imaginar, a las 19.00 salía de mi casa con cara de digestión pesada de palabras propias, chubasquero y un paraguas. Es lo que tiene este equipo, ya lo sabe Vds, no creo que esto les haya sorprendido.
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Tras lo de San Sebastián, la pitada del día anterior y algunas tímidas voces de protesta en la prensa, el Presidente del Club Atlético de Madrid S.A.D. se fue a ver a la plantilla con el firme propósito de ponerle las peras al cuarto, como dicen los castizos. Les dijo que esto era intolerable, que no estaban a la altura del club, la historia y la afición, que los seguidores se merecían otra cosa, que no entrar en Europa con desahogo era un fracaso y que si no les daba vergüenza ser tan malos y tan ruines. Cumplido su cometido se fue a ver a la prensa y les contó lo mismo, esto es, que poco menos que había armado la marimorena, que allí no hablaba nadie, que miraban al suelo por no cruzar su mirada de hielo y que estaban aterrados al comprobar su férrea voluntad de tomar cartas en el asunto si la cosa no cambiaba. La prensa, fiel, se hizo eco de las palabras del Presidente y transmitieron a la afición un mensaje esperanzador: por esto no se va a pasar, les entendemos bien, esto no es admisible, estén tranquilos que está la directiva en ello y aquí o cambian mucho las cosas o van a rodar cabezas. Menuda la debió armar, el tío. “Los chavales se van a dejar el alma en el campo los próximos partidos”, aseguró el Presidente, y la prensa asentía con la cabeza e intercambiaba miradas que significaban “esto es lo que hacía falta, sí señor, con un par”.

De camino al estadio con el paraguas, como los jubilados, uno iba pensando en una salida al campo entre una bronca merecida por hacer el primo en el último partido y dejar pasar la enésima oportunidad de maquillar con resultados una temporada decepcionante. Uno pensaba en unos jugadores enchufados por la situación y por la filípica del presidente, rabiosos por demostrar que por ellos no va a quedar, ansiosos de dar una alegría a la grada, hinchados de energía por obra y gracia del puntapié en pleno ego que les dio el máximo dirigente del club.

Ay, la verdad es que uno no aprende.

Ya la llegada al asiento hacía presagiar que las cosas no iban a ir por buen camino. Para empezar, eso sí, lo único bueno de ir al estadio: la portada del Forza Atleti. Nada más llegar al campo uno busca la portada del Forza Atleti como quien busca un boleto premiado, con ansia y esperanza. El titular de esta semana es de lo mejorcito que hemos visto en esta publicación tan singular: foto de Fabiano Eller y, debajo, lo siguiente: “”Eller” er mejó”. Toma ya. Ahí queda eso. “Eller er mejó” pone el tío y se queda tan tranquilo. Qué envidia. Uno ha pensado mucho en esto y no le queda claro si esas portadas las hace un becario despistado que pasa horas pensando audaces juegos de palabras (“Galleeettiii!!”) o si son un grupo de amigotes alrededor de una mesa llena de botellines vacíos, muertos de risa. “Eller er mejó”. Toma castaña. Esto luego lo ven los de fuera y claro, pasa lo que pasa.

Lo segundo que mosquea al aficionado es lo que encuentra uno sobre el asiento. Dos globitos. Anda. Dos globitos, mira. El vecino los hincha y casi se marea (esto de hinchar cosas es lo que tiene) y uno ve que son regalo del Club, y lo nota porque no son lisos, sino que llevan publicidad: “Socio no abonado por 25 €”. Mira tú, los globitos te dicen que gastes dinero en el club, estos no dan puntada sin hilo. A uno le sorprende ver globos regalados en la grada, porque uno asocia los globos a las celebraciones y las fiestas y los días en que se gana una copa. El sábado, recién llegaditos de hacer el ridículo en San Sebastián con un equipo casi descendido, el Club nos regala globos. Aplicando la lógica, el día que ganemos en Valencia nos deberían dejar dos jamones en cada asiento, pero ya les digo yo que no lo esperen.

En fin, a lo que íbamos. Salió el equipo del vestuario y uno esperaba una bronca pero se encontró con una lluvia festiva de globos. La primera vez que veíamos a los jugadores tras la semanita de bochorno pasada y la gente va y aplaude y lanza globos y los niños hacen sonar unas trompetas molestísimas. Mi madre. Siempre hemos tildado a la afición colchonera de excesivamente maternal, y quizás ayer estuvieran dándole a los chavales un flash golosina simbólico tras la reprimenda de papá presidente. Puede ser, puede ser, a ver si es verdad. Así que uno toma asiento y se limpia las gafas para ver el espectáculo de arrojo y compromiso de los jugadores tras la bronca presidencial. Inquieto, uno busca la postura en su mugriento asiendo florido para ver mejor cómo Jurado, en su posición natural, demostrará que sí que vale, y cómo Antonio López volverá a ser el de antes, y cómo Galletti meterá todas dentro a la primera y cómo Costinha se dejará el alma defendiendo a sangre y fuego su posición ante el empuje del rival. Pero no. Uno ve unos cuantos señores andando, como mucho al trote, enfrente de otros señores que también andan y como mucho dan un saltito. Se fija en los medios y nota que van andando, en efecto. Se fija en los delanteros y nota que están tan lejos como siempre de los medios, sin que haya ningún tipo de intención de que eso no pase. Se fija uno en los medios del otro equipo y se da cuenta de que también andan. Piensa uno entonces que se ha equivocado de deporte, que ha venido a ver un partido de una disciplina distinta a esa que juega el Manchester United en la que los jugadores corren que se las pelan y envían el balón fuerte a sus compañeros. Pues no, esto debe ser otro tipo de fútbol, un socrático fútbol peripatético en el que los partidos se juegan paseando. Eso, o que a los jugadores se la trae al pairo que les echen la bronca, o que le importa más bien poco que la afición pite, o que las broncas del presidente les entran por un oído y les salen por el otro, o que éste no tiene la suficiente autoridad moral como para exigir sacrificio y compromiso. Un poco de todo hay, estoy seguro, y eso me resulta especialmente preocupante.

Aquí, visto el resto del partido, me permito una licencia, vean:

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Instrucciones:
Cortar cualquier crónica de un partido anodino de casa de los de este año y pegar entre las líneas de puntos

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Un par de apuntes finales, a lo mejor tres: el primero, que se lesionó Torres y que esperemos que no sea mucho (lo cual siempre es arriesgado visto el tiempo medio que emplea el servicio médico del club en curar lesiones, siempre tres veces más largo que el usado por cualquier otro equipo), porque sin Torres apaga y vámonos. El segundo, que Agüero lo intentó con más ganas, abandonando la sensación de desidia que a veces transmite, pero sin mucho acierto.

Y el último, en párrafo aparte, para Petrov. Petrov, que es un jugador que no me gusta especialmente, salió y se notó. Qué cosas. Cuando el revulsivo es un jugador alocado que viene de una lesión de seis meses quiere decir que algo no marcha bien en el equipo. La grada recibió a Petrov como quien recibe a las tropas de liberación tras un asedio de un año. Mal síntoma. Queriendo lo mejor para el bueno de Martín, el hecho de que su aportación sea clave me reafirma en que, como decía un señor ayer por los pasillos, estamos ante uno de los peores Atletis de la historia. Pero salió Petrov y cualquiera diría que venía de una lesión, y al menos la pidió y lo intentó y casi marca en un desmarque con buen pase de Seitaridis.

Como ven yo también me he contagiado de la pereza de los jugadores. Me aburre escribir de este equipo y hago las crónicas andando, paseando en chándal con un nieto de la mano, camino del parque. O mucho cambia esto o este recurso al corta y pega va a ser habitual, porque no trae cuenta perderse la partida de dominó o de petanca por ver otro partido de petanca. Eso, y que no está uno por aguantar más la sensación que se nos queda tras ver al Atleti, muy similar a la que produce escuchar con atención la letra de “That´s entertainment”. Eso sí, lanzando globos.


lunes, 23 de abril de 2007

Yo no sé Vds...

... pero yo estoy harto. Estoy harto de mi equipo del alma, que es algo así como estar harto de la mujer de la vida de uno. Estoy harto del club que tanto sigo y tanto quiero y tan feliz me ha hecho, que es algo así como aborrecer el lugar en el que uno creció y fue feliz de niño.



A día de hoy, estoy harto del equipo en el que quería jugar de pequeño, harto del abono que mis padres me regalaron cuando ya no pasaba por niño y no colaba entrar en el estadio con las entradas que comprábamos en el Corte Inglés por cien pesetas. Estoy harto de ver siempre el mismo partido horrible, de ver que no hay solución, de ver que la historia se repite y de cómo los responsables se van de rositas año tras año. Harto de dar vueltas una y otra vez a los mismos argumentos, cansinos y deprimentes, harto de saber qué haría yo y qué deberíamos hacer pero de no poder hacerlo yo solito.

Harto del esperpento de cada domingo. Harto de ir a jugar contra equipos que mantienen la categoría con dificultades y salir trasquilado. Harto de saber que vamos a perder en todos y cada uno de los partidos que suponen un mínimo desafío. Harto de ver un equipo que no sabe a qué juega desde hace años. Harto de sufrir en cada jugada a balón parado, harto de desesperarme en cada contraataque, harto de querer bajar al campo cada domingo, seguro de hacerlo mejor que los que pululan por el césped. Harto de saber que a cada rechace no llega nadie, de saber que sólo el que todos sabemos tiene hambre de ganar y orgullo y casta para intentar hacerlo, aunque sea solo.

Harto de ver una defensa blanda, un medio del campo sin calidad, una delantera aislada. Harto de ver jugadores que pierden la forma y la confianza con una rapidez asombrosa, de ver futbolistas que involucionan, que nunca van a más sino que se convierten en fracasos en cuanto tienen que defender los intereses de mi equipo, no de otro, del mío, sí, hay que joderse. Harto de ver tipos sin sangre ni ganas ni orgullo, ni seso ni picardía ni saber estar. Harto de ver jugadores inocentes, jugadores tontos, jugadores vagos, jugadores tristes. Harto de ver decenas de jugadores, centenares de jugadores, miles de jugadores que pasan por el equipo y no aportan nada. Harto de ver quince jugadores nuevos cada año, casi todos mediocres, todos peores a final de temporada que el año anterior. Harto de que cada verano me vendan que este año sí que sí, que ahora sí que se ha fichado bien, que ese tipo que lleva dos años en blanco pero que en el 2002 fue campeón de Hungría es sin duda lo que necesitamos. Harto de que nos tomen por tontos, de que la prensa nos cuente que todos y cada uno de los jugadores que vienen al equipo son buenísimos y baratísimos e indicadísimos para nuestras necesidades y que luego sean un petardo. Harto de que utilicen el nombre del Club para que intermediarios se forren.

Harto de ver futbolistas que no tienen ni la más remota idea de lo que significa el Club al que defienden llevando la camiseta de mis fotos de niño. Harto de ver que no suben jugadores de la cantera que, sin saber exactamente si son mejores que los que juegan a día de hoy, sí que estoy seguro de que no pueden ser peores. Harto de que no se den oportunidades a chavales que luego aportan en sus otros equipos cosas que nos vendrían muy bien y de que nadie diga nada. Harto de se haya perdido la identidad y la tradición y la esencia, harto de que ninguno de los que tienen que entender qué es lo que pasa no entienda nada. Harto de estar harto.

Harto de anuncios que hablan de fatalismo y de épica y de vergüenza por decir de qué equipo eres, que hablan del Atleti como si fuera una enfermedad que habría que erradicar por obra y gracia de la OMS. Harto de mensajes que tocan nuestra fibra sensible gracias a carísimas agencias de publicidad, para así echar una manta sobre la horrible gestión y la deshonrosa dirección que se le da al Club. Harto de gente que se declara atlética porque mola ser de un equipo así, medio maldito, medio salao, medio caricaturesco, medio romántico. Harto de aspirar y no llegar, harto de ser poco, harto de haber dejado de ser lo que siempre fuimos.

Harto de ver que otros equipos que suspiraban por ser la mitad del tercio de un cuarto de lo que nosotros somos nos pasan por delante, por los lados, por encima. Harto de ver que el Atleti es objeto de chistes fáciles y chuflas burdas, harto de que haya patente de corso para creerse un cachondo a expensas de un club al que le bastaría toser para crear un huracán que acabara con todas esas mentes privilegiadas que de él se ríen, pero que por desgracia está llevado por gente a la que todo esto les importa poco. Harto de que otras aficiones se crean que tienen derecho a ningunearnos, harto de que nadie, salvo una parte de la afición, se dedique a preservar lo poquito que nos queda, incluido el orgullo.

Harto de hablar siempre del Atleti como un problema, como un callejón sin salida, como si fuera un pariente muy querido del que casi nos avergonzamos. Harto de una directiva que no da una, que ve el Club como una cosa que, por desgracia, venía pegada a un solar. Harto de que nos cuenten mentiras, de que prometan cosas, de que nos avergüencen cada vez que hablan. Harto de comprobar que no saben qué es el Atleti, de ver que no les importa, de no entender que es un club de fútbol y no una empresa como Afinsa. Harto de ellos, harto de verles, harto de saber que no se irán hasta que no les den el dinero que persiguen, por más que mientras tanto hundan el resto.

Harto de una afición que hace la ola, que se desentiende del verdadero problema, que antepone el descuento en la tienda del estadio a la situación del Club. Harto de unos seguidores que se tragan todo lo que la prensa les cuenta, que no dedican cinco minutos a reflexionar, quizás esos cinco minutos previos al fin del partido en los que desfilan por la grada para desaparcar más cómodos. Harto de que nunca pase nada, de que nunca se proteste nada, de que dé la impresión de que nos da igual perder contra el penúltimo que ganar contra el primero. Harto de que trague con jugadores que se permiten faltarle al respeto en la prensa y en el campo, trotando sin sangre por entre las líneas de cal entre las que jugó Gárate.

Estoy harto de escribir siempre lo mismo, de decir siempre lo mismo, de ver siempre lo mismo. Estoy harto de estar harto. Como decían ciertos granaínos con aprecio por su club,

“Estoy harto de esperar,
esto es más de lo que puedo soportar”


Mi problema, y el de todos, es lo que esos mismos granaínos con aprecio por su club dicen en esa misma canción, un poco antes

“¿Qué puedo hacer
si después de tanto tiempo
no te dejo de querer?”

Y ahí, ahí, es donde nos duele. Porque esta rabia de hoy mañana se nos pasará, y el sábado iremos al fútbol y escucharemos trompetas y las peñas darán saltos y venderán lotería y aquí paz y después gloria, que estamos en UEFA. En fin.


lunes, 16 de abril de 2007

Lo poquito que nos queda

Cuentan que Keith Richards se presentó en el rodaje de “Piratas del Caribe” seis horas tarde, con una resaca de pánico y sin saberse el guión. Cuando el director se lo echó en cara, Richards contestó sin inmutarse: “Pero… ¿qué esperaban?”.

Ayer el Atleti jugó a una hora muy buena, contra un rival muy asequible, en una tarde espléndida ante un campo lleno, sobre todo, de niños. El partido fue un horror y se ganó porque se fue un poco menos malo que los pobres del Levante. Si alguien le echa en cara el desastroso espectáculo a alguno de los directivos del club estoy seguro de que también contestarían: “Pero… ¿qué esperaban?”




Ayer venían al Calderón varios ex rojiblancos: Abel, Salva, Sabas y Molina. A Molina se le recibió con una larga y cariñosa ovación en los dos fondos, respondida por sus propios aplausos de agradecimiento. Molina es un tipo que al que suscribe le es especialmente simpático. Puede que lo sea por haber sido un portero excepcional que nos dio tardes de gloria. O por su curiosa personalidad, tan auténtica, diferente a la de la mayoría de los futbolistas, tipos irritantes sin interés ni gracia. O por vestir de esos colores tan raros. O por casi meter un gol en jugada personal en su debut con la selección como interior izquierdo. O por haber pasado un cáncer con discreción y torería. O por no esconderse nunca, sobre todo el día que falló en su debut en la Eurocopa, contra Noruega. O por sus cortes de pelo, sus declaraciones, sus cruces con estilo de líbero antiguo.

Las espontáneas ovaciones de ayer me alegraron especialmente, quizás porque hacía tiempo que el Calderón no tenía un detalle similar con aquellos que nos ayudaban a entrar los lunes en la oficina con la cara muy alta. Pero ayer sí, y yo me alegré, y mucho. Y también pensé en que es curioso no haber asistido a casi ningún partido homenaje en mis muchos años de rojiblanco. Y que es curioso el trato que se le da a los ex jugadores en el Club, aunque viendo el trato que se les da a los socios tampoco extraña mucho el tema. Y en por qué no está Molina ni tantos otros todavía en el equipo, en cuántos jugadores válidos se fueron antes de tiempo a equipos a los que también dieron tardes de gloria, en el peso que tiene el sonido del vil metal en las decisiones tomadas en el Club en los últimos años. Así que me alegré de las ovaciones, ya lo he dicho, y mucho, y esto también lo he dicho. Me alegra que la afición sea agradecida, me alegraría saber que Molina agradeció lo de ayer de corazón, me gustaría que se pensara en estas cosas con más frecuencia.

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Ayer se jugaba a las cinco y en tarde soleada, como antaño, y el ambiente era especial. Lo era por el calor, por el inusual sol altísimo que nos dio en la frente durante todo el partido, por los resultados del día anterior. Pero lo era especialmente porque la grada estaba llena de niños, que para eso el club regalaba una entrada infantil o algo así, cosa que me parece estupenda (que no siempre vamos a estar gruñendo). Así que el campo estaba abarrotado de niños y niñas de todas las edades con camisetas rojiblancas y diademas con plumas y coletas y coloretes y pecas y ganas de reírse, y eso se agradece en la tristona grada rojiblanca de los últimos tiempos. Daba gusto. Uno siempre piensa que no debe ser fácil ser niño del Atleti en estos tiempos que corren, porque cuando uno era chico, en los remotos tiempos del secuestro de Quini, el Atleti daba motivos de orgullo y no nos era complicado encontrar motivos para repeler con facilidad los envites dialécticos de los compañeros de colegio de otros equipos. Hoy no debe ser así, y además de moverse en un ambiente de inferioridad numérica flagrante, los pobres chavales y chavalas del Atleti no encuentran excesivos motivos para mantener su altivez contra viento y marea. Uno, que como saben es tonto, aprecia mucho estas cosas y siempre que ve un niño con algún distintivo rojiblanco le dice algo y le pregunta cosas y hasta le compra un helado si al padre no le da por pensar que soy familia del Duque de Feria.

A lo que íbamos. Luccin se lesionó en el último momento y salieron Costinha, Jurado, Galletti y Gabi. Si jurado hubiera tenido otro nombre no nos habría quedado claro si era un cuarteto de clowns contratado para entretener a la chavalería. Quizás en otro orden, “Gabi, Costiña, Galletti y Juradito” … o incluso incluyendo a “Luchín” … si, casi mejor así … bueno, en fin, a lo que íbamos. Que empezó el Atleti a jugar y sí, entonces quedó claro que el centro del campo sí era un número cómico. Chocaban Costinha y Gabi luchando por el mismo balón, y los niños se mondaban. Intentaba Jurado irse por fuerza y lo mismo. Galletti corría con su estilo peculiar y fallaba un gol cantado y gritaban y aplaudían los hijos de los socios, sorprendidos porque a sus padres no les hiciera ni pizca de gracia el espectáculo absurdo que veían. Los niños disfrutaban y preguntaban cuándo saldría el león y el domador o cuándo empezaba la piñata, y hacían cola para saludar a Indy, a cuyo habitante interior se le intuían unos ojos brillantes de orgullo bajo la capa de peluche. Los padres, sin embargo, no lo veían bien y explicaban a sus hijos que no era lo que parecía, que el Atleti maravilloso del que les hablaban antes de dormir jugaba así al fútbol, que era en serio, que por asombroso que les pareciera Galletti no pertenecía a un dúo circense o que el portero no era el Actor Secundario Bob sino Leo Franco con trencitas.

Cayeron los niños en la cuenta y se llevaron un disgusto. Empezaron a no reírse de todo, a preocuparse en serio de lo que veían. No entendían la apatía de los jugadores esos vestidos con la camiseta con la que sus padres les dejan dormir cuando se han portado bien. Algunos perdían el interés y jugaban con un tren, otros pasaban un mal rato, deseando, como los mayores, que les dejaran bajar a ellos a jugar, que iban a hacerlo mejor. Varios niños amenazaban con irse, otros con coger una perra si el Atleti no marcaba pronto o al menos lo intentaba, algunas niñas echaban en cara a los padres el irse con los amigotes para ver ese esperpento. Los más osados no se resignaban, proponían ir al palco a protestar esgrimiendo piruletas y regalices, incluso lanzar una lluvia de pañales usados contra la directiva. Estos últimos no eran muchos pero eran vehementes y aguerridos y si no es por que la inmensa mayoría de niños restantes eran unos conformistas, como sus padres, a lo mejor cae una lluvia de potitos contra el palco y tenemos una desgracia.

La cosa se puso fea y los niños se encaraban con sus padres, reclamando un equipo ganador, echando en cara el que no hicieran nada a pesar del clarísimo timo, poniendo en duda la autoridad paterna al ver que ningún papá bajaba y ponía las peras al cuarto al entrenador, llamado por muchos Profesor Jirafales. Los padres empezaron a sentirse en deuda con sus vástagos y rebuscaron en su pasado, en las tardes en las que el Calderón era un templo del fútbol de contraataque. Así que en ese momento, como en los cuentos, ocurrieron dos cosas. La primera, que gran parte de la afición, movida por el disgusto de sus hijos (que no por su propia iniciativa), silbó y silbó como si quisieran derribar la casita de paja. Silbaban contra el juego del equipo, contra la actitud de los jugadores, contra el atentado contra el decoro que supone ver algunos futbolistas anestesiados llevando la camiseta que sus hijos veneran. Silbaban, en fin, contra el Atleti de hoy. La directiva dirá que silbaban contra el entrenador, el entrenador dirá que contra los jugadores y éstos que contra Indy. Pero se silbaba contra todos y contra cada uno, salvo alguno que se salva. Pero se silbó, y silbaron muchos y hasta Molina silbó de tapadillo, y eso es noticia en este campo en el que vale todo, y no es poco. Terminada la pitada también se animó, como diciendo que los que lo hacéis mal sois vosotros, pero no nosotros. Como debe ser.

Pero es que ocurrió otra cosa. Ocurrió que, de entre todos los jugadores que estaban en el campo, hubo uno que sí entendía por lo que pasaba la hinchada infantil, posiblemente por haber vivido lo mismo. Vio claro que esto no podía quedar así, que los de la grada no se merecían lo que se veía en el césped y tomó cartas en el asunto. Poco antes del descanso, aprovechando una cesión defectuosa, el niño Fernando Torres dio una carrera de cuarenta metros en la que sacó siete a su marcador y provocó un saque de banda en un arranque de furia. La grada reaccionó como un trueno, lanzando puños cerrados al aire que significaban gracias, se nota que eres uno de los nuestros, en ti confiamos para que todos estos chavalines no tengan que hacerse preguntas sin respuesta, eres nuestra única esperanza. Volvió Torres a pedir la bola al que sacaba de banda, se fue de un defensa e hizo un pase con la zurda que nadie remató. Pero daba igual, no era un pase sino una declaración de principios y si éstas no se rematan pues tampoco pasa nada. Volvió a rugir la grada, coreó su nombre en agradecimiento y al descanso vimos con alivio que por los pasillos los niños ensayaban regates y remates en vez de decirle a su padre que se querían ir a casa porque ese rollo de partido no les gustaba.

Así que empezó el segundo tiempo y salió el Kun, y los niños respiraron hondo y comieron yogures y sus esperanzas crecieron. Agüero salió con ganas y buscando la pelota, y Torres tiraba a puerta con una confianza que no veíamos en él hace tiempo. Y tanta confianza tuvo que marcó un golazo de tiro lejano que celebró con estruendo en el banquillo. Torres, el que hasta entonces había hecho todo, marcaba y los niños querían ser él y los mayores también. Todos, chicos y grandes, se alegraban especialmente de que hubiera sido él y no otro el que marcara, de que el destino recompensara su disposición para aceptar la hercúlea responsabilidad de mantener viva una llama. Los niños le comparaban entonces con Mr Increíble y con Spiderman y con Flash Gordon, comparaban al Kun con Son Goku, y algunos con mala baba decían que Jurado es Cactus de las Supernenas. La grada retomaba el pulso y los padres respiraban aliviados por la cantidad de preguntas que, gracias a Torres, no tendrían que responder hoy. Y entre tanto el imaginativo portadista de la revista Forza Atleti, tras haber sacado un número titulado “Galleeeetti!”, se frotaba las manos ante el hecho de que el Niño hubiera destacado en el día del niño.

Del resto del bodrio nada que decir, salvo que el Atleti, como siempre, renunció a meter otro gol por más que esto nos vendría de perlas; que si no es por lo inoperante de los delanteros del Levante empatamos o perdemos; que Jurado necesitó que le quitaran un calambre tras setenta minutos de juego al trote, ahí es nada; que Pernía está para el tinte .... Nada interesante. Bueno, sí, que los padres utilizaron lo visto para aleccionar a su prole. Para decirles que nunca hay que bajar los brazos; que es necesario que todos ayuden porque es imposible que uno sólo pueda con todo, aunque acabaran de ver lo contrario; que a pesar de lo que digan en el colegio y en la prensa, no es obligatorio ser de otro equipo ni renegar del nuestro; que aún hay motivos, aunque pocos, para mantener la fe, y que esos motivos son principalmente dos: el Niño Torres y el resto de niños que en un futuro contarán que vieron ese golazo en una tarde soleada.

lunes, 9 de abril de 2007

Tirarla o no tirarla (fuera)

Para variar, el Atleti jugó psché. Para variar menos, marcó (con lío), se echó atrás, no sentenció cuando pudo y pasó un mal rato. No tanto, la verdad, porque el Villarreal está lejos de ser el equipo de juego preciosista de hace unos meses. Torres falló otro penalti, y es algo ya preocupante porque su efectividad este año está muy lejos de los números que presentaba otras temporadas. Así que como el partido no dejó demasiadas cosas de las que hablar (salvo que Eller lo hizo bien y también Gabi), hablaremos del tema obligado del día. ¿Es “ético” meter un gol como el que metió ayer Eller? ¿Qué hacer cuando un rival cae al suelo fulminado, sin saber si su lesión es real o virtual? ¿Qué es más justo, ignorar al teatrero lesionado imaginario o ponerse siempre en lo peor, echando fuera el balón siempre que un rival muerda la lona? Ya les advierto que ni diremos nada nuevo ni llegaremos a conclusiones categóricas, es lo que tienen estos debates bizantinos.



A uno, que ya saben que es tonto, idealista y romanticón, le dan vergüenza esto del teatro futbolero. Como jugador de fútbol aficionado y torpón, nunca he pasado más vergüenza ajena que viendo cómo un jugador igual de aficionado y torpón que yo fingía un penalti en un partido de una liga municipal de dominguito. A uno, que pesa ya lo suyo, hace falta mucho contacto para tirarle, así que se admira de la facilidad con la que caen estos tipos tan en forma. En el barrio del que uno viene, el dar grititos estaba mal visto y puede que por ello sea especialmente insensible a los mismos. Uno, que ha jugado por esos mundos de Dios contra rudos jugadores ingleses e irlandeses, ha disfrutado especialmente de esos partidos duros en los que se entra con ganas pero sin intención de hacer daño, en los que no se queja ni el que recibe la entrada primero ni el que la recibe luego, en devolución, porque esas son las reglas de un juego en el que no se pretende hacer daño pero tampoco se evita el choque. Por eso le da tanta rabia ver en qué se ha convertido este deporte, en el que sólo falta que salgan los jugadores esterilizados y con guantes de látex con los que colocar sus peinaditos.
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Les pongo en situación, pero a la contra. Cualquier partido, cualquier jornada. En el Calderón, sin ir más lejos, pero cualquier otro campo vale. El equipo visitante se conforma con un empate, y lo deja claro perdiendo tiempo desde el primer momento (peor aún si va ganando cero uno). El portero no encuentra el balón tras la valla de publicidad, el sustituido se va a la otra punta del campo cuando ve de reojo su número en el luminoso del cuarto árbitro, los jugadores echan el balón lejos cuando es el otro equipo quien tiene que sacar a balón parado.

Jugada por la banda, un delantero encara a un lateral rival, corren juntos, forcejean, caen al suelo. El delantero local se levanta, ve como el árbitro pita falta suya, se desespera, jura en arameo, brama, mira a la grada y reclama pitos y bronca para el colegiado. El defensa visitante sin embargo queda tendido en el suelo, levanta la mano sin fuerza, como si estuviera al borde de una muerte cierta. Se echa la mano a la rodilla (¿soy yo solo o en las repeticiones los jugadores siempre se echan mano a la rodilla en la que uno cree que no ha podido hacerse daño?), cierra los ojos, pide ayuda a su banquillo. Sale entonces un médico de traje, trotando con pocas ganas y poco estilo. También un utillero con un bote de agua y una toalla, y un espray de esos que echan frío y levantan humareda y asustan a las señoras. Salen cuatro camilleros, normalmente de tallas poco armónicas y con poco arte en esto del correr, vestidos de rojo alerta. Sale también el fisioterapeuta, por si es un calambre. Y un electricista, por si el calambre pasa a mayores. Llega el interior izquierda y ofrece un riñón propio para transplante, si es que vale de algo. Corre también un notario seguido de un oficial de notaría y una estenotipista con máquina y todo, que el tema parece grave y a lo mejor le da al jugador por cambiar el testamento y dejarle a la amante el piso de la playa. Por último sale un técnico de la Olivetti, no sea que falle la máquina de estenotipia y haya que hacerlo a mano y luego pasarlo a limpio y hemos quedado luego en ir a por los niños.

Entre el tumulto, el jugador se retuerce y la multitud de asistentes emite veredictos contradictorios, como cuando a uno no le arranca el coche en una barbacoa llena de amigos bebidos. “Es la rodilla” – “No, es el bazo” – “Quizás haya cogido frío” - “Destemplado, desde luego, está” – “A ver si es que tiene alto el azúcar” – “Pueden ser gases” (esto lo dice la señora que vino con el notario). Se retira la comitiva, con el médico al frente y el técnico de la OIivetti cerrando el desfile, aliviado porque sí que llega a tiempo a casa de su suegra. En medio, los camilleros llevan al Ecce Homo de mala manera, porque suelen ser bajitos pero siempre hay uno más alto que los demás y la camilla se desnivela. Una camillera, normalmente rubia y con coleta, le echa por encima una mantita guateada como si se llevaran a una viejecita asustada por el ruido. Paran en el lateral, el médico dice unas palabras mágicas (en algunos círculos se comenta que las palabras son “afganistán – bananastán”) y el enfermito sana, se pone de pie, recibe instrucciones y salta, felino y aguerrido, al terreno de juego. Corre a su posición, da instrucciones y gritos de ánimo a los compañeros y de paso amenaza al delantero rival: “ándate con ojo a la próxima, esto no quedará así, que mira qué disgusto le has dado al notario”. Total: cinco minutos de reloj.

El público entonces brama, consciente del ardid. Insultan al lesionado imaginario, a quien le da igual lo que le digan, que él ha hecho su trabajo, lo que de él se espera, lo que le ha prescrito el entrenador, que hoy en día vale más ser “buen profesional” que un tipo honesto. Ha perdido tiempo, ha desquiciado al rival, le ha roto el ritmo y no pagará por ello. Cuando la prensa le pregunte, dirá aquello tan cómico de “hubo contacto”. “Hubo contacto” vale para todo, sin que nadie repare en que hay contactos que a uno le gustan, como cuando te pasa el gato por la pantorrilla, y otros que te rompen un hueso. Pero no, en el fútbol moderno el contacto justifica todo, y si un delantero de sesenta kilos roza a un central de esos que comen tornillos, éste puede tirarse al suelo y provocar un seísmo apreciable hasta Fuengirola, que hubo contacto. El contacto entre futbolistas tiene efectos eléctricos, y su mera existencia provoca reacciones que no se explican si no es por algún tipo de material extrasensible que cubre la dermis a los antaño rudos jugadores, hoy en día más reacios al contacto que las novicias clarisas.

Entonces es el turno de la prensa, que opina y opina. En la radio debaten periodistas y ex-jugadores y concluyen que el que un tipo finja una lesión para perder tiempo y arañar un empate no se considera algo reprobable, sino de “listos”. Nadie repara en que en realidad lo que hace el tipo es tirarse al suelo y pedir ayuda para que la mente de jugadores y público se bloqueen y ordenen jerárquicamente sus principios. “Un tipo teóricamente respetable, quizás padre de dos niños rubios, está pasándolo mal, ¿qué es un partido de fútbol al lado del sufrimiento de un igual? Paremos el partido, demos importancia a lo verdaderamente importante, que este chiquillo se nos muere”. Una vez realizado este noble ejercicio priorizador, va el tipo y se levanta y deja al resto con cara de tontos. “Me he reído de vosotros, pero como no hay forma de demostrar que realmente me dolía, sé que no me va a pasar nada – ¡y además me llamarán listo!”.

¿Hay algo más despreciable? Pues no, pero el tipo no es un miserable sino un “listo”. “El más listo de la clase”, dice la prensa de algunos”. “Un pillo”, “un zorro”, dicen otros, “de esos quiero yo siete en mi equipo”, dice algún entrenador, ejemplo para infantes de su ciudad. Un fenómeno, vaya. Así que los jugadores, normalmente con pocas probabilidades de optar al Nóbel de física, ven lo que ocurre cuando uno es ruin y cunde el ejemplo. “Yo quiero ser listo”, se dicen entre partida y partida de la consola. Así que en el siguiente partido salen dispuestos a ser listísimos, y caen al suelo con estruendo cuando un rival se aproxima y tose. “Hay que ver lo listo que soy, cada día soy más listo, el más listo de la clase”. “El fútbol es de listos”, “el contacto existe”, repite la chiquillería en los partidos del patio.

El listo entonces da con la clave. Nadie puede saber si se ha hecho daño o no, y fingiendo un dolor insoportable pasa toda la responsabilidad de la gestión de la situación al jugador rival. Si sigue jugando es un insensible, un anti-deportivo, un tipo sin escrúpulos ni atisbo de humanidad, una mala persona, incluso un listo. Si para el juego por lo que pueda pasar puede que esté haciendo una noble acción, pero la estadística (mira, esta sí podría hacerla la Sexta) indica que lo más probable es que el listo se la esté jugando, es decir, que esté haciendo el tonto. El pobre al que le llega el balón tiene que decidir en décimas de segundo y ante miles de personas entre ser el malo o ser el tonto, elección ni fácil ni justa ni deseable.

El listo pues, consciente de su enorme poder e infinita impunidad, hace listezas, listuras y listanzas a su antojo, primero una vez por partido, luego dos y luego veinte. Al final, cada vez que nota el contacto salta cual rana alcanzada por un dardo, devorado por su plañidero personaje. El público rival, que no es tonto, se predispone en su contra y cada vez que salta y brinca dolorido, se levanta un grito de desaprobación, una ola de ofensa, un ciclón de incredulidad y un tsunami de odio. Ya pueden darle al listo con una plancha en el cráneo que cualquier grito que lance se tomará por una provocación. Su fama se extiende como la pólvora y ya no se la quitará ni aún procesionando descalzo de camino al estadio rival. Se extiende también al resto de jugadores de su equipo, que deben soportar tarascadas sin quejarse por culpa del listo de marras. Y hasta la afición de su equipo pasa a llevar el sambenito de quejica, llorica y chivata. Y la espiral se ensancha y todas las aficiones sospechan de todos los jugadores rivales, y piensan mal de cualquier jugador que cae con gestos de mayor dolor y traspaso. Y, ¿saben qué les digo? Que no me extraña.

(Esto, viejo como el mundo, ya pasaba en el cuento de Pedro, el pastorcito mentiroso, y el Lobo, pero si se lo digo al principio del artículo ninguno de Vds hubiera llegado hasta aquí, claro).

Así que volviendo al tema del día, ¿qué debió hacer el Kun?. Pues no lo sé. Desconozco si Guille Franco es un tipo respetable o bien si es propenso al alarido injustificado, así que no lo personalizo en él (sí lo haría si fuera otro jugador). Si los jugadores fueran los gentlemen de antaño, sin duda debería haber tirado el balón fuera. De no haberlo hecho, uno hubiera esperado que no ya el rival sino sus propios compañeros hubieran parado el juego, afeándole su falta de compañerismo y sensibilidad, al igual que uno hubiera esperado que los propios compañeros del fingiente le echaran en cara su desfachatez. Pero en el desnaturalizado fútbol de hoy en día, el Kun tuvo que elegir entre que le llamaran “anti-deportivo-pero-listo” o “inocente-tirando-a-tonto-de-remate”. Cada uno debe hacer su elección, y motivos no faltan para decantarse por una u otra postura. Pero tampoco deben faltar para entender al que opte por lo contrario.


lunes, 2 de abril de 2007

Fuera de lugar

Uno, ya lo saben, está más que harto del Atleti. Al contrario de lo que ocurría otras temporadas, cuando esta vez me ofrecieron un estupendo plan de fin de semana que implicaba no ver el partido del Mallorca en casa, tuve claro que no merecía sacrificar la oportunidad para ver a la panda que últimamente viste la camiseta de nuestro equipo. Como encima uno tiene la suerte de tener amigos que escriben de maravilla, que son generosos y apañaos y del Atleti, y que además se brindan a hacer el quite como si del gran Juan Martín Recio se tratara, pues la decisión es clara.



Así que hoy la crónica no es de Carlos Fuentes, es de Javier Zurilla, que escribe mucho mejor, y eso que salen ganando todos Vds. Que la disfruten. Y gracias, Javier.
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De un tiempo a esta parte, ir al Calderón conlleva una sensación de extrañeza. Es como si fueras a tu casa a cenar y la llave no entrara en la cerradura. Como si en el cumpleaños de tu madre, ella preguntara a tus hermanos señalándote: “quién es ese señor que ha venido a comer con vosotros”. Te sientes como Pajares y Esteso en una película de Bergman. O como el protagonista de una de esas películas de terror en la que su casa está llena de fantasmas y el extraño acaba siendo él mismo. O como Fernando Torres mirando a sus compañeros. Sí: ir al Calderón te genera la duda de estar fuera de lugar. Porque quienes saben que por ese verde jugaron Gárate, Luis, Leivinha, Pereira, Caminero, Kiko… Y hoy ven lo que ven, saben que ese equipo no se parece en nada al de sus recuerdos.

Y no sólo el equipo no se parece en nada a lo que ha definido este club como un grande. Nuestro uniforme, tampoco. Porque este año muchos niños creerán que nuestro uniforme es un absurdo pijama mitad rojo y mitad blanco. Nuestro orgullo rojiblanco, tampoco se parece al que era, porque pocas veces como este año, un equipo siempre orgulloso que aprovechaba la menor ocasión para ganar una liga, ha desperdiciado una gran ocasión al no reforzarse en invierno. Y aquí parece que no pasa nada. Y si pasa, se le saluda y tan contentos.

Supongo que quien intente leer en estas líneas una crónica y lea todo esto, dirá que me he equivocado de género. Pero es que para analizar el partido de hoy hay que hablar menos que en una película porno. Para analizar este Atlético de Madrid – Mallorca (1-1) baste decir que ha sido exactamente igual a todos los partidos que nuestro equipo ha jugado exceptuando las primeras partes de Vigo y Bilbao y gran parte del derby contra el Madrid (el peor Madrid que uno recuerda y cuya posición en la Liga da que pensar sobre lo que es nuestra Liga). Es decir, nada por aquí y nada por allá… pero sin magia alguna.

Por líneas. Leo Franco ha sido abducido por el espíritu de Bob Marley y prefiere estar a la sombra del larguero contemplando el transcurrir de la vida que salir a vivirla. Habría que perseguir a su peluquero, porque desde que le hizo la faena, alguna loción nefasta le ha reblandecido el cerebro. Pura contemplación, oigan. Y no lo digo por el gol, que un poco también, aunque de ese tema habría que hablar con Jurado (ese gran lanzador de jugadas de gol del equipo contrario) y con Perea. Ni una sola jugada en la que los defensas le protegían el balón ante el acoso del delantero contrario, ha dado sensación de salir si no es por los gritos desesperados de sus compañeros.

Perea no hubiera estado mal si no fuera por el gol. Pero como en el 90% de los partidos de este año nos han metido un gol por él, pues hay que decir que ha estado como siempre esta temporada: mal. Eller parece tener más voluntad que muchos de sus compañeros. Es lento, pero tiene recursos. Pablo, como el título de esta crónica, está fuera de lugar. Lo intenta, pero todos le vemos en el Bernabéu por muchas disculpas que pida. Y él lo nota y no resuelve las jugadas como en años pasados. Antonio López es mejor que Pernía. Lo cual no es mucho decir. Físicamente, muy lejos de su mejor forma. No obstante, cualquiera de ellos nos parecerían mucho mejores si este equipo tuviera un cerebro, alguien a quien tuvieran de referencia.

Pero no lo tienen, porque en la media hay más gente fuera de lugar. Gabi está aquí pero es ya del Zaragoza (y gratis, algo por lo que alguien debería dar explicaciones). Cuando por fin viaje, no le echaremos de menos. Salvo la tarjeta de siempre y otra entrada que pudo ser la roja de casi siempre, pasó desapercibido. Como siempre. Se esconde colocándose al lado de Luccin. Yo antes le echaba siempre la culpa al francés. Pero estaba equivocado. Luccin, últimamente, hace lo que puede y más. Incluso autoexpulsarse y dejarnos sin medular el próximo partido. Pero le disculpo: ha llamado tonto a Pérez Lasa y eso es algo que todo buen atlético sueña hacer. Y él lo ha hecho por todos nosotros.

Del misterio Galletti mejor que hable Iker Jiménez. Salvo cuando juega contra el Madrid, uno se pregunta cómo un jugador como él ha logrado no ya jugar en primera, sino ser internacional por Argentina. ¿Y Jurado? Otro fuera de su lugar natural. Primero, porque es jugador del Madrid, no nuestro. Segundo, porque le pongan donde le pongan, parece que no es su sitio. Cierto que ha dado el pase del gol. Dos asistencias y ningún gol le contemplan esta temporada. Si, como contrapartida, le sumamos los cerca de la media docena de goles rivales a causa de pérdidas de balón suyas, sus estadísticas nos hablan de un jugador blando y mediocre. Sin implicación alguna en el equipo. Normal: porque él no es de este equipo ni futbolísticamente (se hable de técnica o de garra) da la talla para serlo.

Arriba, un Mista limitado (muy limitado), pero que junto con Torres ha corrido por todo el mediocampo porque Luccin pillaba muy lejos y los demás miraban como corrían ellos dos solos. Mecanización del juego se llama eso, señor Aguirre. Y al lado de Mista y al lado de todos nosotros, ese jugador llamado Fernando Torres, lo único que queda en este equipo que me recuerda lo grande que era. La única esperanza de que pueda volver a serlo. Corre, lucha, tiene orgullo y hoy ha definido como nunca en la única jugada de gol clara que ha tenido. Más no puede tener, porque no se conoce de jugador alguno que dé el pase de gol y lo remate en la misma jugada. Dice un tal Paco González que debe decidir entre ser un goleador o un jugador creativo, de los que bajan a inventar la jugada. Como si en el Atleti de nuestros días se pudiera decidir entre una cosa y otra. Señor González: Torres hace lo que puede y más para que este equipo sobreviva. Y algunos, se lo agradeceremos eternamente. Y más conociendo a los jugadores que le rodean.

Porque es como en ese chiste en el que un amigo le preguntaa otro: “¿Qué crees que es peor: la falta de interés o el desconocimiento?”. Y el otro, le contesta: “Ni lo sé, ni me importa”. En este Atleti, Torres es el que pregunta. Los demás, el amigo que contesta. Por ejemplo, uno que no sabe lo que pasa es Aguirre: lo ha reconocido en rueda de prensa. A lo mejor si jugaran menos al volley-fútbol en los entrenamientos y se ensayaran coberturas, desdoblamientos en banda, mecanización en pressing y las faltas (tanto en defensa como en ataque), podría averiguarlo. Pero no: no sabe nada. Y nosotros podemos certificarlo cada domingo. Que faltando 10 jornadas, aún no sepa cómo armonizar la pareja Torres-Agüero, que coloque a Mista de medio o extremo izquierdo, que coloque al argentino de ariete y a Torres a buscarse la vida, que se lleve a Jacobo mil partidos para jugar un minuto y luego saque a Marqués (que hoy no ha estado mal), que no juega en el filial, que lleve a juveniles que son reservas y no se fije en joyas como Camacho o Rubén Ramos… Todo eso demuestra que, efectivamente, no sabe… O no le informan. O no le importa.

Pero no es el único. Los hay peores (que ni saben ni parece importarles nada, vaya). Ejemplo nº1: García Pitarch no sabe cerrar un fichaje cuando se le necesita. Ejemplo nº2: El doctor Villalón, que ha hecho que el Atleti sea como Hospital Central, que entras porque se te ha infectado un padrastro en un dedo de la mano y acabas con una enfermedad terminal. Ejemplo nº3: Nuestro presidente no sabe que probablemente este año tampoco lleguemos a Europa (¿nos lo mereceríamos?) por muchas frases grandilocuentes que diga ni convenios con la CAM firme. Ejemplo nº 4: nuestro director general, más pendiente de marcas y divisiones inmobiliarias, no sabe absolutamente nada de lo que es un club de fútbol.

Y lo que es peor: parece que ninguno sabe lo que ha sido este club. Probablemente porque ninguno haya sufrido de crío con las rayas rojiblancas. Tal vez por ello se empeñen en eliminarlas de nuestro uniforme. No saben lo que es el Calderón. Tal vez por eso nos quieran dejar sin él. No saben que los indios acampamos a este lado del río. Tal vez por eso en vez de elegir la opción Campamento quieren ir a La Peineta. No saben que estamos cerca de perder el halo que nos ha hecho grandes. Hoy, sin ir más lejos, con 1-0 en el marcador y un juego tan soporífero como cada domingo de estos últimos cinco años, he atisbado cómo en una zona del campo, algunos seguidores (¿) de este club querían hacer la ola. Si este es nuestro destino, que pare el tren, que me bajo. Si no quieren los que nos mandan que lo sea, que aprendan cuanto antes que un club de fútbol no es solo marketing. Es orgullo y sentimiento.

Muchos de los que lean estas líneas se seguirán preguntando que qué tiene que ver la crónica de un partido (el de hoy) con todo lo que estoy diciendo. Mucho. Porque el partido de hoy ya lo he visto muchas veces y es un ejemplo más de un proyecto futbolístico inexistente, de una falta de orgullo (en equipo y afición) preocupante y de una planificación deportiva repetidamente equivocada. Porque el partido de hoy ha tenido tan poco fútbol, que te deja mucho tiempo para pensar en otras cosas. Esencialmente en que si este es el Atleti al que debemos acostumbrarnos, si sus seguidores podemos llegar a hacer la ola por ganar 1-0 al Mallorca en vez de desgañitarnos pidiendo explicaciones de lo que pasa en este club (tantos años fuera de Europa, tantos años sin títulos, con un presupuesto puntero en primera), es que este club no es el que nos enseñaron a amar nuestros padres. Ni con el que puedan emocionarse nuestros hijos. Y los que recordamos lo que fue, estamos destinados a ser exiliados de nuestros propios sentimientos. Fuera de lugar en nuestra propia casa. Como el protagonista de una de esas películas de terror en la que su casa está llena de fantasmas y el extraño acaba siendo él mismo. O como Fernando Torres mirando a sus compañeros.

Javier Zurilla