domingo, 7 de febrero de 2016

La verdad, no hacía falta.



La verdad es que no hacía falta. No hacía falta que Torres marcase el gol número 100 para llevarnos un alegrón, hubiera bastado con ver el partido espectacular que se marcó el Niño en los pocos minutos que tuvo para haber llegado a casa con sonrisilla tonta y ganas de ver los resúmenes. No hacía falta enseñar la camiseta con el número 100 para alegrarle la cara al Calderón, porque la ovación que se llevó Torres al salir corriendo desde la zona del calentamiento del fondo Sur e ir hacia la línea del medio del campo ya hubiera servido para dejar claro que, con goles o sin goles, a Torres se le quiere en el Calderón más que a nadie y con justicia.

No hacía falta tener mucha memoria para comparar el gol de la final de Viena con la primera ocasión que tuvo Torres ayer, sacando al defensa tres metros en una carrera de quince, aguantando la carga y buscando el balón picado por encima del portero, que esta vez se fue fuera. No hacía falta tener muchos años para reconocer la zancada y el poderío con el que Torres se fue ayer una y otra vez de su defensa, ni ser experto en biomecánica para confirmar que, por mucho que se haya dicho y se seguirá diciendo, el Niño sigue teniendo arrancada de búfalo y lámina de cartel de fútbol, estampa de futbolista grande cada vez que sale encarando rivales camino de la portería rival. No hacía falta ser muy perspicaz ni muy incondicional, como es el que suscribe, para darse cuenta de que Torres, nada más que por el hecho de salir al campo, ejerce un efecto intimidador en los rivales que no consigue casi ningún jugador de la liga.

No hacía falta que el gol llegara ayer ni cualquier otro día, y menos contra el bravo, limpio y valeroso Eibar, un equipo estupendo que ni dio una patada ni perdió un minuto. No hacía falta marcar el tercer gol en un partido ya ganado, pero a ello le dedicó Torres cuerpo y alma durante los 20 minutos que tuvimos la suerte de verle ayer, mostrando una ambición y determinación idénticas a la del chaval que hizo aquél gol al Betis a pase de Jorge Larena o dejó sentado en la banda derecha del fondo Norte del Calderón al mismísimo Naybet, ese jugadorazo. No hacía falta intentarlo tanto, no hacía falta buscarlo tanto, aunque, eso sí, uno a estas alturas ya sabe que Torres no puede evitar quererlo tanto.

No hacía falta esperar a este momento para sentirse de nuevo orgulloso de este chaval que ya es un tío hecho y derecho que da lecciones cuando las cosas le van mal y le van bien. No hacía falta verle entregar la camiseta al anciano entrenador que confió en él cuando era un chavalín para saber que estamos ante un tipo especial, igual que no hacía falta escuchar su enésima lección de colchonerismo el otro día, vestido de impecable traje negro, cuando puso por delante de cualquier ambición personal el bien del equipo del que somos desde pequeños.

No hacía falta que le recibiéramos 45.000 tipos en un domingo de invierno para dejar claro que el que volvía no era un jugador de fútbol sino un estandarte, no hacía falta leer las asombradas crónicas del día después para saber que hablamos de un tipo distinto y de una afición especial. No hacía falta leer a la prensa faltona y torpe hacer chanzas sobre un jugador que lo ha ganado todo para aclarar quién está en lo cierto y quién no. No hacía falta leer tampoco los comentarios a los diarios deportivos para entender que como Torres no hay muchos y que a muchas otras aficiones les gustaría tener uno.

No hacía falta esperar al gol 100 para volver la cara a los pocos aficionados atléticos que se permiten el lujo de faltarle el respeto a Torres, siempre por lo bajini y cuando la situación les da ventaja, para entender que también entre los nuestros hay algunos que no se enteran de nada. No hacía falta llegar a este momento para acordarse de los que ahí han estado en las buenas y en las malas, en Neptuno protestando el día en el que el Club anunció su venta y también en Neptuno esperando el autobús descapotado en el que paseó copas de Europa y del Mundo.  No hacía falta tampoco el vivir un gol más para ver cómo, como suele ocurrir, aquellos que se rasgaban las vestiduras con su vuelta y hablaban de traiciones y peseterismo ahora anuncian con fanfarrias lo gran tipo y gran jugador que es Fernando Torres. No hacía falta leer nada sobre la absurda y supuesta división en el seno de la afición a cuenta de la renovación de Torres y su relación con Simeone para saber que muchas veces es mejor no leer nada, aunque la celebración del Cholo dejó claras muchas cosas que hasta hace unos días parecían totalmente diferentes.

No hacía falta que pasara nada de esto para estar orgullosísimos de Torres, ni había por qué esperar a un gol más para celebrar la suerte de haberle tenido jugando con nosotros hace años, cuando todo iba mal y ahora, cuando todo va bien. No hacía falta más que verle en la foto oficial para volver a llenar el campo de niños vestidos de Fernando Torres, de adultos vestidos del Niño, de extranjeros vestidos de Torres y de atléticos deseando ver contento a Torres, porque Torres suele estar contento cuando los demás lo estamos. No hacía falta que metiera el gol 100, ni siquiera ver cómo metía el gol 100, no hacía falta absolutamente nada de esto para que nos quedara claro, una vez más, que hemos tenido la fortuna de coincidir en el tiempo y el estadio con un jugador monumental y un símbolo inmejorable de lo que es el Atleti.

No hacía falta que Torres metiera ese gol. Pero lo metió. Y nosotros estuvimos allí y lo celebramos como si lo hubiéramos metido nosotros, como siempre ocurre con Torres. No hacía falta, pero nos volvió a dar esa alegría. No hacía falta, pero nos lo llevamos de regalo, arrugado entre tantos abrazos de grada y tirones de abrigo de los amigos. No hacía falta, pero ahí lo tenemos.

Gracias cien mil veces, Fernando Torres; volveremos a decir lo mismo cuando marques el gol 200.

domingo, 3 de enero de 2016

Crónica con gafas del Atleti - Levante

Estimados lectores:

Debido a la presión ejercida por un insistente lobby de gente llamada en su mayoría Marisa, hoy hay crónica.

Gracias.

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En día raro en el que hacía más frío a las 6 de la tarde que a las 11 de la noche, llegaba al Calderón el Levante; eso sí, compareció debidamente vestido de empleado de la limpieza pública, en un guiño reivindicativo por la excesiva suciedad de la capital y la precariedad del empleo en las contratas de limpieza; todo un detalle.

El Levante es un equipo raro que tiene todo para caer bien, pero se diría que se esfuerza por caer mal. El Levante es un equipo modesto de barrio peleón, de esos que nos gustan, y tienen en su misma ciudad a ese equipo eternamente enfadado, sobreactuado y fatalista, ruidoso en la victoria y quejica y denunciante en la derrota, amigo de las teorías de la conspiración y de la comparación continua, odiador de árbitros y rivales y que ha hecho del grito “buuurrrooo, buuuurro” su seña de identidad, su tarjeta de presentación, su “You´ll never walk alone” fallero.

- Tampoco se pase Vd.
- Tiene Vd razón.
- Pues retírelo.
- Ni hablar.
- Vaya.

El Levante tiene una cruz de las gordas teniendo un vecino mucho más grande y muchas veces antipático, y se sabe equipo pequeño y quizás ascensor como máxima meta; nada más que por eso a uno le caería bien el Levante. Pero algo tiene el Levante que le hace querer ser antipático también, al menos con el Atleti: la desproporcionada celebración de la victoria que le podía quitar el título de Liga al Atleti hace dos años, los malos modos hacia la afición colchonera en los partidos en Valencia (probablemente causados por alguna falta de respeto previa de esos que se arrogan el derecho de representarnos en muchos campos sin que nadie se lo haya pedido) y las formas marrulleras de muchos de sus jugadores han conseguido que el Levante, que de ser un equipo inglés de ciudad industrial a la sombra de un club poderoso sería nuestro ojito derecho en las Islas, no nos caiga ni la mitad de bien que debería. Quizás se pueda reconducir el tema, quién sabe, quién sabe, oiga.

Y aun así, con esas cosas, el Levante ha tenido hacia el que suscribe dos gestos inolvidables: el primero, alinear temporada tras temporada a Ballesteros, de quien ya hablamos en su momento. Ballesteros, jugador rudo con cara de guardaespaldas de capo mafioso de Chicago y cuerpo de luchador canario, fue profesional del fútbol durante muchos años y, por ellos mismo, ejemplo y guía para muchos de nosotros, jugadores de gran tonelaje y físico más indicado para la cata de guisos de cuchara que para el deporte rey. Ballesteros fue para muchos un ejemplo, un rayo de esperanza, un espejo en el que mirarnos cuando otro espejo, en concreto el de nuestro baño, nos aconsejaba dejar el fútbol y dedicarnos en cuerpo y alma a la dieta hipocalórica durante al menos dos años.

Pero es que, ya sin Ballesteros, faro de fondones y paladín de centrales de barrio con movilidad reducida, ayer el Levante sacó otro jugador llamado a ser leyenda: Ángel Trujillo Canorea, “Trujillo”, madrileño con gran experiencia en Guadalajara y ex del Almería, salió ayer al campo con gafas. Con gafas, sí, con gafas. Hay quien dirá que era una máscara protectora, hay quien dirá que era un sofisticado dispositivo de protección de las córneas y hay quien dirá misa, pero la realidad es que Trujillo salió con gafas de pasta negra como de notario antiguo, y en ese momento muchos miopes nos pusimos en pie y agradecimos a Trujillo, que además tiene nombre de compañero de clase con gafas, ese homenaje público a tantos y tantos pelotazos en la cara con fractura abierta de montura. Si en vez de unas gafas tan molonas llega a llevar unas normales de pasta reparadas con papel celo, la lágrima se habría convertido en llanto; si además llega a llevar una lente tapada para corregir el ojo vago, ya le sacamos a hombros.

Gracias por tanto, Levante. Gracias, Ballesteros. Gracias, Trujillo. ¡Viva San Gabino, mártir!
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El Atleti volvió a ganar jugando ese partido que parece que va a empatar y, si hay mala suerte, perder. Le cuesta al Atleti últimamente meter goles, sobre todo en el primer tiempo, y parece dejar para el último momento el arreón, como los malos estudiantes ante los exámenes finales.

El Atleti volvió a jugar un partido gris con buen resultado, algo que permite al equipo estar en lo más alto a pesar de no andar carburando aún con todos los cilindros. Apabullador e impreciso, el Atleti empujó en el primer tiempo al Levante hasta meterlo en su campo, agolpándose pues jugadores propios y rivales en demasiados pocos metros como para que los delanteros puedan tener el espacio suficiente para maniobrar. Recuerda en esto el Atleti al Chelsea de hace un par de años, ese equipo que empujaba y empujaba al rival hasta lograr una sensación de agobio general parecida a la de los últimos charcos de barro llenos de carpas que quedan en tiempo de sequía, con sobrepoblación tanto para la defensa que achica balones sin cesar como para los delanteros, incapaces de girarse, moverse o chutar sin tener cinco oponentes encima.

En varias ocasiones hemos tenido esta misma sensación en casa: equipo visitante que viene con idea de no atacar si no es de carambola, dos líneas claras en campo propio, balón entregado al Atleti y planteamiento consistente en limitarse a ocupar los diminutos espacios que quedan libres entre tantísima gente. Los rivales conocen al Atleti y parece que son varios los entrenadores que han llegado a la conclusión de que la única forma de hacer frente al cambiante dibujo del Cholo, que pasa en un santiamén del 4-3-3 al 4-3-2-1 o al 4-1-4-1 con cambios de banda incluidos, es atrincherarse en el área propia y hacer acopio de agua, leche condensada y frutos secos a la espera de que pase el Blitzkrieg (bop).

Estas situaciones, complicadas de gestionar, eran siempre más llevaderas cuando estaba en el campo Tiago, el único jugador de la plantilla capaz de mantener la calma y esperar el pase, de hacer de vértice del poliedro montado entre jugadores atléticos y rivales y repartir juego hacia los lados hasta encontrar un pase hacia dentro. Con Koke más centrado este año en tirar la presión, ni Gabi ni Saúl tienen la flema del portugués para abrir latas rivales, centrándose el primero en buscar pases verticales difíciles para los delanteros y el segundo en entrar por fuerza, rompiendo la línea como los centros irlandeses, lo que no siempre es sencillo.

Y ahí es donde se echa de menos a los delanteros. Jackson, mejor ayer en el inicio del partido y progresivamente insustancial hasta la nada absoluta a ratos, no tiene una misión fácil con tanta gente cerca. Tampoco la tiene Torres, por cierto, pero el mayor empuje y garra de éste hace que Jackson nos siga pareciendo claramente inferior en prestaciones al Torres más torpón. Correa y Griezmann, y hasta Vietto, parecen ser de un corte más adecuado para abrir galerías bajo las empalizadas, pero tampoco lo suelen hacer. Su presencia en el equipo trae además otros problemas: el primero, que la media de altura del equipo baja con ellos 15 centímetros, lo que es un problema en los córners propios y extraños;  lo segundo, que ninguno de ellos aporta el trabajo necesario cuando la situación lo requiere, algo que sólo justifica Griezmann con su increíble capacidad para meter un gol en cada balón que toca. Correa - ayer perdido en las dos o tres posiciones en las que jugó -, Vietto – aka Viettecito – y Griezmann no hicieron ayer nada que refrende la teoría de que con ellos y su buen juego el Atleti debería poder ganar con solvencia a los equipos que se cierran; Jackson, con un par de buenos detalles y esa desidia general que desprende, tampoco dejó  claro si su aportación es valiosa en lo futbolístico o simplemente en lo cromático.

Pero el claro protagonista de la noche fue, de nuevo, Thomas. Con el equipo partido tras la salida de Koke y el centro del campo perdido en favor del rival, que tiene narices la cosa, el partido pedía como el comer la salida de un centrocampista del Atleti, y ese fue Thomas. Thomas corrigió el 4-2-4 tan del Vasco Aguirre con el que el Atleti jugó un rato, y de paso fue un tormento para el Levante. Presionando algo más arriba de la zona de medios, impidiendo la salida del Levante (y eso que tenían un jugador con gafas) y robando tres, cuatro balones vitales, Thomas se permitió además irse para delante y meter un gol vital, tirando a puerta tras varios regates y conducciones y viendo como el balón entraba, casi pidiendo disculpas, para meter al Atleti primero, con un partido menos que el Barça.

Thomas se está ganando poco a poco el derecho a jugar más partidos que ni Óliver ni Saúl están sabiendo aprovechar del todo, y se muestra como una posibilidad más que real de apuntalar el centro del campo, tan huérfano desde la lesión de Tiago. Thomas, además, tiene un nombre que invita al chiste fácil y en las próximas jornadas seguramente presenciemos una catarata de chascarrillos y un festival del humor muy así como de Cerezo (tipo “qué Thomas? - pues un bacardí con cola, chata”) que ríanse Vds de nuestro presidente en el palco de un teatro de revista, oiga.
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Visto lo visto (con gafas), hay a estas alturas de la temporada cosas buenas y cosas malas que resaltar. El Atleti, en efecto, no está jugando bien y los partidos se le resisten. No marca con facilidad y entre los delanteros sólo Griezmann presenta buenos números. El juego no es fluido y no se rematan los partidos cuando se debe, dejando los deberes para tarde como regla general. Hay dudas en el centro del campo y dudas en la delantera, donde Torres, voluntarioso pero sin tino de cara a puerta, es por ahora el que más aporta como compañero de Griezmann sin que Correa, Vietto o Jackson hayan respondido a las expectativas. En el centro del campo, además, ninguna de las apuestas más jóvenes parecen haber cuajado al 100%: ni Saúl ni Óliver están mostrando su enorme capacidad y Carrasco, incisivo, valiente pero algo alocado, parece más titular que el resto pero tiene el enorme hándicap de ser un especialista de banda.

Y, sin embargo, se mueve: este Atleti que juega feo y mete pocos goles, el Atleti que aun no ha conseguido encajar todas las piezas ni brilla entre los demás, le saca dos puntos al Barça si bien puede quedar fácilmente un punto por detrás en cuanto el Barcelona juegue el partido que le queda. El Atleti recibe pocos goles y algunos de los que recibe, como los de Coruña o Málaga, son fruto de fatalidades o fallos inusuales; sin ellos, el Atleti sería líder aún con el Barça a igualdad de partidos. Oblak es más que fiable, Godín (ayer de nuevo espectacular) manda la defensa con brillantez y los laterales  no dejan dudas respecto a su juego. El otro central, sea Savic o Giménez, funciona con solvencia y el resultado está ahí. La defensa del Atleti sí es una máquina afinada que, hoy por hoy, sostiene con solidez al equipo y espanta rivales sin demasiados problemas.

El Atleti pues es vice líder con únicamente 6 cilindros de 11 (esto es, Oblak, 4 defensas y Griezmann) trabajando al ritmo esperado. A poco que se afine el resto, a poco que la media (repentinamente reforzada con Thomas, Augusto y Kraneviter) se consolide y Koke pueda ser más Koke y menos apagafuegos, a poco que el delantero que acompaña a Griezmann afine puntería y siempre y cuando la defensa sigua igual y los jugadores sigan interpretando con lucidez los continuos cambios de dibujo que desde el banquillo se ordenan, el equipo puede empezar ahora a crecer desde una base muy sólida.

En breve empieza la segunda vuelta, que tiene un primer tramo temible: si el Atleti es capaz de salir vivo de esa enorme cuesta arriba, si las continuas rotaciones del Cholo llevan a los jugadores a alcanzar en buen pico de forma y con el sistema engrasado el último tercio del campeonato (o más bien de los campeonatos), ojo a lo que puede hacer el Atleti. Ojo vago, incluso, como el de Trujillo.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Cuatro palabras sobre el Atleti - Athletic




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Nota: por motivos que no vienen al caso, es muy posible que la frecuencia de las crónicas decrezca o que directamente el blog no se actualice en semanas. Perdón por las molestias.
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Para el que suscribe es un placer que venga a casa el Athletic de Bilbao, por lo que significa para el Atleti de Madrid y por lo que significa en general. Más aún cuando la llegada viene precedida de una iniciativa bien bonita para niños que han pasado un mal rato entre esos ratos buenos que pasan pensando en Rojo y Blanco. A todos aquellos que tuvieron la idea de unir este partido a la iniciativa que tanto reconocimiento se llevó en los días previos gracias a un precioso vídeo, enhorabuena y gracias por haber hecho partícipe de ella al Atleti y su afición.

El Athletic planteó un partido inteligente y llevó a cabo el planteamiento como hacen los equipos buenos: con convencimiento y ganas, creyendo en lo que hacía y sabiendo qué tenía que hacer. Que Valverde es un buen entrenador lo sabemos todos, que había estudiado y había visto bien qué venía haciendo el Atleti también. Con el juego volcado a la banda izquierda y Juanfran inédito en el primer tiempo, sólo ocupado en no perder de vista a Iñaki Williams, el Athletic tuvo al Atleti donde quería durante buena parte del partido: encajonado, sin espacios, en la banda en la que Filipe, Koke y Carrasco intentaban sin mucho éxito progresar hasta zona de tiro y pase. Con Vietto algo blando para la envergadura del partido y Griezmann lejos de la acción todo el primer tiempo, el Athletic se mostró como un equipo duro, trabajado, tenaz e inteligente. Un buen equipo con un delantero, Adúriz, que es un tormento para los defensas: pelea, las gana por arriba y por abajo y, cuando no lo hace, le persigue a uno como si le debieran dinero o, lo que es peor, como si le hubieran robado el paraguas. Con Raúl de pareja de baile, la furiosa delantera del Athletic ha conseguido un efecto colateral valiosísimo para su equipo: que la media corra menos y pueda pensar más, que Beñat, por ejemplo, sea un jugador presente en todas las fases en vez del espectro con barba de hípster y pelo de seminarista que pululaba durante los partidos de no hace tanto tiempo. Ole por el Athletic, un buen equipo que hizo un buen partido.
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En el Calderón empieza a sonar Rosendo últimamente, cosa que nos alegra. Suena “Agradecido” últimamente y también ha sonado “Maneras de Vivir”. También por megafonía nos han regalado con “Thunderstruck” y “Satisfaction”; ayer, sin embargo, el partido terminó y, en seguidita, sonó “Nine to five” de Dolly Parton. Entre tanta guitarra a alguien le ha dado por el country festivo, y eso nos deja, como poco, perplejos.

Entre “Agradecido” y “Nine to five”, el Atleti jugó un buen partido. No brillante, no majestuoso, sí áspero y trabajado, sí un buen partido. Con poco que decir en ataque el primer tiempo, con mucho que trabajar desde el primer momento para poder seguir con el ritmo infernal impuesto por los visitantes, pero un buen partido. El Atleti pasó del 4-4-2 al 4-1-4-1 con facilidad mecanizada, haciendo que los analistas tuvieran que echar mano de escuadra y cartabón mientras entornaban los ojos viendo los cambios en el dibujo. Koke lo mismo estaba echado hacia dentro que salía a presionar el primero, Saúl corría y corría espesando la salsa en la que juega el equipo y sólo Gabi parecía indudablemente asociado a su posición de pivote por delante de la defensa. El Atleti del Cholo, a quien la prensa adjudica como únicos méritos la testiculina y el ardor guerrero, tiene estas cosas y es capaz de cambiar sobre la marcha de un dibujo a otro, atacando de una forma y defendiendo otra muy distinta sin que haga falta más que tres o cuatro voces de Gabi o Koke mientras los rivales intentan entender qué ocurrió en el dibujo de los de rojo y blanco, cambiante como la ristra de pañuelos de un prestidigitador.

Con Carrasco algo desdibujado ayer ante el entramado del centro del campo bilbaíno, Vietto algo sobrepasado (de nuevo) por la intensidad del juego y Griezmann dimitido durante bastantes minutos (algo que tampoco es novedad), en la grada se respiró una vez más la sensación de que costaría Dios y ayuda marcar un gol, más aún dos tras ponerse por delante el rival en un balón parado, qué cosas. Menos mal que Saúl marcó en un momento importantísimo, menos mal que Griezmann tiene ese don prodigioso de meter un gol de cada dos balones que toca. Si alguien llevara la estadística de cuántos balones necesita tocar Griezmann para meter un gol, probablemente estaríamos ante el delantero más eficaz de la historia. Ayer, antes del gol había tocado dos o tres balones, después otros tantos; no necesitó más para conectar un zurdazo maravilloso, meter el gol que daba los puntos y dejar con las manos agarradas a la cabeza a medio estadio. A su asombrosa aportación contribuyó, de nuevo, Torres: su salida coincidió con el retroceso de las líneas del Athletic y la mejoría de las prestaciones de Griezmann. Más sólido e intimidador que Vietto, Torres supo presionar a Beñat y salir al galope en un par de ocasiones con el objetivo, conseguido, de meter al rival veinte metros más atrás y alejar el balón del enjambre de jugadores bajo presión y malhumorados que Adúriz consiguió agrupar en torno al área chica de Oblak.

Si Griezmann sólo necesitó un par de balones para ser protagonista, Oblak consiguió, con casi el mismo número de intervenciones, estar en disposición de reclamar el papel protagonista del partido de ayer. Un mano a mano a la manera de Fillol, un balón sacado por alto tras un control y vaselina espectacular de Aduriz y alguna intervención marcando territorio en el área pequeña convirtieron el partido de Oblak en un nuevo prodigio, algo importante sobre todo cuando Giménez, por tercera o cuarta vez en los últimos tiempos, mostró una imprecisión y nerviosismo impropias de él.

A pesar del gran rival, a pesar de las dudas de hace unas semanas, de las predicciones catastrofistas de propios y extraños y a pesar – o precisamente por ello – de que los focos iluminan otros equipos, el Atleti, sin hacer ruido, se ha puesto co-líder. Sin ser el que más luz despide, sin ser el que mejor juega ni el que más goles mete, sin celebrar cada triunfo con un bailecito ridículo, sin sonreír en exceso hasta que el trabajo no esté hecho, el Atleti está ahí, donde quería. Es decir, el Atleti está ahí, a la manera de Raúl García.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Reflexiones rápidas ante un problema de los gordos

Sería raro hablar del partido de ayer sin empezar hablando de Tiago, lesionado de gravedad en una jugada tonta, injustamente tonta para el desaguisado que produce. Tiago se rompió la tibia ni más ni menos en una entrada aparentemente normal para intentar recuperar un balón sin peligro alguno. Tiago, el jugador con más cabeza del equipo, el maestro de los espacios y de los tiempos del centro del campo atlético, el que hace que el equipo juegue con sensatez o casi ni juegue, el único que no tiene sustituto de más o menos garantías del equipo, se rompió la tibia y el estadio se quedó helado.

Si algo temía el aficionado atlético este año, con esta plantilla, es que se lesionara Tiago. Sin recambios para hacer su labor (lo que tampoco es extraño, siendo Tiago un jugador extraordinario), el aficionado colchonero lleva desde verano esperando que a Tiago no le pase nada, confiando en su inteligencia para dosificar su físico, incómodo a veces con el entrenador por hacerle jugar el 100% de los minutos a sabiendas que Tiago, que tiene 34 años, no tiene un físico privilegiado ni la resistencia inquebrantable de un fondista. Si Gabi puede tener sustituto contando con un Saúl entonado y, por lo que cuentan, Kranevitter es de corte más defensivo y trabajador que Tiago; además, llega de una liga más lenta como la argentina, necesitará adaptarse y no tendrá tiempo ni de descansar ni de ponerse al día. Thomas, que tan buena temporada hiciera el año pasado y tan buena pinta dejó en Cádiz, juega también en principio en el puesto de Tiago pero sólo un optimista pre-inconsciente esperaría (y exigiría) del chaval el saber y la jerarquía del portugués.

Veremos qué inventa Simeone para hacer jugar al equipo sin su jugador de referencia en el medio campo, además en quizás su mejor año. Echaremos muchísimo de menos a Tiago y esperaremos que, a pesar de la gravedad de la lesión y de sus años, esté de vuelta pronto vestido de rojo y blanco. Parece difícil, pero más difícil parecía hace un año que Tiago fuera aún mejor y miren Vds lo que pasó luego.

Ánimo Tiago, vuelve pronto que aquí estamos.
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Contra el Espanyol salió el Atleti con una alineación algo rara. Salió Saúl por Gabi, que estaba sancionado y eso nos parece normal, pero también salió Óliver Torres en lugar de Carrasco, que parecía haberse hecho con la titularidad indiscutible ante un entrenador que gusta poco de cambiar equipos. Por último, en vez de Torres salió Vietto, lo que supuso otra sorpresa: Torres venía de hacerlo bien en los dos últimos partidos, Vietto no había demostrado estar al ritmo de los demás en ningún momento, Simeone no había jugado aún con dos delanteros bajitos y, en caso de hacerlo, la afición habría apostado por Correa antes que por Luciano.

Con todas estas novedades y un gol tempranero de Griezmann de esos tan suyos (balón bueno de Óliver pero no definitivo, Griezmann que adelanta un poquito la punta del pie y toca el balón lo justo para que éste entre y también lo justo para no tener que volver a tocar el balón en 25 minutos más) se pudo ver con relativa comodidad el impacto de todos estos jugadores en el equipo, con resultados dispares.

El primero de ellos es Vietto, titular junto con Griezmann en el ataque con la misión de aprovechar la oportunidad de oro que le brindaba el Cholo. Vietto, ojito derecho de Simeone, había demostrado hasta la fecha más bien poco, mostrándose nervioso, atenazado, bajo de ritmo y de precisión y muy lejos del jugador del Villarreal que pusiera al Atleti y a algún otro en un apuro más de una vez. En sus partidos en el Atleti tiene como punto álgido el gol metido al otro equipo grande de la capital, que casi pifia por cierto; por lo demás, más bien poco. Y ese más bien poco fue lo que Vietto mostró en el partido de ayer: de nuevo inseguro, ansioso, sin ideas ni mordiente, Vietto parece estar en una de esas fases en que los jugadores sólo hacen bien las cosas cuando no tienen tiempo de pensar; cuando sí disponen de él se le ve con demasiadas ganas de agradar, confuso, egoísta en mal momento, blandito en cualquier caso. Con su partido de ayer Vietto dejó claro que hoy por hoy no está para jugar en el Atleti y mucho menos para ser titular, que los minutos de que dispone no sirven para más que para quitarle minutos a otros que harían más y que su presencia no justifica la ausencia de Torres o de Correa. O mucho cambian las cosas o nos tememos que los partidos que le quedan por delante a Vietto serán pocos y bajo presión: veremos si tiene la cabeza lo suficientemente bien atornillada al cuerpo para aguantarlo o si, por el contrario, sería más aconsejable buscarle una salida temporal.

El segundo de los “examinados” era Saúl, que jugó al lado de Tiago hasta su lesión, haciendo las veces de Gabi. Saúl empezó nervioso, perdiendo algunos balones fáciles en malos momentos y escuchando algún rugido de la grada; sin embargo, fue cuando se marchó Tiago y las cosas se pudieron poner feas cuando Saúl emitió buenas señales. Con menos presencia en el centro del campo, a pesar del apoyo de Koke al salir Carrasco, la figura de Saúl fue creciendo y acabó el partido con mucha más presencia, con galones al cortar los modestos contraataques rivales y calidad para sacarla jugada hacia Koke o Carrasco en algún caso. Saúl, que había hasta ahora alternado buenos partidos con ratos catastróficos, tiene una buenísima oportunidad para hacerse con minutos y quién sabe si el puesto titular durante los próximos meses. El mediocentro es el puesto que le gusta, aunque puede jugar más atrás y más adelante, y resta por saber si tendrá la calidad y cuajo necesarios para suplir la baja de Tiago y la personalidad de recuperarse cuando cometa fallos, sobre todo en casa. Esperemos que sí.

Y, por último, Óliver Torres, ojito derecho de algún lector aficionado a los cactus. Óliver salió de inicio y, como es habitual en él, lo hizo con muchas ganas, velocidad en las combinaciones y presencia constante. Es habitual que Óliver cumpla con los diez o quince primeros minutos de sus partidos de forma algo acelerada, se diría que con metabolismo de hámster, tirando pasecitos, volviéndose a mostrar, girando sobre su eje y saliendo con la cabeza arriba. Óliver gusta de jugar rápido y de ser el que más rápido juega, pero esa vivacidad-casi-euforia se le suele ir apagando según pasan los minutos, en especial si comete algún fallo. Se diría que Óliver sale con la memoria a cero en cada partido, recordando sólo cómo jugar para pasárselo bien y buscar la portería rival en cuanto hay ocasión; pero si falla un pase fácil, o pierde un balón en mal sitio, o hace un pase a ninguna parte por querer rizar el rizo y se lleva una voz de Simeone o Godín, a Óliver le llegan a la cabeza de golpe todos los recuerdos más negativos. “El otro día fallé un balón igual y me cayó una bronca, hace tres semanas hice un mal pase, no lo vuelvo a hacer”, se diría que piensa Óliver y, a partir de ahí, se va apagando. Quizás a Óliver, que tiene una calidad extraordinaria, le queden tres o cuatro años para aprender a gestionar los fallos, a no venirse abajo ante el primer contratiempo, a asumir que en su posición y con su juego es normal perder balones y precisamente por ello no puede uno sumergirse en la melancolía cuando todo no sale perfecto, porque sencillamente no hay tiempo. Se diría que Simeone es especialmente quisquilloso en este punto y con Óliver en particular, probablemente porque, como otros, también ve en él cosas de jugador grande que se pueden echar a perder por tener mentalidad de chavalín jugando en el patio. Si Óliver tuviera una personalidad más formada y diera la garantía de no perder balones cuando no se pueden perder, creemos que sería más fijo en las alineaciones del Cholo, sobre todo ahora que Tiago está fuera de combate. Probablemente Simeone no le pase una y no admita las pérdidas de balón en las que incurre, probablemente Óliver vaya poco a poco gestionando mejor su propia euforia y su propia melancolía. Ayer hizo un buen partido en el que pasó su fase inicial de euforia y también una fase de bajón, de la que se rehízo y terminó más en alto que a mitad del encuentro. Necesitaremos a Óliver a partir de ahora, confiemos en que acepte el desafío.

El partido tuvo poco más que comentar: quizás que Godín pudo marcar de nuevo, y de nuevo de cabeza; es impresionante cómo el uruguayo remata casi el 90% de los balones que el Atleti pone en el área rival en faltas y córners. Fue llamativo también el partido de Oblak: si en vez de Oblak en el campo hay un Guardia de Gales inmóvil en su garita, el resultado habría sido el mismo. Buen partido, de nuevo, de Filipe Luis, que mostró estar sobrado de físico, condiciones y confianza, y buen partido de Thomas, a quien Simeone colocó por delante de los medios, en una posición más adelantada a la que suele ocupar, con la que consiguió taponar con éxito las tímidas salidas del Espanyol. Thomas confirmó que tiene físico y confianza para jugar más y, al igual que Saúl, tiene ante sí una oportunidad de oro para echar abajo la puerta del equipo titular del Cholo.

Por lo demás, disgusto y problema aparte, el Atleti volvió a ganar por uno cero un partido cómodo en el que no sufrió prácticamente nada. Sufrió quizás para entender el extraño arbitraje de Vicandi Garrido, árbitro con nombre de árbitro que se dedicó a reinterpretar la ley de la ventaja, acuñar nuevos usos de la tarjeta amarilla y flexibilizar el concepto de falta. Sufrió un poco Oblak, aburridísimo y con frío, al no haber traído una novela o unos sudokus. Sufrió quizás la afición rival, por cierto educadísima durante el minuto de silencio por Miguel San Román, lo que es de agradecer viendo los precedentes. Sufrieron los equipos rivales en la clasificación viendo cómo el Atleti sigue como un martillo pilón, subiendo la cuesta pasito a pasito sin fatiga ni vértigo. Pero, sobre todo sufrimos nosotros, que somos de Tiago, pensando en el vacío que nos deja por delante el portugués esta temporada, en la mala suerte de cortar una temporada excelsa en una jugada tonta en la que resulta inexplicable una fractura de tibia, en la profunda injusticia que supondría para Tiago ver su carrera casi terminada por una lesión así. Confiemos, esperemos y, mientras tanto, mandemos ánimos a Tiago I, el Grande. 

jueves, 26 de noviembre de 2015

Síntomas (y de los buenos)


Se anunciaba un frío polar y penosas colas para pasar los controles de seguridad a la hora de entrar al campo; como ocurre tantas veces, ni hizo tanto frío ni se tardó tanto en entrar a pesar de la larguísima cola que bajaba por la acera izquierda de Paseo de Pontones para pasar el primer control de policía.


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La actitud de la policía en los campos de fútbol es cuanto menos curiosa. Cuando hay un partido de alto riesgo porque los ultras de uno u otro equipo han quedado para molerse a palos, los antidisturbios de la Policía Nacional posan delante de sus furgonetas poniendo cara de malos y marcando bíceps, mirando desafiantes a los señores con gafas que van del brazo de su señora a reunirse con su yerno en la puerta de la tienda. Cuando hay una amenaza más grave y seria como la que vivimos estos días, la Policía Nacional acorazada y numerosa se muestra más amable, sensata y colaboradora: ni le miran a uno mal, ni le tratan con desdén ni provocan esa sensación de inseguridad que la chulería de algunos policías con vocación de malotes hacen flotar en el ambiente en otros días menos señalados. Qué cosas tiene la fuerza pública.

La Policía Municipal madrileña, por su parte, es más homogénea en su comportamiento: tanto en los días de alto riesgo como en los normales, tanto en los partidos cómodos de la mitad de la temporada como en los marcados en el calendario con tinta roja y bufanda de las grandes ocasiones, la Policía Municipal guarda idéntica actitud, dirigiéndose al ciudadano con esa mezcla de chulería y hartura tan característica. La Policía Municipal madrileña gusta de patrullar en colleras formadas por un policía más joven con patillitas, gafas de sol y gesto de saberlo todo sobre la vida y no tener tiempo ni ganas de explicarlo, y otro más mayor y paciente, casi resignado, quizás harto de su trabajo, que hace observaciones inoportunas al ciudadano que paga su sueldo con sus impuestos.

Ah, la policía madrileña y su relación con el hincha de fútbol, qué universo tan complejo, oiga.
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Llegó la afición al campo y lo primero que le llamó la atención fue la abundancia de turcos por todas partes. Los aficionados turcos llenaron parte de la zona de la grada reservada para los visitantes, pero sobre todo compró entradas salpicadas por gradas y tribunas, dando una sensación plácida de partido compartido con la afición rival, eso que ya saben Vds que tanto nos gusta. Los turcos del Galatasaray vestían camisetas y bufandas con sus colores con toda naturalidad, presumiendo de esa combinación naranja y granate tan romana y tan bonita y tan de equipo inglés de polo o de rugby y a uno le parece estupendamente. Ojalá vinieran más rivales así tan educados y tan mechaditos entre la afición, tan mezclados y tan tranquiletes, tan charlatanes y futboleros. Ojalá, ya puestos, se multara a los periodistas que hablan directamente del infierno turco cada vez que va un equipo a jugar allí, que ya está bien de topicazos, oiga, anda que no hay formas de llamar a las aficiones y los estadios para andar así repitiendo siempre lo mismo, que si el infierno turco, que si la caldera a presión, anda ya, vayan Vds a paseo, oiga, no me sean pesaos y cansinos y repetitivos. Coñe ya.
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Salió el Atleti al campo con la misma alineación que tan buen partido hiciera en Sevilla, con la única novedad de Giménez, que volvía al equipo tras su lesión. Giménez, que tiene pocos años pero juega como si hubiera completado dos carreras profesionales de las largas, jugó tan tranquilo y como si tal cosa, posiblemente recuperado del sofocón tras el fallo de Coruña y quizás también tranquilo por saber que cuando no está aparece Savic y lo hace bien. Quizás Giménez sea también consciente de que el montenegrino tiene calidad y personalidad para sustituirle y por tanto no se puede dormir en los laureles. Un buen futbolista, este Giménez.

Es cierto que el rival de ayer, el Galatasaray, no pareció un equipo capaz de asustar al Atleti, ni siquiera de venir a marcar goles, más bien dispuesto a capear el temporal. Con tres centrales cuando el Atleti achuchaba, con Sneijder gordo como una señora de esas que empujan en el autobús sin soltar el bolso y Podolski lejos de lo que fue en su momento, el Galatasaray sólo tiró una vez a puerta: precisamente fue el orondo holandés que su momento pareció tener condiciones para ser un futbolista de los que dejan huella (y no sólo en el sofá) quien lanzó cruzado un balón que se fue fuera, el único momento en el que Oblak tuvo que dejar el folleto de los crucigramas y ponerse a tapar hueco. En descargo del pobre partido de los turcos (cuajado de jugadores paticortos y culones de lámina parecida al turco aquél – el que pasó por el Calderón y se fue corriendo tras un cajero automático a ver si le regalaban una pantalla de plasma al domiciliar la nómina -, se ve que es un genotipo local) hay que decir que no dieron ni una patada, algo siempre de agradecer. El Galatasaray pasó sin pena ni gloria por el Calderón, y lo mejor que dejó fue la imagen de su hinchada, la mar de educada y discreta.

En cuanto al Atleti, la sensación volvió a ser buena. En línea con los partidos contra el Valencia, Coruña y Betis, el equipo jugó bien y a ratos muy bien, dando siempre sensación de superioridad y solvencia, de ser más equipo que el rival y, sobre todo y ahí está lo mejor, de ser más equipo que hace un mes y mucho más que hace dos meses.

Descartando las apuestas seguras de Godín y Tiago, los dos ejes sobre los que pivota el juego de tres cuartos para atrás, las buenas noticias en la defensa y centro del campo se van sucediendo. Gámez, por ejemplo, gana enteros para ganarse el status de ídolo del que suscribe. Discreto, buen profesional, versátil, concentrado, modesto y cumplidor, Gámez es valiosísimo cuando sale por la derecha o por la izquierda e igualmente valioso desde el banquillo, en el que no da problemas y sí muchas soluciones. Su temporada pasada en la izquierda fue notable, pero este año, de seguir Filipe Luis progresando como está, no le veremos mucho por ahí salvo necesidad apabullante. Filipe Luis ha vuelto en estos dos últimos partidos a ser el jugador confiado, asociativo y desequilibrante de otros años; si esto se confirma y Juanfran vuelve de la lesión con el mismo nivel con el que jugó los últimos partidos, los laterales pueden convertirse en el elemento que faltaba para terminar de afinar la máquina del Cholo, que vuelve a sonar redonda y poderosa como el motor de un Citroën Tiburón de los bonitos.

La mejoría de Filipe Luis puede estar directamente relacionada, quien sabe, con la mayor presencia y acierto de Koke, por fin más echado al centro y dando más apoyos y coberturas a Tiago y Gabi, más espacio a Carrasco en algo que a ratos es más un 4-3-3 que el 4-4-2 de siempre. Koke está preciso y participativo, más confiado y resuelto a la hora de lanzar la presión alta, más Koke y menos triste que hace unos cuantos partidos, más el Koke que hace moverse al equipo que el Koke que se mueve en exceso, apagando fuegos allá donde el resto no llegan. Y es que con Koke más enganchado, la presión alta y el mayor ritmo, las señas de identidad del Atleti campeón, han aparecido con más claridad en los últimos partidos. Buena culpa de ello la tiene también Gabi, espectacular ayer en el primer pase de gol y el caño y asistencia del segundo además de entregado y listo a la hora de tirar la presión en campo contrario junto con Koke.

También ayuda un Griezmann más participativo, como en el segundo tiempo de ayer. Independientemente de sus goles, una vez más un prodigio de oportunidad y colocación, Griezmann disfrutó más ayer que otros días, participó más, se asoció más. Sin matarse en la presión, sí cubrió su parcela con más solvencia, permitiendo a Tiago, Gabi y Koke jugar más, pensar más, salir más, buscar más el ataque y no sólo la posesión, haciendo por tanto lo que de él se espera además de estar en el momento preciso y el lugar oportuno. Y, ya que estamos con el estilo concatenado, buena parte de esa mayor movilidad e implicación de Griezmann parece, según se ha ido viendo estos últimos partidos, estar directamente relacionada con la presencia de Fernando Torres. Ayer de nuevo estupendo en el esfuerzo y el juego de equipo, Torres se vio durante todo el primer tiempo metido en el área entre tres centrales grandes, algo casi imposible de rentabilizar para un delantero centro de sus hechuras, sobre todo cuando buena parte de los pases laterales no eran del todo precisos. Ya en el segundo tiempo, resignado a la inutilidad de su presencia en el área, Torres salió más, se acercó más al medio campo, se asoció más en la construcción sin limitarse a esperar pases que no llegaban. Torres se mostró especialmente generoso con los compañeros: pudiendo mirar por sí mismo y su famoso gol 100, Torres prefirió en varias ocasiones combinar y no tirar, pensar en el compañero y no en la estadística, ceder el balón en mejores condiciones a la segunda línea. Como en Sevilla, Torres hizo un buen partido con una enorme contribución al juego colectivo y se mostró más confiado, menos acelerado, más cómodo y aún más generoso que en los pocos minutos de los que disponía hace unas semanas.

Sea por lo que sea, sea consecuencia de lo que sea, el equipo parece mejorar partido a partido y muestra síntomas de mejoría y claridad según avanzan las fechas. Simeone parece haber dado con la tecla que acerca a este equipo de más calidad y menos rabia que otros años a la imagen y solvencia del equipo enorme que guardamos en la retina, que consigue transformar la posesión en peligro y la defensa en una muralla. Si hace tres semanas parecía que el mundo se acababa, que Simeone no daba una y que sólo un milagro conseguiría que el Atleti no se estrellara contra un muro conduciendo el carísimo deportivo que se ha comprado este año, ahora las cosas parecen distintas, o al menos se lo parecen a los más críticos y sabihondos que daban la temporada por finiquitada cuando el equipo no estaba más que en formación. Llega diciembre y, como otros años, esto empieza: y parece que tienen muy buena pinta.